Su secreto (Romance BL)
Gabriel miró por la ventanilla del taxi y pensó en el despropósito que era esa salida nocturna. Debió quedarse en casa estudiando para los últimos finales, pero se dejó convencer por Malena.
Su novia era fuego arrollador. Cautivadora y deseosa de diversión, no era justo que permaneciera veladas enteras, aburrida, solo contemplándolo estudiar.
Música variopinta se colaba por la ventanilla del taxi. Gabriel torció la boca al ver los diferentes locales. No le agradaban las fiestas, él ni siquiera bailaba. Una vez Malena le dijo medio en broma, que el hecho de estudiar medicina era la perfecta excusa que él usaba para evadirse del ámbito social. Tal vez era cierto.
Le canceló al taxista y se apeó del vehículo. Desde la acera contempló la fachada de la discoteca con sus luces parpadeantes de neón. Una fila de personas afuera esperando para entrar.
—Me dirás por qué estás tan emocionada por ir justamente a ese sitio? —le había preguntado a Malena el día anterior.
—¡Te llevarás la sorpresa de tu vida! —le contestó ella con picardía.
Suspiró viendo la larga fila de personas a un lado de la puerta del exclusivo local, reprimió el impulso de devolverse a su casa.
—Disculpe, soy uno de los invitados —le dijo al portero, intentando ignorar las miradas de disgusto de los que esperaban su turno en la fila.
El portero, alto y fornido, le dirigió una mirada fugaz.
—Invitación.
"¿Invitación?" pensó Gabriel y a su mente llegó el boleto que le entregó Malena el día anterior, el mismo que dejó olvidado en la mesita al lado de su cama.
Abrió los ojos desconcertado y se pasó las manos por el rostro. Intentar convencer al portero de dejarlo entrar sin invitación parecía toda una odisea.
—¡Si no tienes invitación, hazte a un lado! —le dijo con voz atronadora, señalando la larga fila.
Gabriel volvió a verlo.
—Yo estoy invitado, mi novia está dentro.
El portero, inamovible, volvió a indicarle donde debía esperar.
Gabriel suspiró. Lo intentó, le diría a Malena que llegó hasta allí, quiso entrar, pero no lo dejaron. Se marcharía a casa, a estudiar.
Cuando se daba la vuelta, una mano se agarró con fuerza de su brazo.
Gabriel se volteo para encontrarse con la curvilínea figura de su novia, su rostro moreno enmarcado por el cabello ondulado.
—Viene conmigo, bello —le dijo ella al portero con una sonrisa seductora.
Sin esperar respuesta, cruzó las puertas del establecimiento llevándolo a él de la mano.
Adentro, la música estridente no dejaba espacio para escuchar nada más. Luces led brillaban en tonos fluorescentes, muchos jóvenes bailaban en la pista y otros tantos bebían en grupos.
Malena continuó tironeando de él hasta que lo dejó frente a la barra. Gabriel volteo a verla, ella estaba exultante, la emoción le desbordaba cada poro de la piel. El muchacho se preguntó qué era lo que tenía tan emocionada a su novia, porque hasta ese momento en la discoteca no había nada extraordinario.
Hasta que la música cambió por un reggeton especialmente lento. Las luces LED dejaron de brillar y en su lugar el ambiente se iluminó por otra rojiza. Malena a su lado dio un brinquito, emocionada, y le clavó las uñas en el brazo.
—¡Ya va a empezar!¡Te vas a morir cuando lo veas! —exclamó ella con voz burlona.
Gabriel solo enarcó las cejas y giró al frente donde le señalaba su novia.
De pronto los meseros se subieron a la barra y empezaron a contonearse de una forma sugerente, siguiendo el ritmo de la sensual música. Gabriel se sorprendió al ver que los más emocionados del otro lado de la barra, eran otros hombres.
—¡Malena! ¡¿Esta es una discoteca gay?! —preguntó menos enojado que sorprendido.
Malena asintió con los ojos brillantes. Tomó su barbilla entre los dedos y le giró el rostro al frente.
Gabriel entendió entonces cuál era la emoción de Malena.
Justo delante de ellos bailaba Javi, su compañero en la residencia y en la facultad de medicina.
La boca de Gabriel se abrió sin que lo pudiera evitar. Sus ojos se deslizaron por el cuerpo de su compañero de estudios siguiendo la trayectoria de sus manos, que tomaron su camisa blanca y con movimientos seductores comenzó a desabotonarla.
El rostro de Gabriel se incendió. Javi y él eran amigos, incluso vivían en la misma residencia estudiantil. La mayoría de los trabajos los hacían juntos. ¿Cómo era posible que no supiera algo así?
El chico bailaba mientras algunos muchachos enloquecían intentando tocarlo.
El corazón de Gabriel latía acelerado. Varios sentimientos lo invadían: desconcierto, estupefacción por lo que veía. La mano de uno de los clientes ascendió por la pierna del bailarín cuando este se agachó y subió peligrosamente hasta su muslo. El ceño de Gabriel se frunció. Sintió el horrible deseo de darle un empujón a ese manoseador.
No era que le gustara Javi.
Era su amigo, aunque no entendía por qué. El muchacho de piel y ojos miel era como ese color: dorado. Alegre, vivaz, siempre sonriendo, rodeado de gente, un incandescente sol. Pudiendo escoger a cualquiera para hacer los trabajos grupales, siempre volteaba hacia él que era un insulso, aburrido, ser melancólico.
No era que le atrajera su amigo.
Solo admiraba su rostro atractivo y su sonrisa afable, quizás porque hubiese deseado tener rasgos parecidos y ahora, el que quisiera sacarlo de allí y entromparse con todos esos chicos que lo veían con hambre, obedecía a su sincero afecto motivado por la amistad. Sí, eso era.
¿Qué coño hacía Javi ahí?
Mientras veía el torso desnudo y trabajado de su amigo, las manos que ahora vagaban por el botón del pantalón, Gabriel recordó que en una ocasión Javi le había dicho que trabajaba de noche en una farmacia, pues era del interior del país y su familia no tenía recursos para costearle los estudios de medicina. Sin duda una verdad a medias, porque esa no era una farmacia.
Malena a su lado no podía contener la emoción. Se inclinó hacia él y le gritó cerca del oído para hacerse oír.
—¿Qué te parece? ¡Tu amiguito es un prostituto gay! —la risa maliciosa de ella le disgustó profundamente.
Que fuera stripper no quería decir que se vendiera, pero ella lo pensaba, ¿Cuántos más lo harían?
Los ojos de Javi brillaban pícaros, la sonrisa seductora curvaba sus labios mientras bailaba. Hasta que su mirada le encontró.
Javi palideció, sus movimientos se volvieron erráticos hasta detenerse.
Malena tomó su móvil y le sacó una foto. Gabriel miró a su novia, enojado.
—¿Qué haces?
—¡Deja que le cuente a todo el mundo lo que hace por las noches!
Gabriel frunció el ceño. En medio de los abucheos del público, volteo a ver a Javi y ya no lo encontró bailando.
—Parece que le dio vergüenza —dijo Malena con una sonrisa maliciosa —¿Qué?
—¡Eres horrible! ¿Para eso querías que viniera? ¿Para avergonzarlo?
—¿Es su culpa? ¡Deja que les cuente a las muchachas! —dijo enviando la foto en un grupo de chat.
Gabriel se dio la vuelta y salió del lugar, de pronto el cariño y la admiración que sentía por Malena se transformó en rechazo y desprecio.
Era de madrugada cuando la puerta se abrió. Pasos resonaron en la oscuridad, la luz brillante del celular iluminó los rincones de la salita de la residencia.
Javi, celular en mano, dio un respingo cuando notó que no estaba solo.
—Disculpa, no quise asustarte —dijo Gabriel levantándose de la butaca para encender la lámpara de la mesa—. Tampoco quise ir a verte. No sabía que trabajabas allí.
El otro se irguió y lo miró, retador.
—¿Qué si trabajo ahí?
Gabriel subió las manos en un gesto conciliador.
—Está bien hombre. Trabajo es trabajo no importa cuál sea.
Las cejas de Javi se fruncieron levemente, lo miró con los ojos entornados.
—Me sorprendió, eso es todo. Creí que trabajabas en una farmacia.
Los hombros de Javi se hundieron al igual que su rostro se ruborizó. Gabriel supo que estaba avergonzado y podía comprender la razón. Era cierto que lo que hacía era un empleo más y él estaba seguro que no había nada deshonroso allí, ni por un momento creyó las crueles palabras de Malena de que fuera un prostituto, pero no todos en la facultad lo verían de esa forma. Javi de seguro también lo pensaba y por eso lo mantenía en secreto.
En pleno dos mil cinco, en la facultad de medicina se conservaban muchos prejuicios. Cuando llegaban a las clínicas, les exigían cortarse el cabello si lo usaban largo. Debían asistir al hospital con corbata, si tenían tatuajes tenían que ocultarlos. ¿Qué pensarían sus profesores cuando se enteraran que era stripper en una discoteca gay?
—Así que eso era lo que hacías cuando salías por las noches —le dijo Gabriel al tiempo que le lanzaba una lata de cerveza.
Javi la tomó al vuelo y la destapó, algo aturdido.
—De alguna forma tengo que pagar esta residencia, mi comida, los libros, la ropa.
Gabriel asintió.
—Y no me lo dijiste porque... —le dio un trago a su cerveza dejando la frase en el aire para que su amigo la completara.
Javi suspiró, bajó la mirada. Él nunca lo había visto así, triste. Ese estado de ánimo era más bien propio de él.
—¿Qué ibas a pensar de mí? Tú tan perfecto, el mejor alumno de la facultad, ¿querrías continuar siendo mi amigo después de saberlo?
Gabriel parpadeó, los ojos le picaban.
—¿Creíste que me avergonzaría de ti? —Cuando lo escuchó, Javi levantó el rostro y clavó en él sus ojos dorados— ¡Pero si bailas genial! —exclamó Gabriel con una sincera sonrisa.
Javi lo observó con sus ojos miel distendidos por la sorpresa, luego el alivio suavizó sus facciones.
Gabriel se echó a reír entre tragos de cerveza. Sentía sobre sí la mirada de asombro de su amigo. Cuando la risa cesó ninguno de los dos volvió a hablar en la sala en penumbras, solo el ruido del líquido al bajar por sus gargantas rompía el silencio.
De pronto Javi se levantó y lo tomó de la mano para que hiciera lo mismo.
—Apuesto a que no sabes bailar —le dijo, más relajado, mirándolo a los ojos con esa pícara sonrisa en los labios que a veces lo ponía tan nervioso.
Javi se puso a su lado con las piernas un poco separadas y flexionadas. Gabriel lo miró desconcertado, pensando que parecía una fiera a punto de atacar.
—Ponte así. ¿Ves? —le indicó el muchacho— Ahora mueve las caderas de esta forma.
Otra vez hizo ese movimiento indecente que enloqueció a los tipos en la discoteca, y que ahora a él le aceleraba el corazón.
—Anda, ahora tú —lo alentó Javi.
El bailarín se rio cuando vio su torpe intento. Su risa era tan maravillosa, alegre, llena de vida.
—Pareces un palo —Volvió a reír y para el horror de Gabriel llevó sus manos a su cadera y la meció de un lado a otro— ¡Relájate! ¡Estás muy tieso!
¡Como se iba a relajar, como no iba a estar tieso si lo estaba tocando de esa manera! Las manos de su amigo ahora pasaron a sus hombros. Estaba tan cerca que podía sentir su aliento golpearle el rostro.
—Mueve las caderas y los hombros, así.
Cuando Javi levantó su cara, que había estado mirando hacia abajo los torpes meneos de su cintura, Gabriel lo vio tan cerca que en ese momento se dio cuenta que sus ojos en realidad eran marrones, muy claros, atravesados por vetas ámbar que le daban un brillo dorado a su mirada. Tragó con dificultad. Las manos de Javi continuaban en su cadera, pero sus ojos le veían fijo, reflejando su propio anhelo.
Fue Javi quien acortó la distancia y juntó sus sabios a los de él en un beso que al principio fue inseguro, pero luego, al no encontrar rechazo, se tornó demandante.
Ahí Gabriel se dio cuenta. A él siempre le gustó Javi, ahora que sabía que era stripper, le gustaba más.
Este relato fue escrito para el concurso "Cupido lanza flechas de colores" del perfil Lgbtq-ES y fue seleccionado como finalista para formar parte de su antología.
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