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Capítulo Único

Min YoonGi era un creyente del amor. De ese amor que duraba una vida entera y que bien podía hacerte feliz o destruirte en el proceso. Pero sabía que él sería un feligrés de ese sentimiento que hacía mover el mundo a su antojo contra toda adversidad.

Por eso empezó a componer canciones: porque amaba el amor, porque veía que era una fuente de inspiración de la cual cualquier persona con vocación de artista podía surtirse.

Aunque luego esto cambió.

Llegó un día en que YoonGi sufrió el dolor de un corazón roto, de un cariño que vio el fin cuando parecía que todo estaba bien y entonces escribió para desahogarse.

Se hizo consciente de que el amor -presente o ausente- siempre era inspirador.
Y le tocó experimentar la faceta más dura y cruel de este sentimiento.

YoonGi, o Agust D como se bautizó a sí mismo, perdió de vista aquello que le distraía de la realidad en la que vivía. Vio que no todo era tan bonito como parecía, que en su casa la convivencia no era agradable y que se sentía más cómodo lejos de su hogar. Y encontró el rap (o el rap lo encontró a él), se nutrió de raperos y creó tantas rimas que consiguió cosechar una fama respetable y decente.

Y todo aquel que está destinado a triunfar, pese a que los obstáculos parezcan cada vez mayores e insuperables, termina superándose y llega al lugar al que pertenece.

Y YoonGi llegó a una empresa que le prometió el éxito. Agust D quedó un poco escondido, surgió entonces Suga, como lo bautizaron en su nuevo trabajo, pero sin perder la esencia que era aquello mismo que justificaba su existencia. Y Suga creyó que había llegado al lugar al que pertenecía. Y que eso sería todo.

Pero estaba equivocado.

Como todo lo precioso que sucede en la vida, YoonGi se vio empujado por las circunstancias a un encuentro que le cambiaría la perspectiva y lo llevaría a reorganizar sus ideas.

El amor, quien estaba arrepentido por fallarle a su seguidor fiel, decidió volver y pedirle disculpas y le orientó a un divino encuentro con Park JiMin.

Jimin era indiferente al amor. Para él era tan sólo una emoción simple e insulsa. Había veces que opinaba que el amor tan sólo era un "resfriado hormonal", que con un poco de cama y calor podía quitarse esa fiebre que invadía el cuerpo. Era un virus compartido, extraño, y que no era buena para su cuerpo.

Pero Jimin era muy hipócrita diciendo todo esto.

Antes de considerar el amor como una enfermedad virósica, Jimin había amado y había sido amado por alguien. Y también había sido lastimado; y padeció el dolor de un corazón roto de un modo distinto a Yoongi.

Park Jimin encontró en la danza lo que Agust D (O Suga) en el rap: libertad.

La libertad de dejar de sufrir y empezar a crear con tanto sentimiento triste algo bello. Arte. Dar vida desde esa "muerte amorosa" que achicharró sus corazones por un tiempo.

Y como si de dos hojas volando por el viento se tratara, Jimin y YoonGi terminaron en la misma brisa...

—Cuéntame otra historia. —Las mejillas sonrojadas de Jimin enternecieron el corazón de YoonGi que no pudo hacer otra cosa más que besarlo. El bailarín (que también se volvió cantante)  era bastante tímido a veces, cuando se veía tan expuesto al escrutinio cariñoso de Yoon.

El rapero supo, cuando le recorrió una sensación de alivio y seguridad, que no había acto más necesario en la vida de cualquier persona que amar y ser amado.

El bailarín tenía la fortaleza suficiente para lidiar con el desastre emocional que era Min YoonGi luego de que la vida lo golpeara.
Había noches en las que Agust D, rebelde y combativo, volvía a salir a la superficie y con rencor lastimaba las pupilas de YoonGi que no hacía otra cosa que llorar en silencio. Saboreando amargas frases que le hirieron mientras intentaba no tambalearse al tratar de conquistar sus sueños.

¿Te conté la vez que perdí el corazón en los labios de un hermoso chico con eye smile? —Ambos chicos sonrieron ante el recuerdo, pues hacía mucho había pasado, pero ese sentimiento que los unió permanecía tan vivo que se renovaba en cada estación primaveral.

Jimin había traído a la vida de YoonGi la fragilidad de las alas de las mariposas, el delicado toque de un pétalo de flor y el calor del sol en plena tarde cuando invita a dormir bajo el cuidado de sus rayos. 

En esas noches en que YoonGi peleaba contra Agust D, el bailarín se levantaba de su cama y se acurrucaba junto a YoonGi. Lo abrazaba también sumido en un mutismo comprensivo y batallaba a esos malos recuerdos tan sólo con abrazos. Y ahí era cuando Suga empezaba a tomar más fuerza, y convencía a Agust D de dejar atrás lo malo y se aferrara al presente. YoonGi tenía al final la última palabra y ésta siempre era en favor a cualquier identidad que  no pudiera concebir los días sin el pequeño sol que iluminaba sus noches; casi empujando a la Luna a desaparecer antes de tiempo.

Las noches no eran noches si Jimin le hacía compañía. Por eso tan tarde como era, permanecían en ese sitio.

Jimin se puso de pie y caminó hasta el columpio que estaba frente a ellos. La plaza en donde se encontraban había quedado desierta. La noche había llegado trayendo un manto frío con ella. YoonGi lo siguió y le ayudó a columpiarse.

—Un día conocí a un chico de cabello oscuro con la capacidad de componer estrofas y destrozar el mundo —relató JiMin pícaramente.

Lo que YoonGi nunca supo fue que Jimin no era el salvador que él pensaba.

Park JiMin estaba casi tan desarmado como el rapero que en silencio dejaba caer sus lágrimas. Al chico de la sonrisa contagiosa le había costado mucho aprender a quererse. Porque cuando el rapero creció no dudó nunca de sí mismo, pese a que hubo lenguas maliciosas que quisieron derribarlo. En cambio, a Jimin el veneno de ciertas personas lo transformaron cada vez más su propio enemigo.

Para el bailarín era necesario tener la aprobación ajena y no tenía problema alguno en esforzarse más allá de lo saludable para conseguirla.

Y entonces conoció a Min YoonGi que le enseñó otro modo de apreciar el arte y, ¿por qué no?, su vida también.

El rapero casi nunca le daba elogios a sus bailes o a su canto; Jimin sólo apretaba sus puños y volvía a intentarlo, sin éxito. Hasta que un día sus fuerzas se extinguieron. JiMin cayó al suelo rendido.
Esa vez estaba, solitario y circunspecto, en la sala de ensayos porque los demás decidieron tener un tiempo de descanso. Menos él, por supuesto, que tenía un claro objetivo: conseguir un halago del rapero de semblante serio. La opinión del resto ya no le era suficiente.

El suelo había sido cruel con el cuerpo del bailarín y Jimin se quejó en voz alta. O más bien, lloriqueó. Se avergonzó terriblemente cuando escuchó la risa de YoonGi y conectó su mirada con él a través del gran espejo en la pared.

Porque Jimin nunca supo que su admirador secreto ocultaba su opinión por simple capricho y un poco de molestia.

Desde ese día JiMin había tenido compañía cada vez que decidía quedarse a practicar más.
Y cada vez, Jimin se exigía menos, porque hacerlo era perder tiempo charlando con su hyung que, sin decirlo directamente (como Jimin quería), le alababa sus dotes artísticas, su compromiso con el trabajo y su belleza. Porque, poco a poco, ambos iban aceptando sus sentimientos por el otro.

YoonGi frenó el columpio y abrazó a JiMin rodeándolo para apretujarlo. Recorrió con sus labios la línea del cuello del chico de cabellos de plata y mordisqueó un poco esa zona para escuchar esa risa tímida que lo hechizaba.

El bailarín comenzó a quererse a sí mismo, porque eso le enseñaba YoonGi sin tener la intención. Le mostró que la lucha contra uno mismo era la más difícil de las batallas pero que rendirse no era opción: había que dar vuelta ese sentimiento cercano al odio para notar que tan sólo era inseguirdad -rogando por un perdón.

Jimin perdió la concentración con las caricias y elevó sus manos al cabello de YoonGi sintiendo la suavidad del mismo. Dio vuelta su rostro y atrapó con sus labios la fina boca del rapero. Se besaron perezosamente.

Cuando se separaron se observaron en silencio.
Entonces, Jimin volvió a hablar:

—Ese chico de cabellos de noche rapto mi cordura y la dirección a la que mis ojos se dirigían. No había para mí otra cosa más interesante que verlo a mi alrededor.

—Debió ser un chico muy guapo para eclipsarte, es difícil que alguien le gane a tu reflejo en el espejo. —YoonGi supo cuando el halago había surtido efecto pues Jimin perdió sus ojos en plena sonrisa.

Recién cuando empezaron una relación YoonGi se permitió elogiar cuanto se le antojara a Jimin. Antes no, (aunque escribía como poseído por su musa) porque el miedo era inevitable.

—Deberías haberlo visto, el chico más hermoso con el que me he topado en la vida.

Recién cuando empezaron una relación Jimin se permitió dejar atrás esa absurda necesidad de aprobación. Tenía lo que necesitaba y quería: confianza en sí mismo y un chico que transformaba cualquier emoción que le arrojaras en poesía. Y lo amó con precaución (al principio) porque el miedo era inevitable.

YoonGi caminó hasta quedar frente a Jimin que se puso de pie y colocó los brazos en sus hombros. El rapero apoyó sus manos en la cadera del menor y recargo su frente en la de Jimin.

No eran tantas las oportunidades que tenían para salir en citas, porque su trabajo había aumentado con el éxito que tenían. Pero siempre que podían escapaban de esa fama y se alejaban del foco de atención para concentrarse en ellos. Sólo en ellos, como corresponde.

—¿Y cuál es el nombre de ese chico lindo? —preguntó bromista YoonGi aún cuando conocía a la perfección la respuesta de esa interrogante.

—Se presentó como Min YoonGi —respondió Jimin; Yoon casi pudo escuchar cómo su corazón se aceleraba— pero yo sé que él es el Amor de mi vida.

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