Yesterday
No cabe duda que sigue siendo hermosa. Sí, lo primero que me atrajo de mi ex esposa fueron sus ojos alargados e imperiosos sobre su carita redonda. Su mirada intimidante y sensual. Más tarde su personalidad fuerte, y sus ganas de comerse al mundo entero. Pero ella cambió después del nacimiento de nuestro hijo, de pronto se volvió renegona, amargada, y fría. No tenía tiempo para mí, parecía que mi presencia la atosigaba.
Yo soy y he sido siempre un hombre acostumbrado a dar y recibir amor, pero ella no me lo dio más. Todo eso y las constantes peleas terminó con nuestro matrimonio. Hoy solo nos une nuestro hijo de cinco años, y sus sabios consejos. Debo admitir que es muy buena aconsejando, aunque jamás lo aplique a ella.
No tenemos una mala relación; aunque suene extraño, después de nuestra separación parece que nos llevamos mejor.
Nos casamos muy jóvenes, fuimos novios dos años, pero luego quedó embrazada y nos tuvimos casar por presión de nuestros padres. No estábamos preparados para convivir, mucho menos con un recién nacido. Ella tampoco puso de su parte, por eso le pedí el divorcio.
Arribo alrededor de la que un día fue también mi casa, exactamente por detrás. Jennie ha abierto su taller de orfebrería en el garaje.
En silencio entro al espacio para asustarla. Ella está tallando las iniciales de una pareja en un anillo de plata, termina de pulirlo y gira hacia mí como si ya hubiese advertido mi presencia. Me quedo con las manos en el aire y con muchas ganas de asustarla.
—¿Cómo supiste que estaba aquí? —Me siento a lado de su mesa de trabajo.
—Conozco incluso tu sombra, Thomas.
Sonrío sin querer. Ella ni siquiera me mira, sigue con su trabajo como si nada.
—¿Qué haces aquí? Hoy no es tu día de visita —dice sin despegar la vista del anillo.
—Dijiste que podía visitar a nuestro hijo cuando quisiera.
—Fabricio no está aquí, ¿has olvidado que tu hijo va al pre escolar?
—Bien, me atrapaste.
—¿Qué locura cometiste ahora?
—Me declaro inocente. —Elevo mis manos en son de paz—. Es ella la tóxica.
Jennie da un suspiro, deja la joya a un lado para mirarme a los ojos.
—En estos cuatro años que llevamos divorciados no has tenido una sola pareja estable. ¿No te parece que el del error eres tú? ¿Qué pasó esta vez?
—Me dejó porque dice que tengo tiempo para todo menos para ella.
—¿Es cierto?
—En mi defensa, el tiempo es relativo.
Mi comentario le hizo sonreír. Su sonrisa es rara, pero atrayente. Cuando lo hace sus comisuras descienden en vez de ascender, y la gracia no alcanza sus ojos alargados.
—¡Papá!
Me giro hacia el llamado de mi pequeño, él se suelta de la señora que lo recoge y corre a mis brazos con emoción. Lo elevo y giro con él en mi propio eje.
—¿Saliste más temprano de la escuela?
—Mi maestra se enfermó.
—Qué lástima.
—¿Comerás con nosotros?
—Claro.
Besa mi cara con cariño. El resto del día lo paso con ellos.
***
Mi promoción de la universidad ha programado un reencuentro, una fiesta blanca. Parecemos ángeles inocentes vestidos de blanco.
Saludo a mis viejos amigos, a algunos los recuerdo y a otros no. Después todo ha pasado bastante tiempo. A quién no me esperaba ver, es a mi ex esposa, es más, casi no la reconozco. Hace tiempo que no la había visto tan producida. Lleva su cabello azabache recogido en una coleta baja de raya en medio, extremadamente lacio. Un top manga cero, un pantalón acampanado, y unos tacones considerablemente altos.
Como siempre, no repara en mi presencia, se dedica a saludar al resto de chicos. Es obvio que ha llamado la atención de los solteros, y no solteros. Está demasiado bella.
Con sigilo me aproximo a su costado y pongo mi enorme mano sobre su cintura. Se sobresalta, pero se relaja al instante.
—Tenía la esperanza de que no vinieras, Thomas.
—Yo soy el alma de la fiesta.
Lanza una mirada despectiva y resopla.
—¿Quieres bailar?
No me cautiva demasiado la idea de bailar con mi ex esposa, pero accedo. Mientras bailamos tomamos alguna que otra bebida. Creo que nos pasamos de más. Ya no soy yo, estoy poseído por el alcohol.
No me he separado de ella en toda la noche, tiene sus brazos colgados de mi cuello mientras yo sostengo con firmeza su cintura. Lo que siguió luego, es relativo...
El sonido de mi alarma despeja mi sueño, mis ojos se abren con dificultad. Reconozco las paredes blancas y grises de mi departamento. Al menos amanecí aquí. Desnudo, pero aquí...
La respiración pausada de mi acompañante me alerta, me giro hacia ella temiendo encontrar a quién pensaba, Jennie.
No puede ser... ¡Maldición! ¿Cómo terminamos así?
Por supuesto cuando ella se despierta tiene la misma reacción que yo.
Lo hablamos y lo afrontamos como dos adultos hechos y derechos. Decidimos continuar como si nada hubiera pasado, pero no es tan fácil, carajo. Los días han trascurrido y nada ha vuelto a ser como antes. Me limito a ver a mi hijo en su kínder, evito lo más que puedo cruzarme con ella. Así es mejor. Hasta que...
Jennie me espera con lágrimas en los ojos en la puerta de mi departamento. Algo no anda bien, lo presiento. La hago entrar con el nerviosismo en la punta del cabello.
—¿Qué pasa? —le pregunto con mi profunda voz casual.
No dice nada porque quizás no es capaz, solo saca de su cartera lo que parece ser una prueba de embarazo.
—Esto es... —tartamudeo.
—Estoy embarazada, Thomas.
—Mierda —suelto sin pensar. Me restriego el rostro y arrastro mi mano por mi cabellera castaña.
—No nos cuidamos, ¿no tomaste la pastilla de emergencia?
—¿Crees que sería tan imbécil para no hacerlo? No me estarás echando la culpa otra vez, ¿no? —increpa con furia en sus ojos.
No contesto porque caigo en cuenta que se refiere al embarazo de Fabricio. No sé por qué, pero esa pastilla no hace efecto en ella.
—¿Qué vamos a hacer? —continúa.
—No lo sé Jennie, no lo sé...
—No sé ni por qué te busco, siempre es lo mismo contigo. —Toma su cartera y desaparece.
¿Qué puedo hacer yo? No se supone que las cosas debieron darse así. Lo único que se me ocurre es recostarme en mi sofá y entregarme a los brazos de Morfeo.
El sabor pastoso de mi boca me hace despertar. Despejo mi sueño a duras penas, no sé cuánto dormí, pero siento que no he descansado nada. El pensamiento perturbador de que voy a tener otro hijo con mi ex esposa no me deja en paz. ¿Qué va a pensar Fabricio? ¿Cómo le diremos que tendrá otro hermanito? No quiero que mi niño se confunda y se ilusione por algo que jamás va a suceder, no puedo volver con su madre, no puedo permitirme otro sufrimiento.
Decido encasillarme por las calles transitadas de mi ciudad para pensar en una solución. El aborto definitivamente no es una opción, nunca lo fue, ni antes ni ahora, no podría hacerle eso a una criatura, mucho menos Jennie lo permitiría.
Alcanzo el cigarrillo de mi chaqueta marrón para metérmelo a la boca, por el momento es lo único que me puede otorgar paz. Mi vista cae sobre una chica delgada con el cabello ligeramente ondulado; achino los ojos para visualizarla bien. Se ve pensativa mientras observa el río a nuestro costado, debe estar tan trastornada como yo. No me apetece, pero decido acercarme.
—¿Qué haces aquí Jennie?
Al darme la cara no puedo evitar fruncir el ceño, es como si se hubiera quitado ocho años encima. ¿Tan pronto la marcó el embarazo? A ella le sienta bien, pero... ¿qué hace con esa ropa de adolescente y gancho de niña buena? Es cierto que aún es joven, pero esa minifalda, polito de tiras, y botas altas es inadecuado para una madre embarazada.
—¿Cómo sabes mi nombre? —increpa con el ceño fruncido, acción que repito también.
—¿Cómo dices? ¿Estás de broma?
—¿Me conoces de algún lado?
Quiero pensar que está bromeando, pero se ve seria. Ya sé, todo esto debe ser por la situación que estamos atravesando.
—Jennie —digo acunando su rostro en mis manos—, no quiero que te aloques, será mejor ir con un terapeuta.
—¡¿Qué te pasa imbécil?! —Se suelta bruscamente—. ¿Eres idiota o qué? ¿Esta es tu manera de ligar? ¿Sabes cuántos años tengo? Apenas dieciocho, ¿cuántos tienes tú? ¿Treinta?
—Ve...veintiséis —tartamudeo.
—¿Qué? ¿Te asusté? —Me mira de pies a cabeza—. Grandísimo imbécil —bufa para luego dejarme en total desconcierto. Repentinamente se gira provocándome un sobresalto—. Y no fumes en la vía pública, contaminas el ambiente.
Se ha vuelto loca, no hay otra razón, pobrecita. Decido seguirla para evitar que cometa alguna locura. Es como si hubiera vuelto a ser la Jennie que conocí, literalmente la de dieciocho años.
Camina rápido a pesar de sus tremendas botas con tacos, casi se me pierde, pero logro alcanzarla. ¿A dónde va con tanta prisa?
Diez cuadras más adelante logro ubicar su paradero, la universidad. ¿Qué rayos...? Me siento culpable por su atolondramiento.
La sigo dentro del campus, su destino final es la facultad de Administración de empresas, el lugar donde nos conocimos.
Me escondo detrás de una columna para no ser visto. Camino con sigilo por mis conocidos pasadizos, es raro estar aquí. Me detengo porque alguien busca mi atención tocándome la espalda.
—Disculpa, ¿sabes dónde queda el aula seis?
Volteo hacia a él lentamente porque mi concentración está en encontrar a Jennie, pero cuando lo hago me quedo de piedra. El también retrocede de un salto por el impacto. Es mi versión juvenil, mi yo de dieciocho años. En cuanto nuestras miradas se cruzan, un fuerte dolor impacta mi cerebro obligándome a cerrar los ojos con fuerza y encogerme de sufrimiento. Poco a poco el dolor me abandona, el fuerte silbido también desaparece. Cuando abro mis ojos el otro Thomas ya no está. ¿Qué diablos...? ¿Lo imaginé? Me estoy volviendo loco igual que mi ex esposa, sí...
Apenas avanzo unos pasos para encontrar a Jennie frente a mí, levanta la mano para saludar. ¿Ya me recuerda? Un momento, ¿trajo una ropa de cambio? Ni si quiera me deja pensar porque corre hacia mí y se cuelga de mi cuello.
—Cariño, ¿has pasado mala noche? —pregunta empalagosa—. Te ves demacrado y más viejo. —Fija su mirada en mi cabello al que acaricia con cariño—. ¿Has cambiado de corte?
¿Qué está pasando? No puedo decir ni pio, solo me dejo arrastrar por ella a no sé dónde.
Me lleva al cafetín, pide dos postres de pudín de chocolate, nuestros favoritos. No puedo dejar de contemplarla, no sé qué está pasando, pero verla tan feliz, tan enérgica y cariñosa me hace recordar el por qué me enamoré de ella. Es como si hubiese vuelto a ser la misma de antes, la mujer de la que me enamoré.
—¿Qué te pasa cielo? —me pregunta fingiendo una voz más dulce—. ¿Por qué no has probado tu pudín? ¿Quieres que te consienta? De acuerdo. —Toma un poco del postre en su cuchara para luego meterlo en mi boca.
Me invade profundamente la nostalgia. Estoy reviviendo o viviendo los mejores años de mi vida. Ya me había olvidado cuanto solía amar a esta mujer.
Después de la comida nos dirigimos hacia un área verde, ella se sienta bajo un árbol y me obliga a recostarme sobre sus piernas. Acaricia mi cabeza. Suelto uno que otro suspiro. Hace tiempo que no sentía tanta paz. Desprevenidamente mi corazón empieza a latir cada que ella se acerca a depositar besos por toda mi cara. No puedo evitar guiar su boca a la mía y poseerla como loco desesperado. Esta es, esta es la mujer que me enamoró, la que yo amo. ¿Por qué cambió? ¿Qué le hizo cambiar? ¿Por qué dejó de amarme?
—¡Jennie! —grita alguien haciendo que nos separemos.
No puede ser... otra vez es mi yo joven. Ni bien nos miramos vuelve a pasar lo de antes, el dolor de cabeza y el zumbido. Al abrir mis ojos aparezco en otro lugar, en la casa de mis padres... ¿Qué está pasando...?
La puerta se abre de golpe, una vez más es mi yo joven. Sospecho que cada vez que cruzamos mirada me pasa lo de antes, así que me escondo detrás de los arbustos del jardín.
Jennie sale tras de él con lágrimas en los ojos.
—¿Crees que es fácil para mí? —le increpa llorando—. Solo tenemos veinte años, y aún no hemos terminado la carrera.
—Tenías que cuidarte Jennie, es tu culpa.
—¿Qué? ¿Cómo puedes decirme esto Thomas?
—No me quiero casar, no quiere ese bebé que llevas en tu vientre.
No puedo soportarlo más, salgo de mi escondite y le atraco por la espalda. Thomas joven es un grandísimo imbécil. Desde el suelo me mira con los ojos prendidos en fuego, pero al hacerlo al instante me transporto a otro lugar.
Creo que estoy en la casa que compartía cuando estaba casado con ella, la que nos regaló nuestros padres. Los ruidos extraños provenientes de nuestra habitación matrimonial me hacen dirigirme hacia allí. La puerta está entreabierta. Intento entrar, pero retrocedo al instante al notar qué está pasando. Prefiero ir a la habitación de mi hijo. Lo encuentro dormido plácidamente. Tan indefenso, tan tierno... ¿fue así de pequeño cuando nació?
Quiero dormir, pero no puedo, las horas transcurren lentamente, hasta que escucho el llanto de Fabricio. Voy con él, pero me escondo cuando veo a Jennie entrar a su habitación, lo carga y le da de lactar. El resto de la noche es igual, solo ella atiende al niño, aunque le pide numerosas veces que él la ayude, mi yo joven es tan egoísta que se excusa en su cansancio. ¿De verdad actué de esa manera?
Al día siguiente Jennie se hace en mil pedazos para preparar el desayuno, atender al bebé, y despertar a Thomas joven para la universidad. Es increíble cómo logra hacer todo eso ella sola.
—Thomas —le habla mientras hace eructar a Fabri.
—¿Mmm? —Ni siquiera la mira, solo se dedica a ver quién sabe que en su celular.
—Quiero volver a la universidad.
—¿Y quién cuidará al bebé?
—Podemos dividirnos, puedes llevar clases nocturnas.
—No seas egocéntrica Jennie, ya estoy lo suficientemente cansado para llevar clases nocturnas.
No puedo evitarlo más, lo enfrento, pero mi impulsividad solo hace que me transporte a otro tiempo.
Estamos en la misma casa, pero esta vez ambos están discutiendo. Ella no deja de sollozar, los ojos de él están llenos de furia, su mandíbula marcada la tiene tensa a punto de estallar. Ella se ve tan pequeña frente a él que tengo ganas de protegerla.
—Ya no te soporto, no eras la misma, has cambiado demasiado Jennie, no eres la persona con la que me casé. Quiero el divorcio. —Besa la frente de Fabricio y abandona la casa.
En cuanto sale ella se deja caer para llorar. Me duele, me duele terriblemente su sufrimiento. ¿Por qué? ¿Por qué le hice tanto daño? Yo, yo he matado a la mujer que ella solía ser en el ayer, yo soy el culpable de que ella se vuelva triste y solitaria. Fui yo quien la destruyó.
Un terrible dolor se instala en mi cabeza, se siente horrible. ¿A dónde iré ahora?
Cuando abro los ojos aparezco nuevamente en mi sofá. Es mi oportunidad, mi nueva oportunidad.
Marco el número de Jennie varias veces, debe estar realmente enfadada conmigo, y si me odia no podría culparla.
—¿Qué quieres? —contesta apática.
—¿Dónde estás? Necesito hablar contigo.
—Haciéndome una ecografía, pero no creo que sea de tu interés.
—¿Estás con el obstetra que atendió el embarazo de Fabricio?
—Sí.
No digo nada más, inmediatamente me encamino al consultorio. Aunque la recepcionista intenta detenerme, no le hago caso e interrumpo en el cuarto. Lo primero que veo y escucho es el corazoncito del bebé. Me es imposible no derramar unas cuantas lágrimas, por todo, por ella, por mi hijo, y por el que está por nacer.
—¡Papi! —chilla Fabricio al verme.
Jennie y el doctor fijan su mirada en mí, la primera está atónita. Y a pesar que tengo miedo, me abalanzo a ella y la estrecho con todas mis fuerzas.
—Perdóname cariño, perdóname por haberte hecho tan miserable. —Mojo su hombro con mis lágrimas—. ¿Por qué siempre sufriste en silencio cuando estaba siendo un canalla contigo? Perdóname por favor, y dame una oportunidad. Prometo no fallarte otra vez, prometo cuidar de este bebe como no lo hice con Fabri, prometo ser el hombre que mereces.
Mi niño se une a nuestro abrazo, puedo sentir sus manitas colgadas de mis piernas. Me separo con lentitud para ver a Jennie, también está llorando.
—Eres un grandísimo imbécil, ¿lo sabes?
—Lo sé —sollozo.
Cargo a mi hijo para unirlo al abrazo que vuelvo darle a ella.
Relato inspirado en la canción Yesterday delgrupo británico, The Beatles.
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