Hopelessly devoted to you
Londres.
Si lord Garrett Morrison hubiese sido comparado con un animal, en efecto, habría sido un gato. No se trataba únicamente de sus rasgos felinos, ni sus movimientos gráciles; su forma de ser lo definía como tal.
Lady Roseanne Pearson también había pensado lo mismo cuando lo conoció en aquella temporada donde fue presentada ante la sociedad. Le había llamado la atención su destreza para tocar el piano y su talento innato para la música.
Cierta cantidad de debutantes habían puesto su atención en él, y derrocharon de su coquetería sutil para seducirle, pero él no había concedido el honor de una pieza de baile a ninguna. De hecho, Roseanne había sido la única privilegiada en sentir su aroma de cerca. Sin embargo, no por voluntad propia, sino por obra y gracia de su hermano Harry.
—Buen amigo mío —había dicho él palmeando el hombro de lord Morrison—, te presento a mi honorable hermana, lady Roseanne Pearson.
El nombrado sostuvo su mano y, sin desviar su penetrante mirada de los ojos azules de la jovencita, depositó un cálido beso. Lady Pearson tembló ante su contacto; a pesar de la tela del guante, fue capaz de sentir sus labios calientes.
—Un placer —dijo con su voz gruesa y sugerente—. Lord Garrett Morrison, a su servicio.
Aunque cabe destacar que, "a su servicio", era pura cortesía. Todo aquel que lo conocía, sabía perfectamente que no estaba al servicio de nadie. Pocas eran las personas de las podían gozar de su afabilidad. Y una de ellas, lord Pearson, un viejo amigo.
Roseanne se preguntó la razón del porqué siendo amigo de su hermano mayor, no lo había conocido antes...
Lord Pearson posó su mirada en una de las jovencitas debutantes, la señorita Florence Woolf; una jovencita encantadora de hermoso cabello castaño. Tenía pensado invitarla a bailar, pero antes tenía que encargarse de su hermana.
—Querida —apuntó tomándole cariñosamente la muñeca—, lord Morrison anhela profundamente que le concedas el honor de esta pieza.
El aludido enarcó las cejas; su amigo sabía que no le gustaba esos eventos, y mucho menos menear los pies, pero al comprender sus intenciones, no hizo más que sumarse a la buena causa. Lord Pearson tenía intenciones de casarse y había que apoyarlo. Fingiendo una encantadora sonrisa, recibió la mano de lady Roseanne.
Por ser una dama inteligente y suspicaz, Roseanne se dio cuenta, pero fingió no hacerlo. De cualquier modo, accedió a bailar con él un vals del no hace mucho fallecido, Beethoven.
Él era ligero y vanidoso como un gato. Su cabello azabache brillaba bajo las luces de las lámparas; Roseanne tenía la sensación de que si lo acariciaba, lo sentiría sedoso. Su piel era tan pálida como la suya, aunque menos cremosa.
No charlaron demasiado; saltaba a la vista que él no era demasiado conversador, era más bien reservado. Se limitaron a preguntarse por su comodidad, aunque ella logró obtener información de la pregunta que le venía carcomiendo la cabeza. Casi al terminar la pieza, supo que no lo había conocido porque él había estado fuera del país una larga temporada.
El resto de la velada, lady Pearson había sido invitada a bailar por distintos caballeros, incluso por el ilustrísimo Vizconde de Portman, pero ella no tuvo más ojos que para lord Morrison. Le intrigaba su aura cargada de misterio y su inquietante modo de ser.
En algunas ocasiones habían intercambiado mirada mientras ella se sostenía del hombro de su aleatorio acompañante, aunque era consciente que él no la perdía de vista por hacer de chaperón, en reemplazo de su hermano que, estaba en la tarea de encantar a la señorita Woolf.
Lady Roseanne Pearson prácticamente había sido declarada como la perla más preciosa de la temporada. No eran únicamente sus ojos azules y su cabello rubio, se trataba de su encantadora personalidad, sus buenos modales, su prestigioso apellido y, por supuesto, su generosa dote. Todas las madres de los caballeros la deseaban como su nuera, y ellos como su esposa. No tendrían suegra con quién reñir. Los herederos Pearson habían perdido a sus padres a temprana edad debido al tifus.
La siguiente mañana, la mansión Pearson estuvo llena de pretendientes. Roseanne intentó atender a cada uno bajo la supervisión de su vieja institutriz, pero estaba cansada y un poco ansiosa. Cada que el mayordomo anunciaba al siguiente caballero, sus ojos esperaban visualizar la modesta silueta del hombre que le había robado el sueño, pero se desilusionaba al no verlo.
—¿A quién espera, milady? —le preguntó su institutriz.
Pero ella negó con una sonrisa.
Cerca del medio día pidió que despacharan al resto de caballeros; se alisó el vestido rosa de seda, dispuesta a marcharse a sus habitaciones. Finalmente se había dado por vencida. Él no vendría... Había alojado una pizca de esperanza de haber captado su atención. Qué tontería...
Ya había llegado a las escaleras, cuando el mayordomo la llamó respetuosamente.
—Lord Garrett Morrison pide audiencia, quise despacharlo, pero insiste en quedarse.
El corazón le latió a toda velocidad. Entonces si había ido...
—Hazle pasar.
Él mantenía la misma expresión desinteresada del día anterior. Lucía un encantador traje azul noche que le quedaba escandalosamente perfecto.
No importaba que no le llevara ningún presente, de todos modos, iba a regalarle a los empleados los ramos de flores que le habían traído el resto de pretendientes.
—Es grata su presencia milord —saludó animosa, aunque quiso ocultarlo—. No hay problema en que no haya traído un ramo de flores, son demasiado comunes.
Garrett frunció el entrecejo.
—No sabía que a su hermano le gustase las flores.
Roseanne palideció.
—¿Acaso viene a buscar a mi hermano?
—¿A quién más podría ser? —Sonrió con sorna—. ¿Tal vez milady pensó que la buscaba a usted? —punzó elevando las cejas burlonamente.
Ella quiso estrangularlo en ese mismo instante. De modo que no solo era un tipo frío y cínico, sino que también poseía un oscuro humor.
—Me temo que tiene que volver por donde vino, milord —atacó con fingida cortesía—; mi apreciado hermano ha salido desde temprano a cortejar a la señorita Woolf.
—Así que no pierde el tiempo —susurró más para sí—. De cualquier manera no puedo volver, lo esperaré aquí; si no le disgusta, por supuesto.
"Por supuesto que me disgusta", estuvo a punto de contestar Roseanne, pero se mordió la lengua.
Desde entonces empezaron sus riñas y sus interminables disputas. Como era de esperar, él visitaba a su amigo con frecuencia, y poco fue ganando la confianza de lady Pearson; más para martirizarla que para alabarla. Él jamás la trataba como a una frágil dama como debía haber sido, porque no lo era. Pocos conocían de su terrible temperamento y su fatídico mal humor en sus días grises. Ni se imaginaban que tenía la lengua rápida para no dejarse amedrentar por nadie, mucho menos de él. Le encantaba que le respondiera al pie de la letra, aunque su hermano la riñera, pero había terminado dándose por vencido.
Lord Pearson había contraído matrimonio con la señorita Woolf, que pasó a tomar su apellido. Era paciente y demasiado tranquila en comparación de su cuñada.
De su feliz matrimonio había nacido la pequeña Susana, dulce y tierna como ella.
Algo que no podía comprender Roseanne, era la dualidad de su amigo-enemigo lord Morrison; se mostraba hosco y reacio al cariño, frío y distante, pero en cuanto tenía a su pequeña sobrina en brazos, su expresión cambiaba. Susana era una niña tímida, pero con él reía y hablaba sin parar. Él le hacía mimos y chucherías, y en algunas oportunidades le enseñaba a tocar el piano.
Seguía siendo un misterio, a pesar de los años.
Ella prácticamente había sido declarada una solterona, aunque por voluntad propia; a sus veinticinco años ya debía estar casada y con dos o tres hijos, pero sus pretendientes se habían cansado de insistir al pedir su mano; el único que no perdía la esperanzas, era el vizconde de Portman que, aseguraba amarla con locura. Pero ella se había enamorado completamente de lord Morrison; amaba sus silencios, su mirada desinteresada, su risa sosegada y sus repentinos cambios de humor. Incluso sus ataques de ansiedad, que terminaban pagando sus inocentes uñas pulgares, quedando lastimadas y quebradas cuando él las mordía sin darse cuenta, mientras componía una canción.
Le gustaba cuando se mantenía serio, o cuando se le daba por hablar sin parar y hacer bromas veteranas. No le importaba que él no sintiera lo mismo; a veces la razón le decía que no echase a perder su vida esperando por él, que se casara y formara una familia, pero jamás se sentía capaz. Y, para bien, su hermano Harry, jamás la obligó a contraer matrimonio; claramente era conocedor de los ocultos sentimientos de ella hacia su amigo Garrett. Y, por supuesto, había intentado incitarle a tomar la mano de su hermana.
—Ya rondas los treinta —le había dicho—, ¿no es momento de tomar una esposa? ¿Quién mejor que mi querida hermana? Te dará unos hijos preciosos, y sumamente inteligentes. Si heredan tu talento para la música, serán un claro prodigio.
Lord Morrison se imaginó a un par de muchachitos rubios corriendo por toda su casa. Sin poder evitarlo, sonrió ligeramente.
—Es muy probable que tu hermana me estrangule antes de permitirme engendrar a mis hijos.
Harry se soltó en carcajadas, él más que nadie conocía del mal temperamento de su hermana. Aunque cabía destacar que su amigo la provocaba con claras intenciones de verla estallar, se divertía a su cuesta.
Su semblante se enterneció cuando su delicada esposa entró con su pequeña de la mano. La niña corrió a sus brazos y luego reclamó los brazos de Garrett, quién la recibió sonriente.
—Querida, despídete de tu padre, y de lord Morrison, es hora de tu siesta.
La pequeña Susana obedeció y tomó la mano de su nana, para desaparecer por las escaleras.
Prontamente lady Roseanne se unió a la velada, no dejaba de quejarse del artículo publicado en la mañana. Había esperado por meses el regreso de su autor preferido, pero aseguraba que había perdido totalmente el encanto.
Su cuñada le tomó cariñosamente de la mano.
—Querida, es mejor dejarlo de lado. Si te enfadas con frecuencia, tu precioso rostro se verá lleno de arrugas.
—Lady Pearson —intervino Garrett—, me temo que su sugerencia ha llegado demasiado tarde. Lady Roseanne fácilmente podría ser confundida con una uva seca. Ella nació enfadada con el mundo entero.
—Milord —le riñó de vuelta, aunque no pudo evitar reír.
Las mejillas de Roseanne se tiñeron de rojo, él había logrado fastidiarla, aunque ya estaba acostumbrada a sus pullas.
—Rose —la llamó cariñosamente su hermano—, ¿por qué no nos cantas algo?
Lady Roseanne era una soprano innata, tenía una habilidad exquisita para la ópera. Era una lástima que su posición social no la dejara desarrollarse como tal, pero en la calidez e intimidad de su hogar, podía brillar como quería.
Inmediatamente se puso de pie; cuando se trataba de cantar, no había poder humano que la detuviera.
—Recientemente he aprendido una canción escocesa —dijo animada—, la he estado practicando incansablemente. Milord, ¿me acompaña con el piano?
Garrett se puso de pie.
—Bueno, ha llegado el momento de retirarme; esto nos lleva al final de la velada. Es una lástima que no pueda cantar, será para una próxima.
Roseanne no pudo contenerse más y le lanzó el cojín más cercano a la cabeza.
—Quiere volverme loca, ¿no es así?
Lord Morrison rio en medio del caos al igual que el resto.
—¡Ay, solo era una broma!
Mientras reía enseñando las encías, se sentó junto al piano, y recibió de manos de su amiga-enemiga, la partitura.
Cuando no estaban peleando, él tocaba el piano para ella. Hacían un dúo encantador en la música. Él la miraba embelesado cuando fácilmente ella alcanzaba los agudos. Pero cuando ella miraba en su dirección, él rápidamente volvía la mirada al instrumento.
Inequívocamente, lord Morrison consideraba a lady Pearson una opción acertada para el matrimonio, la imaginaba cantando desde el amanecer hasta al anochecer, en cada rincón de su casa, organizando veladas, o riñéndolo por cualquier tontería. El estaría encerrado en su estudio privado componiendo una que otra melodía, pero entonces ella irrumpiría en su soledad y le obligaría a acompañarla, porque detestaba más que nada estar sola. No importaba cuanto él la martirizase, ella siempre se deleitaba con su compañía.
Mientras interpretaba "serenade" en la privacidad de su hogar, se imaginó una vida junto a lady Roseanne. Creyó que esa melodía iba bien con ella, dulce, tentadora y apasionada... Se la imaginó de mil formas. Y, al mismo tiempo, se preguntó en qué, o quién estaría pensando Franz Schubert cuando la compuso, ¿tal vez en una mujer? ¿Tal vez en su amante? Así como él había compuesto muchas melodías en honor de Roseanne.
Hace tiempo que había querido desposarla, pero su actual condición no le permitía acceder a ese anhelo. La fortuna de su familia se había esfumado al intentar salvar a su hermano mayor de las garras del vicio y la adicción. Lo persiguió hasta América, y pagó sus innumerables deudas hasta quedarse sin un solo chelín. Todo para nada. Él decidió seguir hundido en las escombras hasta acabar con su vida. Si eso hubiese sucedido en su nación, su nombre en la nobleza habría desaparecido. Pero únicamente eso le había quedado tras volver a su tierra, el apellido y el estatus. Le había tocado trabajar arduamente hasta recuperar sus bienes. Ya se encontraba económicamente estable, pero aún faltaba mucho para recuperar su estilo de vida anterior. Intentaba surgir mucho más en la música, aunque lo hiciese de forma anónima, porque así le era más cómodo. Ya había vendido muchas de sus composiciones, y esperaba vender más.
Tenía planeado pedir la mano de lady Pearson cuando llegara a la cima, para poderle dar el estilo de vida al que ella estaba acostumbrada. Con su dote podría recuperarse fácilmente, pero no quería tocar ni un solo chelín de ella.
Ya falta poco... Se decía a diario, y en el fondo sabía que ella lo esperaría...
A la mañana siguiente, el mayordomo de lord Morrison, le alcanzó el diario matutino. Aún llevaba sus ropas de dormir, cuando se desperezó para leerlo. Bebió un sorbo de café, pero al instante la escupió cuando leyó la alarmante portada.
"Escándalo en la prestigiosa familia Pearson".
En la oscuridad de la noche, lady Roseanne Pearson, fue descubierta en sospechosas charlas junto al Vizconde de Portman...
Sus ojos oscuros siguieron las líneas del artículo repleto de rumores afectando el honor y prestigio de Roseanne. El mundo se le vino encima, no quiso imaginarse como estaría ella. Tendría que casarse con aquel vizconde para salvar su reputación y su honor.
Hecho una furia se lavó y se cambió. No esperó al cochero, él mismo puso en marcha a su carruaje hasta la mansión Pearson. En las mismas entró a la mansión, pero detuvo sus zancadas cuando se encontró cara a cara con el vizconde de Portman. Cerró los puños para evitar estamparlos en su cara larga.
El insulso le saludó con una sonrisa cínica.
—¿Qué hace tan temprano por aquí? —le preguntó.
—Vengo a ver a lady Pearson —contestó Garrett sin dejar de apretar sus puños.
—¿A mi futura esposa? ¿Sabe usted que he venido a arreglar nuestro matrimonio? Por lo tanto, he de pedirle que no se reúna más con ella, no es adecuado.
El vizconde disfrutó cada expresión del rostro de su oponente. No importaba que lady Pearson tuviera sentimientos por él, de todos modos, sería únicamente suya.
Lord Morrison evitó gastar energías en vano; lanzándole una gélida mirada, siguió su camino. Una de las empleadas le dijo que la encontraría en los jardines. Cuando lo hizo, se le estrujo el pecho al verla tan destruida, nunca la había visto así. En silencio se puso a su lado.
Roseanne quiso desaparecer cuando lo vio. Había estado evitando llorar, pero al verlo, se le humedecieron los ojos.
—Milady, ¿acaso va a romper a llorar? —la fastidió.
Ella siempre lloraba cuando le preguntaban si estaba llorando, no podía evitarlo, y él lo sabía muy bien.
—¿Acaso viene a burlarse de mí? —gimoteó—. Debe pensar que soy la mujer más ridícula del mundo. He evitado casarme todo este tiempo, pero por un descuido mío me han atrapado. Búrlese de mí todo lo que quiera, ya estoy acostumbrada. Usted siempre...
Se detuvo cuando sintió los brazos cálidos de él, apretarla contra su cuerpo. Se quedó pasmada, era la primera vez que él la abrazaba. Con cariño le acarició la cabeza, y luego la espalda. Roseanne no supo qué decir. Él se separó para secar sus lágrimas con sus pulgares. Acunó su rostro y le acarició las mejillas.
—¿Qué fue lo que pasó? —le preguntó susurrando.
—Fue una trampa; anoche recibí un mensaje suyo pidiendo verme a solas. Me pareció extraño, pero accedí. Cuando fui, apareció lord Portman en su lugar y, repentinamente, aparecieron más personas. Entonces comprendí que lo había planeado para atarme.
—Maldito bastardo —masculló.
—Las noticias no tardaron en salir hoy en la mañana, seguramente patrocinado por el vizconde. Vino y habló en privado con mi hermano. ¿Qué voy a hacer?
El continuó acariciando sus mejillas que, se tornaron calientes bajo su tacto. Probablemente se sentiría impotente. Nadie tenía derecho a enfadarla más que él.
—¿Cómo se le ocurrió a milady que yo la citaría en la noche, poniendo en juego su reputación? ¿Acaso se dejó llevar por la excitación de verse a solas conmigo? —Sonrió de modo perverso.
Roseanne arqueó las cejas. Pronto un tenue color rosáceo cubrió su rostro.
Aunque se avergonzara, era cierto, se había vuelto loca cuando recibió el mensaje, se dejó llevar por sus sentimientos sin pensar en las consecuencias. De modo que lord aprovecharía eso para jactarse.
—¿Cómo puede burlarse de mí en un momento como este? No es así como piensa, pensé que era algo grave. Pero usted se deleita en mi sufrimiento y...
Él ya no la escuchó más, su mirada se clavó en su boca, sus labios rojos y puros. Esa boca pequeña que hace tantos años se había contenido por poseer. Dando rienda suelta a sus deseos, la atrajo hacia él, y la besó.
Lady Roseanne se calló inmediatamente, se quedó estática sin poder asimilar lo que estaba ocurriendo. Entonces él sentía lo mismo... Las lágrimas empezaron a florecer una vez más, lágrimas de felicidad, lágrimas de amor... La situación era terrible, pero, aun así, se sentía inmensamente feliz y capaz de luchar contra lo que sea.
No supo cómo responder a sus experimentados besos, a su boca caliente y sensual. Él la besaba, pero ella no sabía cómo mover los labios. Con mucha diligencia, él aminoró el ritmo, y le enseñó como corresponder a su avidez. Por primera vez, la sintió frágil y quiso protegerla del mundo entero.
Con ternura él se separó y le besó la frente.
—Nunca te dejaré en manos de ningún otro hombre, Rose —le dijo con la voz ronca.
—¿Qué hará, milord?
—Si es posible, le retaré a un duelo.
Como era de esperarse, ella se horrorizó.
—De ninguna manera dejaré que corra peligro, prefiero casarme con el mismo diablo que a permitir que se dañe una sola hebra de su cabello.
Lord Morrison sonrió satisfecho.
—¿Es un castigo para usted o para el diablo?
—¡Milord! —Le golpeó el pecho, pero él sostuvo su mano y la besó.
—Dígame, ¿quién más podría soportarla si no soy yo? Estoy seguro que, a una semana de su matrimonio, el vizconde la devolverá a su hermano.
—¿Va a continuar fastidiándome?
Por supuesto que él no se detendría.
—El cree amarla, pero no la conoce ni un poco; jamás se imaginaría que manda a rodar al primero que se le cruza si está de mal humor. Que detesta los días lluviosos, y que bebe leche para poder conciliar el sueño.
Ella no pudo creer que él supiera esas pequeñas cosas.
—Milord...
—Iré a hablar con su hermano.
Roseanne asintió sintiéndose más tranquila.
En la puerta del estudio de su amigo, Garrett se encontró con lady Pearson; lucía preocupada.
—Está muy nervioso, nunca lo he visto así. Nuestra querida Roseanne... —sollozó.
—No tema milady, todo se solucionará. Ahora debo charlar con su esposo.
Cuando entró, vio a su amigo cabizbajo. Estaba realmente preocupado por su hermana.
—No tengo más que entregarla a ese infeliz —dijo en cuanto lo vio—, su reputación está en juego.
—Yo me casaré con ella.
El rostro de Harry era inescrutable; le lanzó una mala mirada y le dio la espalda.
—Debiste haberla tomado cuando te lo pedí; nada de esto estaría ocurriendo.
—Sabes de mi condición, sabes por qué no lo hice.
Por fin se giró para verle de nuevo.
—Bien sabes que ella habría sido feliz contigo viviendo incluso en las calles.
Aunque no era momento de sonreír, lord Morrison lo hizo.
—Lo sé, justamente por eso no quise hacerlo, ella se merece lo mejor.
—Ahora ya no hay nada qué hacer.
—Siempre hay algo que hacer —aseguró sonriendo como solo él sabía hacerlo cuando tenía algo en mente—. Confía en mí.
Lord Morrison tuvo que trabajar semana tras semana para investigar al vizconde y encontrar un defecto que le impida casarse con lady Pearson y, después de arduo trabajo, lo encontró. Lord Portman tenía un hijo, claramente ilegítimo, con una modista de Birmingham. Lo delató y lo hizo saber en el diario matutino, así como él lo había hecho con Roseanne. Un mes después contrajo nupcias con ella y la llevó a vivir a su casa como era debido.
Un año después, ambos se encontraron en la mansión Pearson disfrutando de un agradable momento. Los dos hombres practicaban esgrima, la pequeña Susana corría de un lado a otro, mientras su madre se sentaba con lentitud debido a su enorme barriga. Alentó a su esposo cuando su cuñado le prodigó un ataque lateral, aunque terminaron en empate. Vinieron sudados y llenos de suciedad, sin embargo, terriblemente apuestos; los primeros botones de sus camisas almidonadas se habían abierto.
Lady Morrison que acababa de llegar, se escandalizó al ver a su marido en semejante estado. Esperó que la siguiera al portal del amplio jardín, para reñirle.
—Pareces un niño pequeño. Jamás me escuchas. Un día de estos vas a volverme loca...
Él la calló con un vehemente beso. Para entonces ella ya sabía cómo corresponder con el mismo frenesí que él le ofrecía, volviéndole loco. Metió la mano por debajo de sus enaguas y le hizo soltar un jadeo.
Recuperando la compostura, ella se separó.
—¿Te parece bien dar fin a nuestras discusiones, siempre de esta manera?
Incapaz de mantenerse alejado de ella, le dio un beso fugaz.
—¿Acaso propones una mejor solución? —preguntó coqueto y altanero—. Es el único modo de salvar mi vida.
Entonces retrocedió para evitar ser golpeado, aunque sus manos eran frágiles y pequeñas. Riendo volvió a ella y la abrazó por la cintura. De ese modo volvieron con el resto.
—Querida, viendo a tu cuñada en cinta otra vez, ¿no se te antoja darme un heredero?
—Apenas y puedo lidiar contigo. Quiero disfrutar de nuestra vida matrimonial un poco más. Cuando tengamos un bebé, estaré tan ocupada con él que me desatenderé de ti.
—Eso suena terrible, pero, ¿no te has puesto a pensar en los rumores? El ojo de la crítica siempre está sobre ti, primero, mucho tiempo soltera, luego el escándalo con el vizconde, y ahora habrá rumores de que probablemente seas estéril por no haber concebido un niño después de un año matrimonio. ¿No te preocupa?
—¿Tú qué crees?
—En lo absoluto —contestó riendo—. Creo que no encontraré modo de convencerte.
—Dime que me amas, y lo pensaré.
—Ay, no me hagas decirlo, ya lo sabes —se quejó.
A ella siempre le gustaba fastidiarlo con eso porque sabía cuánto le costaba a él expresar su amor con palabras. No era romántico, siempre demostraba su amor de distintas maneras, pero muy poco con palabras, aun así ella necesitaba escucharlo de su boca de vez en cuando.
—¿Me amas? —Le obligó a mirarla a los ojos.
Lord Morrison se sonrojó, era extraño, pero se abochornaba diciendo palabras tiernas. No era su estilo; de todos modos, lo intentaba porque a ella le gustaba.
—Te amo más que a mi propia vida —contestó con voz profunda.
Lady Morrison lo constató por su mirada. A veces le parecía irreal que él la amase tanto...
Relato inspirado en la canción "Hopelessly devoted to you" de la cantante australiana, Olivia Newton-John.
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