Helium(segunda parte)
Me quedé congelada por un momento, luego recordé lo bromista que podía llegar a ser Charles, y me tranquilicé. Sin embargo, cuando pegó sus labios a los míos, supe que no estaba jugando. Me estaba dando mi primer beso... Entré en pánico y lo empujé. Su mirada magullada me dolió, pero no podía permitirlo, era mi mejor amigo.
—¡No vuelvas a hacerlo nunca más, ¿entiendes?! —le advertí con el dedo índice—. ¡Arruinaste mi primer beso! ¡Quería que fuera con Saúl, no contigo! ¡Te odio!
Le di la espalda y corrí con todas mis fuerzas hasta llegar a casa. Subí hasta mi habitación y me encerré en ella. Miré la foto que tenía junto a mi cama donde sonreía junto a Charles en mi cumpleaños número quince, y la hice rodar por el suelo.
Me metí a la cama con el uniforme puesto y cerré con fuerza mis ojos hasta quedar dormida. Más tarde el timbre me despertó. Papá me llamó para que bajara, seguro que era Charles, había ido a disculparse. Pero no fue así, escuché la voz de su mamá desde el primer piso.
Bajé a zancadas las escaleras, ella se veía desesperada y nerviosa.
—Pensé que Charles estaba aquí —sollozó—, no aparece.
Miré el reloj en la pared, marcaba las 10:15pm. Charles nunca le haría preocuparse a su mamá de esa manera. Le marqué desde el celular que él me había regalado, pero sonó apagado. Empecé a desesperarme.
Fuimos inmediatamente a la comisaría para poner la denuncia, pero ahí mismo nos dijeron que mi amigo había tenido un accidente. Su mamá se horrorizó, y yo me quedé congelada.
Corrimos hasta el hospital donde había sido llevado, y con la misma desesperación atravesamos los pasillos de urgencias, pero nos dijeron que había sido entrado a sala de operaciones en cuanto llegó.
Las imágenes se vuelven borrosas y confusas, pero jamás olvidaré cuando a través del cristal detuvieron la intervención quirúrgica para darle RCP, su rostro estaba magullado, casi irreconocible. Después de largos minutos, se detuvieron para anotar la hora de defunción.
Los recuerdos vienen uno tras en otro en fila, el llanto de su madre, el trance al que me metí cuando lo vi sin vida, no podía creerlo...
Las piernas me tiemblan y las manos me sudan, el dolor en el pecho que aparece cada que lo recuerdo vuelve a mí, es un sufrimiento interminable. Retrocedo bruscamente, pero rompo una maceta cuando lo hago. Me inclino hacia los fragmentos, mi mano acoge un pedazo y lo aprieto con fuerza, sigo mi instinto para lastimarme, lo único que quiero es calmar el profundo dolor que llevo dentro, y esa es la única manera. Daño mi piel, mientras mi respiración se incrementa. Estoy a punto de profundizar el corte, cuando siento que alguien se inclina hacia mí, y me lo impide.
—No lo hagas —susurra con su calmada voz—, no te lastimes, por favor.
Poco a poco me hace soltar el pedazo de maceta y me acerca a su pecho, puedo sentir los fuertes latidos de su corazón.
—Tranquila pequeña, tranquila —dice el doctor Noah.
Acaricia mi cabeza. Mi respiración se va regulando y dejo de temblar. Quiero permanecer aferrada a él por más tiempo, lo necesito mucho.
Me levanto muy temprano antes que cualquier auxiliar venga a despertarme, claro que no hay restos de medicamentos en mi interior como en mi compañera de cuarto. Dudo en contarle lo que ocurrió ayer, porque va a preguntarme cómo lo sé, si se supone que estaba durmiendo como todos. Aunque de cualquier forma Yolanda lo sabrá, porque ella lo sabe todo.
Pobre Rómulo, ¿estará bien?
Después de bañarme me ato la cola de siempre, pero repentinamente me da curiosidad mi aspecto. ¿Hace cuánto que no me veo en un espejo? No tenemos espejos en los dormitorios por precaución, pero he visto que Yolanda tiene uno escondido su mesita de noche. En silencio busco en sus cosas hasta hallarlo, es más pequeño que mi mano, pero servirá.
Me quedo anonadada cuando mi reflejo se impregna en mis ojos a través del cristal. Mis mejillas están pálidas, mis labios resecos, y mi cabello completamente alborotado. ¿Así es cómo el doctor Noah me ha visto todo este tiempo? ¡Qué vergüenza!
De la misma mesita de mi compañera obtengo su peineta e intento arreglar el desastre sobre mi cabeza. Al menos no está tan enredado como pensé que estaría. Vuelve a verse lacio, pero no sedoso como antes. En cuanto a mis labios... me paso la lengua sobre ellos para tratar de hidratarlos.
Cuando Fiona entra, se sorprende de verme lista.
Antes del almuerzo, y después del taller de pintura, vi a Martina, a Yolanda y al doctor Noah jugando ludo en el jardín. Cuándo el último notó mi presencia, me llamó para unirme al juego.
El doctor nos contaba sobre su vida en Canadá antes de venir aquí. Incluso nos confesó que había sido gordito de niño, aunque de gordito ahora no tiene nada. Se nota que entrena.
—¿Por qué decidió hacer su residencia en un país tercermundista? —pregunta de repente Yolanda sacándonos una carcajada.
Me fijo que el doctor cada que ríe con ganas, hace escándalo, pero cuando sonríe, tiene la manía de cerrar bien sus pequeños ojos, pero los abre de par en par unos segundos para volverlos a cerrar más despacio.
Tiro el dado, ya solo me falta que me salga el número uno para ganar, pero para mi mala suerte, me cae seis.
—¡Mierda! —blasfemo, frunciendo el ceño.
Ellas se ríen, pero el doctor me da un golpe amistoso con el dedo, en mi frente.
—No digas groserías.
Siento mis mejillas sonrojar. A Charles tampoco le gustaba que dijera groserías, pero nunca le hice caso.
El dado es lanzado por el doctor, y para su buena suerte, obtiene un tres, lo que le faltaba para ganar.
—¡Gané! —grita emocionado, se pone de pie haciendo caer el ludo torpemente, y se pone a dar pequeños saltitos. Parece un niño tierno.
Se despide de nosotras y se va con otros pacientes.
—Se parece al padre de mi bebé —dice repentinamente Martina.
Yolanda y yo nos la quedamos mirando consternadas. ¿Martina es madre?
—Nunca nos dijiste que eras mamá —señala mi compañera de cuarto.
Ella nos sonríe, y extiende su cabello castaño hacia el sol. Mira con melancolía hacia el cielo y suelta un sonoro suspiro.
—Soy madre de corazón, maté a mi bebé antes de que naciera.
No decimos una sola palabra, pero acompañamos el dolor que carga por dentro. No deja de sonreír, pero sus ojos delatan una profunda tristeza y culpabilidad.
Nos cuenta que quedó embarazada de un hombre más grande que ella, y tuvo que abortar a su bebé porque aún estaba en la escuela. Eso la dejó marcada y aun no es capaz de superarlo. Debió haber sido demasiado traumático.
Nos hemos acercado más a Martina después de lo que nos contó ese día. Me pregunto si al salir de aquí también seremos amigas.
¿Lograremos algún día salir de aquí?
Inconscientemente me aproximo a la oficina del doctor Noah, desde aquel día no he vuelto a venir.
Asomo mis narices hacia la puerta entreabierta para husmear, él no está.
Sin más me adentro en ella, el escritorio está lleno de papeles por aquí y por allá. Aunque la oficina está limpia, se ve que él no es muy ordenado que digamos. Pero cuida de sus plantas a perfección, todas lucen llenas de vida.
Cuando miro hacia la pared, me quedo asombrada por lo que está colgada en ella. Mi pintura que nunca fue elegida, se luce como reina y señora.
—Hay muchas emociones en ella.
Doy un respingo de la impresión. No escuché cuando él entró.
No sé qué decir, estoy sin palabras. No sé qué tipo de interés pudo haber encontrado en mi pintura cargada de colores opacos y tristes. Una sombra vagabunda, triste y fea a la vista.
Me mira fijamente a los ojos, diciéndome muchas cosas sin palabras. Sé lo que está pensando. Sé a dónde quiere llegar.
—Te hace mucha falta, ¿no es así?
La imagen de Charles viene a mi mente, su rostro magullado, su cuerpo herido... Sin aliento de vida. Vuelvo a esa horrible noche donde lo perdí. A esa horrible noche donde partió para siempre. No lloré, no grité, no pude hacer nada, simplemente entré en trance y me desconecté del mundo. Me dolía su muerte, claro que me dolía, pero no pude expresarlo. El dolor fue creciendo y acumulándose dentro de mi pecho hasta el punto de volverme loca. No tenía derecho a llorar, yo fui culpable, tenía que pagar por eso.
Ojalá y le hubiese dicho que también lo quería; él abandonó la vida herido, solo, sin mí.
El dolor y la culpa fueron tan fuertes que solo pude calmarlos haciéndome daño a mí misma. Solo conseguía liberarme lastimando mi cuerpo... Hasta que un día el corte fue tan profundo que me desmayé. Debí haber perdido tanta sangre que mi hermano tuvo que donarme de la suya para poder sobrevivir. Luego fui traída a este lugar.
No, no puedo seguir. Retrocedo para salir huyendo, pero el doctor me sostiene y me aferra a su cuerpo. Me abraza con tanta fuerza que soy incapaz de soltarme. Acaricia mi cabeza contra su pecho como la otra vez, brindándome tranquilidad.
—Nunca pude decirle que lo amaba —sollozo—. Fui tan mala amiga que ni en el último día de su vida pude decirle cuánto lo quería.
—Él lo sabía, si hubieses sido mala amiga, jamás se habría enamorado de ti. Estoy seguro que fuiste la mejor.
Me siento tan pequeña a su lado, tan indefensa... pero a la vez protegida. Por fin siento que puedo llorar. Siento que, si incluso me desgarro, él estará ahí para cuidarme. Puedo confiar en él. No es un simple doctor, es mi amigo.
—Llora pequeña, llora.
No tiene que decirlo dos veces, mis lágrimas afloran una tras otra acompañadas de sollozos. Él no deja de mantenerme bajo el calor de su abrazo. No le importa que moje su pecho con mis lágrimas. Lloro con todas mis fuerzas, después de tanto tiempo, por fin puedo llorar la muerte de mi mejor amigo.
No creo que podría avanzar sin la ayuda del doctor Noah, se preocupa tanto por mí que me hace sentir protegida en este lugar. Antes de él, rocé el infierno, cada día era un martirio, pero ahora es distinto, es confortable.
Cada vez que habla mueve las manos y gesticula con distintas expresiones. Le encanta el arte moderno y el hip hop. Es un mundo completo, siempre encuentro algo nuevo que conocer de él.
Muerdo el pastelillo que me guardé del almuerzo, mientras le escucho improvisar, tiene mucho talento, podría haber hecho una carrera en eso si no fuese médico. Me alegro de que lo sea, de otro modo jamás le habría conocido. Me rescató del pozo donde estaba metida.
El pastelillo se me resbala de las manos. Con tantas ganas que tenía de comerlo... Me enfado, estoy a punto de decir una grosería, pero recuerdo que a él no le gusta, así que la suelto en inglés.
—¡Shit!
El deja de rapear para mirarme indignado.
—Por si no lo sabes, el inglés es mi idioma natal —advierte para luego soltar una carcajada—. Eres muy ingeniosa.
Me río también y retomo la caminata.
Encuentro a Yolanda mirando hacia el techo, se ve pensativa y distante; aun así, me recuesto junto a ella.
—¿Te imaginas que nosotros fuésemos producto de la imaginación de un demente? —suelta al aire.
Su repentina pregunta me hace cuestionarme una vez más la razón del por qué está aquí. No sé si me conteste, pero me arriesgo a indagar.
—¿Por qué motivo te internaron?
Suelta un suspiro y busca mi mirada.
—Porque soy lesbiana.
Me horrorizo, no por sus gustos personales, sino por el motivo de su encierro.
—¿Quién en su sano juicio te encerraría por eso?
Sonríe con rencor.
—Soy hija de un reverendo.
—¿Imbécil?
Ríe con tantas ganas que incluso se le sale lágrimas de los ojos.
—Reverendo imbécil —murmura con gracia—. Es imbécil, pero también un reverendo, y piensa que su hija está endemoniada o loca por ser lesbiana.
—Pero, ¿cómo el director permite que estés internada por ese motivo?
—Es un devoto religioso, un fariseo como mi padre.
De verdad me resulta increíble, sabía que este lugar era aterrador, pero no tanto.
—Y supuestamente, ¿cuál es tu diagnóstico?
—Confusión aguda, aunque ahora ya debe ser crónica.
—¿Existe eso?
—No hay nada que no exista en la medicina.
Me quedo perpleja, nosotros estamos internados aquí, pero hay cada loco suelto allá afuera...
—¿Por qué no mientes para salir de aquí? Puedes hacerle creer a todos lo que tú quieres que crean.
—Estoy esperando que mi novia sea dada de alta.
Mis ojos se abren de par en par.
—¿Tienes una novia aquí? ¿Quién es?
Sonríe con ternura.
—Thalía.
Voy a desmayarme por tanta información. Mi mandíbula puede rozar el suelo si sigo enterándome de más cosas.
Yolanda me cuenta como se acercó a Thalía antes de mi llegada, y como fueron naciendo los sentimientos entre ambas. Se debió haber reído a mis espaldas cuando intenté defenderla de ella aquella noche de cine. Vaya que saben esconder lo suyo, jamás me lo habría imaginado.
Me dirijo lo más rápido posible a la oficina del doctor Noah. ¿Para qué me habrá llamado?
Le encuentro tecleando en su computadora. El sonido de la puerta al cerrarse tras de mí logra captar su atención. Inmediatamente me sonríe.
—Ven Nicole, siéntate.
Le obedezco.
—¿Qué sucede?
—Tengo buenas noticias para ti pequeña. —Se quita las gafas para guardarlas en el bolsillo de la bata—. Es posible que te den el alta.
—¿Eh?
En otra ocasión habría sido inmensamente feliz. Después de tantos meses podría salir de aquí y ver a mi papá y a mi hermano. Pero, ¿por qué no siento una pizca de alegría? La respuesta es simple: él. Si salgo de aquí no lo veré más, solo estando aquí puedo verle todos los días, escuchar su confortable voz y escuchar sus consejos. Necesito de él para estar bien, pero no lo sabe.
Se retira de su escritorio y se aproxima a mí. Gira mi silla y se inclina en cuclillas para verme a los ojos. Su mirada es cálida, aunque sus rasgos son duros como lo era de Charles. Pienso que mi amigo se vería igual a él si hubiese llegado a la edad adulta, alto y robusto.
—Lo lograste pequeña. Mañana en la mañana el doctor Casas te hará la evaluación final, si todo resulta bien, podrás salir y empezar de nuevo.
No, sola no podré, lo necesito.
Nuestras miradas se quedan fijas, estáticas, ninguno de los dos parpadea. Este es el momento, mi corazón me pide que lo haga. No encontraré mejor momento para expresar todo lo que llevo acumulado en el pecho, sentimientos bonitos, todo para él.
Inclino un poco mi cabeza, temo que él retroceda, pero no lo hace, se mantiene en la misma posición. Sospecha mis intenciones...su mirada me alienta a continuar. Cuando nuestras narices se ronzan, no lo dudo más y presiono mis labios con los suyos. Siento que me corresponde, aunque tal vez sea producto de mi imaginación.
Cuando me separo, me regala una de sus tranquilizadoras sonrisas. No me arrepiento de nada, y sé lo que tengo que hacer. No puedo irme de aquí.
Muy temprano en la mañana, fui a la oficina del doctor Casas; hice lo que tenía que hacer, por ningún motivo podía dejar que me dieran el alta.
—Me temo que aún no estás lista para irte Nicole —dijo con pena.
Le habrá sorprendido mi sonrisa...
Fui contenta a tomar el desayuno, pero no vi al doctor Noah por ningún lado. Seguramente estaría ocupado.
Llega la hora del taller, pero tampoco lo veo. Fiona casi nos tira en la cara la plastilina, está de muy mal humor. Por poco y Martina le saca los ojos, pero se contiene.
Presto más atención a la interacción de Thalía y Yolanda, apenas y se hablan, pero comparten miradas cómplices.
Esparzo la plastilina sobre el dibujo distraídamente mirando hacia la ventana, ¿dónde se habrá metido?
Miro hacia Yolanda, ya casi termina su trabajo.
—Yola...
—¿Mmm?
—¿No has visto al doctor Noah?
Ella deja en paz su hoja para centrar su atención en mí.
—¿No lo sabes?
—¿Qué cosa?
—El doctor Noah renunció a su plaza aquí, regresó a Canadá...
Relato inspirado en la canción "Helium" de la cantante australiana, Sia.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro