Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 6


Camelia se integró de nuevo al trabajo al día siguiente, a pesar de que el médico le había indicado dos días más de reposo, ella no sintió que los necesitara. En realidad estar allí le hacía sentir bien, se divertía y pasaba buenos momentos con sus amigas. Y muy dentro de ella, y aunque no deseaba admitirlo, quería ver al mimo que rondaba las esquinas del hotel.

Mariana y Lauri la recibieron con alegría, le pusieron unos globos en la oficina y un cartel escrito a mano que decía: Bienvenida. A Mel le pareció exagerado, pero lo disfrutó. Cerca de la hora del almuerzo, las tres amigas salieron rumbo a la pizzería, entonces vieron a Ferrán, maquillado y disfrazado como siempre, quien se acercó a ellas y sin hablar, comenzó a seguirlas y remedarlas.

Las chicas reían sin parar, y él también parecía divertido. Luego, justo antes de que ingresaran al local, él se detuvo frente a Mel y le cubrió el paso. Ella se quedó allí y puso los ojos en blanco, Ferrán colocó los brazos en jarra y el torso para atrás, frunció las cejas y los labios para mostrar un gesto exagerado de enfado.

—No puedo creer que seas el hombre que ayer nos estaba hablando de usted —dijo Lauri en tono desenfadado—. Vamos, Ferrán, dinos algo —bromeó.

El hombre negó con la cabeza e hizo una mímica como si se cerrara una cremallera en la boca.

—¡No puedes ser tú! —exclamó Lauri—. No me lo creo —afirmó.

—¿No me vas a dejar pasar? —inquirió Mel intentando pasarle por un costado.

Ferrán negó. Luego hizo un gesto con su mano como señalando su brazo enyesado y otro que parecía esperar una respuesta.

—¡Ah! ¿Esto? Es que un loco me chocó —dijo Mel—, por eso traigo este yeso —añadió.

Lauri y Mariana comenzaron a reír.

—¿Era eso lo que querías saber? —inquirió Mel con tono inocente.

—¿Les está molestando este hombre? —quiso saber el dueño de la pizzería, que salió para ver qué sucedía en la puerta de su local.

—Para nada, es amigo nuestro —se apresuró a decir Mariana.

El dueño las miró a las tres, y luego dio una mirada de desagrado a Ferrán, quien se hizo a un lado para que Mel pasara. Las tres se despidieron con un gesto de la mano e ingresaron al local, Ferrán fingió enfado, dio media vuelta y desapareció hacia la calle.

—¡Qué extraño! —exclamó Lauri—. ¡Ese hombre es un misterio!

—¿Por qué no investigas qué hay atrás de esa máscara? —dijo Mariana mirando a Camelia.

Ella solo negó, sin embargo, su corazón latía acelerado, nunca antes había sentido tal emoción, esa alegría por ver a alguien, esa sensación de que no quería que el momento se esfumara.

Durante el almuerzo no habló mucho, Lauri y Mariana comentaban sobre algunas cosas de la oficina y sobre un adinerado huésped que se estaba alojando en la suite presidencial del hotel. Pero Mel parecía abstraída, de vez en cuando miraba por el vidrio que daba a la calle para observar a Ferrán a la distancia y ver qué hacía en las calles.

Lo vio remedar a varias personas, entregar flores, hacer reír a los niños, y luego de un rato, lo vio ir a sentarse en ese sitio en donde solía descansar, un banco justo debajo de un árbol.

—¿Quieren algo más? —inquirió el camarero sacándola de su ensoñación.

—No, gracias —dijo Mariana pasándole el dinero de la cuenta.

—Yo quisiera un jugo... para llevar —se apresuró a decir Camelia—. De naranja está bien —añadió.

Mariana la observó, de hecho, llevaba un buen rato haciéndolo, así que le guiñó un ojo cuando sus miradas se cruzaron, Mel sintió como si le hubiesen descubierto y bajó la mirada.

Salieron y caminaron de vuelta a la oficina, solo que esta vez Ferrán no se les acercó y ellas parecieron no notarlo. Bueno, todas menos Mel, que de vez en cuando giraba el rostro para ver si lo veía por algún lado. Esperó a que sus amigas ingresaran al hotel, para salir de nuevo y caminar hacia el sitio donde solía refugiarse del sol del mediodía. Y lo vio allí, de espaldas enfrascado en una conversación telefónica.

—Sí... Ahí estaré... sí, no se preocupe... —respondió—. Lo prometo... no le fallaré.

Entonces, cuando cortó la llamada, Camelia carraspeó para que él se volteara y notara su presencia.

—¿Ferrán? —dijo entonces.

—¿Qué haces aquí? —inquirió—. ¿No tienes que estar en tu trabajo?

—Yo... te traje esto... —dijo y le pasó el jugo.

—¿Cuánto oíste?

—¿Oir de qué? —quiso saber la muchacha.

—De la conversación... —añadió y observó su teléfono. Su rostro se veía alterado incluso tras la capa de maquillaje blanco.

—Nada... no oí nada...

—Yo... No debiste venir a trabajar hoy, tenías que quedarte a reposar, Camelia...

—Escucha, no te preocupes por mí, estoy bien y mi trabajo me hace feliz. Ya me voy, siento molestarte, no quise hacerlo... si es un mal momento, yo...

Camelia se sintió completamente estúpida, era obvio que a él no le agradaba su presencia y que estaba molesto por algo. De pronto, la sensación de ansiedad le regresó tomándola por sorpresa, las manos le sudaron y los escalofríos se le subieron por el cuerpo. La arena movediza, iba a tragarla... ¿Qué había estado pensando para animarse a ir hasta allí? ¿Por qué demonios lo había hecho? La Mel que siempre la regañaba y le advertía del peligro estaba enardecida, gritaba en su interior con fuerza y furia. La regañaba y le trataba de tonta, de descuidada, de irresponsable.

—¿Quieres que nos vuelvan a lastimar? ¿Eso quieres? —gritaba ofuscada.

Mel sintió que el mundo comenzaba a dar vueltas y que se mareaba.

—¿Estás bien? ¿Camelia? ¿Estás bien?

La voz de Ferrán se escuchaba lejana, pero fue lo suficientemente clara para hacerla volver en sí.

—Disculpa... debo irme —dijo Camelia con una firmeza que no supo de dónde sacó y dio media vuelta.

Ferrán la siguió.

—Perdona, por favor, perdona. Gracias por el detalle, no soy quién para decirte lo que debes hacer, Camelia... por favor, detente —pidió.

—No, está bien así, Ferrán. Cada quién a lo suyo —dijo enfática.

—Espera, por favor —añadió tomándola con suavidad del brazo.

—¡No me toques! —gritó Mel con enfado.

El rostro de Ferrán reflejó susto y asombro.

—Lo siento —murmuró.

Algunas personas se habían volteado a ver el espectáculo que estaban montando. Por lo que Camelia decidió que era hora de regresar a su puesto de trabajo antes de que la arena movediza la tragara por completo.

Ferrán se quedó allí, haciendo gestos de tristeza para disipar las miradas curiosas de los espectadores.

A Camelia le costó volver a su centro, se encerró en la oficina y canceló algunas reuniones por lo que quedó de la jornada. No atendió visitas y esperó a que Mariana y Lauri se fueran antes de salir esa tarde. No quería hablar con nadie, les dijo que tenía trabajo pendiente.

—No te esfuerces mucho, debes reposar —dijo Mariana antes de irse, Camelia no contestó. Estaba enfadada y a la vez se sentía humillada.

¿Quién demonios era ese hombre capaz de hacerla sentir así? Se quedó un buen rato analizando sus emociones, sus sentimientos, algo en lo que era bastante experta. Camelia era una persona muy cerrada, eso la había llevado siempre a sobre analizar las reacciones de todos, los actos, las situaciones, los silencios y las palabras.

Sabía que no estaba siendo racional y eso era lo que más le molestaba, ella nunca dejaba de serlo. Pero tampoco se sentía como otras veces. En otras circunstancias se sentiría con miedo, desconfianza, susto, sin embargo, esta vuelta lo que quería era enfrentar a Ferrán y darle un buen golpe de puño por ponerla en esa situación. Ni siquiera sabía por qué, pero estaba enfadada, definitivamente era eso.

Al salir del hotel, ya estaba anocheciendo. Caminó y respiró el aire fresco de la tarde, entonces, él apareció de pronto, como si se materializara de la nada. Estaba escondido atrás de uno de los pilares que se encontraban en la entrada del lugar.

—¿Qué demonios...

Ferrán hizo un gesto de disculpas y ella negó con la cabeza, caminó hacia la derecha para deshacerse de él, sin pensar que el estacionamiento quedaba al otro lado. Ferrán la siguió, una cuadra y dos, intentando llamar su atención con mímicas, hasta que Camelia lo enfrentó.

—¡Me estás volviendo loca! Déjame en paz, por favor déjame en paz o llamaré a la policía —amenazó—. No te entiendo, y es mejor así, no tengo interés por hacerlo. Mi auto está al otro lado y por tu culpa estoy caminando en la dirección opuesta.

Dicho eso, Ferrán comenzó a reír. Camelia lo miró exasperada, pero él rio aún más.

—¡Estúpido! —murmuró antes de dar media vuelta y caminar hacia el lado por el cual había estado viniendo.

Ferrán la siguió, remedándola.

—¡Eres un ridículo! —enfatizó ella mientras seguía caminando, pero casi a la mitad de la cuadra, el enfado se convirtió en risa.

Él la remedaba y a ella esa sensación que tanto enojo le generaba, terminó por darle risa. Ferrán también rio, y por un buen rato, fue lo único que hicieron, rieron como dos locos en medio de una calle transitada por personas que le miraban raro. Algunos se contagiaban de sus risas, otros se alejaban para no pasar muy cerca de esos extraños personajes.

—¿Me dejas acompañarte hasta tu auto? —inquirió él cuando al fin se calmaron.

—Si te digo que no lo harás igual —murmuró ella intentando recobrar la fuerza del enfado, pero se había esfumado.

Hacía mucho, muchísimo tiempo que no reía de esa manera, probablemente desde el día que cumplió doce años y fue con su padre a ver una obra de teatro, una comedia. Recordó ese momento mientras caminaba en silencio al lado de aquel extraño hombre pintarrajeado de mimo, y en un fugaz instante, sintió que casi no recordaba a esa niña feliz que una vez fue, una niña cariñosa, llena de sueños y aspiraciones. Qué lejos estaba de ella ahora.

—Hoy me he comportado como un estúpido, lo sé, Camelia... pero al menos te he hecho reír —dijo él cuando llegaron al estacionamiento—. Lo siento, siento que nada sea normal... yo... tú solo quisiste ser amable.

—Está bien, está bien... creo que... podemos olvidarlo —afirmó la muchacha.

—¿Cuál es tu auto? —inquirió él.

—Yo... bueno... yo —dijo ella mordiéndose el labio. Estaba muerta de la vergüenza—. Con todo esto olvidé que hoy... vine en taxi... ya sabes, no puedo manejar con esto —añadió viendo su yeso.

Ferrán se largó a reír de nuevo, y aunque al principio Mel se sintió muy estúpida, pronto se contagió por aquella risa divertida.

—Vamos, yo te llevaré —dijo él.

—No, iré en taxi —zanjó ella una vez que se hubieron calmado de nuevo.

—No, vamos, ya está... Déjame llevarte... así hacemos las paces —insistió.

Mel suspiró, lo cierto era que se sentía a gusto con él y no tenía ganas de negarse de nuevo.

—Vamos... —añadió.

Caminaron dos cuadras más hasta donde él había estacionado y luego se subieron al vehículo. Una vez allí, Ferrán no arrancó, sacó una cartuchera blanca en la que parecía que tenía maquillajes, buscó una crema, un pedazo de algodón y acomodó el espejo retrovisor para poder sacarse el maquillaje del rostro.

Camelia lo observó. El blanco iba desapareciendo con cada movimiento, dejando su piel lisa y sonrosada a la vista.

—La metamorfosis —dijo ella con una sonrisa—. Se va el hombre simpático y aparece el caballero de época.

—¿Qué? —inquirió él con casi la mitad de la cara aún pintada.

—Nada... Cuando tienes el maquillaje pareces otra persona. Las chicas y yo pensamos que eres más divertido... Cuando no lo tienes eres más serio... o al menos así te mostraste los días en el hospital.

—Esos días... estaba un poco triste —admitió.

—Oh... Lo siento —susurró Camelia pensando que se había equivocado al decir aquello.

Ferrán siguió sacándose el maquillaje con empeño y cuando hubo terminado, guardó la crema, depositó los pedazos de algodón usados en una pequeña bolsa y se dispuso a arrancar.

—Entonces, ¿quién es Camelia? —inquirió él cuando ya había iniciado la marcha.

—Pues... nadie interesante —murmuró ella.

—A mí me parece que eres muy interesante —dijo él.

—¿Y Ferrán? ¿Quién es Ferrán? —inquirió la muchacha.

—Pues... un alma en pena —susurró él.

Camelia sintió esa declaración como si una cubeta de hielo se le cayera encima, sabía que tenía un significado profundo, pero no se atrevía a preguntarlo.

—Entonces, ¿quieres que seamos amigos? —preguntó él y ella sonrió—. Sí, ya sé, es una pregunta algo infantil, pero en realidad no tengo muchos amigos aquí y no tengo ganas de gastar energía en gente a la que no le interese mi amistad.

Camelia se sintió algo abrumada por toda esa información.

—Pensaba que alguien como tú tendría un millón de amigos —musitó.

—¿Alguien como yo? —preguntó.

—Eres sociable, eres divertido, ¡eres un mimo! —dijo.

—¿Yo sociable? ¿Yo divertido? —repitió y luego negó con la cabeza—. Las apariencias engañan, Camelia, y las personas vamos por la vida llevando máscaras... ¿Cuál es la tuya? —inquirió.

—¿La mía? —preguntó ella y se quedó pensativa—. Pues yo... no tengo ninguna —mintió.

Ferrán no respondió, dejó que el silencio se hiciera entre ellos hasta que llegaron a la casa.

—Bien... hemos llegado —anunció.

—Sí... —dijo ella, pero no se movió de su sitio.

No podía sacarse esa frase de la cabeza, era cierto, todas las personas llevaban máscaras y ese era su mayor miedo, creer en esas máscaras.

—¿Cuál es tu máscara? —inquirió.

—Soy un mimo —respondió él.

—Lo pregunto en serio... —insistió ella.

—Te contaré un secreto... Estoy en un proceso complicado de mi vida, Camelia, estoy intentando deshacerme de ellas, justamente —afirmó—. Pero a mis treinta y siete años, algunas están tan pegadas a mi piel, que ya no logro identificarlas, temo descascararme por el camino y siento que ya estoy viejo para esto.

Camelia sonrió, le agradó esa respuesta aunque no sabía bien el porqué.

—Gracias... —dijo y él volteó a mirarla.

—¿Por?

—Por compartirme ese secreto —añadió—. De alguna extraña manera me hace sentir cómoda.

—Cuéntame un secreto —dijo él y ella lo observó.

—¿Un secreto? —inquirió.

—Sí, yo te he contado uno recién. Me gustan los secretos, son tesoros que mantenemos guardados en el centro de nuestro ser, cuando se lo compartimos a alguien, es como si le estuviéramos entregando una moneda de oro, algo valioso, algo único.

Camelia sonrió, le gustaba ese concepto.

—Yo... no tengo amigos, nunca los he tenido. Lauri y Mariana son las primeras... supongo que también estoy en un proceso de cambio —admitió.

Él asintió.

—El cambio es movimiento, si no nos movemos nos estancamos —añadió.

—Ajá... ¿Te cuento otro? —preguntó la muchacha.

—Estaremos en desventaja —dijo él—, pero no puedo quedarme con la duda.

—Sí, quiero... ser tu amiga —admitió y sintió que se ruborizaba.

Ferrán hizo silencio, Mel se mordió el labio nerviosa, quería decirle que había algo en él que la llevaba a hacer y decir cosas que no estaban planeadas en el estricto guion que había escrito para su día, pero no podía, eso sería demasiado ya.

—Bien, somos amigos entonces —dijo él y sacó una nueva flor roja de su chaqueta para dársela.

—¿Cuántas de estas camelias rojas de papel tienes? —inquirió.

—Eso es un secreto que aún no te puedo decir —dijo él y ella sonrió.

—Me debes uno —añadió.

—Muy bien, pensaré en uno muy pronto.

—Adiós, Ferrán, gracias por hacerme reír —dijo ella y él sonrió.

—Adíos, Camelia, gracias a ti por hacerme reír.

Camelia se bajó del vehículo e ingresó a su edificio con una sonrisa en los labios que no pudo borrar en varios minutos, hasta que de pronto, la Mel que advertía, se apareció en su mente y la observó con mirada severa. Entonces, la sonrisa se le borró una pizca de temor, invadió su mundo. Sabía que estaba entrando en terreno desconocido. 

Disfruté mucho escribiendo este capítulo, es como si pudiera sentir a Camelia abriéndose lentamente al mundo. Espero que les haya gustado.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro