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Capítulo 36

Camelia y Ferrán llegaron a Galicia luego de varias horas de vuelo, la mayoría de las cuales aprovecharon para dormir y descansar después de una semana tan intensa.

Luego de llegar al hotel y dejar sus cosas, Mel se sentó sobre la cama con la emoción a flor de piel y observó a Ferrán.

—Dime... ¿por qué hay camelias en todas partes? —inquirió.

Ferrán sonrió. Te contaré esa historia esta tarde, luego de que firme los papeles de la casa. ¿Te parece?

—Está bien —respondió ella con una sonrisa.

—¿Quieres darte un baño? Luego lo haré yo, así nos vamos a firmar los papeles... Quiero acabar con esto lo antes posible para que poder llevarte a recorrer todo.

Camelia asintió y con una sonrisa buscó la ropa que se pondría. Mientras tanto, Ferrán se acercó a la ventana, observó las calles de su tierra, su gente, el invierno y las flores, y sintió algo que no había experimentado antes. Sintió que Abril era libre, que era feliz, que al fin él la había dejado ir. La vio allí entre esas flores que tanto amó en vida y en esa ciudad que adoptó como suya, y supo que hacía mucho tiempo, Abril era feliz.

Sonrió, si había algo que le daba temor era regresar a Galicia y que toda la melancolía del pasado cayera sobre él, pero en ese mismo instante supo que no sería así.

Un par de horas después, él y Camelia bajaron para ir a su primer destino. Tomaron un taxi, Camelia se sentía como una niña, no podía creer lo que eran esos jardines, las plazas, las calles y las flores. Cada vez estaba más convencida de que el mundo estaba lleno de misterio, de magia y de amor.

Ferrán bajó del auto y la ayudó a descender. Allí estaban ellos, frente a una hermosa casa. Él parecía un poco acongojado.

—¿Te sientes bien? —quiso saber ella.

—Salimos de aquí hace años, en circunstancias adversas. Fue doloroso, es doloroso enfrentarse a las frustraciones, a los sueños que no se cumplieron. Nunca me había animado a volver —admitió—. Toda ella está aquí... fuimos muy felices... Perdón...

—¿Por qué me pides perdón? —preguntó Mel con dulzura.

—Por hablarte de esto...

—Oye, Ferrán. Me encanta saber que fuiste amado y feliz —dijo ella tomándolo de la mano—. Me encanta conocer tu historia —susurró antes de darle un beso.

Ferrán tomó su rostro en sus manos.

—Eres la mejor persona que conozco, ¿lo sabes? —susurró.

Mel sonrió y se volteó a ver la casa.

—Y dime, ¿por qué la vendes? —inquirió Mel—. Podrías dejársela a Paloma.

—No... Es hora de crear nuevos recuerdos, de contar nuevas historias —añadió él con cariño—. Esto no es más que algo material, ya no hay nada de nosotros aquí más que un recuerdo que de todas formas quedará en nuestros corazones.

Camelia asintió, lo abrazó y lo miró a los ojos.

—Estoy contigo... te apoyo en todo lo que decidas —susurró.

Ferrán sonrió con cariño, le dio un beso dulce, le hizo una de esas reverencias que solía hacerle para que ella envolviera su brazo por el de él, e ingresaron.

Era un hogar pequeño, y a pesar de estar vacío, se sentía acogedor. Mel se imaginó a sus habitantes, parecía como si pudiese leer en sus paredes la historia de la casa. Allí Ferrán y Abril fueron muy felices, allí nació Paloma y dio sus primeros pasos, dijo sus primeras palabras, el amor estaba por todos lados en esa casa por más que en ese momento estuviese vacía.

Un hombre llegó acompañado de una pequeña familia, era una pareja con un pequeño niño de cuatro años. Se hizo la firma de los documentos, y Ferrán les entregó las llaves.

Cuando salieron de allí, él parecía algo melancólico, pero a la vez se veía relajado.

—¿Estás bien? —inquirió Camelia.

—Muy bien, mi amor, muy bien... —respondió—. ¿Estás lista para escuchar parte de mi vida y mi historia?

—Claro... claro que sí... Siempre estaré lista para saber más de ti —dijo ella con cariño.

Ferrán buscó un taxi, para luego ir explicándole algunos de los lugares por donde pasaban. Entonces llegaron a su destino, bajaron del vehículo y Ferrán la tomó de la mano.

—Las camelias llegaron a Galicia desde oriente hace muchos, muchísimos años atrás. Hay quien dice que nuestros suelos son especiales para su cultivo por lo que pronto se adaptaron y comenzaron a florecer en los jardines de las casas. Hay una gran variedad de especies, y se ha convertido a través de los años en el símbolo de la ciudad.

—Eso no lo sabía... —respondió ella—. Con razón hay tantas...

—Ahora daremos un paseo por la ruta de las camelias, donde podrás ver los jardines más hermosos, casas, castillos antiguos, paisajes de ensueños... y sobre todo camelias —comentó él y volvió a hacer una de sus ya tan acostumbradas reverencias.

Mel se encaramó a su brazo y así comenzaron el recorrido por un sitio en el cual nunca había estado, pero que se parecía muchísimo al sitio por el cual había caminado en sus sueños.

—El amor de Abril por las camelias comenzó cuando su abuelo le regaló ese libro, aunque todavía era muy pequeña y su madre no le permitió leerlo hasta que creció un poco más. La novela ha sido escrita por Alexandre Dumas, hijo, y fue publicada en 1948 si mal no recuerdo. Está ambientada en París, y según me contó Abril, trataba de una cortesana que mantenía relaciones con muchas personas importantes... Bueno, para resumirte la historia, un joven se enamora de ella e intenta alejarla de esa vida, ella también se enamora de él, pero por pedido del padre del hombre, decide alejarse. Ya sabes, no era muy bueno para su nombre que se relacionara con una mujer de vida fácil.

—Supongo que no —dijo Camelia con una sonrisa.

La felicidad que la embargaba era tan inmensa que sentía que no cabía en su interior. Le encantaba estar allí escuchando esa historia mientras admiraba la belleza de la naturaleza en todo su esplendor.

—Bueno, obviamente el hombre no lo sabía y pensó que ella lo dejaba porque no lo quería. La historia no termina bien, ella muere y él se entera tarde de que ella lo había amado siempre... El caso es que el libro lleva ese nombre porque la muchacha siempre iba con un ramo de camelias en el brazo, si eran blancas es que estaba disponible, si eran rojas es que estaba ocupada.

—Ahhh... interesante —Pensó Mel al recordar el sueño en el que Abril le decía que pronto sabría el significado de los colores de las camelias.

—Esa era la parte que se le había quedado a Abril, porque cuando era pequeña y la madre no le permitía leerlo, ella se había imaginado una historia completamente distinta. Una más romántica... qué se yo —añadió con una sonrisa—. Y es por eso que desde que comencé a hacer de mimo, repartí camelias rojas...

—¿Por qué no estabas disponible? —preguntó ella y él asintió.

—Algo así... aunque nadie lo entendiera en realidad... Era más bien un código secreto —bromeó.

Ferrán hizo silencio y la observó mientras ella se acercaba a acariciar con sumo cuidado algunas flores.

—Estas flores no tienen aroma, esa es una de sus curiosidades —dijo Ferrán—. En la novela, la protagonista las llevaba justo porque era alérgica al aroma de las otras flores —añadió.

—Sí, eso lo sabía, recuerda que eran las flores favoritas de mi abuela.

—Bien... Abril llegó aquí en pleno invierno y se enamoró de las camelias, se sintió en casa. Estas flores florecen en invierno, ella decía que eran flores fuertes porque adornaban la naturaleza cuando nadie más lo hacía, florecían en la adversidad.

—Ohh... eso no lo sabía.

—Por eso, cuando te conocí y me dijiste tu nombre, algo se encendió en mi interior —susurró viéndola con cariño—. Una camelia floreciendo en la adversidad, en la fría oscuridad de mi invierno —susurró.

Mel suspiró. Aquellas palabras la hacían sentir tan bien y ese lugar era tan perfecto y romántico, que se sentía poderosa, y más viva que nunca.

—La otra noche, cuando escuché tu historia, solo pude pensar en eso, mi amor. En una camelia floreciendo en pleno invierno, haciendo frente a la adversidad, llenando de color un jardín dormido en medio del frío... Así eres tú, Camelia, así eres tú —susurró.

Mel se dejó llevar por el romanticismo de sus palabras y del ambiente que los envolvía y lo besó con adoración y pasión.

Se alejaron con ternura y dejaron sus frentes pegadas por un buen rato, para luego tomarse de las manos y seguir caminando.

—Abril se recibió de abogada y trabajaba de sol a sol en una oficina. Un día, llegó a la casa diciendo que había renunciado, que no era posible que la vida fuera solo eso, que su alma buscaba más, que ella necesitaba experimentar aquello que la hacía feliz. Quizás en aquel entonces ya era capaz de percibir que su tiempo no sería tan largo, así que dio un vuelco completo a sus rutinas. Al principio su madre pegó el grito al cielo, incluso yo tuve algo de miedo, pero a ella no le importó nada. Abrió un vivero al que llamó La dama de las camelias y comenzó a cultivar sus propias flores. Se pasaba el día leyendo sobre las distintas especies, aprendiendo y memorizándose todo sobre ellas, la obsesión la llevó a comenzar a participar en los concursos anuales de camelias, y yo solo la seguía, divirtiéndome con sus ocurrencias y disfrutando a través de ella de aquello que la hacía feliz...

—Eso es bonito... me parece muy valiente de su parte. La admiro mucho, admiro la manera en que enfrentó sus miedos, la forma en que tomó las riendas de su vida incluso cuando todo parecía perdido.

Ferrán asintió.

—La niña crecía y los gastos también, así que yo tuve miedo de que las cosas no funcionaran tan bien económicamente. Me comencé a meter más y más en el trabajo, y la dejé a ella disfrutar de sus flores y de la infancia colorida de Paloma, a la que siempre veía con alguna camelia en el cabello o en los vestidos.

—¿Y qué sucedió luego? —inquirió ante su silencio.

—Pues ella comenzó a enfermar, llegó el momento en que ya no pudo trabajar y hubo que vender el vivero y poco a poco la vida comenzó a perder sus colores. Pero Abril estaba feliz, ella seguía como si nada, mientras el enfado me tomaba presa y me convertía en un ser oscuro, ella se despedía de la vida con la misma alegría e intensidad con la que había vivido.

—Pobre, mi amor —susurró ella y acarició su cabello con suavidad—. Me duele imaginarte sufriendo tanto —añadió y él la abrazó con ternura.

—Cuando tomamos la decisión de volver a su tierra, pues ya estaba muy enferma y su madre estaba lejos, lo único que me pidió era despedirse de las camelias y de Galicia, así que una tarde de invierno, Paloma y yo la trajimos aquí en su silla de ruedas e hicimos este mismo paseo en silencio, sabiendo que sería el último. Yo lloraba y cada tanto le prometía que volveríamos aquí, que solo era una despedida temporal, que todo pasaría —dijo con un hilo de voz—. Es que me costaba tanto aceptarlo, Camelia... Pero ella sonreía, decía que ella se quedaría siempre por aquí y que cuando yo volviera, sabría que ella era feliz.

—Oh, por Dios, Ferrán —dijo Mel sintiendo que la emoción comenzaba a ganarle.

—Yo no quería volver... Debo admitirlo, tenía mucho miedo de regresar, pensé que su ausencia aquí se sentiría todavía peor y que sería demasiado para mí, que me hundiría de nuevo en el dolor del cual tanto me costó salir... Pero hace mucho me he dado cuenta de que era yo quien no la dejaba ir, ¿tiene sentido? Estaba tan enojado que no era capaz de entender que debía soltarla... que ella donde sea es feliz... Que ya nuestra historia había acabado...

—Lo comprendo, claro que tiene sentido —admitió ella.

—Y luego llegaste tú, y me hiciste ver tantas cosas, Camelia... Me mostraste que yo aún estaba vivo, que podía volver a amar, floreciste en el invierno de mi corazón y llenaste toda mi vida de color y de calor —susurró—. ¿Tiene eso sentido?

Camelia sonrió, lo abrazó y le susurró al oído.

—Tú me viste, confiaste en mí, me escuchaste, me regalaste tu amor... y me hiciste florecer...

Caminaron en silencio un poco más.

—Tu nombre fue un susurro en mi alma, una broma del destino, una señal, como bien dijo Paloma el día que te conoció. Pero yo no quería admitirlo... aunque no podía obviar las señales.

—Ahora entiendo tantas cosas...

—Abril me dijo que un día volvería aquí con la mujer que amaba y que ella estaría feliz, que caminaría con nosotros por estas calles... Y puedo sentirla, sé que está aquí, está en las flores, está en el viento, está en los árboles...

—Yo lo sé —dijo Camelia observando a su alrededor.

—Era tan especial que se las ingenió desde el sitio donde está para hacernos saber a Paloma y a mí que sigue con nosotros... El día que tú y yo nos conocimos, no la primera vez, sino el día del accidente, era 15 de marzo... el aniversario de su muerte. Yo venía del cementerio, había pasado el día allí, llorando sobre su tumba, rogándole que me diera una señal, que me dijera qué hacer con Paloma y cómo reconstruir mi vida, que ya no podía más con la carga y la soledad... Y venía manejando, cansado y agobiado, cuando me pareció verla caminando sobre el océano, vestida de blanco con un ramo de camelias en sus brazos. Me distraje, pensé que me estaba volviendo loco... y entonces tú te atravesaste en mi camino... Y ya sabes todo lo que sucedió después.

Mel sonrió y comenzó a dar vueltas sobre sí misma como una niña pequeña. El viento soplaba suave y la brisa parecía abrazarlos en un mundo alternativo donde estaban solo ellos dos. Ferrán reía al verla y disfrutaba de esa libertad que la veía experimentar. Se sentó entonces en un banco y ella lo acompañó.

—Ese fue el primer día que la vi... —dijo ella para sorpresa de Ferrán—, yo caminaba por la costanera e iba pensando en las ganas que tenía de darle un cambio a mi vida. Había pasado una bonita tarde con Mariana y me sentía agobiada de tanta soledad. Primero pensé que estaba loca, que en realidad no había nadie allí caminando sobre el mar, pero luego creí que era mi abuela... De hecho, estaba segura de ello.

—No lo puedo creer...

—La volví a ver cuando íbamos al hospital por primera vez, estaba en una esquina con camelias en los brazos, pero cuando te la quise mostrar ya había desaparecido. Después de eso, se apareció en mis sueños... Yo seguí pensando que era mi abuela y que quería darme un mensaje... me llevaba por un bosque y jardines tan similares a este que siento que ya he estado aquí. Al final había un vivero y una pared de camelias blancas, que se abría en una puerta y me dejaba pasar a una casa en la que cada vez aparecían más cosas como una alfombra, un sofá, una chimenea... cosas así. En el último sueño me habló, me dijo que sea feliz... que ese era mi hogar y pude ver una foto de nosotros dos. Siempre pensé que se trataba de mi abuela, pero entonces vi su foto en el libro de Paloma y la reconocí de inmediato... Pensé que estaba loca, pero luego de leer su carta... —añadió encogiéndose de hombros.

—Abril es capaz de hacer esas cosas desde el más allá —rio Ferrán—. Me la imagino sentada en una mesa blanca hablando con Dios y diciéndole que no lo dejaría de molestar hasta que su familia aquí abajo fuera feliz. Ella era de esas personas que no se rinde hasta lograr sus objetivos —añadió.

Mel sonrió.

—Su carta es la carta más hermosa que alguien me haya escrito alguna vez. No la puedo imaginar sentada allí, enferma y al borde de la muerte, escribiendo con dificultad una carta cargada de amor para la mujer que ella imaginó amaría a su marido y sería amada por él y por su hija... Es tan fuerte, Ferrán... —murmuró y él la tomó de la mano.

—Lo que me gustaría aclarar hoy es que no quiero que ella sea un fantasma en medio de nosotros, no quiero que tú sientas que...

—No lo siento —interrumpió Mel y negó con la cabeza—. Como te dije antes, me sentía así, como una intrusa en su vida... creí que nunca estaría a su altura... y eso hacía que no pudiera entregarme del todo a este amor, lo admito —añadió—. Sabía que nunca la alcanzaría, que ella siempre sería el amor de tu vida... y yo... —negó, pero luego continuó—. Ahora ya no me siento así, no puedo ni quiero borrar tus años con ella, tu vida a su lado, el amor que se tuvieron, no quiero ni puedo borrar el recuerdo que guardas de ella y el amor que Paloma siente por su madre... No quiero que tú la dejes de amar ni que dejes de recordarla, no quiero que la olvides, no quiero que su nombre sea un tabú en nuestra vida. Quiero que la recordemos, quiero que si algún día compartimos hogar, su foto esté en algún lugar de la casa donde siempre habrá un ramo de camelias frescas.

—Eres tan... perfecta —susurró él abrazándola.

—No... no lo soy, soy todo lo contrario a la perfección —admitió ella con una sonrisa—. Pero fue ella, Ferrán, fue Abril la que me dio un lugar, la que me sacó el temor a ser una intrusa en su vida y en su historia. Su amor por ustedes es tan enorme y tan superior a todo lo que conocemos, que ella pensó en mí antes de irse... hizo un espacio para mí... y se encargó de dejarme por escrito un mensaje que me llegó al alma y que me sacó todos los miedos y la carga que tenía encima al pensar que estaba usurpando su espacio —añadió.

—Lo sé... Abril insistía mucho con esa historia de que yo volvería a amar —dijo Ferrán—, y a mí me dolía tanto...

—Lo sé... es normal —susurró ella—. Pero es fantástico... y Paloma lo entendió con solo ocho años... fue ella quien guardó esa carta y supo ver el momento adecuado, ella me dijo que me estaba esperando el primer día en que nos conocimos —admitió—. Todo este amor que me envuelve me hace sentir tan viva, Ferrán. ¿Cómo podría molestarme Abril? ¿Cuántas personas conoces que pueden amar de una manera tan desprendida? ¿No es acaso ese el verdadero sentido del amor? ¿Cómo podría yo sacarle el lugar que le corresponde en sus vidas, en nuestras vidas? Ahora lo comprendo... y no solo eso, lo puedo sentir en cada poro de mi piel, en cada flor, en cada hoja. Me gusta pensar que el amor es como una gota de colorante en un recipiente con agua, lo va acaparando todo, se va impregnando en todo... y va borrando las heridas, las va sanando...

—Sí... es cierto... —dijo él abrazándola y observándola a los ojos.

—Deberías sentirte afortunado por haber amado y por haber sido amado de esa manera. Paloma debería sentir orgullo por la madre tan valiente que ha tenido. ¿Y yo? Yo me siento feliz porque soy parte de esto, porque aunque no la conocí en persona, la siento cercana, ¿sabes?... Ella está aquí, envolviéndonos con su amor hecho flor en sus camelias y yo me siento libre, libre para poder amarte sin la presión de alcanzarla —murmuró.

Ferrán la observó con cariño y sintió que su corazón se derretía. Amaba con locura a esa mujer tan perfecta y única que tenía al lado.

—Te amo, Camelia, con todo mi ser, con toda mi alma, con todo lo que soy y lo que tengo y quiero que sepas que me siento pleno a tu lado, que no hay nada que quisiera en este momento que no sea estar aquí, así, contigo —dijo abrazándola y besándola en los labios.

Camelia sintió ese amor llenándola por dentro y una sensación de libertad la tomó presa. Caminaron lo que les restaba en un respetuoso silencio, dejando que el gozo, que el amor, que la felicidad y el agradecimiento los envolviera.

—La vida es linda —dijo Camelia cuando salieron de allí con rumbo a un restaurante—. Me alegra haber decidido vivirla.

Bueno, espero hayan disfrutado mucho de este capítulo, y quiero contarles como fue el proceso creativo del mismo. Cuando comencé esta historia no sabía todo lo que iba a suceder, cuando comencé a girar sobre las camelias busqué el libro y también escribí en Google algo así como Camelia flor típica de... 

Así me salió que era la flor típica de Galicia, así que comencé a investigar más al respecto y decidí que Ferrán fuera de allí para que todo tomara sentido. 

Me vi un montón de documentales sobre la ruta de las camelias y hay uno que me emocionó muchísimo. Me acuerdo que estaba por escribir este capítulo y lo busqué en YouTube y comencé a verlo, y de pronto me imaginé toda la escena allí, me imaginé a Abril... y me puse a llorar jajajajajajajajaja vino Andy y me preguntó qué me pasaba y me puse a reir, porque era un poco ridículo... Jajajajaja 

Nunca he estado en Galicia, así que si hay algún error me avisan, pero ahora espero con ansias poder conocer ese lugar y sentir a Abril por allí. ¿Estoy loca? jajajaja, sí... ya lo sé.

Dedico este capítulo a @esperanxo porque me dijo que era de Galicia :) 

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