Capítulo 22
Camelia despertó a Paloma cerca de las siete de la mañana y la acompañó al cuarto de su padre, la niña había llevado consigo la tarjeta para abrir la puerta, así que apenas llegó allí pudo entrar sin inconvenientes.
—Nos vemos más tarde en el desayuno —dijo Mel.
—No te irás, ¿verdad? —insistió Paloma.
—¿A dónde iría? —preguntó Mel y luego le regaló una sonrisa.
De pronto, la muchacha casi adolescente, recia e imponente que había conocido el día anterior, se había convertido en una niña de unos siete u ocho años, carente de afecto, con miedo al abandono. Mel sintió temor, todo era demasiado fuerte y ella no sabía si estaría lista para algo así.
Cuando llegó a su habitación, vio a Mariana esperándola afuera, le regaló una sonrisa y le dijo que se sentara a su lado, en medio de la alfombra del pasillo que daba a las habitaciones del hotel.
—Escuché todo, anoche —dijo—, pobrecita... me dio tanta pena que estaba a punto de unirme al abrazo —añadió.
—¿Será demasiado? ¿Y si no puedo con tanto? —inquirió Mel con preocupación en la voz.
—¿Con tanto qué? ¿Con tanto amor? —preguntó Mariana.
—Me siento una intrusa en la vida de Abril —admitió—, la esposa fallecida de Ferrán —agregó a sabiendas que aún no había tenido tiempo de contarle la historia.
—Uno está dónde y cuándo debe estar, Mel —dijo Mariana—, la vida nos va preparando para lo que recibiremos en el futuro y para las decisiones que nos tocará tomar. ¿Por qué no lo ves de esa manera? Quizá por algo criaste a tu hermano, ahora te es más sencillo entender el corazón roto de tristeza de una niña de doce años... ¿No lo crees? Tú también perdiste a tus padres, puedes entender lo que ella siente...
—No lo había visto de esa manera —admitió la muchacha.
—¿Por qué no estuviste con nadie antes? Quizá porque te estabas preparando para una de esas historias de amor únicas que ocurren de vez en cuando... Porque déjame decirte, que Ferrán y tú...
—Nos besamos ayer... —admitió entonces avergonzada.
La mirada de su amiga brilló en la penumbra y Mel procedió a contarle a grandes rasgos la historia de Ferrán y el beso compartido.
—¿Cómo te sientes? ¿Crees que es demasiado? —preguntó Mariana con la voz cargada de emoción.
—No... y eso es lo que más me asusta —afirmó—, pienso que la Mel que conozco se sentiría abombada, desconcertada, apabullada por todo esto... pero... en cambio me siento... en casa —admitió—. No me reconozco... ¿No es extraño?
—No lo es —dijo Mariana tomándola de la mano—. Quizás al final te estás permitiendo ser realmente tú misma, quizás al fin hayas llegado a tu hogar, ¿no lo crees?
—Ese es el problema, eso es lo que me asusta... Es el hogar de Abril —respondió Mel con pesar—, eso es lo que siento, es lo que me pesa, pensar que me estoy inmiscuyendo en su vida... que estoy ocupando un puesto que no me corresponde.
—Lastimosamente ella ya no está, Mel. Tú no ocuparás su lugar, pero puedes tener el tuyo propio. Prométeme que no te cerrarás, no ahora... La nueva Mel no es la misma de antes, la nueva Mel quiere vivir, quiere amar, quiere sentir... La nueva Mel merece ser amada también —dijo Mariana con cariño.
—Nunca te dije que te quiero, que te agradezco todo lo que haces por mí —admitió Mel al escuchar sus palabras—. Eres una gran amiga...
—Te mereces ser feliz —dijo Mariana y la abrazó—, también te quiero —añadió.
Unas horas después, bajaron a desayunar, y luego, se dirigieron a la playa donde pasaron una bonita y relajada mañana. Después, cerca del mediodía, volvieron a hacer ejercicios en la playa y en la tarde, cuando llegó la hora de la actividad más importante de la fiesta y la voz de un locutor llamó a todos los que participarían a la zona de la piscina, corrieron ansiosos para iniciar el juego.
La batalla de los colores consistía en una guerra de pistolas de agua con colorante, la idea era teñir de un color a la mayoría de las personas, el equipo ganador sería el que tuviese más personas manchadas. La cuestión era que no podían jugar en un mismo equipo más de dos personas de una misma familia o grupo, así que por numeración, Ferrán y Paloma terminaron siendo del color rojo, Mariana y Lauri eran del amarillo, y Mel quedó en el grupo del color verde.
La guerra comenzó tras el sonido del silbato del locutor, Mel empezó manchando a Mariana, que rápido se defendió tiñéndole el cabello de amarillo, luego un chico del grupo de los rojos le pintó la pierna derecha, y ella se encargó de derramar su pintura sobre el brazo del niño. Y así, la gente descontrolada corría a recargar sus armas de gomas y a disparar a las personas que veía, hasta que todos perdían la noción de qué color era el otro y ya no sabían a qué equipo debían pintar.
Mel se reía tanto que sentía que el estómago le dolía, Paloma la comenzó a seguir y le ordenó a su padre que cubriera el otro flanco y no la dejaran pasar, entonces, ella intentó escapar, pero resbaló y cayó a la piscina.
—¡Papá! ¡Ella no sabe nadar! —gritó Paloma señalándola.
Ferrán se arrojó al agua sin pensarlo dos veces y juntos tiñeron la piscina de un oscuro grisáceo mezcla de todos aquellos colores. Ferrán la abrazó de inmediato, para darse cuenta que la piscina no era profunda y que Mel hacía pie en ella. Los dos rieron, Paloma también. Alrededor, la guerra seguía, la gente ni siquiera se había percatado.
—Te ves muy hermosa...
Mel se sonrojó, lo miró a los ojos y entendió que entre el grito y la corrida no se había percatado que iba en bikini olvidando sus complejos por completo.
Lauri se dio cuenta de que la escena en la pileta se estaba volviendo romántica, y atacó a Paloma llenándola de amarillo para distraerla. La niña la siguió corriendo al grito de me vengaré, pero para Mel y Ferrán, el mundo se había detenido.
Ferrán entonces levantó el trozo de tela cubriendo uno de sus senos con suavidad. Fue recién allí que Camelia comprendió que se le había desprendido al caer al agua.
—Por Dios, qué vergüenza —dijo sintiendo el rubor en su mejilla.
Ferrán la volteó con cuidado y le ató de nuevo las tiras. Mel observó a todos los lados, imaginando lo peor, que ya todos la habían visto y le estaban tomando fotos a su seno al descubierto. Se puso a temblar y una película de terror comenzó a desplegarse en su mente.
Ferrán lo percibió y la abrazó por la espalda.
—Tranquilízate, nadie te vio, estabas en el agua —susurró—, lo cubrí rápido —añadió.
—Yo... tú...
Mel sintió que el mundo iba a estallar en su interior, quería llorar y correr a encerrarse en el baño. Una parte de ella había quedado al descubierto, una parte que nadie nunca debía de volver a ver.
—Camelia, relájate...
La voz de Ferrán sonaba como un bálsamo en sus oídos y ella regresó a la realidad.
—Olvida lo que sucedió, olvídalo —rogó.
—Lo olvido —respondió Ferrán entendiendo que había un secreto muy en el fondo que él todavía no conocía—, no te preocupes, ya lo olvidé —afirmó.
Mel se arrojó en sus brazos y él la envolvió con cariño, besó su cuello y su hombro con dulzura mientras le repetía al oído.
—Todo estará bien, yo estoy aquí, te protegeré y estarás bien...
No sabía por qué lo hacía, pero sentía que debía hacerlo, que debía calmarla, que aquella mujer que temblaba en sus brazos tenía una historia que le dolía y que él podía darle un poco de la paz que ella le había dado la noche anterior cuando con tanta paciencia y amor, escuchó su historia.
—Eres la mujer más bella del planeta —le susurró al oído—, eres perfecta, me gustas cómo eres y me gustarías aunque te convirtieras en una ballena o en un cocodrilo —añadió y ella sonrió, relajándose más en sus brazos—, tu cuerpo es hermoso y perfecto... y yo nunca te haré daño, lo prometo —añadió con cariño.
Era como si alguien le dictara al oído lo que tenía que decir.
Mel lo miró, lo abrazó con mucha fuerza, como si quisiera fundirse con él en ese abrazo, como si allí nada pudiera hacerle daño. Y lo sorprendió plantándole un beso en los labios que lo dejó aturdido.
—¡Eh! ¡Los tortolos! —gritó el locutor sacándoles de la ensoñación—. ¡Fuera del agua o serán descalificados! ¡Aún sigue la guerra!
Paloma le dio una mano a Mel para ayudarla a salir de la piscina, y cuando pasó a su lado, se acercó a su oído y le susurró.
—Los amigos no se besan así —antes de dispararle un chorro de pintura.
—¡Te atraparé, niña! —gritó Mel corriendo tras ella e intentando pintarla de verde. En ese mismo instante se sentía libre, feliz, completa, y deseaba disfrutarlo.
Cuando el locutor volvió a tocar el silbato y el juego acabó, los jueces determinaron que los ganadores habían sido los del equipo amarillo, por lo que Mariana y Lauri junto al resto de su equipo, festejaron como un par de niñas.
Después de la euforia, regresaron a sus habitaciones para bañarse y sacarse la pintura, para finalmente regresar a sus hogares. La fiesta había acabado.
Antes de despedirse, Lauri invitó a Paloma a su fiesta de compromiso para la que ya solo faltaba una semana y la niña agradeció con entusiasmo, entonces, las chicas se despidieron y se fueron, dejándolos solos a los tres. Mel buscó las llaves de su auto y Paloma y Ferrán la acompañaron.
—¿Se divirtieron? —inquirió por el camino.
—Fue fantástico —exclamó Paloma—. Lástima que ya acabó. ¿Irás a conocer mi casa? Mañana me mudaré con papá... ¿Quieres ayudarme a decorar mi nueva habitación? —inquirió con demasiado entusiasmo.
—¿Sí? ¡Claro! —respondió Mel con dulzura.
—Entonces mañana te buscaré a la salida del trabajo —dijo Ferrán—, prepararé algo para comer y ayudaremos a Paloma a ordenarse en nuestro hogar...
Aquello sonaba hermoso, pero a Mel le retumbaban las palabras «nuestro hogar».
Cuando llegaron al automóvil, ambos se veían nerviosos. Paloma al notarlo, abrazó a Mel.
—Gracias por todo, me ha encantado conocerte al fin —dijo sorprendiendo a su padre, ya que nunca le había hablado de ella como para usar esa expresión.
—A mí también, eres una persona maravillosa —dijo Mel correspondiendo el abrazo.
Ferrán las miraba anonadado.
—Bueno... gracias por este fin de semana —dijo él acercándose como para besarla en la mejilla, después de todo allí estaba Paloma.
—Ay, no, papá, dale un beso de verdad —insistió la niña—. Si no quieren, yo no miro —añadió y se tapó los ojos.
Ferrán miró a Mel y los dos rieron, entonces se acercó y le dio un tierno beso en los labios, que Paloma vio tras entreabrir sus dedos para mirarlos. Luego se abrazaron, y él le susurró al oído.
—Te amo...
—Yo a ti —respondió ella sin comprender lo fácil que le resultaba decir aquellas palabras.
Ferrán y Paloma la vieron partir mientras agitaban sus manos en señal de despedida, Mel manejaba a su casa con el corazón hinchado de gozo y de amor, con unas ganas locas de vivir que no había experimentado jamás, y con una sensación de plenitud que le llevaba a agradecer cada segundo de aquel mágico fin de semana.
Bueno, hoy les traigo una maratón de tres capítulos, este sería el segundo del día, más tarde pondré el tercero. Espero lo disfruten, solo les pido que me dejen muchos comentarios, me encanta leerles.
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