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Capítulo 19

Camelia se quedó un rato pensando en la universalidad de los dolores y sufrimientos. Al final, a todos nos duelen las mismas cosas, todos sufrimos por lo mismo. Paloma y Ferrán sentían amor, pero no lograban encontrar el camino para restaurar su relación padre-hija, la niña estaba tan triste y sola que se había abierto a ella como si la conociera de toda la vida. Mel sintió compasión por ella, tenía solo doce años y la soledad ya le dolía. Sin embargo, estaba equivocada, su padre, su tía, su abuela, todos se preocupaban por ella y la querían mucho, ¿cómo no se daba cuenta? Pensó en ella misma, en su historia, en los muchos momentos en que sintió la soledad helándole el alma y que creyó que había un muro enorme entre sus padres y ella, un muro que ninguno de ellos podía atravesar.

«Eso sucede cuando creemos que nadie nos puede entender, que lo que nos duele solo nos duele a nosotros, y no somos capaces de mirar que al otro también le duele». Pensó.

En ese momento pudo entender la soledad de Paloma, pero la experiencia y la edad también le permitían ver el otro lado de la película y comprender a Ferrán... y en él, podía entender también a sus propios padres y el dolor que ella pudo haberles causado al cerrarles todas las puertas para ayudarla.

Estaba tan equivocada y se sentía tan sola, y quizás era en esos momentos en que uno tomaba —consciente o inconscientemente— esas decisiones que luego marcarían el futuro, como, por ejemplo: cerrarse a todos y no confiar. Miró a Paloma y se prometió a sí misma ayudarla a encontrar un camino para regresar a los brazos de su padre y viceversa, ninguno de los dos se merecía ese dolor.

Paloma se incorporó, observó el paisaje y se secó las lágrimas. Mel la miró y se preguntó qué pensaría en sus largos silencios, pero luego de un rato, la niña se levantó, se sacudió la arena que tenía en el cuerpo y con una sonrisa anunció que tenía hambre y que fueran a buscar a los demás para comer. Mel intuyó que en ese instante, la niña acababa de tomar una decisión, porque algo había cambiado en sus ojitos.

Almorzaron todos juntos en una mesa grande en el restaurante, Lauri les preguntó por la aventura de la banana y Paloma contó con entusiasmo cómo Mel se moría de miedo y se aferraba a ella para no caer.

Camelia sonreía ante los relatos de la niña, que había olvidado por el momento su enfado con su padre y le informaba que debería pagar el traje de baño de Camelia.

—¡Lo compré porque ella no trajo uno! —exclamó—. ¿Cómo vienes a la playa sin uno?

—Le pregunté lo mismo —admitió Lauri—, pero nuestra amiga es un poco extraña, ya te acostumbrarás —añadió.

Todos rieron, incluso Camelia.

—¿Vamos al agua? —preguntó luego Mariana, y todos decidieron bajar a la playa.

Lauri se llevó a Paloma al agua, y Mariana los acompañó para dejar solos a Mel y a Ferrán.

—No sé cómo agradecerte esto —dijo Ferrán cuando estuvieron solos—, se ve feliz como hace mucho no la veo... ¿Qué has hecho?

—Nada... —respondió Mel—. Le he hablado y no sé por qué ella ha decidido abrirse a mí —añadió admitiendo que la niña no se había puesto muy difícil con ella—, así que la escuché... Es muy valiente e inteligente para su edad —añadió—, no temas, es más madura de lo que crees.

—Lo sé, no podría ser distinto... es idéntica a su madre —añadió Ferrán.

—¿Qué pasó con ella? —preguntó entonces Mel. Hacía rato que se había hecho una idea, pero no quería preguntárselo a Paloma.

—Falleció... —dijo Ferrán y su mirada triste se perdió en el horizonte—. Era una mujer hermosa, perfecta... —admitió—, se me fue de las manos... Hay cosas que no entendemos hasta que las sufrimos...

Mel no dijo nada, su dolor era latente y ella se sentía una intrusa en esa historia. Además, no podía evitar una punzada de algo que no era capaz de identificar aún en ese momento, o mejor dicho, que no quería aceptar.

—Lo siento... —murmuró.

—Paloma sacó todo de ella, su sonrisa, el color de sus cabellos, su tenacidad, su responsabilidad, sus ganas de disfrutar de la vida, su carácter aventurero, su terquedad y su orgullo, su sinceridad... su transparencia...

—Pero tiene tus ojos —dijo Mel y él asintió.

Hicieron silencio por un rato, hasta que ella continuó.

—Ferrán, ella cree que tú y yo... —añadió.

—También sacó esa terrible intuición —añadió con una sonrisa.

—¿Qué quieres decir? —inquirió Mel y lo observó. Su corazón latía desbocado ante sus palabras.

Ferrán la tomó de la mano y besó con ternura sus nudillos.

—¿Qué necesito decir? —inquirió.

Mel se quedó inmóvil y sin palabras, procesando aquella pregunta capciosa y las cosquillas provocadas por aquel inocente beso, y justo en ese momento, Paloma llegó junto a ellos.

—¡Ey! Solo amigos, claro... —dijo con ironía, colocando los brazos en jarra y mirando a ambos con seriedad.

Mel reaccionó de golpe, soltándose de la mano de Ferrán y poniéndose de pie dando tumbos. Estaba tan nerviosa, que casi se cae. Tenía miedo de que aquel extraño momento echara por la borda la confianza que la niña había depositado en ella.

Pero Paloma se echó a reír desenfadada.

—No es lo que piensas... —añadió Ferrán, también aturdido.

—No tienen ni idea de lo que pienso —respondió la niña y luego sonrió—. En fin, ¿quieren venir al agua?

Los dos se miraron confundidos, pero aceptaron. Y entonces, pasó algo que ninguno de los dos esperaba, ni siquiera Lauri y mucho menos Mariana, que los observaban desde la costa: Paloma pasó una mano a su padre, quien se la tomó confuso, y luego le dio su otra mano a Camelia, quedándose en medio de ambos, justo antes de echarse a correr y estirarlos hacia el agua.

Por la tarde, bailaron en la playa siguiendo las coreografías de un profesor de Zumba al que Lauri devoraba con la vista, después jugaron al bingo en la terraza del hotel y por último fueron a la piscina. Cerca de las siete de la tarde, decidieron que irían a darse un baño a las habitaciones, para luego bajar a cenar.

—Me estoy divirtiendo mucho —dijo la niña a su padre en el ascensor, Ferrán sintió que el corazón le latía de nuevo—. ¿Tú?

—También... —respondió él sin saber qué más decir.

—Tus amigas me agradan —añadió la pequeña con naturalidad, como si las cosas entre ellos estuviesen mejor que nunca—. Camelia... es un hermoso nombre... ¿no es así? —inquirió y buscó la mirada de su padre.

—Sí. Lo sé...

—¿Has pensado que quizá sea una señal? —inquirió la niña.

—No... No creo mucho en esas cosas —respondió Ferrán, aunque tampoco había ignorado aquello.

—Deberías creer... hay muchas más cosas en el universo de las que podemos ver —dijo Paloma justo cuando se abrió la puerta—. Deberías decirle que se veía bonita en ese traje de baño, tenía mucha vergüenza de ponérselo —añadió antes de salir hacia el cuarto.

Ferrán sonrió y la siguió a la habitación.

—Lo haré... —respondió.

—¡Yo me baño primero! —dijo la niña y se perdió en el cuarto de baño.

Ferrán se recostó en su cama y suspiró. ¿Cómo era que todo daba vueltas a su alrededor? ¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué todo pasaba tan rápido? Hacía solo unas horas Paloma no le dirigía la palabra y ahora le hablaba como si nada.

Camelia... A ella se lo debía todo.

Cerró los ojos y recordó a su mujer, tenía miedo de traicionarla, no quería fallarle, pero el corazón le latía cada vez más fuerte cuando Mel se le acercaba, y mucho más ahora, que había hecho esa magia con Paloma. Ya no podía ignorar lo que estaba sucediendo en su interior.

El sonido de la ducha lo transportó a aquella tarde tan lejana, ella reposaba en la tina con el cuerpo frágil, pura piel y huesos, ya apenas se movía, el hilo que la mantenía a la vida era cada vez más fino, y, aun así, se veía hermosa.

—No deberías estar haciendo esto —dijo ella con dificultad mientras él le cubría el cuerpo con espuma y agua tibia.

—¿Qué? —preguntó él.

—Bañarme... No así... Perdóname, te he robado nuestros mejores años...

—No digas tonterías, Abril, tú y yo somos uno, hicimos un juramento ante un altar, en la salud y en la enfermedad... hasta que la muerte... nos separe... —dijo él con dolor—. Y sabes que será aún mucho después de eso... eres y serás por siempre la única mujer que amé, amo y amaré.

—No digas eso, Ferrán —replicó ella—. Debes volver a amar, debes enamorarte y sentir de nuevo la adrenalina en tu sangre, reír con alguien, llorar... debes amar hasta que te duela el alma...

—Ahora me duele el alma —contestó él—. No puedo, Abril, no me pidas eso... No podría volver a amar a nadie como te amo a ti...

—No dejarás de hacerlo, yo te amaré por siempre y sé que tú a mí también —dijo ella con dificultad—, pero entonces llegará una mujer que te hará sentir vivo de nuevo, que te hará temblar con solo acercarse a ti, soñarás con sus besos, con sus abrazos, con sus caricias... Y cuando eso suceda, quiero que sepas que eres un hombre libre, que yo desde donde quiera que esté bendeciré esa unión... Que yo te libero, por favor no te quedes atado a mi recuerdo... Promételo...

—No... no me pidas que te prometa eso —suplicó con lágrimas en los ojos.

Ella también lloraba mientras aceptaba aquella cruel realidad, algo que jamás hubiesen pensado el día que comenzaron su camino juntos, un camino que esperaban que fuera mucho más largo.

—Me la imagino bonita, con el corazón sereno, quizá curtido por alguna clase de dolor, solo alguien así podría valorar tu corazón herido —afirmó—, me la imagino temblando de placer bajo tus manos como yo ahora mismo, sonriendo por las noches tras pensar en ti. Me la imagino cariñosa, me gustaría pensar que se llevará bien con Paloma y que estará para ella cuando mi niña lo requiera, que le ayudará a elegir su vestido de quince años, le dirá lo orgullosa que está de ella cuando se gradúe y que le dará un fuerte abrazo antes de su boda... Paloma podrá recurrir a ella, contarle sus miedos, sus alegrías, preguntarle sobre los chicos y confiarle en secreto cuando llegue el día de dar su primer beso.

—Abril, por favor...

—Déjame hablar —pidió y cerró los ojos cansados y cargados de dolor—. Su mirada será calma como el océano en la noche, sus palabras estarán llenas de amor para ti y para Paloma, y quien sabe, también para los hijos que ustedes llegarán a tener. Sus manos serán suaves y tú adorarás sus caricias, tendrá el perfume de las flores más bonitas de la primavera, y volverás con ella a tu tierra, la llevarás a nuestro sitio. Pasearán por allí, tomados de la mano, llenos de amor, de esperanza, de vida.

—Abril, detente, por favor, no sigas —rogó él convertido en un mar de lágrimas—, nunca llevaré a nadie allí. Cuando ya no duela tanto, iré solo y pensaré en ti —prometió.

—Shhhh —dijo ella y sonrió con dulzura bajo la cortina de lágrimas—. Yo también estaré allí, caminaré entre las flores y el viento, los observaré desde lejos, compartiré con ella el amor por ti. La amaré también, por amarte tanto y por amar a mi Paloma, por preocuparse y cuidarlos, por entregarte su vida a ti... Estaré allí ese día, cuando recorran las calles, cuando le muestres las casonas y los castillos, los jardines en flor. Tú sentirás la brisa que te envuelve y lo sabrás, será mi beso, será mi alma, será mi bendición, será mi amor.

Ferrán lloró en silencio aquella tarde, cuando por primera vez entendió que ya no había marcha atrás, que la despedida estaba más cerca de lo que había querido admitir alguna vez, y que Abril se iba, y se iba para siempre.

Abril lloró, porque costaba aceptar que su historia llegaba a su fin tan pronto, porque dolía perderse la vida de su hija y acabar con una historia de amor tan bella, porque desgarraba el alma pensar en su hombre amando a otra mujer. Pero necesitaba decírselo, liberarlo, lo conocía demasiado bien y sabía que el corazón noble de Ferrán cargaría por siempre con la idea de haberla traicionado.

Cuando Paloma salió del baño, él lloraba en silencio. La pequeña se acercó y no supo qué hacer o qué decir, nunca había visto así a su papá.

—¿Por qué lloras, papá? —inquirió y se sentó a su lado.

—Lo siento —dijo incorporándose y secándose las lágrimas.

—¿Por qué lloras? Dímelo, por favor... —preguntó de nuevo tomándole de la mano.

Ferrán sintió que el alma se le quebraba y suspiró en un intento de conservar la calma frente a su hija.

—La extraño... —murmuró sintiendo un nudo en su garganta.

Paloma asintió y dejó que el silencio los envolviera por un par de segundos.

—Yo también la extraño —musitó y recostó su cabeza en su hombro—, pero tenemos que seguir, papá, ella lo quería así... Ella quería que saliéramos adelante...

—Lo sé... —dijo él y la besó en la frente—. Ojalá hubiese entendido que el tiempo era finito, ojalá hubiese estado allí ese día... ojalá no te hubiera lastimado tanto, Paloma —susurró.

—También me gustaría volver el tiempo atrás, papá, y que mamá no se fuera nunca... Pero hoy Camelia me dijo que, aunque las cosas no salieran como esperamos, no tiene que significar que sea malo, que nosotros podemos hacer que sea algo bueno... —añadió—. Lo pensé mucho... Mamá hubiese querido que así lo hiciéramos y tú lo sabes mejor que yo...

—Tienes mucha razón —sonrió con dulzura—. Eres todo lo que tengo y me recuerdas mucho a tu madre, casi tenía tu edad cuando nos conocimos —contó—, pero sabes, hija, a veces tenemos que golpearnos para aprender... Entiendo que no me perdones, entiendo que estés enojada... pero no te hagas daño a ti misma solo para herirme a mí. Tu madre quería que fueras feliz, que fueras libre, que vivieras al máximo... y si guardas rencor e ira en tu corazón, no podrás nunca alcanzar esa felicidad... Lo siento, Paloma, siento haberte fallado... siento que tu madre haya muerto y que lo que teníamos haya terminado así. También extraño la familia que fuimos, la felicidad que vivimos... y me perdí en ese dolor, olvidándome que tú también me necesitabas, que tú todavía estabas aquí... Soy un mal padre para ti, no tengo excusas, pero lo siento de verdad...

Paloma suspiró. Su papá nunca había sido así de sincero con ella y le gustaba esa persona que era capaz de afrontar sus errores y sus sentimientos. Ella también se sentía mal, también se había equivocado y ya estaba cansada de todo eso. Quería volver a tener lo que alguna vez tuvo, y aunque su madre ya no estuviera, podría seguir el consejo de Camelia e intentar que lo que tenían, fuera bueno.

—Lo siento, papá... he sido muy dura contigo y no he pensado en lo mucho que estarías sufriendo tú —dijo la niña al mirar a su padre con los ojos llenos de lágrimas—. Creo que solo pensé en mi dolor... Ella me hace mucha falta, papá... pero tú también —añadió y la voz se le quebró.

Ferrán la abrazó y besó su frente.

—Yo estoy aquí, Paloma, siempre estaré para ti... Sé que te he fallado, hija, pero... permíteme saldar mis errores. No pretendo que entiendas lo egoísta que he sido, pero el dolor a veces hace que nos cerremos al mundo y nos quedamos tan lastimados que no podemos ver nada más que nuestra herida, y giramos en círculos dando tumbos a lo loco, como un animal herido y acorralado, sin darnos cuenta que en el medio lastimamos a quienes más amamos. Intenté esconderme del dolor, intenté ignorarlo... y fue gracias a ti que comencé a aceptarlo y procesarlo, princesa. Tú eres quien me ha salvado —añadió.

La pequeña lloraba emocionada y entonces respondió a su abrazo envolviendo con fuerzas sus brazos alrededor de su padre.

—Te amo mucho, papá, te amo mucho y no quiero separarme más de ti nunca. Por favor, no te vayas a Galicia. La tía Noemí me dijo que un día te cansarías de mis berrinches y te irías. No te vayas, no sin llevarme contigo. No quiero eso, papá, por favor no lo hagas. Yo quiero estar contigo —insistió con desespero—. He sido muy tonta, te he intentado alejar porque estaba muy triste y tú... no estabas ahí. Me dejaste solita... sin mamá, sin ti... y eso me hizo enojar. Y si te vas, yo no podría... Seré una niña buena, lo prometo... Pero no me dejes —suplicó.

—Shhh —dijo Ferrán besándola en la frente—, Paloma, mírame —añadió levantándole el mentón y secándole con cariño las lágrimas—. No te dejaría nunca, no podría ir a Galicia y abandonarte aquí... no lo haría... si lo he pensado o lo he dicho fue en un momento de dolor, de desesperación... Yo también sentí que te perdía, princesa. Y lo siento, siento que te hayas sentido tan solita, siento no haber podido hacerme cargo de ti como debía... La muerte de tu madre desgarró mi alma, no podía hacerme cargo ni de mí. Sé que no es excusa, pero... esto es lo que soy, Paloma.

Se abrazaron y lloraron juntos por un buen rato.

—Yo lo comprendo, papá. De verdad que lo entiendo. Gracias por traerme aquí y por decirme todo esto —dijo la niña—. Podemos hacer lo que dijo Mel y buscar la manera de que esto también sea bueno, aunque ya no sea como antes. Tú y yo seguimos siendo una familia, ¿verdad?

—Por supuesto, Paloma, tú y yo somos una familia —dijo él con ternura.

—Entonces le diré a la abuela que quiero vivir contigo, ¿quieres? —preguntó con temor—. ¿Quieres que viva contigo? Quiero que seamos una familia de nuevo...

—Nada me haría más feliz, ya sabes que tienes tu cuarto en mi casa y está listo para que lo decores a tu gusto... —añadió él. Desde que Ferrán se había mudado a esa casa, Paloma nunca había querido decorar su habitación.

Paloma sonrió y con sus manos, acarició el rostro de su padre con ternura, secándole las lágrimas que aún quedaban allí.

—Ve a bañarte, papá, las chicas nos estarán esperando ya —susurró.

Ferrán ingresó a la ducha y dejó que el agua se llevara las últimas lágrimas. Todo estaba sucediendo, las cosas habían cambiado de un momento al otro, y todo se lo debía a Camelia.

Cuando salió, encontró a Paloma peinándose y pintándose los labios con brillo labial, sonrió, su niña pronto se convertiría en una hermosa mujer y él no quería perderse ese proceso. Cerró los ojos y agradeció en silencio.

—Te ves guapísimo —dijo ella al verlo—, Mel se enamorará de ti, si ya no lo está —añadió.

—Solo somos amigos —comentó Ferrán.

—Sí. Lo sé —respondió ella—, pero yo no creo en la amistad entre el hombre y la mujer —insistió.

—¿Ah, no? —preguntó él con una sonrisa, la niña negó—. ¿Y eso?

—Tengo mis motivos —respondió y le guiñó un ojo desde el espejo.

A Ferrán le gustaba conocer a esa niña que hasta hace unas horas atrás no le dirigía la palabra e intuyó que sus conversaciones serían muy divertidas.

—Papá —dijo entonces ella—. Camelia... ella es...

—¿Es qué? —preguntó él justo antes de salir del cuarto.

—Ella es, papá, es la indicada, no tengas miedo —dijo la niña dejando a Ferrán sorprendido y anonadado.

Este es un capítulo que adoré escribir. Se sucede en mi cabeza y es como si los pudiera ver en la habitación del hotel, hablando y llorando... También puedo imaginar el sufrimiento de Abril teniendo que renunciar a sus amores... Ya les contaré cositas de mi proceso creativo a medida nos vayamos involucrando más en los sucesos. ¿Qué les ha parecido?  

A veces nos envolvemos en nuestro propio sufrimiento sin darnos cuenta que la otra persona también está sufriendo, muchas veces solo falta hablar, sacar lo que tenemos dentro y dejar de tragarnos los sentimientos que se convierten lentamente en ira o tristeza y nos van secando por dentro. Paloma todavía tiene la inocencia de un niño que espera y confía a pesar de las dificultades que ha sufrido siendo tan pequeña, y es capaz de perdonar sin rencores, porque así son los niños. 

Espero hayan disfrutado de este capítulo. Ferrán se va desprendiendo del dolor y el amor parece que empieza a florecer en su interior... 

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