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Capítulo 18


La niña pareció emocionada y se levantó contenta, fue casi corriendo hasta la tienda interna del hotel y Mel la siguió con desgano. Una vez allí, Paloma ya la esperaba con dos conjuntos: uno blanco que parecía hecho de hilo y otro amarillo, demasiado cavado para su gusto.

—¡No voy a usar esos! —exclamó Mel—. Me compraré un traje de baño enterizo —zanjó.

—¡Parecerás una abuela! Los modelos que hay aquí son horribles —exclamó la muchacha y colocó de nuevo las perchas en sus lugares—. ¡Mira ese de allá! —añadió señalando uno de dos piezas de color azul—. ¡Con ese estoy segura de que conquistarás a papá! —afirmó y corrió a buscarlo.

—Paloma, no tengo nada con tu papá y no pretendo conquistarlo con un traje de baño —dijo Mel con calma una vez más.

En ese momento agradeció las constantes bromas de Lauri, pues creía que gracias a ella no se sentía incómoda con los comentarios de aquella niña.

Paloma sonrió, pero no dijo nada, solo le pasó el traje de baño y señaló los probadores con un dedo. Mel caminó hasta allí sin dejar de pensar que no se reconocía a sí misma y que parecía una loca dejándose llevar por una niña malcriada. Se encerró en uno de ellos y comenzó a probarse el bikini.

Entonces, la pequeña abrió la cortina y la sorprendió.

—Deja, yo te lo pongo —añadió cuando la vio tratando de cerrarse la parte de arriba.

Mel se sobresaltó por lainterrupción, pero no se negó y permitió que la pequeña le anudara las tiras.

—¿Está bien así? —inquirió.

—Sí... ¿Te gusta? —preguntó Mel mirándose al espejo.

No solía hacerlo, no solía mirar su cuerpo en el espejo y al verse se sintió ajena a sí misma.

—Te ves hermosa —respondió Paloma con sinceridad—. Diré al dependiente que lo cargue a la cuenta de papá —añadióantes de salir del probador.

—¡No, Paloma! —gritó Mel, pero no alcanzó a seguirla, pues no se animó a salir así.

Abrió su bolso, sacó una toalla enorme, y se lio con ella.

—¡No piensas ir así, ¿verdad?! —inquirió la niña cuando estuvo de regreso.

—Bueno, sí, al menos hasta llegar a la banana...

—¿Qué hay de malo contigo? —preguntó la niña antes de salir de la tienda—. Tienes un bonito cuerpo, ya quisiera yo tener tu figura...

Mel sonrió y negó con la cabeza.

—No te apures, si pudiera volver a tener tu edad, preferiría quedarme así para siempre —admitió.

Paloma se encogió de hombros y caminó hacia la salida. Mel la siguió envuelta en su enorme toalla de playa e ignoró las risas de sus amigas cuando pasó frente a ellas. Ferrán observaba absorto, pero tampoco dijo nada.

Cuando llegaron al sitio, Mel tuvo que dejar la toalla con su bolso y sus zapatillas a un lado, junto a las cosas de Paloma, antes de ponerse el chaleco salvavidas y abordar la banana. Paloma subió delante y ella se sentó atrás de la niña.

—Me sujetaré por ti, tengo miedo —admitió.

—Pareces un bebé —respondió Paloma, pero dejó que la muchacha la abrazara por la cintura.

La banana comenzó a contonearse en el agua y a medida que se adentraban en el mar, los movimientos eran más bruscos. En una de esas, dio una sacudida y todos cayeron al agua. Mel tenía terror, pero no le quedaba otra más que dejarse llevar, y cuando Paloma le pasó la mano para subir de nuevo a la banana y regresar a tierra firme, sintió por un segundo que había valido la pena. La niña sonreía de oreja a oreja y se veía realmente feliz.

Mientras tanto, Lauri, Mariana y Ferrán, observaban todo con un larga vistas que Lauri había pedido prestado en la recepción y se divertían de lo lindo.

—No puedo creer que esa sea Camelia —decía Lauri una y otra vez.

—Déjala, es hora de que se divierta y se suelte un poco —añadía Mariana.

—No puedo creer que Paloma haya aceptado ir a la banana con ella —añadió Ferrán.

—Si me lo preguntas a mí, dudo mucho que haya sido idea de Mel —dijo Lauri y Mariana asintió.

Ferrán sentía que el pecho se le hinchaba en agradecimiento y que deseaba abrazar a esa mujer y susurrarle al oído lo maravillosa que era.

***

Cuando Paloma llegó a tierra firme, extendió en el suelo la toalla de Mel y se sentó encima, haciéndole gestos para que ella se sentara a su lado.

—¿Te divertiste? —inquirió la pequeña.

—Sí... debo admitir que sí. Gracias, nunca había hecho esto —afirmó con sinceridad.

—Gracias a ti por animarte a acompañarme —respondió la niña—. Mi madre solía decir que una vez que vencemos al miedo podemos conquistar al mundo —dijo la niña perdiendo la vista en el horizonte.

—Tu madre es una mujer muy sabia —respondió Mel.

La niña la miró por un rato y luego suspiró. A Mel le pareció ver tristeza en sus ojitos azules oscuros como los de su padre.

—No entiendo por qué te eligió a ti —dijocon un susurro apenas audible. No sonaba desilusionada, sino más bien curiosa.

—Ya te dije que no tengo nada con tu padre, solo somos amigos —respondió Mel cansinamente. No sabía de dónde había sacado esa niña la obstinación por aquella idea.

—Yo no creo en la amistad entre el hombre y la mujer —respondió Paloma.

—¿Ah no? —preguntó Mel y pensó que esa era una buena oportunidad para conversar—. Pensé que tenías un amigo un poco mayor que tú, ¿no es así?

—Vaya, mi papá te tiene al tanto, ya veo que son «muy buenos amigos» —respondió mordaz, señalando con los dedos las comillas para hacer énfasis en su idea—. Se llama Joel... —admitió la niña sorprendiendo a Mel que no creyó que fuera adecirle nada—, y no es mi amigo —añadió enfadada.

—Bueno, teniendo en cuenta que somos amigas ahora... debo decirte algo —zanjó la mujer con seriedad y algo de temor a la reacción que pudiera tener Paloma—. Creo que... debes tener cuidado, son muchos años de diferencia y puede ser peligroso.

—Ya todos me dijeron eso —respondió Paloma y puso los ojos en blanco—. Pero si lo piensas, solo son cinco años, menos de los nueve que tienes tú con mi papá —añadió con diversión.

A Mel le daba la sensación de que ella disfrutaba haciendo esos comentarios, pero tampoco los sentía como si fueran para ofenderla, más bien parecía divertirse, así que sonrió con paciencia y la observó. No iba a caer en su juego.

—No es lo mismo. Tu papá y yo somos adultos, es diferente, quizá no se note esa diferencia entre Joel y tú en algunos años, pero ahora, tú aún eres una niña y déjame decirte que, lastimosamente, no creo que un chico de su edad esté interesado en otra cosa que no sea... —Mel calló avergonzada por hablarle así y sin ser capaz de reconocerse a sí misma.

—Sexo —respondió la pequeña. Mel, aterrada, no dijo nada y ella continuó—. Pensé que éramos amigos, que me entendía, él vive cosas parecidas a las mías y ambos... podíamos hablar de eso... Entonces, el domingo me invitó a ir al cine. Mi abuela me tenía castigada, pero me escapé. Salí a escondidas de la casa para encontrarnos, Joel me dijo que olvidó sus lentes y que pasaríamos por su casa a buscarlos. Yo lo acompañé, y cuando estábamos allí, me dijo que quería mostrarme su cámara nueva.

—¿Sí? —Mel la escuchaba con interés, pero una punzada en su pecho le revolvía el estómago.

—Sí, lo acompañé a su cuarto y me mostró una cámara, comenzó a tomarme algunas fotos y yo posé divertida... hasta que... hasta que...

—¿Qué? —preguntó Mel ya casi sin poder respirar.

—Hasta que me pidió que me sacara la blusa y posara para él.

—¿Qué hiciste? —inquirió la muchacha con temor a escuchar la respuesta. Estaba haciendo un esfuerzo sobre humano para mantener esa conversación sin enloquecer.

—Nada, soy cinturón negro, le di una patada en donde más le duele y salí corriendo —respondió.

Mel suspiró y expulsó todo el aire que había estado conteniendo.

—Tranquila, no soy tan tonta —añadióla niña con una sonrisa ante la expresión de Camelia, le agradó notar supreocupación—, no voy a caer tan fácilmente...

—Eres muy valiente, Paloma, pero las cosas a veces se nos pueden escapar de las manos. No digo que no te diviertas y que no tengas amigos, pero adelantar etapas no es bueno... Me hubiera gustado ser una niña tan fuerte y valiente como tú —dijo con una sonrisa sincera y un dejo de dolor—, pero es mejor que evites esa clase de situaciones en el futuro.

—Prométeme que no le dirás a mi padre, es capaz de ir a buscarlo y matarlo —añadió levantando el dedo meñique para hacer un trato.

—Lo prometo —dijo Mel uniendo el suyo al de Paloma.

—Necesitaba contárselo a alguien, me sentía muy mal... —añadió la niña ya sin tanta fuerza en la voz—. Mi abuela y mi tía no lo entenderían, además se enfadaron mucho porque me escapé. Con papá no hablo... y menos para decirle algo así. Solo quería enfadarlo, pero pudo... haber salido mal... Y yo me terminé sintiendo muy culpable. Todo me sale mal...

—Oye, Paloma, no fue tu culpa, nada de lo que sucedió fue tu culpa, fuiste muy valiente —se apresuró a decir Mel y sintió que esas palabras liberaban algo del peso que hacía tantos años cargaba consigo.

—Sí fue mi culpa, debí alejarme de él ante las advertencias de todos. ¡Mi tía se estaba por volver loca, parecía una poseída! —agregó con una sonrisa divertida—. Pero a veces hacemos tonterías... Todos están muy enojados conmigo ahora y piensan que no pueden confiar en mí... Supongo que tienen razón —añadió encogiéndose de hombros—, me merezco los castigos...

Mel recordó ese domingo y la reacción de Naomi, y pudo comprender un poco el actuar de aquella mujer desesperada.

—Todos te quieren, Paloma... solo se preocupan por ti. Es cierto que a veces hacemos tonterías, pero estoy segura de que volverán a confiar en ti, además has aprendido la lección, ¿no? —dijo Mel con mucho cariño, Paloma asintió—. Mira, no quiero meterme, y no sé cuál es el motivo que te hace estar tan enojada con tu papá, pero te puedo asegurar que él está sufriendo y que no sabe cómo llegar a ti y ganarse tu corazón.

Camelia vio que la niña se mordía el labio y contenía unas lágrimas, así que la abrazó, ella recostó la cabeza en sus hombros y se quedó allí. Mel pensó que Paloma le despertaba la misma ternura que solía sentir con Ian.

—¿Crees que vale la pena estar enojada con él? ¿No sería más fácil hablarlo? —inquirió—. Yo sé que a veces no es fácil hablar de las cosas que nos duelen con los padres, pero te puedo asegurar que ellos son las personas que más nos quieren y se preocupan por nosotros y que harían lo que estuviera a su alcance por ayudarnos.

—Lo sé... pero a veces haces algo y luego no sabes cómo deshacerlo... entonces lo sigues haciendo otra vez y así lo vas empeorando... No sé cómo explicarlo... Quisiera que papá...

Paloma hizo un silencio y las lágrimas comenzaron a caer sobre su rostro.

—¿Qué quisieras? —preguntó Mel—. Puedes confiar en mí, no le diré nada que no quieras que le diga.

—Quisiera que papá... Quisiera regresar el tiempo atrás —añadió y se secó las lágrimas con rapidez.

—Sí... yo también —dijo Mel sorprendiendo a Paloma—. Podría hacer muchas cosas de manera distinta —continuó—. ¿Sabes qué haría? Les diría todos los días a mis padres lo mucho que los amo y les daría un fuerte abrazo... Elegiría mejor a las personas con quienes me junto y... definitivamente habría hecho caso a algunas recomendaciones que me parecían absurdas y exageradas.

Paloma la observó y le regaló una sonrisa triste.

—Yo quisiera volver a ser feliz —dijo y a Mel aquello le dolió en el alma.

—¿Por qué no puedes serlo, Paloma? —preguntó.

La niña se encogió de hombros.

—Las cosas ya nunca serán como antes —susurró y perdió la vista en el horizonte.

—No... Eso es cierto, pero podemos hacer que sean buenas también. Que las cosas no sean iguales no quiere decir que sean malas. A ver, piensa en algo que puedes lograr y que te haría feliz en este momento —dijo la muchacha.

—Pues... me gustaría saber si papá me quiere... me gustaría ser suficiente para él, no ser una carga... —añadió y las lágrimas brotaron de nuevo.

—Paloma... No sé por qué dudas del amor de tu padre, pero puedo asegurarte que te ama y que está preocupado por ti, él me lo ha dicho. Siente que no puede hablar contigo, que no lo escuchas, que estás enfadada y que nada de lo que hace surte efecto. Se siente tan mal como tú... es probable que también él deseara ser suficiente para ti y que lo quisieras, ¿no crees?

—Pero yo lo quiero mucho... —dijo Paloma.

—¿Se lo has dicho? Ni siquiera le hablas —respondió Mel.

Paloma suspiró.

—No le vayas a decir nada de esto —susurró—. ¡Quétonta soy! Si son amigos, seguro se lo vas a decir —añadió.

—No, no se lo voy a decir porque también somos amigas tú y yo, ¿no?

Paloma sonrió y asintió.

—Pero tú prométeme que tratarás de arreglar las cosas con él. No sabes lo que yo daría por poder abrazar de nuevo a mi papá —añadió Mel con tristeza—, no lo desaproveches tú que todavía lo tienes.

Paloma volvió a asentir. Camelia pensó que le era fácil tratar con los adolescentes y recordó las veces que consoló así a Ian y lo contuvo de la misma manera.

La niña volvió a recostar su cabeza sobre su hombro.

—No tienes que ser fuerte siempre... —susurró Mel. 

Luego escuchó sus propias palabras y se las repitió en silencio.

—No tienes que ser fuerte siempre... —pero esta vez, el mensaje era para ella misma.

Paloma parece haber congeniado con Mel... ¿no?  Me gusta este capítulo...

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