
Capítulo 11
El sábado a la mañana, luego del desayuno y de tener que explicarles a sus amigas todo sobre los mensajes de la noche anterior, Camelia fue a su casa. Se sentía extrañamente bien y tenía la impresión de que las cosas en su vida comenzarían a cambiar, y no solo eso, sino que tenía ganas de que así fuera, quería experimentar esos cambios y animarse a vivir un poco más.
La parte de ella que siempre estaba en alerta, se encontraba en pánico, pero su hartazgo por ese estilo de vida que solía llevar, la había llevado al límite. Lo poco que había disfrutado de esas semanas, había salido bien, tenía amigos nuevos, personas que la aceptaban como era, que estaban allí para ella, que no la juzgaban. Ian le decía cada noche que ya era momento de disfrutar de la vida que ella merecía, y quizá tenía algo de razón.
Durante ese día, se dedicó a limpiar su apartamento con música de fondo, incluso se animó a bailar un poco mientras aspiraba la alfombra de la sala. Abrió las ventanas y dejó que el aire fluyera y se llevara todo el tufo estancado adentro, pensando que era lo mismo que estaba haciendo con su alma, con su vida, abrir las ventanas y las puertas para dejar entrar al aire.
Su celular no sonó en casi todo el día, sabía que Ferrán estaba en el campo, Maríana iba a ir al cine con sus hijos y Lauri pasaría con Sebastián un fin de semana romántico. Sin embargo, se sentía acompañada, se sentía bien, se sentía feliz. Esa noche, se pidió una pizza, se puso a ver películas románticas y se durmió muy tarde, por eso, el domingo cerca del mediodía, cuando su celular comenzó a sonar como loco, no supo bien en qué parte del mundo se hallaba.
—¿Quieres hacer algo diferente? —inquirió la ya conocida voz de Ferrán apenas le atendió.
—¿Eh?
—¿Aún duermes? —preguntó con sorpresa.
—Bueno, ahora me despertaste —dijo la muchacha con la voz adormecida.
—Bien, levántate, vístete, te busco en una hora...
—¿Qué? ¿Para?
—Comeremos algo y luego te llevaré a un sitio muy especial —añadió.
Mel se sentó en la cama y observó su reloj, eran casi las doce del mediodía y no entendía qué le estaba proponiendo Ferrán.
—Yo... no sé...
—¿Tienes algo que hacer además de dormir? —inquirió él con jovialidad.
—Bueno... no... pero...
—Pero nada, estaré allí en una hora... prepárate, ¿sí? —añadió y Mel notó un dejo de inseguridad en su voz.
—Bueno... —aceptó Mel aún confusa.
—Bien... te veo luego...
El hombre cortó la llamada y Mel comenzó a sentir ansiedad. No supo qué hacer, así que lo primero que se le ocurrió fue llamar a Mariana.
—¿Qué hay de malo? ¡Anda y diviértete! —la instó la mujer.
—Está bien... Si no me comunico para la tarde llama a la policía —añadió.
Mariana se echó a reír, pero ella no estaba bromeando.
—¡No exageres, mujer! Es una buena persona, si no lo fuera te hubiese dejado tirada en la calle el día del accidente, ¿no lo crees? —inquirió—. Vamos, Mel, haz un pequeño esfuerzo por confiar en la gente... solo un poco... Al menos dale la oportunidad...
—Está bien... —suspiró—. Sabes que no es que no quiera, es una lucha interior...
—Yo lo sé... ganarás esa lucha, estoy segura... Tranquila, todo saldrá bien. Mantenme al tanto —pidió.
—Sí... sí... Gracias...
Camelia se dio un baño y luego se vistió, ni siquiera sabía bien cómo hacerlo, así que optó por un jean y una camiseta naranja, después de todo no creía que sea necesario vestir más formal un domingo de siesta.
Esperó los diez minutos restantes con el estómago hecho un puño, ansiosa, preguntándose si a dónde la llevaría y si sería seguro. Pero cuando recibió su mensaje diciéndole que ya estaba abajo, tomó su cartera y salió casi corriendo, en el fondo, deseaba verlo.
—Hola —dijo cuando la vio llegar.
La esperaba en la vereda, listo para abrirle la portezuela del automóvil.
—Hola... —respondió ella con un poco de vergüenza aunque no sabía ni por qué.
Ferrán le hizo un gesto para que subiera y luego cerró la puerta y se fue hacia su lado. Arrancó el auto y comenzó a hablar.
—¿Qué deseas almorzar? —inquirió—. ¿Haz desayunado?
—Bueno, no, apenas me dio tiempo de prepararme —añadió para no admitir que en realidad los nervios no le permitían comer.
—Pues... disculpa por no avisarte antes —dijo él con una media sonrisa—, la verdad es que no sabía bien si pedirte que me acompañaras... es algo un poco... algo que hago solo, siempre... y... pero luego, luego pensé que me gustaría compartirlo contigo —afirmó.
Sus visibles nervios lograron tranquilizar a Mel, aunque no sabía bien porqué.
—Bueno... ¿y qué haremos? —quiso saber la muchacha y lo dijo de una manera amena con la intención de aminorar las ansias de Ferrán.
—Primero comer. Yo también estoy hambriento. ¿Te gusta el pescado? Conozco un buen restaurante en la costa y nos queda de camino —añadió.
Mel asintió.
—¿Qué tal? ¿Te divertiste en el campo? —preguntó entonces ella para buscar un tema de conversación.
—Divertirse... bueno, la verdad es que no demasiado —afirmó él y suspiró—. Las cosas no van muy bien con... con ella —dijo y a Mel le pareció que bajaba la vista por un segundo.
—Oh... Bueno...
No pudo decir más que eso, había una «ella» y debía procesar esa información. Mel se sintió muy estúpida y miró por la ventana para pensar un poco. ¿Qué hacía en el vehículo de un hombre que estaba saliendo con otra mujer? Ella no pensaba ser el premio consuelo de nadie y no creía que meterse con alguien con pareja fuese una opción para ella. Menos si las cosas entre ellos estaban mal.
Sintió un impulso por bajarse del vehículo justo cuando se detuvo en un semáforo. Sentía el corazón latir con fuerza y cuando ya tenía la mano en la manija para abrir la puerta, pensó que él en ningún momento le había hablado de nada que tuviera que ver con ser una pareja ni le había insinuado nada. De hecho, le había pedido amistad. ¿Por qué se estaba adelantando a los hechos? ¡Eran amigos, solamente amigos! No podía salir del auto así porque sí, ¿qué le diría? Pensaría que se había vuelto loca. Además, ¿por qué demonios ella estaba pensando que eran o podían ser algo más?
Estaba demasiado confundida... pero entonces, algo llamó su atención. En la esquina en la que estaban detenidos, había una mujer vestida de blanco. Estaba a unos veinte o treinta metros y la miraba fijamente a los ojos. Camelia no reconoció el rostro, pero se veía pálida, muy pálida. Su cabello era negro y lleno de rizos y caía ordenado sobre su espalda. Tenía los pómulos demasiado rosados, o era que hacían mucho contraste con el resto de su piel nívea, parecía una muñeca de porcelana. En sus manos, tenía un ramo de flores, eran camelias amarillas y por un instante le pareció que la mujer le sonreía.
—Mira... —dijo volteándose para llamar a Ferrán que esperaba que el semáforo diera verde para continuar.
Le pareció llamativo que la mujer tuviera camelias en sus brazos, últimamente las veía más de la cuenta, pero cuando se volteó a mirar con el dedo señalando al sitio, ya no estaba.
—¿Qué? —inquirió el hombre.
—No... nada... —dijo ella confundida.
Otra vez la idea de que su abuela se le apareciera en espíritu le volvió a la mente, pero luego se sacó el pensamiento de la cabeza. Los espíritus no se aparecen en forma de fantasmas a las personas, debió ser una vendedora de flores, había muchas por ese sitio.
—¿Tú qué hiciste? —inquirió Ferrán y ella tardó en comprender que su pregunta tenía que ver con los días previos, ya que era de eso que hablaban antes.
El semáforo se puso verde y Ferrán avanzó, Mel observó para todos lados intentando hallar a la misteriosa mujer, pero no la vio por ningún lado.
—Nada, viernes con las chicas y ayer me puse a limpiar el departamento —comentó—. Luego vi películas y me dormí muy tarde.
Cuando llegaron al restaurante, Ferrán se apresuró para abrirle de nuevo la puerta. Mel no esperó que lo hiciera, pero le sonrió al salir. Era todo un caballero. Eligieron una mesa y pidieron un plato típico de la zona, la especialidad de la casa. Lo degustaron mientras hablaban de lo mucho que le gustaba a Ferrán salir a pescar cuando era más joven. Mel le comentó, que su padre también amaba aquella actividad y así se entretuvieron un buen rato.
Al subir de nuevo al vehículo, Mel pensó que era fácil hablar con Ferrán, podían conversar sobre cualquier cosa y le resultaba divertido e interesante. Se preguntó cuál sería el problema que tenía con su mujer, pero no quiso averiguarlo, ya que no sería de mucha ayuda. No podía dar consejos sobre relaciones pues nada sabía del tema.
—¿A dónde vamos? ¿Ya vas a decirme?
—Llegaremos en cinco minutos... —dijo Ferrán.
Mel aguardó y vio como él ingresó a un hospital cuyo nombre estaba estampado en un letrero en la entrada: Hospital nacional del cáncer, zona pediátrica. Después estacionó, y bajó del auto abriéndole la puerta y pasándole la mano. Mel solo se limitó a seguirlo, confundida y curiosa por lo que harían allí.
Ferrán abrió la cajuela del automóvil y sacó una enorme mochila negra, se la puso al hombro y con un gesto le indicó por dónde ir. Mel lo siguió.
—Buenas tardes, Ferrán —saludó con amabilidad una enfermera con la que se cruzaron antes de llegar a la entrada.
—Hola, Gloria, ¿cómo está? —la saludó él.
Cuando ingresaron, una mujer de nombre Perla, los saludó también y le dijo a Ferrán que se cambiara donde siempre y que los niños lo esperaban ansiosos. Ferrán la guio hasta una habitación, donde ingresó y luego cerró la puerta.
La pieza estaba vacía y olía a lejía. Había solo una mesa, una silla y un perchero. Ferrán colocó la mochila en la mesa y la abrió para sacar de ella su vestuario de mimo. Se sacó la camisa blanca que traía y se puso la camiseta a rayas, los ojos de Mel se abrieron como platos al verlo con el torso desnudo. Entonces, él se sacó los zapatos, luego se desprendió el jean y comenzó a sacárselo.
Mel se volteó instintivamente, no pensaba verlo en paños menores, aunque por dentro moría de ganas de hacerlo, ¿de dónde nacían esas ansias? Sintió que las mejillas se le tornaron rosas y Ferrán rio.
—Oye... ¿qué sucede? —inquirió.
—Te... te estás... desvistiendo —respondió ella con un hilo de voz.
—Bueno, me estoy cambiando... Ya puedes voltearte —dijo cuando terminó de ponerse el pantalón negro y ya se calzaba los enormes zapatos de payaso.
Mel lo hizo, con las mejillas aún ardiendo, y aunque Ferrán no dijo nada, aquella escena le pareció adorable.
Sacó entonces su cartuchera con maquillajes y en menos de diez minutos, su cara se había transformado. Luego, sacó unos globos sin inflar y una bolsa con algo adentro que parecía una ropa, y se la pasó a Mel.
—Iré a inflar los globos allá afuera para que te cambies con calma, creo que esto te quedará bien —añadió.
Mel no comprendió.
—Cuando estés lista llámame, te maquillaré —dijo antes de salir.
Mel se quedó helada y sin saber qué hacer o qué decir. Abrió la bolsa y se encontró con una falda negra, corta, con tirantes, una blusa a rayas de mangas largas y unas medias rayadas largas hasta más arriba de la rodilla, también rayadas en blanco y negro. Además, había una boina negra igual que la que él se había puesto un segundo antes.
Por un minuto dudó de hacerlo. ¿Vestirse como mimo y hacer el ridículo? Pensó para sí, luego reflexionó sobre Ferrán y lo que habían hablado la vez que salieron a comer, sobre aquello de sentirse libre cuando estaba disfrazado. ¿Por qué no? Pensó.
Se sacó el jean y lo dobló sobre la silla, se puso la falda y las medias y luego se sacó la blusa.
—¿Lista? —dijo Ferrán al otro lado justo cuando ella estaba solo en brasier, así que se apresuró en responder.
—Ya casi —dijo poniéndose lo más rápido que podía la camiseta y metiéndosela dentro de la falda—. Ahora sí —añadió.
Ferrán ingresó y la observó, se mordió el labio y a ella le pareció que por un minuto se sintió incómodo. Mel agradeció en su fuero interno el haberse depilado el sábado. Pero entonces él negó con la cabeza y luego asintió.
—¿Estás bien? —inquirió confundida por su reacción.
—Sí, sí... Te ves magnífica, ahora déjame maquillarte.
Mel se sentó en la silla y se dejó hacer. Ferrán le puso con mucho cuidado la crema blanca y luego delineó una figura vertical en medio de cada ojo, pintó los pómulos y los labios de rojo.
—Lista —añadió dándole un espejo para que se viera.
A Mel verse le resultó extraño, no era capaz de reconocerse y no sabía si sería capaz de actuar como un mimo.
—Yo... no sé qué hacer —dijo entonces.
—Solo diviértete. Apaga la cabeza, actúa... Eres libre, no eres Camelia, no estás atada a tus miedos, aquí nadie te conoce —dijo él viéndola a los ojos—, solo debes divertirte y ser espontánea.
—Soy muy mala siendo espontánea —admitió ella.
—Déjate ir, Camelia, déjate ir —dijo él y le regaló una sonrisa—. Y no hables —añadió.
Camelia asintió y luego salieron allí de la mano, afuera les esperaban muchos globos con formas y Mel se preguntó qué tan rápido Ferrán los había armado. Entonces sonrió y decidió que por un momento, solo por esa tarde, intentaría dejar de pensar y dejarse ir.
Bueno, este es el capítulo que les traigo de regalo por estar siempre aquí, hoy en el día de la amistad. Espero lo disfruten, de aquí en más hay muuuuchas sorpresas, y cada capítulo es como subir a una montaña rusa de emociones. Me encanta leerlos, releerlos, corregirlos. Y para que sepan, le estoy agregando capítulos donde toco un poco más desde el punto de vista de Ferrán, así que tendrá más de 30.
También me agradan sus preguntas:
Sientes que esta historia aparte de identificarte en ella te ayuda a vencer tus propios miedos e inseguridad a las personas?? Creo que todas mis historias me ayudan con eso. Cuando comienzo a escribir, fluyo... yo no pienso lo que escribo, yo solo escribo, las cosas salen de mi alma... Escribir es una manera de hablarme a mí misma, es una manera de ordenar todo lo que he vivido y aprendido en la vida... por eso, creo que cada historia que he escrito me ha ayudado a transitar algunos miedos e inseguridades, me ha dado respuestas que no sabía que tenía dentro.Que tratas de plasmar en tus historias??Solo trato de emocionar. Me gustan las historias que te atraviesan el alma, que te hacen pensar, que te transforman aunque sea un poco, que te hacen mejor persona. Esas son las historias que amo leer y son las historias que pretendo escribir.Ara porque te da ansiedad la muerte?? Que crees que pasa cuando morimos?Hace 8 años tuve una situación muy especial, estuve muy cerca de la muerte. A la muerte la tenemos como una desconocida lejana, como algo que le pasa a los demás, no a uno... la vemos de lejos, y aunque sabemos que un día vamos a morir siempre pensamos que hoy no es ese día. Pero de pronto, la muerte se te acerca y te toma de la mano, te muestra a la cara lo finitos que somos y cómo todo se puede acabar de un día para el otro. No me asusta lo que hay después, creo en la vida más allá de la muerte, lo que realmente me asusta es irme cuando mis hijos aún me necesiten. Quizá me da miedo que se queden solos, que me necesiten y no esté, pienso qué será de sus vidas, no quiero perderme sus momentos especiales... Tras esa experiencia comencé a sufrir crisis de ansiedad que tiene que ver con ciertas situaciones, por ejemplo enfermedades. Entonces, en el proceso de transitar esta situación tan especial, decidí escribir y a leer bastante sobre la muerte, por eso es que varias de mis historias tratan de esos temas, así como los últimos libros que he leido. Es algo que comprendo me ayuda a transitar esto y sacar a lo mejor mis miedos y mis preocupaciones convirtiéndolas en letras. Así, la muerte deja de ser lejana y la convierto en un personaje más de mis historias... No sé si tiene mucho sentido, pero funciona para mí. Debido a experiencias en el pasado me cuesta mucho confiar en las personas. ¿Realmente crees que existe un compañero para cada soledad? Realmente pienso que hay alguien que puede entender tu mundo, alguien que podría ser capaz de leerte y viceversa, pero también creo que el problema de las relaciones de hoy en día es que la gente elije mal. El mundo está tan confundido en sus valores que la gente elije incorrectamente a las personas que los acompañarán en la vida y se aferra a ellos como si fueran sus salvavidas incluso cuando es obvio que no es así. Le suelo decir a mi hijo, "no encontrarás águilas si buscas en un gallinero", si siempre te encuentras con la misma clase de personas, si algo se repite como un patrón en tu vida, el problema no son los demás (necesariamente), el problema eres tú que sigues pretendiendo encontrar un águila en un gallinero... Hay muchas cosas que influyen en eso, a veces no nos creemos dignos y nos conformamos con poco... pero después se escucha gente diciendo que ellos no tuvieron nunca la oportunidad y al final sí hubo, solo que no la vieron.Si te refieres a amistad, creo que hay amistades para todas las cosas, el amigo con el que puedes salir, el otro con el que puedes estudiar, aquel en el que puedes recostarte cuando necesitas llorar, el que es buen consejero... Me encantaría creer que hay una amiga como Mariana, pero la vida hasta ahora me ha tildado de ilusa cada vez que creo haberla encontrado. Pero no podría decir que no existen solo porque yo no las he hallado... Porque quizá sea yo, que aún no he dejado de buscar en el gallinero... ¿Comprendes? No pierdas la fe, a mí también me cuesta mucho confiar, pero a veces es necesario hacerlo.¿Hay alguna cualidad o característica tuya que hayas puesto en Ferrán? Pd: amo demasiado tus historias y realmente me encanta lo profunda y real que me resulta esta <3 La verdad es que me identifico mucho más con Mel... y en mi rol de amiga casi siempre soy Mariana... Pero de Ferrán no tengo mucho... Gracias por sus preguntas. Pueden seguir dejándome más preguntas como comentario de esta frase, así las encuentro con facilidad.
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