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Capítulo 1

Mel lo miraba y no podía creerlo, las lágrimas se le juntaban en la garganta en un nudo enorme. ¡Cómo había pasado el tiempo! Y sobre todo, ¡cuánta vida había sucedido en ese tiempo! Ocho años, ocho años de aquel accidente que cambió su destino, su futuro y su misión en la vida.

—No te vayas a poner sentimental, Mel —dijo Ian con la voz tomada por la emoción.

—No seas tonto, ¿yo sentimental? —inquirió la muchacha.

Ian la abrazó y le dio un sonoro beso en la mejilla.

—No me va a alcanzar la vida para agradecerte, Mel, te debo todo...

—No digas tonterías, somos hermanos, somos familia, no me debes nada, si hubiese sido al revés, hubieras hecho lo mismo.

—Fuiste muy valiente —susurró dándole otro beso—. ¿Estás segura que estarás bien? ¿Me llamarás todos los días?

—Lo haré hasta que te canses de mí y estés rodeado de nuevos amigos, en ese momento ya no querrás hablar conmigo todos los días —respondió ella con una sonrisa dulce.

—No es cierto, yo siempre quiero hablar contigo. Además, estaría bueno que ahora que iniciarás ese nuevo empleo hicieras alguna amiga... o amigo —añadió levantando las cejas—. Es hora de que hagas tu vida, Mel.

—Siempre he hecho mi vida —respondió ella—. Ya te dije que no necesito a nadie para vivir.

Ian rodó los ojos con cansancio y suspiró.

—No quiero que te conviertas en una vieja solterona y amargada como la tía Carla —bromeó—. Ya sé, ya sé que me dirás que no necesariamente tienes que ser amargada por ser solterona solo que... Mel, eres tan hermosa y tan... luminosa, si tan solo te vieras con mis ojos, si tan solo te quisieras y te valoraras un poco más... si tan solo creyeras un poco más en ti... quisiera que fueras feliz, que amaras y que te amaran con intensidad... que te rodees de personas que valoren lo que vales...

—Yo soy feliz contigo, sabiendo que tú eres feliz y que al fin cumplirás tus sueños, así que anda, Ian, sube a ese avión y demuéstrale al mundo de lo que eres capaz —dijo abrazándolo como una madre cariñosa, papel que hacía muchos años había adoptado.

Ian le devolvió el abrazo y en medio de la emoción de la despedida, escucharon la voz de la última llamada del vuelo. Entonces, se alejaron con lentitud, y tras un nos vemos pronto, Ian se alejó.

Mel lo vio partir, sus lágrimas fluyeron al fin, cuando él ya no la veía. Se quedó allí, parada por un buen rato, recordando los ocho años en los que pasó de ser una joven suicida a una hermana mayor llena de responsabilidades para sacar a su hermanito adelante. Nada fue sencillo, tuvo que cargar con la culpa a cuestas, con sus problemas, su tristeza y las de Ian, con las dificultades económicas y el corto tiempo que le quedaba para continuar sus estudios. Pero finalmente lo hizo, ni siquiera sabía bien cómo, pero le gustaba pensar que sus padres la apoyaban desde el donde sea que estuvieran.

Se retiró del aeropuerto con una sensación de haber hecho un buen trabajo, Ian ya había cumplido los dieciocho, era mayor de edad y había conseguido una beca en el exterior gracias a su excelente rendimiento académico. Ahora todo dependía de él, era momento de alzar las alas y volar para crear su propio destino. Se pensó a sí misma a los dieciocho y se vio tan distinta a él, mientras a él la tristeza y los embates de la vida lo habían convertido en un hombre fuerte, inteligente, carismático y resiliente, ella a su edad no era más que una chica tímida, temerosa del mundo exterior, asocial e infeliz. Él estaba lleno de sueños de un futuro mejor y ella solo pensaba en el suicidio.

¿Dónde había quedado esa Camelia? ¿Quién era ella ahora?

La verdad que nunca había sabido quién era en realidad. Había escuchado en clases o leído en libros la importancia de saber quién era y a dónde iba, pero esa era una respuesta muy complicada para ella. Era una buena alumna, era una persona muy responsable, una buena trabajadora y compañera, era una gran hermana mayor, todo eso era, pero no le parecía suficiente, había un vacío en su interior que nunca se podía llenar, un silencio en el centro de su alma que la había aturdido y no había logrado deshacerse de él en años.

Suspiró mientras se aferraba al volante que la llevaba a su destino, su nuevo empleo como jefa de marketing en un hotel importante de la ciudad. Algunas veces se sentía cansada, como si la vida le pesara, como si la soledad la ahogara, pero había aceptado de una vez por todas, que no era buena para hacer amigos ni mantener relaciones, y aunque por mucho tiempo lo había sufrido y le había quemado la necesidad de compartir su mundo interior con alguien, había acabado por resignarse a que eso no era para ella y a encerrarse en sí misma, donde al menos, se sentía segura y a salvo.

Cuando llegó al edificio, tomó un poco de aire para infundirse fuerzas. La gente le daba miedo, le generaba desconfianza, se sentía distinta al resto, y por eso mismo, muchas veces se había excluido ella misma de los grupos antes de que los demás lo hicieran. Ian solía decirle que no le daba tiempo a la gente de conocerla, que se escondía antes de que los demás alcanzaran a acercarse, como una tortuga que se escondía en su caparazón ante cualquier estímulo externo. Quizá tenía algo de razón, pero no sabía otra manera de hacerlo.

De pie frente al gran e imponente edificio de arquitectura antigua, observó por unos instantes antes de dar los pasos necesarios para ingresar. Sintió los tan acostumbrados escalofríos que eran generados por la ansiedad de un nuevo comienzo, y dio el primer paso para entrar al hotel.

Tres pasos después, sintió que alguien le chocaba el hombro. Se sacudió un poco sin darse cuenta y perdió el equilibrio, casi se cae. Un hombre vestido de mimo que venía caminando de espaldas, chocó contra ella. Al darse cuenta de lo sucedido, se giró, le pasó la mano y luego hizo un motón de gestos que a Camelia le parecieron ridículos, fingía llorar, sacudirse las rodillas y luego juntó las manos como pidiendo perdón.

Camelia no respondió, rodó los ojos y siguió caminando hacia la puerta del hotel, mientras el mimo la seguía, haciendo un montón de gestos ridículos y desesperados, pero Mel, todavía molesta por su irresponsabilidad y descuido, casi le cerró la puerta por la cara, ante la risa divertida del botones que se encontraba en la entrada.

Unas horas más tarde, Camelia estaba sentada en su nueva oficina, poniéndose al día con su nuevo trabajo, feliz de poder dar inicio a otra etapa de su vida. Ya había cumplido con Ian, lo había sacado adelante haciendo de él un buen hombre, y ahora, estaba sola y lista para enfocarse en este empleo al máximo y poder aprender todo lo que más adelante le serviría para poder abrir su propio hotel.

Cerca del mediodía, sintió unos golpes en la puerta.

—¡Adelante!

Una mujer menuda de cabello rubio y ojos risueños le sonrió desde la puerta.

—¿Quiere salir a comer, Licenciada? Conozco un lugar muy bueno donde hacen unas pizzas riquísimas, digo, si le gusta la pizza, claro.

Camelia abrió los ojos con sorpresa, intentó buscar en su base de datos recién creada quién era esa muchacha, recordó que la presentaron como Gerente de compras y balbuceó algunas palabras. Las manos le sudaron y el corazón le latió con fuerzas.

—Yo... bueno...

—Vamos, es bueno salir a mirar el paisaje y despejarse un poco —insistió—. Soy Laura, pero puede decirme Lauri.

Como autómata, Camelia cerró la carpeta que estaba revisando y se levantó, tomó su cartera y se la puso en el hombro. No sabía cómo reaccionar, no quería ir con esa desconocida, pero al mismo tiempo quería hacerlo. Algo en su interior se revolvía.

—Está bien —atinó a responder.

La muchacha sonrió, debería tener su edad, la siguió sin decir palabra hasta que se detuvo en otra oficina.

—¿Vamos, Mariana? —inquirió—. La Licenciada Bustamante nos acompañará —añadió.

—Pueden llamarme Mel —dijo con nerviosismo. De pronto se sentía como una alumna de secundaria en su primer día de clases en un colegio nuevo.

—¡Hola, Mel! Un gusto conocerte —saludó Mariana—. Estábamos ansiosos por conocerte desde que nos hablaron de que vendrías. La verdad es que el viejo lobo del Licenciado Cáceres era muy especial, teníamos la esperanza de que una cara joven y fresca daría un poco más de vida a este hotel —murmuró Mariana casi abrazándola.

Era una mujer de unos cuarenta años, un poco subida de peso y vestida con increíble elegancia. Se veía muy hermosa, su cabello rojizo y sus ojos pardos le daban un aire excéntrico y misterioso. Mel se tensó al contacto, no estaba acostumbrada y no sabía cómo reaccionar a ellos.

Salieron las tres, Mariana y Lauri hablaban sobre un tal Javier y su nueva novia, se burlaban de la chica en cuestión mientras abrían la puerta y saludaban al botones.

—¡Adiós, Miguel! —dijeron casi al unísono.

—¡Adiós, chicas! —respondió él.

—El ambiente en el hotel es muy familiar, como verás —dijo Lauri ahora hablando a Mel—. Esperemos que te sientas cómoda.

Cuando llegaron a la esquina, el mimo estaba allí. Hacía muecas y gestos a los transeúntes y se deleitaba con las expresiones de los niños. Cuando las vio, se acercó a ellas entregándoles lo que parecía una rosa roja de papel a cada una.

—¡Gracias, Ferrán! —dijo Lauri sonriéndole.

Cruzaron la avenida con Ferrán siguiéndolas y haciendo gestos simpáticos, Lauri y Mariana se divertían, pero Camelia se sentía incómoda. El mimo volvía a hacerle gestos de disculpa y ella se sentía aturdida y agobiada, por lo que agradeció que al llegar a la otra vereda, una niña lo distrajera pidiéndole una foto.

—¿No te gustan los mimos? —inquirió Mariana al percibir su malestar.

—No... Bueno, lo que pasa es que hoy me chocó ese hombre y casi caigo justo antes de entrar al hotel...

—Ferrán es muy divertido, me pregunto cuál será la historia tras ese personaje —dijo Laura girándose para verlo—. Nunca está triste y si lo está, lo disimula perfectamente.

—Sí, yo también me pregunto qué será de su vida —dijo Mariana.

—¿Cómo saben su nombre? —inquirió Mel.

—Solo sabemos que se llama así porque una vez lo escuchamos hablar con una señora en la esquina y le decía Ferrán esto y Ferrán aquello —comentó Laura.

—Sí, somos un par de chismosas —añadió Mariana y luego se echaron a reír.

A Mel aquella risa tan natural y espontanea le despertó algo en el pecho y también las acompañó con una sonrisa.

—Eres tímida, ¿verdad? —inquirió Mariana—. No nos tengas miedo, somos un poco aceleradas, pero somos buena gente —añadió.

—Yo... bueno, sí... tímida es una buena palabra —admitió.

En realidad no era tímida, era cerrada, tenía miedo de las personas y de las relaciones, pero no podía decirles eso.

—Ya verás que pronto te adecuas a este par de locas —dijo Lauri—. Por cierto, hemos pasado a tutearte sin que nos dieras permiso —añadió.

—No hay problema... —respondió Mel.

—¡Allá es! —señaló la muchacha—. Verás que la comida es exquisita. La pizza es genial, pero en realidad hay mucha variedad de opciones, no solo pizza.

—Y los camareros guapísimos —añadió Mariana.

Volvieron a reír y luego ingresaron a acomodarse.

El camarero trajo el menú y las tres se dispusieron a mirar, Mel estaba tan nerviosa que no se animaba a hacer el pedido primera, quería esperar a que las chicas lo hicieran y pedir lo mismo. De pronto sentía miedo de que ellas notaran sus nervios y su ansiedad y se alejaran de ella. Sin darse cuenta, su respiración comenzó a agitarse y sintió que el sudor se le derramaba por la frente como una catarata.

—¿Estás bien? —preguntó Mariana tomándola de la mano.

—Sí... iré un rato al baño —respondió algo nerviosa.

Se levantó y casi trastrabilló con la silla, caminó rápido hacia el lugar que indicaba los sanitarios y se metió. Se mojó las manos con agua fría y se la llevó a la frente. Observó su reflejo en el espejo y comenzó a respirar. ¿Qué sucedía? ¿Por qué simplemente no podía ser una persona normal?

—¿Estás bien, corazón? —La voz de Mariana se notaba maternal y dulce, se acercó a ella y la observó.

—Yo... sí... —respondió ella confusa, no sabía qué decirle, cómo hablar.

Mariana no dijo nada, pero la miró de una manera que llenó de paz a Mel, por un minuto se sintió a salvo, y suspiró. Algo en esa mujer la calmaba y la animaba a ir más allá de sus fronteras, así que asintió.

—Estoy bien... lo siento.

—No te preocupes, yo también sufrí eso, es ansiedad... lo sé, no te preocupes, todo estará bien —dijo y le pasó una mano.

Mel la tomó, y en ese pequeño gesto, supo que algo iba a cambiar en su vida, por primera vez estaba tomando la mano de alguien, pero no de forma literal, sino como una metáfora de una existencia en la cual nunca antes nadie le había pasado una mano.

Salieron del cuarto de baño y se sentaron de nuevo en su sitio, Mariana comentó sobre lo guapo que era el camarero que estaba atendiendo la otra mesa y que probablemente el próximo día debían sentarse allí. Ninguna mencionó lo que había sucedido, comieron, conversaron y sonrieron como si se hubiesen conocido de toda la vida. Mel no participó mucho en las charlas, pero respondió con gusto a las preguntas que le hicieron sobre su formación, sus estudios y sus anteriores trabajos.

Volvieron al hotel, y de paso vieron a Ferrán descansando un rato bajo la sombra de un árbol mientras hacía nuevas rosas rojas de papel para sorprender a los transeúntes. Mel lo observó y al igual que sus compañeras, se preguntó cuál sería su historia.

Ya en la oficina, Lauri se despidió de ambas justo cuando su secretaria le anunció el llamado de alguien importante, Mariana acompañó a Mel con la excusa de conocer su oficina, y una vez allí se sentó para observarla.

—Estoy para lo que necesites, Camelia —dijo la mujer—, puedes contar conmigo.

Mel asintió sin decir palabra, pero cuando Mariana se levantaba para partir a su oficina, no pudo aguantarse y preguntó.

—¿Por qué? —sentía que si no lo hacía su ansiedad y desconfianza no se calmarían.

—Porque se nota que eres una buena persona y me gusta tener amigas que son buenas personas —respondió Mariana con naturalidad—. Y porque sé lo que estás pasando, lo he vivido.

Entonces se marchó, no sin antes regalarle un guiño de complicidad con el que la mujer pretendía regalarle una buena dosis de confianza. Una parte de Camelia pudo traducir ese gesto y deseó poder arrojarse a esa amistad tan sincera que aquella desconocida mujer que la había llamado amiga le ofrecía, por otro lado, otra parte de ella, le recordaba que no tenía amigas, que nunca las había tenido y que no era buena relacionándose con las personas. 

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