
Las historias del abuelo
– Saluda al abuelo...
– Buenos días, abuelo.– el niño se le acercó sonriente.
– ¡Ja! ¿Buenos? Estos días nada tienen de buenos... En mis tiempos, sí eran buenos...
– Ya empezamos...– balbuceó la hija, con un suspiro resignado.
– En mis tiempos, uno no tenía que usar esa ropa antirradiación, ni pagábamos por respirar...– se quejó el abuelo señalando con desagrado el pequeño tubo de oxígeno con el medidor intermitente que su nieto cargaba en la espalda.
Éste se le había acercado a la cama donde estaba postrado para oírlo mejor. Le encantaba escucharlo, aunque siempre le decían que lo que contaba el viejo era sólo delirio de su edad.
– ...las flores..., los ríos...,los animales..., los árboles...– su nieto hizo la lista para invitarlo a que siga hablando...
– Ah...– suspiró el abuelo. Ya sentía los ojos humedecidos– ¡Cuánto extraño los árboles! Sobre todo aquellos árboles de mi infancia, bajo los cuales nos cobijábamos con mis perritos para ver las estrellas cuando no podíamos dormir...
– ¡¿Estrellas?! ¿Se veían las estrellas a simple vista, abuelo?– esa parte de la historia le era difícil de creer.
– Hubo un tiempo en el que uno miraba hacia arriba, hacia el cielo, y no había chatarra espacial ... Antes se veía una total y clara inmensidad...
– ¡Ya basta de cuentos, padre!– lo retó su hija– que la vida ahora tampoco es tan mala...– dijo mientras abría la puerta de calle, echaba un vistazo al paisaje adoquinado, monocromático y desértico, y se cercioraba de que su traje protector estuviera bien sellado, pues habían pronosticado una tormenta de lluvia ácida para todo el día...
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