I- La torre
Capitulo I
Mal Caracter
PERSEFONE
Daré un breve resumen sobre mí.
Soy una joven de veinte años con un amplio historial de "Excelencia" académica. Con muchas historias populares me posicioné como una de las escritoras infantiles más pedidas por las casas editoriales.
Fuera de mi vida profesional, tengo diecisiete años de dulce existencia, más tres años de cruda realidad. Hace tres años mi adorada madre, y único familiar, desapareció sin dejar ningún tipo de rastro. Las únicas personas que me quedan son mi insufrible padrastro y mayear, Adam Jones, su hijo, Darío Jones. Y mi adorada nana la señora Valter.
Mis mañanas empiezan así, un gran vaso de leche, un trozo de pastel o donas. No me podía quejar de nada.
La señora Valter está cocinando una rica sopa, mientras yo le estoy dand0 los últimos bocados a mi delicioso pastel de chocolate.
Meridiana Valter es mi nana desde que tengo memoria. No tuvo ningún hijo, así que yo me convertí como una hija para ella, y ella se convirtió en una madre para mí, cuando mi verdadera madre desapareció.
El timbre de la puerta principal empezó a sonar. "Mery", como solía llamarla, fue hasta la puerta para abrirla.
— ¡Buenos días, Mery!— Escuche la voz de Adam, Gracias el enorme silencio de la casa.
Sin exagerar, hasta la caída de un alfiler podría ser escuchada.
—¡Hola, Adam!—Saluda mi nana con ese dulce tono de amabilidad.—Pasa, Perséfone está en la cocina.
Pasaron unos segundos para que llegaran hasta donde estaba yo.
—¡Buen día, Perséfone!—Saluda el hombre, sentándose a mi lado, con esa estúpida y falsa sonrisa.
—Eran,—Digo con tono de amargura.—¿Qué se te ofrece, Adam?
—Tan amable como siempre, mi dulce hija.—Comenta en tono sarcástico.
—No soy tu hija, soy tu hijastra.—Le recuerdo con disgusto.
Una risa irónica se expresa en su boca.
—Tu madre te abandono, tu padre hizo lo mismo. Yo soy lo único que tienes Perséfone, deberías de considerarme un padre.
No quiero tener ningún maldito parentesco contigo.
Lo pienso, pero no lo digo.
Adam Jones es un bufón adicto al dinero. Si fuera por él vendería a su propio hijo por sucio dinero. Y en realidad lo hizo o bueno... algo parecido. Adam se quedó con la custodia de Darío después del divorcio con su ex esposa solo por no pagar manutención.
Es un cínico, un egoísta y un idiota.
—¿Qué se le ofrece, padre?—Digo con cierta burla.
—Es un comienzo. Hoy vas a salir de tu cueva. Tienes una junta para el nuevo lanzamiento del tu libro y una cita con tu psiquiatra.
En estos últimos años me he aislado. Mi "luz" se apagó o eso es lo que diría mi psiquiatra. Como sea, he estado muy cómoda de esa forma. Nadie me molesta, yo no molesto a nadie. Usualmente, nadie me molesta. Solo Adam y sus ruedas de prensa y sus estúpidas ansias de mantener mi "salud mental" a flote.
Pff pamplinas.
Yo asiento y me levantó de la silla. Camino rumbo a mi habitación, subiendo las escaleras y cruzando algunos pasillos. La casa es muy grande, tan grande que toma algunos minutos llegar a cualquier habitación. Una vez en mi alcoba, camine hasta mi baño y me quiete toda la ropa para tomar una ducha.
Una vez ya acabado el baño, me fui a mi closet para elegir un atuendo medianamente elegante, algo formal pero casual. Al final me decidí por un tipo traje; saco, camiseta blanca y pantalones de vestir. Algo relajado pero de mucho estilo.
Tome mi bolso, salí de mi cuarto, baje a la cocina, Adam y yo salimos de la casa y nos subimos a su auto.
La conversación se resumía en que Adam hablara, hablara y hablara, mientras yo solo asentida a lo que decía.
—... y sonríe, por algo pague tu ortodoncia.—Demanda mi gruñón padrastro.
—Sí, no es la primera vez que salimos a una junta, Adam.
—Nadie sabe lo acérrima que eres. Y a veces no controlas tus impulsos de amargura. Eres casi como yo.
Rodé los ojos, yo nunca seré como él.
Mientras llegábamos a la editorial, yo me distraía con el paisaje. Los grandes edificios, las calles repletas de personas, personas solas, personas con compañía, personas con mascotas, personas en general.
Pasábamos por un parque. Hay memorias borrosas en mi conciencia de este lugar, quizás memorias de mi padre. Era muy pequeña cuando él se fue, no lo recuerdo.
No sé dónde está ni me interesa saberlo.
Luego de un corto tiempo llegamos a la editorial.
Saludábamos a todos los presentes con un abrazo, un apretón de manos y una sonrisa. Me odiare por siempre, pero quizás Adam y yo éramos remotamente parecidos.
Subimos un ascensor, caminamos unos cuantos pasillos hasta llegar a una gran oficina, todo el equipo de selección, producción, impresión y posproducción. La plática era interminable, sin embargo, Adam contestaba o proponía, yo accedía o negaba. Parecía algo sencillo, pero era muy tardado.
Luego de largas horas de discusión, la tediosa reunión acabo. Fui a respirar aire fresco a un balcón cercano. También, aproveche para encenderme un cigarrillo. Saque la caja junto al encendedor del bolso, saque un cigarrillo y lo encendí.
Una presencia se acercó a mí. A pesar de estar de espalda, pude sentir como sus manos se dirigían a mi cabeza.
Como reacción automática, le di un golpe con mi codo derecho.
—¡Auch!—Chilla mi víctima, poniendo ambas manos en sus costillas derechas.
—Ya te he dicho que no hagas eso.—Exhale el humo de mis pulmones.
—Lo siento, se me olvido de que eres medio ninja.—Destaca irónicamente.—Felicidades por tu libro, enana.
Giro para poder verlo mejor. Tiene los ojos azules, como los de su insoportable padre, su cabello es castaño derivando un poco del rubio. Sus brazos extendidos para un abrazo. Darío siempre se ha portado de lo mejor conmigo. A pesar de ser mi hermanastro se tomó muy enserio lo de hermano mayor.
—Gracias, Darío. —Rechazo su abrazo, pero acepto sus palabras.
Él se abraza así mismo, acción que causa una pequeña risita en mí. Ambos nos apoyamos en el barandal del balcón. Sigo consumiendo mi cigarro.
—Fumas cuando estas estresada, ¿Un día muy duro?
Apago el cigarrillo y suspiro.—Ni te imaginas.
El frió aire acaricia nuestros sentidos, es algo muy placentero, algo que no sentía desde hace bastante tiempo.
—¿Tienes planes para ahora?—Después de unos minutos él vuelve a hablar.
—Iré a casa para almorzar y luego a la clínica psiquiátrica.
—Vamos, te dejare en tu casa. Quiero saludar a Meridiana.
Darío hizo lo que dijo, me llevo en su flamante Audi A4 negro. El camino, como siempre, fue muy silencioso.
La hermosa vista de la gran casa adentrada en el bosque era algo incomparable. Al ser una casa de color blanco, resalta entre el verde frondoso de los árboles. Si la vista externa era una obra de arte, el interior era otro nivel de hermosura. Amo a esa casa con toda mi alma.
Una vez en la casa nos dispusimos a comer. Darío y Mery hablaban animadamente, reían y compartían historias, yo solo me limitaba en asentir o reír junto con ellos. Darío viaja mucho, Meridiana ha vivido mucho; son los ingredientes perfectos para no callarse jamás.
Luego de terminar mi comida, me levante de la mesa y me despedí de ambos compañeros de aventureros y me dirigí a la cochera. Conduje hasta la clínica psiquiátrica NorthWest. Hoy me recibiría el doctor Roos, el director de la clínica, se encargara de estudiar y atender mis crisis de ansiedad, irritación y aislamiento.
—... Vuelo a repasar. ¿Eres Perséfone Vam Kartan, eres una de las escritoras más popular en el género infantil, fuiste reina de belleza a tus diecisiete años, eras la principal de tu curso de oratoria de francés, eras capitana del equipo de béisbol, tus notas eran las mejores en todas las clases, pero todo se fue abajo cuando tu madre desapareció?—Cuestiona el doctor.
Yo asiento repetidas veces. Estoy parada frente a su escritorio, caminando de un lado a otro, porque al parecer también tengo hiperactividad.
El asiente con lentitud.—¿Cómo te sientes al respecto?
Suspire con pesadez. —Me siento sola.
—Pero no quieres socializar con las personas a tu alrededor.
—No...
—¿Por qué no, Perséfone?
—No lo sé.
—¿Es miedo?
—No.
—¿Ira?
—No.
—¡¿Entonces qué es?!—Provoca el señor Roos con enojo.
—¡Es porque todo el mundo se va!—Vocifere, golpeando uno de los marco de cristal que contenía el diploma del doctor Roos.
Ambos nos quedamos unos minutos en silencio, aun no terminábamos de salir del Shock. Hasta que reaccionamos. Mi puño sangraba y dolía.
—Siéntate en la silla.—Me ordena el señor Roos. Él toma el teléfono y toca un botón.—Tráiganme un botiquín.
Mis ojos se llenaron de lágrimas por el dolor. Sostenía mi puño con delicadeza pero con firmeza.
La puerta se abre y deja ver a un enfermero.—¿Quería el botiquín, Señor Roos?
—Sí, atienda a la señorita, por favor.—Dice el doctor.
El enfermero se sienta frente a mí, con sutileza y suma delicadeza toma mi mano, revisa que no haya algún trocito de cristal o algo similar. Es ahí donde levanto mi vista para verlo.
Precioso, hermoso, lindo, apuesto, atractivo, Sexy; son las únicas palabras que pasan por mi mente. Tenía unos tiernos ojos azules combinados con gris, un desordenado y brillante cabello negro y una ligera barba, debajo de ella unos rosados labios muy gruesos.
Quede... totalmente embobada, completamente en shock, ni siquiera recordaba el dolor de mi herida de lo tan idiotizada que estaba del chico. Miraba como sus fuertes manos sostenían el algodón para limpiar el área afectada. Las venas y músculos de sus brazos sobresalían al hacer cada movimiento.
—...Bien, ya estas como nueva, ten más cuidado para que no haya una próxima vez.—Dice una vez ya finalizado su trajo.
Su gruesa pero dulce voz definitivamente me dio un orgasmo auditivo. Lo único que alcance hacer fue asentir. Él sonrió, Su sonrisa era muy tierna y sincera, su sonrisa me dio una ola de energía a otro nivel. Ahora no era tanto el shock de la herida, era el shock del chico.
El chico ordeno el botiquín, con esa sonrisa bonita en su rostro, hizo una señal al doctor y me volvió a sonreír antes de salir.
Escuche una pequeña risita por parte del doctor.
Lo mire rápidamente.—¿Qué se le hace divertido?—Pregunte con seriedad.
—Parece que viste a un fantasma. —Dice en tono de risa.
Le doy una mirada asesina, a pesar de sentir mis mejillas calientes. El doctor ríe abiertamente.
—Te voy a asignar un asesor para que puedas trabajar en la socialización y el mal carácter. Escoge el que tú quieras.
—No necesito un maldito asesor. Estoy bien.
—Vamos Perséfone, ayúdate. Es por tu bien, solo será un mes, nada más.
Pensé lo que dijo el doctor, simplemente accedí después de algunos minutos. Luego de eso volví a mi casa. A mi gran y solitaria casa.
Sola,
Solín,
Solita.
Como siempre desde hace tres años.
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