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Sí, sí se puede estar en dos lugares a la vez

—...inclínate, inclínate. Saluda. Hazlo lento, muéstrale respeto.

—Los unicornios son más bonitos —Escuchó que murmuraba Pansy, cruzada de brazos a su lado. Él rodó los ojos.

—Te dije que no tenías que haber tomado esta clase, si no la querías —Le recordó Harry, con suavidad. Su amiga relajó un poco los hombros.

—Tú ibas a tomarla —Fue la única explicación que dio, colgándose de uno de sus brazos.

—Porque es la más fácil de pasar. Tú tendrías que estar en Aritmancia con Nott justo ahora —Ella se encogió de hombros, sin soltarlo. Crabbe y Goyle también los acompañaban, pero estaban más concentrados en una de sus conversaciones sobre lo que sea que esos dos encontrasen interesante, que en lo que ocurría frente a ellos.

El semigigante, por algún motivo que les era incomprensible, era el instructor de la clase durante ese año. No daba buenas explicaciones, no atraía la atención de los estudiantes, y pese a su tamaño, en verdad no imponía un gran respeto. El niño-que-vivió debía ser el único lo bastante loco como para acercarse a ese hipogrifo que trajo desde el Bosque Prohibido, justo como este le decía que hiciese.

Por Merlín, Malfoy podía ser un confiado a veces, ¿no era cierto?

La sensación incómoda de Harry persistía, de forma más leve, al mirarlo. No era igual que cuando Malfoy se daba cuenta de que estaba ahí, le hablaba directamente o se acercaba demasiado.

Había pasado momentos difíciles en el club de duelos, rígido, con la mandíbula apretada y las palabras atrapadas en la boca. Intentaba sentarse lejos durante las clases, y cuando el comportamiento de Weasley lo irritó en una tarde en el comedor, se le escapó un comentario por el que terminó con la Comadreja sosteniéndolo del cuello de la túnica; hubiese insistido en dar pelea, si Malfoy no le hubiese dirigido una mirada cansada con que parecía pedirle que se detuviese. Hasta entonces, puede que lo hubiese tomado en cuenta, pero no al punto de en verdad detenerse por él.

El resultado fue un estallido de mal humor, un hechizo zancadilla en la Comadreja, esquivar un escupebabosas y una detención. Malfoy aún estaba enojado con él, lo sabía por la manera en que le pasaba por un lado en los pasillos y cómo se llevó a su grupo de pequeños Gryffindor con los Hufflepuff de Bones en la última reunión del club.

Era extraño. Todavía no encontraba una forma diferente de decirlo. O quizás sí. Quizás el problema era que tenía una manera de explicarlo, que no podía contarle a nadie más; no se imaginaba haciéndolo.

Es una serpiente, diría; sus amigos lo observarían como si hubiese enloquecido. Es una serpiente que se está enroscando en mi pecho.

A veces me aprieta.

A veces se relaja.

A veces sisea. Se alza, enseña los colmillos.

Es una serpiente que se inquieta cuando Malfoy está cerca. Es una serpiente que sisea cuando dice una estupidez, cuando está muy feliz con Weasley y los ve, cuando le pasa por un lado sin mirarlo. Y luego, cuando tiene su atención, pierde el control.

Se hacía una idea bastante clara de cómo reaccionarían cuando intentase contárselo a alguien. Nott podía decirle que fuese más preciso o no darle importancia, Pansy vacilaría al preguntarle a qué se refería. Ni Crabbe ni Goyle eran una opción para discutir más que el resultado del último juego de Quidditch o lo que iban a cenar esa noche.

Todavía podía pensar en ponerlo en una carta, pero no. Sacudió la cabeza. No era buena idea.

El causante de sus conflictos acababa de subirse al lomo del hipogrifo y despegar el vuelo, riéndose. El estúpido semigigante lucía emocionado, sus amigos Gryffindor se debatían entre vitorearlo, carcajearse o sólo mirar boquiabiertos.

Aquello era una locura, para empezar. Uno no se subía a hipogrifos. Los hipogrifos no eran mascotas, no debían ser domesticados, y no, en definitiva, no estaban hechos para que alguien se subiese sobre ellos y los utilizase como simples caballos.

Pero por supuesto que no era un inconveniente para el niño-que-vivió. El joven héroe de los leones no tardó más que un par de minutos en sobrevolar el claro del bosque en que estaban reunidos e iniciar el descenso. Sonreía, con la cabeza en alto, el cabello rubio ligeramente agitado por las ráfagas de aire, las mejillas sonrojadas a causa del viaje; en algún punto de este, la túnica se le había torcido hacia un lado, y nunca lo había visto más desarreglado, a excepción del final de los juegos de Quidditch que pronto compartirían.

A Harry lo frustraba tanto que estuviese relajado y animado, y él tuviese esos pensamientos y esas sensaciones que no quería.

Los idiotas Gryffindor lo felicitaban por lo que hizo, Pansy seguía colgada de él, la impresión de inquietud empeoró en el instante en que Malfoy barrió con la mirada el claro y se fijó en ellos por una milésima de segundo.

Ni siquiera pensó en lo que hacía cuando se zafó del agarre de su amiga y se adelantó al grupo de Slytherin que lideraba, abriéndose paso entre el resto de los estudiantes.

—Oh, ¡vamos! No puede ser tan difícil, ¡sólo es...una bestia fea y tonta! ¡Es peligrosa, no debería estar aquí! Si mi papá se enterase de esto-

—Chico, cuidado- chico- ¡Potter!

Lo esquivó por pura suerte, echándose hacia atrás en el momento exacto en que el hipogrifo se alzaba sobre dos de sus patas y le daba un zarpazo al aire. Ahí estuvo seguro de lo estúpidoestúpido, estúpido que fue.

No tuvo la misma suerte la siguiente vez. Estaba por alejarse y le dio justo en la espalda.

Cayó hacia adelante con un ruido sordo, el dolor ardiente en los músculos de la zona lastimada. Ahogó un grito.

Creyó escuchar que alguien llamaba a su nombre. Luego sólo hubo quejidos débiles y el retorcerse, en vano, a causa de la herida recién provocada.

0—

Abrió los ojos y parpadeó para enfocarse, sin éxito. Reconocía que estaba en un colchón cómodo, había unas mantas gruesas y suaves encima de él. Tenía algo de textura fría y un poco húmeda en la espalda, sujeta con otro algo que lo mantenía en contacto directo con su piel.

Su mamá iba a matarlo si llegaba a enterarse. El pensamiento se formó claro, en medio de la bruma que envolvía su cabeza.

Soltó un pesado suspiro y se cubrió los ojos con el antebrazo por un instante, para hacer un recuento de las últimas memorias en su cabeza. Cuando se lo quitó de encima y volvió a parpadear, sólo media fracción de segundo después, abrió la boca con un gesto silenciado por la mano que se colocó sobre sus labios.

De un momento a otro, Malfoy estaba inclinado sobre su cama, ojos grises y brillantes, cabello húmedo y goteando. Le hizo una seña para pedir silencio y Harry tragó en seco. La serpiente de su pecho era un desastre de movimientos oscilantes, enroscándose, estirándose, falta de control.

—¿Sigues vivo, Potter? —El Slytherin contestó con un bufido.

Nah —Espetó, cruzándose de brazos para imponer todo el respeto que se podía cuando estaba sobre una camilla, con las mantas hasta el pecho y bizqueando para enfocar sin los lentes de contacto mágicos que alguien le retiró—, soy un fantasma, ¿es que no me ves? Le pienso quitar el puesto al Barón Sanguinario, y mi historia será la del hipogrifo asesino, para que saquen a tu amigo semigigante del colegio.

Le pareció que él fruncía el ceño. Harry elevó el mentón, ignorando la incomodidad creciente.

Por Merlín, ¿es que no se iba a detener esa sensación?

Esperaba que sí. No creía poder soportarla cada día, durante los siguientes cuatro años.

—Venía a comprobar cómo estabas —Malfoy se salía de su campo de visión al enderezarse. Estaba casi seguro de que se cruzó de brazos también—, es obvio, ya lo comprobé. Sigues siendo un idiota.

Él bufó, de nuevo.

—Bueno, no todos podemos ser adorados incluso por los hipogrifos y montarlos para dar un agradable y tranquilo paseo por los terrenos del colegio, ¿sabes? —Estrechó los ojos miopes—. Esas bestias son peligrosas.

—Sí, lo son.

Harry parpadeó, un poco aturdido por la repentina afirmación. No era que no supiese que la tenía, sólo no se esperaba que se lo reconociese con tal naturalidad.

—Pues...sigo vivo —Replicó, cuando pasó un momento y no se le ocurrió nada más. Con un débil quejido, volvió a cubrirse los ojos por un instante.

Tenía otras palabras, muy diferentes, en la punta de la lengua, cuando se destapó la cara y encontró el espacio junto a su camilla vacío.

Resopló.

Estúpido Malfoy.

Y estúpido él.

0—

—...así que ella y Malfoy...

Harry saltó desde la camilla, dejando de lado su canasta de dulces, cortesía de los Sly que lo acompañaban. Notó que Crabbe y Goyle hacían ademán de robarle alguno y lanzó un hechizo sin mirar, para después guardarse la varita de nuevo en la manga del pijama.

—¿Malfoy? —Repitió a los otros dos. Pansy, sentada en el borde de la cama, y Nott, en una silla junto a ellos, llevaban un rato sumergidos en una conversación acerca de lo ocurrido en Cuidado de Criaturas Mágicas, con los cuatro, y Aritmancia, que era donde sólo estaba el segundo— ¿Malfoy qué?

No le gustó nada el tono en que le salió aquello. Pretendió no darse cuenta.

Theo arrugó un poco el entrecejo, quizás por la idea de tener que volver a contar la historia, sólo porque él no la hubiese oído desde el principio.

—Malfoy está trabajando en una tabla numérica con esa amiga suya, la hija de muggles —Hizo un gesto vago con una mano. A él no le importaba; sabía que, tratándose de Nott, "hija de muggles" era sólo un término a utilizar cuando no podía recordar el nombre de Granger—. Se creen gran cosa, quieren responder a todo lo que preguntan en clases-

Harry frunció el ceño. Sin embargo, fue Pansy la que preguntó:

—¿Que Aritmancia no fue ayer por la mañana? —Y su compañero asintió.

—Sí, ¿por qué?

—Porque ayer por la mañana...—Pansy le dirigió una mirada dubitativa, como si buscase una confirmación, que él le ofreció en forma de asentimiento— Malfoy estaba montando al hipogrifo en el Bosque Prohibido, frente a toda la clase.

Fue el turno de Nott de vacilar.

—Pero no se puede estar en dos sitios a la vez —Soltó, casi con humor.

Harry dejó de oír lo que decían tras otro rato, se comió algunos de los chocolates que le llevaron, arrojó otros a Crabbe y Goyle cuando se apiadó de sus expresiones suplicantes de crup desamparado, y se dedicó a pensar, y pensar, y pensar. Tenía practica en eso, desde que se unió a Slytherin.

Aunque no llegó a ninguna conclusión ese día.

Mientras Harry estaba en la enfermería, bajo observación, para que Pomfrey se asegurase de que no le quedaría una marca de dos zarpazos en la espalda a causa del hipogrifo, Draco Malfoy caminaba en línea recta, ida y vuelta en un pasillo, con ideas dispersas y el mapa del castillo desplegado entre las manos.

Allí arriba no había nada. Él sabía que no había nada, había comprobado que no hubiese nada.

El mapa no daba pistas, Leonis y Snape no podían decirle nada que no hubiese oído de ellos ya. Dumbledore le repitió lo que ponía el informe, la profesora A le explicó que no fue ella quien habló con su madre aquel lejano día en que creyó notar una señal del paradero de la magia oscura de Voldemort.

Era como si no hubiese existido, en primer lugar. Pero si de algo podía estar seguro, era que su madre no hubiese dejado que hicieran un informe, si no hubiese sido una situación importante.

¿Qué era?

¿Qué no veía, que su madre ?

Casi podía sentir el Horrocrux allí, la magia oscura, el rastro de la esencia que le era extraña y familiar al mismo tiempo. Su cicatriz hormigueaba de forma apenas perceptible.

Seguía divagando acerca de cómo encontrar una señal de lo que había, oculto, en el castillo, cuando un hombre con una capa de Auror doblada sobre el brazo, se le aproximó. Lucía avergonzado de tener que hablar a un estudiante de su edad. El desordenado cabello negro le dijo quién era, aun antes de que hubiese abierto la boca.

—Disculpa, vine porque mi hijo tuvo un problema con...una criatura, me dijeron. He buscado al director por todas partes ya, su oficina, biblioteca, la enfermería —Sacudió la cabeza y exhaló un largo suspiro. La manera en que se despeinó el cabello también le recordó a otra persona—. ¿No lo habrás visto, de casualidad?

Él negó. Luego se lo pensó mejor, para darle otra respuesta antes de que se hubiese alejado demasiado.

—Tal vez en las mazmorras —Comentó, encogiéndose de hombros cuando recapturó su atención—, con el profesor Snape. Tenían algo que discutir.

—Snape...—Soltó un bufido de risa, asintió y le agradeció, a manera de despedida. Le pareció que sabía bien por dónde se llegaba a las mazmorras.

Draco se preguntó si Potter se vería así cuando llegase a la adultez. Luego negó y se dijo que tenía asuntos más importantes en los que centrarse.

Como un Horrocrux del Señor Tenebroso.

(Sí, aquello debía ser más importante que la imagen mental de Potty adulto, por muy...interesante que fuese)

0—

—...el cielo está estrellado. Aquel que lo pueda desestrellar, el mejor desestrellador será.

Neville arrugó el entrecejo, en una expresión de profunda concentración, y repitió la frase. Lo hacía más lento, cuidadoso, y en voz baja, pero Draco creyó notar una mejoría en relación a la primera vez.

Estaba satisfecho con el resultado, de cierto modo.

—Intenta leyendo esto en voz alta —Le pasó un libro abierto, señalándole un párrafo que ya había subrayado. Neville se apresuró a darle un vistazo—. Mañana empezamos con poemas.

Su compañero parpadeó hacia él y boqueó por un segundo.

—¿Poemas? —Draco asintió.

—Recitar poemas ayuda a la pronunciación, por los versos.

—Científicamente comprobado —Añadió Hermione, desde el otro lado de la mesa, donde terminaba de corregir un ensayo de Ron, que dormía junto a ella, con la cabeza sobre la superficie de madera. Los ronquidos y el rasgueo de la pluma eran lo único que cortaba el silencio, cuando ninguno hablaba.

—Bi- bien —Neville se encogió un poco cuando le echó una mirada de reprimenda. Tomó una profunda inhalación y se enderezó—. Digo- bien. Bien —Repitió, más firme. Draco asintió y le palmeó el hombro, para luego centrarse en levitar sus propios libros de vuelta al maletín.

Tenían dos horas de clase esa tarde, tras un rato libro después del almuerzo. Tocó el pie de Hermione con el suyo, por debajo del nivel de la mesa, y ambos intercambiaron una mirada y un asentimiento.

—¿Me acompañas a preguntarle al profesor Snape sobre qué hacer si superé la longitud de cuarenta centímetros de mi ensayo para el viernes? —La pregunta estratégica estaba en el aire; Ron, dormido, no la escucharía, y Neville, que empalidecía a la más simple mención de su padrino, no se atrevería a ponerse de pie para ir con ellos.

—Yo- yo me quedaré aquí, por si, ya saben, por si Ron se despierta. Para que no esté solo —Gesticuló hacia el Weasley dormido y boqueó, otra vez. Tan predecible.

—Cuida que no se caiga de la silla pensando que es su cama y que no babee demasiado los pergaminos...

Ambos se pusieron de pie al tener sus bolsos listos, se los colgaron al hombro, y salieron juntos de la biblioteca, sin dar más que un simple vistazo por encina del hombro. Se desviaron por un pasillo desierto, doblaron en la siguiente esquina, se metieron a un aula vacía.

Hermione se sacó la cadena del giratiempo del uniforme, lo pasó alrededor del cuello de ambos y le dio una vuelta. Tenían una ruta planificada para ir lejos de la biblioteca y sus amigos, buscar las tareas listas que tenían en los baúles de la Torre, y estar en el salón que les correspondía unos minutos antes de la hora de inicio.

0—

—...tu turno de llevarlo —En cuanto regresaron al punto de partida, en el momento preciso en que se marcharon, su amiga le tendió el giratiempo. Acostumbrado al cambio, Draco lo tomó y se lo colgó del cuello, escondiéndolo por debajo del uniforme—. Tenemos que tomar algunos libros más de la biblioteca, antes de ir a despertar a Ron. Ya oíste a la profesora, también tenemos que...

Dejó que Hermione se adelantase, hablándole de su lista mental sobre las próximas tareas, que lo agotaba por sólo escucharla. Merlín, sabía que sería difícil, no que estaría así de agotado; si no se dividiesen los deberes y se ayudasen con los horarios, era más que probable que estarían perdidos o hubiesen alcanzado un nivel imposible de estrés.

El secreto, al fin y al cabo, era el tiempo.

Tiempo.

Draco frenó a mitad del pasillo que conectaba el aula abandonada con la biblioteca, su amiga siguió caminando, sin parar su plática de las tareas.

Tiempo, se repitió en su cabeza. El secreto era el tiempo.

Se llevó una mano al cuello y sintió la textura cálida, vibrante por la magia, del único objeto que podía ayudarlo con una cuestión de tiempo.

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