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Dragones (criaturas y personas con ese nombre)

—¿...cómo es que metió un drag...? —Draco y Hermione saltaron a la vez para chistearle. Un avergonzado Ron apretó los labios, dio un vistazo alrededor para comprobar que no hubiese nadie prestándoles atención, y se inclinó más cerca de ellos para continuar:—. Pero, en serio, ¿cómo es que el guardabosque metió un dragón a Hogwarts y nadie- lo notó?

—Se llama Hagrid —Puntualizó Draco, en el mismo tono bajo—, y le dijo a los profesores que un extraño en Hogsmeade le dio el huevo.

—Tener huevos de dragón es ilegal —Añadió Hermione, con el ceño fruncido—, además, es muy peligroso dejar crecer a uno en un sitio donde...

—Oh, no empieces —Ron emitió un quejido y se dedicó a engullir lo que aún tenía en el plato de su cena.

—Es verdad —Comentó Draco—, fue muy peligroso. Por eso se lo llevan mañana, en la noche, pero podemos verlo una vez. Hagrid dice que se llama Norberto.

—¿Le puso nombre? —Su amiga elevó las cejas, incrédula, y él se encogió de hombros, incapaz de explicarle la forma de pensar del semigigante que conocía de toda la vida.

El que empezaría a ser reconocido como el Trío dorado, no tenía idea de que una mesa más allá, había un Slytherin más atento a su conversación que a la cena.

—Funciona —Harry trazó una floritura con la varita, por debajo de la mesa, y deshizo el encantamiento con las líneas en latín que tenía en el pergamino en su otra mano. Se lo tendió de regreso a Pansy.

—No, quédatelo —Ella, que había terminado de comer un rato antes, tenía los codos apoyados en el borde de la mesa y la barbilla recargada en la palma. Le sonreía de esa manera extraña en que lo hacía desde el primer día de clases, pero por alguna razón, Harry no le daba importancia a esas alturas—. Conseguiré más con los elfos de mi casa, hay libros de hechizos completos, con los dibujos hechos a mano...¿quieres alguno?

Él asintió, de forma distraída. Libros de hechizos sonaban bien, si podía aprender unos que otros no sabían. No escuchó el resto de la conversación de la niña, ni las preguntas de Crabbe y Goyle sobre por qué tenía esa cara que daba miedo, porque estaba dándole vueltas a las palabras que el encantamiento de máxima audición lo ayudó a captar desde la mesa de los Gryffindor.

Había un dragón en Hogwarts, una bestia peligrosa que sería sacada la siguiente noche.

Sonrió cuando tuvo una idea.

Pans —Había descubierto que ella daba un brinco, totalmente emocionada, cuando la llamaba así; la volvía más predispuesta a ayudar o aceptar lo que le dijese—, ¿no podrás pedirle una cámara a tus elfos también?

Los Potter no tenían elfos en casa —a James nunca le gustaron, Lily consideraba horrible la esclavitud de las 'pobres criaturas'—, así que el que ella pusiese los dos suyos, a servicio de Harry, resultaba una ventaja interesante. Oh, esa sí que era una buena amiga.

—Creo que puedo conseguir la de madre por un día o dos —Explicó ella, removiéndose en su asiento—. ¿Por qué?

—Tenemos algo importante que demostrar.

Después de todo, alguien tenía que seguir consciente de que el niño-que-vivió estaba lejos de ser perfecto. Y a su padre le interesaría mucho saber del dragón del guardabosque, seguramente lo suficiente para comentárselo a su buen amigo el Ministro de Magia.

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Pero por supuesto que el niño-que-vivió-para-ser-un-presumido tenía que convertirse en la estrella de su equipo de Quidditch también. No le bastó con atrapar la snitch con la boca en el primer partido —¿cómo atrapabas la snitch con la boca? Harry no podía explicárselo—, ni volar de cabeza y arrebatársela al otro Buscador frente a sus narices en el segundo, ni volar de pie sobre la escoba para saltar hacia ella y capturarla en el aire, en el tercero.

Oh, no, él no podía sólo quedarse como el jugador más joven del último siglo. Aquello sería demasiado simple para el gran héroe joven de Hogwarts.

Harry hacía oídos sordos a los vítores de los estúpidos leones en el pasillo. Sí, sí, ganaron contra los Ravenclaw por más de doscientos puntos y más de la mitad se los debían a Malfoy, pero no era razón alguna para que hubiesen sacado al muy idiota en los hombros del estadio, ni que todavía revoloteasen a su alrededor, como si fuese un imán imposible para ellos.

Malfoy ni siquiera era tan increíble. Puede que hubiese visto uno o dos jugadores malos, la Buscadora de Ravenclaw tampoco era buena, pero no significaba que el niño-que-vivió fuese la más reciente maravilla en el ámbito deportivo mágico.

Por suerte, su padre le había dicho que le compraría una escoba de última generación, y hablaría con Dumbledore para donar otras al equipo de Slytherin, una vez que hubiese entrado. Entonces le demostraría al estúpido de Malfoy, en el campo, que no era ninguna competencia en realidad.

—Estás asustando a Crabbe, de nuevo —Harry miró hacia un lado, a Nott, que tenía los ojos puestos en su libro. Pansy conversaba con otras niñas de primero y segundo de Slytherin, en torno a una banca del patio interno, Crabbe y Goyle estaban a unos pasos de ellos, quietos y erguidos, como los mastodontes sin cerebro que demostraban ser. Luchó por relajar su expresión para no parecer de mal humor; no importaba el tamaño de esos dos, eran unos miedosos por dentro.

Los Slytherin de primero se rehusaron a asistir al partido, bajo la premisa de que no les incumbían los asuntos de leones y águilas. Harry les dijo a sus compañeros que permanecerían en el castillo, y de algún modo, el aviso llegó a algunos de segundo, que lo encontraron lógico y decidieron seguir su iniciativa. Aquello les dejó el castillo, en calma, para ellos solos durante un largo rato.

Era curioso que los de segundo lo hubiesen hecho. Harry pensaba que era una buena señal para ellos. Si pudiese convencer a los de segundo de seguirlos, y luego acercarse a los de tercero...

Bueno, esos eran otros planes. Lo que le importaba ese día era el motivo de que llevase una cámara en el maletín y estuviese esperando desde la hora del almuerzo, atento a cualquier señal de inusual movimiento en dirección al patio.

Suponía que se irían cuando anocheciese, momento en que el resto no estaría tan atentos y los corredores se encontrarían casi vacíos. Claro que el niño-que-vivió no correría el riesgo de arruinar su imagen ideal de héroe.

—¿Qué estás leyendo? —Se le ocurrió preguntar, sólo para pasar el tiempo.

Sin dejar de repasar las líneas, Nott alzó el libro para que viese la cubierta. "Ilusiones y sortilegios: el arte del buen engaño mágico". Harry arqueó las cejas.

—Interesante —Theo se reacomodó y emitió un vago sonido afirmativo. No pudo sacarle más conversación que esa, ni siquiera cuando comenzó a pincharle la mejilla con el índice, porque se moría del aburrimiento.

Luego Pansy recordó su existencia y no pudo salvarse de ser arrastrado hacia el patio con las niñas. Aparentemente, querían una opinión "diferente" de un asunto sobre largos de la falda escolar y otra cosa que no entendió, pero hizo que les dedicase una mirada larga de ¿y eso qué tiene que ver conmigo? que tampoco bastó para evitar que su amiga deslizase un brazo bajo el suyo y lo retuviese ahí.

Mientras Harry sufría de los inicios de su amistad con Pansy Parkinson, en la Torre de Gryffindor, Draco le cubría la boca a una sorprendida Hermione para que no gritase cuando le enseñaron la capa de invisibilidad y a Serpensortia.

—Es para que vayamos y regresemos sin problemas, ¿bien? —Inquirió Draco, hablándole con suavidad para no alterarla. Ella miraba a uno y luego al otro, dubitativa, y terminaba por aceptar que era la mejor opción que tenían.

Cuando el trío dorado saliese, resguardados por la capa y guiados por el mapa, sólo uno de ellos se percataría de la viñeta con el nombre de cierto Slytherin, que deambulaba por un pasillo alejado de su Sala Común, cerca del toque de queda. A su vez, lo que Harry no tenía idea cuando distinguió un leve quejido de la voz de Weasley, perdiéndose por un corredor al que jamás lo vio entrar, fue que no eran los únicos levantados.

Estaba seguro de haberlo oído. Sólo Weasley soltaba ese quejido de tan poca gracia como un animal herido.

A unos metros, la puerta principal se abrió y una brisa se coló hacia adentro. Él comenzó a preguntarse si sería posible que fuesen tan rápidos que no los notaba, o si alguno manejaría uno de los hechizos desilusionadores que estaban en el libro que Pansy le dio; lo dudaba. Los Gryffindor debían ser demasiado idiotas para ello.

Harry dio un vistazo alrededor, vaciló, y terminó por caminar hacia el patio, bajo su capa con amuletos de calor y con la cámara en mano. En cierto punto, entre mirar hacia atrás para asegurarse de que nadie se daría cuenta de que se iba de noche, y volver la cabeza hacia adelante para comprobar la proximidad de la cabaña del semigigante, notó a tres niños que entraban por la puerta de atrás. ¿Y ellos de dónde salieron?

Volvió a ver alrededor, por si acaso. Iba a practicar ese hechizo desilusionador cuanto antes. Si los Gryffindor podían, él también y con mayor facilidad.

La cabaña tenía una ventana en el lateral y se acercó despacio, a gatas, para asomarse por uno de los bordes. Dentro, la chimenea estaba encendida, el guardabosque se encontraba con su perro cazador, un hombre joven de cabello tan rojo como el Weasley, que estrechaba la mano de Malfoy y saludaba a la Comadreja con un abrazo, y el dragón.

Merlín. ¡Un dragón real!

Debía tener el tamaño de un perro mediano, las escamas negras, las alas plegadas contra el cuerpo. Escupía leves flamas y cenizas en cada respiración, y supuso que fue responsable del incendio misterioso del que tanto se habló en el castillo el día anterior por la mañana.

Empezaron a platicar, el Weasley mayor se agachó y extendió una de las alas de la bestia. El semigigante gesticulaba y sollozaba, Draco le daba palmadas alentadoras en el brazo. Era una imagen de lo más absurda que el niño fuese quien pretendía calmarlo.

Harry levantó la cámara, rogó porque el cristal de la ventana disimulase el sonido del interruptor, y tomó dos fotos tan rápido como el mecanismo le permitía, sacando una para guardarla en su túnica y después tomando la otra. Se alejó medio agazapado, la segunda fotografía aún en una mano, y echó a correr de vuelta al castillo.

Cuando cerró la puerta principal, se recargó en esta durante un instante, con la sensación apremiante de ser observado, y dejó toda sutileza al correr de nuevo, en dirección a las mazmorras. Filch lo notó a lo lejos, la señora Norris le chilló; si no hubiese sido por la intervención de Peeves, que se puso a fastidiar a la gata, podrían haberlo atrapado ahí.

Acababa de bajar el último escalón hacia las mazmorras, cuando se encontró con el perro negro, agazapado justo frente a la entrada de la Sala Común de Slytherin. Se detuvo. Leonis lo miraba fijamente, los ojos le brillaban en las semipenumbras.

Luego un agarre firme se cerró en torno al cuello de su capa y fue levantado unos centímetros.

—Dámela.

Con un quejido ahogado, el niño dejó la fotografía sobre la mano de del profesor Snape. Este lo soltó de inmediato.

—Cincuenta puntos menos a Slytherin —Harry se dio la vuelta, ceñudo e indignado, cuando escuchó cómo la rasgaba.

—¡Soy de su Casa!

—Es un niño insolente, egocéntrico y malcriado. La Casa de Salazar no admite menos que la excelencia de sus integrantes —Cuando sólo quedaban trozos de la fotografía, el profesor los quemó con un chasquido—. Use la cabeza, no cause problemas a otros sin razón. ¿No hemos tenido suficiente con que todos nos crean del lado equivocado de la guerra?

—Yo no tengo nada que ver en eso, ni siquiera lo recuerdo.

—Usted no, pero el resto sí. Ahora, váyase a la cama, si no quiere ser de quien hable mañana, cuando los demás pregunten por qué faltan cien puntos a su contador.

Harry abrió y cerró la boca, pero la réplica no salió. Apretó las manos en puños y entró a la Sala Común dando pisotones. Le regresó su cámara a Pansy, que lo esperaba en un sillón, y se metió al dormitorio sin responder una sola de sus preguntas.

Al quitarse la capa, se dio cuenta de que aún le quedaba la primera foto, una en la que se veía al semigigante llorón, el Weasley y el trio dorado, observando una de las alas del dragón. La vio por un momento, luego decidió sentarse en el escritorio y comenzar la carta a la que iba a adjuntarla.

Mientras escribía, dos notas aparecieron por encima de él y cayeron sobre su regazo y el escritorio.

"¿Por qué nos seguiste?"

"Hagrid podría perder su empleo si le cuentas a alguien lo que viste. Si no te agrado, métete conmigo, no con él"

Él bufó. Dejó las notas a un lado, hasta que se esfumaron por sí mismas, y terminó la suya. La metió al sobre y la guardó en el bolsillo de su uniforme para el día siguiente.

Por la mañana, incluso antes de desayunar, la Lechucería sería su primer destino. Le dijo a los chicos que lo esperasen en el comedor y fue solo, la carta en una mano.

Estaba seguro de que su padre apreciaría que velase por la seguridad de los estudiantes de ese modo. No debía haber alguien en el colegio que los pusiese en peligro así, ni profesores y un director que lo permitiesen como ellos hicieron.

Sabía que hacía lo correcto. Si el semigigante no quería ser echado, que se hubiese comportado, ¿no?

, se convenció, claro que sí.

Pero cuando estaba en lo alto de la Lechucería, atando la carta a la pata de Hedwig, su determinación vaciló al ver al niño rubio junto a uno de los huecos-cama de las lechuzas, lloriqueando por un zarpazo que le hizo aquella a la que le pedía algo.

Harry se detuvo a mitad de su tarea. Cuando Malfoy se quitaba la sangre del dedo, metiéndoselo a la boca, daba un vistazo alrededor para comprobar que no hubiese nadie, y casi por casualidad, sus miradas se encontraban.

Resopló y se dispuso a continuar atando la carta, sus dedos ya no formaban un lazo firme y seguro. Los pasos que se acercaron a él, despacio, lo hicieron tensarse más y más a medida que el niño-que-vivió se aproximaba. Leonis lo seguía, pero se detuvo un poco más allá y se sentó en el suelo.

—¿Qué? —Espetó, de peor humor de lo que hubiese querido admitir, cuando pasó un momento en que Malfoy estuvo de pie a su lado y no dijo nada.

Al encararlo, se dio cuenta de que aquella sería la primera vez que hablaban en verdad desde la tienda de túnicas; Malfoy volvía a lucir como el niño tímido y desorientado de la plataforma contraria.

Aunque no lo hubiese reconocido, esa imagen lo ablandó. Sólo un poco.

—¿Qué quieres? —Insistió. Hedwig estaba posada sobre el dorso de una de sus manos, esperando la indicación para echar a volar; así de bien entrenada la tenía, desde las lecciones que le dio en Godric's Hollow.

Malfoy extrajo una pieza pequeña de uno de sus bolsillos y se la tendió. Cuando colocó la palma hacia arriba, se percató de que lo que veía era una escama negra de dragón, con el tamaño de uno de sus pulgares.

Harry levantó las cejas.

—Conseguí algunas para los chicos y para mí. Hagrid- el semigigante —Le recordó, del día en la tienda, con una sonrisa titubeante—, dice que 'liman asperezas'. Es algo así como que, se la das a alguien con quien no te lleves bien o hayas tenido un problema, y se solucionará o empezará a mejorar.

—Eso es estúpido.

Habló sin pensar, y para su sorpresa, el niño se rio por lo bajo, encogiéndose de hombros.

—Lo sé, pero era una buena excusa para hablarte y no fue difícil conseguir otra —La agitó frente a él, instándolo a que la tomase. Cuando lo hizo, movió los brazos y Hedwig voló de vuelta a su percha.

La hizo girar entre sus dedos y la observó contra el reflejo de la luz. Tenía que admitir que era bastante linda.

—¿Por qué? —Musitó, frunciéndole el ceño—. ¿Eres idiota o algo así? No me agradas.

Draco vaciló un instante y dio un vistazo por encima del hombro, hacia el perro. Luego carraspeó.

—Mis padres fueron a Slytherin —Comentó, balanceándose sobre los pies—, sus amigos eran Slytherin. Mi padrino, uno de mis tutores y amigos. Sé-  qué hace un Slytherin al que se le da, ya sabes, la oportunidad de ser bueno.

Soltó un bufido incrédulo, pero él se adelantó a lo que fuese que estaba por responder.

—No me gustó que te metieras con uno de mis amigos —Siguió, en un susurro—, porque nunca he tenido uno de mi edad, Ron es el primero, y lo trataste mal. Cuando nos conocimos, pensé que serías tú el primero. No fuiste malo en la tienda, sólo- un poco cretino. No creo que seas malo entonces.

Harry seguía boquiabierto cuando el niño-que-vivió empezó a caminar de reversa, excusándose con tener que ir con los chicos, conforme se alejaba sin dejar de verlo. El perro fue tras él.

—Potter, tú- —Malfoy se pasó una mano por el cabello, echándolo hacia atrás— ¿juegas Quidditch?

Sin pensarlo, volvió a elevar las cejas.

—¿Quién no juega Quidditch?

La sonrisa de Malfoy fue leve, pero resplandeciente.

—Practica para el próximo año, hace falta un Buscador al que no le den miedo las bludgers ni empujarme.

—Soy Cazador —Aclaró él, cruzándose de brazos. Todavía tenía la escama encerrada entre los dedos—, pero te podría ganar en cualquier posición.

Él asintió, como si hubiese sido la respuesta que esperaba.

—¡Ya veremos, Potter! —Se despidió con un gesto, avanzando como era debido al llegar a las escaleras.

—Es en serio —Se quejó—, ¡te voy a destrozar en el campo!

—¡Inténtalo!

Harry estrechó los ojos al pasillo ya desierto y resopló. La escama era lisa, rígida y fría contra su palma.

Desde una de las perchas, Hedwig ululó para llamar su atención y ladeó la cabeza. La carta aún estaba en su pata.

Cuando nos conocimos, pensé que serías tú el primero.

Harry recordaba haber estado muy aburrido ese día. Pero, si alguien le hubiese preguntado, puede que hubiese estado menos aburrido al dejar la tienda, a sabiendas de que conocería a alguien de su edad en cuanto entrase al colegio.

Se restregó los ojos, guardó la escama en su bolsillo y procedió a desatar la carta en la pata de la lechuza, que volvió a ulular, como si entendiese lo que hacía y preguntase por qué. Él no habría sabido qué respuesta darle.

Estuvo especialmente irritable en clases ese día, al punto de que incluso Pansy se retrajo un poco y lo dejó en paz un rato. Por la noche, sin embargo, escribió la que sería la verdadera carta a sus padres, para contarles que alguien le regaló una escama de dragón.

Cuando llegase la siguiente nota —un breve "¿Todavía me odias?" —, él buscaría papel para contestarle.

"Todavía pienso que eres un idiota"

0—

El día en que un tumulto de estudiantes llenaba el corredor principal del colegio, claro que el niño-que-vivió tenía que estar ahí. Harry se detuvo, a punto de entrar al comedor, y sus compañeros hicieron lo mismo detrás de él.

—¿Qué está pasando ahí? —Desde donde estaban, no distinguía más que al director, otro mago igual o más anciano, y a Malfoy en el medio, diciéndole algo al segundo, mientras le entregaba un paquete pequeño de papel marrón y simple.

Para su sorpresa, fue Nott, despegando la mirada de su libro, quien le respondió.

—Nicolás Flamel, el famoso Alquimista. Dicen que vino a buscar algo que se guardaba en este colegio y le pertenece —Contó, en tono solemne, al resto de Slytherin de primero. Harry hizo una expresión pensativa, arrugando el entrecejo, sin darse cuenta de que lo hacía.

—¿Creen que eso fuese lo que Quirrell buscaba?

—Yo digo que sí —Ambos intercambiaron miradas. Theo se encogió de hombros después—. Algunas de sus creaciones hacen cosas impresionantes.

—¿Como qué? —Inquirió Pansy, en su lugar.

—Como revivir personas —Frunció el ceño y ladeó la cabeza, para fijarse bien en la escena que representaban ambos magos ancianos hablándole al niño rubio, que no dejaba de asentir y emitir respuestas cortas—, aunque no creo que las reviva iguales a cómo eran vivos. Nada lo hace.

Harry decidió que luego podrían averiguar más, si querían, y les dijo que siguiesen hacia el comedor. Cuando empezó a alejarse, varios pasos a ritmos diferentes lo siguieron enseguida.

Antes de que pudiese dirigirse a su mesa, alguien chocó con él. Giró la cabeza, listo para espetarle que viese por dónde iba, cuando se encontró con la disculpa a medias del Weasley, silenciada tan pronto como se dio cuenta de a quién le hablaba.

—Ciego —Fue lo único que dijo, con la expresión deformada por el desagrado. Harry le frunció el ceño.

—¿Hablas de ti mismo?

Weasley abrió la boca para contestar, pero se fijó a tiempo en su cuello, y sólo atinó a boquear y mirar a su compañera. Granger tardó alrededor de medio segundo más en percatarse.

—¿Por qué...?

Él, en cambio, les pasó por un lado, con la barbilla en alto y chocando su hombro contra el idiota de Weasley. Al sentarse en la mesa de Slytherin, Pansy se inclinó hacia un lado, para hablarle en voz baja.

—¿Qué le pasó a esos dos con tu colgante de dragón? —Harry se encogió de hombros, de forma teatral.

Les había contado a los chicos, esa misma mañana, que un amigo de sus padres, que trabajaba con Artes Oscuras, le envió la cuerda negra con la escama de dragón. Ellos no hicieron más que alabar el curioso obsequio.

—Será la envidia porque a él nunca le han dado nada que no hubiesen usado todos sus hermanos antes.

Mientras los oía reírse por lo bajo, se dio cuenta de que los dos Gryffindor interceptaban a Malfoy en la entrada. Weasleay le agarraba el brazo y hacia una pregunta, él sacudía la cabeza y fruncía el ceño.

En cuanto el trío dorado tomó asiento, en la mesa opuesta a la de las serpientes, y esos dos volvieron a sumarse en una plática sobre quién sabe qué tema, hubo un instante en que el niño-que-vivió levantó la mirada hacia él.

Harry arqueó una ceja, inquisitivo. Malfoy gesticuló un simple "Buscador" con los labios, sin emitir ningún sonido, le guiñó y luego giró el rostro para responder a lo que fuese que Granger le decía.

Nadie comentó el sutil detalle de que Draco Malfoy llevase un brazalete con una escama de dragón negra, idéntica a la suya. Pero Nott lo observó un momento; cuando le preguntó qué le pasaba con él, su compañero de cuarto replicó un "nada" y continuó sumergido en uno de sus libros, imperturbable.

Dicen que la piedra filosofal fue robada unas semanas después de ser retirada de Hogwarts, antes de que Flamel tuviese tiempo de poner todos sus asuntos en orden y destruirla. Ni Draco, ni Harry, entenderían qué consecuencias podría tener aquel suceso, hasta varios años después.

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Al final de ese año, Slytherin tenía puntos suficientes para ganar la Copa de las Casas. Luego llegó Dumbledore con su obvia preferencia, otorgando puntos a Malfoy, por valentía, por rescatar a sus compañeros, por astucia, y hasta por respirar tan bien como sólo él lo hacía. Gryffindor los sobrepasó por diez puntos exactos.

Harry apretó la mandíbula al ver que los colores de los estandartes en el comedor cambiaban. Los chicos se quejaban por lo bajo, los Sly mayores lucían en verdad indignados.

En la mesa de los profesores, notó, Snape miraba con el ceño fruncido al director.

Aquello era interesante.

Desde ese momento, comenzó a trazar un pequeño plan para el siguiente año.

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