Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Quinto suspiro

Quinto suspiro:

Deslizo la hoja con la historia corta que hice para Margaret por debajo de su puerta. A pesar de que estoy escribiendo la primera historia larga—o intento de novela—para ella, no pienso detener los pequeños cuentos que le entrego en forma de cartas cada semana; menos ahora que lo necesita más que nunca.

La visita de Opal e Ivy ocurrió hace exactamente cuatro días, pero ella no ha salido de su recámara. Sé por Charlotte que está tomando antidepresivos una vez más, igual que yo. Claro que a ambos nos afectan de formas distintas: mientras que a mí me causan insomnio y me ponen paranoíco, a Margaret la agotan a un punto en el que a duras penas puede levantarse de su cama. Dudo que abandone su cuarto en unos días, mientras intenta procesar la noticia de su hermana embarazada y vuelve a acostumbrarse a los antidepresivos. Mientras tanto, mis historias la acompañarán.

Mis historias y las margaritas.

Escucho una puerta abrirse tras de mi y, dado a que no es la mía, no me cuesta adivinar que es la de Jacob. Volteo para encontrarlo, sus ojos celestes se ven cansados y está muy pálido. Tuvo una recaída tan solo hace dos días, razón por la que carga ese alto tubo metálico con ruedas, que sostiene el suero que le suministran con una vía. Sonrío al ver que también le pintó una cara a la bolsa del líquido transparente. Él me devuelve la sonrisa, intentando verse lo más animado posible, pero resulta ser muy poco.

—¿Cómo se llama? —pregunto, asintiendo hacia la bolsa de suero pintada.

—Caroline —él la hace rodar hasta mí para quedar justo a mi lado —. No nos llevamos muy bien y ella lo sabe.

—¿Aún no aparece un donante? —le preguntó y él suspira.

—No...

La anémia aplástica es una enfermedad sumamente rara que afecta a la sangre. Básicamente, la médula ósea de Jacob no produce suficientes células sanguíneas, lo que se traduce a que la debilidad, los mareos, los sangrados por la nariz y la dificultad para respirar acompañan a menudo a mi amigo. Sé todo esto por Charlotte, quien me explicó la gravedad de la enfermedad de Jacob hace un tiempo ya:

"Es mucho más propenso a contraer infecciones que ustedes, mi niño", me dijo aquella vez, "además de problemas cardíacos. Si Jacob no obtiene un transplante de médula ósea, no sobrevivirá."

¿El problema? No aparece un donante compatible, así que Jacob debe someterse a incontables transfusiones de sangre que lo mantienen estable mientras espera. Lo observo más pálido, más encorvado, más débil. Está empeorando y se nota; él lo nota también pero finje no hacerlo. Tiene la manía de ignorar lo que le sucede, siempre poniendo sonrisas y enfocándose en los demás. Creo que, en secreto, le da miedo todo lo que está viviendo. De hecho, jamás lo he escuchado pronunciar el nombre de su enfermedad.

Jacob está fingiendo no estar enfermo, pero le está saliendo muy mal.

—¿Ella todavía no sale? —me pregunta, señalando hacia la puerta de Maggie. Yo niego con la cabeza —. ¿No te preocupa?

—Hay margaritas en la ventana —le digo —. Mientras las haya, ella estará bien.

Jacob me observa, sus ojos azules muy claros me analizan como si esperara que dijera algo más. He notado que está un tanto afectado por todo esto de la verdad de Margaret. Él en serio no esperó que la vida de mi amiga se basara en tantas desgracias. No sé si lo que siente es culpa, o preocupación, pero lo que sea que esté sintiendo lo está empujando a pensar constantemente en alguien que supuestamente odia. Me pregunta a diario por ella, suspira cuando descubre que no ha salido de su habitación y mira a su puerta como si quisiera entrar, pero jamás lo hace.

Al notar que no digo nada, hace una pequeña mueca que me indica que le decepciona que no haga algo más. Yo conozco a Maggie, sé que si entro ahora me echará y solo empeoraré todo. Suspiro y palmeo su hombro con cuidado, entiendo que Jacob es alguien que no tolera ver a otras personas sufrir, pero hay veces que sufrir es la única opción. Margaret debe llorar a solas antes de volver a la realidad.

Debe sumergirse en su dolor, entenderlo, para así poder avanzar...o al menos avanzar todo lo que se puede en este hospital.

—Iré a la sala común —le anuncio —, ¿vienes?

—No —responde —, me quedaré aquí.

—Amigo, ella no saldrá hoy.

—No me estoy quedando aquí por ella.

—Ah, entonces te quedas en el pasillo por diversión. Tiene sentido.

Él suspira ante mi sarcasmo, consciente de que no puede ocultar sus intenciones de mi. Conozco muy bien a Jacob, de la forma en la que él me conoce muy bien a mí. Aún así, no comprendo muy bien todo este repentino interés en Maggie. No sé si se debe a su forma de ser, o solo está incómodo con todo lo que descubrió sobre ella. Está actuando como actuaría normalmente, pero no con Maggie.

—Solo no le digas a Margaret que me he quedado aquí todos estos días —me señala, incluso usa un tono de voz que intenta sonar amenazante.

—¿Por qué?

—Porque tengo orgullo y por la mierda que no lo quiero perder.

Rio un poco, aún sin entender porqué Jacob es así. Me preocupa que el estrés de estar tan angustiado por Margaret pueda provocarle más sangrados, pero decido dejarlo porque sé que no tiene caso luchar con él. Además, si comienzo a prohibirle cosas, sería igual que los doctores. Francamente, eso último sería mi peor pesadilla.

Me despido y me hago mi camino hasta la sala común, pero antes me desvío hacia una de las ventanas. Dejan algunas abiertas en los finales de ciertos pasillos, así que me acerco hasta la cornisa y mi vista se fija en esas flores pálidas que decoran la vista del desastroso Detroit, de afuera. Me atrevo a ver un poco hacia abajo, a las calles llenas tráfico y los edificios grises y descoloridos. A veces me pregunto qué es peor, ¿estar adentro, o estar afuera? Aquí no soy libre, pero dudo que alguna de las personas allá abajo lo sea.

Supongo que la libertad es un sueño absurdo, uno que solo las flores se pueden dar el lujo de disfrutar...Hasta cierto punto.

Arranco la margarita más bonita, deseando que sea otra flor. Me gustan las margaritas para Margaret porque sé que para ella siempre significarán algo, pero cuando se trata de otra persona, me gustaría tener otra clase de retoño en mis manos. Las flores favoritas de mamá se llamaban narcisos y, de hecho, teníamos varios de ellos en el patio. Eran amarillas, altas y bonitas. Parecían contener alegría en sus pétalos, quizá por eso los ojos verdes de mamá las observaban como la belleza más pura de este mundo; una belleza que solo florecía en las primaveras.

No puedo evitar pensar que lo que ella necesitaba eran dosis de alegría; dosis que solo obtenía al observar esos retoños. Lástima que la primavera no es eterna.

En el hospital no hay narcisos, solo las margaritas y los ramos que traen algunas familias, pero esos últimos suelen ser arreglos de rosas y yo no soy muy fanático de esas flores. Es un poco triste saber que aquella belleza tan etérea que mamá veía en las flores yo no se la puedo dar a ella. No puedo entregarle un retoño de felicidad a esa chica de ojos como el metal, debo conformarme con otras flores que para ella no significan nada. Es triste, pero es lo que tengo.

Veo a Ume sentada en el sillón de la sala común, demasiado concentrada en la televisión del lugar para notarme. Soy lo más silencioso posible al acercarme y, cuando llego hasta ella y me siento a su lado, no me ve hasta que deslizo la pequeña margarita por su oreja y se la coloco. Ella voltea, sus ojos grandes y brillantes podrían atravesar mi alma como una daga sin problema; yo ni siquiera me opondría a ello. Toca con delicadeza la flor que le regalé. Con ella, su piel se ve más café de lo que es y me parece tan hermosa...

Luego sonríe y de nuevo me siento un idiota ¿Por qué me acerco tanto a ella si cuando la veo solo me siento como un imbécil? Estúpidez, supongo. Por alguna razón, me gusta que ella me haga sentir así.

—Hola, Jay —me dice, su voz suena tan suave y dulce que fácilmente podría ser un canto —. Gracias por la flor.

—Me gustaría que fuera un narciso —le digo y ella hace lo mismo de siempre: me mira con dulzura.

—Siempre dices lo mismo —dice —. Yo ni siquiera sé como luce un narciso...

—Es la flor más hermosa que existe, la que debería estar en tu oreja en este instante.

—No creo que se vea tan hermosa estando en mi oreja, Jay.

—Y justo porque crees eso, yo estoy seguro de que se verá bellísima.

Ella sonríe una vez más, esta vez sin mostrar sus dientes, pero dejándome de igual forma sin palabras. Hay un pequeño hoyuelo que se forma en su mejilla izquierda cuando sonríe así. Es tan hermosa.

Quizá estoy tan empeñado en darle un narciso porque, para mí, ella es todo lo que mi mamá veía en esa flor: belleza, alegría, fuerza...

—¿Y que ves, cariño? —le pregunto, desviando mi vista hacia la televisión. En la pantalla, hay mucha gente mostrándose entre la estática y los colores desgastados. Reconozco las calles de Detroit.

Ume solo suspira al ver una vez más la pantalla.

—Es una protesta —me dice, con tristeza. Señala las banderas en la televisión —. La comunidad LGBT protesta otra vez y me parece tan injusto lo que los noticieros dicen sobre ellos.

—¿Qué dicen? —pregunto.

—Que son inadaptados, que solo están causando desastres...Es tan injusto, Jay. Los tratan como hace años, como si el tiempo no hubiera avanzado.

>> ¿Sabes que antes de los años noventa se consideraba una enfermedad mental? ¡¿Puedes creer eso?! El amor, la cosa más bonita del mundo, visto como una enfermedad ¿Por qué? El que ellos amen a sus iguales no significa que amen distinto a como amas tú, o a como amo yo.

La escucho hablar con tanta determinación, con tanta empatía por esas personas que no conoce y solo puedo pensar en lo inmenso que es su corazón. Ume siente de la forma más bonita posible porque lo hace con toda su alma, incluso cuando esta no debería estar involucrada. No sabe casi nada sobre la comunidad LGBT, solo sabe lo que ve en los noticieros y aún así siente la injusticia que todos ellos llevan viviendo por años.

Miro la pantalla y la entiendo; entiendo la impotencia que genera el saber que, en el mundo, la más mínima diferencia puede dar pie a que alguien critique algo tan necesario como lo es el amor. A esto me refería a con que la libertad es un sueño absurdo porque, si de algo jamás nos podremos librar, es de esta sociedad crítica y cruel.

—Lo mismo ocurrió hace unas semanas, pero con gente de color...mi color —señala y ahora su voz se quiebra un poco —. Golpearon a personas, Jay; personas que pudieron haber sido mis padres, mis familiares, yo ¿Y por qué? ¿Por qué mi piel es diferente? No tiene sentido. Para el mundo, el amor es una enfermedad y el color una amenaza ¡Que absurdo y que decepcionante!

>> Y es tan tonto, porque en los ojos de los que están en contra de toda esa gente veo odio, pero luego volteo, veo los tuyos y consigo cariño, igual que en los de Maggie, Jacob y Alek. Ustedes cuatro son mi mundo y me gustaría que fueran el del resto porque, aún estando enfermos y cansados, ustedes no odian. El resto debería imitarlos, no ignorarlos.

—La gente debería ser más como tú, Ume Vidal —digo, cerca de su oído.

Ella voltea a verme, sé que estamos demasiado cerca pero no puedo alejarme...no quiero alejarme. Ume me observa como si hubiera dicho una locura, pero una locura bonita. Es como si de mi boca hubiera salido algo que ella jamás esperó escuchar y ahora que lo oyó le cuesta creerlo. Se lo repito, alzando un poco las esquinas de mis labios en un intento de sonrisa, pero estoy tan concentrado en su rostro que no coordino del todo mis acciones; no sé si sonrío, pero siento que lo hago.

Sus ojos están tan llenos de sentimientos, como una caja fuerte que resguarda aquellos tesoros hechos emociones. Ella es maravillosa y ni siquiera lo sabe. Si se viera más seguido en el espejo, sabría porqué deseo con tantas fuerzas regalarle un narciso.

Termina por sonreírme y, sin necesidad de preguntarme, apoya su cabeza en mi hombro y me abraza. La rodeo con uno de mis brazos, sintiendo como mi corazón comienza a acelerarse a un ritmo que me encanta y me aterra al mismo tiempo. Así, a esta distancia con ella, no puedo pensar en lo cruel que es el mundo, o en lo injusta que es la vida.

Solo pienso en ella y se siente tan...correcto.

—Lo siento si te incomodo, pero estoy cansada por la quimio —me dice, intentando excusarse por esta cercanía —. ¿Podríamos quedarnos así un rato largo, cielo?

—Todo el rato que tu desees, cariño.

Y así nos quedamos por largos minutos que en realidad se sienten cortos. A esta distancia puedo sentir sus respiraciones, su aliento cálido chocar contra mis brazos delgados. Huele a talco y es un aroma tan sutil que siento que no podría cansarme de él jamás. Mi corazón late con tanta fuerza que tengo cierto temor a que ella lo note...Pero, ¿y qué si lo nota?

¿Y qué si se da cuenta?

¿Y qué si le demuestro que ella es para mi un prado entero de narcisos?

¿Y qué si ella me dice que no me quiere de la misma manera?

La verdad es que todas las respuestas a esas preguntas me importan, asi que callo por miedo a obtener unas que no deseo. Nunca he sido muy valiente, esta no es la excepción...

...

Estoy acostumbrado a estas revisiones con el doctor Andrews, las tengo casi a diario. Es por ello que no me incomoda estar sin camisa frente a él, este hombre ya ha visto que mis costillas reclaman atención debajo de mi piel antes, así que no tengo absolutamente nada que ocultar.

—Por lo que veo, sigues haciendo abdominales —suelta, mientras revisa mi espalda magullada —, a pesar de que te he dicho que no deberías hacerlos. Te haces daño.

—La gente que fuma se hace daño, pero no veo que pedirles que paren los detenga —digo y él resopla.

Killian fuma, así que sabe que mi comentario fue dirigido a él.

Él camina hasta estar frente a mi con su mirada fija en una libreta en la que anota cosas sin descanso. Cuando llegué, era más alto que yo. Ahora somos del mismo tamaño, lo que me da cierta sensación de seguridad. Antes, él me intimidaba cuando me miraba con sus ojos azules fríos desde unos cuantos centímetros más arriba. Hoy, debe aguantar mi mirada que no solo es fría, sino que es turbia y que esconde cosas que sé que a él le aterran; a todos les aterra.

Su ceño está fruncido mientras anota, pero eso no es nuevo. Killian Andrews solo tiene dos expresiones: enojado y muy enojado; soy experto en causar ambas. 

Se le ve agotado, puedo suponer que tuvo un día ajetreado porque dejó mi consulta para última hora. Son las diez y media de la noche, su turno está por terminar. Parece que mi revisión es el broche de oro para cerrar un día de mierda. Que privilegiado soy.

Rasca su barba corta y suspira, luego me ve como si le fastidiara el hecho de tenerme cerca. Yo sonrío y eso solo hace que su ceño se frunza aún más. Él es amante del control, le gusta que todo esté en órden...pero en el órden que él mismo impone. Sé que lo saca de quicio que, tras años bajo sus cuidados, yo no he mejorado ni un poco. Soy un caso fallido, una decepción y un estorbo para él.

Estoy orgulloso de mí mismo por conseguir que me odie de la forma en que lo hace.

—¿Has comido últimamente? —me pregunta, mientras me indica con una seña que debo extender los brazos. Lo hago y él evalúa si están más delgados o más débiles.

—¿Por qué me lo preguntas si la enfermera Mc'Callum te lo dice? —suelto y él se endereza, intentando lucir más alto que yo.

—Porque la idea es que puedas ser sincero conmigo, Jayden —asegura, colocándose el estetoscopio en los oídos antes de llevar la pieza de metal a mi pecho. Como siempre, esta frío.

—Oh, así que de eso se trata. Quieres que seamos sinceros entre nosotros, como un par de mejores amigos —rio —. Está bien, seamos sinceros. Así que...¿cómo está tu esposa? ¿Aún no se aburre de ti?

—Mi esposa y mi vida personal no son tu asunto.

—Mi estómago y mi alimentación tampoco son el tuyo. Eres cirujano, yo no debería ser tu asunto a menos que necesitara un bisturí perforando mi piel, pero aquí estamos —le sonrío aún más —, forjando una bonita amistad.

—Soy más que un cirujano, Jayden. Soy el encargado de tu caso y soy tu doctor —me sonríe de vuelta, tratando de verse tan intimidante como yo. Me molesta que le salga bien —. Así que tu alimentación si es mi asunto, al igual que tu peso —se quita el estetoscopio y me señala un aparato al que odio —. Sube a la báscula.

No lo voy a negar, me estremésco ante esa órden y es algo de lo que no estoy orgulloso. Yo odio la báscula, odio que esa cosa diga cuanto peso y que a veces muestre que estoy unos gramos más pesado. Me pone nervioso subir a ella, es exponer cada miedo que tengo frente a un aparato capaz de joderme la existencia en tan solo unos segundos. Respiro profundo, solo lo hago para salir de esto lo más pronto posible. Por loco que parezca, hoy no quiero pelear con Killian; no estoy de humor para hacerlo.

Subo a la plataforma de la báscula sintiéndo a mi corazón latir con fuerza. No late de la forma en la que lo hace cuando veo a Ume, estos latidos duelen. Los que le pertenecen a ella son arrazadores, alocados, pero se sienten bien. Por otro lado, estos hacen que mi corazón se retuersa en agonía. Cierro los ojos e intento imaginar a esa chica que merece un narciso, intento cambiar el miedo por lo que sea que siento por ella.

No puedo, mi temor es más fuerte que todo.

—Adelgazaste quinientos gramos.

Creo que suspiro de alivio al escuchar eso. A pesar de los antidepresivos, no engordé. Sonrío con satisfacción, Killian niega en desaprobación. Él ya me conoce, debería dejar de verme de esa forma cuando soy tan predecible. Supongo que el doctor Andrews, a parte de ser un ególatra presumido, es un ingenuo más que cree que mejoraré así de fácil.

—Debes dejar de hacerte tanto daño —suelta, mientras se aleja y camina hacia su escritorio.

—Gracias, doctor Andrews, esa seguro es la cura para todos mis males —digo, siguiéndolo —. Deberías anotarlo en algún recipe...¡No! ¡Mejor patenta la idea! Tienes en tus manos la solución para la manorexia, quizá te hagas millonario.

—Ese sarcasmo y cinismo no te llevaran a ningún lado, Jayden.

—¿Tengo acaso algún otro lado al cual ir, Killian?

Tomo mi camisa y me la coloco, sin querer escuchar lo que sea que responderá a mi pregunta. Me molesta que él, inclusive siendo doctor, crea que lo que tengo es algo que se soluciona con el simple hecho de decir: para, detente, deja de hacerlo ¡Joder, no! Yo no controlo esto, dándome órdenes no me van a sanar porque ni siquiera yo obedezco las mías propias. En ese sentido, Killian me recuerda a Alder. Ambos creen que en sus palabras está la cura de la oscuridad dentro de mí, cuando lo cierto es que lo que dicen vale lo mismo que lo que digo yo: nada.

Sé que no hay vacuna para lo que padezco, que no puedo tomar una píldora y mágicamente decir: ¡Me curé! Pero tampoco pueden esperar que sane con órdenes, con indicaciones de hombres que no entienden lo que estoy pasando, por lo que mamá pasó. No sé que sana a la anorexia, tampoco sé si quiero saberlo. No quiero estar enfermo toda mi vida, pero ahora es lo único seguro que tengo.

Mi enfermedad no me molesta en este momento.

—¿Ya acabamos? —pregunto, ahora colocando mi gorro de lana sobre mi cabeza. No quiero pasar más tiempo del necesario en el consultorio de Killian, me he comportado demasiado bien y eso es un logro que no sé si pueda seguir cumpliendo.

En lugar de responderme, se sienta en la silla afelpada de su escritorio y luego asiente hacia las que se encuentran frente a él. Suspiro, esto significa que quiere hablar. Me siento sin mucho ánimo, observando de reojo las fotografías en el escritorio. En todas aparecen la esposa o las hijas de Killian, quienes al parecer si tienen la capacidad de ser alegres a pesar de convivir con semejante ser. Aunque no me sorprendería que él fuera una persona completamente distinta fuera del hospital, quizá hasta ríe fuera de estas paredes. Después de todo, el doctor Andrews tiene toda la pinta de ser un grandísimo hipócrita.

Afuera es feliz, adentro solo nos jode la vida a los que no podemos salir.

Lo observo jugar con su anillo de matrimonio, cosa que hace demasiado seguido. Luego, entrelaza sus manos por sobre la mesa y, para molestarlo, decido imitarlo. Inclusive frunzo mi entrecejo como lo hace él, pero él se ahorra todo eso de enojarse y va directo al grano:

—Hoy tu padre vino a pagar por el siguiente trimestre de tu estadía —dice y es entonces cuando me tenso —. Preguntó si ya habías dejado tus malos hábitos.

—Ya, y supongo que no preguntó si estoy más alto, si duermo bien, si me veo medianamente feliz...porque eso es lo que haría un padre normal y no él ¿O me equivoco?

El que no me responda me lo confirma, él no lo hizo. Alder Smith no querrá saber nada de mí hasta que me cure. No le importa mi felicidad, o si estoy creciendo, o no. Él no me reconocerá como su hijo hasta que yo sane, no actuará como un padre hasta que yo salga de aquí.

Rio, me rio con una sequedad que incluso me sorprende a mi mismo. Alder está muy equivocado si lo dejaré ser mi padre una vez me cure. Si no me quiso en mi peor momento, yo no lo quiero cuando pueda recolectar mejores recuerdos. Que se joda. Él nos perdió a mamá y a mí, espero que le duela vivir con ello.

—No entiendo porque sigues negándote a mejorar, Jayden —me dice Killian —. ¿Acaso no estás cansado de este hospital?

No respondo. Sí, estoy cansado ¿Pero qué me espera afuera? ¿Un hombre que dice ser mi padre cuando no quiso cumplir su papel?

—Podrías tener una vida —continua él —. Podrías salir de este hospital e ir con tu padre y su esposa. Podrías tener una familia y en cambio pierdes el tiempo con...

—Espera, espera —lo detengo porque hubo una palabra que me heló la sangre —. ¿Dijiste esposa?

—Vino con una mujer, una morena alta, un poco más joven que él. Me la presentó como su esposa.

Joder, no.

Así que él la reemplazó; él consiguió a alguien más a pesar de que mi madre lo amó con locura, a pesar de que aguantó sus gritos porque lo quería. Él avanzó, mientras que yo estoy atorado en esta mierda de hospital.

—¿No lo sabías? —pregunta Killian, y de más esta decir que me parece una pregunta estúpida. Sé que no sé ocultar mi enojo y por la mierda que estoy enojado ahora. Es más que claro que yo no lo sabía —. ¿Jayden?

Su hijo está ingresado en un hospital, no ha tenido una conversación en años con él, ¡¿y decide que es más importante casarse que recuperar el tiempo que está perdiendo?! ¡¿Prefiere ser esposo antes que padre?!

Mi respiración se siente pesada y mis dedos se afianzan a los respaldares de la silla. Esto es injusto, él no debería tener la oportunidad de ser feliz cuando le arruinó la vida a mamá ¡Me la arruinó a mi! Miro a Killian, sus ojos azules me observan con cautela, como si no supiera qué esperar ante mi reacción.

—¿Cómo se llama? —pregunto entredientes.

—¿Eh?

—¡¿Cómo se llama la supuesta esposa?!

Él me observa, inseguro de si hablar o no. Está así unos segundos, hasta que suspira y finalmente habla:

—Clarice —es su respuesta.

Pues bien, espero que la pobre Clarice sepa que desposó a una mierda de persona. Sentiría lástima por ella, pero no puedo.

Es el reemplazo de mamá.

—¿Puedo irme?

—Jayden yo creo que...

—¡¿Puedo irme, doctor Andrews?!

Él se endereza en su asiento y tarda unos minutos en asentir con la cabeza. Ante ese gesto, yo solo me paro de la silla y la arrastro lejos de mi camino mientras salgo de este jodido consultorio. Mis pasos son apurados, apretados, bruscos; tanto que incluso duelen en mis rodillas. Siento que mi vista comienza a tornarse borrosa, veo todo bajo una fina capa de un rojo que se va haciendo cada vez más intensa. Nada de eso me impide seguir mi camino por los pasillos, creo que camino sin realmente pensarlo.

Estoy actuando en automático, como si mis acciones no me pertenecieran.

Alder reemplazó a mamá. Reemplazó a la dulce mujer de ojos verdes y corazón de oro con una supuesta "morena alta". Es injusto que haya superado su recuerdo, que haya seguido adelante, cuando yo me sumerjo cada vez más en un pasado que duele. Él debería sufrir, él debería sentir que cada día es una tortura y que despertar a penas si vale la pena. En cambio, el que está así soy yo ¡Yo soy quien está sufriendo!

Mi mamá era la mujer más dulce del universo. Daba abrazos cálidos, cantaba lindas canciones de cuna, cocinaba delicioso...No merecía a alguien frío y desinteresado como Alder Smith. Me enfurece a niveles que no puedo explicar el hecho de que él no le corresponda todo el amor que ella sintió por él, porque mamá lo hubiese amado una eternidad si la anorexia se lo hubiera permitido. Me molesta que las acciones de Alder siempre intenten borrar la memoria de mi mamá, de la Holly que vivió solo para hacerlo feliz...

¡Él intenta eliminar su recuerdo! ¡Él quiere que ella quede en el olvido!

Quiero gritar, pero al mismo tiempo solo quiero encerrarme en algún lado y quedarme en silencio junto con los recuerdos que me quedan de mamá. Me siento un torbellino de emociones, no sé que hacer. Camino y camino, sé hacia donde me dirijo pero no puedo decir que entiendo porque decidí ir hasta allá. A mi mamá la calmaban los narcisos, los veía desde la ventana y podía sonreír. No puedo olvidar eso, no puedo olvidarla.

Le dije adiós a ella, no puedo decirle adiós a su recuerdo.

Para cuando llego a la puerta que quiero, mi visión está aún más borrosa. Es entonces cuando siento lágrimas correr por mis mejillas y arden; arden como si estuvieran quemando mi piel. Toco la madera frente a mí con demasiada fuerza, no controlo cuando la golpeo de nuevo, ni mucho menos los siguientes golpes que le siguen a ese. Es satisfactorio descargar mi ira en la puerta, pero no es suficiente. Sigo molesto, sigo dolido, sigo destrozado por dentro y sigo sin tener el control de mi mismo.

Hasta que la puerta se abre y la veo...

—¡¿Pero que...?! —parece desconcertada, sus ojos grises al principio no me reconocen, pero luego me ve con sorpresa. Debo lucir demacrado, un esqueleto llorando no se ve bien —. Jay...

No pierdo mi tiempo y atraigo a Ume hacia mi cuerpo. La abrazo con fuerza, creo que jamás he necesitado tanto sostener a alguien entre mis brazos como hasta ahora. Al principio, ella se tensa, pero son segundos los que tarda en devolverme el gesto. A penas siento a sus delicados brazos rodear mi débil cuerpo, no me contengo y comienzo a llorar. Derramo lágrimas en su hombro y no me importa que ella me escuche sollozar.

No me importa que ella me vea ahora, cuando soy más debilidad que persona.

Puedo escuchar otras puertas abrirse, al igual que susurros a mis espaldas. No duran mucho, así que supongo que Ume les hizo señas a los enfermos para que nos dejen a solas. Ella me entiende tan bien que sabe que solo quiero esto, solo quiero que alguien me sostenga mientras lidio con todos estos sentimientos. No quiero hablar, no quiero desahogarme, solo quiero abrazarla y sentir que tengo algo importante entre mis brazos. Quiero creer que no soy como Alder y que yo jamás reemplazaré a quienes amo.

Siento sus caricias en mi espalda mientras sollozo. Es mucho más baja que yo, pero estoy tan necesitado de su cercanía que me agacho lo suficiente como para esconder mi cabeza en su cuello. Sollozo, balbuceo, continuó llorando y ella me susurra palabras dulces devuelta. No me suelta, no hace preguntas. Ella tan solo me sostiene hasta que mi cuerpo tiembla cada vez menos.

Tardo en calmarme y, cuando lo hago, ni siquiera la suelto. La sostengo con más fuerza, creo que jamás hemos estado tan cerca. Su cuerpo parece estar escondido en el mío, lo cual es irónico porque soy yo quien se está refugiando en ella. Mi nariz roza su cuello, aún derramo lágrimas, pero me tomo el tiempo de perderme en su olor. No sé a que huelen las flores que tanto le gustaban a mamá, pero quiero creer que huelen a ella.

No controlo el acariciar su piel con mi nariz, es suave y se siente correcto que tenga contacto con la mía. Puedo sentir que se estremese ante mis acciones, pero no me aleja. Más bien, suspira y continúa con las caricias en mi espalda. Mis manos bajan a su cintura, la rodeo con la fuerza suficiente para dejar claro un punto: no quiero lastimarla, solo la quiero más cerca.

Sigo molesto con Alder, con su esposa. Sigo alterado por el hecho de que la memoria de mi mamá parece estarse borrando, pero ahora siento que toda esa tormenta de emociones está en un punto de calma. Estoy en el ojo del huracán al que llamo ira. Cierro mis ojos en cuanto siento los dedos de Ume perderse entre mi cuello y el cabello que no cubre el gorro. Ella calma tormentas.

Ella me hace débil y me da fuerza al mismo tiempo.

—Mereces un millón de narcisos —le digo y mi aliento la hace estremecer una vez más.

—Los aceptaría si me los regalas tú —es lo que me responde, sonrío contra su piel.

Ella siempre sabe que decir para dejarme sin palabras.

Estamos así unos buenos minutos, en los que ella me deja pensar mientras acaricia mi cuello con las yemas de sus dedos. No hablamos, solo nos mantenemos cerca y creo que acabo de encontrar mi lugar favorito en el mundo: sus brazos. He pasado años sintiéndome solo, incluso con la compañía de otras personas. Sin embargo, en este momento, siento que tengo a alguien; que pertenezco a esta cercanía.

Que no estoy completamente solo.

Ya ni siquiera le hago caso a los latidos de mi corazón, sé que están descontrolados solo por ella ¿Qué si estoy enamorado de Ume? Eso ni siquiera se pregunta. Es decir, ¿cómo no podría enamorarme de la chica que calma mis tormentas? Sé lo que siento y quiero creer que no me parezco a mi padre, que yo sabré apreciar todos estos sentimientos que están naciendo dentro de mi como flores en primavera.

No sé si Ume me corresponde en lo que siento, tampoco es algo que averiguaré hoy. Pero, si llega a sentir algo por mi, yo lo apreciaré y cuidaré su corazón; no lo echaré a perder. Ni siquiera me detengo a pensar cuando adhiero mis labios a su cuello y dejo un beso ahí. Ella se estremece y suspira de nuevo. Creo que ese, junto a su voz, se han convertido en mis sonidos favoritos.

Me cuesta soltarla, pero lo hago. Entonces, me sonríe, permitiendo que yo me deleite con la vista de su hoyuelo y de sus hermosos ojos grises. Cuando la veo, siento que mi mundo no está tan mal, que no me he vuelto un completo desastre negativo y sin esperanzas. Yo la veo y siento que cualquier primavera puede ser eterna si está acompañada de su sonrisa; siento que los narcisos florecerían en otoño solo para maravillar a su linda mirada y que un esqueleto como yo podría enamorarse de la vida.

—Buenas noches, Ume —le digo, llevando mis manos hasta mis bolsillos.

—Buenas noches, Jay —me responde antes de cerrar de su puerta.

Ume Vidal merece un millón de narcisos, pero en este hospital solo hay rosas y margaritas. Camino hacia mi habitación, pensando en una solución, pero me distraigo recordando su olor y su tacto contra mi piel. Ume calma tormentas en mí, pero provoca otras que alborotan todo en mi interior. La diferencia es que me gustan las tormentas que llevan su nombre porque esas son las que le dan otro sentido a mis suspiros.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro