Doceavo suspiro
Doceavo suspiro:
Cuando llegué a este hospital, Lotty me dejó muy claras dos reglas que aún hoy siguen vigentes:
1. No puedo saltarme ni una sola consulta médica, o de lo contrario ella aumentará el número de calorías en mis platos y subiría mis dosis de medicamentos (eso quedó particularmente claro, razón por la que no he faltado a ninguna sesión con Killian aunque las detesto).
2. Puedo recorrer libremente el área de casos especiales. Es decir, el piso tres; específicamente el ala este y el espacio común. El resto del hospital está prohibido.
Mis amigos recibieron las mismas reglas en su momento y, hasta entonces, las hemos cumplido. Claro que llega un punto en el que toda regla se vuelve un reto y, cuando pasas mucho tiempo en un mismo lugar, los retos se convierten en la única fuente de diversión capaz de distraerte del encierro.
Así que aquí estamos: dos esqueletos, un fantasma, un rarito y una chica hermosa rompiendo una regla, solo porque estamos sedientos de retos y hartos de nuestro encierro.
Lástima que los retos dentro de este hospital resulten ser tan...decepcionantes.
—Es exactamente igual a nuestro piso —señala Maggie, aunque eso es algo que ya todos notamos —. Mismas luces, mismos colores en las paredes, mismos pasillos...Vaya mierda de creatividad tenían los arquitectos de este hospital.
Pues sí, eso es algo que no le puedo discutir a mi margarita. El piso cinco—porque sí, fuimos lo suficientemente atrevidos como para subir no uno, sino dos pisos—resulta ser idéntico al nuestro, con la pequeña diferencia de que los pasillos aquí son un poco más concurridos. Nos abrimos paso entre la gente, intentando vernos tal y como las otras personas, pero lucir normales no es algo a lo que estemos acostumbrados. Algunas personas se nos quedan viendo mientras van caminando hacia sus consultas y resulta casi imposible ignorar sus miradas. Aún así, ellos siguen su camino y nosotros el nuestro.
Parece que ignorar es un arte que enfermos y sanos manejamos bastante bien.
—Vamos, esqueleto. No seas aguafiestas —dice Jacob, quien camina con más normalidad que nosotros. Tiene sus manos en sus bolsillos y parece completamente relajado —. No arruines el momento. Hacemos esto porque está prohibido, porque no se supone que estemos aquí ¿Acaso no sientes la adrenalina?
—Lo que siento es frío gracias a esta cosa —se queja ella, señalando el atuendo que trae puesto —. No sé porqué dejé que me convencieran de usar este ridículo vestido.
—Ridículo es que te quejes cuando te ves preciosa.
—Cállate, Everton.
—Tu siempre tan dulce. Es por esos hermosos comentarios que hacerte cumplidos siempre resulta un placer para mi, Margaret.
Ella bufa ante su sarcasmo, cosa que parece complacer a Jacob porque sonríe tan pronto Maggie rueda los ojos.
No, todavía no sé cómo decirle a mi amigo que ninguno de sus hermanos es compatible para donar su médula ósea y salvarlo. No, aún no tengo idea de cómo actuar con respecto a ser el único entre nosotros que sabe lo bajas que son las esperanzas de vida de Jacob en este momento. No, tampoco sé si encontraré una forma de lidiar con todo esto. Por ahora, ignoraré que sé todo lo que en verdad sé y me concentraré en este decepcionante reto.
Resulta que ignorar es un arte que yo domino a la perfección.
Siento un suspiro a mi lado y volteo de inmediato a inspeccionar a Ume. Mi novia, que al inicio de esta aventura estaba particularmente emocionada de hacer cosas prohibidas, ahora se ve demasiado cansada y algo pálida para su color de piel, que suele verse un poco más café de lo que se ve ahora. Su mano se siente sudorosa contra la mía y me preocupa que se tambalea un poco al caminar. La quimioterapia le provoca mareos y náuseas; a veces el día después de aplicársela, a veces unas horas luego del final del tratamiento. Es doloroso e impredecible, pero puedo notar justo ahora que está comenzando a sucederle.
—¿Te sientes bien, cariño? —le pregunto, dándole un suave apretón en su mano. Ella levanta la mirada para observarme, no me gusta que sus ojos se vean tan agotados y cristalizados.
—Sí, cielo —es su respuesta, aunque sé que me miente —. Estoy bien, solo me habría gustado que esto fuera un poco más interesante.
—Somos dos las que opinan eso —suelta Maggie, entrelazando su brazo con el que Ume tiene libre. Seguro ya notó que Ume está decaída e intenta mantenerla estable de ese lado —. ¿Y si mejor regresamos?
—Pero no hemos hecho nada. No quiero perder el viaje.
—Ume, no es como si hubiésemos hecho equipaje para subir dos malditos pisos. Vámonos de una vez, es obvio que tú no te sientes bien.
—No quiero. No quiero darle el poder a mi enfermedad de controlar lo que hago, no más.
Mis ojos se juntan con los casi dorados de mi margarita, sé que la mezcla de angustia y comprensión que hay en su mirada es un reflejo de la que hay en la mía. Maggie y yo hemos pasado por lo que Ume está sintiendo, hemos deseado poder controlar lo que hacemos en lugar de que nuestras condiciones lo hagan. Es desesperante sentir que algo más te frena, que te maneja como si fueras un títere de cuerdas. Sentirte así te lleva a anhelar desesperadamente los instantes en los que puedes actuar sin ese titiritero siendo un estorbo.
Ume cree que este reto, este piso y este instante será uno de esos momentos en los que el cáncer no la molestará. Ella aprieta mi mano más y me observa con esos hermosos ojos verdosos, suplicando que no la lleve de vuelta a nuestra pequeña ala del hospital.
—Por favor, mi cielo —me pide —. Hagamos algo, lo que sea. Luego nos vamos si quieren.
¿Quién soy yo para negarle algo como eso a Ume?
—Quedémonos un poco más —termino por decir, obteniendo una sonrisa en sus labios —. Busquemos algo divertido que hacer.
—No se diga más —habla Jacob y puedo notar ese tono travieso en él —. Hagamos de esta una verdadera aventura.
Antes de que podamos preguntarle a qué se refiere, él nos empuja a una habitación que de casualidad está abierta en el costado del pasillo. Yo sostengo a Ume, quien se tambaleó más de lo normal ante el empujón. Alek ve a Jacob sin entender lo que hizo, o porqué lo hizo. Mientras, Margaret se queja y empuja a Jacob de vuelta, pero él solo ríe y cierra la puerta.
Por alguna razón, el ver esa sonrisa traviesa y sedienta por aventuras que tiene mi amigo enciende el interruptor que antes estaba apagado en mi. Estamos fuera del área de casos especiales, estamos haciendo algo prohibido, estamos retando a los doctores que tanto nos odian...
Bien, esto comienza a ser emocionante.
—Vuelve a empujarme, grandísimo idiota, y no te dejaré uno, sino ambos ojos morados de los golpes que te daré —suelta Maggie, haciéndolo reír.
—¿Tú? No me hagas reír—él le sonríe de esa forma que solo indica que la está retando —. Tú no me harías daño.
—¿Estás insinuando que soy débil, Everton?
No estaría equivocado. Digo, Maggie no tiene músculos y sus empujones son más como leves toques que cualquiera puede evitar. Sin embargo, la Anemia aplástica de Jacob provoca que el más mínimo roce se convierta en un moretón en su piel. Capaz sí podría hacerle daño.
Capaz sí lo haría.
Pero él niega con la cabeza y lleva sus manos a sus bolsillos. No sé qué está pasando entre ellos dos, pero Jacob parece incapaz de dejar de ver a Margaret ahora que ella tiene ese vestido puesto. Se acerca más a ella, aumentando la furia en el rostro de mi amiga. Sus huesudos brazos se cruzan y lo observa con el mentón alzado.
—Todo lo contrario, Wallace —asegura él —. Estoy insinuando que eres fuerte, pero sé que no podrías vivir sabiendo que me hiciste daño en algún momento.
—Ugh, que egocéntrico y confiado eres —suelta mi amiga, dejándolo solo para caminar más hacia el interior de la habitación. Mira a su alrededor y deja escapar un bufido —. ¿En dónde coño nos metiste, Everton?
—Parece un armario, pero más amplio y arreglado —dice Ume, inspeccionando el lugar con su mirada. Su mano sigue afianzada a la mía, sosteniéndose como si en cualquier momento fuese a perder la fuerza para hacerlo —. Jamás había visto tantas batas blancas en un solo lugar, y eso que llevo años viviendo en un hospital.
Me tomo un momento para observar mis alrededores. Ume tuvo razón al decir que este lugar parece un armario, pues hay repisas con batas blancas, gorros y demás rodeandonos. No puedo decir que es una habitación amplia, ni siquiera alcanza el tamaño de mi dormitorio, pero estamos cinco personas aquí y no se siente como si nos faltara espacio. Mi nariz detecta un aroma bastante fuerte a detergente y jabón, y mis ojos acostumbrados a las luces blancas y potentes de los pasillos agradecen un poco que las lámparas de este lugar no iluminen con tanta fuerza. Más bien, de ellas sale una luz amarillenta, un tanto débil, pero pacífica en cierto sentido.
Hay un único mueble, un viejo sillón en la esquina de la habitación. No lo pienso dos veces antes de caminar hasta allá, sentarme y atraer a Ume a mi regazo. La acuno entre mis brazos y ella suelta un suspiro agotado, pero acepta el que la sostenga cuando está tan cansada. Si vamos a estar aquí por un tiempo y buscar una aventura, al menos quiero asegurarme que ella no se canse más de lo debido. Solo para animarla un poco, me quito mi gorro de lana y lo coloco sobre su cabeza. Ella suelta una sonrisa débil y besa mi mejilla antes de devolver su mirada hacia nuestros amigos.
Como era de esperarse, Jacob y Maggie están inspeccionando cada gaveta, repisa y artefacto que se encuentra en este lugar. Alek se mantiene en la esquina opuesta a la nuestra; a veces viéndolos a ellos, a veces viendo hacia el suelo. No cabe duda de que estamos en una especie de armario en donde los doctores guardan sus batas de trabajo, la pregunta del millón es cómo vamos a transformar esto en una aventura.
—Yo creí que las batas eran algo que cada doctor compraba por su cuenta —señala Maggie, sacando un guante de látex de una de las cajitas de cartón en las que se suelen guardar —. No pensé que tenían un cuarto donde colocaban batas limpias y todo.
—Es parte de los oscuros secretos que guardan los doctores de este hospital, margarita —digo, forzando mi voz a sonar tétrica. En respuesta, ella se encoge de hombros y comienza a soplar el guante para convertirlo en un globo.
—Vaya secreto más simple —opina Ume, uniendo su mano con la mía y jugando con nuestros dedos entrelazados —. Si es solo un armario, ¿por qué hay un sillón?
—Quizá alguien viene a pasar sus horas libres aquí, a descansar.
—Si yo tuviera el horario de trabajo de un doctor, sin duda querría un lugar tranquilo para dormir en mi tiempo libre —señala Jacob, revisando las batas colgadas —. Este se ve como un buen sitio para eso, pero no sé si me gustaría estar rodeado de tantas batas luego de tener una puesta todo el maldito día.
—Aquí hay velas aromáticas —interviene Maggie aún revisando los gavetines —. Parece que alguien sí utiliza este lugar para descansar.
Como sea, esa persona no está aquí ahora, sino nosotros. Quizá eso es lo más emocionante de esto: este podría ser el lugar secreto de alguien y lo hemos descubierto; hemos desenterrado un secreto.
—Me sorprende que Killian no haya notado nuestra ausencia aún —opina Alek, y debo admitir que concuerdo con esa observación.
El señor "amo el orden y la perfección" montará un escándalo cuando sepa de nuestra escapada, pero hasta ahora no hay ningún problema, ni llamados por los altavoces del hospital. Seguro debe estar ocupado en otras cosas, otros pacientes.
Espero que ellos le hagan la vida aunque sea la mitad de miserable de la que se la hacemos nosotros.
—No invoques al doctor Andrews, rarito —bufa Maggie, atando su globo hecho con un guante —. Ese hombre está tan enamorado de sí mismo que basta con decir su nombre para que aparezca y comience a hablar de lo buen doctor que cree ser.
—¿Acaso alguien me llama?
De inmediato, todos volteamos a ver a Jacob, quien fingió aquella voz gruesa con el acento norteño que usualmente utiliza Killian. Noto de inmediato que mi amigo ahora trae una bata puesta y que eleva una de sus cejas tal y como lo hace el doctor que ninguno de nosotros tolera. Rio cuando toma una carpeta y comienza a fingir ser él, carraspeando y observándonos a todos con ese clásico fastidio y superioridad que hemos aguantado tanto de Killian Andrews.
—Que miedo lo bien que te sale el acento, corazón —suelta Ume, un toque de diversión en su sonrisa agotada.
—¡¿Corazón?! Señorita Vidal, tenga un poco de respeto y llámeme por mi nombre —bufa él, negando con la cabeza con desaprobación como si fuera Killian —. Para usted y sus amiguitos soy el doctor Andrews, ¿entendido?
—Estoy segura de que él preferiría que lo llamáramos "su alteza" o una mierda por el estilo —señala Margaret.
—De hecho, sí. Esa es una buena idea, señorita Wallace. A partir de ahora, se referirán a mi como "el amo y señor de este hospital". Ya es hora de que todos se den cuenta de que soy la pieza más importante en este lugar. Ahora, ¡todos besen el suelo por donde camino!
Él deja caer con algo de fuerza la carpeta sobre los gabinetes, sin dejar de lado esa expresión de seriedad mezclada con molestia que es sorprendentemente parecida a la de Killian. Ume ríe, incluso Alek también lo hace, pero Jacob no se quiebra y mantiene el personaje.
—Bien, veamos lo que estos insufribles niños tienen para mi el día de hoy —continua él, ahora utilizando la mirada en Killian que yo mismo he bautizado "inspección general". Termina de repasarnos a todos con sus ojos y luego se fija en mí. Me señala, un dedo amenazante casi tocando mi nariz. Veo a mi amigo luchar para no sonreír con diversión, de alguna forma consigue seguir con el juego —. Tú, niño, tienes que empezar a comer. No me importa si eso es lo mismo que te he dicho todos estos años y no ha servido de nada: ¡come! ¡Es una maldita orden!
—No me jodas —carcajeo. Lo que generalmente me da rabia en Killian, me causa gracia y satisfacción escucharlo de Jacob.
¿Por qué? Porque se está burlando. No hay nada mejor que escuchar a alguien reírse de aquellos que tienen poder sobre nosotros, de denigrar a quienes nos ponen límites y nos ven como estorbos.
—Joder es mi especialidad; en serio, mi doctorado lo certifica. Soy experto en las ciencias de joder la paciencia, ¿no lo sabías? —dice el Killian falso —. Así que come, maldito estorbo. Come la comida de hospital que te ofrezco aún cuando sabe a orina de gato.
—¿Cómo sabe a qué sabe la orina de gato, doctor Andrews?
—Soy Killian Andrews, yo tomo orina de gato y digo que es champaña.
—¡Jacob! ¡Qué asco! —exclama Ume, pero siento su cuerpo estremecerse ante las carcajadas contra el mío. Aún hay debilidad, pero también hay una bonita sonrisa divertida en sus labios.
Esto es algo que podemos hacer y nuestras enfermedades no nos los impiden: reírnos, animarnos entre nosotros...
Burlarnos, porque la verdad no tenemos nada mejor que hacer.
—¿Asco? ¡Asco es lo que usted y el señor Smith hacen cuando creen que nadie ve! Los niños de hoy en día son tan irresponsables, tan molestos. No puedo creer que yo, teniendo un título de cirujano, debo cuidar a dos adolescentes hormonados y a sus amigos molestos.
—Si yo soy un adolescente hormonado, ¿entonces qué es Jacob? —pregunto, hablándole como si de Killian se tratara.
—Ah, Jacob es un ángel. Es un santo, un niño de bien, un regalo entre todos ustedes, un...
—Te saliste del personaje, y por mucho —lo interrumpe Maggie —. Killian jamás diría algo como eso.
—Nadie diría algo como eso —señalo yo.
—Alguien debería decir algo como eso, considerando que es verdad.
—Claro, Everton. Cree lo que te de la gana.
Mi amiga rueda los ojos al decir eso y se da la vuelta hacia las batas blancas una vez más. La veo con impresión cuando se coloca una de ellas, quedando con el vestido y la prenda blanca; tiene puestas dos vestimentas que odia, pero sorprendentemente le quedan muy bien. Endereza la bata y sonríe con diversión.
No, los ojos de Jacob aún no han encontrado la forma de dejar de verla.
—Ahora es mi turno para hacer una imitación —suelta ella, recogiendo su cabello en un moño. Jacob sonríe aún más.
—Podrías fingir ser Charlotte —dice Jacob, pasando una mano por su cabello. Ahora actúa como él, no como Killian...aunque, para ser honesto, tampoco está actuando como el Jacob que conozco tan bien. Se escucha...diferente —. No es difícil, solo finge ser toda sonrisas, da un par de lindas palabras y, para cerrar con broche de oro, deberías besarme apasionadamente.
—¿Por qué carajos te besaría?
—Oye, Ale fue el que creyó haber visto a Andrews y Charlotte besarse. Yo solo te estoy diciendo como imitarla.
—Que imbécil eres.
—Te estás saliendo de personaje, Wallace. Recuerda: sonrisas y beso apasionado. No es tan difícil.
—Por favor, díganme que no soy el único que está notando que Jacob le está coqueteando a Margaret —suelta Ale, con una sonrisa ladeada en su rostro.
Rio y lo hago con todas mis fuerzas porque esta vez las pocas palabras de Ale si que resultaron convenientes para toda esta situación. Jacob decide ignorar el comentario, fingiendo que observa las batas puestas en las estanterías como si fuese a encontrar algo diferente en ellas. Por otro lado, noto que Margaret comienza a sonrojarse poco a poco, hasta llegar a un color muy similar al de su vestido. Claro que me cuesta adivinar la naturaleza de ese sonrojo, puesto que, lejos de verse halagada o avergonzada, su entrecejo se frunce y se ve molesta.
Realmente molesta.
Si mis sospechas sobre Jacob comenzando a sentir algo por Maggie son ciertas, entonces en serio compadezco a mi mejor amigo. Mi margarita es alguien maravillosa que merece amor incluso más que cualquiera de los que estamos en esta habitación, pero sus sentimientos...sus sentimientos resultan incluso confusos para ella, ¿cómo va a aguantar los de alguien más? ¿Cómo va a enfocarse en amar a otra persona, cuando está haciendo todo lo que se encuentra en su poder para no amarse a sí misma? Ella es complicada; no quiero decir que el resto de nosotros no lo es, pero Maggie sin duda se lleva el premio a la más difícil entre todos los enfermos.
Suerte que he escuchado antes a Jacob decir que le gustan los retos difíciles.
—Creo que prefiero imitar a la enfermera Mc'Callum en lugar de a Charlotte —suelta Margaret, calmando su furia para cruzarse de brazos y observar a Jacob —. Así, en vez de besarte, solo tendría que provocarte pesadillas. Esa es la especialidad de Glenda.
—No tengo dudas de que Killian tiene pesadillas con ella —carcajea Jacob —. Aunque no entiendo porqué, si ella en realidad no es tan mala.
—Da miedo —admite Ume, apoyándose en mi hombro —. Y siempre está diciéndote cosas feas, corazón.
—Porque yo la provoco. No es que de miedo, es que tiene un carácter fuerte y no lo esconde. Creo que por eso me agrada, no es como Killian o Charlotte que parecen estar programados para actuar de formas específicas; como robots. Glenda no. Ella explota, se queja y deja claras las cosas que opina. Actúa como una persona, no como alguien que solo nos da órdenes. Solo piénsenlo.
—Es una doctora, Jacob —le recuerdo —. Todos los doctores dan órdenes y son molestos.
—Glenda no es doctora, es enfermera —señala él, volteando a verme. Ahora hay una sonrisa en su rostro que guarda un poco de diversión —. Y de hecho sé porqué solo es enfermera y jamás llegó a ser doctora. Se lo pregunté, ¿quieren saber qué respondió?
Ninguno responde, pero no es porque no queramos saberlo. Su sonrisa se extiende porque sabe que la naturaleza de nuestro silencio se debe a que estamos esperando que nos lo cuente. Carraspea, haciéndose el interesante. Finalmente, decide hablarnos y confesarnos lo que sabe:
—La razón por la cual la enfermera Mc'Callum es solo enfermera es porque ella dice odiar a los doctores.
Bien, yo soy amante de las ironías...pero esta llegó a otro nivel ¿Glenda odiando a los doctores? ¡Pero si trabaja con ellos a diario! No parece tener mucho sentido, quizá es algo que solo le dijo a Jacob para quitarse del camino todas las inoportunas preguntas que suele hacer mi mejor amigo. Es más, me parece una ironía tan descabellada que ni siquiera me rio de ella, o la disfruto. No me causa gracia en lo absoluto, solo me confunde.
Claro que, aunque hubiese querido reírme o disfrutar la absurda broma del destino que terminó por convertir a la enfermera Mc'Callum en lo que es, no me hubiese alcanzado el tiempo para hacerlo. No pasan ni dos segundos desde que Jacob termina de hablar y la puerta se abre, dejando a cinco enfermos atrapados in fraganti. Creo, estoy casi seguro, que todos volteamos al mismo tiempo hacia la entrada de la puerta. Si hubiese sido cualquier doctor, capaz y nos habríamos librado con alguna excusa. Sin embargo, la figura baja y rellenita frente a nosotros ni siquiera es doctora.
Es la enfermera Glenda Mc'Callum.
—¿Pero qué...? —ella parece impactada al vernos, puedo vislumbrar el shock en el color oscuro de su mirada. Trae unas batas que supongo están usadas en sus manos y pasa sus ojos por cada uno de nosotros sin entender qué hacemos aquí.
Poco a poco, el shock se va convirtiendo en ese enojo tan típico de ella. Tomó la mano de Ume y me levanto junto a ella, consciente de que el próximo paso es escapar ¿Pero cómo? Ella está en la puerta y todos nosotros la observamos como si cada movimiento fuese a desatar un desastre. Incluso respirar se siente peligroso, como si al exhalar fuésemos a disparar alguna especie de gatillo. Quizá estamos así porque sabemos que en cualquier momento despertará la Glenda que Jacob suele llamar "bruja".
Ninguno aquí quiere ver la clase de maldiciones que esta mujer es capaz de lanzar.
—Se puede saber...—Glenda toma una larga respiración, como si necesitara tiempo para pensar y controlarse antes de matarnos —. ¿Qué se supone que hacen aquí?
—Ah, déjeme que le explique eso, mi querida enfermera Mc'Callum —dice Jacob, quien tiene la osadía de seguir fingiendo el acento de Killian frente a ella. Como puede, toma el brazo de Alek y lo arrastra hacia él —. Había que revisar al paciente ¿Cierto, enfermera Wallace?
—Sí, claro —asegura Maggie, ahora acercándose a Alek. Toma su brazo y la enfermera Mc'Callum dirige su vista ahí —. Había que tomarle la tensión.
—Y medir su temperatura—continúa Jacob, dándole la vuelta a Alek para poner su mano en su frente. Glenda vuelve a seguir el movimiento.
—Y hacer exámenes de sangre...
—Y comprobar que pese lo adecuado...
Jacob y Margaret le dan vueltas de un lado a otro al pobre Alek, quien parece un muñeco de trapo en sus manos mientras ellos dos solo mencionan procedimientos médicos que "debían" hacer. Glenda los observa con confusión y enojo, aunque puedo notar que el enfado va disminuyendo y la confusión aumentando con cada vuelta que le dan a Ale. Debo admitir que yo tampoco comprendo lo que están haciendo mis amigos. Esta es la distracción más extraña que he visto y no sé si la hacen para molestarla más, o para ganar tiempo y huir.
Descubro que es la segunda cuando, con las vueltas que le dan a Alek, comienzan a rodear a Glenda, haciendo que ella se adentre más en la habitación y ellos se acerquen más a la puerta. Mi agarre en la mano de Ume se hace más fuerte y la arrastro conmigo hasta quedar cerca de nuestros amigos, quienes sorprendentemente siguen lanzando procedimientos médicos como si de verdaderos doctores se tratara. Llega un punto en el que no sé si preocuparme por la poca paciencia que debe quedarle a Glenda, o por lo mareado que debe estar Ale. Como sea, esto durará poco. Cuando ya estamos de espaldas a la salida y la enfermera completamente dentro de la habitación, sé que es cuestión de segundos para que salgamos corriendo.
—Quizá tengamos que hacerle una radiografía —sugiere Jacob y Margaret finge pensarlo.
—Quizá, aunque yo le haría una tomografía —suelta ella, volteando a Alek otra vez.
—¿Y si le ponemos una vacuna?
—Mejor hacemos una prueba de sangre.
—Tal vez podemos...
—¡Ya basta! —los interrumpe el grito irritado de Glenda. El truquito de Maggie y Jacob consiguió sacar lo peor de ella, la bruja que habita dentro de sí misma. Habrá que correr muy rápido —. ¡¿Ya terminaron con su jueguito?! ¡Porque los sacaré de aquí y vaya que tendrán que pagar consecuencias por romper las normas, niños del demonio!
—Ya terminamos —habla Maggie, sosteniendo a Alek por el brazo. Ella suelta una sonrisa calmada, pero sé que su corazón debe estar latiendo muy rápido por todo esto —. Es más, tenemos un pronóstico para este paciente ¿Cierto, doctor Everton?
—Por supuesto, mi querida Wallace —continúa él, dando lentos pasos hacia atrás que el resto de nosotros no tardamos en imitar —. Tras largos exámenes y varias conclusiones, el pronóstico de este paciente es...¡Ay! ¡Al carajo con esto! ¡Solo corran!
Y con eso, Jacob toma la puerta y la cierra con fuerza justo en la cara de Glenda, dejándola a ella dentro y a nosotros afuera. Lo miro con impresión unos breves segundos ¿Cómo mierdas se le ocurre hacer algo como eso? ¡Ahora sí que despertó a la bestia que vive dentro de la enfermera! Sin embargo, es poco el tiempo que tengo para quejarme, porque hago caso a las instrucciones de mi amigo y comienzo a correr. Todos corremos.
Tenemos que abrirnos paso entre la gente, ni siquiera me enfoco en sus caras de confusión al ver a cuatro enfermos correr con toda la fuerza que les queda lejos de una enfermera que tardó muy poco en abrir la puerta. Me enfoco en seguir, en acelerar el paso mientras no suelto la mano de Ume. Escucho las respiraciones de mis amigos a mi lado, los gritos de Glenda tras nosotros, los latidos de mi propio corazón intentando no fallarme. De repente, el mundo se resume a una persecución y no estamos huyendo de una simple enfermera, sino de algo más grande.
Y no sé exactamente qué es lo que nos hace correr, pero se siente bien.
Adrenalina se apodera de mis venas mientras vamos pasillo por pasillo, tropezando a veces pero jamás perdiendo la velocidad. Jamás habíamos corrido tanto y sin duda estoy cansado, pero no puedo parar. No podemos parar. Escucho la risa de Jacob, una risa genuina que se me contagia en cuestión de segundos. Por la esquina de mi ojo soy capaz de ver a mi Margarita sonriendo mientras la falda de su vestido vuela por la velocidad que hemos alcanzado. Ume se aferra más a mí y llega un punto en el que ella corre más rápido, dejando a un lado la debilidad para vivir esta aventura. Incluso creo que escucho a Alek soltar una pequeña carcajada.
Es entonces cuando me doy cuenta que esta persecución se convirtió en un juego, uno más divertido que el Monopolio.
—¡Más rápido! —exclama Jacob, aunque dejamos a Glenda bien atrás hace rato —. ¡Sepárense!
Y eso hacemos.
Ume, Maggie y yo tomamos el pasillo de la derecha, mientras que Ale y Jacob desaparecieron por el de la izquierda. Continuamos corriendo, deslizándonos por las áreas del suelo que recién acababan de limpiar y arrojando un par de cosas que se cruzaban por nuestro camino. Justo en este instante, en el que un gran pasillo blanco frente a mi es todo lo que tengo y correr es todo lo que quiero, me siento más libre de lo que he sido alguna vez.
Estoy con mi mejor amiga y con la chica que quiero. Nuestras risas son algo que nuestras cuerdas vocales desconocían, pero se sienten tan correctas en este momento. No puedo recordar que mi cuerpo está hecho para retar a la muerte, ni que mi resistencia física es una mierda. No pienso en mi madre, o en Alder siendo un padre de mierda; no pienso en Jacob a punto de morir, no pienso en los miedos que persiguen a Maggie, no pienso en Ume a punto de curarse y dejarme antes de que pudiera conseguirle un narciso, ni en Alek con sus aterradores demonios. Solo pienso en el camino, en correr y en reír.
Pienso que esta es una aventura de verdad y que la viviremos solo en este momento, cuando no estamos pensando en nuestras enfermedades y miedos.
Supongo que hay veces que un alguien como yo necesita despejarse de sí mismo y olvidarse de todo lo que lo hace ser quien es. A veces tienes que ser nadie para recordar lo libre que puedes llegar a ser. En este momento no soy Jayden, ni ella Maggie, ni la chica a mi lado Ume. Somos tres "nadies" que corren porque pueden hacerlo.
Damos la vuelta en otro pasillo, pero para sorpresa nuestra nos encontramos cara a cara con Jacob y Alek. También vienen riendo, parecen más vivos que nunca.
—¡Mierda! —exclama Jacob, su respiración agitada por tanto correr. Terminan por acercarse a nosotros y tomamos un descanso al encontrarnos. Adrenalina aún corre por mis venas. Quiero seguir —. El que diseñó este hospital debe darle consejos a los que hacen los laberintos en las cajas de cereal ¡Esto tiene más pasillos que enfermos!
—Al menos perdimos a Glenda —señala Ume, recobrando el aliento. Está muy, muy, pálida, pero sonríe como jamás la he visto hacerlo.
Claro que su comentario fue cantar victoria antes de tiempo, porque a lo lejos en el pasillo alcanzo a ver a una figura un tanto regordeta y bajita correr—o más bien trotar— hacia nosotros.
—¡Niños! —exclama y todos nos ponemos alerta de inmediato.
—¡A correr otra vez! —dice Jacob, tomando a Maggie del brazo para instarla a continuar. Mi margarita no se queja, solo comienza a correr aún cuando él no la suelta. El resto los seguimos.
Y vuelve la carrera contra algo mucho más fuerte que solo una enfermera.
La carrera contra quienes nos hemos convertido en este hospital, la carrera en la que somos más que solo enfermos.
Somos todo y nada al mismo tiempo...
Y todo se siente extrañamente perfecto, demasiado bien para ser verdad. Corremos, gritamos, tropezamos y somos felices. Somos cinco "nadies" hartos de estar encerrados en cuerpos que no nos permiten disfrutar del todo de la vida. Somos cinco enfermos que han sentido demasiada miseria por años, esta es nuestra recompensa.
Y todo se siente extrañamente perfecto...hasta que Alek se detiene frente a lo que parece una oficina. Si me detengo, es porque Maggie y Jacob lo hacen, porque yo habría seguido corriendo. Habría corrido hasta el final de este maldito hospital. Yo habría seguido hasta que mis pulmones simplemente no dieran más...
—¿Rarito, qué haces? —le reclama Margaret, regresando a él para arrastrarlo junto a ella —. Maldición, Alek ¡Tienes que correr!
—Lo siento —le dice, pero tiene su mirada fija en el cristal que da a la oficina, cubierto por una persiana que a penas deja ver lo que hay detrás. Señala en su interior y el resto terminamos por acercarnos; Ale de repente está muy pálido y observa lo que sea que esté viendo con demasiada duda —. ¿Son mis demonios alterando la realidad otra vez?
—Oh, joder...—Jacob es el primero en ver lo que señala Alek. Sus ojos se abren mucho, mala señal —. No creo que tus demonios sean tan explícitos, Ale.
Tan pronto me acerco a ver a lo que se refieren, empiezo a desear que esto solo sea obra de los demonios de Alek, aún cuando sé muy bien que no es así. Supongo que no puedo culparme a mi mismo por mi reacción, no todos los días ves a la mujer que te dio la bienvenida a lo que ahora es un hogar para mi sobre el escritorio de alguien más. Y cuando digo sobre el escritorio, no me refiero a simplemente estar sobre el escritorio. No. Ella esta acostada en él, su falda en el suelo, su camisa desabrochada y con un hombre sobre ella.
No cualquier hombre, sino uno casado.
No cualquier hombre casado, sino Killian Andrews.
Yo no puedo ver esto.
Aún así, no pude apartar mis ojos de la pequeña rendija entre las persianas por donde estamos espiando. Siento náuseas al ver la forma en la que ella lo besa, con demasiado entusiasmo y lo que parece ser un hambre enfermizo. Ella es la mujer que me ha cuidado todos estos años, me ha consentido y mimado. Charlotte se ha convertido en lo más cercano a una madre que tengo, yo simplemente no puedo creer que ella esté haciendo esto. Quiero que sea falso.
Lo único que me trae a la realidad es el sonido de unas arcadas muy cerca de mi. Maggie maldice y yo solo volteo para ver a Ume vomitando en el suelo. Probablemente el malestar pudo con ella, o quizá le dio tanto asco como a mi ver todo esto. La sostengo e intento calmarla, pero lo cierto es que todo el aire a mi alrededor se vuelve pesado. La mujer que creí perfecta, mi familia, está justo ahora besando a un hombre casado. Esto se siente incorrecto, demasiado incorrecto, y por alguna razón logró romper cada rastro de alegría que sentí hace solo momentos.
Ahora solo puedo pensar en Charlotte besando a Killian...Solo puedo pensar a papá engañando a mamá y aún así culpándola por dejarnos, por ser "egoísta".
—¿Jayden? —escucho mi nombre. Creo que Jacob me llama —. ¿Estás bien?
No. No lo estoy.
¿Por qué Charlotte hizo esto? ¿Por qué lo más cercano que tengo a una madre me está decepcionando de esta forma?
Ume continúa vomitando y vomitando, tanto que Maggie me aparta al ver que no estoy siendo muy útil y se encarga de ayudarla. Incluso cuando Glenda nos alcanza, yo sigo sin ordenar mis ideas. Que nos castigue, que nos grite si quiere. Ya no importa.
No tengo ganas de seguir corriendo.
Contra todo pronóstico, la enfermera no nos grita. Ella solo lleva sus ojos oscuros hacia la puerta por la que estábamos espiando hace rato y hace una mueca con sus labios, una mueca de lo que parece ser asco y enojo. Luego, nos observa y puedo jurar que es la primera vez que la enfermera Mc'Callum nos observa con tristeza. Ella suspira antes de acercarse a Ume y ayudarla.
—Lo siento, niños —dice sosteniendo la frente de Ume, pero observándonos a todos —. Ustedes son unos monstruos la mayoría del tiempo, pero no tenían que haber visto algo como eso.
No. No teníamos.
Yo debí apartar la mirada.
Yo debí seguir corriendo.
....
Hola, holaaaa...
No, no los tenía abandonados, solo estaba muy—MUY— bloqueada ¡Pero he vuelto! Y volví con este y varios otros regalitos de Navidad atrasada que les iré dejando estos días.
Bueno, había un capítulo muy parecido a este en la primera versión de esta historia y me gustó tanto que lo quise conservar. Espero que les haya gustado, porque creo que a partir de ahora las cosas se pondrán...interesantes.
También quiero preguntarles, ¿les está gustando la historia? Háganmelo saber ♥️
¡Felices fiestas! Los quieroooo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro