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Cuarto suspiro (parte 1)

Atención: El siguiente capítulo es muy fuerte y está dividido en dos partes debido a lo largo que es. Les recuerdo que estos personajes han sufrido mucho y de distintas formas ¿Mi recomendación? Mantengan la mente abierta, lean con calma y busquen pañuelos. Los quiero <3

...

Cuarto suspiro (parte 1):

Opal Wallace era una niña la última vez que la vi. Para entonces, su cabello era mucho más corto y siempre lo traía atado en un ridículo moño junto con un lazo extravagante. Ahora, tras verla de forma corta mientras hablaba con Maggie, puedo decir que ha cambiado. 

Su cabello ahora está largo, sin lazos que lo acompañen. Sigue siendo del mismo tono, un rubio oscuro que se ve brillante y lacio. Ya no tiene trece años, por lo que no es la misma pequeña que recuerdo. Está más alta, incluso más que Margaret, a pesar de ser menor. En fin, fue poco lo que pude verla, pero ahora Opal luce sus dieciséis años y se ve como toda una adolescente.

Por otro lado, Ivy Wallace cambio un poco menos. Sé que ahora tiene veintiuno, pero incluso hace tres años se veía igual de madura y centrada. Su cabello es de color caoba, como el de Maggie, con la diferencia de que el de Ivy es mucho más claro y llega hasta sus hombros, mientras que el de mi margarita es oscuro y cae por toda su espalda. Sus ojos son del color de la miel, cosa que comparte con sus hermanas, igual que las pocas pecas en sus narices que solo notarías si las ves demasiado de cerca.

Por ellas conozco a Maggie, pues fueron quienes la ingresaron en este lugar hace cinco años. Su madre...ella jamás vio a Margaret de la forma en la que mi mejor amiga merece ser vista y, por más que mi margarita siempre lo niega, sé que ella es una de las razones por las que está así, consumiéndose en sí misma. Le llenó la cabeza de insultos, le hizo creer que no era suficiente y, cuando la situación se salió de control, Ivy y Opal recurrieron al personal del hospital St. Gilbert.

No las culpo por su decisión, ambas eran unas niñas que estaban viendo a su hermana convertirse en alguien deprimida, con pensamientos casi tan peligrosos como sus hábitos. De hecho, no creo que hicieron mal al traerla y sé que Margaret tampoco lo opina. Aún cuando recuerdo sus gritos el día que llegó, sé que este hospital es una cárcel y un escape por igual para ella ¿De qué escapa exactamente?

Mi mejor amiga tiene demasiadas cosas de las cuales huir, no podría simplemente nombrar una.

Las hermanas Wallace se aman, soy testigo de ello. Recuerdo que las sonrisas más grandes que le he visto esbozar a Margaret aparecían siempre que ellas venían de visita. En ese entonces, charlaban por horas en las que incluso podía escuchar a Maggie reír. A veces me incluían, pero no me molestaba cuando no lo hacían. El simple hecho de que se mantenían unidas me era suficiente, así que darles espacio no era duro para mi.

Sin embargo, las cosas cambiaron luego de una tarde que creo que jamás olvidaré. Sabíamos que Maggie tenía depresión, yo mejor que nadie podía comprenderla, pero no llegamos a imaginar que se atrevería a asomarse en la ventana y pensar en saltar. La dejamos sola unas horas en las que creímos que todo estaría bien...Hasta que escuchamos gritos afuera, personas señalando a una chica huesuda en la cornisa. Mi corazón se acelera con tan solo pensarlo. No me gusta la muerte, puedo afrontar que estoy cerca de la mía, pero pensar que perdería a mi mejor amiga fue de las peores sensaciones que tuve en la vida.

Creí que tendría que decir adiós de nuevo.

Si Margaret no saltó ese día fue porque se distrajo viendo las margaritas en la ventana. Suena absurdo, lo sé, pero eso dio el tiempo suficiente para que Ivy llegara y la alejara de ahí. Si hoy tengo a Maggie es por esas margaritas y por Ivy, así que les debo mucho a las dos.

Esa misma noche, Margaret entró llorando a mi cuarto. Sus ojos miel estaban empapados, brillando ante la luz de la lámpara de noche y causándome un gran dolor en el pecho. Yo en serio odio verla llorar y sé que lo hace muy seguido. La abracé por horas, esperando a que se calmara. Cuando dejó de hipar, me contó con voz muy clara que les había ordenado a sus hermanas no volver más. "No quiero que me vean de esa forma otra vez, Jay", dijo aquella vez "Las mantendré lejos hasta que este mejor."

Y así fue como no vi más a Ivy y a Opal...Hasta hoy.

Es por ello que no me puedo concentrar en el juego de monopolio frente a mí, ni en la voz de Jacob contándole a Ume, quien ya regresó de su sesión de quimio y de hablar con sus padres, sobre nuestra aventura con el niño en coma. Yo solo puedo ver hacia la puerta, esperando que Margaret entre en cualquier momento solicitando uno de mis abrazos. No tengo ni idea de como reaccionará a esto y eso me asusta de mi margarita. Me asusta no saber hasta donde podría llegar mi mejor amiga si sus hermanas tocan algún tema equivocado.

—Cielo, no puedes llamar a Maggie telepáticamente —logro escuchar a Ume cuando se acerca a mi y toma mi mano. Me da un leve apretón que me hace adherir mi mirada a sus ojos grises. Quisiera encontrar calma en ellos, pero no lo hago —. Yo también estoy preocupada, Jay, pero no conseguirás respuestas intentando taladrar la puerta con tu mirada. Solo nos queda esperar para conseguir las respuestas que deseamos. Para algo estámos en su habitación, ¿no?

—Lo sé, solo que me aterra lo que pueda ocurrirle —le confieso, en lo que parece ser un susurro.

—Y a mí, pero sabemos que sus hermanas no le harán daño.

Por supuesto que ella sabe cada detalle de la historia de Margaret, incluso aquellos que a Maggie le cuesta decir en voz alta. Ume no estaba aquí cuando toda la situación de la ventana ocurrió, pero ella y mi margarita se han vuelto lo suficientemente unidas como para tenerse esa confianza. Noto en su mirada que también está aterrada y, aún así, intenta sonreírme. Yo suspiro, ordenándome a mi mismo adquirir la misma actitud que tiene la chica que ahora sostiene mi mano con fuerza. Debo estar calmado y ser fuerte por si mi mejor amiga necesita un hombro para llorar una vez llegue.

Incluso si mis hombros son huesudos e incómodos, yo siempre se los ofreceré a Margaret cada vez que quiera limpiar sus lágrimas en ellos.

—¿Qué es lo que ocurrió con Margaret y sus hermanas? —pregunta Jacob.

Él no había llegado al hospital cuando Maggie intentó lo que intentó, tampoco Alek, y como mi amiga no tiene la confianza que posee con Ume y conmigo con alguno de ellos dos, no saben lo ocurrido. Ale fue a su habitación hace unos minutos, alegando que quería estar solo. Eso nos dejó a nosotros tres aquí y, desde hace dos horas en las que Margaret ha estado con sus hermanas, Jacob no deja de mostrarse impaciente por saber lo que está ocurriendo. Entiendo que sienta curiosidad, pero esto no es algo que le pueda revelar.

Él es mi mejor amigo, pero Maggie es mi mejor amiga. Les guardo secretos a ambos, no soy capaz de exponer cosas en contra de la voluntad de alguno.

—Ya te dije que no podemos decirte, Jacob —le digo.

—Eso es jodidamente injusto —él se cruza de brazos y suelta lo que creo que es un resoplido —. No sé que ocurre, pero vi a Margaret demasiado tensa. Si en una hora no aparece, los arrastraré a ambos y la sacaremos de ahí.

—¿Estás mostrando interés en Maggie, corazón? —le pregunta Ume, haciendo que mi amigo ruede sus ojos celestes.

—Muestro el interés que mostraría con cualquiera, Ume. Sabes lo mucho que odio ver que alguien se encuentre mal.

Eso es cierto y lo demostró hoy, con el niño en coma. Él solo le habló y lo animó, aunque Derek no podía responderle. Esa es la naturaleza de Jacob, no puedo culparlo por preocuparse, incluso cuando Margaret no es su persona favorita.

—En fin, sigamos con el juego —suelta Ume, intentando distraernos. Ella frunce sus labios y ve hacia el tablero —. Es mi turno, ¿cierto?

—Creo que era el de Jacob —digo, sin estar muy seguro.

—¿Qué más da? Si ni siquiera conocemos las reglas de esta cosa —dice Jacob, antes de mover su ficha sin siquiera lanzar los dados —. Hacke Mate.

—Eso es ajedrez —señalo.

—Repito: ¿Qué más da?

Su actitud logra sacarme una sonrisa. Es cierto que ninguno de nosotros conoce las reglas de monopolio y, siempre que jugamos, parecemos inventarnos algo nuevo que de seguro no va con el juego original, pero a nosotros nos funciona. Este viejo tablero nos ha entretenido por años, ya se ve un poco desgastado, al igual que las fichas y los dados amarillentos. No importa que no sepamos jugar, fingir que lo hacemos nos distrae cuando la realidad se pone demasiado difícil de afrontar.

Cuando estoy por mover mi ficha, la puerta de la habitación hace el típico chirrido que indica que se está abriendo. De inmediato, el juego deja de importarme y me fijo en la entrada; espero que ocurra todo y a la vez espero que ocurra nada. Lo primero que veo son los ojos miel de mi mejor amiga, acompañados de sus típicas ojeras que solo consiguen que se vea mucho más enferma de lo que ya está. Ella enarca sus cejas hacia nosotros, mirándonos desde arriba ya que estamos sentados en el suelo rodeando el viejo tablero.

Todo en mí está tenso, incluso siento que estoy aguantando la respiración. Cuando Opal e Ivy entran tras ella, siento que un nudo en la garganta ante la incertidumbre ¿Qué pasó? ¿Por qué Maggie no está reaccionando? Busco la mirada de mi mejor amiga, la encuentro y siento que puedo volver a respirar cuando no encuentro lágrimas en ella. Me sonríe un poco, haciendo que los huesos en sus mejillas resalten contra su piel. Luego, gesticula un "estoy bien", que me permiten finalmente estar calmado.

Ume tenía razón, las hermanas de Maggie jamás le harían daño.

—Hola, intrusos —dice, finalmente. Cruza sus delgados brazos a la altura de su pecho y nos observa con diversión —. Veo que decidieron invadir mi habitación. Al menos díganme quien va ganando esta partida.

—Ume —respondo, poniéndome de pie.

—¿No iba ganando yo? —pregunta Jacob, confundido.

—Yo creí que Jayden ya había ganado —suelta Ume.

Sí, así suelen ser nuestras partidas de monopolio.

Margaret ríe un poco y camina hasta su cama, donde se sienta sin dejar de observarnos. Ume no tarda en tomar un lugar a su lado, mientras yo me acerco hacia las dos hermanas Wallace a las que aún no he saludado correctamente. Inmediatamente, recibo una amplia sonrisa de Opal y, sin dudarlo, ella se lanza hacia mí en un cálido abrazo. Es sorprendente pensar que la última vez que la abracé, su cabeza llegaba más abajo de mi pecho y yo debía agacharme para no hacerla sentir como una enana. Ahora, su frente llega a mi cuello y puedo escuchar perfectamente su dulce risa mientras me sujeta.

—Creí que jamás volvería a verte, Jayden Smith —me dice, genuinamente feliz.

—Somos dos, Opal Wallace —le digo, soltándola un poco para verla a la cara. Sus mejillas están algo rellenitas y sonrojadas. Si no fuera rubia, estoy seguro de que se vería como una versión de Margaret, sana y sonriente —. Mírate nada más ¿Cuándo fue que mi hermanita adoptada creció tanto? Ni siquiera me creo que tengas dieciséis.

—Somos dos los que no lo creemos —me dice. Sus ojos son exactamente iguales a los de sus hermanas, quizá un poco más grandes.

—Estás hermosa, pequeña.

Paso nuestras manos entrelazadas por encima de su cabeza, obligándola a dar una vuelta que la hace reír. En serio ha cambiado mucho, ahora su cuerpo no parece el de una niña pequeña. Tiene curvas y, aunque está dentro del peso que muchos considerarían adecuado, no puedo evitar notar que está rellenita. Supongo que es parte de la anorexia notar esos kilos de más, los detecto aún cuando sé que en ella se ven bien. Me ordeno pensar que la niña con la que compartí muchas veces hace años está hermosa y no gorda.

Después de todo, mi problema con los kilos extra debería basarse solo en mí, no en los cuerpos de los demás.

Una vez suelto a Opal, mi mirada va hacia Ivy. Le tengo mucho cariño a las hermanas Wallace, ellas me trataron como un hermano más siempre que vinieron a visitar a Maggie. Es por eso que no oculto mi sonrisa al encontrarme con la madurez típica en los ojos de la mujer en la que se convirtió Ivy. Ella también luce hermosa e incluso está más alta que antes, solo que yo crecí hasta rebasarla. Me acerco a ella y, por instinto, quito el gorro de lana de mi cabeza. Ella ríe y despeina mi cabello, como solía hacerlo cuando éramos más chicos.

Esta vez debo agacharme para que ella no deba ponerse de puntillas al hacerlo.

—Si que has crecido, Jay —me dice, colocando el gorro en su lugar para luego dejar un beso en mi mejilla —. Me alegra poder verte de nuevo.

Sus ojos me examinan y sé que debe estar pensando que estoy más delgado, más ojeroso y mucho más débil. Ella solo suspira e intenta darme su mejor sonrisa. Lo que siempre me ha gustado de Ivy es que sabe que decir y que no decir. En este momento, seguro le gustaría hablar sobre como no puedo poner mi vida en riesgo, pero no lo hace porque sabe que es un tema que no tolero. Lo aprecio, así que me acerco a ella, la tomo por los brazos y dejo un beso en su frente.

—Te extrañé, hermana mayor —le digo, convirtiendo su sonrisa preocupada en una real.

—Y yo a ti, pequeño escritor —me responde.

Por supuesto que ella sabe de mis historias. Es más, si algún día tengo tiempo y termino las cuatro que tengo pendientes, le dedicaré una...Probablemente que trate de una chica tan madura como ella, consiguiendo finalmente lo que tanto anhela ¿Y qué anhela Ivy? Eso no lo sé, pero es algo que, como escritor, me puedo inventar.

—Bonito reencuentro —escucho la voz de Jacob a mis espaldas. En algún punto, se puso de pie y llegó a mi lado —. Supongo que esta es la parte en donde nos presentan.

—Opal, Ivy, ella es Ume Vidal —habla Maggie, presentando primero a Ume a propósito —. Ingresó hace un año y medio. Desde entonces, es mi mejor amiga. Buena consejera, excelente oyente y, aunque es una explosión de dulzura, no me molesta.

Ume les dedica una amplia sonrisa a las hermanas Wallace y dice que está encantada de conocerlas. Ellas le responden que también es un gusto y por supuesto que lo es. Cualquiera que se cruza en el camino de personas como Ume Vidal debería sentirse afortunado.

—Y él es Jacob Everton —señala Margaret —, un inadaptado social que solo sabe joderme la existencia. Ingresó hace dos años y medio, espera un trasplante de médula ósea y yo también lo espero para que se largue y me deje en paz.

—Eh, no soy un inadaptado social. Yo prefiero el término genio incomprendido —señala él, para hacerla enojar. Opal rie mientras que Ivy le sonríe —. En fin, es un placer conocer a tan hermosas chicas...

—Ni lo pienses, Everton —Margaret lo detiene una vez nota su sonrisa galante. Él resopla.

—Su hermana es aburrida.

—Y tú eres un idiota.

—Margaret...—la reprende Ivy. Inmediatamente, Maggie suelta una sonrisa inocente.

—Lo siento, no es idiota...Es un bobo.

—Agh, que dolor. No sé si podré sobrevivir a ese insulto —Jacob lleva una mano a su pecho y finge estar realmente adolorido —. Dueles, Margaret.

Ella le lanza una almohada con poca fuerza que él fácilmente esquiva. Luego, está Ume diciendo que ellos dos se comportan como niños berrinchudos siempre que están juntos y Opal no tarda en comenzar a hablar con ella. Todo se ve bien, tranquilo. Quizá mi miedo a que Maggie pudiera verse lastimada por esta visita era absurdo. Puedo sentir como me tranquilizo, como el temor se va...

Pero reaparece cuando veo a Ivy demasiado callada.

Soy bueno leyendo a las personas, una cualidad que no consideraba un don hace algunos años pero que hoy aprecio tener. Veo en la mirada de Ivy, que pasa lentamente por cada una de sus hermanas sin que ellas se den cuenta, una preocupación que me aterra. Algo oculta, lo sé, y ese algo podría afectar a mi mejor amiga. Llevo mis huesudos dedos hasta su brazo, su piel está caliente comparada con la mía, que siempre está helada. Entonces, ella me observa. Más allá de preocupación, también veo miedo y...tristeza.

Ella suspira, creo que ya sabe que noté que algo anda mal. Muerde su labio inferior cuando este comienza a temblar, eso es algo que Maggie también suele hacer. Le toma unos segundos recuperarse, segundos en los que yo le ruego con la mirada que me diga lo que ocurre. Al final, ella solo vuelve su vista hacia Opal y Margaret y me deja con la duda.

Tendré que saber lo que ocurre al mismo tiempo que los demás.

—Opal, tienes que decirle algo a Maggie, ¿no es así? —suelta, con tacto en su voz. Opal inmediatamente para de reír —. Creo que este es el momento, hermana.

Opal fija su mirada en la de Ivy, quien asiente levemente cuando ve duda en la más pequeña de las Wallace. Observo como esa rubia que ya no usa lazos en su cabello pasa de estar sonriente y feliz a verse nerviosa. Deja de ver a Ivy y se acerca hasta Margaret, tomando el otro lugar disponible a su lado en la camilla.

Sea lo que sea, lo que le va a decir es grave ¿Cómo lo sé? Porque Ivy esperó a estar acompañadas para hacerlo. No sabe como reaccionará Margaret, así que esperó a no estar solas para evitar que todo se salga de control. Respiro profundo y mis ojos se encuentran con los grises de Ume.

Ella también está alerta, también notó lo que noté yo.

—¿Qué ocurre, Opal? —pregunta Margaret. Usa una dulzura que es rara en ella, pero es la clase de dulzura que reserva para sus hermanas.

—Yo...emm...—Opal duda un poco y, de hecho, por un momento dudo que se atreva a hablar. Sin embargo, cuando suspira y toma la delgada mano de Margaret, parece encontrar la fuerza que necesita para hacerlo —. Estoy saliendo con un chico.

—Oh, bueno —Margaret parece respirar con alivio al darse cuenta de que no es algo grave. Le sonríe a su hermana con ternura —. Eso está bien, Opal. Es decir, tienes dieciséis, es normal salir con chicos...o eso creo, es algo que yo no viví —frunce el entrecejo al pensarlo mejor —. En realidad, llevo mucho tiempo aquí.

—Demasiado, Maggie.

—En fin, pequeña. No me molesta que salgas con un chico. Tú eres hermosa, era obvio que alguien querría enamorarte tarde o temprano.

—Yo lo amo, lo amo con locura y mis sentimientos son correspondidos. Es bueno conmigo, atento, cariñoso...Sé que soy joven, pero no tengo dudas de que él es el amor de mi vida, Maggie.

—Vaya, suena serio —suelta Jacob, tras un silbido. Luego, esboza una sonrisa bromista —. Entonces es bueno que no coqueteé contigo, o habría sido incómodo.

—Suenas muy enamorada, Opal —dice Ume, enternecida ante toda la idea del amor. Ella es así —. Seguro hacen una muy linda pareja.

—Estoy muy enamorada, Ume.

—Quisiera conocerlo —dice Margaret, con la mejor de las intenciones. Es entonces cuando Opal baja la mirada y Ivy suelta un suspiro —. ¿Qué? ¿Qué pasa?

—Tú ya lo conoces, hermana —dice Ivy, intentando sonar lo más serena posible.

Margaret frunce el entrecejo y mira a su hermana menor en busca de respuestas. Opal vuelve a verse como la niña pequeña de hace tres años atrás, temerosa y llena de inseguridad. Sabe que no puede callar, pero por sus gestos puedo notar que desea hacerlo con todas sus fuerzas.

—Opal, ¿quién es el chico? —pregunta Margaret, comenzando a sonar molesta.

—Es Noah —suelta Opal, apretándo sus labios —. Noah Nicols.

Mierda, no.

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