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Viaje A Brasil

Capítulo dedicado a: chicafairy, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!

Y un regalito para Hiroshi y Ryusei que cumplen en febrero. El de Hiroshi ya pasó (01 de febrero), pero el de Ryusei ya viene (14 de febrero). Así que, ¡feliz cumpleaños! ❤

—Mi suerte es Media... —Kageyama leyó su suerte asignada que compró en el pequeño templo. La nieve caía de golpe contra el suelo, la pequeña familia de cuatro personas se enfocó en los pequeños papeles que arrojaban sus suertes al comprarlas.

Muy al contrario de Tobio, cuando Shoyo sacó su papel con cierta dificultad por los guantes verdes que estaba utilizando, se sintió súper afortunado al ver lo que decía: buena. A Shoyo se le infló su ego, alzó su cabeza hacia el aire y sonrió con felicidad. Seguido de eso, miró con obvias ganas de querer pelearse con su esposo, por la forma en la que sus cejas estaban arqueadas y la mirada tan burlona que le dirigió sin buscar cohibir su ronda ganada. Kageyama recibió las acciones del de cabellos naranjas y arqueó sus cejas, arrugó el tabique de su nariz y tuvo un mal presentimiento.

—¡Te gané, Tobio! —cantó con emoción Shoyo, mostrando su papel blanco donde su suerte se podía leer como buena. El susodicho bufó ante tan inminente pérdida incluso en algo que quedaba al azar—. Te puedo compartir un poco de la mía si así lo quieres... —Invitó el menor al azabache de mayor estatura, restregando su papel frente a él y dejando sacar a relucir su lado más inmaduro.

Al mismo tiempo, el menor de los Kageyama, por primera vez se dedicaba a mirar su suerte y a leerla por sí mismo con un poco de su esfuerzo. El pequeño niño con orejeras moradas, aplastando ligeramente sus cabellos alborotados, y chamarra azul bien abrigadora, a duras penas pudo leer sin equivocarse.

Excelenteeeeconfirmó el de menor estatura, leyendo el papel con absoluta precisión, alargando la última vocal. Para más dramatismo a su propia lectura, alejó un poco el papel de sus manos y entrecerró sus claros ojos azules.

Shoyo se quedó congelado al oír la declaración de su hijo menor, donde perdió al ser destronado sin poder prepararse siquiera. Tobio, muy al contrario, dibujó una de esas sonrisas que extrañamente salían tan bonitas y sin ser forzadas al estar orgulloso de su hijo menor.

—Eso es muy bueno, Sora... —apoyó Tobio, cuando el pequeño niño de cinco años abrigado lo más posible por la preocupación de Shoyo de que éste se enfermara, lo observó, con su boca abierta—. Eso quiere decir que tendrás la mejor suerte este año... —apoyó con facilidad, sólo logrando que el pequeño niño apretara el papel con sus manos, que sus labios temblaran con levedad y sus ojos claros brillaran de la emoción.

—¿En serio? ¿De verdad? —cuestionó el usualmente serio Sora, mostrándose emocionado y sólo llevándose una afirmación orgullosa de Tobio, y Shoyo sonrió con ternura al verlo actuar así, por lo que no se cohibió en lo absoluto para pasar su mano abierta sobre sus cabellos.

—Sí, So-chan, esa suerte excelente es muy difícil de conseguir —coincidió Shoyo con facilidad al pequeño niño que cerró uno de sus ojos al sentir la mano de su padre sobre él. Sora sonrió de manera positiva ante su inevitable suerte, con una línea algo curvada y mal hecha que se combinó con sus mejillas bien sonrosadas.

Tobio vio las acciones de ambos y se sintió lleno y satisfecho al ver a parte de su familia tan feliz ese inicio de año, ese 1 de enero. Prosiguió a apartar su mirada de los dos, y observó a su hijo mayor, que se quedó extrañamente silencioso desde que contempló su suerte: eran las facciones aterradoras de un chico de preparatoria usualmente alegre. Sus manos largas apretaban el papel, Kageyama fue testigo de como su fleco hacía una extraña sombra y sus irises azules brillaban con una intensidad enorme ante los resultados arrojados por la suerte.

—Hishou, ¿qué te salió? —cuestionó Tobio, sólo logrando que el menor que se parecía demasiado a él, tuviera un temblor en sus labios y bajara la vista por unos segundos. Segundos donde se quedó en absoluto silencio y Kageyama no pudo evitar preocuparse, claro, ¿cómo no lo estaría? Su hijo daba indicios de estar colapsando—. ¿Hishou? —retomó su pregunta y llamó la atención de su pareja y Sora a la par, sólo generando que el chico diera un pequeño jadeo de nerviosismo, y la rabia acumulada se descargara en sus cejas hacia abajo, su frente y mejilla poniéndose rojas y sus labios apretados.

Mala... —soltó en un susurro, sólo dejando paralizada al resto de la familia porque no se esperaban que esa pequeña cantidad de papeles con esa pésima suerte, les tocara justo a ellos, de entre tantos que visitaban el templo diario.

Shoyo vio a su hijo ponerse algo retraído ante su inminente suerte que le aseguraba ese año, por lo que pensó que haría todo lo posible para animarlo.

—Hi-cha-... —El aliento helado de Shoyo expulsado en una extraña nube de vapor, sólo se quedó a medio camino cuando Sora se le adelantó, con su típica cara casi inexpresiva más que en ciertas situaciones.

El pequeño niño de preescolar, se acercó hasta donde estaba, lo miró hacia arriba con sus cejas bien arqueadas, y tomó de la manga del abrigo café de su hermano mayor. Cuando los ojos curiosos y algo dolidos de ese chico usualmente alegre, chocaron con los que poseían la forma de almendra de Sora, el más pequeño de la familia Kageyama, le extendió su papel con su suerte excelente.

—¡Te compartiré parte de mi suerte, hermano! —comentó con emoción el niño, dejando paralizado al mayor ante tan repentina confesión extrañamente bonita y dilató sus pupilas con sorpresa.

Hishou abrió su boca, sintiendo como el peso caía de su espalda y sus facciones se relajaron con demasiada facilidad. Se conmovió tanto, que la mano con su papel de suerte de ese año la pegó contra su pecho y sus ojos se empezaron a llenar de lágrimas, demasiado conmovido.

—¡So! —Lloró con facilidad y vio a su hermanito menor, con la decisión plasmada en su cara al levantar su papel. Con rapidez, se tiró de rodillas al suelo, chocando éstas contra la fría nieve y rodeó con sus dos brazos al niño. Sora al principio se vio afectado por eso, parpadeó un par de veces hasta que pudo entender el tipo de cariño reflejado y terminó por corresponder el abrazo.

Shoyo observó esa cómica escena y le fue casi imposible que no dibujara una pequeña sonrisa satisfecha de sus facciones, siendo tomado por sorpresa cuando sintió como el brazo de Tobio pasaba alrededor de sus hombros y éste se recargaba de su cabeza.

—To-tobio... —llamó con timidez Shoyo Kageyama, logrando captar la atención de éste al instante, topándose con su hiperactiva pareja quedándose quieta, con el papel en sus manos y dejando que un temblor lo llenara. El hombre más alto, de manera inevitable, no pudo evadir que le generó curiosidad ese repentino cambio de actitud—. Mi suerte será buena, pero, ya que estamos casados y yo te quiero mucho... t-te compartiré parte de mi suerte, así los dos tendremos mediabuena suerte —confesó con demasiada facilidad en su propia definición, sintiendo como su cara enrojecía y se calentaba a pesar del clima invernal. Tobio se quedó paralizado al oír esas palabras: sabía que lo que sacaban de los papeles prácticamente era mero entretenimiento, que era imposible transferir suerte, y que esa extraña palabra no existía. Pero, por alguna razón, creyó que una flecha atravesó su corazón con facilidad, su rostro se tiñó cuando la sangre subió y terminó por abrazar por detrás el cuerpo de su esposo.

Le dio un ligero apretón sin buscar lastimarlo y lo apegó demasiado contra su cuerpo.

—Cásate conmigo, Shoyo... —susurró esa petición con facilidad, sólo logrando que el que recibía la propuesta de matrimonio, asintiera en medio del abrazo con absoluta facilidad.

—Ya estamos casados, Tobio... —susurró aún con las mejillas sonrosadas, notando como el agarre fuerte que mantenían se aflojaba por parte de Kageyama para poder pararse a su lado.

—Existen muchos tipos de bo-... —Tobio fue fácilmente interrumpido por el sonido del teléfono de Shoyo sonando.

El azabache de potentes ojos azules soltó un chasquido de su boca al ser interrumpido, viendo como su Shoyo sacó del bolsillo de su chamarra azul marino su teléfono, con la llamada de tono de un cantante japonés muy conocido. Tobio alcanzó a leer: «El idiota de Tsukishima (Kei)», y se le terminó escapando una pequeña sonrisa.

Sí, Tobio recordó el día que Tsukishima le pasó su número y los apodos que se pusieron, Tsukishima fue el que inició esa batalla, colocándole como: «Enano gritón con problemas de hiperactividad» (sí, ese nombre largo que no se alcanzaba a leer completo), y Shoyo le había puesto el apodo antes leído por venganza. Aunque el: «(Kei)», antes no estaba; lo mas seguro es que lo agregó cuando Tadashi pasó a ser Tsukishima también, y porque en esa familia existía de igual forma Ryusei Tsukishima. El ataque sólo iba para Kei, no para los otros dos Tsukishima. Bueno, al menos podía sentirse afortunado porque él estaba registrado en el teléfono de Shoyo como: «Tobi».

—¿Bueno? —contestó Shoyo casi al instante, sólo generando que Tsukishima Kei fuera directo al grano, pasando de lado los saludos por lo cara que le saldría esa llamada.

Ya estamos en el hotel, Hinata... —cuestionó con facilidad, sólo dejando que Shoyo tuviera un pequeño gesto ajetreado ante la osadía de decir su antiguo apellido.

—¡Soy Shoyo Kageyama! ¡Kageyama! —deletreó su apellido con impaciencia, ya acostumbrado a que Kei tomara cualquier excusa para molestarlo las pocas veces que llegaban a verse.

Está bien, Hinata. —Se limitó a decir con una facilidad innata que sólo hizo rabiar de la furia al menor al otro lado de la línea. Pero el hombre alto lo ignoró y continuó con su plática—. ¿Por qué se te ocurrió que sería buena idea mandar los boletos por correo? ¿No hubiera sido más lógico que nos encontráramos en el aeropuerto de Miyagi? Dentro de una semana nos mudáremos ahí... ¿eres idiota o te haces?

Shoyo volvió a tronar sus dientes ante lo irritante que podía ser ese rubio salado. Ya ni con Kageyama Tobio se peleaba tanto.

Antes de responder, se atrevió a mirar de reojo a su hijo mayor que tenía cargando a su hermanito menor, lo rodeó entre sus brazos y empezó a girar con él. Viendo que estaban distraídos, fue suficiente para que Shoyo, aun en los brazos de Tobio, giró su cuerpo para quedar a espaldas de ellos y se apegó más el teléfono a su boca.

—Quiero sorprender a Hi-chan, él ya sabe que iremos a Brasil, está muy emocionado. Lo que no sabe, es que ustedes estarán allá, eso lo pondrá muy feliz —relató con emoción el de hebras naranjas, ampliando su sonrisa y con notoria emoción—. ¡Se pondrá feliz, los dos se quieren mucho! ¡Son buenos amigos! —En definitiva, Kei notó que Shoyo no notaba lo obvio, pero no era de extrañarse, se tardó un buen rato en darse cuenta de que estaba enamorado de Tobio en preparatoria.

A no me gusta que se quieran mucho... —Se sinceró el hombre con gafas que ya se encontraba en Brasil—. Si algo pasa, tendré que verte a la cara más seguido, ni hablar del idiota de tu esposo.

—No llames idiota a Tobio —pidió con enojo nada disimulado el más bajo, dejando perdido al que fue mencionado por tan extraña revelación: ¿Tsukishima lo estaba insultando?

Sora se quedó dormido gran parte del vuelo, Tobio incluso tuvo que cargarlo cuando llegaron a uno de los aeropuertos de Brasil, específicamente en Rio de Janeiro. El vuelo había sido agotador y cansado. Estar sentado la mayoría del tiempo, era abrumador.

Hishou tuvo que recurrir a la lectura de un libro algo grueso de 300 páginas que casi se lo acabó por completo en ese viaje que duró un día y casi nueve horas. Sora, muy al contrario, se entretuvo con Tobio para no marearse (al tocarle sentarse a su lado), con un pequeño juguete de bolsillo llamado TEGU, hecho de madera de colores diversos donde se podían construir figuras con seis bloques pegados entre sí de formas triangulares y de trapecios.

Los dos hicieron una pequeña competencia, donde Sora hizo un dinosaurio que parecía una gallina, y Tobio una gallina que parecía un dinosaurio. Ante la sospechosa similitud de sus formas de actuar, terminaron declarando un empate.

Por su parte, Shoyo no pudo evitar cegarse ante su pequeña nostalgia, le contó diversas anécdotas a Hishou, y degustó con gusto la comida del avión (aunque honestamente, la comida sabía demasiado diferente por la altitud, presión y altura).

Cuando llegaron a su destino, y tras tomar el equipaje en las cintas, tras unas cuantas palabras y de que se revisara que todo estuviera en orden, los cuatro pudieron salir del aeropuerto en cuestión. Ese día, 3 de agosto, Hishou nunca pensó que pasaría todo su cumpleaños 16 pegado a un asiento de avión. Al menos lo bueno, fue que Shoyo le dio un pequeño pastelito que daba la aerolínea de forma gratuita y algunos pasajeros que eran desconocidos, lo felicitaron. Pero, Hishou sabía que valdría la pena lo que vendría, el adolescente podía tomarlo en cuenta por las palabras de Shoyo.

Shoyo se sintió feliz, cuando pusieron un pie afuera del aeropuerto de Rio de Janeiro, se toparon con las notables diferencias a Japón, con calles pavimentadas, muchos árboles y casas algo grandes que hablaban sobre departamentos en su mayoría. Tobio se quedó quieto, recordando que algunas cosas habían cambiado desde su visita con Tsukishima y Shoyo a ese sitio y su viaje de luna de miel hace varios años atrás. 

Sora y Hishou abrieron sus ojos con sorpresa, sus orbes brillaron con absoluta emoción ante su turismo a un nuevo país. Los cuatro que venían bien abrigados, con abrigos y chamarras largas por el invierno y la nieve de Miyagi, se toparon con una etapa calurosa y con mucha humedad. Era la mejor época para visitar el lugar y eso Shoyo lo sabía, como también sabía del clima, ya que les dijo que trajeran playeras ligeras debajo.

—Nuestras reservaciones están en el Sol Ipanema Hotel... —Hizo saber lo que recordaba, sonriendo con diversión cuando Tobio reconoció el nombre: sí, era el mismo hotel donde Tsukishima se hospedó con ellos—. Fue un hotel conocido para que el idiota de Tsukishima no se pierda. —Chistoso que Shoyo no perdiera el tiempo para insultarlo en cualquier oportunidad que encontrara, sólo logrando que por sus palabras afiladas, Tobio soltara su maleta con ruedas para taparle los oídos a Sora.

—Shoyo, tu lenguaje —regañó Tobio de forma exasperante ante tan obvia limitación de palabras. El mencionado se dio cuenta de lo que hizo, giró su cabeza para ver a su pequeño de cinco años y vio como éste tenía sus grandes ojos abiertos de par en par y sus labios levemente abiertos. Al ver las reacciones de su niño, enrojeció con fuerza y tomó nota mental.

—Lo siento, So-chan, Hi-chan, Tobio —disculpó todo de forma suave y sutil, dando una pequeña reverencia. Tras eso, miró a sus dos hijos y sonrió con amabilidad—. Cuando lo vean, traten con respeto a Tsukishima.

Irónico lo que dijo, sólo logrando que los dos menores asintieran de forma veloz. Hishou dejó pasar de lado la obvia mención de Tsukishima y la ubicación del hotel, pero Sora no.

—¿Por qué mencionan al señor Tsukishima? —soltó de repente el menor, cuando Tobio dejó de taparle los oídos. Sora se fue más por lo obvio y Hishou dejó sacar de su boca un grito de su propia sorpresa porque él no pensó en eso.

Shoyo, muy al contrario de lo esperado, sonrió con cierto tono divertido ante la clara sospecha y les guiñó un ojo.

—Ya verán cuando lleguemos al hotel —confesó, sólo permitiendo que todos pudieran tener sus expectativas altas sobre lo que podría significar esa cuestión—. Pudimos conseguir una habitación familiar, dejáremos nuestras cosas, nos cambiáremos de forma correcta y... nos divertiremos.

Tal y como Shoyo lo dijo, llegaron al hotel como primer destino tras tomar el transporte público, un metro que les sirvió para llegar a su destino. Hishou contempló con curiosidad el sitio, topándose con lo que ya esperaba: los metros eran iguales a los de Japón. La única diferencia era que en definitiva no entendía nada de lo escrito en los carteles instalados, o los nombres de las estaciones. El portugués no era un idioma que manejara, a penas y podía con el inglés.

Al llegar al enorme hotel, le fue casi imposible no emocionarse porque estaba cerca del mar. Un hotel enorme de varios pisos (Hishou calculaba como unos diez), pintado de color blanco y en un costado se podía leer su nombre.

Sora no pudo evitar sentirse mareado por lo alto que estaba, y Hishou dejó escapar un grito, dando pequeños saltos de la emoción por eso. Tobio, por su lado, estaba demasiado enfocado hablando por teléfono, algo alejado de su familia, caminaba de un lado a otro con impaciencia y en la lejanía. Los tres Kageyama fueron testigos de como el mayor pareció irritado de vez en cuando con cada una de sus expresiones demasiado obvias. Tobio daba la impresión de no revelar sus emociones con la cara, pero realmente era todo lo contrario. Su cara siempre revelaba todo.

Cuando la llamada finalizó, los dos jóvenes pudieron ver como los adultos asintieron a la par de lo que ya estaba listo, y pronto fue cuestión de tiempo antes de que entraran al hotel.

En la recepción, Shoyo fue el único que habló, dejando que su fluido portugués que usualmente no utilizaba en casa (Hishou sólo había visto una vez esa cualidad de su padre, cuando Tobio lo hizo enojar por comerse su postre, y Shoyo le puso todo su teléfono en portugués). Al estar completamente silencioso, Sora pudo notar varias cosas: desde la emoción en los ojos de Hishou, hasta la admiración en los ojos de su padre Tobio que combinaba su claro orgullo de ver a su pareja hablar fácilmente otro idioma.

Cuando se les entregaron las llaves al comprobar la reservación, Shoyo los miró y sonrió con amplitud, señalando con su mano el pequeño elevador que debían de tomar para llegar al piso tres. Tobio fue testigo de como Shoyo ya no ocultaba la sonrisa que se acumulaba en sus labios, que sus mejillas se desbordaban de color rojizo, y que estaba ansioso por el reciente encuentro. Cuando entraron al ascensor arrastrando las maletas y las puertas se cerraron tras ellos, Sora dejó de jugar a ser el niño discreto y pasó su lado más curioso, apretando más el agarre que mantenía con Tobio y observando como los botones que indicaban los pisos iban cambiando.

—¡Nunca me subí a la caja! —contó con emoción, escuchando la extraña música tranquila que sonaba por las bocinas y casi no se sentía su subida—. ¿Vamos a otro mundo, papá Tobio? —llamó el pequeño Kageyama de cabellos alborotados, sacudiendo el brazo de Tobio y lo miraba con clara ilusión. El hombre no pudo evitar sentirse algo malo por destruir sus ilusiones.

—No exactamente, estamos en un edificio, este ascensor nos ayuda a llegar más rápido a nuestro piso. El nuestro es el tres —contó Kageyama con cierta timidez, sólo dejando que Sora, en lugar de bajar sus expectativas, un inexplicable brillo lo llenara y la emoción fuera sincera: ¡qué transporte tan maravilloso!

—¡Genial, genial! Papá Tobio sabe mucho... —concretó con emoción, dando una radiante sonrisa que sólo logró que Tobio dilatara sus pupilas ante esa revelación, y su cara se tiñó de rojo cuando sintió que una flecha atravesó su corazón por la pequeña ternura de su hijo menor. De cierta forma, le recordaba a su Shoyo.

Shoyo chasqueó su lengua al sentirse atacado, y con facilidad, se recuperó cuando el sonido del elevador llegando a su destino avisó que éste se detendría, haciéndolo con facilidad y abriendo sus puertas.

Las personas con las que se toparon cuando salieron del elevador para llegar al pasillo blanco con varias puertas seguidas que tenían un espacio considerable entre ellas, fueron las que explotaron todo.

Recargados de una de las paredes del piso para no entorpecer el paso, el serio gesto del misterioso Tsukishima que estuvo llamando varias veces a Shoyo y Tobio en el día. Kei no cambió absolutamente nada, desde sus cabellos rubios bien acomodados sobre su cabeza, sus gafas y su seria mirada café. A su lado, el sonriente Tadashi que los saludaba con amabilidad apenas los vio y al menor de los Tsukishima a un lado de Tadashi, que se encontraba mirando hacia el suelo, jugando con sus largos dedos entre sí, con el color rojizo bañando sus mejillas pobladas de pecas y sus gafas ligeramente empañadas de pánico.

Ryusei levantó la mirada, topándose primero con el estupefacto Hishou que no tenía ni idea de cómo iniciar o formular palabra.

—¡Tadashi!, ¡Tsukishima! —Para suerte de ambos, Shoyo fue el primero en romper el hielo, alzando sus dos brazos hacia arriba con emoción antes de saltar sobre el primer mencionado, que estaba usando una ropa bastante holgada con short blanco de mezclilla y camisa de color amarilla sin ningún estampado de por medio. Shoyo lo envolvió con sus brazos y por accidente hizo que sus cabezas chocaran, dándose un golpe.

—Shoyo, hace tiempo que no nos vemos —saludó Tadashi con el aire que todavía le quedaba en sus pulmones por tan ajetreado saludo de su amigo. El más bajo se separó de su lado y sonrió con absoluta facilidad ante el chico pecoso.

En su lugar, Kei y Tobio guardaron absoluto silencio al verse, los dos sabían que, si empezaban una conversación, inevitablemente terminaría en una pelea. Por lo que simplemente el azabache dio una leve reverencia con su cabeza en modo de saludo y Tsukishima correspondió casi a regañadientes.

Ahí fue donde el chico alto se topó con el pequeño niño que era sostenido por Tobio de la mano. Un niño silencioso, con sus delgados labios apenas abiertos, grandes ojos claros y cabellos alborotados de color negro.

Bien, eso no se lo esperaba.

En lugar de que Kei tomara una plática normal a partir del pequeño niño que estaba ahí, usando una infantil playera naranja con un león en el centro, y preguntar en cómo es que no se había enterado de la existencia de un hijo (imposible, cuando hablaban por teléfono, se la pasaban peleando casi siempre y cuando hablaban eran de cosas tan triviales que se desviaban de la reproducción, y la creación de nuevos individuos porque a Kei eso no podía importarle menos), una sonrisa libertina amuebló sus atractivas facciones y se preparó para soltar lo obvio.

—Veo que estuvieron ocupados... —confesó con facilidad, encarando con su tono burlón al pequeño niño que actuó tímido por sentirse amenazado por alguien tan alto y trató de esconderse detrás de su padre. Tobio gruñó ante esa respuesta y con su cara roja trató de excusarse cambiando de tema con rapidez.

—Sora es nuestro-... —interrumpido de golpe cuando el mayor se agachó a la altura del pequeño niño, y Sora dio un pequeño brinco, pero se asomó con cuidado de detrás de su padre.

—¿Así que te llamas Sora? —cuestionó con extraña suavidad el rubio mayor, dejando que el niño tomara un poco de confianza al ver que no era tan amenazante, y salió un poco más de su escondite. Sí, por supuesto, Tsukishima podía llevarse pesado con los idiotas de Tobio y Shoyo, pero Hishou, y ahora Sora, eran casos diferentes.

—Sí, idiota Tsukishima —completó con facilidad Sora, haciendo un movimiento afirmativo con su cara y dejó que su sonrisa aterradora se viera más notoria por sus facciones ensombrecidas—. Es un gusto.

Shoyo se congeló al oír lo que Sora copió de él, y se subrayó mentalmente con un marcador fosforescente de color amarillo que en definitiva, no iba a volver a decir groserías frente a su Sora. Kei se quedó congelado en su lugar, no sabiendo si debía de decir algo por las facciones aterradoras de ese niño o la forma en la que fue llamado.

Ryusei fue el único que no se atrevió a decir nada, sintiendo como su cara se ponía más roja y su pecho se aceleraba después de no haber visto a Hishou directamente por varios años. Cuando trataba de mirarlo a la cara, sin querer terminaba apartando la mirada. En definitiva, Hishou había crecido demasiado, sus facciones infantiles eran ahora más las de un adolescente, sus ojos rasgados seguían siendo igual de azules, su piel clara, sus labios delgados y la forma de su cabello seguía igual que antes.

Por su parte, Hishou trató de ocultar su obvia frustración al darse cuenta de que sus 1.74 eran fácilmente rebasados por la alta figura de Ryusei, tal vez debía de rondar su estatura los 1.84, ¿cómo era eso posible? Cuando tenían 9 años, Ryusei era más bajito que él, ¿qué pasó? ¡¿Cómo podía ser más alto Ryusei si Hishou era casi un mes mayor que él?!

Hishou infló sus mejillas con obvia rabia de no poder ser más alto, dejando que sus cejas se arquearan hacia abajo y el color rojizo que siempre se pintaba sobre su frente cuando se enojaba o quería llorar, empezó a poblarlo.

—Hishou... —dijo Ryusei por fin, bajando de su nube al mencionado con absoluta facilidad que terminó por tener los ojos azules sobre su persona. El chico rubio enrojeció más, dibujó una leve sonrisa temblorosa y correspondió la mirada—. He vuelto...

Todavía recordaba esa promesa.

Y tal pareció, que Hishou también, quien terminó soltando de su cara una sonrisa de oreja a oreja de esas que rara vez salían bien pronunciadas, sin gestos de terror de por medio.

—Sí, ¡bienvenido a casa!

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