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«Te Prometo Que Alguien Mejor Aparecerá»

¡Feliz navidad a todos! ( que todavía no es navidad, pero feliz navidad).

Capítulo dedicado a: bakugo_es_gay_uwu, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!

Tobio volvió a mirar la fecha en su calendario, y notó que el día donde cada año salía rumbo al pequeño cementerio de Sendai llegó. Era un día donde Tobio no podía permitir ninguna excusa, pedía permiso para faltar a los entrenamientos si es que había ese día, o cuando eran obligatorios, tomaba la decisión de hacerlos durante la mañana y salir lo más temprano posible.

La mayoría de veces se iba solo, cuando Shoyo decía que podía acompañarlo, él se negaba, diciendo que quería contarle varias cosas a su abuelo. Cosas privadas. Shoyo aceptó con una sonrisa cada una de sus palabras y respetó su decisión, ya no pareciendo extraño que cada año fuera el mismo día al mismo lugar él solo; a veces venía a recogerlo Miwa e iban juntos.

Esa vez, no debía de haber nada diferente. Tobio apartó la mirada del calendario, volviéndose a enfocar en el huevo estrellado que preparaba esa mañana para poder colocarlo sobre el arroz. A la par, la puerta del comedor se abrió al ser recorrida, dejando relucir la figura en pijama y adormilada de Shoyo, vistiendo sus prendas de color naranja.

Tobio no lo despertó, lo dejó dormir mientras él preparaba el desayuno. No sirvió mucho porque ya estaba de pie.

—Buenos días —saludó el adulto de hebras naranjas, con uno de sus brazos cargando a su hijo menor, y con el otro tallaba uno de sus ojos, aun adormilado. Hishou estaba a su lado, también adormilado, tallando con su mano sus ojos y con la otra, se aferraba al camisón naranja de su padre.

Tobio los observó de reojo, viendo a los tres todavía cansados y perezosos, como si tuvieran la almohada pegada a la cara. Las hebras revoltosas de su pareja estaban más despeinadas que de costumbre, Hishou tenía algunas levantadas al aire, incluso pareciera que tuviera unos cuernos. Sora, para su sorpresa, estaba bien despierto, con sus grandes ojos azules mirando al adulto.

—Buenos días. —Kageyama por fin habló, ocultando el hecho de que no quiso despertarlos al ver a los tres dormidos acurrucados entre ellos hace media hora atrás en la cama matrimonial.

A pesar de que Sora tuviera su propia habitación que Tobio pintó y acomodó cuando Shoyo se encontraba en gestación para mayor seguridad, no era un secreto que su esposo lo quería mucho, lo amaba tanto que, de igual forma que pasó con Hishou en su tiempo, todas las noches dormía con ellos el pequeño bebé. Para colmo de los colmos, Hishou diario se metía entre la oscuridad de la casa al cuarto de sus padres y se sumergía entre las cobijas para quedar con los tres cuerpos dormidos. El resultado diario era la pequeña familia de cuatro personas durmiendo juntos en la amplía cama matrimonial.

Esa mañana Shoyo estaba aferrado al abdomen de Tobio (tuvo que ser cuidadoso para no despertarlo), Sora en medio con su pequeña manita sobre la mejilla de Shoyo y a Hishou durmiendo arriba del adulto, abrazándose a él como si fuera un koala. ¡Qué tiernos!

Kageyama sacó el huevo bien cocido, colocándolo sobre el último plato de arroz. Tres pequeños platos con arroz y huevo, y un pequeño plato con papilla de manzana casera que hizo esa mañana.

Al pasarlas a la mesa y que todos se sentaran, Shoyo le entregó a Sora a Tobio. Era su turno de darle de comer. 

Los ojos de Hishou brillaron de la emoción al ver la comida, juntando las palmas de su mano y dejando que su piel blanca se llenara de un potente color rojizo lleno de esperanza.

—¡Gracias por la comida! —agradeció en un grito, no esperando más para meter los palillos en el plato y empezar a devorar la comida a una velocidad impresionante. Shoyo sonrió al ver las acciones de su hijo mayor, todavía cansado, dio un bostezo y tocó a tientas el sitio donde estaban sus palillos y acercó más su plato. Al mismo tiempo en que metió los palillos, se dedicó a observar a su pareja, cargando al menor en sus brazos y alimentándolo con la cuchara llena de papilla. Hishou volvió a dejar caer su mirada sobre la comida que su hermano digería, no aguantaría mucho tiempo si seguía mirando su comida de esa forma.

El almuerzo se pasó tranquilo, de vez en cuando con pláticas rutinarias de Hishou y Shoyo que influían en respuestas cortas de Tobio. Todo absolutamente sosegado y nada fuera de lo normal, claro, si no se contaba con la seriedad afianzada de Kageyama en sus palabras y en su nube de pensamientos.

—Hoy iré a ver a mi abuelo —respondió Tobio, deteniendo todo el ambiente tranquilo de la pequeña familia Kageyama. Hishou guardó silencio, sabiendo de sobra a qué se refería, todos lo sabían.

—¿Irás solo? —cuestionó Shoyo con mucha tranquilidad, viendo al hombre que estaba sentado a su lado, con su habitual perfil serio. Tobio miró sin tapujos a su pareja, y muy a lo inesperado por las respuestas de años anteriores, por vez primera, negó—. ¿Vas a ir con Miwa-san? —Kageyama Tobio volvió a negar.

—Pensé que quería llevarlos a los tres, ¿no les importa? —cuestionó por fin el hombre ante esa pregunta, y tanto Hishou como Shoyo se quedaron paralizados y con la boca algo abierta. Sora ni siquiera entendió bien a qué se refería, pero al ver a su padre y hermano notablemente sorprendidos y tras captarlo en sus pequeños ojos azules que exploraban el mundo con curiosidad, volvió a mirar a su padre, y también abrió su pequeña boca con «sorpresa» al querer imitarlos.

—¡Yo sí quiero ver a tu abuelo, papá! —afirmó con seguridad Hishou, poniéndose de pie de golpe en su lugar y dando una enorme sonrisa alegre de sus labios. Shoyo asintió a la par ante la sorpresa del avergonzado Kageyama que ya sentía sus mejillas arder.

—Si es importante para mi Tobio, va a ser importante para mí. Así que la pregunta ofende —dijo con facilidad Shoyo, cruzándose de brazos y orgulloso de sus propias palabras. Tobio los contempló, y no pudo evitar soltar una pequeña sonrisa bien delineada, de ésas que salían rara vez de su boca.

El honesto calor abrazador de ese día, sólo permitía que toda la familia vistiera lo más fresco que podían. Hishou y Shoyo llevaban sombreros de paja a juego, se veían extremadamente adorables a vista de Tobio, más si se sumaba el hecho de que a Hishou le quedaba un poco grande, que si no se lo acomodaba correctamente, a veces se le caía hacia el frente y le cubría sus rasgados ojos azules.

El cementerio ese día caluroso no tenía mucha gente, de vez en cuando se encontraron con una persona solitaria dejando flores en alguna tumba, en otra una pequeña familia de tres, y por uno de los senderos rocosos del sitio, a un trabajador de ese sitio que tenía su ronda a esa hora antes de ir a comer.

Hishou vestía unos pequeños shorts de mezclilla de color verde y una larga camisa del mismo color, en la esquina superior izquierda, se encontraba el amigable Vabo-chan con su característico tono rosado, grandes ojos y en sus manos rojas sostenía un pequeño balón de voleibol. El niño portaba un pequeño ramo de flores que compraron en la estación del tren que abordaron para llegar más rápido al sitio (fueron escogidas por él, por cierto): tulipanes rojos y blancos.

Seguían el paso lento de Tobio, quien cargaba al pequeño Sora que observaba con absoluta curiosidad el camino por el que estaban pasando: pequeños monumentos de tierra donde se enterraron las cenizas de muchas personas que ya no estaban en ese mundo. Iba sujeto al pecho de Tobio con un portabebés y era cubierto con un enorme paraguas que sostenía su padre, para que no fuera expuesto al terrible Sol de las 12. Tobio era el único que vestía pantalones largos, pero usaba una playera ajustada de color azul que no tenía mangas, dejando ver a la vista sus brazos bien formados, y los músculos de su pecho relucían en su máxima forma por lo ajustado que estaba esa bendita playera. Shoyo normalmente tendría pensamientos incorrectos con ese tipo de ropa en su pareja (y sí los tenía), pero como iba con sus dos pequeños y estaban en el cementerio para visitar al difunto abuelo de su esposo, no diría nada. Se lo guardaría para él. Su pequeño secreto.

Al llegar por fin entre el laberinto de tumbas, llegaron a un pequeño monumento de piedra donde se veían unas flores cortadas a punto de marchitarse por completo y un espacio para colocar incienso durante las ocasiones especiales de celebración o visitas casuales. Tobio usualmente en cada visita lo encendía, pero le tuvo que pedir disculpas a su querido abuelo mentalmente ya que esa vez no podría porque Sora y Hishou estaban con él, y no quería ponerlos en peligro de que alguno se intoxique o algo peor. En las letras se leía con claridad: «Kazuyo Kageyama».

Cuando Tobio se detuvo, los demás se detuvieron. Hishou dilató sus pupilas al ver la tumba, moviendo un poco su cabeza que el sombrero de paja cayó hacia el frente, tapando sus dos ojos.

Shoyo, quien iba detrás de él, le acomodó su sombrero para que pudiera ver y volvió a pensar mentalmente que le compraría otro que sí le quedara. Seguido de eso, posó sus dos manos sobre los hombros del niño, mientras sus ojos cafés observaron a su pareja frente a la tumba de una de las personas que más ha apreciado en su vida, y fue testigo de cómo una pequeña sonrisa inundó sus labios.

—He vuelto, abuelo. Esta vez no vine solo o con Miwa —dijo de pronto, en modo de un saludo, como si saludara a un viejo conocido y esperara que éste le regresara el saludo. Claramente eso no ocurrió, pero eso era lo de manos para Tobio, él sentía que su abuelo estaba ahí y eso era suficiente—. Antes te hablé de ellos, pero supongo que será la primera vez que los conozcas de manera oficial —contó con demasiada facilidad, dejando que un diminuto y apenas audible color rojizo llegara hasta sus mejillas, y apartó un poco la mirada de la tumba, para ver al pequeño ser de unos cuantos meses de edad que cargaba—. He formado mi propia familia, te los presentaré. Estoy seguro de que te hubiera gustado conocerlos. Mi hijo menor se llama Sora, tiene cierto parecido a Shoyo, pero se parece más a mí —atisbó con facilidad, mientras pasaba su grande mano que no sostenía el paraguas sobre los delicados cabellos del bebé despierto que no entendía del todo la situación.

Shoyo bufó al escuchar las palabras de su esposo y la frustración que todavía sentía porque su genética no era tan fuerte como la de Tobio regresó.

—Apenas es un bebé, tiene cuatro meses, pero habla mucho —aseguró, apartando con lentitud su mano de su hijo menor, y se dedicó a observar al sitio donde su hijo mayor y Shoyo se habían quedado estáticos y sin hacer ruido alguno. Primero miró al pequeño niño que se parecía a él, con las flores compradas abrazadas a su pecho y su sombrero de paja que le quedaba grande. El mayor de los Kageyama no dijo nada, y en su lugar, se limitó a estirar su mano, invitando a que éste se acercara.

Hishou acató la orden silenciosa, con una curva de zigzag en sus labios por el nerviosismo. Apenas estuvo a un lado de su otro padre, sintió como su grande mano se posó sobre su cabeza y por accidente volvió a desacomodar el sombrero de paja. Hishou dio un pequeño bufido molesto antes de acomodar su sombrero de nuevo sobre su cabeza.

—El mayor es Hishou, hace unos días cumplió 10 años. Se parece mucho a mí, pero es demasiado inquieto, es similar a Shoyo en ese aspecto —confirmó Tobio esa confesión, y Hishou notó esa oportunidad para dejar que su sonrisa fuera más pronunciada en sus labios y aprovechó para presentarse, acercándose a la tumba e hincándose frente a ella, con el ramo de flores en sus manos y su amable sonrisa se volvió una aterradora cuando sus facciones se oscurecieron por la sombra que le hacía su sombrero. Si Kazuyo pudiera ver esa mueca que le enseñó Tobio, lo más seguro es que le llamara la atención a su nieto y después se burlaría con alegría.

—Abuelito de mi papá —contó con emoción Hishou, al olvidar por completo cómo Koushi Sawamura le enseñó cómo se llamaba ese miembro de la familia—. Me llamo Hishou Kageyama. Mi hermanito, papá y yo cuidamos mucho a mi otro papá, ¡así que no debes de preocuparte por él! —animó con seguridad, poniéndose de pie de nuevo y mostrándose alegre mientras mostraba las flores compradas en la estación a su difunto bisabuelo—. ¡Te traje flores! Quería traerte un balón de voleibol, pero creo que aquí no dejan jugar voleibol... —aseguró con cierta vergüenza acumulada, rascando su mejilla con mucho nerviosismo y cierta suavidad en sus palabras.

Tobio miró al estático Shoyo, que no se atrevió a moverse de su lugar. Shoyo fue silencioso en todo momento, observando con sus irises cafés llenos de vida a la mirada seria de su pareja frente a él. Cuando chocaron miradas, Kageyama estiró su brazo en dirección donde se encontraba el menor para que se acercara, cosa que Shoyo hizo sin problemas.

Al estar en el campo de agarre de Tobio, Shoyo sintió como fue jalado hacia el cuerpo de su pareja, sintiéndose un tanto perdido y sólo reaccionando al encontrarse recargado de la figura alta del serio azabache de ojos azules, y que no lo dejaba escapar al tenerlo abrazado por sus hombros con un medio abrazo.

Cuando el de hebras naranjas estuvo a punto de preguntar qué ocurría, y levantó su mirada para ver a la cara al mayor, se encontró con el serio perfil del hombre, con la seguridad en sus ojos azules mirando hacia el lugar donde se encontraba su abuelo.

—Lo encontré, abuelo... —Se limitó a decir, soltando palabras con aparente tono casual. Pero, por alguna razón, Shoyo tuvo la necesidad instintiva de mostrar sorpresa, sintiendo como su cara empezaba a arder en rojo y su corazón latió a un ritmo violento—. Él es Shoyo Kageyama, la persona con la que me casé. Te he hablado mucho de él —susurró Tobio, dejando que un leve rubor llegara a sus mejillas delgadas y se sintiera levemente avergonzado.

—Tobio... —susurró, no sabiendo qué más decir. Estaba demasiado feliz.

—Oh, ya están aquí los recién casados. —La voz animada de Miwa hizo eco en el ambiente tranquilo y revoltoso de la pequeña familia, logrando llamar la atención de todos y poder enfocarse en la sonriente mujer de apariencia atractiva, con sus rasgados ojos azules, cabellos cortos ondulados y que portaba un elegante vestido primaveral (aunque prácticamente siguieran en invierno). En sus manos llevaba un ramo de rosas.

La pareja mencionada anteriormente de manera burlesca por Miwa no pudieron evitar ruborizarse un poco, al recordar la razón por la que eran llamados así a palabras de la mayor: «normalmente, es común ver a los recién casados actuar acaramelados y empalagosos durante sus primeros meses juntos; sin embargo, después toda esa magia se destruye. Pero ustedes siguen en la primera fase».

—¡Tía Miwa! —gritó con emoción Hishou al ver a la mujer llegando, y salió corriendo para saludarla. Hishou era el consentido de sus dos tías, y Miwa lo volvió a mostrar abiertamente, dando una sonrisa sutil de sus labios al ver a su sobrino mayor corriendo hasta ella. Al tenerlo demasiado cerca, se inclinó a su altura para saludarlo, empezando por jalar una de sus mejillas sin buscar lastimarlo.

—¿Me dejarás que te corte el cabello? —cuestionó entre risas infantiles la fémina, haciendo una pequeña sonrisa diminuta que llevaba la marca de la familia Kageyama, sólo que a miradas ajenas, la de Miwa era encantadora. Ella era la hermana mayor de Tobio Kageyama, una mujer recta y elegante, pero más expresiva que su hermano mayor.

Hishou asintió con felicidad ante esa realidad, y Miwa podía declararse como la culpable de que Hishou se pareciera más a Tobio de la que ya lo hacía: ¡ella era la peluquera y estilista de la familia! ¡Una talentosa mujer que cortaba los cabellos de grandes jugadores profesionales, y de su sobrino mayor! En lugar de hacer un peinado diferente al de su hermano menor en su infancia y adolescencia, Miwa quedó encantada con ese corte de cabello para Hishou, y por eso se asemejaban demasiado. Dos gotas de agua.

Miwa aprecia a Shoyo demasiado, también a sus dos sobrinos y a su hermano mayor. Ella sonrió con alegría al volver a enderezar su cuerpo, y ofrecerle su mano para que Hishou la tomara. Él lo hizo sin rodeos y así pudieron acercarse a las tres personas que los miraban con expectante tranquilidad.

—¿Y mis padres? —preguntó Tobio de improviso, al mismo tiempo en que la mano del brazo que sostenía a Shoyo se movía con lentitud hasta su bonito rostro, y llegó a sus mejillas para darles caricias.

—Fueron a un viaje de negocios, una emergencia —relató con seguridad la única mujer, dando una sonrisa al saludar a Shoyo y luego mirar la tumba con el nombre escrito de su abuelo.

El mundo seguiría avanzando.

La Familia Sawamura: Navidad Quebrada

Nota: este corto transcurre durante el capítulo «Navidad», sólo que vista desde la perspectiva de la familia DaiSuga.

Hiroshi y Hiro normalmente no peleaban, era muy rara la ocasión en la que lo hacían, debido a las actitudes de ambos: Hiroshi era un ser calmado por naturaleza, cualquier intento de riña era fácilmente destruido cuando él invocaba al diálogo. Un niño de 11 años (casi 12), muy maduro a su edad.

Hiroshi Sawamura y Hiro Sawamura, los dos hijos del matrimonio Sawamura, muy rara vez eran regañados por una pelea típica de hermanos donde terminaban por llegar a los golpes ante su desespero de querer ganar.

Hiroshi nunca le ha tocado ni un pelo a su pequeño hermanito de 7 años. Sin embargo, como todo niño, Hiroshi y Hiro no eran la excepción cuando de meterse en problemas se trataba.

—Iré a dar mi ronda —contó con seguridad Daichi, saliendo de la habitación tras haber tomado un baño, con su uniforme reluciente y con el habitual gorro que utilizaban los policías en mano.

—¡Suerte! —deseó Koushi con una gran sonrisa en sus labios, saliendo del comedor con una pluma y lentes cuadrados de color café. Al acercarse al calmado Daichi, se dieron un pequeño beso de despedida.

—Haré todo lo posible para poder llegar a casa temprano, así que espero regresar esta tarde para ayudar con la preparación de la cena de noche buena —indicó con absoluta facilidad el hombre, llegando a parar su única mano libre sobre la nívea piel de su pareja, y le dio unas tres caricias cariñosas al pasar su dedo por esa parte.

—No te preocupes, yo también iré hoy a la primaria Suno, tengo que entregar mi reporte bimestral —comentó el chico de hebras grisáceas, rascando su nuca con nerviosismo y sólo sonriendo entre su cansancio por el trabajo de redactar ese tipo de informes, cuando sus dos hijos llegaron corriendo hasta donde estaba Daichi. Hiro le tenía un especial cariño a él, incluso su vocación y sueño era querer ayudar a las personas: ¡un bombero! Él fue el que se abrazó a la pierna de su padre y Hiroshi fue más tranquilo y mucho más reservado en ese aspecto, con sus dos manos entrelazadas al frente y dejando relucir sus potentes ojos negros ante la vista de sus dos padres.

Daichi gritó un poco, ahogando el sonido en su boca y sonriendo con perspicacia al ver que se trataba de ambos. Sin perder el tiempo, tomó al pequeño niño de piel levemente bronceada, de redondos ojos negros y cabello azabache que tenían un aspecto similar al de Koushi en cuanto a la forma, entre sus brazos. Hiro rio al sentirse en el aire, y se abrazó al cuerpo de su padre cuando éste se despidió, prometiéndolo verlo en la tarde.

—Estás cada vez más grande y pesado. —Hizo saber Daichi al bajarlo, Hiro sólo rio y asintió. Luego, miró a su hijo mayor, Hiroshi, y éste le correspondió la mirada. El mayor de los Sawamura ensanchó todavía más su sonrisa y pasó su mano sobre las hebras grisáceas del chico, dándole una caricia certera en esa parte. Cuando separó su mano, las cortas hebras lacias de Hiroshi que se asemejaban al peinado de Daichi en su juventud, terminaron por volverse un quebradizo laberinto interminable de cabellos despeinados—. Nos veremos, Hiroshi.

—¡Sí! —contó con emoción el chico, dando una alegre sonrisa de sus labios que iluminó la habitación.

Cuando Daichi se fue, Hiroshi y Hiro supieron que se quedarían un rato los dos solos ese 24 de diciembre. Fue sólo cuestión de tiempo antes de que su padre Koushi se metiera de nuevo en la sala, y casi al instante saliera sin los lentes que utilizaba en casa cuando evaluaba exámenes o revisaba tareas, y se mostró con su apariencia jovial y amable, vestido de manera simple con una polera de color roja y unos pantalones de mezclilla de color negro.

—Iré a la primaria a dejar mi informe, no me tardó —contó con emoción el chico, dando una radiante sonrisa a sus dos niños que estaban en la sala. Hiro asintió y Hiroshi soltó un simple «te esperáremos». Koushi sonrió y se acercó a ellos, dejando un diminuto beso en la mejilla a cada uno—. Prometo no tardarme.

Cuando las puertas se cerraron y no había nadie más en casa. La casa de sólo un piso de la familia Sawamura en las afueras de Miyagi, quedó en absoluto silencio.

Claro, hasta que...

—¡Vamos a jugar, Nii-chan! —llamó con emoción el hermano menor de los Sawamura, tomando de la mano al de cejas gruesas y conduciéndolo sin que éste opusiera resistencia a la habitación que ambos compartían—. Podemos jugar un videojuego, nos turnáremos —afirmó mientras cruzaban el pasillo. Hiroshi sonrió con facilidad ante esa invitación, dando una pequeña risa amable y aceptando todo.

Por supuesto, podían existir dos hermanos que casi nunca se pelearan, y ésos eran ellos. Pero eso implicaba que eran muy unidos, y que hacían desastres juntos.

Al aburrirse al jugar, trataron de ir a buscar a Hishou para divertirse, debido a que Ryusei vivía actualmente con su familia en la prefectura de Hyogo, y Misato estaba de vacaciones con sus padres en un hotel de aguas termales en la montaña principal de Miyagi. Sin embargo, para su mala suerte, cuando tocaron la puerta y fueron recibidos por el amable Shoyo con su bebé en brazos, sólo obtuvieron una respuesta: «Hi-chan salió con Tobio por los ingredientes del pastel navideño».

Los dos infantes regresaron derrotados a su hogar, arrastrando sus pies y sólo recuperando un poco el ánimo al ver que su casa era la más adornada de la calle, porque Koushi y Daichi amaban la navidad, las luces regadas por el techo y un Santa Claus inflable, regordete y redondo, afuera de la casa, hacían fuego con el escenario nevado de esa navidad. En el interior de la casa no fue excepción la decoración, la sala estaba llena de serpentinas, encaje y escarcha principalmente de color verde y rojo. El árbol navideño no se quedaba atrás, con esferas de plástico, escarcha y luces de colores. No era muy alto, pero al menos sí lo era un poco para los dos niños.

—¿Qué hacemos ahora? —empezó Hiroshi con el ánimo por los suelos, desplomándose en el sofá como trapo viejo. Hiro pasó su pequeña mano sobre su barbilla y empezó a pensar, todavía de pie.

Pensó, pensó, pensó, pensó y pensó.

Hasta que su mente de un niño de 7 años logró llegar a su sueño ideal.

—¡Dar vueltas! —comentó entre su risa emocionada, haciendo más pronunciada la curva de su boca, dando brinquitos llegó hasta donde estaba su hermano mayor, y extendió sus dos pequeñas manos para que Hiroshi las tomara.

Hiroshi al principio dudó, pero terminó aceptando la idea de su hermano al entrelazar sus dedos con éste. Hiro se mostró feliz y lo jaló de tal forma en que pudiera ponerse de pie.

Cuando los dos estaban de pie, Hiro lo condujo a mitad de la sala y entre carcajadas y cosas típicas en un niño alegre, marcó al ritmo al empezar a girar.

Primero fue lento. Los dos giraban tomados de las manos. Luego fue cada vez más rápido mientras gritaban y reían por lo mareados que se sentían. Perdieron la percepción del espacio y sólo pudieron regresar a la realidad cuando el pie de Hiro se tropezó por la velocidad y cayó de espaldas, Hiroshi fue jalado y cayó junto con él... sobre el árbol de navidad.

El ruido sordo del árbol cayendo y las esferas rebotando contra el suelo, lograron dejar en blanco a los dos hermanos. Aun mareado, el lloroso Hiro que se enderezó y se sentó a un lado del árbol destruido, dejó que el mareado y algo perdido de Hiroshi lo revisara para ver que no le pasara nada.

Al no encontrarle ningún rasguño, los ojos de Hiroshi se empezaron a llenar de agua, y en menos de un minuto, abrazó a su hermano y los dos empezaron a llorar demasiado fuerte.

Así los encontró Koushi al llegar a casa, el árbol en el suelo, los dos niños abrazados, llorando y mareados.

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