Ryusei Quiere Unirse A Un Club
Capítulo dedicado a: NalgaDeKageyama, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!
—¡Kageyama, te buscan en la puerta! —Una chica de tes clara y ojos azules, llamó al joven mencionado, unos minutos después de que la campana de fin de clases sonora. Cuando Hishou levantó la vista, se topó con el chico alto, con gafas, cabellos rubios y redondos ojos verdes.
—¡Ryusei! —cantó con emoción Hishou, apurándose a guardar sus cosas en su mochila, antes de colgársela al hombro a una velocidad impresionante para salir del aula.
Para mala suerte de Hishou, Ryusei nunca estaba en la misma aula. Nunca les tocaba juntos, tal vez era mala suerte en primaria; pero, en definitiva, durante la época de preparatoria y la organización de Karasuno, era porque Ryusei entró tras los resultados arrojados de su examen de admisión a la clase aplicada. Hishou con suerte se podía mantener entre la clase media, se esforzaba en estudiar, a pesar de que creyera que hay muchas cosas más importantes que los estudios: como jugar voleibol, y jugar voleibol... y jugar voleibol.
—Ryusei, ¿vienes por el libro de conchas marinas que me prestaste? —cuestionó con emoción el chico azabache, al llegar a la entrada de la puerta, haciendo un puchero de sus labios certero, cerró sus ojos de golpe al estar frente a él y juntó las palmas de sus manos en modo de una súplica. Tenía toda la vergüenza acumulada—. ¡Lo olvidé en casa, perdón! ¡Juro que no lo he perdido y lo he cuidado bien! —Se excusó, sólo dejando que Ryusei fuera discreto en todo momento, pero no pareciéndole extraño esa verdad. Ya sabía que pasaría algo así—. No puedo dártelo hoy, porque mis papás no están en casa, fueron a Tokyo y regresarán esta noche. Cuando salga de la práctica, el señor Kuroo va a llevarme con Ken-...
—No es eso, Hishou —llamó de improviso el chico, haciendo que el mencionado diera un respingo por esa sorpresa, asintiendo con levedad y posando sus dos manos sobre sus labios para callarse. Seguido de eso, le prestó atención al joven con pecas, atestiguando como ese tranquilo joven jugó con sus dedos, juntando sus yemas al chocar entre sí. Miró al suelo, en un breve descanso, enrojeciendo con levedad y levantando la cabeza tímidamente para verlo—. Es sólo, que he querido unirme a un club. Verás, probé en el club de baloncesto, béisbol y fútbol, pero no me convenció del todo... —Ryusei omitió que el: «no me convenció del todo», era algo como: «un deporte muy cansado, lo odio». Pero eso era lo de menos para Hishou, en ese instante, sus ojos oceánicos dieron un extraño brillo, abriéndose más de la cuenta por la sorpresa contenida y su pequeña boca quiso mostrar sus emociones al abrirla y cerrarla varias veces.
—¡Ryusei! ¡Unirse! ¡Voleibol! —exclamó Hishou, sintiendo como por la emoción, las palabras se le iban de su boca a una velocidad impresionante, costando trabajo pronunciar una oración. Ryusei no lo dijo en voz alta, pero notó que Hishou seguía con esa extraña característica de perder vocabulario cuando se exaltaba. Regresaba después de que diera un largo respiro—. ¡Ryusei, quieres unirte al club de voleibol! ¿Es eso? —dijo de forma completa, dando pequeños saltos de la emoción en su sitio, generando que el mayor asintiera.
—No es seguro que termine en ese club, sólo quiero probar...
—¡Lo entiendo, lo entiendo! Hay que darnos prisa —exigió Hishou con obvia emoción, esquivando el alto cuerpo del rubio para salir del aula, y así poder tomarlo del brazo con mayor facilidad, empezando a correr en dirección a la salida trasera del instituto que colindaba con el camino exterior que llevaba al gimnasio.
—El uniforme es muy lindo —respondió Ryusei con emoción, tras haber contemplado un partido de práctica a un lado de los dos mánager de segundo y tercer año. El Karasuno perdió dos sets contra uno, e irían a las nacionales el siguiente mes. Hishou rio con ánimo ante el apoyo discreto de Ryusei, pasando la palma de su mano sobre el sudor que rodaba por su frente y apartó los cabellos azabaches de su fleco. La viva imagen de su padre Tobio—. Pero, ha cambiado un poco... —Hizo saber, teniendo un vago recuerdo de que Tadashi le llegó a mostrar sus uniformes cuando él iba en preparatoria.
—Sí, mira, hay un pequeño cuervo naranja estampado —comentó con emoción y brillantez, alzando su pierna izquierda, para mostrar en su pequeño short, la silueta de un cuervo con las alas extendidas. Ryusei atrapó en su vista la tela, sonriendo con ligereza al ver como Hishou casi perdió el equilibrio, teniendo que tomarlo del brazo para detenerlo.
Hishou rio, al llevarse la atención también de la chica y el chico mánager, girando sobre sus talones para poder mostrar la parte trasera de su uniforme que tenía estampado el número 13.
—También, le pusieron el nombre de la escuela en la parte trasera, ¿puedes verlo? —La cuestión era algo tonta debido a la posición, intentando señalar su espalda con notable emoción: letras en la parte alta, blancas y en mayúscula, arriba del número trasero. Ryusei volvió a sonreír con levedad y asintió—. El uniforme que usaban mis papás, no lo llevaban.
—¿Cómo sabes eso, Kageyama-kun? —La voz de su superiora a espaldas de Ryusei, llamaron la atención del azabache. El mencionado se volteó para ver a la chica, viendo como la fémina de cortos cabellos cafés que llegaban hasta los hombros se mostró curiosa, el otro mánager de tercer año, un chico pelirrojo de cabellos ligeramente alborotados y cortos, también le prestó atención.
Eran los dos mánager, la chica era Ringo y el chico Kenji. Hishou asintió con velocidad certera, con un brillo largo en sus ojos.
—¡Sí!, mi papá Tobio le presta su playera del antiguo Karasuno a mi papá Shoyo. He visto que a veces duerme con ella, y estoy seguro de que no tiene las letras escritas atrás... —destacó con emoción, y Ringo abrió sus ojos ante esa escena extrañamente tierna. Fue más fácil imaginárselo porque conocía a los padres de su amigo, siempre iban a sus partidos para apoyarlo.
—¡Hishou! —La suave voz de Hiroshi, el chico de cabellos grisáceos, interrumpió la plática de ambos. Los ojos del chico de primer grado, se enfocaron en su superior de tercer año: el capitán Hiroshi Sawamura—. Hay que despedir a la escuela invitada —pidió. Sólo logrando que el azabache de oscuros ojos, asintiera, soltando un jadeo bien certero al darse cuenta de que olvidó tomar agua por entretenerse con Ryusei, y corrió hasta su amigo con el que, al parecer, se había hecho demasiado cercano.
Hiroshi era un chico en definitiva alto, con facciones un poco más maduras y normales para un joven de casi 18 años, sus redondos ojos, los rasgos finos de la forma de su nariz y sus labios, su piel pálida y sus hebras grises en corte taper. Claro, Hiroshi también cumplía en febrero, el primero de febrero, su cumpleaños sería el día siguiente.
—¡Regreso rápido, Ryusei! —cantó con certera verdad, dando un vistazo al chico rubio, dejándolo paralizado, y sólo permitiendo que asintiera a medias.
La silueta animada de Hishou se alejó, acercándose hasta el serio de Hiroshi, posando una de sus propias manos en su nuca, y se disculpó.
Ryusei pudo contemplar como los dos equipos se paraban, usando dos líneas paralelas que nunca se tocaron, dando una reverencia en modo de agradecimiento por el partido de práctica, y pudo enfocarse en alzar su mirada al techo. Sus claros ojos verdosos notaron algunos focos protegidos del gimnasio en el techo, permitiendo que la reflexión se sembrara en su cuerpo: ¿cómo era posible que siquiera se le hubiera ocurrido llegar al club de voleibol? El deporte le gustaba, lo disfrutaba, podía ver partidos y apoyarlos... pero ¿jugarlos? Eso no era algo que especialmente le gustara.
Bajó la vista de nuevo y se percató de que los alumnos invitados del Datekou se retiraban, a pasos cansados y con obvias exhalaciones que se mezcló con sus cuerpos sudorosos. Ryusei arqueó sus cejas hacia abajo en señal de desaprobación, posando sus dos manos en los bolsillos de su ropa deportiva escolar de color rojo, detestando la idea de sudar. No quería sudar, en definitiva, no quería. Si sudaba, se tendría que bañar, su padre Kei lo obligaría... de por sí lo seguía obligando.
Ese pensamiento turbado lo hizo palidecer.
En definitiva, se buscaría otro club, uno donde no sudara. Era lo mejor, había visto uno de lectura y escritura, podría entrar a ése.
Sólo había un problema.
Sus ojos a través de las gafas lo notaron, al chico despistado que ya había olvidado sus propias palabras acerca de que regresaría con él, mejor enfocándose en otro chico azabache, y tras eso, bebió agua como si fuera un desesperado.
A Ryusei casi se le escapó una amplia sonrisa al ver esas acciones. En el club de escritura y lectura no estaría Hishou, debería de quedarse en el club de voleibol.
—¡Bien, hora del entrenamiento final! —solicitó un robusto entrenador de voleibol, de cuerpo alto y corpulento, dando unos cuantos aplausos y sonó el silbato. La mayoría de los jugadores se reunieron, y Ryusei fue testigo de como Hiroshi se acercó a decirle unas cuantas cosas, que el entrenador las recibió de forma positiva—. Práctica libre.
—Practicaré mis saques perfectos —destiló de confianza el azabache de ojos azules, posando una de sus manos sobre sus propios cabellos ligeramente desordenados y conectó su mirada con la del invitado que estaba decidiendo club.
Ryusei se detuvo, tuvo un ligero susto al sentirse expuesto, enrojeciendo tenuemente cuando el alegre chico de menor estatura le levantó el pulgar arriba en señal de su máxima suerte. Ryusei dibujó un pequeño gesto positivo en una curva hacia arriba, y le dio ánimo, sin darse cuenta de que la silueta del capitán, llegaba a pararse a su lado.
—Kageyama, tus saques deben de mejorar. —Le puso los pies sobre la tierra a su amigo un superior del equipo, sólo desinflando la nube de felicidad que el chico de primer año creó.
—Katashi-senpai, qué cruel... —lloriqueó el chico, recibiendo el balón que el susodicho le entregó.
Ryusei notó cada una de sus acciones, viendo como se ponía en la parte trasera de la cancha para generar saques.
Y, lo que dijo ese tal Katashi era verdad: los saques donde no utilizaba salto nunca pasaban de la red, y cuando utilizaba el salto éstos salían disparados como si fueran un home run. Ya había roto varios vidrios y Tobio llegó muchas veces a disculparse y pagar por los daños.
—Es lindo, ¿no? —La voz de Hiroshi lo regresó de su burbuja, Ryusei pegó un pequeño brinco, resbalando sus lentes un poco del tabique de su nariz y tornándose de colores. Su corazón dio un latido veloz, volteando como un robot que fue descubierto haciendo un mal uso de sus funciones hacia el actual capitán del Karasuno. Sí, un pequeño enamorado discreto que fue capturado por Hiroshi, quien ya tenía una sonrisa un tanto ansiosa en su boca.
Ryusei tuvo que tomar aire, soltando un carraspeo para acallar la molesta sensación de golpes en su pecho, las puertas de su corazón abriéndose con ligereza para soltar todo. Podría explotar ahí mismo, su cara se empezó a calentar y entró en pánico, sintiendo la penetrante mirada negra de esos redondos ojos amables.
—Sí... es algo lindo... —desató sus palabras con certeza, teniendo que desviar su mitad para no perderse en la senda del pánico, donde nunca podría salir. Sus ojos verdes temblorosos, su cara rojiza y el humo expulsándose de sus orejas. No podía mentir, aunque le gustaría.
Sus temblorosos dedos que llegaron hasta el centro de sus gafas y volvió a acomodarlos en su sitio, estaban algo rojos, llamando la atención de Hiroshi. Los ojos de su superior con el que no había hablado desde su llegada a Miyagi más que pequeños saludos cuando se encontraban en lo pasillos, hicieron que lo temblores en Ryusei se hicieran más potentes, junto con su necesidad de querer cambiar de tema.
—Hi-hiroshi-senpai, mañana es su cumpleaños, ¿no?
—Sí, mañana tendré 18 oficialmente —relató, haciendo que su gesto angelical se marcara más en sus facciones, al juntar las palmas de sus manos con obvia emoción, y sus apacibles facciones terminaron por destruirse. Ryusei se paralizó, cuando las cejas arqueadas de Hiroshi y sus potentes ojos oscuros lo miraron y examinaron de pies a cabeza, casi al instante, una sonrisa burlona dibujó sus facciones, y de pronto, ya se encontraba con una carcajada que trataba de contenerse al apretar sus dientes—. A partir de mañana podré comprar los mangas BL +18 de la librería —asintió, dejando salir parte de sus gustos, posando su puño cerrado al frente y dando un asentimiento certero.
Ryusei se paralizó, aceptando que aunque Hiroshi era como unos cuatro centímetros más bajo que él, también era cierto que llegaba a ser algo aterrador. La persona que salía con su primo era aterrador, no era un ángel como Katsuro le había retratado, y tampoco se asemejaba del todo al apacible Hiroshi que recordaba en su infancia.
El balón de voleibol interrumpió su plática, llegando a una velocidad rápida hacia donde estaban. Generó que Ryusei palideciera, ni siquiera pudiendo reaccionar ante el descuido de un pequeño novato, sólo teniendo que cerrar sus ojos, al querer esperar el golpe. No era la primera vez que el balón lo golpeaba, en Educación Física, muchas veces se lastimó (claramente no era su fuerte).
El golpe nunca llegó, en su lugar, el golpe seco de balón cayendo directamente contra el suelo, lo hicieron abrir los ojos, topándose la imponente figura delgada de Hiroshi, con su mano levantada tras haber detenido el golpe con facilidad.
Acto seguido, sus ojos redondos miraron con rapidez al chico de tercero que lanzó con violencia el saque, sin fijarse. Su gesto serio lo hizo temblar, pero realmente el de cabellos grisáceos no se encontraba molesto por el error.
—Yugi-kun, ¿sabes dónde está Katsuro? —cuestionó muy a su pesar de la situación de su pareja, al ver lo evidente de ver como el azabache no se presentó en el partido de práctica. Yugi, asintió, algo temeroso, tragando grueso al sentir los ojos de Hiroshi inyectando cada parte de su cuerpo.
—Fue citado por un maestro, la charla que le tocaba en el primer descanso, se la saltó y ahora tiene que compensarla tomándola después de clases —argumentó, recapitulando los hechos y logrando que Hiroshi asintiera en modo de agradecimiento por la información. En ese mismo momento, un tembloroso Hishou al que se le habían escapado las palabras de la boca, con terror y pánico de haber visto a Ryusei a punto de ser golpeado por el balón, quería revisar que estuviera bien.
—¿Estás bien? ¡Ryu... Ryusei! —chilló el pequeño chico de menor estatura, sólo logrando que el mencionado diera un respiro ante el pánico de Hishou, y soltara una muy diminuta sonrisa de sus facciones.
—Estoy bien, gracias por preocuparte —sentenció lo único que faltaba, sacando con facilidad toda la bola de alivio que el menor estaba hecho.
Hishou estuvo a punto de decir palabra alguna, deteniendo su boca abierta a medio camino al escuchar la puerta del gimnasio abriéndose de golpe. Hishou tuvo un sobresalto, un escalofrío lo recorrió por el susto, y sólo pudo encontrar paz al ver la silueta del otro Tsukishima. Un chico de hebras azabaches alborotadas, similares a las de su hermano Sora, su rostro era redondo, nariz respingada, rasgados ojos claros que casi rozaban la miel y usaba gafas cuadradas de color blancas.
Katsuro Tsukishima, el hijo menor de Tenma Tsukishima y Akiteru Tsukishima. La estrella del Karasuno, el número 5, un armador innato y el rival de Hishou Kageyama. Él también quería llegar a su nivel, aspiraba a ser la estrella del naciente Karasuno cuando ese chico de tercero se graduara.
—Perdón por la tardanza —destacó el avergonzado azabache, dando una risa un tanto apenada, pasando su mano sobre su nuca para reír con cierta suavidad. Hiroshi contempló a su pareja llegar una hora después de que la práctica iniciara, se cruzó de brazos, dejó escapar una larga bocanada de aire y suavizó sus acciones—. ¿El partido de práctica ya acabó? —cuestionó, perdido y algo desanimado. Había planeado llegar tarde al gimnasio como el típico protagonista de un manga deportivo, para salvar a su equipo de la ruina, ¡enamoraría más a Hiroshi y sería el héroe admirado por sus Kouhai!
—Se acabó, Katsuro-senpai, el Datekou tenía una actividad de su propia escuela a la que ningún club debía de faltar —asimiló el chico rasgados ojos azules, llevándose la mirada consternada del de irises miel, a punto de colapsar: ¡eso no podía ser!
—Hoy es el aniversario de su escuela y deben de hacer ceremonia de clausura —destacó con facilidad Hiroshi, sabiendo de sobra las intenciones de Katsuro al ver como éste caía de rodillas al suelo, a punto de dar un lloriqueo certero.
—¡Maldición! —chilló Katsuro, con su habitual rudeza desaliñada y Ryusei ya se había arrepentido de haber pedido ingresar al club de voleibol. Apartó la vista por varios segundos, sintiendo que sus mejillas pobladas de pecas se empezaran a turbar por el color rojizo, y la extraña ansiedad, marcaba una desventaja certera a sus sentimientos.
Katsuro levantó la vista, dejando su dramática escena de as del equipo, y notó, a un lado de su rival autonombrado, la alta figura esbelta de Ryusei. Su primo dos años menor que él. Con rapidez, Katsuro tuvo el deseo intenso de que la Tierra se lo tragara, dio un carraspeo veloz, se puso de pie por completo y con su muñeca, limpió las lágrimas arremolinadas en sus ojos.
Ser el hijo menor de una familia, donde su hermana mayor, Katsumi, era una genia para los estudios, la existencia de su único primo de menor edad que creyó cualquier cosa que le dijera en su infancia fue como un regalo de los Dioses. Fingió que ese número nunca existió, y tragó grueso.
Ryusei, así como lo podían ver, siendo un pan de Dios, ahora con sus ojos verdes evitándole la mirada y un rubor en sus mofletes, ¡que no los engañara! ¡Era un lobo con piel de cordero!
«Yo inventé la bombilla», pasó por la mente de Katsuro sus propias palabras que soltó cuando un Ryusei de cuatro años, expresó lo fascinante que era que una luz brillara en un pequeño cristal circular. Ryusei en su momento lo miró con admiración y notable felicidad. En su pequeña memoria infantil, Katsuro inventó el avión, el tren, el metro, la comida, incluso el aire. ¡Él inventó todo!
Pero... en su primera visita en Hyogo, cuando su primo menor apenas entró en su adolescencia y Ryusei por orden de su padre los recibió en la estación del metro, ¿saben las primeras palabras que le dijo?
«¿Te gustó viajar en tu propio invento?», mientras le dibujaba una sonrisa burlona de sus labios, sus ojos verdes lo examinaron de pies a cabeza y sus cejas arqueadas hacia abajo, le dieron cierto parecido aterrador a su tío Kei. ¡Nunca olvidaría esa cara!
—¡Ryuryu! —llamó por medio de palabras el dolido Katsuro, alzando su mano hacia el frente con genuina emoción al acercarse a su primo. El mencionado se quedó paralizado y Hishou los observó con curiosidad.
—Katsuro-kun... —murmuró Ryusei en modo de saludo, viéndolo a duras penas y sólo logrando que el mencionado diera un asentimiento certero de sus cuerdas vocales al entender la presencia de su primo en un club que no le gustaba. Observó de reojo a Hishou, el sonriente chico que durante casi todas las prácticas, lo seguía como si fuera un polluelo recién nacido y Katsuro la gallina.
—No tenía idea de que ahora te gustara jugar voleibol... —soltó de improviso, sólo permitiendo que el chico rubio dilatara sus pupilas y apretara sus dientes. Tenía la necesidad creciente de callarlo.
—El voleibol siempre me ha gustado —confirmó una verdad Ryusei, evitando la mirada de los tres chicos más cercanos y dibujó un puchero de sus delgados belfos. Mentira no era, y eso Katsuro lo sabía.
—¿Vas a ser mánager?
—Jugador —cortó con velocidad. Katsuro ahí comenzó a sospechar, entrecerrando sus ojos con cierta dominancia. Para variar, Ryusei más tarde correspondió la mirada y copió su acción.
Los dos Tsukishima ya se estaban viendo, tratando de estudiarse. Hiroshi los contempló de reojo, no extrañando esas acciones de su novio y el pequeño Ryusei. En su lugar, se limitó a observar a su amigo de primer grado, y Hishou le correspondió la mirada. Hiroshi sonrió con cierta actitud burlesca y movió su mano de una forma en la que el menor supiera que quería que se acercara.
El chico azabache acató la orden a una velocidad impresionante, rodeando el cuerpo de Katsuro y con la expectativa al límite. Hiroshi no se resistió y posó su mano sobre sus hebras lacias algo despeinadas por su reciente actividad física, y le dio su apoyo.
—Vamos a tratar de mejorar tu saque, algo debes de estar haciendo mal —invitó, permitiendo que Hishou asintiera a la par con entusiasmo y Hiroshi sólo girara hacia el frente, empezando a caminar hacia un extremo de la cancha. El mayor de los hermanos Kageyama, antes de decidirse a seguirle el paso, se giró sobre sus talones para poder ver a los silenciosos Tsukishima teniendo un duelo de miradas.
—Ryusei, cuando termines de hablar con Katsuro-senpai, ¿vienes a intentar hacer pases conmigo? —interrogó, rompiendo la burbuja al instante del chico rubio, observando al joven diez centímetros menor que él, y asintió a la par.
—Sí, iré —afirmó el chico con gafas, haciendo una mueca suavizada y amable. Katsuro lo miró de reojo, atrapando en el color miel de sus orbes y el vidrio de sus lentes, lo que ya se esperaba. No era casualidad que las facciones y contestaciones secas y agrias de Ryusei se transformaran en menos de un segundo en pequeñas melodías amables, sin que el rubio no buscara algo para burlarse.
—¿Te unes al club de voleibol sólo por Hishou-kun? —Saltó con esa pregunta al aire, y Ryusei mostró un claro gesto de terror, al ser atrapado.
Por supuesto, su pequeño secreto no salía bien al ser un mal mentiroso, expulsando de su boca un silbido y volvió a evadirle la mirada.
—No —comentó, para proseguir con un silbido que lo delató.
«Es demasiado obvio», pensó, pero no cegándose por sólo esos pensamientos, y se dedicó a observarlo.
—Pensé que te gustaría unirte a un club de teoría de la paleontología, ése era tu club anterior. —Por fin, los ojos de Ryusei dieron una honesta verdad, y pareció sorprendido. Katsuro se paralizó al ver sus acciones, notando lo obvio—. ¿No lo sabías?
—No tenía idea de que aquí había un club de eso, ¡cuando le pregunté a mi amigo sólo me dijo que se centraban en lo deportivo! —destacó, empezando a entrar en pánico a una velocidad impresionante y subiendo sus dos brazos hacia arriba, moviendo sus dedos. Con rapidez, su mirada empezó a ver qué hora era, entrando en pánico.
—Ah, no lo sabías...
—No. —Ahora, sus palabras se oían más entusiasmadas, algo preocupadas y ligeramente nerviosas. Katsuro sonrió en medio de sus preocupaciones.
—Tienen su salón de actividades a un lado de la biblioteca, puedes ir y pedir informes —sugirió, sólo permitiendo que el adolescente de menor edad, pero mayor estatura, diera un asentimiento veloz.
—¡Iré, iré! —declaró. Katsuro siendo testigo de todo, amplió su sonrisa, recibiendo la reverencia respetuosa del rubio, y lo siguió con la mirada cuando éste corrió a acercarse a Hishou para ponerle al tanto de la situación y disculparse.
Al principio, el chico azabache de menor estatura parpadeó un buen par de veces, hasta que la sorpresa lo colapsó y terminó sonriendo, asintiendo ante su decisión dada. Incluso Hiroshi levantó su pulgar hacia arriba en señal de aprobación a su decisión.
—¿Por qué te disculpas? Si algo te gusta, no deberías de disculparte. —Alcanzó a oír la estrella del equipo al número 13 soltar esas palabras con seguridad. Hishou era demasiado brillante, que Ryusei acabó cegado—. ¡Yo seré muy feliz mientras tú seas feliz haciendo lo que te gusta! ¡Tienes mi apoyo!
Y sí, Ryusei actualmente está en el club de teoría de la paleontología, haciendo lo que le gusta.
Kuroo, Kenma & La Vida De Solteros
Kuroo le hizo el favor a Kenma de traer a Hishou hasta su hogar en Tokyo, apenas sus clases y actividades deportivas terminaron. Cuando llegaron al sitio, se encontraron con toda la casa silenciosa, todo de gran tamaño, se notaba el dinero invertido. Claro, Kenma tenía bastante, era de esas personas que comía dinero, lloraba dinero, vivía entre dinero y tal vez hasta defe-...
Hishou pasó por el laberinto de habitaciones de esa casa del segundo piso, el ruido fuerte de un videojuego donde posiblemente el primer plano era uno infantil por la música de fondo.
—¡Llegué, Kenma! —gritó el azabache de cabellos levantados, abriendo la puerta corrediza de golpe y soltando un sobresalto a los dos jugadores que estaban en una partida de un clásico juego: Pacman. Kenma no lo decía en voz alta, pero era hasta divertido ver como el pequeño niño de cinco años usualmente silencioso, tenía la necesidad de gritar y mover la palanca del videojuego al ponerse nervioso por sentirse a punto de ser devorado por un fantasma.
Kenma sintió que el alma se le iba del cuerpo, y bufó en respuesta a la alta figura del hombre con tremendo odio que no disimuló ni un poco.
—¿Por qué no tocas la puerta?
—Lo hice y no respondiste —mintió, sólo generando que el otro azabache con puntas rubias lo ignorara y pasara su vista hacia la pequeña figura de Hishou Kageyama, a un lado de la de Kuroo Tetsuro.
—Hola, Hishou.
—¡Gracias por recibirme a mí y mi hermanito en su casa! —agradeció el chico, dando una reverencia bien pronunciada.
—No agradezcas, Shoyo es mi amigo —incentivó, dando un movimiento sutil de cabeza, antes de que sus ojos siguieran ahora al otro adulto que ya posaba una de sus manos alrededor de los hombros de Hishou y lo apegaba a su cuerpo—. Gracias por traerlo hasta acá —dijo con simpleza Kuroo, sólo logrando que el mayor diera un asentimiento lleno de orgullo, preparándose para hablar.
—Soy su sugar daddy, lo ayudaría en lo que fuera —destacó Tetsuro con facilidad innata, para colmo, Hishou asintió. Kenma los miró raro, con sus cejas arqueadas hacia abajo.
—Deja de decir palabras que claramente no sabes qué significan, y, Hishou, no le sigas la corriente —conformó su reclamo Kenma, dando un movimiento veloz de sus labios y quedándose paralizado cuando Hishou y Kuroo se quedaron perdidos—. Si Shoyo y Kageyama te escucharán decir esa palabra, se irían directamente encima de ti.
El ambiente silencioso en la habitación se grabó tras esas palabras y sólo se oía la musica del juego y el sonido de Sora perdiendo la partida porque una fantasma rosa devoró a su Pacman.
Al sentirse derrotado, miró consternado sus propias manos que sostenían el control, queriendo analizar qué fue lo que hizo mal. Observó su control con una precisión notable, afilando sus facciones al querer estudiar algo inalcanzable, pero rindiéndose al segundo, apartado la vista por fin, para mirar a los dos nuevos invitados que acababan de llegar.
Cuando los dos hermanos conectaron miradas, Hishou se apresuró a acercarse a paso veloz hasta él, llegando hasta ponerse a un lado del niño que estaba sentado en un cómodo asiento que más bien era una bola de tela donde si te sentabas se hundía. Se encargó de abrazarlo seguido de eso, y le depositó un pequeño beso en la mejilla en modo de saludo. Sora lo recibió gustoso, viendo a su hermano mayor con una pequeña sonrisa.
Después de ese acto extrañamente cariñoso, los dos hermanos miraron a Kuroo y Kenma, los dos hombres adultos que no tenían a una persona de forma íntima para compartir parte de su vida.
—¡Seré el segundo papá de Hi-chan y So-chan! —soltó Kuroo al querer corregir su error. Kenma levantó una de sus cejas.
—Si dijeras eso frente a Kageyama, me pregunto cómo reaccionaría —destacó la posible reacción de Tobio ante las incoherencias de Kuroo. El azabache cerró su boca de golpe, y prefirió no arriesgarse ante las posibles consecuencias, y Kozume aprovechó esa faceta para sacar oportunidades—. ¿Podrías ir a la tienda y comprarles unas galletas a los dos niños... y a mí? —pidió, en su lugar, alzando sus hombros y mirando con seriedad a Kuroo, quien sólo pudo asentir a velocidad máxima, al ver el rostro iluminado de los dos hijos del matrimonio Kageyama.
—¡Voy rápido!
—Ya sabes dónde está el dinero, también puedes comprarte algo tú —advirtió, viendo como la alta figura ajena se daba la vuelta y avanzaba por el pasillo, recorriendo ese extraño laberinto de cuartos y pasillos que Tetsuro podría recorrer con los ojos vendados por lo mucho que estaba en esa casa.
La puerta se cerró después de un rato, y todo el cuarto volvió a quedarse en absoluto silencio. La casa era enorme y cualquier mínimo movimiento pasaría desapercibido.
Kenma miró a los dos Kageyama, y los dos Kageyama miraron a Kenma.
Sora fue el primero en hablar.
—¿Vive solo en esta gran casa? —cuestionó con facilidad el pequeño de cinco años. Kenma asintió al instante, casi a la par de la pregunta. Y Sora siguió con sus preguntas—. ¿No se siente solo?
—No —respondió Kenma con notable facilidad, sólo logrando que Sora y Hishou lo miraran con sorpresa. Kozume no se arrepentía de la vida que decidió, 36 años haciendo lo que le gustaba, soltero y sin hijos—. Si me siento solitario, puedo llamar a Shoyo para hablar, o pedirle a Kuroo que me visite. A veces el idiota de Lev viene de visita con su hijo y Morisuke-sa-... —Se quedó quieto, con la palabra interrumpida en la última letra porque Sora y Hishou ya daban indicios de querer llorar. Kenma era tan buena persona.
—¡L-le diré a mis papás que te adopten! —chilló Sora, empezando con un dulce farfulló que se extendió en un lloriqueo.
—Soy un año mayor que ellos.
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