La Sonrisa De Tobio
Capítulo dedicado a: soy_idiota, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!
Una pequeña celebración después de un partido, familias invitadas de los jugadores oficiales de la selección nacional japonesa, y las cámaras como punto de enfoque. Tras un partido amistoso con Argentina, la pequeña ceremonia se celebró, con un buen banquete, bebidas abundantes y un ambiente cómodo. Después de todo, los Juegos Olímpicos prácticamente estaban a la vuelta de la esquina, la Sede sería Japón.
—¡No vayan a causar un desastre! —advirtió el entrenador Iwaizumi a todos los ahí presentes, sólo logrando que la mayoría de los jugadores tuvieran un largo escalofrío que recorrió su columna vertebral, porque ese hombre moreno era demasiado estricto que llegaba a ser aterrador. Pero, a pesar de su aspereza certera, esa autoridad bajaba en cuanto a calidad, cuando tenía a un pequeño niño de cabellos ligeramente alborotados de color negro, peinados de forma similar a su otro padre, tomando su mano.
Miyagi Iwaizumi contaba actualmente con cuatro años de edad.
—¡Sí! —dijeron la mayoría al unísono, sólo permitiendo que Tooru, el número 28, inflara su pecho con orgullo, y a pesar de que fue advertido hace unos segundos sobre su calma, su alma inquieta por naturaleza, buscó destacar.
Por supuesto, ¿por qué no hacerlo? Por primera vez jugó contra la selección de Argentina, y ganó por mera suerte, ahí había compañeros de su antiguo equipo, algunos amigos que hizo, y desde sus casi cinco años alejado, debía de contarles demasiadas cosas: entre ellas, la presentación oficial de su hijo. ¡Presumiría a su precioso hijo ahora que tenía oportunidad!
Tooru Iwaizumi dio un bufido certero, formando puño en su cara a la altura de su rostro y miró con emoción a su esposo y su pequeño niño de cuatro años quien estaba saludando a su mejor amigo, Sora Kageyama, en la lejanía, sólo moviendo su mano con cierta tranquilidad.
—¡Miyagi-chan! —gritó el castaño con absoluta emoción, llamando la atención de su pequeño, teniendo un sobresalto nervioso al querer voltear y encontrar sus bonitos ojos negros con los castaños de su progenitor—. Quiero presentarte algunos amigos, ¿puedo? —cuestionó Tooru, caminando todavía más rápido hasta el sitio donde estaba, poniéndose de cuclillas para mirarlo más a la cara. El mayor se señaló a sí mismo e Iwaizumi tuvo que arquear sus cejas, dudoso de esa petición en la que su niño se mostró emocionado de sobremanera.
—¡Sí quiero! —dijo el niño, soltando a Hajime para poder poner sus dos manos cerrados a la altura de su pecho y dejar que su honesto brillo golpeara toda su cara. Tooru sonrió con orgullo ante esa felicidad, extendiendo sus brazos para que su Miyagi se acercará a él.
El de cabellos negros no dudó en acercarse a él, siendo envuelto rápidamente por los brazos y la fría chamarra deportiva de descanso de la selección, y elevándose en el aire cuando Tooru también se puso de pie.
—Si vas a estar con Miyagi, no vayas a tomar nada de alcohol ni decir malas palabras frente a él —advirtió el entrenador a su pareja, sólo logrando que Tooru asintiera a una velocidad impresionante y pensara en que podía soltar toda su labia grosera en otro idioma e Iwaizumi y su niño no lo notarían. Pero se lo calló—. Ni siquiera en otro idioma —advirtió Hajime, paralizando al castaño.
—S-sí, señor —destacó con la voz temblorosa el adulto, poniéndose firme de golpe y colocando la única mano que no cargaba a su niño en su frente, en forma de saludo militar. Miyagi vio las acciones de su padre y terminó por copiarlas, algo perdido.
Iwaizumi dio un respiro al ver a su pequeña familia actuar así, dio una apenas sutil sonrisa, dando un asentimiento para sí mismo ante el orgullo venidero de estar con esas dos personas importantes, y asintió con decisión.
La celebración fue relativamente normal, por suerte. Las cámaras los enfocaban, en busca de querer tomarles una fotografía que pudiera generar una nueva noticia en el mundo deportivo, a pesar de que fueron advertidos de que no podían acercarse mucho a los jugadores o enfocarse en ellos hasta el punto de ser hostigosos.
Morisuke y Lev estaban juntos, eso fue como un plato fuerte para personas que querían buscar hacer tendencia: el modelo con el líbero especializado de la selección, era algo increíble. Ni hablar que su único hijo de 12 años estaba rondando las instalaciones, cazando autógrafos de todos los jugadores de Japón y de Argentina que pudiera.
Yakov Haiba, un chico con nombre ruso y parte de su genética rusa, sus padres: Lev Haiba, un modelo famoso, y Morisuke Haiba, el líbero principal de la selección nacional japonesa. Justo ahora, no sabía cómo lidiar con los imperativos hijos de Bokuto Kotaro y Bokuto Keiji. En sus pequeñas manos aferraba su libreta y pluma con las que había recuperado grandes autógrafos de algunos jugadores a los que se atrevió a hablar sin mucho esfuerzo mental. Si podía ser sincero, el pequeño de cabello castaño claro y ojos de un verde muy claro, justo en ese momento se arrepentía de haberle hablado al señor Bokuto.
Le daba miedo el adulto, y le daban miedo sus tres hijos. Quería llorar.
El pequeño chico, a pesar de ser más alto y mayor que los tres niños que lo estaban rodeando, sin escapatoria por estar pegado a una pared, con dos niños en cada lado y el mayor en frente, se revolvía en sus nervios. Ni hablar de que la imponente figura de Bokuto examinándolo de pies a cabeza, expectante a que dijera palabra alguna, lo ponía de los nervios.
Yakov quería llorar, por lo que fingió no ver a esa familia revoltosa que lo examinaban como si se trataran de búhos que encontraron a su presa. ¿Los búhos se podían comer a los gatos?
Buscó con la mirada a su padre, Lev, encontrándolo pronto en una de las tantas mesas creadas especialmente para que los comensales pudieran sentirse más cómodo al comer, y lo vio devorando con delicia y emoción un curry.
—¿Qué necesitas, pequeño gato? —Ahora fue Bokuto quien le habló, deteniendo el pánico del chico, regresando a tierra firme tras esa cuestión, y observó con sus grandes ojos verdes al extraño e imponente Bokuto Kotaro, cruzado de brazos, con su chándal deportivo de descanso y esa sonrisa bien delimitada en sus ojos claros y cejas gruesas.
—¿Vienes a jugar conmigo? —El primero en hablar fue un niño llamado Ichiro, una pequeña copia de Keiji, sólo que sus ojos eran similares a un café bastante claro. Él era el hermano mayor, con 11 años de edad.
—¿O vienes a jugar conmigo? —relató ahora otro pequeño chico, llevándose la mirada curiosa de Yakov sobre el cuerpo del pequeño Bokuto, Jiro era similar a Kotaro, una fotocopia casi exacta. Era un año menor que Ichiro.
Yakov tragó seco y no se atrevió a decir palabra alguna, viendo con algo de miedo a las cuatro aves inquietas por un gato, pero ya un poco más confiado.
—¿O realmente vienes a jugar conmigo? —Por último, el chico de 9 años de edad, la perfecta combinación de Keiji y Kotaro, por sus cabellos azabaches levantados hacia arriba al desafiar la gravedad, con ojos rasgados bien afilados, de un color azul metálico, piel ligeramente bronceada y cejas gruesas. Saburo Bokuto, Ichiro Bokuto y Jiro Bokuto, eran los tres hijos del matrimonio Bokuto.
Tres seres aterradores y poco entendibles para Yakov, ya que no era la primera vez que los veía, pero sí la primera vez que les hablaba. Si podía ser sincero, les tenía un honesto miedo, los vio colgarse del jugador Shoyo Kageyama cuando la celebración inició, se le treparon como si fueran tres monos. Nunca olvidaría la cara consternada de Sora al ver a su padre siendo atacado por tres salvajes.
—¿O quieres jugar con los tres? ¿O quieres jugar con papá también? —Los tres salvajes hablaron al unísono casi al mismo tiempo, señalando con sus manos a su único padre cercano, en el mismo instante, como si estuvieran conectados.
Yakov sintió como sus ojos se arremolinaron de lágrimas, apartándoles la mirada a los cuatro de nuevo y sintiendo la necesidad de llorar. Le abrumaba mucho ese tipo de atenciones.
—Yo... me quiero ir a casa —sollozó Yakov, con sus ojos en forma de almendra a punto de derramarse por el pánico y sorbiendo sus mocos. Ahí los cuatro Bokuto hiperactivos se mostraron temerosos, viéndolo con sus cejas arqueadas hacia abajo y la naciente necesidad de echarse a llorar.
—¿E-estás bien? —cuestionó Ichiro con pánico, dando un grito certero ante la abrumadora atención que le pusieron a un chico que no le gustaba ser el centro de atención, notablemente preocupado.
Yakov dio un sollozo más largo y asintió en medio de sus lágrimas, fingiendo claramente. Kotaro se sintió en la necesidad de consolarlo, porque, aunque Keiji fue al baño, cuando regresara, y viera lo que le hizo a Yakov, lo más seguro era que lo regañaría. Ni hablar de que sentía la mirada gatuna a sus espaldas del padre del niño: Morisuke no se andaba con juegos y tal vez lo golpearía por haberlo hecho llorar.
—¡N-no queríamos asustarte! —destacó el único adulto del pequeño grupo formado de cinco integrantes, sólo logrando que Yakov dilatara más sus pupilas y se comiera un jadeo de pánico y susto para no preocupar a Bokuto, quien ya parecía alguien extrañamente infantil porque sus cabellos bien levantados, se iban cayendo poco a poco, por la tristeza. ¡¿Eso era posible?!
—Lo sentimos. —Fue Jiro ahora quien habló, sacando un pequeño pañuelo que Keiji les pedía que siempre lo llevaran por cualquier cosa en sus bolsillos, y la pasó tímidamente por las mejillas pálidas de Yakov, quien ya empezaba a tratar de estabilizar su terror.
Por último, fue el pequeño Saburo quien sacó su otro pañuelo y se lo ofreció, para que limpiara su nariz.
De alguna forma, terminó siendo consolado por los cuatro Bokuto y Keiji no supo qué decir al regresar del baño, y observar la extraña escena de sus tres hijos y su esposo rodeando y mimando al nervioso de Yakov.
Kei Tsukishima, por su parte, fingía no darse cuenta de que tenía la mirada de varios reporteros especiales que tenían permiso para estar ahí. Fingió no darse cuenta, sabiendo la razón del por qué lo estaban examinando. Tadashi y Ryusei, estando sentados en unas sillas también fingían no percatarse, y Kei sólo masticó el bollo relleno de curry que tomó de la mesa contigua. Sí, el antiguo jugador de Sendai Frogs y de un equipo local, pero de buen renombre de Hyogo, ahora llegaba como debutante a la Selección Nacional de Japón para participar en las Olimpiadas.
Para su suerte, su desastre mental donde evitó a toda hora observarlos y dirigirles una mirada de desprecio, se destruyó por la milagrosa intervención de Kuroo, tocándole el hombro a una de las chicas reporteras y señalando en su lugar a otra mesa algo alejado, donde los gemelos Miya se preparaban para realizar una competición sobre quién comía más en el menor tiempo posible.
—No vayas a ahogarte, ten cuidado —advirtió Shinsuke a su esposo, ligeramente preocupado por el descontrol que el rubio teñido podría tener con respecto a una batalla de ese estilo.
—Shin-kun, te preocupas por mí —relató con emoción Atsumu, teniendo un rubor certero en sus mejillas y sintiéndose querido por su pareja. Fácilmente permitió que el mencionado asintiera, cruzándose de brazos y algo retraído ante las actitudes infantiles que llegaba a tomar su pareja cuando se trataba de su hermano gemelo—. No te preocupes, tendré cuidado.
Muy al contrario, Suna, ya tenía preparada su cámara para grabar a su novio y su hermano atascándose en comida. Tal parecía de igual forma, que algunos reporteros ya estaban listos.
Cerca de ahí, Sakusa, recargado de una esquina, odiando las multitudes, estaba en esa celebración más por obligación de etiqueta que por otra cosa. El cubrebocas arriba, separándolo de todos los gérmenes nacientes de ese día, y la mala suerte de tener una sensación de déjà vu porque tenía a los dos gemelos de Atsumu frente a él, un poco más crecidos que la última vez, ahora con 14 años (casi 15).
—¡Omi-kun! —saludó Akechi con un tono elevado, pero sin llegar a ser irritante en modo de saludo. Sakusa sólo quiso irse a casa, siempre que se encontraba con esos niños, lo seguían a todos lados.
«Es que les agradas», recordó las palabras de Atsumu, completamente animadas y despreocupadas cuando le hizo saber que los dos gemelos de menor edad, lo seguían como si fuera un chicle.
—¡Omi-omi! —cantó con emoción Akemi, dando ligeros brincos en su lugar, soltando su emoción al reír con cierto aire alegre—. ¿Ahora sí te casarás conmigo? ¡Estudiaré mucho para convertirme en tu mánager!
Sakusa deseó que ocurriera un largo milagro para que le dieran su espacio. Podría charlar con ellos, tal vez, si estuvieran a veinte metros de distancia.
Sus plegarias parecieron ser escuchadas, en el instante preciso en que Akemi enfocó su mirada a la mesa más cercana de comida, notando el perfil serio del hijo mayor de los Kageyama, con sus rasgados ojos azules brillando por el exceso de postres ahí dedicados. A su lado, llegó su padre Tobio, listo para degustar un postre tras haber comido.
—¡Hishou-chan! —mencionó el nombre ajeno a una velocidad impresionante, llamando la atención del mencionado e interrumpiendo su concentración sagrada para decidir qué postre llevarse. Tobio ya cortaba un pedazo de tarta de mora y tomó un pedazo de pastel de fresa para Shoyo—. ¡Hishou-chan! —repitió, alzando sus dos brazos de manera veloz, para correr hasta el chico quien ya había captado su presencia.
En menos de un segundo, Akechi fue testigo de como Akemi saltó literalmente arriba del joven que era un año mayor que él, para envolverlo en sus dos brazos y comenzar a restregar su mejilla con la de Hishou, eufórico.
Al principio, el de hebras lacias se sintió perdido por la acción del gemelo mayor, terminando por ceder ante la energía alegre del chico y correspondiendo las caricias en las mejillas con emoción.
Cuando Tobio ya tomó las dos rebanadas, y levantó su mirada, se encontró con esa escena. No pudo evitar asociar de cierta forma, la actitud de Akemi con la de Atsumu.
—Regresaré con Shoyo y Sora, Hishou —llamó Tobio a su hijo, obteniendo la atención del mencionado, quien sólo pudo ampliar más su sonrisa ante ese aviso y asentir con positivismo.
—Sí, iré en un momento, papá —afirmó el mayor, sintiendo como los brazos de Akemi apretaban más su cuerpo. Tobio asintió como modo de respuesta y giró sobre sus talones, con los dos platos llenos de postre hacia la mesa donde Sora y Shoyo estaban sentados.
—¿Le gusta? —Sorprendentemente, fue Sakusa quien inicio la plática con el único gemelo que no se había acercado a Hishou Kageyama. El pequeño niño azabache negó a una velocidad impresionante, ante las actitudes de su hermano con el de ojos azules.
—No, sólo quiere casarse con él —afirmó Akechi, apartando la mirada cuando su gemelo sonreía de par en par ante la calidez de Hishou.
Sakusa se quedó más perdido ante la respuesta contradictoria del gemelo menor.
—¿Eso no es lo mismo?
—No, porque se quiere casar con todo el mundo.
—So-chan, abre tu boca —pidió Shoyo a su pequeño hijo menor sentado a su lado, tras haber enterrado la cuchara sobre la textura del pastel que Tobio le trajo y extrajo una buena cantidad. Sora dilató sus pupilas con emoción, abriendo su boca lo más grande que pudo, para poder recibir el pedazo de pastel que aterrizó—. ¿Está rico? —cuestionó el de hebras naranjas, recibiendo la respuesta sola del pequeño niño, con sus labios manchados de crema batida y la emoción a flote.
Tobio terminó de masticar el pedazo de su propia tarta, dando un vistazo a su esposo que limpiaba la boca de Sora con una servilleta, para apartarla después de unos segundos y observar su propio alimento. La contempló, hasta que su propia decisión venció cualquier otro movimiento, dando un asentimiento para sí mismo, enterrando la cuchara en la deliciosa textura de su tarta, extrayendo un considerable pedazo, y acercó la cuchara al pequeño rostro de su hijo menor.
—Sora, abre tu boca —pidió Tobio, con su seriedad normal de siempre. El mencionado volteó su cabeza para ver el pedazo de pastel que su padre le ofrecía, no perdiendo el tiempo ante esa petición, volviendo a abrir su boca lo más que pudo y recibió el pedazo de paraíso.
Sora se lo saboreó, dejando que la deliciosa combinación de sabores se estrellara en su paladar. Otra vez, dejando que su boca se llenara de rastros de comida regada.
—¡Mi turno, mi turno! —habló Sora en medio de una risa emocionada, extendiendo su mano para que Tobio le prestara la cuchara. El mayor se la entregó, ligeramente perdido, viendo como su pequeño hijo menor enterraba su cuchara en el pastel de Shoyo, sacando un pedazo del mismo, antes de mirar al más alto de sus padres, enseñándole el trozo de pastel.
—Abre tu boca, papá Tobio —animó el niño, haciendo que el perdido hombre asintiera con cierta torpeza, antes de abrir un poco los labios. Tobio fue alimentado por su hijo, sintiendo la suavidad del pastel de fresas de Shoyo, masticando con notable emoción el postre. Sora se mostró muy entusiasmado—. ¿Te gustó? —dijo a la expectativa, viendo como las mejillas ligeramente infladas de su padre se teñían de rojo y éste le asentía con un entusiasmo discreto, algo típico del Kageyama más alto.
Sora bufó con orgullo, inflando su pecho con cierto egocentrismo al recibir esa respuesta. Luego de eso, metió la cuchara en el pedazo de pastel de mora, sacando un considerable pedazo que un pequeño trozo se salió de la cuchara y se precipitó a caer de nuevo en el plato. En ese momento, Sora sintió como el aire se le escapaba de sus pulmones y la palidez llegó a su rostro, sólo logrando respirar con tranquilidad cuando el enorme pedazo de tarta decidió quedarse sobre la cuchara sin caerse.
Dio otro asentimiento para sí mismo, soltando otro bufido que se le escapaba siempre que lograba algo de lo que se sentía orgulloso, y ahora miró a Shoyo.
—Toma, papá Shoyo, prueba el pastel de moa... —apoyó, acercando la cuchara a la boca de Shoyo. Sobró decir que sus mejillas se pintaron de color rojizo al darse cuenta de que pronunció mal una palabra—. Mora —corrigió, con sus cachetes ya llenos de un rubor producto de la vergüenza, sus cejas negras arqueadas hacia abajo.
Shoyo reaccionó de manera apacible ante su equivocación, ampliando más la curvatura de sus labios y mirando el considerable pedazo de pan con el que todavía seguía batallando cuando trataba de hacerla.
—¿Es para mí? —cuestionó algo obvio, pero incentivando al menor de los Kageyama para poder hablar.
—Sí, abre tu boca —incentivó esa acción, ante la atenta mirada de Tobio que observaba esa escena cariñosa de los dos—. La pista está a punto de llegar al avión —precisó con cierta torpeza las palabras que el mismo Shoyo le decía cuando era un niño todavía más pequeño de lo que ya era, pero, diciendo el orden mal.
Shoyo Kageyama se rio al notar el pequeño error en la forma en la que las palabras fueron adornadas, pero no titubeó para abrir la boca y recibir el pequeño presente del de cabellos negros alborotados.
Tobio vio las acciones de ambos, atrapando entre su mirada como ahora era Shoyo quien metía la cuchara en la rebanada y sacaba un pequeño pedazo. Sora se mostró emocionado.
—¡Yo quiero la fresa! —avisó, sólo logrando que su padre hiciera un puchero de sus labios ante la idea de que él también la quería.
—¿Está bien si la partimos en dos? —interrogó el mayor, buscando la igualdad certera que convenció al pequeño de cinco años, entusiasmado por la idea.
—¡Está bien! —confirmó.
Tobio no pudo evitar dejar escapar una sutil sonrisa al verlos. Era de esas sonrisas que salían por un golpe de suerte cada mil años, con sus labios bien delineados y sus ojos fijos en la escena, sólo deteniéndose de golpe cuando Shoyo pareció llamar su atención, al acercarle le pedazo de pastel a la boca.
—Abre grande, Tobio —tarareó el mayor de ojos cafés, sólo sacando un sobresalto a Kageyama ante las atenciones de su pareja y su hijo menor.
Por supuesto, días después, la foto circulando por redes sociales que un reportero logró tomar de la verdadera sonrisa natural de Tobio cuando estaba con su esposo e hijos, se hizo rápidamente una tendencia ante el extraño paralelismo que ese hombre mostraba en fotografías donde era forzado a hacer esa mueca.
Tobio Kageyama Se Ha Resfriado
Kageyama Tobio atrapó un resfriado.
Sora y Hishou estaban preocupados. Ésa fue la razón por la que llegaron a la casa tan pronto como sus clases terminaron, Hishou pasó a recoger a su pequeño hermano menor por petición de Shoyo, llegando puntuales al umbral de su puerta, tocando el timbre dos veces seguidas como una forma de comunicación en clave que sólo sus padres y los hijos sabían.
La puerta se abrió con rapidez, dejando ver la figura masculina de Shoyo, con una sonrisa grande estampando sus mejillas al ver a sus hijos llegando a casa. Con rapidez, el de ojos cafés pudo notar como Sora venía con una pequeña bolsa de limones y miel enfrascada, mientras que el mayor venía cargando las dos mochilas.
—Papá está resfriado, así que le hemos traído algo del supermercado —declaró el de mayor edad, recibiendo con cariño el beso que Shoyo le propinó en el cachete al dejarlo pasar, y Sora fue atacado de la misma manera cuando el adulto se agachó, dejando húmeda su frente—. Queremos que se mejore pronto, y le cuesta dormir en las noches cuando se enferma, ¿verdad? —susurró Hishou con algo de preocupación, señalando el atardecer donde el Sol desprendía sus últimos colores del día en el cielo, y le daba paso a las estrellas y el manto nocturno para acompañar a la Luna.
—¡Le trajimos a papá Tobio algo mágico! —alentó con una euforia más discreta el niño de alborotados cabellos, levantando la bolsa de plástico a la altura de su cabeza, mostrando un remedio casero para los resfriados comunes—. Si lo hacemos, se curará al instante —aseguró con emoción el niño lo poco que había logrado entender de la boca de Ryusei entre tanto tecnicismo que se le escapaba en la mayoría en su vocabulario.
—A Tobio le pondrá feliz el saber que se preocupan por él —animó Shoyo Kageyama ante el entusiasmo que mostraban los dos Kageyama menores por querer cuidar a su padre enfermo. Hishou recibió el halago con cierta vergüenza, teniendo su cara y frente pintándose de color rojizo, antes de apartar con timidez la mirada a otro lado y rascar su mejilla izquierda con uno de sus dedos.
Sora, muy al contrario, le brillaron sus ojos, arqueó sus cejas hacia abajo y asintió con rapidez. Los dos eran bastante expresivos a su manera.
—¡Papá Tobio siempre nos cuida! ¡Yo lo quiero mucho! —asimiló Sora con emoción, entregándole a su padre Shoyo la bolsa con los ingredientes necesarios. Así, tuvo libre sus manos y pudo alzar sus dos brazos hacia arriba, queriendo alcanzar el cielo, poniéndose de puntitas para dar más impulso. Sus brazos bien estirados era su intento vago de poder plasmar el amor que le tenía a Tobio con algo que pueda ser entendible.
—Le pregunté a Ryusei si conocía algún remedio para que se sintiera mejor. Me dijo que sería bueno té de jengibre con limón —aseguró Hishou, alternando su tímida mirada en la figura sonriente del adulto y siendo algo sutil—. Y recordé que cuando se enferma, le haces té de limón con miel para que pueda dormir bien, así que, terminamos trayendo de eso...
Sí, Shoyo conocía demasiado a Tobio, que siempre que éste se enfermaba, lo cuidaba y lo mimaba demasiado. Por lo que sí fue algo sorpresivo ver como el mayor dilató sus pupilas ante esa respuesta, sólo tardando unos cuantos segundos, antes de dibujar una sonrisa grande en su rostro y levantar la bolsa con las cosas compradas por los dos niños a la altura de su rostro.
—Vamos a hacerle su té para que pueda dormir —susurró con facilidad, haciendo que sus dos hijos tomaran aire de sus pulmones y se prepararan para querer gritar, con sus labios abiertos ligeramente y el brillo destilando sus ojos azules. Sin embargo, antes de que su casa se llenara de todo el ruido que se acostumbraba tener diario, el mayor de hebras naranjas posó su mano que no tomó la bolsa cerca de su boca, con un dedo levantado que formulaba silencio—. Sólo hay que tratar de no hacer mucho ruido.
—Sí... —soltaron al mismo tiempo los dos hermanos, haciendo un extraño movimiento con su boca que sacaron sus dientes.
Tras eso, Hishou fue a cambiarse su uniforme del Karasuno, regresando más tarde con una playera blanca y pantalones deportivos holgados grises. Al ingresar a la cocina, se topó a su hermano y su padre esperándolo, Shoyo era el único que usaba un delantal de cocina completamente de color naranja.
Cuando estuvieron los tres, Shoyo se mostró entusiasmado ante la preparación del té de limón con miel, siendo él el primero quién saco de su pequeña alacena de color similar al chocolate, un pequeño pocillo donde depositó el agua suficiente para cuatro tazas, y la puso a hervir en la estufa. Su pequeño secreto era que ya tenía todos los ingredientes para el té, pero fingió sorpresa al ver la euforia de sus hijos.
—¿Puedes cortar estos limones? —cuestionó Shoyo a su hijo mayor, sacando tres limones un poco más grandes de los que usualmente se conseguían de la bolsa. Hishou asintió, acercándose hacia el sitio donde se encontraba la tabla de picar, y se esforzó para hacer un corte certero cuando el filo atravesó la cáscara y el sitio agrio.
Sora observó maravillado a su hermano mayor, y luego a su padre, quien ya sacaba de la alacena un exprimidor de color azul. Se sintió inquieto de manera inevitable.
—¿Yo qué haré? —gritó, algo preocupado el pequeño Sora, llamando la atención de Shoyo.
—Espera, So-chan, te tocará verter la miel en el limón —acató con decisión, sacando un pequeño traste de vidrio donde el limón será vaciado. Hishou se mostró ilusionado cuando el mayor le entregó en exprimidor, dando un asentimiento certero y tomando la misión.
Al mismo tiempo, el niño de cinco años empezó a impacientarse, mirando a su hermano mayor exprimiendo los limones en el recipiente. Sus cejas fueron arqueadas hacia abajo y sus mejillas levemente infladas por la molestia. Para colmo de sus males, la barra estaba demasiado alta para él, a duras penas podía llegar a la mitad.
—So-chan... —mencionó el único adulto en la cocina, acercándose hasta su hijo menor y sólo recibiendo como respuesta, sus dos pequeños brazos extendidos a los costados, queriendo ser cargado. Shoyo Kageyama acató la orden, envolviendo en sus brazos su pequeño cuerpo y elevándolo en el aire, para quedar a la altura de la barra.
Hishou comenzó a tararear una leve canción al ir exprimiendo el segundo limón en el sitio, mientras Shoyo sacaba de la bolsa el frasco con miel comprada. Sora se estiró para tomar una pequeña cuchara de su portacubiertos.
Tan sumergidos estaban en su pequeño mundo, que se asustaron demasiado cuando la puerta corrediza se abrió, dejando ver en el umbral del comedor y la cocina, la seria figura de Tobio, llevando un cubrebocas blanco, su pijama color azul, su frente roja y sus cabellos despeinados.
—¡Tobio! —gritó Shoyo notablemente asustado, viendo como el mayor cerró levemente sus ojos al ver a los tres en la cocina.
—Papá, ¿te sientes mejor? —Fue Hishou el primero en preguntar, exprimiendo el último limón.
Tobio afirmó con curiosidad, mostrándose notablemente interesado en lo que todos estaban haciendo.
—¿Qué están haciendo? —interrogó a pesar de que todo era demasiado obvio. Sora fue el primero en hablar, observando a su padre y soltando en sus facciones esa sonrisa aterradora que ensombrecía su rostro usualmente tranquilo.
—Brujería —avisó el pequeño Sora, dando un tono tétrico al ambiente que sacó de sus casillas al enfermo porque su sonrisa no ayudó a su inexperiencia y las palabras limitadas de su repertorio—. Te pondrás mucho mejor al instante, papá Tobio...
Kageyama tragó grueso ante esa cuestión, siendo regresado a tierra firme cuando la mano de Shoyo cayó sobre las hebras desordenadas de Sora, borrándole su sonrisa al ser tomado desprevenido por esas caricias sorpresa.
—No es brujería, Tobio, te estamos haciendo un té para que puedas dormir bien —confesó Shoyo en medio de una risa, haciendo que el mencionado se mostrara notablemente sorprendido ante las atenciones que buscaban hacerle—. ¿Quieres cenar? Hoy hice curry de cerdo, y podemos ponerle un huevo arriba si tú quieres —respondió con emoción, fingiendo que no se dio cuenta cuando las pupilas ajenas se iluminaron levemente al ver que Shoyo hizo como cena su comida favorita—. Hi-chan, ayuda a So-chan a que coloque la miel en el limón —indicó Shoyo a Hishou, entregándole a su hermano en brazos para que lo cargara y le hiciera caso. Así él pudo acercarse a la estufa con mayor libertad, apagando el agua hirviendo y destapando la olla de la comida, Tobio se acercó hasta donde estaba Shoyo, teniendo la necesidad casi instintiva de querer ayudarlo, empezando a sacar los cuatro platos de comida, y llamando la atención de su pareja, quien no dejó que hiciera más—. Descansa, Tobio —exigió Shoyo con un tono decidido, dejando que éste pusiera los platos en la barra, para proseguir a empujar suavemente su espalda, dirigiéndolo a la mesa y lo obligó a sentarse a esperar. Tobio lo miró con el ceño fruncido y éste le correspondió la mirada de la misma forma.
—Shoyo... —Antes de que él pudiera soltar palabra alguna en modo de protesta, el susodicho se acercó más a él, para rodearlo con sus brazos y transmitirle calidez entre su forma de querer mimarlo cuando estaba enfermo.
—Cuando alguien está enfermo, debe de descansar —aseguró, subiendo su mano lentamente sobre sus cabellos y empezó a pasar sus dedos sobre ellos, acariciándolos—. ¡No te preocupes, Tobi! Estás en buenas manos —avisó, sólo dejando que todo el calor acumulado en el cuerpo del hombre resfriado, llegara a su cara, notablemente avergonzado.
—Cásate conmigo, Shoyo —murmuró, dejando que los cariños en su cabello se hagan más pronunciados.
—Ya estamos casados. —Rio Shoyo.
Hishou y Sora habían traído el futón grande para invitados a la habitación de sus padres, y aunque Shoyo les dijo que no era necesario que se quedaran, los dos insistieron. Por eso los dos hermanos habían terminado durmiendo sobre el futón, completamente arropados y tomados de la mano. Cuando se dormían los dos juntos y sólo eran ellos, siempre hacían eso, casi por impulso, sus manos buscaban juntarse. Shoyo estaba sentado en el respaldo de su cama, recargado de una almohada, viendo en la oscuridad de la habitación las dos siluetas tranquilas de sus dos hijos que vinieron a hacerle compañía a Tobio para que no se aburriera. Hishou le trajo algunas grabaciones de partidos guardados en su teléfono, y Sora sus juegos de mesa, como el de Adivinar a la persona descrita y Adivinar el objeto en la tarjeta que está colocada en tu cabeza.
Al llegar la hora del descanso y que hayan tomado un baño, fue la hora de dormir. Shoyo no se podía acostar porque tenía en su regazo al adormilado Tobio. No se quejaba, le gustaba consentir a su esposo cuando éste se enfermaba por sus actitudes extrañamente dóciles.
Sus cabellos lacios desprendían un delicioso aroma a chocolate (el olor del shampoo familiar de esa ocasión), y Shoyo se sentía satisfecho porque le gustaba que compartieran el mismo aroma desde que habían empezado a vivir juntos varios años atrás.
—¿No vas a dormir? —cuestionó Kageyama, moviendo su cabeza que estaba recargada de los muslos de Shoyo, girando su cabeza de una forma en la que pudiera verlo. El de menor estatura asintió, ahora apartando lentamente su mano de sus cabellos por la pálida piel ajena, paseando por sus mejillas con las yemas de sus dedos.
Los dos se miraron a la cara, y Shoyo fue el único que sonrió.
—Dormiré después de que tú te duermas —avisó el de mayor edad, teniendo los serios orbes azules sobre su cara por un buen rato. Shoyo no mintió, ése era su plan inicial, y Tobio pareció satisfecho, volviendo a apartar su mirada, acomodando de nuevo su cabeza en la posición anterior y dejó que Shoyo le acariciara sus cabellos—. ¡Te cuidaré!
Por supuesto, su verdad terminó siendo una mentira, eso lo entendió Tobio cuando pronto dejó de sentir las caricias en su cabello, sintiendo la presión de la mano ajena en su cuerpo y se forzó a levantar su rostro, cumpliendo lo que ya se esperaba: Shoyo se durmió antes que él, sentado, en una posición para nada cómoda.
Tobio suspiró un poco, enderezando su cuerpo lo más silencioso que pudo, pasando su mano por la mejilla suave de su pareja, sonriendo con sutileza al ver lo lindo que era dormido.
Lo acomodó en la cama a su lado, bajando la almohada para que él pudiera recargarse de ésta, y en su lugar, utilizó su brazo, para que fuera la almohada improvisada de Shoyo y lo apegó a su cuerpo. El más bajo pareció intuir todo casi de manera inconsciente, dando un pequeño sonido débil en medio de su sueño, buscando esconder su cara cerca del cuello ajeno y unos de sus brazos lo rodeó para abrazarlo.
Tobio así pudo dormir tranquilamente.
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