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Hiroshi & Hishou

Capítulo dedicado a: BokuAka_4_ever, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!

Hiroshi estaba en su último año de primaria. Eso no era algo que a Hiro le importara, porque su hermano mayor seguiría siendo su hermano mayor, a pesar de que no fueran juntos en la misma institución. Hishou tampoco mostró ningún rastro de culpa ante esa verdad universal, por más que pudiera llegar a ser dolorosa, su pequeño grupo de amigos con los que jugaba era: Misato Kindaichi, Hiro Sawamura, Taro Nanashima, Hiroshi Sawamura, y a veces Kuta Shirabu. En definitiva, no había necesidad de que se preocupara.

No...

—Entonces, nos vemos. —Se despidió Hiroshi de sus dos amigos de la institución con los que habitualmente se juntaba. La campana sonó para indicar el final del primer descanso y el chico de cejas gruesas de color grisáceo se adelantó con rapidez a su salón. Durante su camino por el pasillo, se chocó con un niño pelirrojo y una niña rubia con los que terminó iniciando una conversación. Posibles amigos de su aula.

Cierto, Hiroshi tenía sus propios amigos de su edad, a veces Hishou olvidaba eso porque durante todos los descansos, siempre estaban juntos. Hiro era un poco más diferente en ese aspecto, viajaba de grupo en grupo, a veces estaba con ellos, luego con sus amigos de su salón jugando a las atrapadas o escondidas.

—Hiroshi-senpai se graduará cuando acabe este año, ¿verdad? —La voz del chico castaño que estaba a su lado, logró llamar la atención de Hishou, dando un asentimiento apenas sus miradas se encontraron. Luego, fue como un impulso que ambos comenzaran a caminar por el pasillo de la primaria para llegar al aula.

A Hishou no le importaba que Hiroshi se fuera a graduar, sabía que seguirían juntos, porque Hiroshi siempre lo cuidaba y le prestaba atención.

—¿Sabes a qué secundaria quiere ir? —soltó Taro de sus labios, mientras empezaba a dar unos pequeños saltos, simulando jugar al avioncito con los cuadros invisibles sobre el piso del pasillo.

Hishou asintió de igual forma.

—A la secundaria Akiyama, creo... —murmuró con facilidad, arqueando sus cejas hacia abajo y teniendo un delicado temblor en sus labios al temer no saber cómo expresarlo con palabras.

A Taro se le iluminaron los ojos de la emoción ante esa verdad, juntando las palmas de sus manos y sonriendo con emoción. Había tenido una magnífica idea.

—Podemos seguir a Hiroshi-senpai, ¿por qué no entramos a la misma secundaria que él, Kageyama? —cuestionó con emoción el niño castaño, teniendo un obvio rubor en sus mejillas y sintiéndose un genio cuando Hishou lo miró expectante. Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que el entusiasmo del pequeño azabache de ojos azules se borrara, al sacudir con velocidad su cabeza, y miró hacia el frente, decidido.

En su panorama de vista, se podía ver a la profesora Amai afuera del aula, llamando a los niños que seguían en el pasillo para que ingresaran.

—¡No puedo! ¡Quiero ir a Kitagawa Daiichi! —informó con seguridad, levantando su puño cerrado a la altura del pecho y miró al techo con una arrogancia fingida. Mala idea, casi tropieza, pero salvándose por el movimiento rápido de sus pies dando unos pasos hacia el frente. Esa pequeña vergüenza que pasó ante la mirada estupefacta de Nanashima, lo hizo ruborizarse, resaltando más el color rojizo en su frente—. Quiero jugar voleibol en un club y mi papá me contó que en Kitagawa se crean equipos grandes, grandes —aseguró con emoción el niño con completa facilidad, estirando sus dos manos a los costados para darle vida a su expresión.

—Mmmmm... —Fue lo único que pudo decir Nanashima al principio. Luego, levantó sus hombros y bajó de su nube a Hishou, al poner su mano sobre su hombro—. En ese caso, hay que aprovechar el tiempo que queda para estar con Hiroshi-senpai... —dijo con completa facilidad, dejando que un escalofrío recorriera el pequeño cuerpo de Hiroshi por esa forma tan segura de ser de su amigo que era unos centímetros más alto que él.

—¿Por qué?

—Mi prima dice que en la secundaria hay muchas cosas que cambian... —empezó a decir con facilidad, haciendo un pequeño puchero en sus labios y levantaba su dedo hacia el aire, mientras pensaba. Ni hablar de que la mirada de Hishou sobre su persona estaba temblorosa, algo asustada por lo que podría decir—. Dice que es normal que a partir de esa edad conozcan a una persona especial que opacará a las otras, que querrán estar con esa persona y empezarán a hacer cosas de adultos.

—¿«Cosas de adultos»? —repitió Hishou, perdido. Taro enrojeció al darse cuenta de que debía de explicar más las cosas, sintiéndose alguien fácil de influenciar porque, de repente, toda su cara estaba roja y los nervios lo hacían sentirse inseguro.

—Como b-besos, abrazos o to-tomarse de las manos... —susurró Nanashima con absoluta destreza, parando su caminar de golpe para poder enfocarse en ocultar su rostro apenado por esas cosas que no entendía con sus dos pequeñas manos.

Hishou también detuvo sus pasos y abrió su boca de golpe, asustado ante esa posibilidad. ¿Alguien besando, abrazando y tomando de la mano a Hiroshi?

¡Un segundo!

¡Él hacía eso!

—Yo he hecho con Hiroshi esas cosas —comentó Hishou con destreza, con sus enormes y rasgados ojos azules al sentir como se perdía en ese pensamiento, y Taro se mostró genuinamente sorprendido ante esa revelación—. A veces, Hiroshi y yo nos tomamos de la mano cuando regresamos de la escuela juntos, y él me abraza. Pero no nos hemos b-besado... —aseguró con absoluta facilidad Hishou, sólo teniendo cierta dificultad al pronunciar la última palabra, al recordar que su padre Shoyo le había dicho que sólo podía besar como él lo hacía con Tobio cuando fuera más grande, y que fuera con alguien que él quería y que la otra persona estuviera de acuerdo.

«No debes de besar a alguien a la fuerza si ésta no quiere».

—También dijo que es normal que los amigos de la primaria no sigan hablando mucho o pasen mucho tiempo juntos por ir a escuelas diferentes —relató Nanashima, con facilidad, mientras la voz de la profesora los llamaba para que se apresuraran.

Hishou Kageyama sintió cómo el mundo se le caía.

¡Sería olvidado por Hiroshi!

Hiroshi entendió que Hishou estaba actuando extraño desde que entró a su primer año de secundaria. Claro, apenas llevaba 15 días en su nueva escuela y Hishou era un chicle, en el sentido literal de la palabra.

Durante la salida de clases, Hishou llegaba acompañado de Hiro, a veces de Taro y la mayoría de veces solo a su nueva escuela. Durante sus juegos, cuando se reunían para comer dulces comprados de la tienda del señor Ukai, Hishou se sentaba demasiado cerca de su cuerpo: literalmente pegados, que sus piernas, brazos y hombros llegaban a chocar; cuando caminaban juntos, Hishou siempre buscaba que se tomaran de la mano y cuando se tenían que separar para ir cada quien a sus respectivas casas, el pequeño Kageyama lo miraba con sus finas cejas negras hacia abajo, sus delgados labios respondiendo ante su frustración y sus fuertes ojos azules temblorosos lo encaraban hasta que corría a abrazarlo.

Francamente no le molestaba el exceso de atenciones de Hishou.

Sin embargo, cuando el niño que era dos años menor que él faltó un día de improviso a buscarlo a su secundaria, se le hizo extraño. Decidió ir a su antigua primaria Suno, robándose la mirada de algunos niños al verlo usar un pequeño uniforme de saco verde con pantalones cafés: «un niño grande», quizás.

Se acercó a preguntar a la profesora Amai, pero sólo recibió un: «el señor Kageyama llamó, dijo que estaba resfriado».

Y justo ahora, en ese instante, lo llevaba a la situación de estar parado en la pequeña casa en las afueras de Miyagi de un estilo tradicional japonés, con su pálida piel siendo inundada por los nervios al esperar que su amigo muy querido estuviera bien, sintiéndose extraño porque durante todo el trayecto a la casa de los Kageyama, se sintió vacío. La presencia de Hishou ya era indispensable para él.

Dio un respiro pesado, viendo el timbre afuera de la casa tradicional japonesa, con un escalofrío recorriéndolo: ¿por qué estaba tan asustado? Tobio y Shoyo eran muy amables con él, era una familia muy cálida, no había nada que temer... 

Terminó por tocar la puerta, y casi al instante, la voz amable de Shoyo Kageyama respondiendo, lo tranquilizaron.

Shoyo era una persona amable y alegre, y Tobio era alguien amable, aunque diera miedo al principio por lo alto que era y su cara aterradora. La radiante sonrisa de Shoyo en el umbral de la puerta por verlo de visita, rápidamente lo hizo sentirse en casa.

—Hola, Hiroshi-kun —saludó el adulto, haciéndose a un lado para que pasara. El mencionado lo hizo, dando una reverencia antes de ingresar a la casa ajena y dar una pequeña sonrisa apenada.

—Perdón por la intromisión, Shoyo-san —rectificó su presencia con una disculpa, recibiendo con entusiasmo los zapatos de interior para invitados que Shoyo Kageyama le ofreció.

Shoyo negó ante la disculpa, y pasó su mano sobre las hebras lacias y algo despeinadas del pequeño niño, invitándolo a pasar.

—No hay ningún problema, Hi-chan se pondrá muy feliz cuando te vea —alentó el único que tenía las hebras naranjas de esa pequeña familia, invitándolo a que lo siguiera hasta llegar a la sala. Hiroshi abrió un poco sus ojos al oír esa afirmación de Kageyama, teniendo que dar un asentimiento a medio camino, mientras observaba al adulto que caminaba a su lado—. Verás, Hi-chan se ha puesto muy inquieto hoy, Tobio me dijo que lo encontró en más de una ocasión queriendo salir por la ventana para ir a verte... —soltó con preocupación y guardándose para sí mismo que él había hecho lo mismo cuando era un niño que iba en secundaria. Él sí tuvo éxito en su huida e incluso pudo salir a jugar con sus amigos béisbol, sin embargo, días después, cuando él se recuperó, se dio cuenta de que contagió a todos.

Hiroshi no dijo nada ante esa revelación, sólo mostrando como sus ojos oscuros se llenaban de una muestra de euforia y sorpresa y sus mejillas se tiñeron de rojo. ¡De un momento a otro, el de hebras grisáceas ya tenía sus mejillas llenas de un color rojizo!

Al entrar a la sala, se encontró a Kageyama Tobio recostado sobre el sofá, durmiendo plácidamente, y arriba de él, en un abrazo, tenía al durmiente Sora. Los dos cubiertos con una manta delgada de color amarilla con un león sonriente en el centro que Shoyo les proporcionó. Tobio había tenido una noche ajetreada por asuntos de la Liga Nacional, estaba demasiado cansado y terminó rendido en el primer sitio con Sora en sus brazos. 

Hiroshi fue testigo de como Tobio recibió una pequeña cachetada en la mejilla por parte de su hijo menor cuando sintió que la posición en la que estaba no le gustaba y gruñó entre sueños. Hiroshi se aguantó una risa y prefirió enfocarse en llegar a la habitación, siendo conducido por el alegre hombre.

Cuando llegaron a la pequeña puerta corrediza del hijo mayor, Shoyo le dirigió una mirada a su persona y le sonrió con facilidad cuando su mano buscaba tocar la manija para recorrer la puerta.

—Hi-chan hace poco despertó, y su amigo, Taro-chan, vino a visitarlo y a dejar los deberes. Hiro-chan y Misato-chan también vinieron a disculparse con él, porque ayer Hi-chan se cayó al río mientras jugaban y por eso está enfermo —puntualizó las escenas pasadas, abriendo por fin la puerta corrediza para dejar ver al pequeño niño sentado en su cama, con su pijama todavía puesta y arropado con delgadas cobijas, tenía el cubrebocas abajo porque en sus manos tenía una infantil taza rosa que tenía dibujado un tanuki (el animal favorito de Hishou) en el centro, con leche caliente. Estaba enfocado en sí mismo—. Hi-chan, Hiroshi-kun vino a verte —declaró Shoyo con una gran sonrisa en sus labios, entrando al cuarto del pequeño niño que apenas vio a Hiroshi en el umbral, con una suave sonrisa en sus labios y moviendo su mano en modo de un saludo silencioso, por poco y escupió el tragó de leche que estaba tomando.

Shoyo llegó a un lado de la cama del niño, dando una suave sonrisa cuando su hijo terminó por pasar con éxito el último sorbo de leche y le entregó la taza. Shoyo Kageyama pasó su mano abierta por la frente de su hijo mayor, apartando los cabellos lacios que estaban sobre su frente y notando que la fiebre ya había desaparecido: sus ojos se notaban más abiertos y vívidos a como estaba esa mañana.

Hishou recibió las caricias de su padre, inclinando su rostro hacia donde estaba su mano y subió su mascarilla para que no pudiera contagiarlos.

—Si te sientes mal, sabes que puedes hablarme —afirmó Shoyo en un susurro, dando una última caricia a su cara antes de alejarla y alejarse él también. Giró sobre sus talones y miró a Hiroshi, que todavía seguía quieto en el umbral—. Puedes pasar, Hiroshi-kun. Te traeré un poco de té —comunicó, haciendo una sonrisa algo cortada de sus labios ante la pena acumulada en su cara y le levantó su pulgar arriba—. Esta vez, fue Tobio quién lo hizo antes de quedarse dormido, no te preocupes —concretó, sólo logrando que Sawamura diera un respingo y asintiera, retraído.

—No hay problema, Shoyo-san. —Sí, Hiroshi recordaba que cuando tenía cinco años, en su primera visita en la casa de los Kageyama, Shoyo les ofreció un té casero, que sólo tenía el color del té y la apariencia, pero al probarlo, sólo sabía a agua. Tobio les había dicho que Shoyo seguía practicando, y que, si no lo querían, se lo podían dar a él, pero que no lo tiraran. Todavía recordó la carcajada de su padre Koushi al ver a Tobio actuar así, y sus palabras: «no pasa nada, nos lo vamos a tomar».

Shoyo salió de la habitación, y todo quedó en silencio. Hishou y Hiroshi se miraron por unos segundos, y ninguno dijo nada al instante.

Hasta que Hiroshi se impacientó.

—Hola —buscó iniciar conversación, dando otra sonrisa amable llena de pánico. Suficiente para tirar todo por la borda al pequeño niño.

Un sollozo salió de los labios de Hishou, su voz infantil resonó por el cuarto y Hiroshi entró en pánico al verlo así. El niño que era dos años menor que él lloró con dramatismo, levantó sus dos manos al aire y empezó a mover sus dedos con impaciencia. No se creía que Hiroshi estuviera ahí.

—¡Hidoshi! —gritó el azabache que ya tenía las lágrimas en sus ojos y con su voz saliendo mal. El color rojizo empezaba a poblarlo. Hiroshi tragó grueso, no sabiendo si debía de llamar a Shoyo para que viniera a verlo o acercarse: ¿¡qué hacer!?—. ¡Viniste! ¡No me olvidaste! —musitó en medio de sus labios, logrando que Hiroshi corriera casi a la par hasta donde estaba él y lo envolviera en un cálido abrazo.

Hishou correspondió el abrazo al sentir como los delgados brazos del otro niño lo envolvían, y él se recargó de su pecho.

—Pero, ¿qué estás diciendo, Hishou? —cuestionó Hiroshi con cierto tono alterado, al no saber qué decir, mientras el pequeño niño le rodeaba la espalda con sus brazos y sólo lloraba más fuerte—. ¿Por qué te olvidaría? Eres alguien muy importante para mí, te quiero mucho, si estás enfermo, por supuesto que vendría a verte —expresó con facilidad el niño de cabellos grisáceos y piel blanca, haciendo un pequeño mohín con sus labios al notar que el llanto sólo se hacía más fuerte cuando le dijo esas palabras y el agarre se hizo más pronunciado. Hiroshi era fácil de influenciar en el ambiente, por lo que, sus ojos negros, poco a poco, empezaron a ponerse acuosos.

—¡Yo también te quiero mucho, Hiroshi! —manifestó el de menor edad entre sus lágrimas.

Familia Miya: La Amenaza de Akemi y Akechi

Nota: todo ocurre cerca de las épocas navideñas, pero no el día exacto de navidad. Antes del capítulo Navidad.

No había nada más diferente entre sí que los gemelos Miya. Akechi y Akemi eran como el ying y el yang, a pesar del extenuante parecido, era cierto que en cuanto a personalidad no eran para nada similares, y eso Atsumu y Shinsuke lo sabían. Lo sabían demasiado bien.

Los dos podían ser unos buenos jugadores de voleibol en su club local de primaria, los dos siendo bloqueadores y rematadores que competían entre ellos para ver cuántas pelotas se lanzaban al otro lado de la red en menor tiempo. Podían ser amigos de un chico un año mayor que ellos, Ryusei Tsukishima, que se mudó años atrás a su prefectura. Podían tener los cabellos algo alborotados de color negro, gracias al atractivo natural de su padre, Atsumu; como también, esos ojos gatunos de un brillante café y las cejas finas gracias a Shinsuke. Incluso recibieron un lunar cerca del ojo izquierdo, regalo de su abuela y madre de Shinsuke. Eran como dos gotas de agua, sus nombres hasta tenían cierto parecido al pronunciarlos, aunque uno lo eligió Shinsuke (Akechi) y el otro fue Atsumu (Akemi).

Pero no eran iguales.

Akechi era tranquilo, amable y apacible. Akemi era un problemático, respondón y extrovertido. Akechi era muy desordenado, y Akemi tenía su habitación bien organizada. Por culpa de Akemi, casi siempre estaban peleando.

«¿Quién se comió mi helado, Kemiiiii?», una pelea.

«¡La tele era mía, Kemi!», otra pelea.

Casi diario era una pelea y casi siempre eran reñidos por su padre Shinsuke. O bueno, su padre sólo los miraba quieto y detenidamente, con sus ojos vacíos, y dejaban de hacer todo su escándalo.

Los hermanos gemelos eran como enemigos naturales que no se llevaban bien. Lo tenían escrito desde su primera pelea como fetos, siendo catalogada en una ecografía.

Cada excusa era digna para agarrarse a golpes, y cada excusa servía para crear peleas verbales con insultos usados por niños de ocho años.

Pero también era cierto que en muchas ocasiones unían sus fuerzas para divertirse o para ganar ciertos privilegios...

—Atsumu, ¿no has visto el alce navideño que mi abuela me regaló? —cuestionó Shinsuke Miya cuando el mencionado llegó de su viaje a Tokyo para pasar las fiestas navideñas con su familia. Ese día, llegó con mucho ánimo el rubio teñido, emocionado y feliz cuando vio en el umbral de la sala esa noche a su pareja. Corrió casi hasta él, dejando sus maletas en la entrada para abrazar el cuerpo que era mucho más bajo que él y lo envolvió en un abrazo cariñoso, antes de dejar un beso sobre sus cabellos en modo de saludo.

—¿Por qué? ¿No lo encuentras? —murmuró en voz baja, pasando su mano sobre sus cabellos. El usualmente serio Shinsuke asintió, con cierta preocupación en su rostro—. ¿Quieres que te ayude a buscarlo?

—Sí, lo empezaré a buscar mañana —advirtió con completa facilidad al dar un suspiro pesado de su boca. Atsumu hizo más pronunciadas las caricias sobre sus hebras y miró la sala que tanto había extrañado, ya adornada por el árbol navideño lleno de esferas y las cartas de sus dos gemelos.

—¿Los niños ya se durmieron? —cambió el tema de conversación Atsumu, al ver como las expresiones aparentemente estáticas de Shinsuke, daban la impresión de querer hablar de otra cosa en su primer encuentro, antes que de un alce perdido. El serio hombre de hebras grises asintió.

—Sí, hace poco...

—Entonces, ¿quieres revisar sus cartas? —Invitó el mayor, queriendo animarlo, alejándose un poco de él para poder tomarlo de la mano y conducirlo al interior de la sala, hasta donde se encontraba el árbol lleno de escarcha y las dos cartas de los gemelos—. ¿O ya las has leído, Shin-kun?

El mencionado ante el apodo dicho negó con la cabeza, con un enorme rubor en su cara apenas visible y sólo mostrando con discreción sus sentimientos al apretar el agarre de sus manos.

—Todavía no, esperaba que llegaras para que busquemos los regalos juntos —confirmó, sólo logrando que Atsumu sintiera una sacudida en su pecho, antes de gritar de la emoción.

—Entonces, ¡hay que abrirlos!

Mala idea.

Sí, mala idea.

«Papá, Kechi y yo tenemos a tu alce.

Si quieres volver a verlo, debes de dejar como ofrenda alguno de estos regalos...», y la carta seguía con juegos de mesa, bicicletas, o juguetes.

Oh, no.

La letra de Akemi era la que firmaba la carta. Pero Akechi también estaba implicado. La carta que tenía Shinsuke en las manos la volvió a leer varias veces, mientras no mostraba expresión alguna en sus facciones serias de siempre.

Atsumu fue el primero en reaccionar.

—¡Akechi Miya! ¡Akemi Miya!

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