Día 03
Capítulo dedicado a: Nuchi_A y alexxwr, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!
Chismes En La Playa
—Tsukki, ¿puedes ayudarme con el bloqueador en la espalda? —Al adulto de hebras verdes en definitiva no le gustaba la idea de broncearse bajo un fuerte día de verano. Bajo las enormes sombrillas, y observando de reojo como Shoyo llenaba la carita de Sora con bloqueador solar para que su piel no se lastimara, Kei se posicionó detrás de él.
Kei tomó la pequeña botella de color blanca, la abrió y la exprimió. Tadashi no tenía a nadie más para pedir ese tipo de cosas, Ryusei salió hace poco con Hishou a una pequeña montaña rocosa que estaba a unos metros de distancia, y los dos chicos, con camisas y pantalones cortos de verano, exploraban las zonas para encontrar conchas marinas.
Tadashi se encogió en medio de su zona relajada, cubierto con el paraguas y la manta en el suelo, aún con su traje de baño que sólo consistía en un short verde que llegaba hasta sus rodillas, pudo sentir los helados dedos de Tsukishima acariciando su espalda, empezando desde la parte baja e iba subiendo poco a poco en medio de obvias caricias al untar la crema. Pero eso no fue del todo importante para Tadashi, en su lugar, sus ojos se enfocaban en su único hijo, notando su figura en la lejanía: el chico con sus grandes gafas de color negro, gritando con pánico al ver como el joven Hishou sacó de entre las rocas, un pequeño cangrejo. Tadashi sonrió, su curva era la de alguien que en definitiva se sentía culpable.
—A Ryuryu le está costando trabajo volver a hablar con Hishou-chan —murmuró, llamando la atención del rubio mayor que tallaba la parte alta de la espalda de su esposo. Rio con cierta timidez, apartando la mirada por fin, y miró con cierto pánico a Tsukishima, como si temiera la posible respuesta que podría obtener—. Me pregunto si fue buena idea ir a Hyogo...
Kei oyó cada una de sus palabras, no se burló ni pronunció algo de más. Con facilidad, asintió y alejó sus manos de la espalda ajena, tras haberle puesto el bloqueador.
—Creo que fue mi culpa.
—En todo caso, sería culpa de los dos, los dos lo decidimos y los dos nos mudamos a Hyogo —aseguró con completa seguridad, dando un claro respiro de su boca algo pesado, posando sus dos palmas abiertas en su espalda e inclinó su cuerpo hacia adelante, asomándose detrás de su pareja para que éste lo notara—. Lo que pensamos fue que tendríamos una mejor oportunidad allá, pensaste en el bienestar de Ryusei, ¿de qué te tienes que sentir culpable? —confesó, con su típica seriedad agridulce, pero no le reclamaba. Era su extraña forma de dar apoyo.
Tadashi asintió en medio de sus preocupaciones nacientes en Brasil. Kei se percató del pequeño sollozo que escapó de los labios del menor, e incluso, su pequeño cabello verde que se levantaba como una pequeña antena, pareció decaído. Tadashi estaba a punto de llorar, y Tsukishima lo único que pudo hacer fue pasar una de sus manos en la mejilla llena de pecas y le dio una caricia.
—Tsukki... —chilló Tadashi, girando su cuerpo a una gran velocidad, moviéndose torpemente en la manta puesta sobre la arena y se aferró en un abrazo a su pareja. Kei correspondió el gesto, e ignoró las serias facciones burlonas de Shoyo al verlo con muestras públicas de afecto: ¿el que siempre se burlaba de sus excesivas muestras de afecto con Kageyama ahora se las mostraba a Tadashi?
Kei fingió no darse cuenta de eso, pasando sus brazos por la piel desnuda del hombre que se acurrucaba entre el cuello y el hombro ajeno.
Al mismo tiempo en que eso ocurría, una fémina de ojos azules y otra chica rubia se pararon a unos cuantos metros de distancia de donde se habían instalado para pasar el último día de su viaje a Brasil. Las dos chicas eran extranjeras, no se fijaban en terceros y estaban enfocadas en ellas mismas.
—Mi esposo está en Río de Janeiro, me siguió. —La chica, por suerte, no hablaba portugués, pero sí un perfecto inglés. Una premisa bastante interesante que el rubio con gafas paró la oreja para escuchar un chisme ajeno, mientras una de sus manos pasaba por los cabellos lacios de color verde de su esposo—. No me creyó que vine de vacaciones contigo, creo que ya empezó a sospechar.
—¿Cómo puedes decir eso? ¿Estás segura?
Bien, al parecer, las dos mujeres que no había visto bien tras haberlas notado por el rabillo del ojo, tenían un problema. Kei quería saber cuál era.
—¿Crees que se enteró que estás saliendo con tu jefe? —Eso no se lo esperaba.
«¿¡Cómo!?», gritó internamente, teniendo un temblor. La necesidad instintiva de querer voltear para ver qué más decían.
—No me gustaría, no sé si ha sospechado... —continuó la chica involucrada en la infidelidad—. Tal vez se le hizo raro que muchas noches no llegara a la casa a dormir. Mi amante está en el hotel, ¿qué hago? Incluso te traje conmigo para que no sospechara.
—¡Marie! —El grito interrumpido de un hombre en la lejanía logro calar los huesos de Tsukishima, quien, sin poder ocultar su naciente curiosidad, giró su cabeza para poder ver a un hombre con claras ropas algo raras de ver en una playa: un traje formal de color negro.
La chica infiel mostró su sorpresa, soltando una grosería entre sus labios.
Vaya, eso Tsukishima no se lo esperaba, ¿qué demonios?
La mujer entró en pánico, tomó la mano de su amiga rubia, y salió corriendo, hundiendo sus sandalias en la arena, empujando a algunos turistas y queriendo sumergirse entre la multitud. Tsukishima se paralizó, escuchando al otro hombre gritar el nombre de nuevo y siguió a paso veloz a su esposa que ya quería huir de su inevitable destino.
Kei sintió que le arrancaban el alma: ¿qué pasó después? ¿Qué pasó después? ¿Cómo iba a dormir ahora sin saber que le deparaba al futuro de Marie y su relación con su esposo?
El Secreto De Ryusei...
¿¡Otro Secreto!?
—No tenía idea de que te gustaran las conchas marinas —susurró Hishou, viendo como el chico mucho más alto que él, sacaba su teléfono y se preparaba para encontrar uno de sus gustos predilectos.
Hishou tenía una pequeña pala de ésas con las que se juegan en la playa: de plástico de color verde. Se agachó en un pequeño círculo de arena, y enterró la pala en el sitio, queriendo ayudar a Ryusei para encontrar lo que buscaba.
—Bueno, mi papá trabajaba como guía turístico en un museo de Sendai, ahí vi las conchas marinas por primera vez. ¡Eran muy bonitas! —asimiló, buscando entre los bolsillos de su camisa delgada de color verde su teléfono celular—. Hace una semana, cuando regresé de visita a Miyagi para dejar mis cosas a mi nueva casa, fui al museo, y aprovechando que se podían tomar fotografías sin usar el flash tomé algunas.
Ryusei no perdió el tiempo, agachándose en cuclillas para quedar a un lado de su mejor amigo, y comenzó a buscar entre la galería de sus fotos, lo que quería mostrarle a Hishou. Hishou arqueó sus cejas hacia abajo, bajando levemente su sombrero de paja que usaba para que el menor de los Tsukishima no viera su frente y mejillas levemente rojas por su molestia de no haberse enterado de que Ryusei ya estaba en Sendai desde hace una semana (o al menos, de visita).
Algo bueno, en definitiva, era que cuando el tema de las conchas salió a la luz, Ryusei se olvidó por completo de su pequeña separación que creó con Hishou desde su reencuentro. El azabache se dio cuenta de eso, dando un parpadeo certero al ver el perfil serio del rubio, con su blanca piel que resaltaba demasiado sus mejillas, sus lentes bien colocados, sus claros ojos verdes y sus delgados labios. Eso le recordaba a cuando eran niños.
—Algunas no se ven bien por la oscuridad, pero, ¡es muy emocionante, Hishou! —comentó con emoción, pasando con rapidez varias fotografías en diferentes ángulos. La galería de Ryusei era algo como: 99% fotografías de conchas, y 1% de cualquier otra cosa—. Eran conchas antiguas. Mira ésta —acercó la pantalla de su teléfono al mencionado, en una fotografía de una concha con apariencia enroscada, de un claro color verde—. Ésta es Nautilus, ha existido desde el principio del Jurásico, hace 250 millones de años. Es mi favorita... —murmuró en modo de un asentimiento y sólo logrando que Hishou, quien escuchó atentamente, se animara a cuestionar.
—¿Por qué te gusta mucho?
—¡Porque tiene un espiral que se aproxima de manera logarítmica a la perfección! —continúo, observando a su amigo con sus irises y pupilas brillantes de la emoción, y la euforia se hizo más notable. Hishou sonrió ante esa mueca, incentivando a querer indagar más en sus gustos.
Ryusei pasó a la siguiente imagen, logrando sacar sorpresa en Hishou ante la forma tradicional de esa concha.
—Ésa se parece a las que guardan perlas —confesó, señalando con su dedo la pantalla, el molusco de color rosa. Ryusei asintió con emoción.
—¡Sí! Es una almeja salada comestible, ¡un molusco bivalvo marino de la familia Pectinidae! —apoyó su postura, soltando seguridad, incluso tras cambiar de fotografía. En la siguiente, Hishou abrió sus rasgados ojos azules, viendo lo que parecía ser el caparazón de un caracol de colores otoñales—. Éste es del caracol reloj de sol claro. Mira, puedes ver la forma de su concha: que tenga cuadritos de colores, la hace similar a unas escaleras.
Hishou asintió con emoción, sacudiendo a gran velocidad su cabeza e incentivando al rubio a que siguiera con más confianza, olvidado por completo su miedo naciente y se enfocó en continuar mostrando su felicidad, enseñando la concha marina de color blanca con pequeñas manchas cafés. Su forma era la de un cono.
—Ésta es el caracol cono, ¡son muy bellas, pero son peligrosas! —advirtió con seguridad, haciendo que el de cabellos lacios volviera a centrar su mirada certera en dirección a los labios incesantes moviéndose de Ryusei: en definitiva, no entendió muchas cosas de las que dijo, pero se esforzaría para hacerlo y poder hablarlo con él sobre conchas marinas.
—¿Por qué son peligrosos?
—Porque cazan alanceando a su presa con un arpón que da diversas neurotoxinas peligrosas, pueden ser incluso peligrosas para el ser humano. —Levantó su cara hacia arriba, ladeando su rostro para observar a Hishou. La obvia emoción del momento y lo muy emocionado que estaba por soltar sus gustos, hicieron que el hermano mayor de los Kageyama tuviera un sobresalto: demasiado brillante—. ¿Sabías que los científicos están trabajando para crear nuevos medicamentos y analgésicos con estas neuroto-...? —Ryusei paró de golpe, sin dar un aviso previo, se congeló al ver la leve sonrisa inundando las facciones de Hishou, siendo bien pronunciada y derivada de sus verdaderas emociones. Se obligó a querer excusarse, explotando en rojo y cayendo de bruces contra el suelo, al tratar de alejarse de la evidente cercanía que mantuvo con ese chico que era casi un mes mayor a él—. ¿T-te aburrí con mi explicación? Podemos hablar de otra cosa...
—No —informó con facilidad el joven de 16 años, riendo en medio de esa negación, extendiendo su ruidosa carcajada por el pequeño ambiente creado de los dos. Hishou se esforzó para poder seguir hablando—. Si algo te emociona hasta ese punto, no me aburre, Ryusei. Es lindo —destacó con absoluto entusiasmo, moviendo su cabeza al ritmo de un frenesí imparable y dejando sin palabras a Ryusei—. ¿Estaría bien que fuéramos al museo de Sendai apenas lleguemos a Japón?
—¿Eh? —Fue lo único que pudo pronunciar el rubio de cabellos ligeramente alborotados, haciendo que sus lentes se empañaran y toda su cara se pintara de un evidente color rojizo.
En menos de un segundo, toda su cara ya estaba expresando sus sentimientos ocultos, degradándose en medio de esas emociones adolescentes. Sólo que quedó mudó.
—¿Ryusei? —insistió el chico de cortos cabellos negros, pero Ryusei se quedó hecho un remolino por un buen rato, hasta que los gritos se escaparon de sus cuerdas vocales, mezclándose con el aire.
—¡S-sí, por favor!
¿Hishou había dicho que era lindo?
Castillos Al Cielo
—¿Puedes ponerme bloqueador solar? —cuestionó Shoyo, pasándole la botella a Tobio para que éste hiciera lo necesario. Su pareja asintió, con su habitual actitud silenciosa cuando no estaba tomando una posición acelerada ante la llama de competencia de su pareja, y se dedicó a rociar un poco de crema sobre sus manos. Al tenerla, fue cuestión de tiempo que comenzara a frotar entre sus palmas, antes de proseguir a pasarla por la espalda ligeramente bronceada de Shoyo. Al exterior, absolutamente y fácilmente desnuda.
¿Cómo describirla?
La ha visto varias veces, en diversas situaciones y en contextos diversos. Siempre era lo mismo. No podía evitar sentirse nervioso, sus labios temblaron con ligereza, y observó por el rabillo de ojo el enfoque de los ojos castaños de Shoyo hacia su pequeño hijo menor. Sora, a un metro de distancia, vestido con un pequeño traje de baño masculino de lo más común de color azul marino, y con su pequeño gorro de pescador que lo salvaba del Sol abrazador de esa tarde, estaba sentado en la arena, con una pequeña pala y tratando de hacer castillos de arena. Su frustración se notaba en sus facciones, en la inyección certera que arrojaban sus ojos claros y su labio inferior mordido sin buscar lastimarse: lo único que le salían eran montañas resbaladizas de arena.
Es fundamental que no esté tan cerca de la orilla como para que la primera ola se lo llevara por completo. Antes, Sora había estado un poco más alejado (por supuesto, siendo cuidado por Tobio), pero su cercanía con el mar, sólo logró que la horrible ola se llevara su montaña de arena cuando la engulló, alejándola de su vista.
Los largos dedos de Kageyama pasearon por la espalda ancha de Shoyo, la ligera musculatura marcada por su notable ejercicio con el voleibol, la suavidad de su piel bien cuidada y el ligero estremecimiento que tenía Shoyo, cegaron por unos segundos a Kageyama, cuando sus dedos llegaron hasta la parte baja de su espalda, y la leve risa entre dientes de Shoyo Kageyama lo golpearon donde más le dolía. Le hizo cosquillas, ¡le hizo cosquillas!
Su cara se tiñó de rojo, viendo el cuello desnudo de su pareja por detrás y sus orejas delgadas.
Al estar sentado de esa forma en la que tenía toda la vista de su esposo desde su ángulo más alejado, terminó por pasar sus dos brazos al rodear el pecho de Shoyo, apegando sus pieles y se estiró lo más que pudo para poder rozar con sus labios una de las mejillas del otro adulto.
—¿Tobio? —La cuestión del de ojos cafés salió más alborotada y alterada de lo que esperaba, girando su cabeza lo más que pudo, con sus mejillas completamente rojas al sentir los fuertes brazos desnudos de Tobio al apresarlo, y la cercanía de sus rostros que fácilmente pudieron mezclar sus alientos.
—Cásate conmigo, Shoyo —pidió el más alto, aprovechando que éste volteó para besar sus labios y casi seguido a eso, posó un pequeño beso en la punta de la nariz roja de la vergüenza de Shoyo. Shoyo se paralizó ante esa petición descabellada que ya le había dicho varias veces, dando una media sonrisa cuando los mimos de Tobio se elevaron y llegaron a parar a su frente, depositando varios besos en ese sitio.
—Acepto tu propuesta —dijo en medio de sus risas Shoyo, posando una de sus manos sobre las manos de Tobio y les dio una caricia, incentivando a que lo soltara, queriendo ponerse de pie porque vio que la frustración de Sora se hizo más notable, hasta el punto en que sus pequeños ojitos se llenaron de lágrimas—. Tobio, ven conmigo —pidió el de hebras naranjas en medio de su entusiasmo, poniéndose de pie al sentir como el azabache no le impedía la huida, movió parte de su cuerpo y le extendió la mano para que éste se pusiera de pie.
Con la duda plasmada en sus facciones, el mayor aceptó el agarre, uniendo su mano con la de su pareja y tomó impulso para ponerse de pie. Cuando los dos ya estaban completamente de pie, Tobio sintió el tirón de mano de Shoyo para conducirlo al pequeño sitio amplio de arena donde Sora se revolvía en lágrimas por su fracaso irreemplazable con respecto a su mala suerte.
—¡So-chan! —saludó Shoyo a una gran velocidad, agachándose a la altura de su pequeño, para poder posar su mano sobre la pequeña cabeza de su niño de cinco años, y soltar la mano de su esposo para que éste pudiera sentarse de cuclillas al otro lado de Sora, teniendo más libertad para poder acariciarle la mejilla abombada.
—¿Qué pasa? —Ahora fue el mayor en altura de los Kageyama quien preguntó.
Como contestación, el pequeño niño usualmente silencioso sorbió sus mocos y dejó escapar de sus cuerdas vocales un diminuto sollozo, mezclándose con la rapidez certera, sus manos se aferraron a su pala y cubeta llena de arena. Tobio entró en pánico al oír el sollozo de su niño, obligándose a soltar un pequeño grito de sus cuerdas vocales y buscó tranquilizarlo, posando su mano en su espalda, y le dio pequeñas caricias en círculos.
Sora lloraba de rabia. Sora casi no lloraba por otra razón.
—N-no puedo hacer un castillo de arena —chilló el niño, levantando su cabeza como un impulso de su terror y se dedicó a alternar su atención entre los rostros llenos de duda de Shoyo y Tobio—. ¡No sé cómo hacer para que queden como en la televisión! ¡Se desmoronan!
Shoyo y Tobio escucharon esas cuestiones con completa seguridad, no tardando en apartar la mirada de Sora y verse entre ellos. La llama de la competencia se encendió en ambos apenas se vieron a los ojos: la revancha casi olvidada de la derrota de Tobio por Shoyo de quién hacia el castillo de arena más bonito en un viaje que hizo todo el Karasuno para visitar la playa cercana, los motivó a querer ponerse competidores. Tobio quería ganar y Shoyo mantener su corona.
Debían de-...
—¿Saben hacer castillos de arena? —Sora cuestionó, soltando un sorbo de sus lágrimas, mirando otra vez, primero a Tobio y luego a Shoyo.
Los dos mencionados se detuvieron y trataron de frenar todo por hecho. Una extraña tregua donde la felicidad de su pequeño hijo de menor edad, era mucho más importante que una batalla.
—Sí sabemos —contestó Tobio con un asentimiento. Shoyo se mostró emocionado.
—Te ayudáremos a crear un castillo hermoso, So-chan —incentivó, sacando ilusión en los ojos llorosos de Sora Kageyama.
—Añadir mucha agua es lo primero. —Se sinceró Tobio, viendo como Shoyo vació la cubeta con la arena, para acercarse al mar y traerla llena de agua. Cuando éste regresó, sonriente y con su cubeta en mano, Tobio pudo continuar su explicación—. Así podrás moldearlo a gusto.
Sora se emocionó demasiado, apoyando a Tobio en crear un pequeño cráter con la arena, viendo con brillantez exagerada, como su pequeña construcción de arena se llenó de agua en ese agujero, cuando Shoyo lo llenó poco a poco.
—Ahora podemos crear las torres —animó Shoyo, tomando la tierra húmeda entre sus manos después de que se acoplara al agua, y comenzó a moldear unas cuantas. Tobio tomó otro pedazo de tierra y Sora se les unió más tarde—. ¿De qué tamaño las quieres, So-chan? —pidió una referencia, sólo logrando que Sora mirara el cielo azul completamente despejado y lo señalara con euforia.
—¡Hasta el cielo! —advirtió, generando una pequeña risa en Shoyo.
—¿Hasta tu altura? —declaró entre diminutas carcajadas, sólo haciendo parpadear a su niño que lo miró con sus bien abiertos ojos azules.
¿Eso qué quería decir?
—Tu nombre significa cielo —respondió Tobio a la inquietud del azabache de hebras alborotadas, teniendo un sobresalto antes de decidirse a girar su cabeza para ver con radiante expectativa a su padre.
—¿En serio?
—En serio.
—Eres nuestro cielo, So-chan —confirmó Shoyo en medio de su alegría, generando un asentimiento en su pareja y sólo logrando que Sora, se llenara de color rojizo y mirara hacia el suelo, avergonzado ante ese hecho.
Un pequeño puchero bien disfrazado en su boca, ojos brillantes y sus manos moldeando pequeñas torres de arena.
—Estará bien a mi altura —apoyó el pequeño niño, dando una sutil risa entre su mueca en zigzag marca Kageyama.
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