Te llevaste más que tus pasos al salir,
te llevaste el aire que respiraba,
las canciones que llenaban mis días,
y hasta las estrellas, que antes brillaban solo para mí.

Tu partida no fue solo el adiós de un amante,
fue la mutilación de todo lo que creí eterno.
Me dejaste con el eco vacío de tus promesas,
esas que tejiste con la calma de un mentiroso
y deshiciste con la crueldad de un verdugo.

Dices que el amor se apaga,
pero nadie habla del incendio que deja.
Me consumo en las cenizas de lo que fuimos,
en los recuerdos que arden sin compasión,
en las palabras que nunca dirás,
porque para ti el silencio pesa menos
que el esfuerzo de quedarte.

Te extraño como quien añora su cordura,
como quien busca sombra en medio del desierto.
Pero odiarte sería más fácil,
si no te hubiera amado con la ferocidad
de quien pone su vida en las manos equivocadas.

Te llevaste mi futuro,
mis ganas de construir algo más allá del ahora,
y me dejaste aquí, atrapada en un presente
que huele a soledad y sabe a despedida.

Tal vez no me amaste nunca.
Tal vez solo fui un refugio pasajero
para tus tormentas,
una estación en la que nunca planeaste detenerte.
¿Y sabes qué es lo peor?
Que aunque me rompiste en mil pedazos,
en algún rincón de mí,
aún te espero.