FELIZ CUMPLEAÑOS, HOTTIE
Hoy es mi cumpleaños y, por lo tanto, también el de Tyler. Realmente es un putada venir de vacaciones y que el maldito primer día tenga que compartir tarta de nuevo con semejante personaje y deba seguir celebrando esto porque evidentemente, pese a ser mayor de edad por fin, todavía no tengo nada de provecho en mi día a día y seguramente pase muchísimo tiempo hasta que ese algo aparezca. Así que aquí seguimos. De año en año, viniendo a Menorca y compartiendo una villa gigante con gente que, a día de hoy, me dan completamente igual.
—Noa, ¿has bajado las maletas? —dice mi madre cerrando la puerta del maletero.
—Sí —le contesto con muchísima desgana.
—¿Estás bien? —pregunta posicionándose a mi lado y entrando por la puerta principal de la que ahora es nuestra villa. Porque sí, han decidido comprar todo el puñetero hotel para no tener que alquilarlo todos los años. Así que ahora es nuestra casa familiar, bueno, la mía y la de la familia de Tyler.
Todo genial.
—Mejor que nunca.
Spoiler: es mentira, pero tampoco voy a hacérselo saber a mamá porque no se lo merece.
—Va a ser un gran verano, Noi.
Lo dudo, pero tampoco voy a decírselo.
Mamá siempre me ha llamado Noi, es horrible, pero a ella le encanta. Dice que soy su niña pequeña y que me llamará así hasta el día que se vaya al otro mundo. Lo acepto, pero sólo de ella. Si alguien más me llama así juro que lo mato.
Entramos las dos juntas en la inmensa villa que han comprado por el simple capricho de tener algo aquí para siempre y para todos, pero solo estamos nosotras dos. No hay nadie más. Mi padre y mi hermano vendrán en el próximo avión, se supone que Manuel tenía un partido de baloncesto que no se podía perder y, por lo tanto, mi padre tampoco. Este año no han podido venir mis abuelos, mis tíos y mis primos, por Sevilla últimamente las cosas no van bien económicamente para ellos, así que era mejor que se quedaran allí, pero es raro que Marta y James no estén todavía en casa, suelen llegar siempre los primeros.
La casa está tan vacía que es raro. Estas paredes están llenas de recuerdos, antes solían primar los buenos, pero desde hace un año aquí, estas paredes ya no me dicen nada. Están vacías, tal vez como yo. Siempre pisaba esta casa y mi corazón se salía del pecho. Todos los rincones de ella tenían un olor especial, uno que preparaban especialmente las personas que cuidaban de la casa durante el resto del año porque así les gustaba a Marta y a mi madre. Cítricos para la cocina, flores para el salón y dormitorios y brisa marina para los cuartos de baño. Entrar en Villa Ignacio, cuyo nombre pusimos en honor al padre de Marta que murió hace dos años atrás, era sinónimo de estar en casa para mí, pero ahora... tan sólo quiero correr hacia la playa más cercana y hundirme en las olas durante horas.
—Vayamos a la habitación a dejar todo, no creo que tarden mucho en llegar —comenta mi madre mientras sube las maletas a rastras por las escaleras.
Mamá está mal desde hace tiempo, y no por salud, es otra cosa y eso hace que me hierva la sangre y mi cerebro comience a ejecutar órdenes directas de insultos nuevos hacia cierta persona que me conozco. Mamá parece cansada, agotada y devastada. Es cierto que trabaja muchísimo, ser maestra es realmente agotador porque no dejas de trabajar ni un momento, sales del centro y si no tienes que hacer materiales, tienes que corregir exámenes; sino plantearte las siguientes clases; o hacer papeles burocráticos que te vuelven loca; o seguir estudiando y formándote porque la sociedad es así de cambiante, pero esto va más allá del trabajo, tanto que ha cogido una excedencia y por eso este año vamos a pasar más tiempo en la villa de lo habitual.
Mientras yo me dirijo a mi habitación, mi madre hace lo mismo. Sólo me he traído dos maletas, de normal suelen ser más porque todos los libros que me traigo sobre historia pesan demasiado, pero este año... este año paso, paso completamente de quedarme leyendo encerrada en mi habitación como lo hago todos y cada uno de los días pasados. Ya tengo dieciocho y pienso irme de fiesta en fiesta con o sin permiso. Se terminó el tiempo de ser una rata de biblioteca.
—¿Todo bien, cariño? —pregunta mi madre asomando la cabeza por la puerta de mi habitación.
—Sí. —Intento sonreír. Siempre lo hago, al menos con ella delante, pero a veces me duele tanto que ni me sale.
—Voy a bajar a hacer la comida. Marta me ha dicho que están bajando del barco y que en unos diez minutos estarán en casa. ¿No estás emocionada? —Su sonrisa es tan perfecta que no entiendo el comportamiento humano —. Yo lo estoy, hace mucho tiempo que no sé de Marta, hablamos menos que antes y la echo muchísimo de menos. ¿Tendrán novedades?
El entusiasmo de mi madre siempre suele contagiarse, pero hoy... joder, debo de estar realmente rota para no poder empatizar ni un poquito con ella. No se lo merece.
—No creo, mamá —finalizo sacando los bikinis y bañadores de la maleta y poniéndolos en el increíble armario de madera tallado a mano por mi hermano y James.
—Bueno, yo creo que sí, porque... —Bien, comienza la diarrea verbal.
Intento escuchar a mi madre todo lo posible, pero es que todas sus palabras rebotan en mi tímpano y salen por el enorme ventanal de mi habitación. No la recordaba así, no sé por qué. Pensaba que la había decorado más, que estaba más personalizada, pero no hay nada más en la habitación que dos fotografías insignificantes de mi familia y otra junto a Marta y cuatro peluches que me regaló Tyler en alguna de las ferias que suelen montar en el Castillo de San Nicolás. Mira, eso me recuerda que también debo quemarlos. Pero bueno, el resto está tan impoluto que considero el hecho de decirle a mi madre que le suban el sueldo a las personas que tienen contratadas para limpiar y cuidar de la villa mientras nosotros no estamos.
—¡Ya están aquí! —grita mamá sacándome de mi mundo interior.
Resoplo. Qué bien, yuju, qué alegría. Nótese la ironía.
Mi madre baja corriendo las escaleras y me asomo por el ventanal. Ahí están, James y Marta, tan guapos, perfectos y radiantes como siempre; al lado de Marta, Eva, su madre, es tan buena persona que transmite ternura por todos los poros de piel y, pese a haber perdido a su marido, jamás pierde la esperanza ni tira la toalla con nada. Es un ejemplo a seguir sin duda. Y después, bueno, Tyler. Sin más.
Hace años, cuando me asomaba por el ventanal para ver llegar a la familia Evans estaba tan nerviosa que la mano me temblaba sólo de quitar el pestillo. Respiraba tan entrecortado que hasta perdía el sentido y cuando lo veía, el mundo se paraba. Todo dejaba de girar por una milésima de segundo en la que él levantaba la cabeza y nuestras miradas se encontraban. Todos los años es el mismo ritual. Él mira hacía mi balcón, yo hacia su coche, su mirada y la mía conectan de alguna forma, me sonríe con superioridad y yo echo de golpe la cortina para cortar la tensión que surgía inoportunamente. Pero hoy, hoy no. Le devuelvo la mirada y se la sostengo. Él tampoco la aparta y su sonrisa se ensancha cada vez más. Pero yo no lo hago, únicamente lo miro. No diré que ya no siento nada, porque no sería cierto, siempre habrá un trozo de mi corazón destinado a Tyler, pero ya no es lo de antes. Ya no. Se acabó lo que me hacía sentir, se acabó soñar con él, despertarme pensando en él, oler los muñecos porque tenían su perfume y pasarme el año suspirando con sus escasos mensajes de texto o sus llamadas de teléfono cortantes. Tyler se acabó para mí.
La aparición de mi madre por la puerta principal yendo a abrazar a toda la familia termina por cortar la mirada que Tyler tenía sobre mí. Gracias, mamá, empezaba a sentirme incómoda. Después de observar cómo mi madre abraza a Marta con más fuerza de la que puede llegar a tener un ser humano, abraza a Tyler, James y Eva.
De la familia de Marta hace tiempo que no viene nadie, sólo venían sus padres y ahora, bueno, ahora sólo Eva. Su familia pensó que comprar la villa era una locura, así que decidieron no volver más y pasar las vacaciones en otros hoteles. Al final supongo que cuando eres pequeña todo va bien, pero crecer pasa factura a todos. Lo bueno es que Marta y mi madre siguen igual de unidas que siempre. O al menos eso espero.
Hace mucho tiempo que no tengo una conversación real con mi madre. Algo que vaya más allá de cuatro monosílabos y preguntas incompletas, pero prometo hacer algo este verano para compensar.
De normal solía bajar corriendo a abrazar a todos, pero este año parece diferente. Falta la mitad de la familia de ambos y el ambiente, no lo sé, es... raro. Pero no raro en el sentido de gracioso, raro de que algo va mal en mí y ni siquiera sé qué es.
—Feliz cumpleaños, Hottie.
Reconocería esa voz hasta en el fin del mundo.
Giro sobre mis talones y ahí está. Igual de radiante que siempre. Debería ser ilegal ser tan guapo. ¿Puedo denunciarle por eso? Dios, es que es guapo a rabiar y lo odio por eso también. Siempre que viene de Londres directamente a Menorca tiene un acento de lo más gracioso, no es que nosotros no tengamos un acento de lo más característico, de hecho, lo tenemos, pero el suyo es realmente adorable.
Para Noa, esos pensamientos no.
Tyler se parece a su padre, aunque con el paso de los días con mi hermano el acento se le olvida por completo y también se vuelve menos modosito. Va impecable como de costumbre, tiene marcado el típico estilo británico elegante, sofisticado y cool al mismo tiempo. Mezcla el estilo hípster con el típico chuleta español que luce Mario Casas. Ese polo blanco que parece que esté hecho a medida por y para él combinado con el pantalón pitillo negro y sus típicos zapatos Brogues le hacen un contraste espectacular con los ojos azules.
—¡Para! —me grito.
Tyler se sobresalta, pero no deja de mirarme y sonreír como la persona estúpida que es. Debo dejar de pensar así. He de aceptar que existen las personas guapas e irresistibles, pero ya está. Fin de la era Tyler.
¡FIN HE DICHO, NOA!
—¿De qué paro, Hottie?
Odio ese mote. Por favor, ¿a quién se le ocurre? Me llama así desde que tengo uso de razón. La primera vez que lo escuché me pareció un insulto en inglés, pero como no entendía absolutamente nada de idiomas fui corriendo a James a preguntarle qué narices era ese mote y bueno, me dijo que significa "bombón" en español. Así que genial, la verdad, tengo a mi amor platónico de la infancia y mi primer amor llamándome "bombón" desde que soy consciente de que las letras forman palabras. En fin, la hipocresía.
—Hola, Tyler —le saludo volviendo a mi faena.
No me acordaba de lo que era hacer y deshacer maletas. Si no fuera por Menorca me quedaría en Sevilla hasta vestir santos, cosa de la cual tampoco me quejo. Hace tiempo atrás me planteé ir a estudiar historia a la Universidad de Madrid, huir de Sevilla y salir de mi zona de confort, pero ahora lo único que quiero es quedarme a vivir con mamá y ser el apoyo que necesita. Además, tampoco he echado la solicitud para el próximo año, así que ahora ya es tarde. Siempre es tarde para mí.
—Estás tú muy sosa, ¿no? —pregunta acercándose a mí con paso lento, pero seguro.
—Y tú muy pesado y acabas de llegar. —Termino de cerrar la maleta y de guardar la ropa interior en la mesilla de noche y me giro hacia él.
Me cago en la leche... esos ojos. Maldición. Otro año más no, por favor, qué tortura.
—Imagínate de aquí a tres meses, Hottie.
—¿Qué quieres?
—Saludarte.
—Mentira, sólo quieres molestar. Manuel no está, vete a hacer sentadillas o lo que sea que hagas para tener ese físico.
—Así que tú también te has dado cuenta, ¿eh?
—¿Quién no se va a dar cuenta de que alguien va al gimnasio y más cuando lo predicas a los cuatro vientos en absolutamente todas las redes sociales que hay en el planeta Tierra?
—¿O sea que estás pendiente de lo que publico?
—No estaba diciendo eso. —Resoplo y los cuatro pelos que me caen por la frente del moño que me he recogido malamente vuelan por mi cara. Intento apartármelos torpemente, pero me he puesto nerviosa y lo hace Tyler. Maldición. Me aparta los pelos de la cara y los deja caer sutilmente detrás de la oreja. Arrugo la frente y me echo hacia atrás. Por favor, qué presencia...
—¿Qué haces? —le observo frunciendo el ceño.
Nunca ha hecho eso. ¿Qué hace? ¿Ya empieza a jugar? Este año no estoy para juegos.
—Nada, yo solo... quería ayudar.
Se ha puesto rojo.
SE – HA – PUESTO – ROJO.
Oh, Dios mío, oh, Dios mío. Esto se lo cuento a Amber y se muere de un infarto. Para, Noa, para. Borra casete.
Amber es mi mejor amiga, la conocí en infantil, también vive en Sevilla y algunos veranos se viene a pasar algunos meses con nosotros aquí en la villa. Este año no sé si vendrá porque le ha salido un trabajo en una heladería de la ciudad y necesita el dinero, pero espero que se escape algún que otro día para venir a verme, sino estaré tres meses sin poder chismorrear con nadie. Aquí, en Menorca, no he salido mucho, todo lo contrario que Tyler y Manuel. Ellos conocen a literalmente Ciudadela entera, es la ventaja de tener cinco años más que yo, pero este año va a ser: EL AÑO.
—No necesito tu ayuda. —Me aparto rápidamente de él y me dirijo hacia la puerta para invitarle a salir de mi habitación.
—¿Ya quieres que me vaya, Hottie?
—Sería un placer, sí. Y deja de llamarme Hottie ya, por favor, es un mote horrible y ya no tenemos cinco años.
—A mí me gusta. —Sonríe y sé por su sonrisa absolutamente perfecta que todos los dientes han sido cuidados al dedillo por el mejor ortodoncista de Londres.
—¿Puedes irte ya? —Resoplo sujetando con fuerza el pomo de la puerta.
No aguanto más esta tensión, que salga de una puñetera vez, quiero echarme a dormir.
—Creo que se te olvida algo.
Su aliento recorre toda mi nuca y lo siento de nuevo tan cerca que creo que voy a desmayarme.
¡No, Noa, sé fuerte!
—Ya no somos niños, Tyler.
Sé por su mirada que he puesto los ojos en blanco y eso le pone de mala leche. Genial, punto para mí.
—La tradición es la tradición, Noa.
Mi nombre en sus labios toma un significado tan diferente que vuelvo a ser consciente de que este año el tema que más se repita en mi cabeza será el mismo: Tyler.
Maldito sea.
—Las tradiciones se rompen —insisto.
—La nuestra no. —Ese brillo... ese jodido brillo de ojos que no para de resplandecer es la cruz de mi existencia.
—No la he traído —sentencio con los brazos cruzados.
—Mentira. —Lo sabe y me fastidia que lo sepa.
—Ya lo sabes, Hottie. Así que venga, sácala.
Resoplo y voy hacia la mesita de noche repiqueteando los pies en el suelo de madera. Siempre gana y no sabéis lo que me jode que siempre sea así. Cedo y cedo y cedo y siempre salgo yo mal parada. Pero al menos, hacerla, ha sido lo único que me ha sacado de los pensamientos de mierda que he tenido estos últimos días.
—Aquí la tienes —digo dándole la maldita carta de cumpleaños. Siempre el mismo día, siempre la misma carta, siempre la misma felicitación y siempre él y yo.
Creo que nadie lo sabe, pero es como nuestro código secreto de saber que estamos bien, pese a lo que ya os he contado antes. O tal vez sea por costumbre y ya está.
—Así me gusta. —Su sonrisa es tan grande que se me instala en el pecho.
—Ahora es mi turno —sugiero.
—Toma. Feliz cumpleaños, Noa. —Y me besa la frente. Como siempre.
—Feliz cumpleaños, Tyler. —Y le devuelvo el beso en la mejilla. Como siempre.
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