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CUANDO VOLVAMOS A ENCONTRARNOS, SEREMOS AMIGOS

Para empezar con esta historia, debéis saber antes algo: Tyler y yo jamás hemos sido amigos. Eso que quede claro desde un principio. Así que sí, podría decirse que es la primera promesa que no cumple. O bueno, la que no cumplimos. Es imposible ser amiga de alguien que realmente te encanta y te irrita a partes iguales. Y eso es lo que produce Tyler en mí.

Todo esto podría empezar a redactarlo desde que comencé a hablar, o más bien, desde que comencé a hablarle sin morirme de la vergüenza o a tartamudear, pero prefiero contar un poquito de mi historia con la familia Evans, antes de nada.

La familia Evans podría verse desde fuera como la típica familia de estirados ingleses a los que no querrías ver ni en pintura, ni siquiera para juntarte en la típica hora del té con galletas. Pero nada más lejos de la realidad.

James viene de una familia muy, pero que muy adinerada. Y con "muy" me refiero a "demasiado" rica para mi gusto. En comparación a mi familia, que sí, tenemos dinero, pero... ¿la familia de James? Podrían ser los mismísimos reyes de Inglaterra sin problema y todo porque es el líder de la mejor empresa editorial de Londres. Esa misma a la que tanto aspira Tyler desde que comenzó a hilar una palabra con otra. Es su sueño, de hecho, no recuerdo ni una sola vez en la que no le haya visto escribir o estar leyendo algún que otro libro. Siempre leía en la piscina mientras se remojaba los pies en ella, en la tumbona, en su habitación con música únicamente instrumental y cuando escribía, que solía hacerlo en el jardín, se ponía la mayoría de las veces el lápiz en la oreja. No es que me haya fijado yo mucho, pero son cosas que se ven, ¿no? Si lo hubiera hecho mi hermano también lo sabría. De hecho, ¿qué hacía mi hermano en verano más allá de bañarse en la piscina? Ni idea, no os voy a mentir. Así que bueno, supongo que sí me he fijado más en uno que en otro. Pero el caso, volviendo al tema.

Cuando James encontró al amor de su vida, Marta, la cual era enfermera en Madrid, la colmó de absolutamente todas las riquezas que ha podido y más. Marta, por aquel entonces, no era muy feliz que digamos. Tenía bastantes problemas familiares, sobre todo con sus hermanas, de las cuales a día de hoy no sabe nada, se mudó a Madrid para intentar compensar el vacío que sentía y con la llegada de James, dejó su piso de soltera sin mirar atrás hasta que se encontró con mi madre en una de las mejores islas de España.

Fui testigo de las mil y una llamadas que se hacían al día en casa, se contaban absolutamente todo y para colmo, a mí solían meterme en todos y cada uno de los planes. "Planes de chicas" lo llamaban las dos. Y pasé de querer jugar al fútbol con mi hermano y Tyler y de remojarme en la piscina con ellos a ver series y películas en el sofá de la villa con mi madre a la derecha y Marta a la izquierda. Todas las noches, a principios de verano, nos quedábamos las tres solas. Mi padre se iba con James a pasear, a jugar al billar o simplemente a charlar fuera en el jardín; Tyler y Manuel se iban a hacer trastadas al pueblo y Marta, mi madre y yo nos quedábamos en casa, cocinando algo rico y viendo películas, las cuales todos los años solían ser las mismas.

La verdad es que podría afirmar que siempre he tenido dos madres, porque literalmente las dos actuaban igual conmigo. Aunque he de decir que eso me gustaba también. Marta me hacía sentir como en casa incluso estando bastante lejos de ella, pues era la niña que nunca tuvo y que deseaba con todo su corazón antes de tener problemas en los ovarios, así que por eso supongo que también soy su ojito derecho.

Tengo suerte, lo admito.

El día en el que Tyler cumplió dieciocho años y decidieron él y Manuel salir de fiesta como era costumbre en ellos cada veintiuno de junio, Marta y yo nos pusimos a cocinar un bizcocho de chocolate y unas galletas de frambuesa que salieron exquisitas y mamá comenzó a buscar la película de la noche.

—¿Pretty Woman? —preguntó mi madre levantando la caja y enseñándonosla desde atrás del sofá.

—Nati, por dios, la hemos visto mil veces —contestó Marta resoplando y moviendo los pelos rizados que le caían por la frente.

—¿La boda de mi mejor amigo? —preguntó de nuevo mi madre desde el salón trasteando con los CDs.

—No, te sabes los diálogos de memoria —rio Marta.

—¿Orgullo y prejuicio?

Marta puso los ojos en blanco y sacó las galletas y el bizcocho del horno con demasiado ímpetu.

—¿Por qué no dejamos que elija esta noche Noa? —preguntó dándome un ligero apretón en el hombro.

La verdad es que se lo agradecí porque últimamente sólo veíamos películas que les encantaban a ellas de cuando eran adolescentes.

—Está bien —dijo mi madre dándose por vencida y sentándose en el sofá —. ¿Qué quieres ver, Noi?

—Mmmm... —titubeé. Hacía tiempo que quería ver una película en concreto, pero no sabía si podría levantar sospechas o no. Pero me armé de valor y la dije en voz alta —. Flipped.

Mi madre se giró rápidamente sobre el sofá para mirarme extrañada, suponía que no sabía de qué película se trataba, pero Marta sí lo sabía, pues había visto mi lista de favoritas en Netflix y me sonrió de oreja a oreja. No entendí muy bien la sonrisa, pero algo en el fondo de mi corazón me decía que era muy probable que fuera a averiguarlo muy pronto.

—Flipped me parece bien —sonrió Marta.

Llevamos el bizcocho y las galletas al salón y ambas nos sentamos con mamá. Marta me pasó el mando de la televisión giñándome un ojo y puse la película.

La película no estuvo mal, pero podría haber sido yo misma Juli sin ningún problema. ¿Es que acaso elegí una película que se rodó pensando en mí y en mi situación?

Por suerte ninguna de las dos dijo nada mientras se comían lo que habíamos cocinado, pero luego sí. Así que no, no tuve mucha suerte. Se me vio el plumero desde fuera.

—Es... una película preciosa —sonrió mamá mirando a Marta.

—Sip —dijo Marta mirándome de reojo —. La verdad es que ha resultado ser una película de lo más encantadora. ¿A ti no te habría gustado tener una vida así con catorce años, Nati?

—Totalmente, ¿a quién no? Aunque bueno, he de decir que con mi Manu lo tenía todo. Éramos amigos y pasamos a, bueno... ya sabéis —se rio mamá.

—Eres una suertuda, Natalia —dijo Marta entre risas.

Quise desaparecer. Sabía que mis padres habían pasado de mejores amigos a pareja rapidísimo, pero la película no tenía nada que ver. Juli y Bryce eran dos niños de siete años que eran vecinos y compañeros de clase, ambos eran súper diferentes, pero eso no evitó que Juli se enamorara perdidamente de Bryce. El muy estúpido evita a Juli por más de seis años, hasta que llega el día de empezar el instituto y ve a Juli con otros ojos. Y bueno, el final os lo podéis imaginar.

Pero no, en absoluto soy Juli. Aunque el comportamiento de Bryce podría ser perfectamente el de Tyler, pero...

—¿Te ha pasado a ti también, Noa? —preguntó Marta sacándome un poco del borrón mental.

—¿Cómo dices? —tartamudeé metiéndome el último trozo de bizcocho en la boca.

—¿Te ha pasado lo mismo que a Bryce o eres más bien como Juli? —insistió mi madre mientras miraba cómplice a Marta.

—No me ha pasado nunca nada de eso.

—¿No te has enamorado nunca de nadie? —Levantó mamá las cejas.

—No. —Lo negué rotundamente, con la cabeza incluso.

—Ya, claro. —Y se rio con Marta mientras se cogían de la mano.

—¡Ya estamos en casa! —gritaron Manuel y Tyler entrando por la puerta principal de la Villa.

De pronto, en ese momento, mi mundo se paró. No pensé jamás que en un momento en el que me estaban preguntando por mis sentimientos, fuera a aparecer Tyler con la camisa desabotonada, el pelo revuelto y un brillo realmente interesante en los ojos.

Ambos nos quedamos mirando por lo que se me antojó una eternidad hasta que Marta tosió y supe que era el momento de volver a mis galletas de frambuesa.

—Idos a dormir la mona, anda —comentó mamá recogiendo todos los platos e intentando apagar la televisión, cosa que fue misión imposible porque Manuel le arrebató el mando.

—¿Qué estáis viendo, pajaritas? —preguntó Manuel arrastrando las palabras.

—Hueles fatal —le dije cuando se puso a mi lado y pasó su brazo izquierdo por mis hombros.

—Es una loción para atraer a las nenas.

Mi madre y Marta se miraron con una complicidad increíble y se rieron de la situación.

—Será una loción anti-nenas, Manuel. En serio, dúchate y vete a dormir.

—No le amargues la noche, Hottie.

Tyler se puso en el hueco vacío de mi izquierda y por un momento eché mucho de menos a nuestras madres, las cuales miraban la escena desde la cocina mientras guardaban los platos en el lavavajillas.

—¿Qué estabas viendo, hermanita? ¿Una película de amoríos? —Se burló Manuel.

—¡Sí! Flipped, una peli donde la chica está enamorada de su vecino y compañero de clase desde los siete años, pero él pasa de ella y hasta que no crece y la ve como una mujer no le cambia la perspectiva sobre ella. Ha estado interesante, ¿verdad, Noi? —Informó mi madre alzando la voz desde la cocina.

Juré vengarme de ese momento o de cortar a mamá a cachitos y ponérsela a los perros callejeros. ¡Qué vergüenza! Manuel se rio de mí y comenzó a ver cosas aleatorias en la televisión mientras que Tyler ponía su mano en mi pierna y sentía cómo su mirada estaba sobre mí. Respiré profundamente y los ojos azules de Tyler se encontraron con los míos, los cuales quedaron cautivados por la intensidad de su mirada. En ese momento, os prometo que el mundo pareció detenerse mientras me perdía en el abismo de sus ojos azules. Por un largo instante ni pestañeamos y sentí que algo se abría cada vez más en mi interior, pese a saber que era un capullo integral que no merecía ni mis buenos días. El cosquilleo se instaló en mi estómago cuando al compás de su mirada, la cual recorría toda mi cara, me acariciaba con su mano la pierna muy sutilmente, tan sutil que creía habérmelo imaginado.

No sé qué pasó después, sólo que Marta y mamá cortaron ese momento en el que el mundo se redujo a nosotros dos y nada más me importaba, pues en medio de todos encontramos un puñetero universo en el que podíamos expresar con las miradas todo lo que jamás nos habíamos dicho con las palabras. Y eso, eso me fastidiaba muchísimo.

Marta volvió a toser y se cortó cualquier atisbo de tensión. La mano de Tyler desapareció de mi pierna tan rápido que todo podría haber sido un sueño, se levantó rápidamente, miró hacia todos los lados que pudo y más y sin decir ni "Buenas noches" se marchó.

El ambiente se volvió frío y distante, Marta me observaba como si hubiera encontrado la respuesta a todas sus preguntas y mamá se unió a ella. En ese momento supe que era el momento de irme, cuando Manuel se quedó frito en el sofá con la boca abierta y ellas llegaban a tener el poder de hasta leerme la mente.

Después de ese día, todo cambió entre Tyler y yo. Bueno, todavía más si cabe. Casi no me dirigía la palabra, se pasaba las noches de fiesta en fiesta, borracho, sin mirarme y lo único que hacía era dar por saco cada vez que podía cuando yo estaba en mi habitación tranquila y él hacía todo lo posible por causar ruidos y sonidos realmente odiosos. Se pasó casi todo el maldito verano. Pero por supuesto, jamás me quedé quieta y con los brazos cruzados.

Si él quería guerra, iba a tenerla.

Si ponía la música a tope, yo la ponía el doble de alta.

Si él veía una serie a todo volumen, mi película era más interesante y se escuchaba en toda la villa.

Si él daba golpes en la pared, yo los daba todavía más fuertes.

Si él gritaba, yo también lo hacía.

Si él traía chicas a su habitación, las cuales no entendía muy bien cómo era posible que gritaran tanto, yo me encargaba de espantarlas. Entraba de golpe en su habitación, lo llamaba por teléfono, ponía la televisión a todo volumen, llamaba a su madre para que las echara a patadas de la casa y hasta saqué fotos de internet de ladillas en las partes íntimas de un hombre cualquiera para entregárselas a la salida de la casa a todas y cada una de ellas diciéndoles que Tyler tenía parásitos pegados en su increíble y magnífico aparato reproductor.

Por cierto, lo de increíble y magnífico lo decía él, no yo.

Y así un sinfín de "si él hacía esto, yo lo otro" durante tres meses. Hasta que un día, concretamente el último día de verano del año pasado, vino a mi habitación, cerró la puerta tras de sí y me pilló en bragas, con una camiseta gigante y un libro entre las piernas.

—Podrías llamar antes de entrar, pedazo de gilipollas.

Me tapé corriendo, pero ya era tarde. Si había algo que ver, ya lo había visto.

—No me asustan unas piernas, Hottie.

—Me alegra saber que ya me diriges la palabra.

—Y da gracias —dijo acercándose a mi cama peligrosamente.

Tenía un resplandor en la mirada que poco tenía que ver con el que me mostró tras ver la películas "Flipped" y eso me asustaba y me gustaba a partes iguales.

Tenía un problema, un serio problema y es que hiciera lo que hiciera Tyler, siempre y digo siempre, siempre, tendría un maldito hueco en mi corazón. Un hueco que se hacía más y más grande conforme pasaban los años y ambos crecíamos.

—Oh, sí, doy gracias al Dios Tyler por volver a decirme más de dos monosílabos seguidos, no sé qué haría sin este gran esfuerzo —refunfuñé asqueada.

Él se sentó al borde de la cama y apartó el libro de mis piernas. Me observó ladeando la cabeza como si me estuviera analizando y me tendió la mano.

—¿Qué haces? —pregunté con demasiada sospecha.

—Quiero hacer un trato.

No había nada bueno en hacer tratos con Tyler.

—Paso —sentencié tapándome un poquito más con la sábana.

El atardecer estaba saludándonos por el ventanal de mi habitación y los últimos rayos de sol bronceaban la cara de Tyler, la misma que se había puesto un poquito morena después de todo el verano yendo de la piscina a la playa y viceversa. Quise darme una paliza mental por observarle así, pero era imposible que pudiera pensar en él de otra forma.

—Lo digo en serio, ya está bien de molestarnos mutuamente, ¿no crees?

Su mano continuaba ahí, en el aire, esperando a que se la estrechara.

—Es que no creo que vayas a cambiar, sinceramente.

—No quieres cambiarme, Hottie.

—¡Oh, créeme que sí! —sonreí.

—Bien, pues entonces, te prometo algo. Cambiaré mi actitud hacia ti si tú dejas de molestar cada vez que traigo a alguien a mi habitación o hago algo que te molesta lo más mínimo, ¿trato?

—Por favor, Tyler, yo no te molesto. Eres tú el que no para de copular y de hacer ruidos sólo por molestar. Eres un cretino.

—¿Copular? —Retiró su mano y se rio de mí en toda mi cara. Pero no fue una risa tonta, no, fue una carcajada en toda regla que me apeteció hacérsela tragar.

—¿Qué tiene tanta gracia?

—Que hablas como si vivieras en el siglo dieciocho, Hottie. Tienes sentido del humor. Serás muy buena historiadora, eso sí.

—Déjame en paz. Vete, en serio.

Me puse seria, tal vez demasiado, pero ¿quién se creía para reírse de mí?

—Vale, vale, ya paro. —Cesó su risa, pero su sonrisa ingenua seguía ahí —. Perdona, ¿vale? Perdona. Es que nadie usa la palabra "copular" ya, Noa.

—Bien.

—Va, por favor, ¿hacemos las paces?

—¿Por qué quieres hacer las paces? ¿Qué te he hecho yo para tener que soportarte?

Me puso morritos, sí, literalmente, y ojitos de corderito y el corazón se me ablandó.

—Espero que me soportes por muchísimo más tiempo. Yo quiero hacerlo.

—¿Hacer qué?

—Soportarte.

—Ah, bueno, que ahora vas a soportarme. Es como si dijeras que me toleras. Eres...

—Sí, sí, ya, un gilipollas, un imbécil, un creído y un cretino. Seré lo que quieras que sea siempre, pero ¿amigos?

Volvió a tenderme la manos y yo volví a observarla dudosa. No quería darle el lujo, pero una parte de mí, una muy grande, quería acariciar su piel.

Definitivamente, había perdido la cabeza por ese inglesito.

—No quiero ser tu amiga.

—Bueno, está bien, pero ¿hacemos las paces?

Levanté los hombros.

—Para hacer las paces debes estrecharme la mano.

Resoplé.

—Está bien, la paz sea contigo. —Y le estreché la mano. Se sentía tan cálida y tan suave que me dio miedo que él sintiera que mis manos eran más bien de cultivadora de tierras, más que de pianista.

—Y con tu espíritu —sermoneó Tyler. Se levantó de la cama con una sonrisa, guardándose la mano en el bolsillo y observándome con cautela.

—¿Sabes qué? —dijo ya hubo llegado a la puerta de mi habitación.

—Madre mía, ¡qué pesado! ¡¿Qué?! —me quejé.

—Cuando volvamos a encontrarnos, Hottie, seremos amigos. Te lo prometo. 

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¡Muy buenas! ¿Qué os ha parecido este viaje al pasado? ¿Os creéis las palabras de Tyler?

Os leo 👀❤️

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