Y entonces todo se oscureció
En aquella densa niebla,
Pero en sus manos estaba yo
Para que no me cayera.

El que me sostenía era Jehova.
Nuestro Dios es bueno.
El temor que tienen los vivos
Y la esperanza de los muertos.

Cuya gloria no ha dejado
De ser contada por los cielos,
Y la obra de sus manos
Proclamada por el firmamento.

Quien me enseñó que amar;
Es amar como él nos ama,
Servir como su hijo sirvió.
Y me llenó de esperanza.

De tener la oportunidad
De saber de Cristo.
De ser la imagen en inspiración
De un ser divino.

Sin prostitución alguna,
Ni en moneda residuo,
Confiando de corazón
Para entrar al paraíso.

Mientras me da resistencia
Para enfrentar esta vida,
Siendo mi refugio salvador
Y en el camino mi guía.

Renovando mi entendimiento,
Comprobando su voluntad,
Sin adaptarme a este mundo
Que solo me quiere adiestrar.

Porque no quiero ser como
El necio que al menospreciar
La corrección de su padre
Su yugo le empieza a pesar.

Endurecido su corazón,
Cayendo en el mal,
Encubriendo sus pecados,
Ya no ha de prosperar.

En cambio quiero ser como
El que agradece la liberación,
Que nos dio Cristo Jesus
Cuando su vida entregó.

Siendo él la verdad
Que brinda fortaleza,
A pesar de que en realidad
No merecía su condena.

Y su padre, el maestro,
Merecedor de alabanza,
Que toma sus herramientas
Para remendar mi alma.

Martillo en mano y mucho fuego,
Doloroso, pero efectivo,
Dando a mi ser conocimiento,
Poniendo mi amor como testigo.

Nunca me soltó de sus manos,
Allí todavía sigo,
Y con mis palabras en poema
Le agradezco lo vivido.

Me agarro de la humildad
Para aceptar mis pecados
Y jamás apartarme
Del que todo me lo ha dado.

-Dedicado a Lermit Sánchez.