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Capítulo 7: Sobrevivientes

|Sobrevivientes|

No acostumbraba a dar abrazos, de hecho, antes de conocer a Bianca los detestaba. Me hacían sentir débil y expuesto frente a los demás. Bianca me había enseñado que no eran lo que yo pensaba y sin percatarse me entregó todo ese amor que pensé que nunca tendría. Sin embargo, con Violet se había sentido fuera de lugar, nadie me había abrazado por mucho tiempo y estar tan cerca de una persona otra vez se había sentido un poco abrumador.

Claramente para ella no significó nada más, pues cuando salió de su habitación con el pijama puesto y los ojos hinchados, sólo se sentó en el otro sofá y se quedó mirándome sin ninguna incomodidad.

—Creo que volveré a mi ciudad.

Su voz sonó seria, muy poco habitual en ella.

—¿Es lo que quieres?

—No, pero...

—Si no es lo que quieres, no lo hagas —zanjé.

—No puedo pagarte el alquiler si no tengo un trabajo, quizá con mis padres pueda volver a empezar y...

—No estoy pidiéndote que me pagues alquiler, Violet.

Ella arrugó las cejas.

—Pero debo pagarlo.

—Todo el dinero que has ganado paseando perros lo has utilizado comprando cosas para el departamento... —la observé —Creo que deberías probar con otra cosa.

—¿Qué cosa?

—El teatro, por ejemplo.

Ella alzó las cejas y negó con la cabeza.

—Ya te dije que es una pérdida de tiempo estudiar otra cosa.

Esbocé una pequeña sonrisa y me puse de pie, ella me siguió con la mirada.

—La vida es muy corta.

—Lo sé.

—No todo es ganar dinero ¿sabes? También puedes trabajar y ganar dinero esporádicamente para alcanzar tus sueños.

—Es muy caro entrar a estudiar al lugar que he estado viendo y...

—¿Hay becas?

—El otro mes hay una audición para una, pero...

—Vas a ir. Lo exijo —comencé a caminar hacia mi habitación y oí sus pasos venir detrás de mí.

Apenas entré a mi habitación recordé el desastre: las fotos, cartas y el móvil seguían desparramados en la alfombra. Violet se detuvo en el marco de mi puerta. Me giré hacia ella y noté que sus ojos estaban puestos en las fotografías.

—¿Es la única novia que has tenido? —me preguntó con una leve sonrisa, recordando la respuesta que le había dado en el juego de la otra noche. Luego alzó su vista y chocó con la mía.

—Sí —fue lo único que contesté.

Comencé a recoger el desastre y oí sus pasos venir hacia mí.

—Te ayudo —se ofreció, comenzó a levantar las cosas sin detenerse en ninguna y yo me tensé. Me tensé porque nunca nadie había visto esas fotografías, pero intenté no ser un hijo de puta.

Hasta que lo que no quería ocurrió. Se detuvo en una fotografía, la observó por un momento y mi mandíbula se tensó una vez más.

—¿Es París?

Observé la fotografía de reojo.

Era Bianca, sonreía a la cámara mientras estaba sentada en el césped y en una de sus manos tenía un cigarrillo.

—Sí.

—Es muy hermosa... —me sonrió, pero yo no estaba sonriéndole —¿Es francesa?

—No —cogí la fotografía y se la quité suavemente. La dejé en la caja.

—Lo lamento —volvió a su seriedad, continuó recogiendo un par de cartas, luego el móvil y los metió a la caja. Se puso de pie y se quedó mirándome hacia abajo —¿Puedo preguntar por qué... rompieron?

Su pregunta terminó con mi estabilidad. Me puse de pie y la observé a los ojos.

—No rompimos.

«Nos rompieron»

—Oh —se sorprendió, retrocedió un poco —¿Siguen juntos? —elevó levemente la comisura de sus labios.

—Está muerta.

Mi voz sonó más fría de lo que imaginé. Nunca lo había dicho en voz alta y se sintió fatal. Pareció como si hubiese recibido un puñetazo justo en mi garganta. El dolor se esparció por mi pecho. Violet pestañeó sin creérselo, su boca formó una línea recta.

—Dios... lo lamento mucho —dijo rápidamente —Soy una idiota, no debería haberte preguntado así, yo... —comenzó a tropezarse con sus propias palabras. Evitó mirarme a los ojos y salió de mi habitación casi corriendo.

Me quedé a solas en la habitación con la caja llena de recuerdos a mis pies. Sentí mis ojos nublarse y el dolor regresó a mi cuerpo. Me sentí un idiota por haberlo dicho de esa manera, pero las palabras habían salido sin previo aviso. Entendí que todavía no estaba preparado para asumir una cosa así, que todavía no estaba listo para decírselo a nadie ni tampoco contar qué es lo que había pasado.

Cuando Violet salió de la habitación sentí un vacío en el estómago. Me quedé de pie sin saber qué pensar ni qué decir. Quería retroceder el tiempo y no haber ordenado mi habitación. Porque no soportaba. No aguantaba ahora el dolor que tenía posado justo en mi garganta.

De pronto, sin previo aviso oí sus pasos acercarse a la habitación. Yo seguía inmóvil en el mismo sitio. Alcé mi vista y la vi. Estaba de pie en el marco de la puerta aun con los ojos cristalizados, su cara sólo transmitía culpa. No le dije nada, pero ella se adelantó para entrar en la habitación, se quedó de pie a unos metros de mí y respirando hondo comenzó a hablar.

—Lo lamento —repitió —, pero no me iré de aquí si me necesitas.

Arrugué el entrecejo sin entenderla.

—Estás quebrado, Damián —bajó la voz. —Y aun no lo reconoces. Tu no me has dejado cuando te necesité, yo tampoco te dejaré cuando necesites de alguien.

—No te necesito. No necesito a nadie.

Yo sabía que estaba quebrado y también que era inestable, pero no necesitaba que me ayudaran, no necesitaba que quisieran armarme una vez más. Sin embargo, mis palabras no parecieron afectarle, sólo se quedó mirándome y luego miró la caja que se encontraba a mis pies.

—De acuerdo. No la necesitas —habló poco convencida —, pero si sientes que te ahogas con el dolor que tienes en el corazón, sólo debes golpear la puerta de mi habitación y yo te ayudaré.

Giró sobre sus pies y otra vez salió de mi habitación dejándome a solas.

Esta vez me acerqué a la puerta y la cerré. Muy rápidamente recogí la caja de la alfombra y la metí en el clóset.

VIOLET

Damián no quería admitirle a nadie que estaba quebrado, pero si lo estaba y yo lo sabía, ya que también había estado así una vez. Nadie estuvo ahí cuando necesité levantarme, pero tampoco culpo a mis amigos ni a mi familia porque yo no pedí ni tampoco acepté su ayuda.

Ahora me arrepiento, quizá hubiese sido más fácil sobrellevar mi dolor recibiendo un poco de cariño. Saliendo a comer con mis amigas, bebiendo el chocolate caliente de mi madre o aceptando una cita con mi mejor amigo que siempre estuvo enamorado de mí y no lo supe hasta años después.

Me senté en la cama sin evitar pensar en la chica de la fotografía. En sus ojos azules, en su cabello negro y en el cigarrillo de su mano. Se veía feliz, radiante y observaba a Damián, no a la cámara que la enfocaba. ¿Por qué había muerto? ¿Se la habrá llevado una enfermedad o tuvo un accidente? Se me apretó el estómago sólo al pensar en perder a un ser querido. Debe ser doloroso, sobre todo cuando no estás preparado para despedirte de alguien para siempre.

Unos débiles golpecitos en la puerta me sobresaltaron, me puse de pie de inmediato y la abrí. Damián estaba de pie afuera de la habitación con la mano en el tórax, me observó a los ojos y de inmediato entendí que nuevamente necesitaba ayuda.

Repetimos lo mismo que la otra noche, pero esta vez fue peor. Estuve a punto de llamar a un médico a domicilio porque pensé que Damián se desesperaría, pero no ocurrió. Mis palabras, la respiración pausada y mi té de manzanilla lo hicieron reaccionar y sólo se quedó sentado en el sofá mirando la televisión apagada.

El pequeño Rayo lo observó en la distancia y se le acercó, luego se subió en sus muslos y le lamió la muñeca. Era increíble la conexión de esos dos. Todavía no me podía creer que Rayo pudiera sentir lo mal o lo bien que estuviese Damián.

—Iré por té al supermercado —le dije, poniéndome de pie. Él despertó de sus pensamientos y sólo asintió mirándome, no me podía dar por vencida, estaba segura de que dentro de todas esas paredes gélidas que enseñaba, había un ser humano destrozándose —¿Me acompañas?

—No me siento bien —confesó.

—Quizá caminar te ayude un poco.

Él se quedó pensándolo por un momento eterno y yo fui paciente. Asintió lentamente y se puso de pie dejando a Rayo encima del sofá.

—Iré por una chaqueta —anunció y luego desapareció por el pasillo hasta su habitación.

Lo había logrado, podría sacar a Damián Wyde de su cueva. Cogí las llaves del departamento y antes de acercarme a la puerta, él ya estaba dirigiéndose hacia mí. No dijimos nada, sólo caminamos juntos hasta las escaleras y bajamos, saludamos a la señora Clara y luego nos fuimos hacia la parada de autobuses unas pocas cuadras más allá.

Damián seguía silencioso, lo vi sacar un cigarrillo y comenzó a fumar mientras esperábamos el autobús. Estaba tenso, podía notarlo en su barbilla y también en cómo le había costado un poco encender el cigarrillo a causa de sus manos temblorosas.

—¿Sabes? Tenías razón, iré a esa audición para poder ganar la beca —le conté.

Ni siquiera lo había decidido, pero tenía que sacarle un tema de conversación al gélido Damián Wyde.

Él alzó su mirada hacia la mía y levantó levemente las comisuras de sus labios.

—Pero tendrás que acompañarme —le dije y él alzó las cejas —. Tengo pánico escénico.

Se rio.

—¿Te gusta el teatro y tienes pánico escénico?

Me encogí de hombros.

—Sí.

—Eres extraña ¿lo sabías?

—Sí. Y gracias, por cierto —fingí estar muy orgullosa de ser una chica extraña.

A veces me parecía bien ser un poco extraña o con ideas poco convencionales, otras sólo era un dolor de cabeza para mi autoestima.

—Bueno ¿Irás conmigo a la audición? —insistí.

Él rodó los ojos, le dio la última calada a su cigarrillo y luego lo apagó en la parada de autobuses.

—Está bien —aceptó —, pero si lo haces mal... haré como que no nos conocemos.

Arrugué el entrecejo.

—¡Con que me pare arriba del escenario es suficiente!

—Claro que no es suficiente —habló de lo más calmado, en contraste a cómo le había hablado yo. —Lo suficiente es que puedas hacer la audición y te ganes la maldita beca.

—Estás pidiéndome demasiado.

—Practicarás.

—Si, mirándome al espejo —sonreí.

Noté que el autobús se acercaba, nos subimos en él y nos sentamos en dos puestos vacíos. Él al pasillo, yo a la ventana.

—Harás la audición una y otra vez frente a mí.

Rodé los ojos, luego me reí, pero al parecer él no estaba bromeando porque se mantuvo serio.

—Hasta que te salga perfecta.

—Te has vuelto loco —lo observé con seriedad.

—No ahora, siempre he estado un poco loco, pero no hablábamos de eso —dijo con simpleza —Practicarás hasta que te sepas las cosas de memoria.

—No son cosas, son líneas.

—Las líneas.

—Lo intentaré.

Él sonrió.

—Con eso es suficiente —finalizó.

El pasillo del té y el café fue mi perdición en el supermercado. Damián estaba con el carrito detrás de mí mientras yo ponía una y otra vez diferentes tipos de té en él.

Lo vi sacar una de las cajas del carro y frunció el ceño mientras la leía.

—¿Té de maracuyá?

—¡¿No es grandioso?! Nunca lo he probado y... —me callé cuando noté que él no tenía la misma emoción en sus ojos que yo. —Y nada. Quizá no sea tan buena idea llevarlo —se lo iba a quitar de las manos y él lo movió justo antes de poder alcanzarlo.

—Lo llevaremos —lo volvió a poner en el carro —, pero ya tienes seis cajas de diferentes sabores de té... y tenemos que alimentarnos. Y el té no alimenta.

Refunfuñé. Dejé la última caja guardada en la estantería y lo seguí por el pasillo hasta las pastas. Me quedé mirando una salsa de tomate cuando oí que el móvil de Damián sonó.

—¿Hola? —lo oí contestar, lo observé de reojo, no tenía una muy buena cara que digamos. Aunque, Damián nunca tenía buena cara cuando alguien lo llamaba —Si, un poco, estoy en el supermercado. Cuando llegue a casa podemos hablar. Claro, te devuelvo el llamado, pero... ¿qué ocurre? De acuerdo... hablamos después —colgó. Se quedó mirando un poco más la pantalla del móvil y se lo echó al bolsillo.

Me acerqué a él con tres salsas de tomate y las puse en el carrito. Él cogió algunas pastas, luego un par de condimentos y continuamos caminando por los pasillos.

—¿No crees que la vida es un poco... una mierda? —me preguntó dejándome pasmada. Lo había dicho con tanta sencillez mirando un tarro de atún que pestañeé sin entenderlo. No le respondí de inmediato, sólo lo quedé mirando y él fijó sus ojos oscuros en los míos —Ya sabes... monotonía. Naces, creces, trabajas y te mueres.

—No sólo es eso. También debes vivir.

Él echó aire por su nariz a modo de risa.

—¿No es más «sobrevivir»?

—Si has pasado por tantas cosas malas, ya eres un sobreviviente, así que es hora de vivir ¿no?

Él pestañeó mirándome.

—Pero tienes que superar esas cosas malas.

—Algunas cosas no se superan. Sólo aprendes a vivir con ellas.

Él guardó silencio, como si algo en su cabeza hubiera hecho un clic o le hubiese traído un recuerdo a su memoria. Continuó su camino arrastrando el carrito de compras hasta el pasillo de los champús y acondicionadores.

Cuando llegamos al departamento, comenzamos a acomodar las cosas que habíamos comprado y luego Damián recordó que debía llamar a alguien por teléfono y antes de que saliera de la cocina, lo detuve:

—¿Hacemos pizza para la cena?

Él se giró hacia mí con una ceja alzada.

—Debes dejar la pizza y comer más comida casera —bromeó.

Me encogí de hombros.

—¿Es un sí?

—De acuerdo —sonrió. —Llamaré a mi padr... Evan.

Fingí muy bien que no me había percatado de su cambio repentino de "padre" a "Evan" y sólo asentí mientras me apoyaba en la pared de la cocina buscando alguna receta en internet de cómo hacer masa para pizza.

¿Por qué se dirigía a su padre por su nombre? Quizá no eran tan cercanos o en su familia era común tratarse por los nombres. No le di más vueltas al asunto, estaba satisfecha porque había logrado cambiar el ánimo de Damián a uno mucho mejor. En el supermercado se había soltado un poco más y pudimos bromear sobre algunos productos para el cabello y también sobre lo caro que era volverse un adulto responsable.

Finalmente encontré una receta en internet y comencé a reunir los ingredientes para la masa, pero el silencio del departamento me hizo oír la conversación que Damián estaba teniendo por teléfono en su habitación.

—¿Cómo es que puedes pedirme una cosa así? No. La otra noche te he dicho que no estoy preparado. No. No hay espacio aquí, ni menos en mi vida. Sé que ninguno ha tenido la culpa, pero no nos conocemos y no tengo la intención de conocerlo —decía con desagrado, hiriente, frío —¿Pensarlo?

Ay no... ¿quién osaba de cambiar el ánimo de Damián que tanto me había costado volver a su lugar?

Agudicé mi oído.

—Entiendo, pero... entiendo. Lo sé. Te llamaré más tarde, déjame digerirlo —continuó. Luego se alejó un poco porque no oí más, sólo palabras inaudibles.

Tragué duro cuando oí que salió de su habitación, dio un portazo y atravesó el pasillo sin mirar a la cocina. Lo oí coger las llaves y salió del departamento muy rápidamente. Corrí a través del pasillo y me dirigí justo a la ventana que daba a la calle, ahí estaba, pero rápidamente comenzó a caminar hacia la parada de autobuses y se perdió de mi campo de visión.

Bufé, frustrada, no entendía por qué había personas capaces de influir tanto en el ánimo de las personas, incluyéndome. En mi vida siempre me había visto influenciada por las personas que me llamaban o me mandaban cierto tipo de mensajes. También era una de las razones por las que decidí venir a París. Lejos de todo y de todos.

No me caracterizaba por ser una chismosa, pero necesitaba entender qué era lo que ocurría con la vida de Damián. A decir verdad, estaba un poco preocupada por su estado mental, sobre todo por las crisis de ansiedad que sufría cuando algo lo desestabilizaba. Caminé por el pasillo hasta su habitación y empujé la puerta, miré a mi alrededor sin encontrar alguna cosa extraña, sólo su móvil encima de la cama.

Lo cogí y la pantalla se encendió.

Evan: No te sientas obligado, sigue siendo tu decisión

Había un par más, pero no logré verlo y no quería desbloquear el móvil, así me descubrirían en segundos.

Volví a dejar el móvil como estaba y continué mirando, hasta que mis ojos chocaron con la caja de esa mañana. Esta vez estaba adentro del clóset y si no fuera porque estaba semi abierto, no la hubiese visto. Me acerqué lentamente y la saqué. Mis manos temblaban, mi madre estaría regañándome por hacer una cosa así, pero si supiera el motivo...

Me senté en el suelo y la abrí.

Aparecieron ante mí un sinfín de papeles que asumí eran cartas, también fotografías y un móvil. Esta vez no me centré en las fotografías, sino que cogí un papel al azar.

"Carta 73: Estoy enamorado. Estoy enamorado de ti y no pensé que sería tan difícil tenerte conmigo, pero no creas que estoy arrepentido de haberme enamorado de ti pequeño rayo, olvídalo, estaba escrito que esos enormes ojos azules eran míos. Sólo quería que supieras que eres la mujer más fuerte, admirable, alocada, intrépida y audaz que jamás ha pisado este mundo. No te merecemos, Bianca. Nadie te merece de verdad"

Mi estómago se revolvió.

Eran cartas enumeradas. No tenía suficiente tiempo para ordenarlas, así que cogí otra al azar, pero esta vez me encontré con un papel viejo y arrugado, nada parecido a las cartas enumeradas. Lo abrí con cuidado, no quería romperlo. Estaba escrito con lápiz grafito, pero parecía como si alguna vez alguien hubiese marcado las letras otra vez. Tragué duro cuando leí el encabezado:

"Preguntas para hacerle a mi padre cuando lo conozca"

***

Capítulo de viernes <3

¡Muchísimas gracias por leer y sus votos! Por favor no dejen de hacerlo jiji

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BESOPOS

XOXOXO

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