Capítulo 5: La oscuridad que nos expuso
|La oscuridad que nos expuso|
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No le pregunté a Violet lo que le habían hecho para romperla en pedazos y ella tampoco se atrevió a contarme, pero cuando confesó que sí había pasado por algo así, vi la misma herida que Bianca tenía en sus ojos al mirarme. Esa herida que siempre tuvo y por la cual ahora asumía que jamás fue cien por ciento feliz. Y no por mi culpa, sino por su vida.
De pronto, su móvil comenzó a sonar y al leer la pantalla, frunció el ceño con frustración. De seguro no quería hablar con la persona que la llamaba insistentemente. La vi ponerse de pie disculpándose y luego atendiendo. El departamento era pequeño, ahora estaba silencioso y Violet se había quedado en la sala, así que lamentablemente podía oírla.
—Hola mamá. Estoy bien ¿Cómo estás tú? Me alegro... ¿Cómo está papá y Morgan?
Continué bebiendo de mi té de manzanilla.
—Wow, qué bien... —su voz no sonó para nada alegre —Yo...bueno...yo estoy en el mismo sitio... —una risa nerviosa apareció —Ya sabes, cuentas y más cuentas... Si, no... he mantenido el puesto de trabajo.
Arrugué el entrecejo y deslicé levemente la silla hacia atrás.
—Pero todo bien. No, no volveré pronto a la ciudad, tranquila. Si, claro...claro que puede ocupar mi habitación. Bueno...yo debo... debo terminar un informe, quizá por la noche te llame ¿sí? Adiós.
Apenas Violet se giró hacia el pasillo, me vio observándola con los ojos entrecerrados y los brazos cruzados.
—Mientes pésimo —dije.
Ella bajó sus hombros y se metió el móvil al bolsillo de su pantalón.
—Lo sé.
—Mentir... ¿Mentir para qué? —resoplé.
—No lo entiendes —dramatizó una vez más y se sentó en el sofá apoyando la espalda en el respaldo.
—Probablemente porque no soy un mentiroso —continué mi camino y me senté a su costado, cogí el control remoto y encendí la televisión.
—Desde que me fui de casa todo parece ir genial —me contó mientras ambos mirábamos cómo cambiaba el canal una y otra vez —Morgan, mi hermana, estudió arquitectura y gana muchísimo dinero. Ya se compró un auto y no falta nada para que le entreguen su departamento. Tiene un novio que la adora ¡Y hasta un perrito!
—De seguro tiene begonias que no se le mueren —bromeé y ella giró su cabeza para observarme con seriedad. —Lo lamento, continua.
—No estás tomándotelo en serio. Es frustrante para mí... —respiró hondo —Mírame, me han corrido del trabajo y me quitaron el departamento, no tengo nada...
—Tienes té de manzanilla.
—Damián —frunció el ceño y me lanzó un cojín en la cabeza.
Me reí.
—No creo que debas sentirte así, sólo eso.
—¿Cómo no? Mis padres tienen una majestuosa librería, mi hermana es una arquitecta exitosa y yo... pues yo nada. Estoy en París sin un puto euro.
Apagué la televisión y ella se sorprendió, se quedó mirándome por un momento. Apoyé mis codos en mis piernas y la observé a los ojos.
—¿Por qué te comparas con otra persona? Si sigues haciendo eso, jamás serás exitosa ni feliz.
—Lo sé —resopló. —Es que siento que sólo he traído problemas a este mundo. Sobre todo, por lo que me ocurrió el año pasado con... —se detuvo en seco y luego pestañeó casi como si las palabras hubiesen salido solas —Lo lamento, no debería estar hablando de esto.
—No pasa nada.
La vi ponerse de pie, respiró hondo armándose de valor.
—Me daré una ducha —avisó y luego desapareció por el pasillo.
***
Dos semanas después.
No entendía mucho a Violet, pero tampoco me esforzaba en hacerlo, porque no me cansaba ni aburría tenerla dando vueltas por el departamento.
Se levantaba más temprano que yo y siempre llevaba alguna cosa para desayunar: medias lunas, algún trozo de pastel, cupcakes, diferentes tipos de sándwiches, entre otras cosas que vendían en las cafeterías cercanas. Aunque yo nunca alcanzaba a desayunar por levantarme tarde, ella lo guardaba en la cocina para que por la tarde yo me lo comiera.
Era adicta al té y lo más extraño es que se sabía todas las propiedades de los sabores: del té de menta, el de manzanilla, el té negro y hasta el té de hibisco que ni mierda sabía qué era eso.
Era una chica distinta a las que había conocido alguna vez... no fumaba, no bebía y en más de una ocasión me había contado que pasó una fiesta completa bebiendo agua con limón. Se despertaba con mucho ánimo, pasaba horas sentada frente a su computador buscando empleo y, en ocasiones, pasaba tardes completas fuera del departamento probando suerte en cualquier cosa, incluso paseando perros.
Hacía tantas cosas durante el día que más de una vez la encontré en el sofá durmiendo con Rayo encima de su estómago y con la televisión encendida en una serie romántica adolescente súper dramática igual que ella cuando sufría por haber ganado 25 euros en pura mierda.
Sorprendentemente nos llevábamos bien, aunque, en ocasiones, parecía un puto torbellino lleno de energía recorriendo la sala, colocando un poco de música y bailando con el escobillón. Pobre escobillón, de seguro ya estaba exhausto de ser el bailarín de Violet todas las mañanas. Yo era todo lo contrario a ella, solitario, silencioso, un búho fumando cigarrillos en el balcón y sospechaba que ella quería entablar una mejor relación conmigo, pero yo no lo permitía.
Y quizá nunca estaría listo para permitirlo.
—Mira lo que compré —oí su voz desde el pasillo, luego apareció en la sala con una caja y una sonrisa de oreja a oreja. Alcé las cejas, curioso —Es un juego de preguntas y respuestas que encontré en el mercado... —se quedó mirando la caja por un momento —Dice que...que debes beber si prefieres no contestar la pregunta —rodó los ojos —¿Podemos jugar con limonada? —me sonrió.
Alcé una ceja.
—¿Qué te hace pensar que jugaré?
—Es sábado por la noche y ninguno de los dos tiene amigos.
Me reí.
—De hecho... voy a salir.
Su rostro se desencajó un poco.
—Oh... claro, lo lamento —fingió muy bien una sonrisa —Voy a terminar de ver la serie... pediré pizza —dejó el juego encima de la mesa y cogió su móvil, luego alzó la cabeza, mirándome —¿Quieres pizza?
—No estaré, sólo pide para ti.
Me puse de pie y la dejé a solas en la sala.
Tenía planes, pero con las personas que saldría no eran exactamente mis amigos. Los trabajadores del restaurant habían quedado en un bar y me había llegado la invitación por el grupo en el que estábamos por chat. Acepté porque realmente no tenía nada mejor que hacer.
La última semana había estado algo complicada. De nuevo estaba costándome dormir y me despertaba cerca de las cuatro de la madrugada para fumar un cigarrillo. Me había comenzado a doler el pecho otra vez y tenía la sensación de estar cayendo de un décimo piso una y otra vez. Todo estaba mal en mi interior, pero no quería admitirlo... no esta vez. Quería poder cubrir todo lo que sentía y que nada me afectara demás.
Cuando salí del departamento, Violet ya estaba instalada en la sala con una pizza y la serie puesta, lista para una noche de sábado en casa. Parecía un buen panorama para alguien como yo, pero temía por mi estabilidad emocional frente a ella. Ya se había percatado de algunas de mis actitudes y no quería terminar explotando frente a una chica tan positiva y llena de luz. No quería apagarla y de seguro no me entendería.
—¡Diviértete! —exclamó con una sonrisa cuando me vio salir.
—Tu igual —me encontré con sus ojos.
Ella asintió alzando un pedazo de pizza.
—Lo haré.
Estaba afuera del bar en donde habíamos quedado y algo se revolvió en mi estómago cuando me percaté de que se trataba del mismo bar que había estado la primera vez que visité Francia. Apenas entré en el lugar mi cuerpo se descompuso. De pronto sentí mucho frío y temblor en todas las zonas de mi cuerpo... una gran punzada se posó en mi garganta y cuando olfateé el mismo aroma de aquella vez... decidí largarme.
Tuve que sentarme en una banca cerca porque mis rodillas flaquearon. Golpeé con la palma de mi mano el respaldo, sintiéndome frustrado por no poder hacer nada relacionado con Bianca.
Podía oír su risa, escuchar sus historias de medianoche y sus sollozos cuando todo estaba mal... tenía pegados sus ojos azules en mi cabeza. Y ya estaba dejándome sin respiración.
Flashback.
—¿Beberás junto a mí?
—Estamos en un lugar que no conocemos, no debería beber si tú vas a hacerlo ¿no?
—¡No te preocupes por eso! ¿Con qué tipo de Damián estoy hablando?
—Está bien, lo dejaré pasar por esta noche.
Ella lograba convencerme de todo.
Yo no bebía más de una cerveza antes de conocer a Bianca. Odiaba el alcohol... más bien odiaba a los borrachos y a quienes no podían controlarse cuando ingerían alcohol. Suficiente tenía con ver a mi madre todos los días en estado etílico como para yo también estar así de terrible.
Pero Bianca lograba todo. Lograba que me olvidara de las cosas que odiaba y de las que no era capaz de hacer... y las hacía. Por quererla bien, por quererla mejor... por hacerla feliz. Porque muy en el fondo, sabía que nadie era capaz de hacerla feliz y quizá yo era el indicado.
Recordaba sus palabras aquella noche de juventud, locura y amor...
—La vida es linda Damián, pero aquí, a tu lado.
—La vida es linda, Bianca. Y no exactamente aquí a mi lado. La vida es linda cuando eres libre.
Yo ya no era libre.
No era libre de sus ojos, de su sonrisa ni de sus sollozos. No era libre de sus cuentos aburridos ni de sus traumas. No era libre. Y quizá nunca más vería la vida "linda". Porque ya no la tenía.
Cuando iba a ponerme de pie para regresar a casa, un mensaje me desconcentró, era de Violet.
Violet: Ha habido un apagón en todo el edificio
Violet: Busqué velas, pero no encontré... ¿Podrías traer cuando regreses? Quizá el apagón dure hasta mañana.
Damián: Voy para allá.
Apenas escribí eso, ella rápidamente comenzó a escribir:
Violet: ¿Por?
Violet: Sólo quería velas, no arruinar tu noche.
Violet: De hecho, le pediré velas a la vecina de enfrente, tranquilo.
Bloqueé el móvil.
Si supiera que realmente lo único que quería era regresar a encerrarme.
Intenté controlar lo que más pude mis emociones, me di unos golpecitos en las rodillas y me puse de pie. Respiré hondo y cogí el primer taxi que encontré.
Cuando llegué al edificio, efectivamente todo estaba oscuro, saludé a la señora Clara en la recepción y ella de inmediato me contó sobre el apagón, que duraría tal vez varias horas y que si necesitaba velas... Mierda. Las velas.
—Si, no tengo velas...
Ella me pasó tres velas y antes de que pudiera subir las escaleras, me detuvo.
—¿Su amiga está bien?
Fruncí el ceño.
—¿Violet?
—Si. La rubia parlanchina.
—Si... supongo ¿Por qué?
—Bajó algo nerviosa a pedirme velas y se quedó afuera.
—¿Afuera?
Ella hizo un gesto indicándome la entrada del edificio y en la solera había alguien sentado con la capucha puesta, impidiendo ver de quién se trataba. Arrugué aún más el entrecejo y sólo salí en su búsqueda. Apenas me acerqué, ella alzó la vista y se sobresaltó, asustada. Tenía entre sus manos a Rayo quien dormía plácidamente. Sus ojos verdes estaban vidriosos.
—¿Todo bien?
—Si, estupendo —contestó sin ponerse de pie.
—¿Qué haces aquí?
—Se cortó la luz.
—Lo sé —ella mantuvo el silencio —¿Te quedaste afuera sin llaves?
Apenas dije esto, ella sacó las llaves del bolsillo de su chaqueta y me las enseñó.
—Creo que deberíamos entrar... hace frío —opiné y ella asintió levemente.
—¿Trajiste velas?
—La señora Clara me dio algunas.
—¿Y fuego?
—Siempre tengo fuego.
La vi ponerse de pie con Rayo aun en sus brazos. Estaba seria. Y Violet nunca estaba seria.
Caminó junto a mí hasta que estuvimos dentro del edificio y antes de poder subir las escaleras, la señora Clara nos interrumpió.
—¡Tranquila cariño! Es normal temerle a la oscuridad —dijo dirigiéndose a Violet y yo no pude evitar mirarla con el ceño arrugado. Violet sólo le dio una sonrisa de pocos amigos y se quedó bien cerca de mí mientras subíamos las escaleras.
—¿Le temes a la oscuridad? —pregunté.
—Algo.
—¿Algo? Estabas sentada en la calle porque hubo un apagón, Violet.
Ella guardó completo silencio hasta que estuvimos dentro del departamento.
La vi quedarse cerca de mí aun con Rayo en sus brazos. Estaba inmóvil, ni siquiera había sacado el móvil de su pantalón para alumbrarse el camino. Tuve que coger mi móvil, encender la linterna y luego acomodar una vela encima de la mesa para iluminar la sala.
Apenas hubo un poco más de visibilidad, Violet dejó a Rayo en el suelo y se movió hacia el sofá.
—No quería interrumpir tu fiesta, lo siento —me dijo apenada. Se sentó frente a la vela en la sala y yo me quedé mirándola en la distancia.
—Había decidido venir a casa antes de tu mensaje.
Ella alzó la vista, chocando con la mía.
—¿Estabas aburrido?
¿Cómo le explicaba que ni siquiera había podido encontrarme con alguien?
—Sí —mentí.
Como ella guardó silencio de inmediato y me pareció muy extraño, continué:
—¿Lograste ver algo de tu serie?
—Sólo un capítulo.
El silencio de Violet era incómodo.
Ya me había acostumbrado a que fuera alegre, conversadora y divertida. Verla algo apagada y silenciosa me hacía sentir fuera de lugar, como si fuera incorrecto estarle hablando.
—Estás nerviosa.
—Para nada.
—¿Quieres un té de manzanilla?
—No hay luz para el hervidor.
—Pero hay cocina en donde calentar agua.
—Quizá me haría mejor un té de lavanda.
Fruncí el ceño.
—¿Tienes lavanda?
—Olvidé comprar...
—Entonces puedes beber algo más normal —le sonreí y ella asintió sin entender mi broma.
Me siguió hasta la cocina mientras calentaba agua para ambos.
—Podemos jugar a ese juego de mierda que compraste —le dije y ella alzó la vista ilusionada. Esbozó una pequeña sonrisa y asintió lentamente. —Pero no tengo alcohol aquí.
Se encogió de hombros.
—Podemos beber té de manzanilla.
—Claro. Y quemarnos la garganta.
—No sabes lo que es adrenalina —bromeó.
Ya comenzaba a ser nuevamente ella.
Terminé de calentar el agua para ambos, luego busqué bolsitas de té de manzanilla y les puse azúcar. Violet seguía un poco inmóvil a mi lado, sólo estaba mirando cómo le hacía el té. Se lo iba a tender, pero algo me decía que no era buena idea en la oscuridad.
—Vamos, te lo paso en la sala —le dije.
—Tu primero —me sonrió levemente.
Sonreí.
Pasé por delante de ella y rápidamente oí sus pasos viniendo detrás de mí. Me senté frente a la mesita de centro y le tendí el tazón.
—¿Y el juego?
—Está en mi habitación.
—Ve por él —le dije, luego bebí un poco de té, pero ella no reaccionó —¿No quieres jugar?
—No puedo ir por él.
—Literalmente la puerta está a dos metros.
—¿Y si no jugamos?
Rodé los ojos. Me puse de pie.
Me metí a su habitación con la linterna del móvil encendida hasta que vi la caja sobre su cama, la cogí y me devolví a la sala. Violet tenía las manos alrededor del tazón como si hiciera mucho frío y, en realidad, dentro del departamento sin aire acondicionado no hacía nada de frío.
—Aquí está —se lo tendí.
—Gracias.
Con las manos temblorosas dejó la taza encima de la mesa de centro y comenzó a abrir la caja del juego y de allí sacó una baraja de cartas de color rojo y azul, dos vasitos pequeños que supuse eran para beber tequila o algo parecido y un dado con paredes azules y rojas.
Cuando la vi leer las preguntas, de inmediato me opuse.
—No hagas trampa —se las quité y ella pestañeó sin entender. Comencé a ordenarlas por color, luego las giré dejando el lado del color hacia arriba. Las rojas contenían preguntas comprometedoras, las azules un poco más amigables —¿Qué ocurrirá si alguno no quiere contestar? —le pregunté, cogí nuevamente mi tazón y bebí.
Ella se quedó dubitativa un momento, luego abrió sus ojos como si se le hubiese iluminado el cerebro.
—El que acumule más preguntas sin responder, invitará la próxima pizza.
—¿Sólo eso? —resoplé.
—¡Pero una pizza familiar!
Me reí.
¿De dónde había salido esta chica? Nadie podía ser así de genuinamente inocente.
—El que acumule más preguntas sin responder tendrá que invitar a una pizza y tendrá la libertad de hacerle dos preguntas al otro sin recibir un "no contestaré" por respuesta.
Ella dudó un momento, luego elevó levemente la comisura de sus labios.
—De acuerdo.
Fue ella quien lanzó el dado primero y cayó en azul.
Cogí una tarjeta azul y se la leí:
—¿Qué prefieres? ¿Ser invisible o poder leer mentes? ¿Y por qué?
Ella se rio.
—¡Está muy fácil!
—Has tenido suerte —sonreí levemente, luego me callé esperando que contestara.
—Leer mentes —contestó —, así podría saber qué piensan las personas de mí apenas me ven.
Resoplé.
—No necesitamos saber lo que piensan los demás acerca de nosotros mismos. Pueden irse a la...
Me callé cuando ella rodó los ojos.
Cogí el dado sin esperar que se defendiera y lo lancé.
Rojo.
Ella movió sus cejas de arriba abajo burlándose, cogió una tarjeta roja y la leyó:
—¿Cuántas parejas has tenido? —me preguntó y noté que se decepcionó de la pregunta, pero yo me quedé rígido observándola. Si el juego comenzaba a hacer preguntas relacionadas a eso... terminaría en la mierda en diez minutos.
—Sólo una.
Ella se echó a reír.
—No te creo.
—Yo no miento.
—Todos los hombres mienten, Damián —continuó sonriendo, cogió su taza y bebió un poco de té.
—¿Cuántos hombres conoces? —mantuve mi seriedad.
—No creo que hayas estado sólo con una mujer —evadió mi pregunta.
—Me preguntaste cuántas parejas había tenido, no con cuantas mujeres he estado.
Ella rio cogiendo el dado.
—Continuemos.
El juego continuó tras cartas rojas y azules. Violet tenía más suerte que yo, ya que de diez cartas a ella le tocaban ocho azules. En cambio, a mí, de diez cartas, ocho eran rojas.
Las preguntas habían pasado desde cuál era nuestra comida favorita hasta la edad que habíamos tenido nuestra primera vez y me sorprendí cuando ella dijo que su primera vez había sido a los diecinueve años. Me sentí un poco incómodo cuando dije que la mía había sido a los catorce.
Violet parecía haber olvidado que no había luz en todo el edificio, se reía un poco más y ya no parecía una estatua sentada frente a mí. Y yo me había olvidado de que hace una hora lo estaba pasando fatal sentado afuera de un bar. Nos estábamos riendo. Y yo no me reía con ganas hace bastante tiempo.
Hasta que apareció una pregunta que la dejó congelada.
—¿Cuál es tu mayor miedo y por qué?
—La oscuridad —contestó sin más. Me pasó el dado y yo la detuve.
—Tienes que decir la razón.
Silencio.
—Paso.
—¿Pasas? —alcé una ceja —Estás acumulando preguntas sin respuesta.
Ella echó aire por la nariz, frustrada.
—Continuemos —me observó a los ojos.
Algo me decía que esta vez hablaba en serio, de verdad no quería decirme por qué le temía a la oscuridad y por alguna razón no quise insistirle. Ella tenía sus motivos, así que cogí el dado y lo lancé. Nuevamente apareció rojo.
—Describe el recuerdo más triste que tienes —leyó en voz alta.
Automáticamente mi mente viajó a una sala de hospital.
A una sala fría, triste y dramática. Recordé la aguja en mi brazo, mis pies descalzos, el parche en mi estómago y también la persiana azul que me separaba de su camilla. Cerré los ojos con fuerza cuando una punzada se posó justo en mi sien.
—¿Estás bien? —me preguntó Violet mientras lentamente bajaba la tarjeta.
—Sí —contesté.
Pero no lo estaba.
Los recuerdos me atacaron y fue en ese entonces cuando pude darme cuenta de que todavía no estaba preparado para asumir lo que había ocurrido hace un poco más de un año atrás. Me dolió el pecho, sentí que me faltó un poco el aire y tuve que respirar profundo cuando vi entre mis recuerdos su rostro pálido de pestañas pegadas a sus pómulos y su cabello negro esparcido en la camilla.
Apreté la mandíbula y me puse de pie.
—¿Damián?
Oí la voz de Violet en la distancia... ¿Cuándo me había alejado? ¿Estábamos así de lejos como la sentía?
No podía respirar.
Me estaba faltando el aire de verdad.
Observé a mi alrededor, desvanecido, coloqué una mano en mi pecho porque estaba doliéndome más de lo habitual. Caminé hacia el balcón rápidamente en busca de aire. Sentí sus pasos venir detrás de mí y antes de poder salir al aire frío, sentí su mano rodeándome la muñeca.
—Hey —habló. Fijé mi atención en ella —Estás bien, lo sabes ¿no? Estamos en París, en tu departamento.
Todo estaba borroso, tenía hormigueo en las puntas de los dedos, pero ella estaba cogiéndome con fuerza la muñeca.
—Creo que estás teniendo una crisis de pánico, pero está bien ¿sueles tomar algún medicamento para...
—No —contesté.
Me llevó hasta el balcón, se sentó frente a mí y me hizo cerrar los ojos, luego respirar profundo. Ella respiraba junto a mí, podía oírla mientras contaba lentamente hasta diez en voz alta para que la oyera. Y no sé cómo... pero el dolor comenzó a disminuir lentamente y mi cabeza volvía un poco a su centro.
—No es peligroso lo que sientes, es normal, pero debes concentrarte en tu respiración.
Finalmente, luego de un tiempo que no puedo definir, el dolor desapareció, pero mi cuerpo seguía desconectado de lo que ocurría a mi alrededor. Seguía mareado, con los oídos zumbándome y las manos cosquilleándome. Los ojos me pesaban.
Respiré hondo una vez más.
—¿Mejor? —me observó. Apenas pude verla claramente frente a mí.
—Fumaré un cigarrillo.
Se puso de pie, entró a oscuras al departamento y me trajo los cigarrillos de encima de la mesa de centro, me facilitó el encendedor y se quedó junto a mí.
—¿Te sientes mejor? Si quieres puedo llamar a un méd...
—No. Estoy mejor —solté.
Encendí el cigarrillo aun con las manos temblando.
—Prepararé otro té de manzanilla ¿sí?
Alcé mi vista y choqué con sus ojos verdes.
—De acuerdo.
Ella se encogió de hombros con la comisura de sus labios levemente alzada.
—Tengo una maestría en ataques de pánico —fue lo último que me dijo antes de encender la linterna de su móvil y entrar al departamento.
***
Capítulo de viernes <3
Muchas gracias por sus votos y comentarios, los valoro infinitamente!
Recuerden que los capítulos eran domingo por medio así que ¡Este domingo tendremos otro capítulo! wohooo!
Siempre me hace feliz leer sus reacciones, teorías, ideas, llantos, todo. No dejen de escribirme.
BESOPOS
XOXOXO
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