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Capítulo 30: Lo que evito para no quebrarme


VIOLET

Parecía haberme despegado del piso, solo podía sentir los labios de Damián sobre los míos y sus manos haciendo presión sobre mi cintura. Mi torso estaba pegado al suyo y mis manos enredadas en su cabello conseguían que el beso cada vez se intensificara más. No sabía muy bien de donde había salido el deseo, la desesperación y las ganas de meternos en la piel del otro, pero no nos separábamos... y cuando lo hacíamos solo era para tomar un poco de aire y continuar besándonos.

Me temblaba el cuerpo, estaba completamente nerviosa por el paso que habíamos dado. Mi cerebro no estaba procesando bien lo que estábamos haciendo en medio del pasillo. No lograba pensar con claridad si esta era una buena o una mala idea, pero estaba segura de que una de las cosas que me aterraba era que se acabara y todo se fuera a la mierda de verdad.

Podía sentir los músculos de sus brazos tensarse, su abdomen pegado al mío y su respiración agitada. Por mucho que me gustara Damián, nunca había dimensionado las ganas que tenía de tenerlo cerca, de besarle, de quererlo así. Porque siempre respeté sus límites, siempre lo entendí y ahora no sabía cómo sentirme al respecto. No sabía si sentir que estaba rompiendo sus reglas al acariciar su cuello, sus hombros y acercarme a él al punto de no tener espacio o si sentir que todo estaba bien, pues él no estaba deteniéndose ni dudaba de ningún movimiento.

Quería negarme a lo que iba a pasar a continuación solo por el hecho de estar completamente aterrada de perderlo luego, pero cuando sus ojos cafés me observaron con éxtasis, decidí no parar nada. Que, si debíamos alejarnos, sería luego de esto o nunca.

Sus labios se separaron de los míos un momento y los posó al costado de mi boca, luego besó mi mejilla, mi mandíbula, hasta llegar a mi cuello... en donde mi corazón latía con ferocidad. Sus manos bajaron y encontraron el final de mi vestido, lo subió sin ninguna duda y me atrajo hacia su cuerpo con más fuerza, pegando su pantalón a mi entrepierna, mostrándome cómo estaba por esta situación. Tragué duro y mi respiración se entrecortó.

Besé su cuello, su mandíbula y luego deslicé mis manos por debajo de su camiseta haciendo contacto con su piel caliente, mis manos parecían tan pequeñas para su cuerpo. Le ayudé a quitársela y yo lancé mi chaqueta al suelo. Continué besando su boca y caminamos así hasta entrar en la primera puerta que era mi habitación. Mis piernas chocaron con la cama deteniéndonos a ambos, pero ninguno se detuvo en realidad. Solo continuamos buscándonos desesperados, necesitándonos. Y no entendía en ese momento si era por querernos en realidad o porque ninguno de los dos había estado así con una persona hace muchísimo tiempo.

Me senté en la cama y él se recostó sobre mí, me observó a los ojos un momento.

—¿Estás seguro de esto? —susurré. Él no me respondió con palabras, solo me besó.

—¿Tú estás segura? —se detuvo un segundo.

Acaricié sus brazos que se encontraban apoyados a mis costados, miré sus lunares, su piel canela...

—Si.

Y no hubo más palabras.

Con más delicadeza que antes me quitó el vestido deslizando el cierre, acariciando mi espalda. Y yo ayudé a que se quitara el pantalón. Ahora estábamos en ropa interior, sintiéndonos, tocándonos. Descubriendo partes de nosotros que no conocíamos. Observé su piel de cerca, la sentí con mi boca. Y él besó la cicatriz de mi estómago como si no me acomplejara de ella. Damián era un mundo... un planeta completo sin ser descubierto y yo era una pésima exploradora, pero me arriesgaba por él.

Empujé levemente sus hombros hasta dejarlo tendido debajo de mí. Me observó hacia arriba, con seguridad. Lo haríamos así, estaba segura de eso.

Sus dedos se clavaron en mis caderas siguiendo mi ritmo, me trataba con cuidado, pero a la vez podía sentir lo seguro que se sentía moviéndome, tocándome y apretándome con fuerza cuando estaba en su punto culmine.

Y terminó así... acabando al mismo tiempo, gimiendo y descubriéndonos en una habitación de París con el reflejo de los faroles de la calle iluminándonos el rostro, la expresión cansada, dolida, feliz... incierta.

El silencio reinó después de ese encuentro.

Me tendí boca arriba en la cama, él se llevó las manos a la cara por un segundo y se sentó. Miré su espalda desnuda con tatuajes esparcidos. Y el que más llamó mi atención: Un rayo en su costilla, era pequeño, casi como un lunar.

Lo vi ponerse de pie, desnudo, y salió de la habitación. Oí el basurero y cuando pensé que se metería a su habitación, regresó. Regresó y deslizó las sábanas de la cama para meterse dentro. Me hizo un gesto para que hiciera lo mismo y fue lo que hice. Nos cubrió a ambos hasta el cuello y se apegó a mi cuerpo desnudo. Con una mano me giró para que le diera la espalda, pasó un brazo por debajo de mi cuello y me abrazó.

—Buenas noches, Violet.

El corazón me latía con fuerza.

Era la primera vez que me abrazaba en la cama y por algún motivo se sentía más íntimo que haber tenido sexo hace unos minutos.

Me acomodé mejor en su torso desnudo, cogí el brazo que tenía en mi cadera y lo llevé hasta mi pecho, haciendo que me abrazara todavía más.

—Bonne nuit, Damián.

***


DAMIÁN

El silencio que había en esa sala por primera vez me hizo sentir incómodo. Me había hecho una pregunta y no sabía cómo responder, ni siquiera sabía si la había oído bien. Solo tenía los ojos puestos en la baldosa mientras, sin pestañear, mis pensamientos estaban en otra parte.

—¿No tienes ganas de hablar hoy? —me preguntó.

Alcé la vista e hice contacto visual por primera vez en la sesión.

—No oí tu pregunta —me excusé. Ella con paciencia volvió a acomodarse en la silla.

—No pasa nada, te la repito... ¿Cómo vas con la culpa?

Respiré hondo porque de pronto sentía que mis pulmones estaban vacíos y necesitaba llenarlos o me asfixiaría justo frente a la psicóloga.

—Bien, supongo.

—¿Supones? Explícame mejor... —me sonrió, bebió un poco de su café y yo me removí en la silla. —¿Ya no sientes culpa?

Me relamí los labios.

—Todos los días.

—La sesión anterior me contaste que habías ido por tu amiga —sonrió nuevamente. —¿Salió todo bien?

Cerré los ojos con fuerza, me masajeé la sien.

—Si, con eso sí.

—Te noto inquieto.

—Es... es solo que creo... creo haber sido un impulsivo de mierda con ella.

—¿Puedo preguntar por qué?

—Me cegué. Pensé que lo tenía todo bajo control, pero nunca fue así y ahora no sé cómo controlar la situación... pensé que... que no llegaríamos tan lejos con nuestra relación.

Ella asintió levemente.

—No tienes que llegar lejos si no quieres, Damián. Está bien poner límites, lo sabes ¿no?

—Claro que lo sé, pero no quiero tenerlos con ella. Pero cuando rompo los límites... la culpa se mete en mi cuerpo y ya... ya no sé muy bien cómo actuar.

—Entiendo.

—¿Cómo voy a quererla sin trabas cuando en realidad no... —mi voz se cortó.

—Hablemos de Bianca —dijo de pronto, no estaba seguro de eso. Habíamos hablado en otras ocasiones, le había leído la carta en voz alta y también ya sabía toda la historia que había detrás de nosotros, pero ahora me sentía un puto traidor, no podía hablar sin sentirme mal por lo que había hecho. Y encima por algo que me había gustado.

—Ya sabes casi todo —bajé la voz.

—Hay algo que no sé de ella. —alcé la vista. —¿Cómo murió?

—Puedes buscar en internet —mi voz sonó seca sin intención.

—Me gustaría escucharlo de ti.

Negué.

¿Qué le iba a contar? ¿Qué Bianca de pronto había decidido ponerse por delante de mí para evitar que esa bala me atravesara a mí? ¿Que por mucho que me hubiese salvado no había valido la pena porque no estaba viviendo la vida como a ella le gustaba?

No.


***

Cuando llegué al departamento Violet no estaba en la sala y eso me tranquilizó un poco. La verdad era que pasados los catorce años jamás me había sentido nervioso por algo en particular, ni siquiera por una chica que me gustara, ni siquiera cuando tomaba decisiones extremas por proteger a Bianca. Pero ahora si sentía mi corazón latiendo con más velocidad y bombeando sangre a mis extremidades.

En la mañana me había despertado desnudo con Violet durmiendo entre mis brazos y sintiéndome, por primera vez después de ese 28 de diciembre, tranquilo. Ella dormía plácidamente con las mejillas teñidas de rojo, tenía el sueño ligero, por lo que procuré no hacer ruido cuando salí de su cama.

La observé un momento en completo silencio antes de irme al trabajo. Y siendo un idiota tan directo siempre, por primera vez pensé, en medio de todas las personas del autobús, si podía pasar de esa futura y extraña conversación que podía darse con Violet cuando nos viéramos.

Y fue lo que pasó.

Caminé por el pasillo sin saludar como siempre lo hacía, su puerta estaba cerrada, por lo que me metí a mi habitación como un puto adolescente de quince años, pero necesitaba estar en un lugar seguro, porque no sabía cómo explicarle que realmente me había gustado tenerla así de cerca. Se había sentido como nunca, pero todavía no podía digerirlo porque aquellos ojos azules seguían apareciéndose en mis sueños y cada noche sentía una bala atravesarme el pecho, pero yo despertaba, esos ojos azules jamás.

—¡Lo había olvidado! —oí su voz. Al parecer estaba hablando con alguien. Me quedé tendido en la cama y por el silencio del departamento no podía evitar escucharla. —Mmm... claro, no. ¿Puedes otro día? ¿No? De acuerdo, sí... ¿Puedes pasar a las ocho? Así me das tiempo de... sí. Gracias, adiós.

Oí que salió de su habitación, luego la puerta del baño se cerró.

Arrugué las cejas, cogí un cigarrillo, mi encendedor y caminé por el pasillo hasta el balcón. Apenas lo encendí recordé al amigo idiota de Cayden: Colin. Él la había invitado a salir.

Algo se encendió en mi pecho.

Que maldita sensación, ¿Cómo la gente podía vivir con ella?

Me quedé en el balcón hasta que Violet apareció en la sala con un pantalón oscuro y una camiseta blanca. Pestañeó mirándome y fingió muy mal lo nerviosa que se puso. Sonreí.

—¿Tienes una cita? —pregunté.

Se terminó de poner un pendiente.

—Si, con Colin. Iremos por una pizza.

—Cuídate.

Rodó los ojos y se sentó en el sofá, miró la pantalla del televisor apagada.

—No te veo entusiasmada —opiné.

—No lo estoy —confesó.

—Entonces no vayas.

—Ya le he dicho que sí.

—¿Y? —me encogí de hombros.

—Iré... me servirá salir un poco y... nada. Si iré, quizá me la pase bien ¿quién sabe?

No pasaron más de diez minutos cuando Violet recibió un mensaje en su móvil, se despidió de mí con la mano y salió del departamento. Me quedé mirando la puerta cerrada y me enfadé, pero no con ella... ¿Por qué dejaba que se fuera así sin más?

Lo único que fui capaz de comer fue un plato de pasta con boloñesa y me quedé sentado en el sofá sintiéndome miserable. Miré la hora una y otra vez, parecía pasar con tanta lentitud que me enfadaba todavía más.

No sé en qué momento me dormí, pero cuando desperté fue porque oí pasos en el pasillo y risas. Me puse de pie, me refregué los ojos y continué oyendo risas afuera de la puerta. No me gustaba ser un puto controlador, pero no podía dejar de pensar en que la noche anterior todos mis límites se habían roto con ella y ahora no podía soportar que otro idiota le coqueteara.

Me acerqué a la puerta y sin pensármelo dos veces la abrí. Violet estaba apegada a la puerta, por lo que fue imposible que no retrocediera unos pasos. Le puse la mano en la espalda para que no tropezara hacia atrás. Los había interrumpido en el momento exacto, la expresión de Colin lo dijo todo.

—Hola, Damián —sonrió él, falsamente.

—Hola ¿Colin? —fingí no recordar su nombre. Él asintió.

—Bueno, gracias por abrir la puerta, Damián —Violet me observó. —Nos vemos otro día, Colin.

—Claro... —se quedó un momento esperándola, pero Violet le besó la mejilla y le sonrió, luego entró al departamento. —Adiós.

—Avísanos al llegar a casa —le sonreí.

Y cerré la puerta. Que puto idiota.

Violet giró sobre sus pies de inmediato y alzó una ceja.

—¿Qué ha sido eso?

—¿Cómo lo has pasado? —la ignoré.

—Bien... —me siguió. —Quiso venir a dejarme arriba. Pensó que estaba sola.

—Sabe que vives conmigo.

—Gracias por salir, no sabía cómo decir "no".

—Tienes graves problemas con los límites, Violeta —caminé hasta el sofá, cogí un cigarrillo de la caja y deslicé el ventanal del balcón. Ella me siguió.

—¿Te divertiste sin mí? —me sonrió.

—Mucho. Hice pasta, dormí y fumé.

Se rio, yo también. Su risa era contagiosa y alegre, parecía una niña chiquita cuando reía.

—¿Te gusta ese chico? —pregunté, luego boté el humo.

—No. Tengo otros gustos.

Tragué duro.

—¿Cuáles?

Me observó fijamente tipo: ¿En serio?, pero le mantuve la mirada esperando una respuesta.

—Cabello negro, ojos oscuros, pecas. Secos, directos, con humor extraño...

—Suena a que levantas una piedra y aparecen diez —ironicé.

—Levanté una piedra y solo había uno. No había más piedras.

—Ya aparecerá otra.

—La siguiente la patearé.

Su comentario me hizo reír. Ella me sonrió.

El silencio se metió entre nosotros y la vi relamerse los labios, encendió la televisión seguramente para llenar eso que nosotros no podíamos. Los silencios seguían siendo cómodos con ella, pero ahora parecían poseer una tensión abrumadora. Sus ojos verdes parecían querer gritarme lo que había ocurrido, pero mis ojos cafés solo se desviaban de los de ellas para evitar decirlo en voz alta.

—Te tengo una invitación —hablé finalmente. Ella alzó la vista esperando que continuara. —¿Irías conmigo a casa? —sus ojos se mantuvieron en los míos. —De visita, claro.

—¿A tu antigua ciudad? —pestañeó.

—Si.

Se le dibujó levemente una sonrisa en el rostro.

—Por supuesto que sí, Damián. ¿Cuándo?

—A finales de este mes.

Asintió, sonriente.


***

Tengo mucho miedo luego de haber publicado este capítulo.

Pido perdón si alguna se ha sentido ofendida por la intimidad entre Violet y Damián, pero yo los quiero muchísimo :(

Les amoooo

BESOPOS

XOXOXO

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