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Capítulo 2: No estoy preparado

|No estoy preparado|

Patrick llegó con un vaso con agua en su mano, me lo facilitó y yo bebí hasta que lo dejé completamente vacío. Él me observaba preocupado, pero yo no podía explicarle todo lo que tenía en mi cabeza o en mi pecho. No era capaz de desahogarme con una persona. Sólo una vez había sido así de blando y me habían arrebatado de las manos la sensación tan poderosa de sentir que el puto mundo estaba a mis pies.

—¿Te sientes mejor? —oí su voz entre mis pensamientos.

—Si —contesté. Regulé mi respiración, volví a sentir mis pies sobre la cerámica y me puse de pie —, creo que debería comer algo, debe ser eso.

—Quédate aquí, te prepararé un plato con comida —me ordenó sólo como un padre podría hacerlo con su hijo —. Se acabó la hora de trabajo para ti, así que cámbiate, sólo comerás y luego te irás a casa.

Miré la hora en el reloj de la pared; todavía faltaban dos horas para que mi turno terminara, pero no estaba capacitado para terminarlo. Me cambié de ropa con las manos sudorosas, me quedé en el banco y esperé el plato de comida de Patrick, que, por cierto, estaba buenísimo.

—Mira, Damián —comenzó nuevamente el chef. —Si algo está sucediendo contigo no esperes a que te deje en el suelo, puedes contar conmigo ¿de acuerdo?

Asentí silencioso.

Cuando mi cuerpo regresó a la normalidad, decidí irme a casa. Me despedí de las personas presentes, miré por encima de las cabezas a ver si divisaba el cabello rubio de Violet, pero no estaba ahí, así que simplemente me marché.

Debía mantener mi cabeza ocupada. Debía trabajar, ir al gimnasio, cuidar a Rayo y también sobrevivir solo en París. Debía poder hacer las mismas cosas que hacía, no estancarme, no quebrarme, no caer. Debía poder entablar una conversación sin viajar al pasado...

Tenía que seguir adelante.

Debía poner mis pies sobre la tierra; mirar el presente en el que estaba y construir un futuro para mi vida. No quería morir, no quería caer. Quería vivir y sentirme libre.

—Hola pequeño Rayo —saludé acariciando su cabeza.

Me senté en el sofá y él de inmediato se subió a mis piernas. Comenzó a lamer mis brazos casi reprochándome por no bañarme, como si fuera el ser más inmundo del universo. Me lamió el brazo, luego intentó con mi polera. Después se quedaba mirándome con aires de superioridad casi diciéndome "yo puedo bañarme y también puedo bañarte a ti". Ese aire de superioridad en sus ojos que sólo un gato egipcio podría tenerlo, y Rayo, estaba alejadísimo de ser un gato egipcio, sólo era un puto gato callejero.

Ni siquiera me di una ducha antes de dormir. Desperté un par de veces a mitad de la noche sudando, agitado y con dolor en el pecho. A la cuarta vez que desperté tuve que ponerme de pie e ir a darme una ducha helada antes de que me entrara una crisis de ansiedad que terminaría dejándome en el hospital con una aguja pasándome calmantes. Conocía esa rutina y no quería volver a tenerla. Me fumé tres cigarrillos seguidos apoyado en el balcón y pese a estar en el tercer piso me dio vértigo la poca altura a la que estaba. Me mareé una vez más y entré apresuradamente al departamento. Todo estaba oscuro, respiré hondo y continué mi camino hasta que estuve en la cama.

Rayo se había acomodado encima de mi pecho y, sorprendentemente, logré calmar mi ansiedad gracias a su ronroneo. En mis sueños apareció ella con sus despampanantes ojos azules, sonriéndome y luego corriendo hasta mi motocicleta. No me hablaba, pero en el fondo ambos sabíamos que estábamos felices. Pero cuando desperté a la mañana siguiente no fue felicidad. Sólo un gusto amargo en la boca y ganas de mandar a todos a la mierda.

—Mañana tenemos un evento en una empresa, es una de las más ricas de la ciudad y seguramente serán muchos idiotas de traje esperando que les den la comida en la boca —decía Patrick mientras cortaba verduras. Continuó hablando, pero no presté mayor atención, sólo oí que me pedía ayuda con el arreglo de las mesas, servir rápidamente la comida y escoger los mejores vinos para los millonarios de esa organización.

El evento era en el horario de almuerzo, así que muy temprano Patrick pasó por mí para llevarme a organizar el banquete. Nos detuvimos frente a un inmenso edificio que me pareció conocido, abrí la puerta de la camioneta mientras Patrick hablaba en francés con el guardia de seguridad y luego comenzamos a meter todos nuestros implementos al lugar. Era un edificio gigantesco, muy lujoso y sofisticado. Me recordó amargamente a la calidad de edificios en los que trabajaba el hijo de puta de Vicent Hayden y sentí ganas de vomitar cuando imaginé verlo sentado allí. Pero no. Él estaba en la cárcel. Mi padre lo tenía ahí.

Mis compañeros de trabajo no tardaron en llegar para ayudarnos a armar las mesas, preparar la comida y también decorar un poco los alrededores. La cafetería era gigantesca y por las dimensiones que tenía, seguramente iban a comer ahí una cantidad importante de personas también importantes.

Estaba metido en la cocina terminando los últimos platos cuando las voces de los comensales se hicieron presentes, Patrick parecía histérico, pero intenté calmarlo diciéndole que todo estaba listo. Yo no me ponía nervioso, de hecho, me valía una mierda si algo salía mal, más si se trataba de ancianos con dinero. Frente a mí había una gran ventana de cristal que me dejaba mirar hacia las mesas y grande fue mi sorpresa cuando el mismo cabello rubio platinado apareció frente a mis ojos. Fruncí el ceño y recordé automáticamente que ese edificio era en el que ella había entrado. Violet no me vio, pero yo si la quedé mirando por un momento.

Llevaba puesto un vestido cuadrillé negro con líneas blancas, un abrigo gris y reí un poco cuando noté que lo extravagante esta vez en su atuendo eran sus aretes plateados en forma de flores. Cuando los ancianos adinerados entraron, ella entró detrás de ellos moviéndose rápidamente, ellos parecieron no preocuparse de su presencia y se sentaron dejándola sin ninguna silla. Su rostro desencajado fue disimulado por una sonrisa y se sentó en otra mesa junto a personas mayores, hombres y mujeres, que, por cierto, tampoco la miraron mucho.

—Hey, Damián —oí la voz de una de mis compañeras. La observé esperando que continuara —¿Puedes reemplazarme un momento en la mesa quince? Debo ir al baño.

Asentí.

Me sequé las manos en el delantal y salí de allí dirigiéndome a la mesa quince. Era exactamente la mesa en donde se sentaron los viejos adinerados y dejaron a Violet en la mesa del costado. Les serví más vino y, cuando iba llegando al último, uno de ellos habló.

—La señorita Harris podría ayudarte con eso —esa era Violet y, de pronto, no sé por qué me sentí bien por ella, pues estaban considerándola —. La máquina expendedora siempre se echa a perder y es ella la que siempre pasa por ahí.

Retiro lo dicho.

Se podían ir a la mierda.

—¿Y qué hace ella? —preguntó otro anciano.

—Es la asistente de finanzas...o eso espera... —contestó con voz burlesca —Espera subir de rango algún día, pero le falta actitud. Al parecer le falta un chico que la entretenga.

Me quedé perplejo ante su comentario y más cuando todos los ancianos adinerados de la mesa comenzaron a reír. Le eché un vistazo a Violet que permanecía moviendo la comida con su tenedor no con tan buena cara y sólo pude pensar en por qué la trataban así... sí lo que más hacía esa chica era parecer un despampanante fajo de alegría.

Terminé de servir vino y me adelanté a acercarme a su mesa.

—¿Hay algo en que pueda ayudarles? —pregunté.

Ella, quien tenía la mirada puesta en su comida, alzó el mentón e hizo contacto visual conmigo, abrió un poco más sus verdosos ojos, sorprendida, y la comisura de sus labios se alzó levemente.

—¡Oh! ¿Es usted el chef? —me preguntó una mujer al verme vestido de distinta forma que los camareros.

—Mmh... algo así —contesté —¿Todo bien?

—¡Claro! Todo está estupendo.

Sonreí.

Violet seguía mirándome con curiosidad, así que posé la vista en ella.

—¿Todo bien?

—Sí... —contestó poco convencida, pero luego esbozó una sonrisa que intentó ser feliz, pero no consiguió que le llegara a los ojos. —Mmh... ¿Podría yo... ya sabes... pedir una cosa...? Una cosa...especial. Fuera del menú.

La misma mujer que me había preguntado si yo era el chef pareció infartarse ante el comentario de la rubia.

—¡¿Cómo crees?! —la reprochó y Violet frunció el ceño con una combinación de confusión y de terror —¿Cómo vas a pedir algo distinto? ¿Acaso no estás conforme con la comida que ha escogido la empresa para nosotros?

—En realidad...—titubeó ella —En realidad sólo quiero un...

—¡Y vas a seguir! Dios, esa es la razón por la que estás...

Apenas hice contacto visual con la mujer, se quedó callada. Violet pareció hundirse en la silla mientras sus mejillas se tiñeron de rojo. No pude evitar sentir molestia por la situación ¿Por qué la hacían sentir tan pequeña?

—Claro que puedes pedir lo que sea —me adelanté y todos los de la mesa se me quedaron mirando atónitos. Ella me observó confundida.

—No...lo lamento. Yo no... no quería pedirte otra cosa porque esto no me guste... es que...

—¿Qué podría traerte? —esbocé una sonrisa, interrumpiendo sus excusas.

—Sólo quiero un té —su voz sonó tan angustiada que pude ver el brillo en sus ojos. Estaba a punto de lloriquear por un maldito té que unas señoras con dinero le reprochaban.

Eché aire por la nariz, con ironía.

—¿Azúcar o endulzante?

—Azúcar. Tres.

—¿Algún sabor en especial?

—¿Manzanilla?

—Lo conseguiré —le guiñé un ojo.

Ella fijó su mirada en la mía como si la hubiese salvado de su peor pesadilla. Yo sólo me retiré del lugar hasta la cocina sin poder creer cómo la trataban en ese lugar, comenzando por los viejos ricos que acariciaban sus panzas al terminar de comer.

—Necesito tu ayuda —le dije a Patrick en cuanto lo vi entrar a la cocina un poco más calmado porque todo estaba saliendo bien. Él se quedó mirándome confundido. —Bueno...una chica. Una chica necesita nuestra ayuda.

—¿Una chica? ¿Qué chica?

La señalé con el mentón y él enseguida entendió que era la única chica rubia del lugar. Es que su cabello platinado parecía ser casi blanco y llamaba la atención de cualquiera. Y, por si no fuera obvio, era la única persona de mi edad en ese sitio. Todos los demás superaban los cincuenta años.

—Le llevaré un té de manzanilla, de seguro le duele el estómago de tanto estar rodeada de viejos con dinero que la tratan como la mierda —solté con desagrado mientras calentaba un poco de agua y buscaba entre nuestra mercadería el maldito té. Estaba seguro de que habíamos puesto algunos por ahí.

—¿Y qué necesita exactamente?

—Una ayuda... algo que la destaque entre tantas personas de mierda. Inventemos algo, no lo sé. Aquí está —cogí el té de manzanilla y lo puse en un tazón —. Es asistente de finanzas y sólo la contrataron para llevar cafés.

—¿Por qué quieres ayudarla? —frunció el ceño.

—¿Qué tipo de persona sería si no lo hiciera?

Había cosas que odiaba. En realidad, después de haberlo perdido todo en mi antigua ciudad había muchas cosas que odiaba, entre ellas, a los viejos decrépitos con dinero. También odiaba el dinero, aunque fuese algo que necesitara diariamente. Pero lo que más detestaba era a las personas que se creían mejor que otras por tener una clase social distinta. Ya había estado cerca de pasar la rueda de mi motocicleta por la cabeza de uno de esos hijos de puta en mi antigua ciudad y no dudaría en hacerlo una vez más.

—Céntrate —oí a Patrick, despertándome de mis pensamientos. —Inventaré algo.

—Gracias, confío en ti —sonreí.

Salí con el té de Violet entre mis manos, me acerqué rápidamente a la mesa y apenas hicimos contacto visual ella me sonrió, esta vez me sonrió de verdad. Se lo dejé en la mesa.

—Gracias, de verdad.

—No hay problema.

Una mujer se quedó mirando a Violet con cierta malicia en sus ojos que la rubia ni alcanzó a notar, luego alzó la mirada antes de que yo me largara y la posó en la mía.

—Chico ¿Podrías traerme un té a mí también?

Uf. El karma era tan justo.

—No quedan más, lo lamento —sonreí con falsa amabilidad. Violet echó aire por la nariz y se aguantó la sonrisa en los labios.

Me despedí de la mesa con un asentimiento de cabeza y vi a Patrick salir de la cocina, me guiñó un ojo y caminó hasta estar al centro de las mesas. Me quedé estático cuando se acercó a la mesa en la que estaba la rubia y le sonrió. Por la forma en que vestía Patrick se notaba que era el administrador de todo el banquete, así que se ganó varias miradas de los comensales.

—¿Señorita Harris? —le habló en un tono alto, tan alto que las mesas de sus alrededores, incluyendo la de los viejos ricos, los miraran.

Violet se quemó con el té y miró directamente a los ojos a Patrick.

—¿Sí?

—Qué bueno encontrarte por aquí —le decía Patrick como si la conociera de toda la vida mientras que Violet lo observaba con confusión —. He estado solicitando tus servicios desde hace algunas semanas... sé que trabajas en el área de finanzas ¿no?

Ella asintió rápidamente bajo la fuerte mirada de los tipos que la detestaban.

—Necesitamos que nos ayudes con unos banquetes que se vienen más adelante ¿Crees que nos puedas ayudar con la administración y las finanzas de mi restaurant y...?

A ella le brillaron los ojos y en ese preciso momento entendí que debíamos hacerlo real, no sólo para ayudarla en ese sitio.

—Por supuesto que...

—No —se adelantó un hombre alto, de unos sesenta y tantos años. Se quedó fijamente mirando a Patrick y luego toda su atención se posó en la platinada —Violet, no puedes tener dos trabajos, así que no. Lo lamento, señor Chef, pero no. Violet no está disponible para sus negocios.

—Yo...eh...sí, lo lamento —le sonrió Violet con incomodidad a Patrick.

—Además, si necesita ayuda con sus negocios, podemos ayudarlo nosotros.

«Que hijo de puta»

No me caracterizaba por tener paciencia, pero me quedé en donde estaba cuando Patrick se le adelantó.

—Oh, gracias, pero no. La queremos a ella o a nadie —le sonrió. —Disfruten la comida. Ah, y Violet, si necesitas cualquier cosa, sólo pídelo.

Violet le sonrió con cierta incomodidad sólo porque uno de los ancianos se había entrometido, pero cuando dejaron de prestarle atención, ella le regaló una sonrisa a Patrick que seguramente mi jefe agradeció.

Apenas nos metimos a la cocina, le agradecí a Patrick con una sonrisa. La verdad es que había actuado bien y rápidamente me adelanté para decirle que cuando tuviéramos algún problema relacionado a las finanzas del restaurant, le dijéramos a Violet, así no le hacíamos falsas ilusiones. Él no me preguntó mucho más, sólo asintió confundido.

Me crucé el bolso por el cuerpo y me coloqué el gorro de lana, el clima comenzaba a ser frío en París y yo no podía dejar de ir al gimnasio porque lo había pagado por tres meses y no era un hijo de puta millonario para malgastar mi dinero. Me despedí de Patrick y de algunos de mis compañeros que aún estaban en el lugar y caminé hacia el exterior.

—¡Hey, Damián! —oí una voz femenina llamarme antes de colocarme los auriculares. Me detuve en seco y giré sobre mis pies. Era ella, Violet. Venía corriendo hacia mí con sus altos tacones y su vestido a cuadros. Ya no estaba tan pulcra como en el almuerzo, pues su reluciente cabello rubio ahora estaba hecho un revoltijo. Al llegar a mi costado, dio grandes bocanadas de aire y me sonrió —¿Qué ha sido eso?

—¿Qué ha sido qué?

—Eso... tu jefe pidiéndome que lo ayude con no sé qué cosa... el té de manzanilla...todo. Bueno, eso —soltó torpemente y continuó respirando rápido. Al parecer no era una buena deportista.

—¿Cómo soportas trabajar en ese lugar? —pregunté sin más.

Se encogió de hombros.

—Necesito dinero —resopló. —Y voy a crecer dentro de ese lugar, te lo aseguro —me contestó con positivismo. Sin embargo, no logré pensar como ella, pues había oído cómo los altos rangos hablaban acerca de su persona.

—Sólo asegúrate de que no te tengan para arreglar las máquinas expendedoras o llevarles cafés. Y, si les llevas cafés, que sea con un laxante, por favor —resoplé.

Ella se echó a reír, pero yo lo decía muy en serio.

—Gracias.

Sus palabras parecieron realmente sinceras.

—No ha sido gran cosa.

—Después de estar lejos de mi familia por tanto tiempo, claramente lo es.

Por la cabeza se me pasó la fugaz idea de preguntarle qué hacía en París y por qué estaba lejos de su familia, claramente no era francesa, su acento era mucho más parecido al mío, pero rápidamente me contuve. No quería saber más de la cuenta, no quería que me importara una persona más en esa ciudad ni tampoco hacerme de amigos. Suficiente tenía con los que me mandaban mensajes de mi antigua ciudad, aquí era un alma solitaria y así me iba a quedar.

—Bueno, llegaré tarde al gimnasio —dije por fin, ella asintió rápidamente. —Cuídate.

—Adiós —me sonrió. Luego se giró sobre sus pies y comenzó a caminar hasta el edificio.

Llegué tarde al departamento y Rayo estaba dormido de panza arriba en el sofá, preparé un poco de comida y me quedé sentado frente a la televisión apagada mientras saboreaba la pasta. Me había quedado insípida. Como mi vida justo en este momento.

De pronto, una llamada me sacó de mis pensamientos, miré la pantalla: "Evan". Arrugué el entrecejo, respiré hondo y contesté.

—¿Hola?

—¡Hola Damián! —se oyó su voz animosa, como nunca —¿Cómo estás, hijo?

—Todo bien ¿Qué tal tú?

—Bien ¿cómo ha ido tu nueva vida en París?

«Como la mierda»

—Nada nuevo. París es ajetreado, lleno de cosas extrañas y... croissants.

Él se rio, luego se quedó en silencio unos segundos y lo oí respirar hondo.

—¿Estás bien? —me preguntó en un tono más íntimo.

—Estoy vivo, eso quiere decir que estoy bien ¿no?

—No necesariamente.

—Estoy...aprendiendo a llevarlo mejor.

—Me alegra oír eso, de verdad... —se formó un silencio en la línea telefónica que no supe cómo llenar. No acostumbraba a tener una relación estrecha con Evan, que ni siquiera aun podía decirle «papá». Me había ayudado en diversas situaciones, pero todavía no olvidaba que por veinte años no lo tuve conmigo y ahora teníamos que conocernos, casi, con cariño. —Me gustaría hablar contigo de algo...pero quizá no es el momento.

Reitero, de él no había sacado la parte de mi personalidad que era directa y al hueso. Evan todo lo adornaba, se daba un par de vueltas y luego decía la verdad o ponía temas de conversación incómodos. Yo no era así, yo más bien era de mirarte a la cara y hacerte mierda la vida por alguna verdad dolorosa.

—¿Cuándo es el momento?

—Quizá cuando estés un poco más... estable.

Inestable. Sip. Esa palabra me definía muy bien en esta etapa de mi vida.

—A ver... ¿Le pasó algo a mamá? ¿Volvió a lanzarse al alcohol? —resoplé —Porque si se trata de eso... no necesito estar estable para saberlo. Es una costumbre.

—No, Damián. No se trata de eso, de hecho, tu madre está bien.

—Perfecto ¿Qué es, entonces? Nada podría romperme la estabilidad de mierda que tengo ahora si no es de mi madre.

—Tu hermano.

—Mi hermano —repetí, con una sonrisa confusa. ¿Qué mierda acababa de escuchar? —¿Cuál hermano?

—Mi hijo... mmh... me gustaría que se conocieran en... algún momento.

Me reí.

—¿El hijo que tuviste con la hermana de mi madre? —reí —Que gracioso eres, Evan.

—Damián —me advirtió con severidad.

—No quiero tener nada que ver con mi tía ni con tu hijo y si no puedes soportar saber eso, quizá no fue tan buena idea que nosotros tengamos una relación padre-hijo que jamás existió —solté con frialdad. La verdad es que no vi venir esas palabras, pero fue como quitarme un peso de encima.

Evan había engañado a mi madre por irse con mi tía, quien estaba embarazada al mismo tiempo que mi madre. Evan no tenía idea de que yo existía mientras criaba a su otro hijo y formaba una familia feliz con Talisa, mi tía, que por supuesto, yo no conocía porque mamá me había alejado de toda esa gente de mierda. Y ahora no tenía el menor interés de conocer a mi «hermano» que también puedo llamarlo «primo».

—Ni él ni tú tienen la culpa de los errores que, en su momento, los adultos cometimos.

Eso lo sabía, pero mi subconsciente estaba encargado de no dejar entrar cosas a mi vida que me hicieran daño. No ahora. No ahora que después de un año de mierda podía, al fin, sentir que estaba respirando aire limpio.

—No estoy preparado —confesé, pero no fui tan valiente para oír su respuesta, así que colgué.

Dejé que el móvil sonara encima del sofá y me puse de pie ofuscado.

Yo no quería conocer a ese idiota, no quería verlo a la cara y descubrir las cosas en las que nos parecíamos, no quería saber si teníamos el mismo color de cabello, los mismos lunares en la cara, si caminaba como yo o si tenía alguna obsesión estúpida como fumar cigarrillos en la madrugada. No quería tampoco descubrir lo diferentes que éramos porque a él lo habían criado en un lugar seguro lleno de cariño con ambos padres juntos y yo había sido criado prácticamente por desconocidos en un centro de menores y una madre alcohólica. No quería darme cuenta de que él lo tuvo todo y yo nada. Que yo pude tener su vida y tuve una vida de mierda. No estaba preparado para enfrentarme a un Damián lleno de rencor y orgullo. No estaba preparado todavía para enfrentarme a ese Damián que una vez miré en el espejo... lleno de odio y con ganas de reventarle la cabeza a una persona.

— —

Apenas llegué al restaurant me di cuenta de que Patrick tenía cara de pocos amigos. No acostumbraba a llegar atrasado, pero la noche anterior no había podido conciliar el sueño hasta pasadas las cuatro de la madrugada, así que sí, estaba llegando atrasado. Marqué mi hora de entrada y me puse rápidamente el delantal negro que caracterizaba el restaurant de Patrick.

—¿Te abrazaron las sábanas? —me preguntó él apoyándose en el marco de la puerta del camarín. Y, como no le respondí, continuó: —Te ves como la mierda.

—Gracias.

—Pour rien

—¿Eh?

—Por nada —corrigió en mi idioma —Estaría bueno que empieces a estudiar un poco de francés.

Rodé los ojos.

—Agradece que puedo hablar español... ah y también el idioma de mandar a todos a la mierda —sonreí.

Él soltó una carcajada.

—Necesito que me ayudes con algo, ayer quedaron de enviarme el dinero desde la empresa —cuando fruncí el ceño él entendió que yo no sabía de lo que estaba hablándome —Por el banquete que hicimos —aclaró —Han pedido si puede ir alguien a buscar el cheque ¿Puedes?

—¿Ahora?

—Ahora.

—¿Y el trabajo...?

—Esto también es trabajo, ahí viene el dinero que les pagaré adicional a fin de mes —me guiñó un ojo y yo de inmediato me quité el delantal.

—Voy —volví a ponerme la chaqueta y apenas salí de ahí, Patrick me gritó.

—¡Pide hablar con el señor Blanchet!

Le guiñé un ojo y salí del restaurant.

Un autobús me dejó afuera del edificio y algunas personas se quedaron mirándome cuando atravesé las grandes puertas de cristal. Suponía que estaban mirándome por cómo iba vestido, ya que no utilizaba pantalones formales ni una camisa de un millón de euros.

Me acerqué a la mesa de informaciones y antes de poder hablar, una de las chicas se me adelantó.

—Bonjour. En quoi je peux t'aider?

«Mierda»

«Todo podía arreglarse con señas ¿no? Quizá si hablo en mi idioma, ella cambiará de traductor»

—Hola, busco al señor Blanchet —dije.

Ella pestañeó confundida y luego me sonrió.

—Vous ne parlez pas français?

«Eso lo entendiste, muy bien Damián»

—No, no hablo francés —contesté.

—De acuerdo —me sonrió con un acento súper marcado —El señor Blanchet está en una reunión ¿Podrías esperarlo? Está en el piso nueve. Dime tu nombre.

—Damián Wyde, vengo de parte del restaurant mexicano del banquete.

—Ya estás ingresado, espera con paciencia arriba.

Asentí.

—Merci? —agradecí en tono interrogativo, lo que hizo que ella sonriera divertida.

Cuando estuve en el piso nueve me encontré con una sala de espera llena de sofás de cuero negro y con cuadros hechos de acuarela. Los vidrios de cristal dejaban ver toda la ciudad incluida la Torre Eiffel. Apoyé mi espalda en el respaldo del sofá y cogí el móvil, tenía un mensaje de Evan. Odiaba usar redes sociales, pero venir a vivir a otro país me había obligado a hacerlo.

Evan: Lamento si ayer te incomodé, no tenemos por qué hablar de algo que no quieres.

Resoplé, no quería contestar así que lo bloqueé. Luego se me ocurriría algo para responderle no tan secamente.

No pasaron más de diez minutos cuando la puerta de la única oficina que había allí se abrió. Me quedé en donde estaba y de ahí vi salir a Violet junto al supuesto señor «Blanchet». Era un hombre alto, a la vista parecía bordear los cincuenta años y apenas me vio, me sonrió con amabilidad, pero mis ojos se posaron en otra persona.

En Violet.

No pude fijarme en cómo se veía o si vestía algo extravagante como siempre, porque mis ojos sólo se quedaron en los de ella que estaban envueltos en una capa de lágrimas incapaz de ocultarlo. Tenía la nariz y las cejas rojas, al borde del llanto. Se me heló el cuerpo al pensar que algo malo había ocurrido en la oficina y me tensé por completo.

—Tú debes ser Damián Wyde ¿No? Ven aquí, ya tengo listo el cheque —soltó él.

Violet me observó una vez más y caminó rápidamente hasta salir de ahí.


***

Como la mayoría decidió que los días de publicación serían los viernes y domingo (con un día intermitente, en este caso será el domingo). Tendremos capítulos todos los viernes y domingo por medio jijji

¡Muchas gracias! 

No olviden votar y comentar, por fis <3

¿Qué piensan de este nuevo personaje de Violet Harris? 

BESOPOS

XOXOXO

J.



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