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Una chica perdida y un chico guapo con moto, ¿qué podría salir mal?

— ¡Que me dejes!— Le gritaba Eva a Sebastián, que trataba de apartarla de mí agarrándola de la cintura.— ¡Voy a matarla!

— Estás haciendo un puto espectáculo y vas a acabar de joder todo esto.— Le dijo Sebastián con voz fría y tranquila viendo como las primeras personas sacaban sus móviles para grabar la escena.

Y ver a Eva de esa forma, agarrada por Sebastián y tan centrada en él, hizo que se me moviera algo dentro de mí e hice algo de lo que seguramente me arrepentiría después, pero no me iba a echar atrás: empecé a caminar hacia ella y le di una bofetada.

Se que un par de bofetadas no era mucho y que se merecía más, pero ver la marca de mi mano en su mejilla fue algo que sació temporalmente mi orgullo. Recalquemos el temporalmente, porque obviamente mis padres tomarían medidas sobre lo que acababa de pasar.

— ¡Eres una gilipollas! ¿¡Cómo te atreves a pegarme!? ¡Recibirás una notificación de mis abogados por esta agresión!— Me gritó Eva.

Hice un par de respiraciones profundas para tratar de calmarme. Estaba muy alterada y si decía algo que no debía podría arruinarlo más, así que hice caso a todo lo que mi madre me había enseñado.

— Tú eres la que ha atacado primero, así que en todo caso tú serás la que reciba una notificación. Igualmente, si decidieras seguir adelante con tu intento de culparme, deberías saber que lo que yo he hecho se llama defensa propia. Adelante, vayamos a juicio, a ver quién gana. Por Dios, ¡madura y acepta una bofetada por tu comportamiento de niñata! Hazte un favor y hazle caso a tu novio falso, que estás siendo una inmadura.— Le respondí con una voz muy tranquila, tanto que incluso sonaba como si fuera la de mi padre.

— Samanta...— Me dijo Sebastián soltando a Eva mientras intentaba acercarse a mí.

— ¡Ni se te ocurra!— Le grité dando un paso atrás levantando la mano para que no se acercase más a mí.— Sólo das problemas, así que controla a tu novia y dejadnos en paz a mi familia y a mí. De tu boca solo sale mierda, así que hazme un favor y mantenla cerrada.

Cada palabra que salía de mi boca me elevaba a un estado de cabreo inconmensurable, debía alejarme si no quería ser parte del círculo mediático de la próxima semana. Parecía que el nudo de insultos que se me había quedado atascado en la garganta saldría en cualquier momento, así que cuando noté como me habían empezado a temblar las manos, decidí rodearles y seguir con mi camino.

— ¡Exacto, déjales en paz, que por algo yo soy tu novia y tu futura mujer!— Le gritó la rubia a Sebastián, provocándome la sorpresa de saber que por una vez estábamos de acuerdo en algo.— Además, la chica ésta ni sabe vestirse ni sabe cómo dirigir su vida, ¿cómo pretende mantener a flote una empresa? Desde luego vas a tener un futuro mejor conmigo que con ella.

En ese momento toda la sorpresa que me había provocado estar de acuerdo con ella en una cosa, desapareció por completo. ¿Pero esta chica podía madurar un poco, por Dios? Eva era de las típicas que se metían con cosas irrelevantes: como tu físico o cosas personales, para juzgar tu capacidad de trabajo, en fin... Podía llegar a entender que no quisiera perder a Sebastián, pero había otros argumentos que podría utilizar, pero hablar de mi vida privada como si supiera algo era caer muy bajo. No me iba a volver a rebajar a su nivel, con devolverle el golpe había sido suficiente, no necesitaba más atención ajena. Además, creo que quedaba claro que el interés por Sebastián era cero de mi parte. Básicamente: la situación era que aunque yo no me permitiera salir con Hugo, mis sentimientos por él estaban claros, así que no iba a salir con nadie más.

— En serio Eva, para— Le dijo Sebastián a Eva mucho más serio.—. Estoy hasta los huevos de ti, de tu familia y de vivir alrededor de tu órbita de egocentrismo e hipocresía. Lo he aguantado varios años, demasiados para mi propia salud mental...— Eva intentó interrumpirlo, pero Sebastián la calló con una mano y siguió hablando.— Ahora te callas y por una vez el que habla soy yo. He aguantado tus berrinches, tus infidelidades e inmadureces. ¡Oh, por Dios! Hasta te perdoné acostarte con mi mejor amigo. Vas de superior y de que tus padres bla bla bla, y ya ni tienen poder en el sector empresarial, vuestras finanzas penden de un hilo y este matrimonio sólo os beneficia a vosotros. Así que aquí me planto— Cogió aire y volvió a hablar.—. Ni es culpa de Samanta, ni de nadie: es mi decisión y mis padres me apoyan. Me has chupado la energía durante años y esto se acaba ya, así que hazme el favor de irte con la poca dignidad que te queda y haz tu vida lejos de mí.

La cara de Eva era un poema, abrió y cerró la boca varias veces boqueando como un pez fuera del agua hasta que por fin le salieron las palabras: en un tono agudo e insoportable.

— ¿Estás rompiendo conmigo?

— Sí.— La agarró de ambos antebrazos cuando ella intentó pegarle una bofetada.

— Eres...— Estaba roja de la vergüenza.

— Sí. Un cerdo, un manipulador... Lo que quieras llamarme, hasta te aceptaré que les digas a todos que fuiste tú quien me dejaste. Pero desaparece de una vez— Lanzó un suspiro de agotamiento al aire mientras la soltaba. Eva se quitó el anillo con la intención de devolvérselo.—. Te lo puedes quedar. No me gustas, ni cómo persona ni como pareja, pero espero que cuando madures y veas tus errores encuentres a una persona que te quiera de verdad y te compre un anillo que sí represente algo sentimentalmente.

En ese momento Eva me dio mucha pena pero, en el silencio de mi interior, sonreí de satisfacción porque por fin alguien la había puesto en su sitio. No entendía por qué Sebastián había decidido hacer esto justo delante de mí, o si mi aparición sólo había sido una coincidencia, tampoco sabía si todo esto era parte de un teatrillo, así que decidí irme para terminar con el silencio incómodo que se había instalado entre los tres. La gente había dejado de prestarnos atención cuando se dieron cuenta de que los puños y tirones de piedra no iban a ser parte de la conversación... ¡Cómo movía a la multitud el marujeo!

Antes de darme media vuelta vi a Eva desaparecer por la esquina con sus tacones resonando sobre la acera y su pelo balanceándose de forma exagerada. Sebastián se había quedado mirándola absorbido por sus pensamientos y yo decidí aprovechar la oportunidad para escapar.

— Samanta— Obviamente no podía tener la suerte de irme sin llamar la atención.—, lo siento mucho, de verdad.— Me dijo Sebastián con una voz de arrepentimiento mientras me agarraba del codo evitando mi huida.

No quería entrar en uno de sus juegos así que me deshice del agarre de forma brusca y hablé con un tono frío.

— Yo paso de disculpas y teatros: que yo sepa tú no querías a esa chica y sólo la estabas utilizando así que no me pongas cara de afligido. No nos conocemos, ni mucho menos somos amigos. No esperes que te consuele o esas mierdas, así que dime, ¿qué quieres de mi?

— Tu no tenías que ver nada de lo que acaba de pasar, es solo que no estabas ni en el lugar ni en el momento adecuado. Yo quería conocerte, pero Eva metió mierda de por medio...— Gesticuló mucho con las manos sin llegar a una conclusión y yo no entendía a qué punto quería llegar.

— La verdad es que me dan igual tus razones, ni las cuestiono ni las critico, son tuyas y tú vivirás con las consecuencias de ellas, así que no entiendo porque sigues aquí dándome explicaciones que ni me debes ni me interesan.

Los movimientos erráticos y nerviosos de Sebastián estaban empeorando mi estado de histeria. Si no paraba pronto de removerse iba a darle un golpe y con razón.

— Escucha, sé que no te tengo que dar explicaciones por que no somos ni amigos, pero quiero que sepas que yo no quería estar con ella y sólo hacía lo que nuestros padres acordaron, no quiero que pienses que soy mala persona, ¡joder! Todo lo que le he dicho ha sido con razón y bien merecido— Dijo lo último casi en un susurro.—. Tú sabes muy bien lo que es eso, ¿o es que no te dicen lo que tienes que estudiar o con quién te tienes que relacionar? Creo que es algo con lo que tenemos que lidiar todos los hijos con padres que viven por las apariencias. Además— Se acercó demasiado a mí e involuntariamente me puse nerviosa.—, llevamos años viéndonos: yo llevo años viéndote al lado de Hugo, y creo que siempre me has visto como un capullo y no quiero que esa sea la imagen que tengas de mí— Puse una mano en su pecho al notar que la distancia era demasiado corta para estar sólo hablando y que encima estábamos en la calle—. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Tragué saliva involuntariamente dando un paso atrás.

— Lo entiendo, y nunca he estado en contra de ser amiga de nadie. Pero es... ¿Sospechoso? Hemos estado años en el mismo círculo y sólo ahora te importa lo que piense de ti, me extraña...— Una risa nasal me salió de repente mientras me cruzaba de brazos.

— No me creas si no quieres.— Me retó levantando una ceja adoptando la misma posición que yo.

— No tengo por qué hacerlo, sólo estoy aquí porque me has insistido para que me quedara.

— Los mensajes los envió Eva.— Me soltó de repente. Yo ya estaba lista para irme de una vez por todas, pero su confesión me dejó helada.

— ¿Cómo?

— El mensaje, esa mierda de que Hugo aceptó compartirte.

— ¿Y? Eso no cambia que no confíe en ti.

— Lo sé, lo sé— Gesticuló con las manos.—. Pero quería que lo supieras. No sé si Hugo te ha puesto los cuernos, al menos a mí no me ha contado nada sobre el tema. Sí que estuvo con Eva una de las veces que vosotros no estábais juntos, y también mucho antes de estar contigo, pero es lo único que sé. Y espero que haya sido suficientemente hombre para haber respetado la relación...

— Al grano Sebastián.— Me impacienté.

— Sí, perdón, no estoy acostumbrado a dar explicaciones— Se pasó una mano nervioso por el pelo, que a este punto de la conversación ya era una maraña de ondas rubias.—. Lo que quería era que supieras que no soy un capullo y que lo de Eva no tenía nada que ver contigo y que me gustaría ser tu amigo...— Soltó todo el aire que debía de tener retenido en los pulmones después de decir toda la frase sin parar a respirar.

— ¿Es todo?

— Creo que sí.

— Pasa una buena tarde Sebastián.— Me di media vuelta y, gracias a Dios, no intentó detenerme. No me di la vuelta ni esperé que dijera nada más, tenía que procesar todo lo que acababa de pasar porque ya había tenido demasiadas noticias random y sorpresas por un día.

"Preocupase que Sebastián haya tenido una revelación divina acerca demejorar como persona" añadí mentalmente a la lista de cosas de las que no meapetecía ocuparme.

Llevaba caminando un buen rato, no había planeado una ruta cuando salí por patas de la situación con Sebastián. Tenía demasiados dilemas morales cómo para estar lidiando con uno nuevo.

El día se oscureció y yo seguía caminando inmersa en mis pensamientos cuando me di cuenta de que no reconocía el barrio. Rebusqué mi móvil, pero me di una bofetada mental al acordarme que no lo había puesto a cargar la noche anterior y que sólo llevaba conmigo el iPod. Di gracias a Dios que el dispositivo destinado a emitir música tuviera los mapas incorporados.

No me había dado cuenta, pero ya eran las seis de la tarde y si tardaba mucho más en llegar a casa mis padres se cabrearían al ver que no había ni rastro de que hubiera pisado la casa desde por la mañana. Ya había anochecido y entre semana tenía prohibido salir si no era para estudiar.

Estaba revisando dónde demonios me había metido y cuál era la ruta más rápida para llegar a casa cuando este se apagó.

— ¿¡En serio!?— Toqueteé la pantalla intentando encenderlo desesperadamente.— No puedo tener tan mala suerte en esta vida– Farfullé como si eso fuera a hacer que el aparato se encendiera.—. Genial— Dejé caer los brazos a ambos lados de mi cuerpo.

Miré alrededor y sólo vi un bar abierto. Crucé la carretera mirando a ambos lados mientras me aferraba con fuerza a la mochila, no sabía en qué clase de barrio estaba, pero lo último que necesitaba era un robo. Recé para entrar en un local decente en el que me prestaran un teléfono para poder llamar a alguien. Desde fuera el bar no daba buenas vibraciones, pero no tenía otra opción. Bueno sí: empezar a caminar y llegar a vete tú a saber qué hora para que luego mis padres me echasen la bronca del siglo.

Crucé el umbral con el sonido de un a campanita y visualicé el sitio: tenía tres mesas de billar donde había un par de señores de tal vez 40 o 50 años que además de jugar bebían de unas jarras que apestaban a cerveza rancia desde la entrada del local.

Me acerqué a la barra a hablar con el barista. La encimera se veía sucia y cuando puse la mano la noté muy pegajosa, levanté la mano enseguida y la sacudí unas cuantas veces para quitar el mejunje que se me había quedado impregnado la palma mientras trataba de no poner cara de asco.

Me aguanté las ganas de pirarme, uno: porque no tenía muchas más opciones, dos: porque el barman estaba tonteando con una mujer mucho mayor que él en una esquina oscura. Después de aguantar pacientemente dos minutos me aclaré la garganta para llamar su atención, este se dio la vuelta para fulminarme pero al ver que era una chica joven su rostro se transformó adoptando una sonrisa.

— Hola guapa, ¿quieres tomar algo? Invita la casa.— Levantó una botella de un licor que prometía una resaca estupenda al día siguiente.

No era muy mayor, pero tampoco mucho más joven que los que estaban jugando al billar, pero su ropa desaliñada, su barba descuidada y su semblante deteriorado me estaban dando escalofríos de solo pensar en lo que me podría pasar si me quedaba más tiempo de lo debido en aquel lugar.

Debía hablar lo mínimo y no provocarles, sobre todo porque aquí me podía pasar cualquier cosa y de todas las situaciones imaginables, yo salía perdiendo en todas y cada una de ellas.

— Yo... Solo quería hacer una llamada con el teléfono si no te importa...— Respondí muy nerviosa.

La idea de tomar algo estaba completamente descartada. En mi cabeza no dejaban de reproducirse escenas de mi posible muerte por muchos motivos en un sitio como este: me drogaban con algo en la bebida, me llevaban al sótano, me sacaban a un patio... Me deshice de las ideas rezando para que me diera el maldito teléfono rápido. Lo de hablar con más gente de la necesaria también está descartada: podrían intentar cualquier cosa y tampoco sería nada bueno.

El barista me miró con cara de pena y me dio el teléfono del bar sin decirme nada. Ahora venía la pregunta del millón: a quién iba a llamar.

No podía llamar a mis padres porque mi madre se preocuparía más de lo normal y mi padre me llamaría irresponsable por salir de casa sin batería y más por perderme en mi propia ciudad. A Raquel no la llamaría porque le acabaría contando a mis padres alegando que era una historia divertidísima y estaríamos en la misma situación. Tampoco podía llamar a Hugo, porque no sabía su número. No tenía ninguna opción posible y eso era algo que me daba rabia, así que dejé mi bolso en el taburete que estaba a mi lado y empecé a pensar en quién podría sacarme de esa situación sin armar mucho escándalo.

Me dejé caer en uno de los taburetes altos que estaban al lado de la barra y me planteé pedirle al hombre que me hiciera un mapa en un papel y ya acabaría llegando a casa en algún momento, prefería una bronca en casa que pasar más rato del necesario en ese bareto. Pero antes de que le dijera nada al señor, metí una mano en el bolsillo agotada y sentí un papel entre los dedos, al reconocerlo mentalmente lo cogí a regañadientes. Llamarlo era todo lo contrario a no buscar escándalo, pero a grandes males, grandes remedios. Marqué el número de teléfono que había escrito él mismo y esperé a que me contestase:

— ¿Sí?— Por una vez agradecí escuchar esa voz.

— Hola, soy Samanta, necesito que me hagas un favor...

— Hmmm, ¿qué clase de favor?— Se le notaba dudoso y yo necesitaba que me ayudara con desesperación.

— Me he perdido y estoy en un bar. No sé cómo volver a casa y tampoco tengo batería en el móvil, ¿podrías venir a buscarme?— Oí varias voces de fondo y un grito que decía: "vamos tío, deja el teléfono, estamos a punto de ganar".— Emm, pero que si estás ocupado no pasa nada, dime el número de Hugo y lo llamaré a él, es que no me sé ninguno de memoria y el papel con tu número seguía en mi chaqueta.— admití con algo de vergüenza: ahora sabría que no lo había tirado.

— No, tranquila. Voy cuanto antes, no te muevas, dime el nombre del sitio— Empezó a dirigirse a las personas con quien estaba.—. Me tengo que ir tíos, lo siento, una amiga tiene un problema.— Justo después escuché varios abucheos que debían ser de sus amigos.

Le dije el sitio en el que estaba y también le di las gracias al barista por ayudarme. La situación no podía ser más incómoda. ¿Quién salía hoy en día de casa sin teléfono? ¡Y encima se perdía en su propia ciudad! La respuesta era clara: yo, Samanta Brown. 


Cada vez que un señor se movía acercándose a mí, no podía evitar empezar a suplicar mentalmente que no me dijera nada ni me tocase.

Según el reloj del bar ya había pasado media hora y Sebastián no llegaba, la verdad es que tenía miedo de que no me viniera a recoger y que hubiera fingido sólo para vengarse de que lo dejase plantado antes.

Diez minutos después entró por la puerta con un casco en cada brazo. Creo que jamás me había alegrado de verle, así que me levanté y le di un fuerte abrazo. Mentalmente le di las gracias a Dios. Llegar tarde a casa ya era una trivialidad: estaba sana y salva y era lo importante. Nunca pensé que lo diría, pero con Sebastián me sentía extrañamente protegida.

— ¿Queréis tomar algo?— Dijo el barista, esta vez más serio, tal vez por la llegada de mi acompañante. Quise decir que era muy tarde y que debíamos irnos, pero tampoco quería quedar como una niña de doce años, así que asentí cuando vi que Sebastián estaba de acuerdo.

— Una Coca Cola para mí y para ella...— Me miró esperando mi respuesta algo serio.

— Un Nestea estaría bien, gracias.— Le respondí con una sonrisa. Ahora que estaba acompañada sabía que podía tomar algo más tranquila.

Nos sentamos en los taburetes mientras nos traían las bebidas y seguimos hablando. No pasé por alto que se había hecho tarde, pero tampoco podía ser una desagradecida; era verdad que Sebastián no era mi persona favorita en ese momento, pero quisiera o no había venido en cuanto lo había necesitado así que ya me las apañaría con mis padres si surgía la discusión.

Sebastián se había cambiado desde que nos vimos en aquella calle. Ahora llevaba una chaqueta de cuero que le favorecía mucho, junto a una camiseta de un tono blanco crudo. Llevaba unos vaqueros anchos a conjunto con su chaqueta y unas converse blancas completaban el outfit dándole un toque Street Wear pijito.

La verdad es que iba bastante guapo, pero no podía permitirme pensar en estas cosas después de lo que había pasado esa tarde. No éramos amigos, casi ni se nos podía considerar conocidos. Él sólo era el mejor amigo de mi ex... Un mejor amigo que me había salvado el culo esta tarde, pero a fin de cuentas el amigo de mi ex.

— Entonces...— Empecé a decir sabiendo que no debía tocar más el tema.— ¿Supongo que estarás feliz de ya no estar con Eva?

Él suspiró antes de contestar.

— Es más complicado que eso— Me respondió mientras le daba vueltas a su bebida con la pajita que le habían puesto.—, nuestras empresas iban a ir a quiebra en un momento u otro si no las fusionábamos, por eso nuestros padres insistían tanto en que nos casásemos. Pero mis padres estaban pensando en echarse atrás con la negociación, no sólo por el escándalo público de Eva, sino que nuestra empresa ha sido de la familia desde que mi tatarabuelo la fundó y pensamos que no sería lo correcto ceder la mitad a unos desconocidos. A parte, tu padre ganó en uno de sus terrenos legales y era muy difícil salir de esa, con o sin nuestra empresa apoyándolo económicamente. Tampoco éramos la pareja del año, así que...

— Yo no habría podido...

— ¿El qué?

— Casarme con alguien a quien no quiero...

— ¿No nacemos para eso los hijos de los empresarios? Pensaba que era algo que nos llegaba a todos, tarde o temprano. Pocas veces he visto casarse al heredero de un imperio financiero-político por amor, normalmente se casan con dueños de otras compañías o con quien le manden.

— Es que el problema está en que yo no quiero hacerlo— Admití con algo de vergüenza mientras le daba vueltas a la pajita de mi bebida. Me sentía como una niña pequeña que no quería hacer lo que debía hacer, como si se me quedase grande el apellido.—, ellos han decidido todo lo que debo hacer a lo largo de mi vida sin saber qué es lo que yo quiero hacer. No me preguntan ni me explican nada de la empresa y obviamente con todo el trabajo que tienen no pasan tiempo conmigo. Y aun así tengo la esperanza de que algún día escuchen lo que tengo que decir: sobre ellos, sobre mí, sobre mi futuro...

Dudé de si realmente quería seguir desahogándome con él. Hacía mucho que nos conocíamos, pero nunca habíamos tenido confianza entre nosotros.

En alguna parte leí que era más fácil contarle a una persona desconocida tus problemas antes que a tus amigos. Ya había traicionado mi confianza una vez y no sabía si quería volver a experimentar eso... ¿Pero y esa seguridad que sentía sólo por tenerlo delante? Hice caso a lo que me acababa de recordar mi corazón y seguí hablando:

— Siempre se quejan de que lo que hago repercute a la empresa y que soy una irresponsable porque acabaré arruinando mi futuro, así que al final me paso el día con Raquel porque mis padres no están ni diez minutos diarios en la misma habitación que yo.— Le resté importancia con la mano mientras le daba un sorbo a mi bebida.

— Joder, no pensaba que tu familia sería así. Ya sabes, siempre parecéis felices en los eventos— Me respondió mirando fijamente su vaso, como si evitase mirarme.—, además ¿no te has peleado con Raquel?— Levantó la vista para mirarme mientras que yo sólo quería cambiar de tema. Raquel, Raquel y más Raquel, mi mundo giraba en torno a ella.

— Es complicado... La quiero, pero no deja de tener sus idas y venidas mentales y, sinceramente, me estoy empezando a cansar. ¿Te puedes creer que se enfadó por que la defendí de Eva? ¡Según ella me pasé, pero creo que no lo hice! Es cómo...— Estrujé las manos en el aire dando a entender que me exasperaba. Dejé salir todo el aire para continuar.— Hay días dónde la mataría, la enterraría en algún lugar lejano y por primera vez dormiría tranquila, y luego hay días donde pienso que sin ella no sería nada, que no sería nadie.— Sebastián no apartó los ojos de mi cara como si verdaderamente me comprendiera.—. Bueno, no te voy a aburrir más sobre el tema. Sencillamente es... Difícil de definir nuestra amistad.

— No me aburres, te he preguntado yo por el tema. Pero...

— ¿Pero?— Le insté a seguir.

— Creo que no hace falta que te diga que Raquel suele meterse donde no debe.

— Ya bueno, ¿eso qué tiene que ver conmigo?

— Yo no sé mucho, pero creo que deberías ir con cuidado con ella. Puede joder mucho a tu familia.— Lo dijo de manera desinteresada, como quien comentaba el tiempo.

— ¿Hay algo que debería saber?

— Sólo era una advertencia, tu madre me cae bien, es una buena mujer y tú no pareces tonta así que...

Le seguí la conversación sin hacerle mucho caso y me quedé pensando en lo que me acababa de decir. ¿Raquel nos iba a hacer daño? ¿Y nos perjudicaría a mi madre y a mí? O a lo mejor yo le estaba dando demasiadas vueltas, como a todo lo que hacía. Debía aprender a no tomarme tan a literal todo lo que me decían.

— Oye, perdona pero ¿me puedes llevar ya a casa? No me apetece tener que aguantar una bronca por parte de mis padres.

— Oh, claro, no pasa nada.— Me respondió un poco decepcionado mientras dejaba un billete de cinco euros en la mesa.

Salimos del bar y vi una moto, así que entré en pánico.

— Dime que has venido en coche.— Le supliqué dándome media vuelta para verlo.

— Si me has visto entrar con dos cascos en la mano.— dijo levantando los susodichos que llevaba colgados en el brazo.

Vale Sam, respira, sólo es una moto, ¿qué es lo peor que puede pasar? "¡Me puedo matar!" Me gritó mi subconsciente.

Bueno, tenía que respirar y dejar de ser tan dramática. No llevaba falda, por lo que nadie me vería el culo. Pero tendría que ir agarrada a él, al chico que de un día a otro había pasado de ignorarme a darme su número, para luego venir a buscarme en un bar de mala muerte y llevarme a casa. Creo que Sebastián debió reconocer el miedo en mi mirada e intentó apaciguarlo.

— ¿Primera vez que te subes?— Solo asentí. Me daba miedo que me temblase la voz.— Vale, pues tu tranquila, si tenemos un accidente que, seguro que no tendremos, los dos llevamos un casco muy chulo que nos protegerá, y solo tienes que estar bien agarrada todo el rato.— Me dijo con una sonrisa traviesa.

Estaba bastante segura de que la mirada que le eché por la bromita podría haberlo enterrado perfectamente siete metros bajo tierra.

Me recomendó hacerme una trenza, así que cuando fui a hacérmela él ya me había girado y me la estaba haciendo sin haberme pedido ningún permiso. Me quedé estática, con los hombros tensos, notando cómo sus manos se deslizaban con habilidad sobre mi cabeza. No es que me hiciera mucha gracia que la gente me tocase el pelo pero, mientras Sebastián me hacía la trenza sentí un escalofrío: de esos que sientes cuando el tacto con una persona te genera mariposas en el estómago. Pero no eran mariposas lo que sentí, sólo una descarga eléctrica que me paralizó de cabeza a pies.

Antes de darme cuenta tuve el pelo recogido y él mismo me puso el casco , ¡y madre mía como me apretaba en las mejillas! A ver, no podía quejarme, sobre todo cuando Sebastián se estaba esforzando tanto en que me sintiera cómoda.

Y llegó el momento en el que podía hacer un gran ridículo: subirme a la moto. Sebastián se subió primero para demostrar que no era tan difícil y abrió unas barritas que había en los laterales donde se suponía que yo tenía que apoyar los pies. Intenté dar un saltito para impulsarme pero no lo conseguí, se me empezó a enrojecer la cara de la vergüenza, menos mal que ya había anochecido.

Volví a intentarlo, pero nada.

Antes de poder intentarlo una tercera vez, Sebastián se levantó pasando una pierna por encima.

— ¿Qué hac...? ¡Sebastián!— Grité por la sorpresa cuando él se colocó a mi lado y puso ambas manos sobre mi cintura para elevarme cómo si nada por encima del vehículo. En silencio volvió a colocarse en su lugar y yo agradecí que no dijera nada porque podía jurar que me moriría de la vergüenza en aquel mismo instante.

— Samanta, si no hay nada a lo que agarrarse— Me empezó a decir mientras me cogía las muñecas y me hacía rodearle la cintura con los brazos.—, es para que te agarres aquí.

No pude evitar ponerme roja como un tomate. No me esperaba aquella situación, así que traté de respirar hondo para tranquilizarme y no pensar cuando la moto se puso en movimiento.

Estaba acostumbrada a ir en autobús o caminando, a veces también iba en coche, pero no era algo muy común, ¿pero ir en moto? No había ido nunca y no entendía el por qué. Cuando la tensión en mis hombros se relajó al darme cuenta de que no iba a morirme en aquel vehículo empecé a disfrutar, mis manos dejaron de clavarse en el estómago de Sebastián y hasta me permití recostar mi cabeza sobre su enorme espalda.

Me estaba enamorando de la sensación del viento, mientras íbamos por lacarretera adelantando a los coches, y no podía evitar alegrarme de compartiresto con Sebastián. Aunque después solo fuera a provocarme más dolores decabeza.

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