Los detalles marcan la diferencia
Estuve toda la tarde sola hasta que fueron las cinco en punto y sonó el timbre de mi casa. Como ya había quedado con Sebastián, abrí sin mirar por la mirilla y me sonrojé al ver como venía vestido.
Llevaba un pantalón tipo traje y una camisa ajustada, todo de color blanco, no entendía a que venía su traje ni cómo no se lo había manchado aún, pero la verdad es que le quedaba bastante bien, para qué mentir: le quedaba de muerte. Si mi abuela, en paz descanse, estuviera viva diría una de sus típicas frases: "Cuando tenía tu edad, por jóvenes cómo tú, las jovencitas íbamos a las afueras del pueblo a bailar Footloose después del toque de queda".
— ¡Que puntual, pasa!— Le invité alegremente mientras me apartaba para dejarle el espacio suficiente. Cuando pasó por mi lado instintivamente mi mirada se dirigió a su espalda y solté un resoplido: ¡vaya vistas!— Sólo me queda coger un par de cosas, pasa y si te apetece coge algo de la nevera.— Cerré la puerta y me fui a mi habitación mientras él se quedaba sin saber muy bien qué hacer.
Recorrí todo el pasillo tratando de tranquilizarme y seguí preparando la mochila con las cosas que necesitaba: un pijama (que no fuera muy aburrido como para que Raquel lo criticase, pero tampoco provocativo para evitar cualquier situación incómoda con Hugo), el neceser con productos de higiene básicos, ropa interior de recambio, unos vaqueros de tiro alto negros, un top blanco sin tirantes y una chaqueta gigante de punto color crema que me encantaba.
Decidí no cambiarme para ir a la fiesta, era una tontería si Raquel me iba a hacer cambiar justo al llegar a su casa, así que cuando lo metí todo en la mochila salí al pasillo con la intención de encontrarme a Sebastián en la cocina, pero pasó algo muy extraño. No estaba esperando en la cocina ni en cualquier estancia de la planta baja: me lo encontré a punto de subir las escaleras que llevaban a la planta superior.
— ¿Qué coño haces? Te dije que esperaras en la cocina.— No quise sonar muy borde, pero no le había dado permiso para subir, sobre todo porque ahí estaban los despachos de mis padres y él ya sabía que mi habitación estaba en la planta baja.
— Lo siento, quería preguntarte si te quedaba mucho y como nunca me has enseñado la casa pues no sabía muy bien donde ir.— Me dijo mientras se rascaba la cabeza.
La excusa que me dio no fue para nada convincente, sobre todo después de colarse hace unos días en mi casa, pero decidí cambiar de tema y ya lo hablaríamos en otro momento.
— Si nos vamos ya a lo mejor no nos llamarán como locos.— Le dije tratando bromear para esconder la desconfianza que acababa de surgir.
— Pues tienes razón— Me respondió con un tono burlón.—, pero no creo que le importe mucho a Raquel si le digo que estás conmigo.
Es cierto, a Raquel no le importaría, pero sabíamos que a Hugo sí le afectaría y yo no quería volver a estar en la misma situación otra vez.
Cuando estaba saliendo de casa, me di cuenta de algo importante, así que le dije a Sebastián que fuera encendiendo la moto mientras volvía corriendo a mi habitación. No podía creerme que me estuviera dejando mi diario, sobre todo porque sabía que, si no lo llevaba conmigo, mi madre podría intentarlo leer a escondidas (y no sería la primera vez). Fue bastante ridículo escuchar a mi madre leer las frases que había escrito tratando de desahogarme cuando había una pelea en casa, ¡y lo peor era que me reñía por escribirlo! Si me decía esas cosas solo por opinar sobre una pelea y llegase a leer sobre mis sentimientos de Hugo y Sebastián... No quería saber lo que pasaría.
Salí de la casa mientras metía la libreta en la mochila y Sebastián me miró extrañado al ver lo que estaba guardando.
— Sabes que vas a una fiesta, ¿no?— Me preguntó mientras me ofrecía el casco, tratando de sonar amigable.— Lo digo porque ahí no vas a necesitar una libreta en la que apuntar lo que digan los profes, es más, dudo que consigas sujetar un lápiz por más de dos minutos pasada la medianoche.
Puse los ojos en blanco mientras me ponía el casco. Estaba claro que para Sebastián yo solo cargaba una estúpida libreta, pero para mi no era sólo un diario: había escrito mis más oscuros secretos y todo lo que pensaba sobre mis padres, y eso incluía aquello que podía contar Raquel si llegase a enfadarla. Desde luego si cualquier otra persona lo leía, podría ser perjudicial no sólo para mi o mis padres, sino también para Hugo, Raquel o incluso Sebastián.
— Llévame y cállate.— Le respondí con un tono seco mientras me subía a la moto y me agarraba a su cintura.
— Estás muy sexy dando órdenes, ¿lo sabías?— Me dijo haciendo rugir la moto para callarme mientras yo, en un acto reflejo, me agarraba de su cintura con más fuerza de la necesaria.
— Lo que sé es que como no arranques ahora mismo lo último que verás será mi puño en tu ojo.
La amenaza no pareció intimidarlo porque en lugar de callar arrancó deforma brusca mientras su risa inundaba mis oídos.
Cuando llegamos a casa de Raquel me bajé de la moto justo cuando esta paró y fui hasta la puerta de la casa. Por una parte estaba cabreada porque Sebastián hubiera intentado fisgonear en mi casa, pero otra parte de mi me decía que debía creerle, que simplemente estaba perdido y que no estropease los últimos días comiéndome la cabeza con una cuestión sin importancia...
Sebastián pareció ver mi cara de enfado y confusión porque antes de que tuviera la oportunidad de tocar el timbre me agarró de la muñeca.
— Escucha— Me retuvo. No lo miré directamente, fijé mi vista en algún objeto remoto del jardín en el cual centrar mi atención. Su mano se deslizó por mi barbilla hasta hacer que nuestros ojos conectasen.—, siento si te ha molestado lo de tu casa, no era mi intención merodear por allí. Tardabas mucho, soy hombre y mi memoria es a corto plazo: no me acordaba de dónde quedaba tu habitación. No te enfades, ¿vale?
El cabreo pareció esfumarse en cuestión de segundos y dio paso a una sonrisa malévola.
— ¿El gran Sebastián Miller me está pidiendo disculpas? Debo guardar este hecho en un vídeo para la posteridad, no vaya a ser que se me olvide.
Su puño se estrelló contra mi hombro, de manera suave, en un gesto defensivo y gracioso.
— Vamos, antes de que a Raquel le de por cortarnos la cabeza por llegar tarde.
Nuestras miradas se encontraban en una conversación muda cuando la puerta se abrió de par en par: Raquel estaba al otro lado con una sonrisa de satisfacción como si supiera lo que acababa de pasar entre nosotros.
Desde luego necesitaba que hubiera distancia entre Sebastián y yo durante esa noche: por un lado quería que Raquel no se entrometiera más de lo debido, y tampoco quería escenas de celos por parte de Hugo, desde luego podía ser demasiado intenso a veces. Así que sin pensarlo separé nuestras miradas y crucé el umbral sin mirar a nadie en específico.
— ¡Venga, vamos a mi habitación que tenemos mucho trabajo que hacer en esa cara que tienes!— Me dijo Raquel mientras me empujaba escaleras arriba.
Su comentario debería haberme ofendido, pero en esos momentos mi cabeza no estaba para pensar en lo que Raquel me decía... Además, ¡el estado de la casa me había dejado completamente en shock! La casa estaba totalmente cambiada y preparada para la fiesta, ¡y sólo hacía dos horas que habíamos salido del instituto! No me extrañaba que hubieran preferido no ir a las clases, porque sino no les habría dado tiempo a tenerlo así.
En la cocina había demasiadas botellas de alcohol e incluso un barril de cerveza con su dispensador para que todos pudieran echarse la bebida como si estuvieran en un bar. En el comedor sólo había una mesa junto a la ventana, con un montón de bolsas de patatas y alguna tontería para picotear, supuse que así tendrían más espacio para que la gente bailara. En cambio, en el salón se habían apartado los sofás a un lado para que, si la gente se sentaba, no molestase a los que estuvieran bailando ¡pero es que hasta habían puesto una mesa de D.J.!
Ni en broma esto era obra única de Raquel, porque el alcohol lo tenía que haber comprado un mayor de edad, ¡y no hablemos de contratar a un D.J.! Por la organización rápida y eficiente de esta fiesta se notaba a leguas que Hugo contaba con demasiados contactos en las discotecas. Al parecer, por la mesa de luces y sonido dispuesta sobre una tarima, y un cartel de luz neón brillante colgado en la pared, habían contratado a uno de los mejores D. J.'s de la ciudad: Raquel no paraba de parlotear sobre él de camino a su habitación.
Entramos a la habitación y empezó a sacar un montón de bolsas llenas de debajo de la cama. Daba la sensación de que las había escondido, y al no saber el motivo por el que lo había hecho se me estaban poniendo los pelos de punta...
— No sabes lo que nos ha costado que mis padres se fueran antes de tiempo, se han puesto mucho más pesados de lo normal con lo de que nos quieren y que no quieren que hagamos nada irresponsable y bla bla bla.— Me empezó a decir, pero yo no podía dejar de pensar en lo que estaba encima de su cama.
— ¿Alguien sabe lo que me vas a poner? Es que da la sensación de que...
— ¡Obviamente que lo tengo que esconder!— Me interrumpió como si le estuviera diciendo una tontería.—. Te sobra saber cómo se pondrían mis padres o Hugo si se enterasen de lo que hay aquí— Con este tema mi mejor amiga siempre ha sido demasiado dramática y controladora, así que nunca se dio el caso de que ni sus padres ni Hugo descubrieran los planes de Raquel.—. Desde luego mis padres lo cancelarían sin darnos ninguna opción, y si fuera Hugo quien lo viera desde luego que habría ido directo a avisar a algún padre solo para jodernos la fiesta, ¡y eso arruinaría toda la diversión!
Empezó a vaciar las bolsas, tratando de que la ropa no se arrugase, ¡y me quedé con la boca abierta! Desde luego mis expectativas eran: minifaldas, shorts del tamaño de unas bragas o un tanga o incluso un bikini, ¡pues no, y ahora veréis lo que me compró! Raquel me empujó al baño con la ropa y me dijo que me diera prisa, así que hice lo que me mandaba antes de darle la oportunidad de que cambiase el conjunto que me había elegido por algo mucho peor.
Cuando me miré al espejo quedé totalmente sorprendida con cómo me quedaba. Raquel había elegido un body blanco lencero, con mucha transparencia pero que me tapaba la zona de los pechos: así que enseñaba, pero no demasiado. En la parte de abajo llevaba unos vaqueros de tiro alto negros super ajustados con un cinturón que tenía dos aros donde la hebilla.
Salí del baño y Raquel empezó a aplaudir mientras me daba paso a su tocador y ponía algo de música.
— Te está quedando tal y como lo tenía pensado, así que ahora solo tengo que arreglarte el pelo y maquillarte.— Me dijo con una sonrisa mientras empezaba a coger muchos botes que no sabía ni para que servían.
Me sorprendí gratamente al darme cuenta que por una vez Raquel estaba siendo mucho más respetuosa de lo que pensaba con mi cuerpo.
Aprovechó para definirme mucho más los rizos. Lo bueno de tener el pelo como lo tenía era que una cosa tan sencilla como lo que estaba haciéndome Raquel podía hacer que mi pelo pasase de parecer un león a parecer que acababa de salir de una peluquería.
Justo después cogió varias paletas de sombras que tenía en el mueble y me empezó a maquillar. Siempre se me hacía incómodo que me hicieran algo en la cara, y más cuando no sabía ni lo que iban a hacer. Por mucho que en las actuaciones de danza nos maquillase la profesora, nunca llegué a acostumbrarme, tal vez porque al yo no tener ni la menor idea sobre ese arte no me acostumbraba a hacerlo a diario. Admiraba a las chicas que se levantaban antes solo para ir arregladas, también me parecías tontas: pasar el tiempo maquillándose en lugar de dormir, bastante estúpido de su parte.
— Vale, creo que ya está.— Me dijo Raquel con una sonrisa de satisfacción a la vez que giraba la silla donde me había sentado, dejando que me mirase en el espejo.
Dos horas de peinados, manicuras y maquillajes, me esperaba una versión de Christina Aguilera en Burlesque, con un maquillaje demasiado extravagante y colores por todos lados, pero como ya dije con anterioridad: Raquel me estaba sorprendiendo aquella tarde.
Cuando me giré hacia el espejo tenía miedo, sobre todo porque ella sabía que me gustaba lo sutil, pero estos días en que tenía vía libre, nadie podría frenarla... Me esperaba algún arcoíris o cualquier cosa que llamase la atención y me hiciera estar fuera de mi zona de confort, pero no. Llevaba varias sombras todo en tonos marrones y justo en el centro del párpado tenía una sombra que parecía purpurina dorada. Y como no... ¡Un eyeliner que de milagro no me llegaba hasta la ceja! Sabía que la raya del ojo era algo que, si sabías hacerlo, favorecía a la mayoría de las personas, pero si eras alguien como yo, que no sabe ni por dónde empezar la raya... Desde luego quedaba fuera de mi zona de confort, pero era algo con lo que podía estar cómoda y no hacer el ridículo.
Cuando Raquel se volvió a girar hacia mí me puso unas pestañas postizas que no eran muy llamativas y me pintó los labios de un color rojo oscuro que me gustó mucho.
Una vez mi amiga ya había acabado conmigo fui directa a su zapatero para coger unos botines negros que eran muy cómodos para bailar. Desde luego esta noche no pararía de hacerlo, o al menos eso fue lo que pensé...
— Está bien, ahora es mi turno.— Dijo Raquel mientras se encerraba en el baño, sacándome de mis pensamientos.
Como no me quedaba otra opción, me senté en su cama mientras trataba de hacer algo de tiempo cotilleando con la vista todo lo que tenía mi amiga por la habitación a ver si encontraba alguna pista de quién podía ser su posible pareja. Hasta que vi una cosa que me extrañó muchísimo.
— ¡Raquel!— Le dije a través de la puerta mientras llevaba mi mano al montón de collares que tenía colgados en esa especie de árbol de metal plateado.— ¿Cómo es que tienes el medallón de mi abuela?
Justo al decir esas palabras Raquel salió corriendo del baño sin acabarse de vestir y... ¡Parecía realmente enfadada! Pero no entendía el por qué y eso me hizo fruncir el ceño.
— ¡Nadie te ha dicho que cotillees entre mis cosas!— Me respondió corriendo mientras... ¿Parecía que buscaba alguna excusa? Cada vez esto era más raro.— Además, si tanta curiosidad tienes, te lo dejaste tú en una de las fiestas que hicimos aquí y nunca lo pediste de vuelta, así que me lo quedé.
— Ah, es verdad, no me acordaba.— Le dije mientras cogía el collar y lo guardaba en mi bolsa tratando de cortar la discusión mientras ella se volvía a meter en el baño.
Me extrañaba mucho la respuesta que me había dicho, sobre todo porque este medallón sólo lo había visto en una exposición que se hizo sobre la familia de mi madre y la fundación de la empresa. Sabía que este collar fue de mi abuela, pero nunca me lo habían dejado usar por muchas pataletas que hubiera dado de pequeña, así que era imposible que hubiera llegado ahí por mí.
— ¡Tierra llamando a Samanta!— Me dijo Raquel a través del baño.
— Dime.— Le respondí algo seca.
— Me hago la raya y ya salgo, así que recoge todo esto.— Me dijo como si yo fuera su asistenta.
Y lo peor no es el cómo me estaba tratando, sino que para conseguir la información que necesitaba tenía que ir detrás de ella y hacer todo lo que me pidiera. Así que con mucha rabia cogí todas las bolsas y las tiré a la basura lo más rápido que pude para que no se quejase más.
— Hemos conseguido al D. J. ese que tanto nos gustó en la última fiesta, creo que se llamaba Julián o algo así. Supongo que entre él y el segurata que llegará en un rato sólo tendremos que preocuparnos en no beber más de la cuenta.— Me dijo Raquel mientras cogía el eyeliner y se ponía delante del espejo.
Traté de esconder la sonrisa que amenazaba con salir al recordar cómo en aquella fiesta Hugo me dijo que no nos volviéramos a cruzar, desde luego si lo hubiera hecho habrían pasado muchas cosas esa noche...
Cuando la "reina" de la casa acabó de maquillarse me cogió de la mano y fuimos hacia las escaleras donde me hizo esperar para hacer uno de sus espectáculos.
— ¡Hermanito!— Gritó Raquel alargando la palabra.— ¡Arrastra tu culo hasta la escalera aquí a mirar a las reinas de esta fiesta!
Ni a Hugo ni a mí nos gustaba cuando hablaba así a cualquier persona, como si tuvieran que seguir sus órdenes pero, o le hacíamos caso, o no podríamos evitar una discusión...
— Listo, ahora te toca bajar — Me dijo con un tono demasiado insistente, y ya no sabía cómo interpretar a esa chica.—. Trata de no parecer un pato mareado por una vez en tu vida, ¿quieres?— Puse los ojos en blanco ante su respuesta.
Esos comentarios me hacían mucho daño, pero recordarme que cada minuto que pasaba era menos tiempo hasta dejar de escuchar los menosprecios y tonos autoritarios hizo que pudiera reunir las fuerzas necesarias para bajar las escaleras. El problema fue cuando después de los dos primeros escalones levanté la vista. Hugo había decidido no ir hasta el recibidor sólo, y es que estaba acompañado por Sebastián, haciendo que entrase en completo pánico.
¿A quién iba a saludar primero? Si saludaba a Hugo, Sebastián se podía ofender, pero si saludaba a Sebastián el que se ofendería podría ser Hugo... Desde luego entre no querer hacer el ridículo, sus miradas de sorpresa que sólo les faltaba que se les cayera la baba y escuchar a Raquel metiéndome prisa... No sé ni cómo fui capaz de seguir bajando los escalones que me quedaban hasta llegar delante de los chicos que hacían que mi corazón se pusiera a cien sólo con notar ese aroma que caracterizaba a cada uno.
Tenía que decidirme en menos de un segundo sobre a quién saludar, pero sólo podía notar un nudo en mi garganta con un montón de mariposas en mi estómago. Desde luego si hablaba acabaría vomitando, así que no supe demasiado bien qué hacer, hasta que mi salvador habló totalmente sonrojado:
— Estás increíble...
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