La curiosidad mató al gato
No fui capaz de dormir en todo lo que quedaba de noche. Como no paraba de dar vueltas en la cama y ya estaba muy frustrada, sobre las seis de la mañana fui al salón a despejar la cabeza.
Había sido una estúpida al pensar que Hugo me necesitaba de verdad. Vale que él no sabía que yo iba a ir pero, por el amor de Dios, prácticamente me había cerrado la puerta en las narices, ¡y eso que ni siquiera me la había abierto!
Inspiré profundamente mientras me acurrucaba más en la esquina del sofá. Si quería dejar de sentirme mal por cosas que no podía controlar, tenía que dejar de anticipar los sentimientos de los demás a los míos.
En la llamada antes de ir a su casa ni siquiera me había dado la oportunidad de responderle, ¡y me daba mucha rabia! La verdad es que toda esta situación era demasiado estresante...
Llegué tan cansada de la caminata de la nochecita que no me había cambiado la ropa con la que había salido, así que por mucho que fuera algo antihigiénico, la usaría para ir a clase. Podría no ir, pero arriesgarme a tener que oír otra vez como mis padres me daban la charla sobre responsabilidad y madurez no era algo que me apeteciera demasiado.
Empecé a ver una serie en la televisión y, cuando ya iba por la parte interesante, el móvil empezó a sonar con el nombre de Hugo en la pantalla. Colgué.
No iba a permitir que primero me tratase como si fuera lo único quenecesitaba y una hora después me desechase como quien no quiere un juguete,para encima luego pretender llamarme para, seguramente, pedir perdón con algunaexcusa barata.
— ¡Buenos días, princesa!— Me dijo mi madre tratando de hablarme flojo para no asustarme.
— Hola mamá.— Le dije medio dormida frotándome los ojos mientras me desperezaba.
— ¿Qué haces en el sofá tan pronto? ¿Es que no podías dormir?
— No pasa nada mamá, es solo que me había levantado para hacer algo de deporte y, como después me senté en el sofá, me he debido quedar dormida.
Podíamos decir que no era del todo mentira, sobre todo porque me fui y volví caminando hasta la casa de Hugo y, que yo sepa, caminar es un deporte.
— Pues vete un rato a la cama, que te da tiempo a dormir media hora más al menos.
— No, si no tengo sueño.— Le dije mientras me sentaba mejor en el sofá de manera que podía verla directamente.
— Como quieras.— Me respondió mientras se llenaba un termo de café.
Mi madre siempre iba muy guapa a trabajar, y sólo con verla cada día podía saber que había salido a ella: casi nunca variábamos nuestros conjuntos. Esta vez vestía una camisa blanca de manga larga y un pantalón negro de pierna ancha (normalmente o usaba ese tipo de pantalones o usaba una falda de tubo negra hasta la rodilla).
No sé cómo lo hacía, pero siempre iba con los típicos tacones de aguja negros y nunca se quejaba del dolor de pies. Supongo que era uno de esos superpoderes que te daban al ser madre y empresaria al mismo tiempo.
— Nosotros nos vamos ya.— Dijo mi padre tan seco como siempre cuando bajó las escaleras ajustándose la corbata.
Simplemente asentí, si de normal no recomendaba meterse con Martín Brown, en los momentos en los que él estaba con el chip de trabajo era mejor no respirar ni su mismo aire.
Fui a mi habitación a sacar toda la ropa que guardé la noche anterior en la mochila y cogí una bolsa de tela a modo de bolso: metí el portátil, mi diario y un estuche pequeñito donde llevaba un par de bolígrafos y una pluma.
Bajé la bolsa y, cuando supe que si la tiraba al sofá no caería al suelo, la lancé y me fui a la cocina a prepararme un termo de café. Después de pasar toda la noche sin dormir me haría bastante falta para las clases, aunque siempre tenía la opción de ir a la cafetería, como era ya costumbre.
La verdad es que no era muy aficionada al café, pero si mi cuerpo no iba a dar el rendimiento que necesitaba, casi que prefería meterme café en vena.
Estaba a punto de abrir la puerta cuando me di cuenta de que tenía el móvil al 2% de batería, así que le mandé un mensaje a mi madre avisando de que dejaba el móvil cargando y fui corriendo a coger el iPod de mi habitación. Era de agradecer que la música se me sincronizase del móvil al iPod, sobre todo en estos casos, así podía disfrutar de una canción de Álvaro Soler que había descubierto el día anterior sin ningún problema.
https://youtu.be/okAqaED2w4g
Caminaba hacia el instituto atenta a la canción mientras intentaba montar una coreografía en mi cabeza. La verdad es que me encantaría seguir en las clases de danza y poder enseñarles a los niños los inventos que había estado haciendo, pero ahora quería estar alejada lo máximo posible de los Fernández, y eso incluía de la academia de baile, por desgracia.
¡Llevaba ya dos clases y no podía más! Ya me había tomado casi todo el termo de café y no me veía capaz de aguantar otras tres horas de sufrimiento, así que cuando sonó el timbre recogí mis cosas y me fui del aula, a ver si con un poco de aire me animaba.
Iba por el pasillo de camino al patio cuando algo hizo que me parase en seco: en la puerta del patio estaban Raquel y Hugo, y se notaba que estaban discutiendo con bastante ahínco. Así que, como no me quedaba otra opción, decidí dar media vuelta y salir del edificio que me estaba empezando a crear una sensación de claustrofobia.
Últimamente tenía la sensación de que aquellas cuatro paredes, en lugar de a un instituto, se parecían más a una cárcel, pero de la que, para mi suerte, era fácil escapar.
Saludé en la recepción del edificio y, cuando fui hacia la puerta, intentaron ponerme pegas por primera vez en mi vida:
— ¡Hola bonita! ¿Por qué quieres salir?— Me dijo una de las trabajadoras con un tono tan amable que sonaba artificial.— Las clases son hasta las dos, así que deberías volver a clase a no ser que tengas un motivo justificado.
— Mis padres acaban de avisarme, debo asistir a una reunión de la empresa, así que... ¿Me podéis abrir?— Las conserjes me miraron, era obvio que no me creían, así que decidí seguir improvisando.— Bueno, como queráis, yo me puedo quedar en clase, pero no sé si a mi padre le dará mucha gracia que me pierda una reunión gracias a vosotras... Igual deja de donar tanto dinero al centro...
No me gustaba usar ese tipo de excusas, pero la causa era justificada: ni quería ver a ninguno de los Fernández o a Sebastián ni quería que me diera un ataque de ansiedad entre los pasillos de este edificio.
Justo después de que se mirasen entre ellas me pidieron perdón y me abrieron la puerta. Era insoportable ir a cualquier lado y que sintieran que tenían que arrodillarse por el simple hecho de pertenecer a la familia Brown Lorenzo, pero sólo en casos puntuales como este me aprovechaba de la situación.
Me puse los cascos y empecé a caminar sin un rumbo fijo. Sólo queríaalejarme de esa cárcel y llegar a algún sitio donde nadie me conociera.
Cuando me di cuenta había llegado a un parque, no muy grande, en el que había un par de columpios y toboganes. Casi todos los juegos estaban ocupados con padres y niños pequeños que correteaban de un lado a otro. También había alguna que otra mesa, que estaban ocupadas por ancianos concentrados en una interesante partida de cartas o de ajedrez.
Lo que más me gustaba de este parque era la cantidad de árboles que había. Por el tamaño de estos se notaba que era una zona algo antigua por mucho que las mesas y los toboganes fueran nuevos.
Me tumbé en la base de un árbol y empecé a dibujar en una de las páginas de mi diario. Empecé a trazar líneas sin saber muy bien qué estaba haciendo... Dibujé rayas y círculos sin pensar hasta que empecé a ver una cara en el papel. Dejé fluir todos mis sentimientos a través de ese bolígrafo en busca de un poco de liberación emocional que me hiciera sentir mejor.
Cuando me di cuenta de lo que estaba dibujando, arranqué la hoja y, después de hacerla una bola, la tiré haciendo canasta en la bolsa que llevaba. Aproveché para cerrar un poco los ojos y disfrutar de la música, pero la tranquilidad duró muy poco.
Noté cómo aparecía un aroma en el ambiente que tenía casi interiorizado de tanto que lo conocía, y justo después alguien se tumbó a mi lado. Abrí los ojos, me quité los cascos y solté de manera mordaz:
— ¿Ya no me quieres tratar como una mierda o qué?
— Sabes que no lo hice a propósito, solo que me despertaste y ya sabes que durante esas horas no suelo hablar bien...— Me dijo mientras me colocaba un mechón de pelo detrás de la oreja de una forma muy cariñosa, como si estuviera tratando de convencerme.
Y casi lo consiguió, porque mi corazón me pidió aceptar esa caricia y sus disculpas, pero por una vez hice caso a mi mente y me aparté en un movimiento brusco demostrando que su amabilidad no justificaba la actitud de mierda que tuvo la noche anterior.
— ¿En serio?— Le aparté la mano de mi pelo cuando intentó acercarse de nuevo.— Me estás diciendo que yo, que para hacerte sentir mejor preparé mi mochila con mis cosas para ir a tu casa sabiendo que si me pillaban me iba a caer una gorda; y que tú, cuando hablamos por teléfono ni siquiera me diste la oportunidad de aceptar o negarme a ir, me fui hasta tu casa porque sentía que era algo que quería hacer, y que cuando llego ni me abres ¿y tienes los huevos de decirme que me hablaste mal porque te desperté a las tantas de la noche?— Intenté que mi voz no sonase agresiva, guardé mis cosas en la mochila con la intención de levantarme y marcharme para no darle una bofetada.
— ¡Pensé que no ibas a venir! Sabes que si hubiera sabido que ibas a venir no te habría hablado mal.— Me dijo mientras me cogía del brazo para retenerme.
— ¡Ni se te ocurra!— Le aparté la mano de un manotazo y empecé a soltar toda la ira que sentía.— He hecho todo por ti muchas veces, ¡y estoy harta de que me tratéis como un pedazo de mierda! Yo no soy un pedazo de basura al que puedas pisotear por no decirte lo que te guste, así que si no te gusta como pienso o las decisiones que tomo te puedes ir por donde te has venido.
— Puede ser que te haya hablado mal un par de veces— Me respondió con un tono que demostraba que ambos sentíamos lo mismo.—, pero aquí la culpa no es solo mía: ¿yo soy el que te ha tratado mal? Entiendo que es una broma, o eso o el mensaje de hace un mes era una mentira.
— Me parece muy rastrero que saques el tema del mensaje ahora.— Apreté los labios intentando que no se notase como estaban temblando.
— No tuviste los cojones de venir hasta mi casa y decírmelo a la cara, ¿y yo soy quien te trata como un pedazo de mierda? ¿O tal vez es mi hermana quien lo hace? Porque tú se lo permites, ¡igual que se lo has permitido durante toda nuestra puta relación!
— Sabes que no podía verte, ¡ella lo sabría!— Empecé a notar como se me humedecían los ojos: odiaba tratar este tema porque no podía hacerle daño a Raquel, no me lo permitía a mí misma.
— ¡¿Y por eso yo me merecía un puto mensaje?!— Me gritó, haciendo que yo cerrase los ojos con fuerza, como si intentase despertarme de un sueño.— Crees que me merecía un "Hugo, tenemos que dejarlo, ella sospecha algo", ¡me importa una mierda lo que sospeche o no mi hermana!
Es cierto, lo dejé por mensaje. ¿Estaba orgullosa? Pues no, pero la situación no me permitía arriesgarme a ir y decírselo a la cara.
Una cosa era enfadar a Raquel momentáneamente, como estar en desacuerdo con una decisión o decirle que no me gustaba su vestido, y otra muy diferente era poner mis intereses por encima de nuestra amistad, para ella eso era un golpe fatal y yo sabía que no había maldad en su corazón, pero la palabra "mala" se le quedaba corta cuando la cagabas con ella. Sabía muchas mierdas mías, y no tenía ganas de que la gente se riera de ellas. Raquel era mala amiga, era una verdad que se veía a leguas, pero era peor tenerla como enemiga. Como dijo Michael Corleone en El Padrino: mantén a tus amigos cerca, y a tus enemigos aún más cerca.
Aparté la mirada: ambos sabíamos que él tenía la razón. Yo no me merecía tener a alguien que luchase tanto por nuestra relación, y él no se merecía que alguien lo tratase tan mal como lo he tratado a lo largo de esta relación, y por eso se merecía una disculpa.
— Yo...— Levanté la mirada y, cuando estuve a punto de disculparme me acordé de los mensajes de Sebastián.— Espera, espera, espera...— Se me escapó una sonrisa irónica.— No me vengas aquí de super dolido cuando fuiste tú, con tu ego de machito, que le dijiste a Sebastián que aceptabas compartirme.
— ¿De qué coño hablas, Samanta?
Hugo estaba completamente extrañado, como si no entendiera lo que acababa de decirle, pero eso sólo me generaba una pregunta: ¿le extrañaba que lo supiera o que se lo sacara en cara?
— Bueno, pues si vamos a jugar a eso de hacernos los locos mejor te lo enseño y dejas de mirar para otro lado, en lugar de decirme la verdad.
Dejé mi bolso en el suelo y me agaché para coger mi portátil, mi cabeza no podía parar de imaginar cómo ellos dos accedían a algo tan repugnante como compartir mujeres. Además, pensar en la posibilidad de que Hugo me hubiera engañado... Me quitaba todas las ganas de disculparme, en su lugar me daban ganas de atestarle un puñetazo y dejarlo irreconocible.
— ¿No lo recuerdas?— Le puse la pantalla en la cara.— Igual deberías controlar a tu "amigo", él es quien lo va contando todo. A ver si esto te refresca la memoria.
Él leyó todo con cara de shock mientras empezaba a negar, yo cerré la pantalla y volví a guardar el dispositivo dispuesta a mandarlo a la mierda e irme después de escuchar alguna de sus excusas.
— ¿Qué dices? Te juro que yo nunca he dicho eso.— Me dijo muy convencido mientras negaba con la cabeza.— Este no es Sebastián.— Me dijo muy serio y con el ceño fruncido provocando que yo pusiera los ojos en blanco.
— Ya claro, ¿eso es todo lo que vas a decir?
— Mira, conozco a mi mejor amigo, y también se lo de su relación con Eva, pero él no es de ese tipo de tíos.— Me respondió muy convencido.
— Pues no lo sé, o te miente él o me mientes tú, y no sé qué pensar...
Llegados a este punto mi cabeza era una montaña rusa de preguntas sin sentido: ¿cómo no podía ser Sebastián si él mismo me había dado su número escrito? ¿O es que Hugo me estaba mintiendo para ocultar la verdad?
— ¿O sea que me has bloqueado por esto?— Me dijo mientras yo guardaba el portátil en mi bolsa y me levantaba ignorándolo descaradamente.— Sam...
Cuando me giré, Hugo se había puesto de pie y lo tenía muy cerca de mí. No sabía qué hacer, un carrusel de recuerdos me cruzó la mente: nosotros durante todos esos meses durmiendo juntos y hablando sobre nuestros sentimientos, y justo después empezaba a pensar en Raquel o en todo lo que me había dicho Sebastián, mentiras y verdades que se entremezclaban...
Si esos mensajes eran verdad significaba que el chico del que había estado enamorada durante tantos años no existía, y esta persona que había empezado a conocer no me gustaba... ¿Pero cómo iba a saber a quién tenía delante si me enseñaban a dos personas que parecían opuestas?
Pensé en mandarlo a la mierda y terminar con todo de una vez, pero una parte de mí no estaba preparada para dejarlo partir: era mejor tener un pedacito que no tener nada. Podía fingir que lo creía y a lo mejor así acabaría descubriendo la realidad, por lo que decidí seguirle la corriente como si confiase en él y como si nada de esto hubiera pasado realmente. Al final lo acabaría sabiendo, si era verdad y me había engañado ya no tendría más razones para luchar, pero si era una mentira a lo mejor había esperanza de que algún día todo se arreglase.
Me recordé a mí misma todos los planes que habíamos hecho, el piso que compraríamos cuando los dos estuviésemos en la universidad, lejos de su hermana, juntos y felices. Y cuando Raquel no tuviese las herramientas para destruirme la vida, se lo contaríamos y al final ella lo aceptaría y cambiaría de actitud.
Estábamos en un silencio incómodo que, cómo no, Hugo decidió romperlo acercándose a mí, como si me fuera a besar, pero hablé antes de que fuera tarde:
— Lo siento, pero no podemos— Le dije mientras me apartaba un poco de él.—. Además, no me siento cómoda aquí donde cualquiera nos podría ver.
Se me había notado demasiado que lo que acababa de decirle era una excusa, pero al menos fue lo suficientemente caballeroso como para aceptarla y apartarse.
— Está bien, pero te demostraré que esos mensajes son mentira.— Me dijo colocándome un mechón de pelo detrás de la oreja mientras yo cerraba los ojos disfrutando de la sensación.
Sabía que no debería sentirme así con ese contacto después de lo que acababa de pasar, pero no podía olvidar en segundos a ese Hugo que me había ayudado durante tantos años con las peleas que tenía con Raquel, a aguantar que no se me acercara nadie del instituto y no hablemos de la situación en mi casa... Hugo fue el que me enseñó que la relación con mis padres ya se arreglaría en un futuro y que no me debía preocupar por ello, y es algo que le agradeceré toda la vida, ¿pero quién era el chico del que me habían hablado en los mensajes? Desde luego esa persona no era de quien llevaba enamorada tantos años...
Estaba convencida de que esos ojos que me miraban tan tiernamente ocultaban algo, pero por mucho que quisiera creerlo no estaba segura de poder hacerlo después de todo lo que Sebastián me había dicho...
— Siempre te pasa igual con el mechón este, que raro que no te lo agarres con horquillas.— Hacía rato que ya había colocado el mechón, pero no apartó la mano en ningún momento, tratando de alargar la caricia lo máximo que yo le dejase.
— Tal vez es para que lo coloques...— Le respondí de forma automática sin pensarlo ni una sola vez y, cuando me di cuenta de lo que había dicho, me sonrojé tanto que Hugo no pudo evitar reírse.
Mientras mi cabeza le seguía dando vueltas a los mensajes de Sebastián, empezamos a caminar sin un rumbo fijo mientras hablábamos. O mejor dicho: mientras él no dejaba de hablar y yo le daba vueltas a todos estos años con Hugo, porque ya no sabía que era real y que no lo era.
Nuestra relación nunca había sido fácil, sobre todo porque cuando Raquel estaba a punto de descubrirnos volvíamos a la discusión de siempre en la que yo quería poner fin a la relación y él quería hacerla pública. Siempre lo acabábamos dejando y al par de meses volvíamos a la situación del principio. No era fácil ni por el entorno ni por nuestras familias, que estarían en total desacuerdo con la relación, y lo que menos necesitaba era más problemas en casa.
Él no lo entendía, había sido mi pareja, pero había cosas que no sabía,sobre mí, sobre mi familia, y que no quería que nadie supiera. Raquel tenía lasarmas para destruirme y yo no le iba a dar un motivo, era más fácil decirle aHugo que ella me importaba, que no era una mentira, me había importado, en elpasado: cuando éramos las mejores amigas inseparables, antes de que ellaconociera su propio lado oscuro que abarcaría todas las cosas buenas que teníaen su vida. Después de que ella empezara a juntarse con tíos mayores, queempezara a tratar mal a la gente o la manipulara a su antojo, yo me dí cuentamuy tarde y ella ya sabía cómo tenerme atada del cuello, dócil y dispuesta paraella.
En silencio emprendimos camino hacia la salida del parque. Los dos parecíamos abstraídos en nuestra propia cabeza y para disipar toda la tensión de la discusión le pregunté:
— Oye, ¿tú sabes quién es el novio de tu hermana?
— ¿Novio?— Titubeó algo nervioso, algo que no era nada normal él.— No ha presentado a nadie en casa, así que por lo que a mí respecta está soltera.— Me respondió con el ceño fruncido.
Había algo raro en su tono de voz... ¿Me estaba ocultando algo? Lo frené agarrándole del brazo y lo giré de tal manera que quedásemos cara a cara. Sabía que no podría mentirme mirándome a los ojos.
— A ver— Le empecé a insistir cansada de no saber nada.—, ella lleva un par de meses diciéndome que tiene un novio, pero no me quiere decir quién es. Sé que sabes algo, ¡es imposible que no sepas nada sabiendo como es Raquel!
— Sólo puedo decirte que no tienen una relación seria— Se rascó la nuca demostrando que realmente estaba nervioso: estaba tratando de darme algo de información, pero no la suficiente para evitar una pelea con su hermana.—. Este tema será mejor que te lo explique ella porque yo no soy el indicado, pero será mejor que vayas con cuidado...
Me extrañaba todo este secretismo, y más por parte de Raquel, que era casi como un libro abierto para la sociedad. Algo pasaba y yo no estaba informada de ello ni parecía que iba a estarlo.
— Está bien, si no me lo queréis contar...— Lo dije en un tono de indignación bastante notorio, pero él no reaccionó y eso me crispó el doble.
No me di cuenta del rumbo que habíamos tomado hasta que llegamos ahí: el estudio de danza. Habíamos pasado gran parte del camino en silencio, solo el tema del tiempo interrumpió nuestra caminata y fue una conversación tan tensa y corta que no podía considerarse conversación.
— ¿Quieres entrar?— Me ofreció amablemente aun sabiendo cual sería mi respuesta.
En ese momento no estábamos saliendo y gracias a lo que había pasado estos días había perdido la confianza que tenía en Hugo, así que desde luego no me sentía preparada para volver a bailar con él.
No estaba preparada para enfrentarme a volver a todas las rutinas que compartíamos juntos: el baile, las comidas después de entrenar, pasear juntos por las calles de Barcelona, los ensayos interminables que acababan en besos en el estudio...
Dejar lo que teníamos había sido una de las cosas más difíciles de mi vida y sin embargo aquí seguía, pensando que cuando se descubriese que Sebastián había mentido, algún día todo se solucionaría y podríamos seguir en el punto en el que lo dejamos...
— Sam, sé sincera por una vez en tu vida— Me dijo poniendo una mano en mi mejilla, una caricia que esta vez no pude rechazar porque realmente la necesitaba.—, ¿cuándo dejarás de elegirla? Siempre la has elegido por encima de lo que tú realmente querías, ¡y esto ya no es sano! Me dices que ella te oculta muchas cosas y tú rechazas a la gente que es sincera contigo por la estúpida de mi hermana.
Me alejé de él: ya habíamos discutido muchas veces de este tema y siempre llegábamos al mismo punto: no nos hablábamos por días y sufríamos por un tema en el que yo no iba a cambiar de opinión.
— Creo que aquí se acaba nuestro paseo.— Me di la vuelta y me marché volviendo a ponerme los cascos.
Pude oír cómo me llamaba a mi espalda, pero reuní las pocas fuerzas que me quedaban para no girarme y seguir mi camino mientras subía el volumen de la música al máximo.
A los pocos minutos me senté en un banco delante de una cafetería y saqué mi diario, necesitaba plasmarlo para dejarlo ir, necesitaba ser sincera conmigo misma al menos, ya que no podía serlo con nadie más.
Me ahogo,
no puedo respirar,
quiero hacerlo: gritarle a todo el mundo que desaparezca,
abrir las alas y volar.
Raquel es un quiste que no puede ser operado.
Dependo emocionalmente de Hugo: dependo de su amor, de sus caricias, dependo de los buenos momentos que hemos tenido,
sabiendo que algo en mi interior me dice que la relación está muerta.
Odio a Sebastián, lo odio,
odio la semilla de duda que ha implantado en mi,
y en el fondo odio que me haya hecho darme cuenta de cosas que no quería reconocer.
Y finalmente me odio a mi misma,
por no poner límites,
por no gritar ni alzar la voz,
por no querer ser más yo y dejar de ser tanto lo que ellos esperan de mí.
Espero,
rezo,
deseo,
que llegue el día y todo cambie.
Que yo despierte de un largo letargo y que las cosas sean diferentes.
Sólo me queda esperar,
y espero con demasiadas ansias
Cuando llevaba un rato caminando con la música al máximo, vi a Sebastián y a Eva discutiendo. Sin saber muy bien por qué me empezó a hervir la sangre al recordar la conversación de la noche anterior: imaginarme a esa niñata besando a Hugo, pensando en él colocándole el dichoso mechón detrás de la oreja o incluso como a él se salía ese hoyuelo que le descubrí un día en el que no pudo dejar de reírse de mí comiéndome un KitKat de la forma más infantil posible.
Así que como no tenía suficiente con lidiar con Hugo y Raquel, que tenían que venir esos dos a acabar de alegrarme el día. No sabía si era el karma o el destino que se cachondeaba de mí...
Pero por una vez mi necesidad de ser cotilla fue mayor que el cabreo que tenía, así que bajé el volumen de los cascos mientras me iba acercando como si no me hubiera dado cuenta de que eran ellos dos los que estaban delante de mí. No me hizo falta bajarlo mucho para escuchar los gritos de Eva. Su voz era tan irritante que te daban ganas de cortarte una oreja y quedar como Van Gogh.
— ¡¿Cómo puedes hacerme esto?! ¡El trato era utilizar a su padre, no que te la ligases!— Escuché que le gritaba Eva, con la cara roja del cabreo que llevaba encima.
— Me da igual lo que tú quieras, ¿no ves que tus padres cada vez tienen menos poder por la escenita que montaste el otro día? ¡Y todo esto por tu culpa! ¡Como se nota que eres una inmadura!— Le respondió Sebastián con una mirada de ira que no le había visto a nadie antes.
— ¡¿Yo soy inmadura?! ¡Tú eres el que se la quiere tirar!
En ese momento Eva me vio, y ya no me quedaba ninguna escapatoria: o iba hacia ellos fingiendo que no me había enterado de su conversación y me decían algo o me daba la vuelta y se daban cuenta de que sí lo había escuchado.
— ¡Puta zorra!— Me gritó mientras empezaba a caminar a paso rápido hacia mí. La escena en realidad se veía cómica, con lo bajita que era y los tacones parecía un enano enfadado, reprimí una risa.
No esperé que cuando llegara hasta mí me pegara un tirón del pelo, así que me pilló de imprevisto y retrocedí varios pasos con cara de shock. Algunos transeúntes se pararon al ver la escena y sólo pude pensar en que si alguno vendía la noticia a la prensa mi padre me iba a matar, así que reprimí el odio que se juntaba con las ganas de llorar y actué a mi favor. Si total todo estaba jodido, ¿por qué no empeorarlo?
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