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Cuándo eliges a uno, alguien termina herido

Llevábamos ya media hora esperando a mi padre y la situación no podía ser peor: un silencio inundaba la sala, tan incómodo que no podíamos hacer nada más que mirar el reloj y esperar a que llegase.

Parecía mentira que estuviera en el recinto y no tuviera el valor de aparecer. Pero en el fondo no sabía el por qué me extrañaba: nunca había hecho nada por nosotras, así que no iba a empezar en ese momento.

— Si no les importa— Nos dijo Jaime tratando de esconder el enfado que tenía.—, tengo otras reuniones, así que podemos aplazar esta charla hasta que el señor Brown pueda...

— Entiendo la situación— Empezó a decir mi madre interrumpiéndole y reacomodándose en la silla.—, pero si vamos a hablar de la educación de mi hija y la situación en la que están sus estudios no veo la necesidad de que mi marido esté presente.

— Señora— Le respondió mientras apoyaba los codos en el escritorio intentando reunir una paciencia que se veía a leguas que no tenía.—, me parece una tontería hablar de cómo va su hija si usted sabe que la media de su expediente se mantiene en más de un nueve. Así que, si me disculpa— Jaime se puso de pie, y con un mohín que no me gustó nada, vi que se dirigió hacia la puerta.—, les agradecería que se fueran.

Justo cuando Jaime abrió la puerta y mi madre y yo íbamos a levantarnos para marcharnos, mi padre decidió aparecer con un aspecto que daban nauseas: la camisa con los dos botones superiores desabotonados, el pelo completamente revuelto y atándose la corbata. No le había bastado con acabar de acostarse con Raquel mientras les estaba viendo, que durante esta media hora no había tenido el tiempo suficiente de arreglarse para que la gente no se diera cuenta: no nos tenía ni un mínimo de respeto, sobre todo a mi madre, quién tenía los ojos vidriosos mientras observaba a mi padre de arriba a abajo con los brazos cruzados.

El director soltó un suspiro y, después de que mi padre entrase, cerró la puerta de un portazo y se volvió a sentar frente a nosotros.

— Buenos días a mi hijita favorita.— Me dijo mi padre mientras se sentaba a mi derecha dándome un beso en la sien.

Me aparté rápidamente sin disimular mi desagrado ante el gesto que acababa de hacer mi padre delante del director.

Ojalá hubiera tenido la oportunidad de irme o de decirle lo que realmente pensaba, de gritarle todo lo que quería y no preocuparme de lo que Jaime pensase, pero tenía que mantener las formas por mi madre: ahora yo era lo único que le quedaba.

— Bueno, pues vamos a empezar. Queríamos...

— ¿Cómo va mi hija en las clases? Porque desde luego no puede ir bien, ya ve que es un desastre de persona.— Dijo mi padre, interrumpiendo otra vez a Jaime.

Mi cara debió ser un poema por que el director pareció hasta aguantarse la risa. ¿Mi padre acababa de humillarme delante del director? Lo que me faltaba... Si ese señor salía de esta reunión con vida iba a matarlo con mis propias manos. Suspiré con desgano y me hundí más en la silla contando los segundos que faltaban para poder salir de esa habitación.

— Como ya le dije a su mujer antes de que usted decidiera aparecer, Samanta sigue teniendo la media de expediente superior al nueve, así que queríamos...

— ¡¿Un nueve?!— Gritó mi padre volviendo a interrumpir al director mientras me miraba como si yo hubiera hecho algo mal mientras mi madre se ponía una mano en la frente avergonzándose de la actitud de su marido pero que, como siempre, se mantenía callada.— ¡Sabes de sobra que debería ser un diez!

— ¡Ya está bien! Si viene aquí para hablar sin alegrarse por su hija, ahí tiene la puerta: ¡así que o se calla y escucha, o se marcha y hablo con su mujer!

Agradecí enormemente que Jaime dijera eso; la cara de mi padre se puso roja de la vergüenza y decidió callarse cruzando los brazos y haciendo un mohín como un niño pequeño: patético.

— Claro, disculpe a mi marido.— Le respondió mi madre intentando volver a solucionar algo que era culpa de mi padre y no de ella.

— Como iba diciendo: dado que la media de su hija es tan alta y realmente no se está esforzando, el equipo docente ha decidido hacer algo nunca visto en nuestro centro en una etapa educativa tan alta y que consideramos que sí podría funcionar con su hija.

— ¿En qué han pensado?— Preguntó mi madre mientras fruncía el ceño de la sorpresa.

— Queremos que se titule en bachillerato este curso— Iba a interrumpirle por lo preocupada que estaba con esta situación: ¿cómo iba a hacerlo si en dos trimestres tendría que aprenderme todo el curso de segundo además de lo que ya estaba haciendo este curso?—. Samanta, puedes estar tranquila que ya hemos hablado entre el profesorado sobre cómo hacerlo. Les explico: su hija hará los exámenes de primero en las fechas que pacte con los profesores y, en caso de que los apruebe, podrá empezar con las clases de segundo. Obviamente solo asistirá a los dos últimos trimestres de segundo, así que le asignaremos tanto un tutor como otras fechas de exámenes donde se evaluará del temario del primer trimestre mientras asiste a las clases.

— Entonces... ¿Sería como un intento de Selectividad?— Le pregunté extrañada.

— Exacto, así que, si ambos padres están de acuerdo, sólo tienen que firmar estos documentos.— Acercó varios papeles a nuestro lado de la mesa y mi madre los firmó rápido.

— Estoy dispuesta a todo lo que usted considere que es bueno para mi hija.— Le respondió mi madre con una sonrisa en la cara: estaba orgullosa de mí y eso me alegraba mucho.

— Ni hablar— Respondió mi padre mientras se pasaba las manos por la cara.—, mi hija hará bachillerato los dos años que le corresponden, sacará una media de diez y luego hará Selectividad tal y como acordamos: ni más ni menos tiempo.

— ¡Pero lo decidimos así porque no se nos había presentado esta posibilidad!— Le gritó mi madre enfadada.— Vas a aceptar esto por el bienestar de tu hija, porque sabes que puede hacer mucho más de lo que nosotros pudimos.

— Señora Lorenzo— La calló el director.—, tranquilícese porque esto es una conversación tranquila en la que intentamos llegar a un acuerdo; pero como no veo que se avance en este diálogo les voy a pedir que se marchen, lo hablen con calma y me den una respuesta antes del diecisiete de enero.

Ya era la segunda vez que nos intentaba echar de su despacho, así que por una vez hicimos caso y nos fuimos. Tenía la esperanza de que la conversación siguiera en casa, pero no fue así.

No habíamos dado más de cinco pasos después de que Jaime nos cerrara la puerta que la mano de mi padre se enroscó en el brazo de mi madre con fuerza, la secretaria que estaba junto al despacho del director nos miró de reojo evaluando la situación. Cuando pensé que tendría que intervenir para calmar los nervios mi padre le dijo algo en voz baja entre dientes a mi madre a lo que ella respondió con un gesto que nunca esperé ver de su parte: le soltó una bofetada seguida de un:

— No vuelvas a pisar mí casa— Estaba tan enfadada que enfatizó demasiado que era su casa.—, y desde luego que vas a recibir noticias de mi abogado, ¡porque pienso joderte la vida!

Las palabras de mi madre dejaron a mi padre de piedra, pareció querer defenderse pero acabó abriendo y cerrando la boca varias veces sin decir nada coherente: era como un pez fuera del agua. Si la situación no fuera tan tensa me hubiera reído sin ninguna duda, pocas veces mi padre se quedaba sin palabras. Al final mi padre la señaló con la cara roja de la cólera mientras le decía que ella también recibiría notícias de sus abogados y, con la tensión por las nubes, cada uno se fue por un lado del pasillo.

Vi como la secretaria miraba la situación con atención y un gesto de sorpresa.

— El espectáculo se acabó, así que vuelve a hacer su trabajo, cotilla.— Le dije en un tono algo duro y, al ver que se puso roja, puse los ojos en blanco y me fui al parking.


Ahí estaba él: el único que podía llegar a entender lo que estaba viviendo porque su familia estaba tan jodida como la mía.

Hacía tan poco tiempo que me hablaba con Sebastián, pero me había ayudado tanto... Conocía partes de mí que ni yo sabía que existían, y sin yo pedírselo me animaba como si me conociera de toda la vida.

— Ven aquí...— Me dijo mientras me estiraba hacia él y me daba un abrazo muy fuerte.— Podemos hacer lo que quieras: ¿quieres helado? ¿o tal vez un paseo?

— Vámonos de aquí, por favor.— Le pedí mientras me separaba un poco para mirarle a los ojos.

No me respondió, pero tampoco me importó: me sentía segura. Sebastián me tenía entre sus brazos y me daba igual lo que pasaba con mis padres o que Hugo me hubiera mentido: ya había pasado tantas veces que me estaba empezando a acostumbrar... Pero de repente, cuando no nos habíamos separado aún, vi como su mirada bajaba a mis labios. Automáticamente me los lamí, pero me separé y dejé que corriera el aire: había tomado una decisión y no debía volver a confundirme.

Sebastián me ofreció uno de los cascos y, sin decir ni una sola palabra más, nos fuimos a donde él había decidido.

Paramos en un pequeño parking que encontramos en una callejuela en el centro de la ciudad. Aún recordaba cuando solía ir de pequeña junto a Raquel y sus padres cuando los míos estaban tan enfrascados en sus reuniones que no tenían tiempo para mí ni con quien dejarme: qué tiempos aquellos en los que mi amiga no era una mentirosa que se follaba a mi padre...

— ¿Dónde vamos?— Le pregunté mientras intentaba arreglarme la trenza que me había hecho antes de ir al instituto.

— Ven aquí, que te está quedando mal— Le hice caso y, después de ponerme justo delante de él, noté el contacto de sus dedos por mi cuero cabelludo y el corazón se me aceleró.—. No te ofendas, pero tengo práctica después de entrenar a las niñas de infantil.

— ¿Infantil?— Le pregunté extrañada por lo que me acababa de decir.

— ¿Te pensabas que eras la única que trabaja? La diferencia es que yo gano mi propio dinero al ayudar a mis entrenadores, ¿o cómo crees que se paga la gasolina?

Nos reímos, y en ese preciso instante solo pude pensar en lo preciosa que era su risa. Cuando terminó de trenzar mi pelo lo dejó sobre mi hombro y me dió un beso en la coronilla: todos los vellos de mi cuerpo se erizaron ante su gesto pero él pareció no haberlo notado por que, después de guardar los dos cascos en la moto, me llamó la atención: me había quedado atontada, así que solo puede ponerme roja como un tomate a modo de respuesta.

Ojalá hubiera podido hacer como los vampiros en las series donde anulaban su humanidad: me dolía tanto ver que toda la gente que me rodeaba me engañaba, que ya no sabía con quien debía estar.

Por mucho que Sebastián me ayudase cada vez que tenía un problema y yo tuviera estos sentimientos tan confusos hacia él, tenía muy claro que quien me gustaba realmente era Hugo, ¿pero y si me había mentido? Porque no solo han sido las mentiras sobre mi padre y Raquel, gracias a mi nuevo amigo me había dado cuenta de un problema que también era importante: cuando Hugo me decía de hacer algo, yo lo hacía sin ni siquiera plantearme qué quería hacer yo realmente, y eso no podía ser.

¿Tal vez debía hacer que Hugo cambiara? Así podríamos seguir nuestra relación sin hacernos daño el uno al otro. Pero algo dentro de mí me decía que no era la solución, que lo que tenía que hacer era dejarlo atrás y encontrar alguien con quien ser yo misma, pero en el fondo no lo quería ver.

— Ya hemos llegado— Me dijo Sebastián sacándome de mis pensamientos cuando nos paramos delante de una cafetería que no conocía.—, en lugar de chica surfera debería llamarte adicta a la cafeína, pero si lo hiciera seríamos un pack...

No debería haber respondido a esa broma, pero cuando entramos a esa cafetería completamente blanca le dije:

— Entonces eres mi adicto a la cafeína.— Al decir esas palabras me salió una sonrisa de oreja a oreja que no podía esconder, así que hablé rápido para cambiar de tema.— ¿Que me recomiendas de la carta? Y que no sea un café con leche o un cappuccino, lo dejo a tu elección.

— A ver...— Mientras pensaba apoyó su mano en la cara de manera que el dedo índice le tapaba la boca, y no podía dejar de mirarlo.— Si fuera tú, dejaría de mirarme y leería la carta, así sabrías que puedes cogerte un café con chocolate blanco.

Al escuchar ese comentario me puse roja como un tomate y bajé la vista al suelo: ¡me había pillado! ¿Qué se suponía que iba a hacer ahora? Obviamente aceptaría la bebida, ¿pero qué más?

— ¡Hola! Os veo algo perdidos, ¿es la primera vez que venís aquí?— Nos preguntó la camarera con una sonrisa de oreja a oreja, parecía que le gustaba mucho su trabajo o que pasaba algo, pero no estaba muy segura de lo que pasaba realmente.

— Sí, pero ya tenemos una idea de lo que queremos pedir.— Le respondí con el tono más amable que podía después de conseguir que el color rojo abandonara un poco mis mejillas para poder mirar a Sebastián sin querer que la tierra me tragara.

— Está bien, pero os explico una cosilla rápida— Se puso detrás del mostrador para señalarnos un pequeño cartel que había junto a la vitrina de galletas.—, cuando venís en pareja os hacemos un descuento de dos por uno: la bebida más barata os sale gratis. Y si se diera el caso de que pidieseis la misma bebida, se os haría igualmente un descuento del cincuenta por ciento. Lo digo porque si sois nuevos es algo que no sabréis.

— Muchas gracias— Respondió Sebastián con una sonrisa que provocó que la camarera le hiciera ojitos: noté como si toda esa amabilidad que la empleada había demostrado se desvanecía porque solo le interesaba mi amigo.—, si a mi... Amiga, le parece bien, pediremos dos cafés con chocolate blanco.

Asentí automáticamente mientras pensaba en el por qué habría tardado tanto en decir la palabra "amiga", porque obviamente lo éramos, ¿verdad? Es decir: sí, lo veo y siento mariposas en el estómago, y podría decir que está para comérselo, ¡pero sólo somos amigos!

Cuando vi que Sebastián se iba a adelantar para pagar él, me adelanté y puse mi teléfono antes en el datáfono: él ya me había invitado una vez, así que se la debía.

— Una Lorenzo siempre paga sus deudas.— Le respondí con una sonrisa al escuchar el pitido de la máquina que me confirmaba el cobro.

— La expresión es un Lannister, ¡no una Lorenzo!— Me respondió mientras se reía hasta el punto de agarrarse la barriga. Media cafetería nos estaba observando por el escándalo pero en ese preciso momento me la sudó bastante.— Pero aun así me ha gustado el intento.

Seguimos charlando hasta que la chica nos dio nuestras bebidas tan animada como antes, pero se le quitó la sonrisa al ver como Sebastián pasaba de ella. Desde luego eso me tranquilizó hasta que nos alejamos varios metros:

— ¿Perdona?— Le dije a Sebastián cuando vi lo que había escrito con permanente en su vaso.

"*** ** ** **, si quieres escríbeme. Soy Natalia"

— Bueno, supongo que es lo mismo de siempre.— Me respondió justo antes de darle un sorbo a la bebida.

Apreté el puño de mi mano libre hasta que los nudillos se pusieron blancos y al darme cuenta del gesto me obligué a mi misma a relajarme, ¿esto eran los celos? No. No podía sentir celos. Porque yo estaba con Hugo, y Sebastián era su amigo, y por que... ¡Simplemente NO!

Preferí callarme antes de decir algo inapropiado, así que lo seguí sin saber donde me iba a llevar. Estábamos cerca del puerto y del teleférico, pero también del zoo, así que simplemente iba a su lado intentando mantener una conversación fluida mientras mi cabeza iba a doscientos por hora. Entre Hugo con sus mentiras, lo de mi padre y Raquel, mi madre mencionando abogados, y ahora estar... ¿Celosa? Por qué esa chica le ha dado su número a Sebastián, ¿qué me estaba pasando?


Llegamos a la Playa de la Barceloneta y estaba completamente vacía. La arena estaba algo húmeda, así que no me apetecía sentarme y mancharme el trasero, pero Sebastián se quitó la sudadera que llevaba y la puso en el suelo sentándose en la parte de la capucha.

— ¿Vienes o qué?— Me dijo señalando el resto de la sudadera que quedaba delante de él.

Me puse completamente colorada, pero hice caso y, con su ayuda, nos quedamos muy pegados, él se encontraba detrás de mí con su pecho pegado completamente a mi espalda: ¡y cuando digo muy pegados es porque notaba a su amigo! Desde luego, si antes estaba colorada ahora debía ser un completo tomate, pero me quedé callada.

— Se acabó este silencio— Hizo dos huecos en la arena para dejar las bebidas de ambos y, después de dejarlas ahí, me empezó a deshacer la trenza.—, ¿qué ha pasado?

Sólo con que me hiciera esa pregunta ya se me humedecían los ojos por la pregunta que más me atormentaba: ¿había sido todo mentira?

— Me han ofrecido hacer bachillerato en un año y a lo mejor podría ir a clase con vosotros.

— ¡Eso es genial!— Me dijo mientras me daba un fuerte abrazo de la emoción que sentía.— ¿Y eso qué tiene de malo?

— Necesitan que mis padres den el consentimiento, pero mi padre no quiere que lo haga, prefiere que lo haga en dos años como el resto de la gente.

— Mira, con lo poco que conozco a tus padres sé que algún día tu madre le parará los pies, así que puedes estar tranquila.

— Lo sorprendente es que ya lo ha hecho— Le respondí aún sin creerme lo que había pasado. Mi mirada estaba fija en algún punto entre la arena y el mar que se extendía a lo lejos, noté como los brazos de Sebastián ejercían más fuerza a mi alrededor, como si intentara mantener unidas todas esas piezas que empezaban a caerse una a una—. Después de la reunión le ha dicho que no vuelva a casa y que ya le contactará un abogado.

— ¿Tan seria ha sido la discusión? Es decir, ¡lo ha echado de casa!

— Es que...— Doblé los brazos encima de las rodillas y apoyé la cabeza en el pecho de Sebastián, inhalé su perfume y pensé que aquel era el lugar y la persona donde quería estar.— Se ha estado acostando con Raquel vete a saber por cuánto tiempo.

— ¿Y Hugo te dijo nada?— Me preguntó mientras sus yemas se movían a lo largo de mis brazos en un gesto cariñoso y reconfortante.

— Pues resulta que Hugo lo sabía todo, y ni siquiera él tuvo el valor de decírmelo, ¿no se supone que si quieres a alguien se lo dirías?— Mi voz me estaba empezando a fallar por el nudo que me había surgido en la garganta. No quería llorar, pero en ese momento podía pasar cualquier cosa.

— Tal vez no te lo contó porque no quería hacerte daño, piénsalo: si te lo hubiera contado estarías así, pero si te lo ocultase durante todo el tiempo que pudiera podrías ser feliz.

Notar sus dedos acariciándome la espalda después de haberme deshecho la trenza hizo que me relajase un poco, pero no era capaz de olvidar que mi vida se estaba yendo a la mierda tan rápido.

— Pero si sabía que Raquel y yo teníamos tantos problemas, tal vez hubiera sido lo más sano desde un principio, en vez de estar con tantos engaños y mentiras.

— Lo que te voy a decir sé que no te va a gustar, pero no eres la única que lo ha pasado mal: sabes que Hugo es sensible y ha tenido que mentirle a la persona que más quiere para que ella sea feliz. Se ha pasado muchas noches mal diciéndote que era por exámenes cuando realmente era por su hermana. Me da rabia decirlo, pero es verdad: te quiere y te intenta ayudar.

Iba a responderle, pero sólo notaba un nudo en la garganta que cada vez que intentaba hablar ahogaba mis palabras, así que cuando empezaron a caerme las primeras lágrimas Sebastián decidió volver a hablar:

— Me jode mucho que hayas pasado todo este tiempo con él y que hayas pasado por lo que has tenido que pasar, yo no quiero que estés con él. Con Hugo eres como una esclava que hace todo lo que él le diga sin pensarlo y no eres tú, pero... Os queréis y se nota— Me giró de manera que nos quedamos cara a cara.—. En todas las historias hasta el malo tuvo que pasarlo mal para convertirse en malo, así que no crucifiques a Hugo por algo que a él también tuvo que dolerle.

Asentí notando como una lágrima silenciosa se resbalaba por mi mejilla. Estuve a punto de bajar la cara por vergüenza de estar llorando delante de Sebastián cuando él cogió mi cara entre sus manos y, con el pulgar, limpió la gota.

Nuestras caras estaban demasiado cerca, su respiración se mezclaba con la mía. Su mirada alternaba entre mis ojos y mis labios e inconscientemente hice lo mismo con los suyos. La distancia era cada vez más corta y mi respiración cada vez más alterada.

Cuando nuestras narices ya se estaban tocando pensé en dejarme llevar y dejar de sentir dolor por cinco minutos haciendo lo que realmente me apetecía, mi cerebro hizo un click y las palabras salieron inconscientemente de mi boca rompiendo el momento, y algo más...

— Sebastián, yo... Lo elegí a él.

— ¿Perdón?

— Después de la fiesta, decidí que saldría con él otra vez.

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