Gélido invierno
Corría el mes de diciembre. El invierno acababa de llegar al pueblo, así como los primeros copos de nieve se dejaban ver en el cielo. Dema estaba en el pequeño pub del lugar, observando entretenida como algunos de sus amigos jugaban al billar. Ella no lo hacía, no sabía jugar, prefería verlos con una cerveza en su mano y una ligera sonrisa en su rostro.
Cuatro jóvenes rodeaban la mesa de billar. Sus amigos. Markov, Iliana, Annya y Marya. Los cuatro reían mientras instaban a Dema a jugar con ellos, aunque todos sabían que ella se negaría, como hacía siempre.
—Vamos, Dema, juega una partida con nosotros, ¡prometemos reírnos de ti! —Markov había hablado. No se callaba nada, como siempre, y sus tomaduras de pelo con ella eran continuas, así eran ellos.
—No. No me gusta, ya lo sabéis, prefiero mirar.
—Eres una rancia... —Markov hablaba de nuevo mientras todos los demás reían.
Ella asintió con la cabeza mientras encogía ligeramente uno de sus hombros. Les observó jugar, aunque, para ser realistas, sus ojos sólo seguían con disimulo los movimientos de su amigo, viendo como todos sus músculos se contraían cada vez que movía el palo para dar a una de las bolas. Intentaba disimular, incluso ante ella misma, que sus ojos lo miraban con cariño y con algo más. Ella no se creía que él pudiese gustarle, lo más seguro es que se estuviese confundiendo, confundiendo su amistad con algo más. Aun así, su corazón aleteaba con más fuerza de lo normal al mirarle. Tarde o temprano, iba a tener que reconocerlo, aunque fuese ante ella misma. Pero no en ese momento.
Suspiró suavemente. Su mirada se dirigió de nuevo a la calle, donde una suave capa de nieve cubría ya las calles. Blanca, pura, hermosa. Sonrió. Le encantaba la nieve, jugaría después con ella, al irse a casa. Lo más probable es que acabaran con una guerra de bolas de nieve al salir del local, aquello se había convertido en lo habitual, una rutina, pero una rutina que no aburría, sino que hacía sentir seguridad, como si estuviese en casa.
La voz de Markov la sacó de sus pensamientos cuando la dijo:
—Dema, ¿vienes a fumar un cigarro?
La mujer asintió con la cabeza, llevaba muchos años fumando y había que salir a la calle a hacerlo. El tiempo no estaba muy a favor, pero le apetecía un cigarro de manera que siguió a Markov a la salida. Una vez fuera, Dema le abrazó suavemente. Markov se sorprendió, ella llevaba unos días demasiado cariñosa y ella nunca había sido cariñosa, más bien todo lo contrario, no le solía gustar que la tocasen. Aun así, se dejó abrazar, le gustaba abrazar a la chica y sonrió. Ella se separó un momento después, sin dar importancia a lo que acababa de hacer y encendió su cigarro.
—Llevo unos días demasiado cariñosos —rio la joven.
—Me podría acostumbrar a esto —respondió el hombre con cariño.
Ella sintió su corazón latir más rápido que de costumbre a su alrededor. Aquello se le estaba yendo de las manos, estaba viendo venir lo que iba a suceder y no quería que eso ocurriese. Sólo asintió con la cabeza
La noche transcurrió sin más novedades. Un poco después de aquellas palabras, todos abandonaron el local y se dirigieron a sus casas, no sin antes tirarse bastante nieve por encima, de tal manera que todos llegaron empapados. La casa de Markov quedaba más cerca de donde estaban que la de Dema, de manera que entró con él para calentarse un poco antes de irse a su casa.
Una vez dentro, y con unas pocas cervezas de más en su organismo, los jóvenes se sentaron en el sofá, aún empapados por la nieve y miraron por la ventana, viendo, de nuevo, caer nieve copiosamente. Markov atrajo a la joven hacia él, abrazándola con suavidad mientras observaban. En ese momento, ambos se sentían bien, sin darle más vueltas a las cosas, aunque ella no podía dejar de pensar que estaba demasiado a gusto entre sus brazos...
*
Días después de aquel suceso, los jóvenes habían planeado una salida a la pista de patinaje y después a una pequeña taberna de un pueblo cercano que tenía la cerveza más buena del lugar, así que, un poco antes de la hora acordada, Markov pasó a recoger a Dema en su coche para llevarla al lugar.
—Algún día sacarás el carné de conducir.
—Algún día, quizá, de mientras te tengo a ti —la joven le sonrió con malicia.
—Ya, qué remedio... —El joven le devolvió la sonrisa y se encaminaron al lugar.
Tras toda una tarde de risas y de pasarlo demasiado bien y una noche con varias cervezas en aquella taberna, todos se habían retirado excepto ellos dos, que se habían quedado tomando la última cerveza en aquel pequeño local. Hablaban sin parar, con confianza, como lo habían hecho siempre, al fin y al cabo, no por nada eran mejores amigos.
En determinado momento, alentada por el alcohol que corría por sus venas, la joven dejó caer un comentario hacia Markov, con el corazón latiéndole a toda velocidad.
—Oye... ¿Qué pasaría si tú y yo nos enrollásemos?
Markov levantó la cabeza y clavó sus ojos en ella, sorprendido. Aquello no se lo esperaba. Él siempre había pensado que ella no quería nada con él y, por ello, nunca había intentado nada con ella. A pesar de querer besarla en aquel mismo momento, le preocupaba que su amistad saliese dañada, de manera que no pudo evitar comentar:
—No juegues con fuego, Dema.
La joven, si hacerle caso, se levantó de su sitio y se sentó al lado de él, acercó su boca al oído de él y, sin decir nada, dejó un suave beso sobre su cuello. Ella sabía que era la debilidad de él, los besos en el cuello lo perdían.
Markov cerró los ojos, la cerveza comenzaba a hacer efecto sobre él y aquel beso había conseguido que perdiese su, ya de por si escaso, autocontrol así que, sin previo aviso, él la besó. Cogió su cabeza entre sus manos con suavidad y sus labios danzaron junto a los de ella durante un tiempo indefinido hasta que se separó, hablando con suavidad.
—Vámonos de aquí.
La joven asintió con la cabeza y se levantó, seguida de él, para encaminarse a casa. Los padres de él no estaban, así que iban hacia su casa. Una vez allí, volvieron a besarse. Una vez. Otra más. La ropa de los dos fue cayendo y sólo la noche fue testigo de la unión de sus cuerpos.
*
Todo había ido bien aquella noche y al día siguiente. Todos los miraban y nadie veía nada raro en ellos, todos sabían lo que había pasado, pero en ellos veían normalidad. Todos... Todos excepto ella. Ella lo sentía raro. Lo sentía distante. No entendía por qué. Seguían quedando, seguían viéndose, pero ella no lo veía igual que siempre. No estaba segura de si era porque al fin se había admitido que le gustaba o porque en realidad él estaba raro con ella, pero se sentía incómoda en su presencia.
Desde que había sucedido lo de aquella noche, ella no dejaba de pensar en él. Tenía miedo. Tenía mucho miedo de enamorarse de él. Se negaba ni siquiera a pensarlo, puesto que sabía que aquello conseguiría hacerla daño. O quizá no... Y era ese quizá no el que la amargaba constantemente. Necesitaba decirle a él que le gustaba. Pensaba que, siendo su mejor amigo, no habría problema. Siempre había pensado que una de las ventajas de enrollarte con tu mejor amigo era que podrías hablar con él de todo lo que sucedía y él no saldría corriendo. Y eso suponía una gran ventaja respecto a otros hombres.
Lo había decidido. Aquella misma noche le diría lo que sentía, no podía callarse más, lo estaba pasando mal pensando en sí a él le pasaba algo y lo mejor era hablar con él, al menos ella así lo creía.
La noche llegó y ella lo llamó. El acudió a la llamada sin dudar y, juntos, se fueron a pasear. El frío fuera era terrible, pero ella apenas lo notaba, estaba nerviosa. Diciembre estaba llegando a su fin, un nuevo mes y un nuevo año estaba por comenzar. La temperatura, por debajo de los cero grados, congelaba la sangre de los chicos, pero no le dieron importancia. Ella sólo pensaba en cómo decirle lo que tenía que decir y él sólo pensaba en qué sería aquello que ella tenía que decir.
—Vamos, Dema, habla, por Dios. No me tengas así.
—Me gustas —sin pensarlo, sin darle vueltas, lo soltó y bajó la cabeza, sin atreverse a mirarle a los ojos.
—¡Oh, joder! No. Eso no.
La joven levantó la vista para mirarle. Él la miraba horrorizado. Ella no lo entendía, él siempre había querido algo con ella y ahora... ¿Se horrorizaba si ella quería algo con él? ¿Qué estaba pasando? ¿Qué se estaba perdiendo?
—Pero... Yo... ¿Yo no te gusto? —La joven lo miró confusa, él suspiró.
—Dema, llevas gustándome muchos años. Pero no puede ser. Tú y yo... No puede ser. Te voy a hacer daño. Nos vamos a hacer daño y perderíamos la amistad.
—Eso no es cierto. Sabes que yo con otros ex me llevo bien y nunca ha habido problemas.
—Con mis ex me odio, Dema. No me llevo bien con ellas y no puedo dejar que eso pase contigo.
—Pero yo no soy una de ellas, Markov. Yo soy tu amiga. Soy diferente. Ni siquiera lo has intentado, podrías intentarlo, igual nos funciona. La amistad ya está dañada, ¿es que no lo ves?
—No, Dema. No te puedo perder. Nunca he querido perderte y no lo voy a hacer por eso.
La joven seguía pensando en cómo habían llegado a aquel punto. Nunca se esperó que su mejor amigo y ella acabasen así, discutiendo por seguir enrollándose o por sólo ser amigos. Aquella discusión se prolongó durante varias horas en las que Dema trataba de hacerle ver que podría funcionar o que podrían seguir siendo amigos después, pero él no daba su brazo a torcer, no había manera de que diese su brazo a torcer. Al final ella tuvo que rendirse y ceder.
Le abrazó con fuerza mientras un par de lágrimas salían de sus ojos. Lágrimas por un posible amor perdido, lágrimas por aquella situación, lágrimas de impotencia por no ser capaz de convencerle de su punto de vista, lágrimas de dolor, pues sentía que aquello traería unas consecuencias que ella no quería afrontar. El frío, ahora sí, le helaba la piel, la sangre, el corazón, el alma. No sólo el frío del ambiente, sino el frío que él había dejado en su interior.
—Está bien. Volveremos a ser sólo amigos. Sólo... Un último beso, por favor, para recordarlo así.
Él asintió. En realidad, se moría de ganas de besarla. No lo había hecho antes porque sinceramente quería guardar su amistad, una de las cosas más importantes que había tenido en su vida, pero no podía negarla aquel deseo. La estaba viendo resquebrajarse, esa mujer que nunca lloraba, cuya fortaleza era envidiada, estaba llorando por él y eso le estaba rompiendo también a él por dentro. Para que dejase de llorar y para cumplir con su petición, él la besó con suavidad y, de esa manera, sellaron el pacto. A partir de ese momento, volverían a ser sólo Dema y Markov, los mejores amigos jamás vistos.
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