Capítulo 9
Por la tarde, la mansión se sumió en un silencio sepulcral.
Entre los Pecados, las miradas iban y venían. Normalmente tendrían que estar peleando por cosas insignificantes, amenazando al otro con clavarle un puñal o comiendo todo lo de la alacena a pesar de estar fuera del horario de comida.
Tanta tranquilidad era extraña. La profunda calma asustaba.
Solo el Pecado Original demostraba inquietud. Cosa que Rachel notó casi al instante.
Con calma, acercó sus finos dedos a la boca del rubio y tocó sus labios. Al sentir el electrizante tacto, Soberbia tomó la muñeca de la muchacha y la alejó.
—¿Qué crees que haces?
—Te muerdes el labio cuando estás nervioso.
—¡Claro que no!
Su berrinche le pareció gracioso a Rachel. Incluso algo tierno para alguien de su edad.
Aunque a veces se preguntaba cuántos años tenía con exactitud. El muchacho guapo no aparentaba más de veinticinco.
—Sí lo haces. Deja de lloriquear.
Un poco más lejos, Lujuria ponía paños fríos sobre la frente de su hermano mientras este se quejaba.
—¿Todos ustedes son hermanos? —le preguntó con curiosidad—. Quiero decir, ellos dos lo son.
Soberbia negó.
—Lujuria, Avaricia y Gula son hermanos porque los tres pertenecen al grupo de Pecados del Exceso —le explicó con calma—. Excesos de sexo, riquezas y comida. A pesar de que hayan sido creados en lugares diferentes, sus raíces son las mismas.
—¿Lugares diferentes? —inquirió la chica.
—No todos fuimos creados en la misma locación. Mientras que Lujuria, Envidia e Ira fueron creados en Infernum por los demonios, los demás abrimos los ojos por primera vez en Calum rodeados de ángeles.
Rachel asintió en señal de haber comprendido. Sonrió al pensar cómo se verían esos reinos donde ella no podía estar. Al fin y al cabo, solamente era una simple humana del montón.
—Soberbia.
—Dime, humana tonta.
—¿Podrías solo llamarme por mi nombre?
Soberbia se escogió de hombros.
—Si eso es lo quieres. ¿Algo más de lo que necesites quejarte?
A pesar de que negó, Rachel aún tenía mucho por preguntarle. Se sentía como Alicia en el país de las maravillas. Era casi como un sueño que de a poco intentaba asimilar.
Estaban en el comedor junto a Lujuria y Avaricia, quienes apenas les prestaban atención por la jaqueca del muchacho. Por lo que había podido escuchar, durante la noche, el Pecado del Exceso tuvo una premonición que lo dejó pensativo y algo paranoico. Desde entonces no pudo volver a conciliar el sueño.
Fue por ello su encuentro en la sala. El pobre se mantenía despierto para no caer nuevamente en lo que había parecido una espantosa pesadilla.
De pronto, un golpe seco hizo presencia en la silenciosa habitación. La chimenea, que siempre permanecía encendida, apagó sus llamas como si la brisa más fuerte se hubiese pasado por ahí.
Todos detuvieron lo que estaban haciendo para dirigir sus ojos a la puerta entreabierta. De ella, un humo oscuro comenzó a deslizarse cubriendo lentamente el suelo del cuarto.
Los tres Pecados presentes quedaron paralizados. Incluso Rachel quedó muda en espera de que alguno reaccionara.
El humo seguía consumiendo cada parte del lugar, y solamente cuando estuvo lo suficientemente cerca de los cuatro, Avaricia pronunció:
—¡Corran!
Todo fue tan rápido. Rachel apenas se dio cuenta que habían abandonado el comedor. Soberbia sujetaba fuerte su mano, asegurándose de no soltarla por ningún motivo.
El ruido de la vajilla rompiéndose en mil pedazos la aturdió sin previo aviso. Quiso mirar hacia atrás al sentir que alguien los seguía por el pasillo, pero Soberbia le impidió hacerlo.
Los hermanos iban adelante.
Cuando llegaron al final de las escaleras, Lujuria empujó las figuras de mármol que adornaban el barandal.
—¡¿Cómo se supone que eso va a detenerlos?! —preguntó a gritos Avaricia, mientras aceleraba el paso.
—¡No pueden ser intangibles por mucho! ¡De una u otra forma chocarán con las estatuas!
Siguieron corriendo por los pasillos alfombrados. Rachel sentía que el aire escapaba de sus pulmones. El no saber qué cosa iba tras ellos provocaba que su corazón latiera mil veces por segundo.
Soberbia abrió la puerta de una habitación pequeña y entraron. Allí estaban los demás. Rachel se sintió mejor al ver que todos estaban bien.
—¿Oyeron ese estruendo? —preguntó a gran velocidad Gula, quien estaba tan pálida que parecía le habían echado talco encima.
—¡Avaricia! —la menor de todos, Pereza, saltó encima de su compañero más cercano mientras los demás ignoraban la escena—. ¿Esto fue parte de la premonición que tuviste anoche? ¿Por eso no querías contarme?
—Deja las preguntas para después, mocosa —le interrumpió tosco—. Tenemos que salir de Medium antes que ellos nos encuentren.
—¿Quiénes son ellos?
—Rachel —Soberbia tomó con ambas manos su pequeña cara, haciendo que sus ojos conectaran por breves segundos—. Sé que tienes muchas preguntas, pero este no es el momento. Debo sacarte de aquí. Ellos deben saber que ocultamos a una humana.
—Querrás decir que tú la ocultas.
—Envidia, no empieces —advirtió Lujuria—. El portal está en la sala de la planta baja. ¿Cómo nos transportaremos si el lugar está repleto de venatores?
—Hay un portal más antiguo que ese en la segunda planta. En el armario —mencionó Ira, aguantando las ganas de quemarle las entrañas a esos imbéciles que destruían su hogar—. Pereza y yo nos aseguraremos de ganar tiempo. Ustedes búsquenlo y salgan de aquí.
Lo que pasó después fue confuso para la chica. Soberbia no paraba de aferrarse a su mano. Quería decirle indirectamente que no la soltaría por nada en el mundo hasta llegar al portal.
El grupo que quedó reducido a falta de Ira y Pereza —quienes se habían perdido de vista al toparse con el mismo humo a la altura de las escaleras— subió con prisa para llegar al armario situado en el segundo piso de la enorme mansión. Donde otro portal en desuso aguardaba por ellos para huir al mundo de los mortales.
En el pequeño cuarto apenas cabían tres personas. La cantidad de baratijas y chucherías acumuladas robaba mucho espacio.
—¿Ves algo? —preguntó Rachel a Soberbia cuando este asomó su cabeza dentro del armario. El muchacho de rubios cabellos negó.
Tras ellos, un ligero vapor verdoso hizo presencia en lo que quedaba del ancho pasillo con alfombra carmesí. Siendo producto de él una criatura alargada y escamosa que se fue arrastrando entre las porquerías guardadas en aquel cuartito.
Rachel quedó sorprendida por lo que sus ojos acababan de presenciar, y un poco en shock por su pequeña fobia a las serpientes.
No tenía bonitos recuerdos de ellas cuando era niña, por lo que ver una en un momento tan inoportuno como ese le pareció aterrador.
—Envidia encontró el portal dentro del baúl del Nilo—avisó aliviada Lujuria, a medida que entraba al armario a gachas para llegar hasta él—. Entren de a uno y saldremos rápido de aquí.
—¿Qué pasará con Ira y Pereza? —preguntó una preocupada Gula.
—A estas alturas ya deben haberlos capturado —se lamentó la rubia—. Lo siento, Gula, pero no podemos hacer nada.
En calma, pero con el corazón saliéndose de su pecho, Rachel aguardó su turno para entrar en el viejo y gastado baúl de madera.
A simple vista parecía común y corriente. Sin embargo, lo que adentro ocultaba no era menos que una combinación de todos los colores brillantes del mundo entero.
Sus pupilas se dilataron en asombro. Jamás había visto algo igual. Era parecido al agujero negro que creyó ver una vez en clases de Astronomía en la escuela, pero mil veces más bonito. Como si los colores del arcoíris se combinaran y algún gigante torpe los volcara por error sobre un enorme lienzo oscuro.
Estando todavía cautivada por la preciosa vista, el Pecado de las Riquezas aprovechó para darle un pequeño empujón.
Cayó de bruces y tapó con ambas manos sus ojos. El revoltijo en su estómago le hizo saber que en algún punto vomitaría su almuerzo. La sacudida que sintió luego provocó que mirase a su alrededor.
Estaba de vuelta en Narshville.
***
Muchas emociones para un solo capítulo. Si les gusta, voten y comenten. Muchos besos virtuales
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