Capítulo 6
Rachel sintió que alguien la seguía.
Intentó apurar la marcha. Todavía quedaban varias cuadras para llegar a casa y la oscuridad empezaba a consumirla. Se asustó cuando notó que las luces que daban a la calle comenzaron a fallar, parpadeaban rápidamente como el flash de una cámara de fotos.
Su corazón casi se le sale de su pecho cuando sintió una cálida respiración en la oreja. Tenía dos opciones: gritar y salir huyendo, o aprovechar la pimienta en aerosol que su madre le había obligado a llevar a la escuela.
La decisión fue demasiado obvia para ella y se acabó echando el aerosol como si de un repelente para mosquitos se tratase.
No escuchó ruido alguno. Se volteó para comprobar que, quien sea la estuviese siguiendo, ya se hubiera marchado o tendido en el suelo por el ardor. Pero le extrañó no ver a nadie. La calle estaba tan vacía como hace un par de minutos. ¿Habrá sido su imaginación jugándole una mala pasada?
Cielos. Fue mala idea no tomar el autobús como toda persona que usa su lado lógico del cerebro. Menos mal que descartó la opción de salir corriendo toda despavorida por la acera.
Despejó todo pensamiento negativo y tenebroso de su mente para terminar el tramo que le quedaba por caminar. De repente, las luces volvieron a temblar y destellar. No mentiría. Tenía tanto miedo que le comenzaron a temblar hasta las uñas.
Observó la hora en su reloj de muñeca. Su madre ya se encontraría en la casa y su hermana estaría con ella también. Tomó su celular y se apresuró a marcar el número de la mujer policía.
Luego del primer tono, todo se volvió negro.
***
Despertó en una habitación sombría donde la única luz anaranjada provenía de una antigua chimenea.
Su visión seguía nublada, pero, poco a poco, la iba recuperando. Al parecer estaba recostada en un sofá aterciopelado. De esos que solía encontrar en la casa de su bisabuelo cuando era más pequeña. Era tan viejo que le sorprendió que no se deshiciera mientras dormía ya que solía moverse mucho. Llegó a la conclusión —por los muebles decorativos y los libros apilados en las esquinas— de que era una pequeña sala de estar extrañamente acogedora.
Abrió los ojos abruptamente cuando no sintió su bolso junto a ella. A pesar de levantarse para buscarlo no lo encontró en todo lo ancho del lugar.
Pensó en su madre y su hermana. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que intentó contactarlas?
Fue cuando se dio cuenta que la habían secuestrado.
Comenzó a desesperarse, buscando una ventana por donde pudiera escapar. Sus objetos personales no importaban en estos momentos. Ella quería salir como sea de ahí.
Ni una sola ventana. ¿Qué clase de sala de estar era esta? Sus secuestradores sin duda eran malvados. ¿Qué planeaban hacer? ¿Asfixiarla en aquel lugar hasta que su madre enviara el dinero para que la liberasen?
¡Carajo! ¡Su madre ni siquiera tenía dinero! Demonios. ¡Sabía que no debía dejar que pagara una matrícula tan cara en esa universidad!
Ahora estaba frita. Su secuestrador no tendría piedad con ella. La torturaría para después matarla y lanzarla al río.
Oh, alto. ¿Narshville tiene río? Peor. ¡Debería soportar un viaje en baúl hasta que encontrara un río decente donde deshacerse de ella!
El picaporte de la única puerta de la habitación comenzó a moverse. Era el momento perfecto para creer en Dios otra vez.
Apenas la puerta se abrió, su desesperación se convirtió en una profunda frustración.
El chico del callejón. Ese que antes había conocido en el cementerio donde el cuerpo de su padre descansaba. Ese endemoniadamente guapo con el que soñó un par de veces y que le hizo perder la concentración más de una vez. Sí, ese mismo que ahora permanecía bajo el pórtico con un semblante burlesco y una sonrisa ladina.
—Me preguntaba cuándo despertarías, humana. Ya me parecía aburrido no tenerte quejándote y siendo irritante.
Rachel bufó.
—¿Te diviertes, imbécil?
—Bastante, Rachel Vitae —admitió sin poder contener una sonrisa—. Es divertido que tus pulsaciones hayan disminuido y tu ritmo cardíaco desacelerado tan solo con verme pasar por la puerta.
—¿Cómo sabes quién soy? —indagó la chica ya menos asustada, su mirada intentaba penetrar al muchacho, pero lo único que pudo conseguir fue admirarse de lo azules que sus ojos eran—. ¿Y por qué estoy aquí? Estás en problemas, amigo. ¿Te dije que mi madre es policía? Esto te costará muy caro.
El chico guapo se echó a reír por las ocurrencias de la mortal.
—Bájate del pony, humana. Haces demasiadas preguntas.
—Solo contéstame.
—A eso iba —la expresión del rubio se tornó seria—. Sé tu nombre por la identificación que tenías en tu bolso.
—¡¿Revisaste mis cosas?! —exclamó enojada.
—Créeme. No es lo único de ti que revisé.
Rachel abrió los ojos y llevó sus manos al pecho con una expresión de asco. Soberbia se exaltó.
—¡Eso no, sucia mundana! —indignado, sus mejillas se tornaron rosadas de la vergüenza. ¿Por qué los humanos tenían pensamientos tan impuros? —. Como sea, ven conmigo.
—¿Para matarme y luego tirar mi moribundo cuerpo al río? Gracias, pero no. Yo me quedo aquí.
Soberbia rodó los ojos, harto de lo quisquillosa que esa mujer podía llegar a ser. Se acercó a ella y, sujetando ambas piernas, la cargó en su fuerte hombro.
A pesar de las quejas de Rachel y los pequeños golpecitos en su espalda, Soberbia se sentía bien. Saber su nombre y haber interactuado más con ella lo alegró de una forma bastante inesperada.
Cuando atravesaron el pasillo de la mansión, Rachel creyó que sus ojos la engañaban. Las paredes no tenían fin. Eran pura neblina blanca que se detenía al entrar en contacto con los pequeños muebles a los laterales. Quedó admirada al pasar a la siguiente habitación, la cual parecía una biblioteca gigantesca.
A simple vista pudo deducir que los libros eran muy antiguos. Incluso más antiguos que la ciudad donde vivía. Si ese irritante chico la dejaba irse, le pediría prestado alguno de esos libros antiquísimos. Antes de que pudiera seguir admirando esa belleza de cuarto, su secuestrador la devolvió al suelo y permaneció unos pasos lejos de ella, pero aún lo suficientemente cerca.
—Oh.
—Santa.
—Mierda.
Frente a ella, tres personas inspeccionaban cada rincón de su cara y cuerpo, demostrando su asombro. Se sintió algo invadida, y al parecer su expresión de disgusto fue captada por el rubio del cementerio.
—Ya fue suficiente, Pereza —advirtió con voz profunda, provocando un escalofrío particular en la humana—. Quita tus manos de ella, Gula. Tú igual, Ira.
¿Había escuchado bien? Aquellos no eran nombres comunes. No. Eran nombres que había escuchado antes en su clase de catequismo mientras estuvo en la secundaria. Esos eran tres de siete Pecados Capitales.
Rachel comenzó a negar efusivamente.
—No —dijo con firmeza, como si intentara convencerse de que era una locura—. No puede ser posible.
—Negación. La típica y absurda respuesta que tienen los mortales ante lo que no quieren entender —una muchacha de cabello castaño le dirigía una mirada analítica—. No es tan difícil de que entre en tu cabeza, niña. ¿Qué tanto te costaría aceptar que estás viendo a la personificación de los pecados del mundo? Simplemente ridícula.
—No seas tan dura con ella, Envidia —una rubia de bellísimas llamó la atención de los presentes—. No es su culpa que el imprudente de Soberbia la haya traído para quién sabe qué estupidez. ¿Para qué dijiste que la querías, cariño?
La mirada de Rachel se posó en aquel al que llamaban Soberbia. Todavía anonadada por todo lo que no lograba ingerir en su sistema.
—Estudiarla —respondió con simpleza—. Estudiar su comportamiento y por qué su aura me atrae tanto a ella. Es mi único propósito para tenerla aquí. Después de eso la mataremos.
—¿Cómo?
Soberbia rio.
—Descuida, eso no pasará —intentó calmarla, mirándola directamente—. Termino mis análisis y Pereza modificará tus recuerdos. De esa manera no tendrás que preocuparte después de una experiencia tan traumática con nosotros.
—¿Qué son exactamente? —preguntó aún un poco confundida.
Los siete Pecados se dirigieron miradas entre ellos, preguntándose indirectamente si era necesario explicar algo que parecía tan absurdo como refutable.
Cansado del silencio sepulcral que se había instalado en la habitación, Ira llegó a la conclusión de que no valía la pena esconderle algo a la tal Rachel si al final Pereza le borraría la memoria. La existencia de su hogar y de sus compañeros estaba a salvo siempre y cuando no saliera de Medium sabiéndolo.
—Somos Pecados Capitales —habló por fin el larguirucho muchacho ante la atenta mirada de la mundana—. Fuimos creados hace miles de años por la Alta Comisión de los ángeles de Calum y los demonios de Infernum. Nuestra finalidad es mantener el equilibrio entre ambos reinos y evitar conflictos entre los entes espirituales. ¿Preguntas?
—No, para nada —respondió Rachel con una ligera sonrisa y empezando a perder el control de sus piernas—. Lo de todos los días. Súper casual. Si me disculpan, voy a echarme en la alfombra un rato.
Acto seguido, la muchacha perdió el conocimiento amenazando con caer de lleno sobre el suelo de la biblioteca. Y eso hubiera ocurrido de no ser por los brazos de Soberbia que la atraparon a tiempo.
Se tomó un tiempo fugaz para observar cada detalle de su cara. Cada lunar y marca. Hasta el maquillaje ligeramente corrido por la ajetreada tarde que tuvo.
Esa joven había causado en él tanta curiosidad. Una curiosidad que no tuvo con ningún otro de su especie en milenios. Se preguntaba qué tenía ella de especial. A simple vista parecía tan común y corriente.
Como sea, ya tendría tiempo para hallar solución a sus problemas. Las respuestas a todas sus preguntas se resumirían al resultado final de su estudio.
Debía idear un plan para que el ángel Miguel no supiera de la "visita" de aquella mortal. Si se enterase de que había llevado a una humana contra su voluntad simplemente porque quería estudiarla, tanto ella como él estarían fritos.
Cuando levantó la mirada, la expresión lastimera de Gula lo recibió. Ella supo que los estaba arrastrando a todos por un estúpido capricho. Aunque lo negara al principio, comprendía por qué Soberbia sentía la atracción con Rachel. Sin embargo, dejaría que ambos experimentaran lo que tuviesen que experimentar.
El claro enojo de Ira y la marcada decepción de Avaricia siguieron el desfile de miradas. Soberbia no se sintió culpable. Al contrario, él no había hecho nada malo. No pediría disculpas por algo que ni siquiera hizo.
Ignoró a los demás. Sería lo mejor por el momento. Cargó a Rachel de forma nupcial y marchó hacia la entrada, volviendo por donde había aparecido.
Sentada en uno de los sillones individuales, junto a una de las bibliotecas con cientos de libros antiguos que los reinos les habían heredado, Envidia jugaba con esa daga que jamás se le escapaba de las manos.
La hacía dar vueltas y giros, casi cortándose un mechón de cabello por andar tan distraída meditando. Pensando en cómo deshacerse de la chiquilla que sacaba de su órbita al Pecado Original, irrumpiendo no solo en su trabajo sino también poniendo en riesgo toda su existencia.
Un poco más apartada, Lujuria pensaba en silencio.
La mirada asesina de Envidia le daba una muy mala vibra. Pero, si lo pensaba bien, no podía culparla.
Rachel demandaría toda la atención de Soberbia a partir de ahora y aunque deseara volver al mundo terrenal, no podría por las órdenes de Miguel. Los peligros acechaban a los entes espirituales y nada aseguraba que dejarían fuera de esto a humanos inocentes como ella.
Tendría que preocuparse por cuidar a sus hermanos y mantener la paz en Medium. Porque con Rachel de por medio, las discusiones entre Soberbia y Envidia serían más seguidas e incluso más peligrosas.
***
Hola, hola, hola.
¿Qué piensan de toda esta situación?
¿Creen que lo que hizo Soberbia tiene justificación?
Amo sus comentarios, los voy a estar leyendo.
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