Capítulo 31
Envidia sintió su piel erizarse en cuanto supo que Rachel los había traicionado. Una mortal que fingía ser la pobre ovejita estúpida, que el peligro la acechaba, que los malos iban tras ella para asesinarla. Sinceramente, ella no sentía la traición como algo personal, puesto que desde el principio le había caído mal la muchacha de sonrisas tímidas y ojos asustadizos. Menuda perra había resultado ser la maldita. Quiso restregarles en la cara a sus compañeros cuánta razón tuvo al aconsejarles matarla desde el primer momento, mas no pudo al notar la cara de preocupación de Soberbia apenas llegó a las puertas del hospital junto a Pereza.
—¿Dónde se habían metido? —preguntó el rubio, acercándose a ambas con las manos en los bolsillos de su pantalón—. Avaricia casi arma un escándalo al no ver a Pereza por ningún lado. No quiero catalogarlo como un novio controlador, pero debería bajarle un par de rayas a su intensidad.
Envidia no respondió, evitando el contacto visual con su mayor al seguir el camino de Pereza, quien se acercaba rápidamente hacia un aliviado Avaricia. Soberbia, cuya pequeña sonrisa se comenzaba a desvanecer, tocó la pequeña frente de la chica.
—¿Te sientes bien, Envidia? Tienes pinta de que vas a desmayarte en cualquier instante.
—Necesitamos hablar —soltó evadiendo la pregunta, llamando la atención de los demás—. Pereza y yo estuvimos averiguando algunas cosas sobre el intento de asesinato de Aisha.
—¿Se fueron solas? —la expresión de Mason era de enojo y preocupación. No le agradaba saber que, a pesar de haber acordado trabajar juntos como un equipo, Envidia se había mandado sola con total confianza—. Pudo haberles pasado algo. ¿En qué demonios pensabas, Envidia?
—Ahora no, Mason. Esto es más importante que tus berrinches.
—No. Quiero que me respondas —ambos acabaron enfrentados; Soberbia se mantenía al margen, pero atento por si el ángel se pasaba de la raya. Podía ser el amor imposible de Envidia, pero como se le ocurriera hacerle algo terminaría encima suyo rompiéndole la bella cara que se cargaba—. ¿De qué sirve que charlemos y armemos un plan si luego haces de las tuyas como si yo no existiera?
—Vi una oportunidad, Lee, y la tomé —las pocas personas que salían del edificio solo se limitaban a mirarlos. Era demasiado tarde y estaban muy cansados, así que no tenían la posibilidad de saber qué ocurría entre esos dos jóvenes con caras de pocos amigos—. Si hubiese tenido que preguntar si estabas de acuerdo con ello, entonces no habríamos podido seguir a Locke para sacar información. ¿Sabes de quién aprendí eso?
—No traigas la época de la Revolución Francesa a la actualidad. El tipo de ángel que fui en ese entonces no es el mismo que ves ahora.
—Sí, lo he notado. Estás un poco más imbécil.
Mason ya estaba a punto de discutir eso, cuando el grito ahogado de Gula lo interrumpió abruptamente. Vio nuevamente a Envidia, quien ya no estaba frente a él sino siendo brutalmente arrastrada sobre el asfalto por un venator.
—¡A ella no, hijo de perra! —exclamó Ira, formando un círculo de fuego para que la bestia no pudiese huir de ellos.
Envidia comenzó a gritar. Trató, sin resultados, de golpear al monstruo de gruesas pieles para que la liberase.
Los filosos dientes sedientos de un poco de sangre se clavaban con ímpetu en la delgada pierna de la chica. La castaña rasguñó la acera, intentando sostenerse de algo para que el despiadado venator no la llevase hacia el oscuro callejón de donde había salido. Quiso convertirse en serpiente. No pudo. La humanización ya la había alcanzado también.
—Apártense —pidió Ira—. Le quemaré las tripas.
—¡Que ni se te ocurra! —bramó Lee con temor en su voz—. Puedes lastimar a Envidia.
—¿Y cómo demonios le sacamos esa pequeña mierda de encima, Lee? —Samuel estaba con la ansiedad a mil, perplejo por cómo el ángel se había quedado petrificado mientras esa bestia se le subía encima a la chica—. ¡Mierda!
De un momento a otro, Soberbia tomó una barra de acero que estaba suelta en el piso. No era raro que en Narshville desecharan objetos punzantes y peligrosos en medio de una zona transitada. Las peleas entre pandillas dejaban decenas de armas sin dueños.
Como si de un deportista olímpico se tratase, el rubio lanzó la barra con todas sus fuerzas hacia la cabeza expuesta del monstruo. Envidia dejó de chillar en cuanto el cuerpo inerte del venator cayó justo a su lado, casi aplastando mitad de su esqueleto.
Un par de ancianos que pasaba por ahí comenzó a chillar por ayuda. Sin embargo, Gula y Pereza se encargaron de hacerlos callar para que ningún otro mortal presenciara tan espeluznante escena. No todos los días se veía a jóvenes peleando con un extraño perro mutante. Pereza les borró la memoria, dejando que ambos se fueran entre mareados y confundidos.
Avaricia se acercó a comprobar la muerte de aquel bestial ser, mientras que su hermana, Lujuria, ponía cara de asco al olfatear el hedor putrefacto que empezaba a expulsar el bicho.
Samuel, Soberbia y Mason socorrieron a la muchacha, cuya pierna se tornaba de un color negro preocupante. Varios hilos de sangre le escurrían sobre la piel. Toda la atención estaba puesta en su rostro lleno de lágrimas.
A Soberbia se le paralizó el corazón. No literalmente, claro está. Pero sí se quedó de piedra. Ver a Envidia, una muchacha fría y arisca que ocultaba sus emociones al mundo, llorando fue una de las cosas más incómodas y tristes que pudo presenciar aquella noche.
Lujuria miró la escena de lejos. Aunque aquella chica desalineada, sarcástica y elocuente no fuese tan cercana a sí misma como quisiera, no podía negar que verle tan débil la tenía mal.
El dolor en su tobillo era colosal. Creyó que moriría cuando Pereza se acercó y tocó alrededor de la herida abierta. La azabache sacó un frasco en forma de reloj de arena de su pequeño morral. Este contenía un líquido trasparente que burbujeaba cada vez que la mano de la muchacha hacía un movimiento brusco.
—Esto te dolerá más a ti que a mí, Envidia —avisó la perezosa con un deje de lástima en su suave vocecita—. Pero debo desinfectar la herida antes de que afecte tu sistema.
La chica víbora se limitó a asentir con la cabeza. Llevó la manga de su sudadera hasta que tocó sus labios, apretándola entre los dientes. En cuanto el desinfectante hizo contacto con la herida, profirió un grito de dolor tan agonizante que hizo que Gula temblara.
Si el corte se sentía de la misma manera en la que se veía de lejos, entonces la chica tenía razones para derramar unas cuantas perlas de agua.
Mientras la menor le colocaba sus vendajes esterilizados, sintió el tacto áspero de unos largos dedos que, temerosos y temblorosos, se enredaron con los suyos.
Mason mantenía la mirada esquiva, con la cabeza gacha, como si esa fuera su manera de pedir disculpas o de decir cuán avergonzado estaba por su actitud sobreprotectora. Y es que él no pretendía ser un tóxico. Para nada. Sin embargo, su historia no había resultado ser la típica novela romántica con un final feliz. Al contrario, en esa pareja dispareja habían ocurrido tantos desastres y decepciones que el miedo a perderla de nuevo era inminente.
Por otro lado, la joven de ojos chocolate sonreía en el interior. Después de tantos años sin saber de él, lo tenía justo frente a sus ojos. Ese ángel rebelde y revolucionario que le robó el corazón sin previo aviso. Ese mismo a quien vio perder sus alas en el juicio que marcaría su eterna vida para siempre. Aquel a quien acabó descubriendo en una universidad para humanos, en la misma ciudad donde por mucho tiempo se escondieron y causaron estragos.
Y ese destino que los separó, las circunstancias que hubieron atravesado para llegar a donde estaban en ese preciso instante. Nada podía contra ellos. Ya lo había comprobado más de una vez.
Porque cuando amas a alguien con la suficiente intensidad es imposible alejarse y fingir que nunca pasó algo. Sí. Entre ellos pasó algo divino, hermoso. Absolutamente prohibido.
Porque la Ley Capital dejaba estipulado que los Pecados Capitales no podían enamorarse, a menos que estén dispuestos a enfrentarse a la Alta Comisión y sus crueles sentencias.
Entonces, solo cuando sus ojos chocaron y formaron un remolino de bellísimo caos, Soberbia pudo entenderlo.
El amor no es mágico, ni exclusivamente mortal. No hay que satanizarlo como si fuese la peste más letal del mundo, ni idealizarlo. Nadie es superior por odiarlo. Nadie es superior por sentirlo. Es algo intangible, poderoso, puro. Una sensación de lo más extraña y difícil de entender. Es algo que te sacude los órganos hasta el punto donde crees que vas a vomitar. Es el cosquilleo en las costillas y el constante palpitar de un tibio corazón.
El rubio buscó a su pequeño demonio, quien se esmeraba por esconder esa tierna sonrisa ladina al presenciar un momento tan bonito entre su amigo desterrado y la víbora pecadora. Se sintió bien cuando este le dedicó una mirada fugaz, con los ojitos tan resplandecientes como las estrellas que iluminaban el cielo.
Ambos se alejaron de los otros, quienes examinaban más de cerca la salud de Envidia y al bicho raro ese que había intentado matarla.
Dieron vuelta a la esquina. Samuel iba adelante. Los ojos curiosos y traviesos del rubio viajaron hasta su trasero y mordió su labio inferior. Su rubia compañera de ardientes curvas estaría muy orgullosa de él. Quizás hasta tomaría en cuenta los consejos que ella e Ira le habían dado hace un par de horas.
Van Woodsen se detuvo bajo la luz del farol, dándose la vuelta para aguardar la llegada del Pecado Original. Se sorprendió viéndose ahora contra las paredes de ladrillos expuestos de un edificio abandonado. Soberbia lo había acorralado entre su fornido cuerpo y la construcción del siglo pasado.
A pesar de lo mucho que ansiaba besarlo, Samuel se mantuvo firme a la espera de que el rubio diera el primer paso esta vez. Lo estaba probando. Su intención era saber si estaba dispuesto a ello. Dejar ir su inseguridad en lo que respectaba amar a otro que no fuera él mismo. Para así, tal vez, poder pasar al siguiente nivel de su relación. ¿Siquiera eran algo? No, pero Samuel sabía que no necesitaban serlo para demostrarse cuánto se gustaban. Cuánto se buscaban el uno al otro tanto el cuerpo como en alma.
Soberbia se acercó. Apenas cinco centímetros separaban sus belfos. Cinco jodidos centímetros que les impedía saborearse a su antojo. Por unos segundos fue un juego de idas y vueltas. Cuando uno se acercaba lo suficiente al otro, este se alejaba apenas y le daba a entender que no estaba listo para la unión de sus bocas.
El recuerdo fugaz de Envidia contándole lo inseguro que era Soberbia en eso del amor pasó por su mente. La castaña le había comentado en dos o tres ocasiones que el rubio había estado pidiendo consejos amorosos. Todos ellos referidos a él. Eso se sentía bien.
Sonrió por dentro al pensar que con Rachel Vitae no tuvo el mismo trato. Quizás, solo quizás, existía una minúscula posibilidad de que Soberbia nunca haya amado a la humana. De estar en lo cierto, ¿dónde quedaba él?
Sabía que el muchacho había tenido una clase de flechazo con ella. Una atracción entre auras que no igualaba a ninguna otra. En poco tiempo le había agarrado cariño, y la necesidad de protegerla de los peligros espirituales también nació por sí sola. ¿Por qué sentía, entonces, que estaba superando a Rachel? ¿Acaso Soberbia podría amarlo con la misma vehemencia?
Las caricias y toques que el mayor le daba en la mejilla con la yema de sus dedos provocaron que saliera de su ensoñación. Se encontró con los zafiros del muchacho mirándole detalladamente, como deseando grabar cada parte de él en su ilimitada memoria.
—¿En qué piensas, cacatúa? —Soberbia olfateó su finísimo perfume, dejando que el aroma a flores dulces inundara sus fosas nasales.
—En lo mucho que quiero que me comas la lengua, gatito —al coqueteo de Samuel lo acompañó una leve risita. Su chico se estaba divirtiendo—. Deseo borrar de tus labios la esencia de esa estúpida mortal.
—¿Celoso de Rachel? —inquirió con burla, aunque cuidando sus palabras para no molestarlo y hacer que se alejara.
—No la nombres cuando estés conmigo —ordenó con molestia—. De hecho, incluso no estando presente evita mencionarla. La odio.
—Estar conviviendo con Envidia tanto tiempo hizo que te contagiara su repudio a los demás.
—Si algo aprendí de ella es que uno no odia sin razones —fue lo único que contestó, casi sin fuerzas para seguir hablando. Si seguía así, se le iba a abalanzar al rubio y comerlo entero—. Te lo advierto, Soberbia. Si no me besas ya, voy a matarte.
No fue necesario decirlo dos veces. Soberbia, como un chico obediente, cortó la distancia que los separaba para poseer los finos labios del demonio. Besó, mordió y reclamó esa boca como suya, liberando suspiros de placer cuando se detenían para tomar algo de aire.
Samuel estaba en las nubes. A pesar de que eran pocas las veces que se habían besado, la siguiente siempre era mejor que la anterior. Ganaba confianza y luego no podía parar. Sus labios terminarían hinchados. Le importó muy poco sentir el característico sabor metálico de la sangre cuando el de espalda ancha dio un último mordisco. El juguetón músculo bucal de Soberbia se encargó de no dejar rastro alguno de su crimen. El diablillo era demasiado precioso como para arruinar tan descaradamente su aspecto.
—Sam —llamó el rubio, abriendo lentamente sus ojos.
—Dime.
—No estoy seguro si es correcto llamar «amor» a lo que siento por ti —se sinceró el Pecado, abriendo su corazón y demostrando cuán ignorante resultaba ser en temas como ese—. Solo sé que la respuesta no está escrita en libro alguno, y que la única manera de descubrirlo es experimentando esa loca emoción por mi cuenta.
—¿A qué quieres llegar, Sob?
—Si entender lo que es el amor requiere de experimentarlo, sentirlo y vivirlo, entonces quiero que seas tú el que esté a mi lado. Hay infinidad de cosas que me encantaría probar, pero anhelo que seas el único capaz de probarlas conmigo. Tal vez, al final, no sea lo que esperas de mí. Porque, siéndote sincero, ni siquiera yo sé qué espero de mí mismo. Pero no quiero arrepentirme de haberme perdido algo tan hermoso y puro como lo es enamorarse de alguien. ¿Qué me dices si experimentamos juntos, cuando todo esto termine?
Samuel, pasmado, sintió cómo sus mejillas se calentaban y el agua se acumulaba en sus cuencas. Por los mil demonios. Jamás, nadie en su amplia vida, le había dedicado una declaración tan bonita e inocente como la que Soberbia le regaló. Sumados esos ojitos de cordero y la sonrisa de bobo que se cargaba. Ese típico bobo enamorado que babeaba por su platónico, sabiendo lo inalcanzable que este podía ser.
¿Podría ser que el rubio lo viera a él como un amor platónico e inalcanzable? ¿Por eso era diferente su relación a comparación de la que alguna vez tuvo con Vitae?
Soberbia no solo le estaba declarando su obvia atracción hacia él, sino que también le proponía hacer cosas que solo los enamorados hacen. «Cuando todo esto termine» Esta frase daba vueltas en su cabeza. ¿Cuándo terminaría todo esto de la guerra y los venatores buscando venganza? Le preocupó preguntarse inconscientemente si acaso ambos estarían vivos para cuando finalizara toda la locura.
Sin embargo, eso le dio aún más razones para preguntarse por qué no aceptaría ante su petición. Si mañana morían, ¿se arrepentiría por haberlo rechazado? Y si acaso permanecían vivos, ¿cuál sería la excusa para no aceptar su propuesta?
Samuel entendía que la vida se resumía en riesgos. Desde que dejó a los suyos para unirse a la revolución de Mason Lee, haciéndose pasar por un campesino francés revolucionario, supo que sus años como demonio darían un giro brutal.
Sonrió ampliamente, dejando que los músculos de sus ojos se arrugasen apenas. Besó fugazmente los labios del rubio, quien no podía quitar su mirada de la perfecta expresión de alegría que su castaño le permitió admirar.
—Cuando todo esto termine —respondió el demonio.
Ese demonio que a Soberbia se le hacía un ángel caído del mismísimo cielo.
***
¿Cómo están, mis erizos?
¿Les ha gustado el capítulo?
Espero que sí ❤❤❤
El final se acerca y ni siquiera yo estoy lista para lo que se viene.
Mini spoiler: puede que alguien muera🙂
L@s amo infinitamente.
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