Capítulo 28
Capítulo dedicado a imchrismartinez❤ Gracias por siempre apoyarme como escritora y ser una gran amiga.
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Pereza entró en la mente de Avaricia, topándose con el primer recuerdo entre tantos otros que su memoria almacenaba.
El muchacho estaba en la mansión de Medium, sentado en una de las sillas de la cocina, mientras que Lujuria pasaba un paño húmedo por su rostro. El Pecado del materialismo le contaba que había tenido una reciente premonición, la cual le preocupaba bastante y no le dejaba dormir bien por las noches. Un poco más apartados de ellos, Soberbia hablaba con Rachel Vitae de quién sabe qué cosas. Al parecer, un constante pitido en los oídos le impedía oír más allá de las preguntas que su hermana le hacía.
—Ya te lo dije, Lujuria —se quejó en cuanto la rubia insistió—. En mi premonición, algo malo le pasaba a uno de nosotros.
—¡Ya, pero no has dicho a quién! No soy adivina, Avaricia. Mucho menos puedo leer tu mente. ¿Sabes qué? Si no quieres decirme, está bien. Luego le preguntaré a Pereza para que me cuente.
Avaricia se quitó el paño de la frente, mirando confundido a la chica.
—¿Qué te hace pensar que ella lo sabe?
—Es obvio, duh —dijo con una mueca de disgusto en su rostro—. Siempre la tienes en cuenta antes que a cualquiera de nosotros. Incluso hasta te preocupas más por ella que por ti mismo.
—Es mi pareja de guardias nocturnas —interrumpió, quitándole importancia. No quería empezar una discusión con su hermana sobre cómo trataba a la menor.
—Ira es mi pareja en las guardias también, pero ni siquiera siendo buenos amigos lo trato como tú tratas a Pereza —la muchacha tomó asiento frente a él, inclinándose en la barra como si de un secreto se tratase—. Sé que sientes algo más por esa chica caprichosa que una simple amistad, así que no trates de mentirme con tus estupideces del compañero perfecto y empático.
A lo lejos, Pereza se quedó estupefacta por lo que esa pequeña conversación había revelado. Avaricia sentía algo por ella que iba más allá de los perímetros de la amistad. Pero eso no le decía nada sobre lo que el Pecado ocultaba en aquel momento. Abandonó ese recuerdo distante y ahondó más profundo.
El escenario cambió completamente, siendo unos casilleros de metal los que a su alrededor la abrazaban. La ropa del equipo de natación estaba desperdigada por los bancos de madera a lo largo del pasillo, y el aroma a sudor se hacía más evidente a medida que avanzaba hacia las duchas. Oyó unas voces mezclándose con el vapor que emanaba de las cortinas de plástico, aunque nadie se estuviera bañando en los recuerdos del avaro. Seguro se trataba de una especie de bloqueo en el cerebro de Avaricia, que usualmente servía como velo para distorsionar la realidad.
Pereza siguió caminando hasta encontrarse con Gula y su hermano, quienes iniciaban un acalorado diálogo sobre la actitud del segundo. La pelirroja se veía dispuesta a hacerlo hablar, pero Avaricia no daba su brazo a torcer y negaba con efusividad cada vez que su desesperante hermanita quería sacar a relucir el tema.
El recuerdo se esfumó frente a sus ojos, dándole un espacio para meditar la situación. Hasta ahora sabía que una premonición lo tenía inquieto y que ni siquiera Lujuria supo de qué cosas terribles hablaba. Si su propia memoria no le fallaba, eso ocurrió el mismo día que los venatores irrumpieron en la mansión y atacaron Medium. Luego de eso, todos se transportaron a Narshville en donde la actitud indiferente y hostil de Avaricia escaló de nivel.
En Düsseldorf, la mañana en la que todos se separaron para buscar pistas sobre por qué las bestias atacaban a los estudiantes, Gula lo había notado tan extraño que tomó la decisión de someterlo a indagatoria; cosa que no le salió muy bien porque el rubio era una caja bajo llave. Quizás fue su insistencia, sumado a la presión de sus premoniciones, lo que le llevó a querer deshacerse de la pelirroja.
La azabache barrió esa hipótesis. Nada tenía sentido en esa alocada teoría. ¿De qué otro modo explicaría que Gula haya salido ilesa cuando se volvió pesada como el plomo en esos vestuarios? Si Avaricia no hubiese querido que supiera sobre el porqué de sus actitudes, ¿por qué no la envenenó ese día en lugar de esperar hasta que Soberbia se sometiera al Juicio Espiritual? Tal vez para que no lo atraparan, o que sus manos manchadas en sangre y culpa pudieran lavarse en agua bendita.
—Él no es capaz de hacer algo así —se dijo a sí misma, comenzando a perder las esperanzas en la inocencia de su compañero.
Convenciéndose de que esos dos recuerdos no eran suficientes para llegar a la verdad, decidió continuar en su ardua búsqueda. Sin importarle lo cansada que estaba mentalmente, se dispuso a seguir adelante. Todo por la verdad. Todo por Avaricia. De una u otra forma, siempre llegaba a la conclusión de que era capaz de todo por él.
El tercer recuerdo fue el más cercano a su presente, a su realidad. Ese donde ambos estaban en los patios bien decorados de la prestigiosa universidad a la que fingían asistir. Avaricia le pedía a su hermana que fuera por su bolso, ya que en él guardaba la Esfera de Cuarzo que Pereza les había dado para mantenerse en constante comunicación. Sabía que si la perdía en el mundo de los mortales podría caer en las inexpertas manos de algún estudiante curioso. Gula se quedó con él, pero en ese instante el recuerdo comenzó a distorsionarse.
Pereza solo pudo ver una figura, apenas una silueta borrosa que se acercaba sigilosamente hacia ellos. Dejó algo esponjoso en la mano del muchacho, quien no tuvo ni tiempo para hablar cuando la silueta desapareció con rapidez. A partir de ahí, todo lo demás se volvió confuso y Pereza comprendió que no tenía nada más que hacer. Al menos ya tenía la respuesta a una de sus incógnitas: Avaricia no había envenenado a propósito a Gula.
Eso resultó ser un total alivio para ella. Pero lo que la tenía intranquila ahora era que ninguno de esos recuerdos le había aclarado el motivo por el cual él se comportaba tan reacio con ella. Todavía tenía que hallar la premonición de la que Avaricia le comentó a Lujuria en Medium. Puso manos a la obra, transportándose como un pez que nada en el océano.
El siguiente recuerdo se sintió más distante que cualquiera de los anteriores. Avaricia estaba sumido en un profundo sueño, con medio cuerpo fuera de su cama. Pereza sonrió. Él solía tener posiciones muy raras al dormir. De vez en cuando, Ira lo sujetaba de los pies para acomodarlo apropiadamente y así ahorrarle futuros dolores musculares. Era lindo despertar a medianoche y encontrarse al delgado chico maldiciendo en voz baja mientras el otro le daba patadas dormido.
Ahora, el rubio se removía inquieto y balbuceaba palabras sin sentido. La azabache hizo su trabajo, abriéndose paso en su tan oscura premonición.
Ya dentro, pudo divisar una escena bastante preocupante y perturbadora. Al parecer, se encontraba en plena ciudad de Narshville, en la zona céntrica. No había personas alrededor. Los edificios estaban en llamas, los ventanales de las tiendas destruidos y llantas incendiadas en las veredas. Un cuadro digno de película apocalíptica.
Avanzó con miedo, sintiendo una frialdad subir por su columna a pesar del inmenso calor de ese día. Supo entonces que ese posible futuro ocurriría entre la temporada de primavera y la de verano. En la realidad, ellos estaban en plena primavera, lo que hizo que se alarmara por las coincidencias tan estrechas que notaba.
De pronto, comenzó a comprender lo que había pasado allí. La Segunda Guerra Celestial tuvo lugar en la capital mundana, y había cuerpos tendidos en el suelo de varios ángeles alados y demonios de puntiagudos cuernos. No se animó a revisar si aún respiraban o que sus corazones latieran. Su consciencia le recordaba que eso era solo parte de la mente de Avaricia y que nadie estaba realmente herido.
Unos alaridos la distrajeron. Su mirada dejó los cadáveres para ir unos metros más adelante. Se apresuró hasta llegar a un semicírculo formado por tres seres que identificó enseguida. Envidia, Samuel y Soberbia miraban hacia el asfalto quebrado, cubierto de basura y pedazos de cristales. Allí, Avaricia lloraba penosamente mientras sostenía en sus brazos a otra víctima de la desastrosa batalla.
Cuando estuvo más cerca y pudo agacharse para estar a su altura, la expresión de su rostro cambió estrepitosamente. Las ganas de llorar la invadieron y creyó que se destrozaría en ese mismísimo instante.
Entre los brazos de Avaricia, tendida en el suelo, sin vida, estaba ella. Con los ojos cerrados y la boca ligeramente abierta, por donde un hilo de sangre bajaba de una forma tan delicada que le pareció espantosa. No quiso acercarse. No necesitaba hacerlo para comprobar que su cuerpo estaba frío, dando a prueba que había muerto hacía un buen rato. Y Avaricia, ese chico materialista amante de las cosas caras, protegía su cuerpo inerte de un peligro que ya había atravesado su alma.
—Ya es suficiente, Avaricia —murmuró Soberbia con la voz quebrada por el llanto. Pereza estaba impactada, nunca había visto al rubio tan devastado—. Ella está...
—No lo digas —llevó a la azabache más cerca de su pecho, donde su corazón roto palpitaba tan lento que creía moriría con ella—. ¡No te atrevas a decirlo!
El llanto del avaro se intensificó. Todo su cuerpo comenzaba a sufrir los espasmos producto de ello. Entender que no iba a soltar su cadáver por nada en el mundo la devastó, así que se quebró junto a él. Samuel y Envidia intentaban acercarse con el fin de separarlos, pero el Pecado en pena se alejaba cada vez que podía. Ellos no le arrebatarían a Pereza como los malditos venatores lo habían hecho ya. Ellos la asesinaron, y él no pudo hacer nada para detenerlos. La Pereza real se vio obligada a cubrirse la boca con ambas manos para no dejar salir un grito de dolor. Un dolor que, estando dentro de la mente del rubio, compartió desde lo más profundo de su corazón.
La preocupación de Avaricia era no poder evitar la muerte de Pereza en ese posible y aberrante futuro. Él se sentía culpable a pesar de no haber hecho algo malo. Avaricia estaba muriendo por dentro porque sabía que la probabilidad de que su amiga falleciera en la guerra era alta. Se estaba muriendo en vida, y Pereza casi pudo sentir cómo su corazón dejaba de latir con la intensidad de siempre.
—Perdóname, Pereza —oyó que Avaricia le susurraba a su cuerpo, que descansaba en paz mientras el otro se hundía en un abismo del que le sería difícil escapar—. Perdóname por no poder protegerte como debería. Perdóname por ser tan cobarde y no haberte dicho cómo me sentía cuando tuve la oportunidad —quitó los mechones de cabello que cubrían parte de su pálido rostro. Pereza observaba cada movimiento mientras intentaba apaciguar su respiración—. Desearía no haberte amado lo suficiente, para así ahorrarme este sufrimiento que me quema el alma.
La menor ya no pudo soportarlo. Tenía que salir de ahí. Lo que había visto fue suficiente como para confiar en él otra vez. Para entender su cambio de actitud tan brusca. Pese a ello, quería oírlo de él, que de sus labios saliera lo que quisiera decirle. Sin miedos. Sin límites. Sin pensar en qué pasaría con ellos si ese futuro se volvía real.
Cuando salió de su cabeza, todos estaban aguardando en la sala. Ninguno había abandonado el lugar desde que ella entró en el trance de siempre al ahondar en los recuerdos del rubio. Ignorando las miradas impacientes, Pereza se dedicó a inspeccionar el rostro de Avaricia, quien seguía arrodillado frente a ella, cabizbajo y con los ojos llenos de lágrimas. La menor acercó su pulgar hacia su mejilla, limpiando el húmedo rastro que las gotitas de cristal dejaban a su paso. Pronto se dio cuenta que también había comenzado a acumular agua salada en sus brillantes orbes.
El muchacho le había permitido ver todo lo que ocultaba por temor a que ella se alejara. La verdad es que sentía la necesidad de disculparse con ella, pero sus palabras no salían. Lo intentó finalmente, porque la quería tanto en su vida que no estaba dispuesto a verla sufrir por su culpa.
—Pereza, yo...
Su oración quedó cortada allí mismo, siendo callado por unos suaves labios con sabor a durazno. Pereza lo estaba besando, con una mano aún posada en su mejilla izquierda y su corazoncito latiendo a mil por hora. Fue solo un toque, apenas un contacto, pero fue el beso más inocente y perfecto que la azabache pudo haberle regalado jamás. Y le angustió porque no entendía el motivo de sus acciones. ¿No se suponía que estaría molesta por haberle ocultado tanto?
Apenas se separaron, Pereza unió sus frentes y le dedicó la sonrisa más tierna del mundo entero. A sus ojos, ella era así. Por primera vez en muchísimo tiempo se sintió realizado, completo. Y aunque aún sentía miedo por la premonición que los había alejado, no pensaba separarse de ella.
Fuera de su burbuja rosa de ternura y amor, los demás presentes abandonaron la gran sala de estar. Bueno, en realidad lo que pasó fue que Envidia y Lujuria habían echado a los muchachos con la excusa de darle mayor privacidad a la pareja. Hubiese sido sencillo si Ira y Samuel no estuvieran pegados a la puerta como viejas chismosas.
Soberbia, por otra parte, permanecía lejos de los cuchicheos y retos por parte de las chicas. En su cabeza daban vueltas miles de preguntas y escenas a partir de ese beso entre sus dos compañeros. Sabía de antemano que ambos tenían sentimientos el uno por el otro, así que no lo tomó tan desprevenido como a Mason y Samuel.
Samuel Van Woodsen. Él era su problema. Ese demonio sinvergüenza que comenzó a tomar confianza en cuanto al contacto físico, que por cierto Soberbia detestaba. Sin embargo, cuando se trataba de Samuel, el roce de pieles no era un problema. Es decir, no se sentía tan desagradable como sí lo haría si ocurriese con otra persona.
—Soberbia —giró su cabeza en dirección a Envidia, quien llegó a su lado mientras los otros se mataban por espiar a través del rabillo de la cerradura—. ¿Piensas en lo que me dijiste antes?
—¿Cómo sabes? —el muchacho suspiró, dándose cuenta de lo tonta que resultaba su pregunta—. Por supuesto, chica observadora.
—¿Y bien?
—Estoy confundido, Envidia —confesó en un murmuro, procurando que los demás no escucharan—. Creía estar seguro de mis sentimientos, de algo que debería ser tan sencillo como caminar. Pero últimamente no me siento yo mismo. Es como si ese Pecado Original en mí se hubiese esfumado.
—Estás asustado —dijo más como una afirmación que como pregunta.
—Sí, pero por qué —esta situación estaba siendo demasiado para él. La desesperación y la ignorancia lo acorralaban de a poco—. Ayúdame, Envidia. Hazme saber lo que me está pasando porque siendo sincero no lo entiendo.
Envidia quedó en silencio por unos segundos, observando las pequeñas arruguitas en la frente del rubio formadas por tener el ceño fruncido.
—Aunque te lo explicara con naranjas, jamás podrías entenderlo —antes de que Soberbia empezara a quejarse por su falta de empatía, la chica agregó—: No lo digo como una bruja malvada. De verdad quisiera ayudarte, pero solo podrás esclarecer tus dudas a partir de la experiencia.
—Dices que puede ser que esté e-ena...
—¿Enamorado?
—¿Ya ves? Ni siquiera puedo decir la palabra con "e". ¿Cómo esperas que lo experimente algo tan fuerte como eso?
La castaña se alzó de hombros.
—Yo no sé. Me preguntaste, te di un consejo. ¡Eso es todo! ¡Lujuria! Ven conmigo, preparemos la cena.
Sin decir nada más, la muchacha huyó de la escena entre risas y miradas cómplices, llevándose a una despistada rubia con ella. Soberbia tardó medio segundo para caer en cuenta que Mason e Ira tampoco estaban allí. Samuel lo escaneaba como un predador analiza a su presa. La cacatúa parlanchina ahora era una maléfica hiena, ansiosa por probar un poco de su tentación.
El Pecado se pasó su lengua por los belfos resecos, con los nervios a flor de piel. Y aunque no existían dobles intenciones en esa inocente acción, Van Woodsen entendió algo completamente diferente.
—¿Tú también quieres uno? —indagó el demonio con diversión en su voz.
—¿Eh?
Samuel no respondió. En lugar de eso, se acercó lentamente al rubio. La ceja alzada, la sonrisa ladina y ambas manos en los bolsillos de su pantalón holgado. Van Woodsen tenía la fama de ser un muchacho coqueto. Era famoso entre las chicas universitarias.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca del Pecado Original, usó su dedo índice para sujetar la camiseta y atraer sus rostros. Soberbia podía sentir el aliento mentolado del demonio. Estaba nervioso y sus manos comenzaban a sudar por ello. La cercanía de sus cuerpos tampoco le ayudaba, ni el hecho de que el castaño se estuviese mordiendo el labio inferior de una forma tan malditamente sensual.
¡Ah, quita tus pensamientos impuros! No te doblegues ante sus encantos, Soberbia. Aléjate. Quítalo. Empújalo lejos.
Y eso tenía planeado hacer. Sin embargo, todo quedó frustrado cuando Samuel fue más veloz que su mente y unió sus bocas en un apasionado beso.
Sería bueno decir que Soberbia se quedó de piedra cual quinceañera a la que le regalan su primer beso. Pero la verdad fue completamente diferente. El rubio enredó sus dedos en las finas hebras del muchacho que ponía el mayor esfuerzo por adentrar su traviesa lengua en la cavidad del contrario. El ambiente se estaba calentando a velocidades inimaginables.
Samuel no perdió el tiempo y, aprovechando el momento de debilidad en el que sus largas lenguas batallaban, empujó el fornido cuerpo del Pecado hacia la pared más cercana. Sus manos cobraron vida propia, paseándose por encima de la camisa mientras tocaba los pectorales del rubio. Fue en el instante en que el desterrado se coló por el borde de sus ropajes cuando Soberbia reaccionó.
Teniendo la ventaja de su fuerza, sujetó la cintura del demonio y cambió posiciones. Ahora la espalda del más delgado estaba en contacto con el frío concreto. Poco le importó ya que el calor que emanaba de su propio cuerpo era suficiente como para no prestarle atención.
—Espera —Samuel lo alejó apenas, con la cabeza funcionando a mil por hora. Necesitaba aclarar lo que acababa de ocurrir entre ellos, pero las mordidas que el rubio le estaba dejando en su blancuzco cuello lo alejaban de su propósito—. ¿Qué estamos haciendo?
—No tengo idea, pero me gusta —se sinceró el Pecado para succionar en el mismo sector donde sus dientes habían quedado marcados. Estaba tan cegado. Cegado solo por él—. Si quieres que me detenga, solo dilo. Van Woodsen, ¿quieres que pare?
Con una ola de timidez poseyendo sus ojos, el mencionado subió la vista. Miró el brillo en los orbes de Soberbia y el deseo acumulado que se esforzaba por no dejar salir. Era todo, no necesitaba nada más para entender que el contrario quería esto tanto como él. Por otra parte, el ojiazul se encontraba en una posición similar. Deseaba volver a profanar la deliciosa boca de aquel demonio que provocaba en él un millón de sensaciones nuevas y asombrosas, pero seguía siendo un caballero educado y si Samuel quería acabar todo allí entonces no se quejaría.
Grande fue su sorpresa cuando Van Woodsen lo sujetó por la nuca atrayéndolo nuevamente a sus labios, logrando que el cosquilleo en su estómago volviera y lo atacara sin tregua. Esta vez, despejó su mente por completo. Tenía que hacer caso al consejo de Envidia. Si eso contaba como experiencia, entonces se aseguraría de hacer valer cada segundo.
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