Capítulo 23
Soberbia estaba estupefacto.
Se había quedado sin palabras cuando la cara de su atacante fue descubierta. Iluminada por la luz del sol que se abría paso por el ventanal, remarcaba los oscuros ojos que en él se posaban.
—¿Qué tal, chico nuevo?
Su tono burlón provocó en el Pecado unas inmensas ganas de destrozarlo a golpes. Sin embargo, eran tantas las preguntas que ahora mismo cruzaban por su cabeza, que lo menos que pudo hacer fue contenerse para no cruzar sus propios límites.
Samuel Van Woodsen mantenía su sonrisa ante la obvia confusión del rubio. Su labio partido por la caída apenas sangraba. El resto del cuerpo dolía como el infierno. Sin reacción de Soberbia, fue Envidia quien tuvo que intervenir en el ambiente silencioso y extraño que se había formado.
—Tiene que ser una jodida broma.
El castaño le sonrió. Sí, le sonrió como si ambos fuesen conocidos; de esos que no se veían hace muchísimo tiempo.
—No deberían estar aquí, Envidia —soltó de pronto, cambiando su expresión a una seria—. Este mundano lugar es demasiado para los famosísimos Pecados Capitales.
Soberbia sintió cómo su alma caía abruptamente al suelo. ¿Acaso había dicho...? No, eso era imposible. Los humanos eran ajenos a su existencia.
—Supongo que estás confundido —dijo, sin elevar demasiado la voz por temor a que alguien inoportuno apareciera por allí. Dirigió su mirada a Envidia para decir—: Dile a tu amigo que me suelte. De tanto que aprieta sus puños da la impresión de que se le romperán los huesos.
No hizo falta que Envidia dijera algo. Soberbia ya lo había soltado, como si de pronto la tela hubiese comenzado a quemarse. Se alejó del delgado muchacho, buscando alguna manera de huir de aquella confusa pero curiosa situación.
Envidia se cruzó de brazos, en una posición defensiva.
Paseó con sus amarillentos ojos de serpiente por todo el refinado rostro de Van Woodsen, deteniéndose en cada marca y lunar, por más pequeños que fuesen. En su mente, las piezas faltantes se iban uniendo, pero prefería comprobar su teoría con lo que el chico tuviera para decirles. De él dependía mentir o soltar toda la verdad.
—¿Y bien? —ah, la paciencia no era la mejor virtud de Soberbia—. ¿Cuál es tu excusa?
—No hay tal excusa para intentar asesinar a alguien, Soberbia. Aunque he de decir que me sorprende su suerte. Un segundo después y habrían sido rebanados como dos jamones en Navidad.
El ojiazul perdió los estribos. Empujó sin aviso al burlesco castaño contra la pared de concreto, quien emitió un leve jadeo en respuesta por el impacto en su sensible espalda.
—Déjate de juegos, cacatúa. Dinos quién diablos eres antes de que mi cordura se vaya por el caño.
—Eres tan irritante, gatito —rio al notar la mueca que hizo por el apodo dado—. ¿Qué? ¿No te gusta? Pero si hasta pareces uno con el humor de mierda que te cargas.
—Al punto, Van Woodsen —amenazó Envidia con cara de pocos amigos. Básicamente, su cara de nacimiento—. Porque si él no te arranca la cabeza, lo haré yo.
Samuel rodó los ojos y empujó con enojo al Pecado que seguía haciendo presión sobre él. Pasó una mano por su sedoso cabello, la sonrisa engreída se ensanchó hasta apretarle las mejillas y sus cejas opacas le daban el toque misterioso que tanto se preocupaba por mantener.
—¿Quién eres? —inquirió Soberbia.
—Soy Samuel Van Woodsen, hijo de uno de los hombres más ricos de Narshville —chasqueó la lengua contra su paladar—. Y también soy heredero de una gran fortuna, juego a ser un banquero del exterior y me deleito con el prestigio de haber sido alcalde.
Soberbia parpadeó varias veces.
—No entendí.
—Tú sí que estás bien bruto —la chica le extendió el gran libro sobre la historia de la ciudad—. Las fotos y el retrato que vimos aquí. Esos hombres son él, y él es todos ellos.
—¿Eh?
—Samuel Van Woodsen es Düsseldorf, O'Higgins y también Vancouver. ¿No lo ves? Solo quítales el vello sobrante. Este maldito también es inmortal.
Soberbia emitió una ruidosa carcajada.
—Oh, Envidia. Tu sentido del humor va mejorando cada día más —cuando vio la expresión harta que esta le dirigía, se detuvo—. No creeré eso, olvídalo.
—Tendrás que hacerlo —acotó el muchacho—. Te guste o no, soy tan inmortal como ustedes. Aunque la parte de «poderoso» me la he perdido.
—Explícate —pidió una muy interesada Envidia—. ¿Cuál es tu historia, Samuel? Si es que así te llamas.
El castaño dio unos leves golpecitos sobre la madera de la mesa destruida, sentándose en el banquillo que milagrosamente había salido intacto.
—Mi nombre sí es Samuel, es lo único en lo que no he mentido. Paseo por este mundo desde la Revolución Francesa, más exactamente en el año 1789.
«En ese entonces, los pueblerinos pasaban hambre ya que eran extremadamente pobres. Claro que a María Antonieta eso poco le importaba mientras tuviese todo tipo de postres para degustar en sus lujosas fiestas. Cualidades que sus compañeros Pecados, Gula y Avaricia, se tomaron la molestia de regalarle.
Sumidos en la desesperación de no ver un futuro brillante para ellos, decidieron revelarse ante los aristócratas. Sin embargo, para finalmente derrocarlos, recibieron una pequeña ayuda... divina»
—Y tú fuiste esa ayuda —concluyó Soberbia.
—Podría decirse. Ellos necesitaban un líder experimentado, y yo poder cambiar una realidad que odiaba aceptar. Para mi desgracia, tuve que desaparecer en cuanto ellos se declararon ganadores por unos problemas con la Alta Comisión. Tuve mi Juicio Espiritual y crucé el océano para llegar al pintoresco pueblo de Narshville. Después logré ser alcalde y, bueno, ya saben el resto.
—Entonces, eres un desterrado —Envidia asintió, como si quisiera confirmar lo que había teorizado a partir de lo que encontraron en ese libro—. ¿Vienes de Calum?
Samuel negó, divertido.
—Están en presencia de un demonio sin cuernos ni cola —se levantó e hizo una reverencia exagerada—. Me gustaría decir que estoy a sus órdenes, pero somos nuestros propios jefes así que no lo esperen mucho.
Envidia frunció el ceño.
—¿«Somos»?
—Te dije que sería demasiada información para ellos.
Una voz grave, serena y tranquila, hizo acto de presencia en la zona. Detrás del librero lateral, un muchacho asiático con el cabello pintado de rubio se dejó ver ante los tres entes. Este iba vestido con un chaleco fino a cuadros que desaparecía bajo la chaqueta de la institución, y el pantalón de vestir gris que hacía juego.
A Soberbia no se le hacía conocido. Mas por la insignia dorada de un alfil enganchada a chaleco, supuso que ese chico formaba parte del equipo de ajedrez universitario.
—Te tardaste, Lee. ¿A los ángeles caídos no les enseñan buenos modales?
—Lo bueno tarda en llegar, Van Woodsen —elevó su dedo índice para colocarlo sobre sus propios labios, en señal de silencio—. Lo importante aquí es que ellos sepan lo que deben saber, ya que fallaste en liquidarlos.
—Ah, sí. Eso —Soberbia lo señaló, con las orejas más coloradas que un tomate maduro—. Alguien sería tan amable de explicarnos. ¡¿Por qué cojones querían asesinarnos?!
—Era el plan A —respondió con sencillez el demonio—. Les estaba haciendo un favor al no prolongar su vida. Con todo lo que está pasando en la ciudad, la Alta Comisión entró en un terrible pánico. Tantas muertes humanas, y la del ángel Gabriel, están comenzando una movilización colectiva en ambos reinos espirituales.
—¿A qué te refieres? —quiso saber la castaña.
—Él quiere decir que ya los han dejado fuera de esto —aclaró Mason Lee, sin mirarla—. Según los demás desterrados con contactos en Infernum, el Juicio Espiritual de Soberbia fue adelantado porque ya tienen su veredicto.
—¿Cómo que adelantaron mi juicio? —el rubio no podía creer lo que oía; ya no tendría tiempo para preparar una defensa.
—Eso dije, imbécil. Sácate la cera de los oídos y escucha con atención.
—¿Entonces ese era su plan desde el principio? —evidentemente, Envidia estaba más que furiosa justo ahora—. No dejarán que se defienda, pero aun así lo condenarán. ¡Esos hijos de perra!
Mason suspiró fuerte.
—Es el precio que uno paga por enamorarse.
—No estoy enamorado, ángel estúpido —refutó con nerviosismo ante la inquisidora mirada de Samuel—. ¡De verdad les digo! Dejen de sacar conclusiones, así como así.
—Estamos perdidos —la chica comenzó a jugar con sus dedos—. Los Pecados Capitales dejarán de existir. Sin nosotros, Calum e Infernum prepararán sin contratiempos al Ejército Espiritual para protegerse de los venatores. Solo fuimos...
—Una carga —terminó la oración el rubio, quien no terminaba de digerir la nueva información proporcionada por los desterrados.
Samuel y Mason se miraron. Tantos años en el mundo mortal los había vuelto un poco menos indiferentes a las emociones. Aunque Samuel se resistía a todo aquello que lo hiciera sentir como un humano débil, Mason solo se llenaba de pura empatía hacia los Pecados.
Él supo mejor que nadie cómo se sentía ser indeseado. Cuando sus alas fueron cortadas luego de participar en la Revolución Francesa y lo arrojaron cruelmente al vacío vórtice de la oscuridad, sintió que su propia vida caía junto a él. Se preguntó durante más de doscientos años si en la mente del demonio existía ese anhelo por volver a Infernum. El chico había perdido sus pequeños pero puntiagudos cuernos y esa cola larga que bailaba sobre el aire al caminar. Mas Samuel Van Woodsen era la ejemplificación perfecta del chico rudo y frío; él no extrañaba esas cosas.
Pero para él fue mucho más que eso.
Un ángel sin alas es un ángel muerto. Y morir es una de las etapas más duras de la vida. Su inmortalidad seguía intacta, y eso fue lo que más dolió. ¿Para qué vivir mil años si estaba condenado a pasarlos en un mundo de muertos?
—Vengan con nosotros. Buscaremos a los demás para llevarlos a un lugar que tienen que visitar.
***
Los Pecados, el ángel y el demonio se encontraban en el observatorio abandonado de la institución. Habían establecido ese lugar como su centro de reunión para evitar a los chismosos. Ver a dos de los chicos más populares de Düsseldorf con los nuevos de perfil bajo no era algo de todos los días.
Gula, Pereza y Avaricia habían formado un semicírculo en el suelo. Mientras que Ira, Envidia y Lujuria se mantenían apoyados contra las columnas antiguas del salón. Soberbia, alejado del tumulto, se cruzó de brazos junto a la puerta de salida. Frente a él, Mason y Samuel explicaban su historia de destierro, aunque sin una pizca de vergüenza en sus palabras.
—¿Entonces ambos son desterrados? —quiso esclarecer Gula, quien luchaba contra las asquerosas y pegajosas telarañas que colgaban del techo—. ¿Y fingieron todo este tiempo para que los mensajeros no supieran de su paradero?
—Sí, pero no —el muchacho asiático estornudó por la acumulación de polvillo en el lugar; ser ángel no lo librara de las insoportables alergias humanas—. Miguel y Apolyon saben que Narshville está lleno de indeseados. Puede que para los mortales esta parezca la ciudad más aburrida del planeta, pero la realidad es que es todo lo contrario. Escondimos lo que somos porque no queríamos ser parte del problema.
—Ya bastante habíamos escuchado sobre Soberbia y su estúpida manía de hacer lo que se le da la gana. Decirles lo que sabíamos era como meternos en la boca del lobo.
El rubio lanzó una carcajada falsa. Ese demonio lo hacía ver como un completo imbécil. Lo odiaba.
—¿Y ahora qué, cacatúa? Ya están dentro del juego. Quieran o no acaban de escupir todo.
—No nos importa —Samuel demostró su indiferencia alzando los hombros y observando el techo por unos segundos—. La Alta Comisión no puede desterrarnos otra vez, así que da igual. En todo caso, son ustedes los que deberían temblar como peces fuera del agua. Su misma existencia está en juego.
—¿Qué recomiendas, guapo? —preguntó Lujuria, sin quitarle los ojos de encima. No olvidaba que le debía algo desde la noche de la fiesta.
Antes de contestar, caminó hacia la puerta que daba directo a las escaleras, con ambas manos en los bolsillos del pantalón gris. Su perfume importado inundó las fosas nasales de los presentes. Soberbia casi muere de intoxicación cuando el niño rico se acercó lo suficiente para susurrarle.
—Aléjate de la chica Vitae. Si quieres protegerla de la muerte, actúa como un verdadero Pecado Capital —luego giró sobre sus talones, dando la cara hacia los seis restantes—. La residencia universitaria no es segura. Mason y yo los llevaremos a Exilium.
—¿La ciudad de los exiliados? —interrogó Avaricia, con una genuina expresión de interés—. Pensé que solo era un mito.
—Lo es para quienes no viven en ella —Samuel se mordió levemente el labio—. Cuando vivía en Infernum, solían hablar de ese lugar como un sitio horrible donde los que no cumplen la ley sufren para toda la eternidad.
—¿Y es así?
—Para nada, Pereza. Exilium es el paraíso perfecto. Si hubiese sabido eso, habría roto las reglas muchísimo tiempo antes de las revoluciones.
Volvió a dar vuelta sobre sí mismo para finalmente salir del observatorio, desapareciendo escaleras abajo.
—¡No puedo creer que conoceremos Exilium! —exclamó Avaricia con entusiasmo, levantándose del suelo que por poco le deja el trasero chato—. Lujuria, Gula, no se queden atrás y vengan conmigo.
Las muchachas, viendo las energías que su hermano tenía acumuladas, decidieron seguirlo sin chistar. Ira se acercó a Pereza y le extendió una mano para ayudar a levantarla. Su expresión decaída decía «no quiero existir» por todas partes. Avaricia seguía ignorándola, y ni ella ni nadie sabía por qué.
Envidia, silenciosa y con la mirada perdida, salió a toda prisa sin siquiera mirar a los dos que quedaron solos en la habitación. A Soberbia le llamó la atención. Normalmente, la castaña le habría recriminado el lío en el que se metieron por su imprudencia, o al menos un comentario ofensivo hacia su persona. Pero nada. Ella no se estaba comportando como siempre lo hacía.
Inconscientemente, se quedó mirando el punto por donde ella se marchó más tiempo del que quería. Un peso en su hombro izquierdo lo sacó de la hipnosis involuntaria a la que se había sometido. Mason Lee lo miraba con una sonrisa cuya emoción fue difícil de descifrar. Era una sonrisa de lástima y curiosidad a la vez. Una que le decía lo mucho que debía prepararse mentalmente para lo que se avecinaba.
Soberbia frunció el ceño cuando el ángel caído dio dos golpecitos amistosos en su ancha espalda, como si ambos fuesen amigos de toda la vida. Odiaba el tacto, y más entre desconocidos. Cuando Mason dejó de mirarlo para irse del aula llena de cajas de cartón, las voces de su mente comenzaron a molestar. Ese ángel no le daba buena espina.
Intentó ignorar esa sensación de extrañeza lo que quedó del día escolar. Tantas veces fueron las que su mente se equivocó al desconfiar de la persona equivocada, que no valía la pena oírla ahora.
No asistieron a las dos clases restantes por una cuestión de falta de interés. De todas formas, su farsa de los alumnos universitarios acabaría muy pronto. Los nueve se escabulleron por la salida de emergencia situada tras el salón multiusos.
Envidia había convencido a Soberbia de no comentarle a Rachel sobre lo que acababan de descubrir. Él aceptó a regañadientes, ya que supo lo inestable que se encontraba la mortal luego de tantos cambios en su vida.
Corrieron en fila, atravesando las casas lujosas que parecían finas mansiones y locales carísimos donde pagabas cada cosa con medio riñón.
En menos de seis minutos llegaron a los barrios bajos, donde la aglomeración de gente provocaba un bullicio sin igual. Como si fuesen hormigas en un panal de abejas, fueron recibidos con miradas prejuiciosas y comentarios frívolos. ¿Qué hacían niños de la alta sociedad en sectores como aquellos?
Samuel señaló con su mano un bar casi vacío, a excepción de un viejo borracho que se la pasaba tarareando una canción de la que nadie sabía el nombre. Cuando estuvieron dentro, el barman inclinó la cabeza como un gesto de bienvenida y dejó que hicieran lo suyo.
—Por aquí atrás hay baños —avisó Mason, entregándoles ropa evidentemente más gastada y vieja que la que llevaban puesta—. Ya hemos llamado demasiado la atención en esta zona. Pasen desapercibidos de aquí en adelante.
Tanto Mason como Samuel los habían dejado solos para que pudieran cambiarse de ropa. Les tomó alrededor de diez minutos. Cuando se dirigieron a la salida, el hombre de la barra se despidió de los otros dos desterrados. Parecía curioso cómo los entes espirituales permanecían cerca de ellos. Incluso más de lo que a veces quisieran.
Salieron del bar, caminando un par de cuadras más hacia el norte. El sol se estaba ocultando y la brillante luna llena despertaba para alumbrar la noche en ausencia de su anaranjado amigo.
Cuesta arriba, sobre una no tan empinada colina, el tampoco tan intenso bosque que rodeaba la ciudad se pintaba de unos muy bonitos tonos verdosos. Envidia se convirtió en serpiente para aprovechar el rocío perlado del césped. Su siseo hizo eco en la silenciosa noche, cuyos pintores del cielo habían salpicado con infinitas estrellas. Tan lejanas a ellos, pero tan dignas de apreciar.
Pasó un buen rato en el que solo caminaron, mientras evitaban hacerse raspones con ramas que se cruzaban en su camino.
Finalmente, llegaron a un claro donde la luz era más blanca por la ausencia de pinos.
Envidia volvió a su forma original en un humeante círculo de tinieblas, achicando sus ojos para enfocar su distorsionada imagen.
—¿Esos son túneles?
—Lo son —Mason dio un paso al frente y dio la cara hacia los Pecados—. Para entrar a Exilium es necesario pasar por sus laberintos bajo tierra. A los cuales solo podemos llegar entrando en esos sucios y escalofriantes hoyos.
—No tiemblen de miedo, idiotas. Es igual que viajar a través de los portales, ya se van a acostumbrar —una suave brisa movió los castaños cabellos del demonio—. Tres en cada hoyo, así evitamos el amontonamiento. ¡Andando!
Y como susurro que se lo lleva el viento, Van Woodsen se lanzó directo a la enmarañada oscuridad del laberinto. Envidia lo siguió sin titubear; Lujuria fue la última del grupo en arrojarse. Por el segundo agujero bajaron Ira, Pereza y Gula. Siendo el tercero, y último, ocupado por Avaricia, Mason y Soberbia.
El recorrido fue igual que estar en una montaña rusa. A veces subían, otras bajaban. Sus estómagos daban vueltas en cada repentino cambio de dirección. Sentían cómo la magia hacía su trabajo jalando sus cuerpos hacia la luz al final del túnel. Como en un tobogán para niños, salieron expulsados en paralelo al suelo; unos arbustos pomposos amortiguaron su caída.
En un abrir y cerrar de ojos, habían llegado sanos y salvos a su destino. Los Pecados Capitales pisaban la ciudad de los desterrados por primera vez desde el comienzo de su existencia.
—Bienvenidos a Exilium.
***
❤Capítulo dedicado a Dany_Paz y lamparaqwerty❤
Muchas gracias por apoyar esta historia🥺 Me hacen muy feliz con sus comentarios.
Este es uno de los capítulos más largos que escribí hasta la fecha. Espero que lo disfruten💕
¿Cómo quedaron con lo de Mason y Samuel?
¿Se lo esperaban?
Hasta el próximo capítulo🥀
L@s amo infinitamente❤
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