Capítulo 19
Chocó con la espalda de Soberbia. La mundana estaba a su lado, no teniendo idea del cruel cometido unos pisos más arriba.
—Eliette —Rachel se veía preocupada, mas no dejó el papel de hacer creer a los demás sobre la humanidad de los Pecados—. ¿Ocurre algo?
Envidia la ignoró por costumbre y se dirigió al rubio, con los nervios a flor de piel.
—Hay sangre escurriendo bajo el pórtico de un cuarto. Arriba —la humana pegó un grito ahogado—. Soberbia, debemos salir de aquí y rápido.
—Busca a los demás. Yo sacaré a Rachel —apenas sujetó la mano de la chica, se separó con brusquedad—. ¿Y ahora qué?
—No me iré sin Aisha —la de ojos esmeralda se cruzó de brazos, abrazando su pequeño cuerpo. Se sintió vulnerable, débil ante la atenta mirada de los seres inmortales—. Es mi mejor amiga, Soberbia. No puedo dejarla.
Y sin decir más, se marchó. Envidia se quejó, observando por el rabillo del ojo al mayor.
—Maldito sentimentalismo que se cargan los humanos.
—Cállate y busca a los otros —antes de dejarla plantada, la castaña se puso delante suyo—. ¿Qué tienes?
La muchacha inhaló algo de aire antes de susurrarle.
—Algo siniestro mató a una persona. Si te mueres, no volveré por tu cadáver.
Soberbia hizo una pequeña mueca, entre disgustado y temeroso.
—Ni pienses en ello. Soy Soberbia, nada puede conmigo.
La chica rodó los ojos y lanzó un bufido, frustrada. Soberbia la sacaba de quicio al ser como un pequeño niño burlón. Sin embargo, no tenía tiempo para estas cosas ahora.
Envidia empezó la búsqueda de sus demás compañeros. Se paseó por toda la planta baja. Sala, piscina, jardín trasero. Pero nada.
Un mal presentimiento invadió su ser, dejando todo pensamiento frío en el olvido. Más que temer por su propia vida, temía por la de sus compañeros. De pronto, sintió cómo una mente le llamaba.
—¡Envidia!
Se detuvo en seco, lejos de los otros jóvenes que bebían y bailaban al ritmo de la canción que sonaba.
—Envidia. ¿Me oyes? —volvió a decir la misma voz.
—Pereza —un pequeño gemido de miedo atravesó las barreras de la paz mental—. Cálmate, niña. Dime en dónde estás, iré a buscarte.
—Tengo miedo, Envidia —la más joven dejó de hablar un segundo—. Hay algo aquí y me está mirando fijo.
La respiración de Envidia se volvió errática.
—Sal de esta maldita mansión ahora —estaba segura de que la azabache asintió ante su pedido—. Y mantente viva.
Lo que pasó después fue confuso para ella. Lo único de lo que está completamente segura es del incendio que inició a propósito en la cocina de los Van Woodsen. Era la forma más segura para sacar a los humanos de ese lugar antes de que la bestia acabara con todos.
La sirena de los bomberos y ambulancias se unió a los gritos de los vecinos.
La mansión Van Woodsen ardía en llamas.
—¡Envidia!
Esa era Lujuria. Venía junto a Ira, Gula y Avaricia. No tenían ni un solo rasguño. Un completo alivio para la castaña.
—¡Salgan ya! —les indicó señalando la puerta de enfrente—. Iré a buscar a Soberbia, tal vez necesite apoyo.
—Todavía no encontramos a Pereza —acotó con preocupación el elegante Avaricia. Su expresión era devastadora—. No tuve que dejarla sola.
—No hay tiempo para lamentarse. Debemos salir de aquí, quizás ella está afuera.
—Gula tiene razón, Avaricia —Envidia jamás diría sobre su comunicación previa con la menor. No era el momento indicado para preocuparlo—. Vayan, que yo me ocupo del resto.
Subió las escaleras a toda prisa. Pereza no estaba en la planta baja, por lo que su paradero se limitaba a uno de los dos únicos pisos restantes.
Por otro lado, también estaba la incertidumbre que le generaba Soberbia. Tenía que apresurarse y procurar no dar un solo paso en falso.
Ver morir a dos de los suyos no era una posibilidad para ella.
***
Sujetó el picaporte y lo giró, produciendo un molesto chirrido cuando empujó con dificultad la puerta manchada en sangre.
Agudizó sus sentidos al ver que la habitación se hallaba en parcial oscuridad. La tenue luz de la luna era pobre, pero su cualidad poderosa hacía que ese no fuese un problema. Dio un paso, luego dos. Al tercero chocó con algo inerte, perdió el equilibrio y cayó de bruces al suelo. Líquido. Ya tenía una vaga idea de lo que estaba tocando.
Déjà vu. La casa de Rachel. Su madre muerta. Las sábanas manchadas con litros y litros de sangre.
Este ataque era exactamente igual. Y él pudo comprobarlo al enredarse con el cuerpo que yacía en el piso. Pasó sus manos por la cara, tratando de espabilar. Esto no podía estar pasando. No otra vez. Los venatores lo habían hecho de nuevo. Cazaron, asesinaron.
No se atrevió a mirar el cadáver. No lo soportaría. Y eso era culpa de los ángeles. Nacer en Calum lo volvió, inevitablemente, alguien sensitivo y sensible.
Demonios. No había rastro alguno de la criatura que cometió el delito. Sin asesino y con un cuerpo que comenzaría a descomponerse, la policía de Narshville entraría en escena.
En medio de sus cavilaciones, su muñeca fue rodeada por una mano de tacto ya conocido para él. Cuando quiso darse cuenta, Envidia lo había sacado de la habitación y lo estaba arrastrando hacia las afueras.
Los participantes de la fiesta estaban dispersos por toda la calle. Algunos siendo atendidos por los paramédicos. Otros viendo con horror y susurrando sobre sus especulaciones. Nadie sabía lo que ocurrió en aquel lugar. La policía arribó unos cuantos minutos más tarde.
Soberbia y Envidia se acercaron a los demás, quienes se cubrían con dos grandes mantas proporcionadas por bomberos voluntarios de la zona. Pereza estaba a salvo. Eso tranquilizó de sobremanera a la muchacha. Soberbia pudo sentir cómo su presión bajaba. Aunque con algunos rasguños en sus brazos y la mejilla izquierda, pero pronto iba a sanar.
—Es un gusto verlos a salvo, chicos —comentó Ira mientras bebía café amargo.
—Lo mismo digo —estuvo de acuerdo el rubio, aceptando el pequeño lugar junto a la vereda que le había guardado Avaricia—. Me siento terrible.
—Y te ves terrible —se burló Lujuria, sonriente—. Pereza tiene algo que decirles a ambos.
La aludida asintió casi sin ganas. La pelea que tuvo hace unos momentos la dejó exhausta.
—Él estuvo aquí.
—¿Quién estuvo aquí, Pereza? —inquirió Envidia, rogando que la menor no haya visto al demonio Apolyon hablando con ella.
—El Rey de los Venatores —pronunció, casi en un murmuro—. Está aquí, nos ha encontrado.
—Ese infeliz —Ira se puso de cuclillas frente a ella—. ¿Él fue quien te atacó, Pereza?
La chica asintió lentamente, bajo las curiosas y molestas miradas de sus mayores.
—No se excedió conmigo porque no era yo a quien buscaba en la fiesta.
Ahora fue Soberbia el que se inclinó para quedar a su altura.
—¿Entonces quién era su objetivo?
Todo permaneció en silencio hasta que Pereza respondió, dirigiendo sus ojos a un punto fijo entre la multitud a su derecha.
—Él estaba buscando a Rachel Vitae.
A Soberbia casi se le cae la mandíbula ante la declaración de Pereza. Buscó con sus azules ojos a la humana. Permanecía entre los demás mundanos asustados, mirando horrorizados la mansión cuyas llamas habían sido controladas y apagadas.
Aisha, su única y mejor amiga, la abrazaba y lloraba en desconsuelo. Samuel, el dueño de la casa, se agarraba con fiereza las hebras de su melena, lastimando su sensible cuero cabelludo. Todo acabó siendo un verdadero desastre.
Sin embargo, empeoró cuando un hombre de saco marrón se aproximó a ellos con una reluciente placa en mano.
Ira y Pereza lo reconocieron casi al instante.
—Jeremiah Locke. Detective policial de la ciudad de Narshville —anunció ante esos siete jóvenes misteriosos—. Se requiere que me acompañen a la estación. Andando.
Envidia tenía razón al final de la locura. Jamás debieron asistir a esa fiesta.
***
¡Espero les haya gustado!
No olviden votar y comentar para hacerse saber lo que piensan de las historia. ¡Me fascina leerlos y responder!
Pregunta: ¿qué personaje les cae muy mal?
Yo no responderé esto hasta terminar el libro🤭 Pero aun así quiero saber.
¡Nos leemos pronto!
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