Capítulo 12
En la residencia estudiantil, una guardia de seguridad recibió a la muchacha.
Lucía cansada, como si no hubiese podido conciliar el sueño durante varias noches.
—Es un poco tarde para que una chica vague sola por la ciudad. ¿No le parece?
—No estoy sola —mencionó Rachel con una tímida sonrisa, pero tuvo que cambiar la expresión a seria cuando la mujer le miró extrañada. Ella no podía ver que el Pecado estaba justo a su lado—. Quisiera quedarme en la residencia a partir de ahora. ¿Tiene alguna habitación disponible?
—Revisaré —anunció la señora—. Normalmente se pide alojamiento a inicios del semestre, así que la mayoría de las habitaciones ya están ocupadas. Pero veré qué puedo hacer por ti, linda.
Con un leve asentimiento con la cabeza, Rachel esperó apoyada en la cabina de la mujer de seguridad. Sonia.
Miró a Soberbia, quien permanecía inmóvil sobre el sendero de piedras que llevaba al jardín delantero, pasando sus ojos entre los muchos capullos de flores que aún no se abrían.
—Ya florecerán —anunció Sonia. Soberbia pegó un salto cuando se dio cuenta que la mujer no le hablaba a Rachel sino a él—. ¿Eres su novio?
—¿Usted puede verme? —preguntó con miedo el rubio, mientras Rachel no hacía más que abrir sus ojos, impactada.
—¡Claro que puedo verte, niño tonto! Estás justo frente a mí. Puedo estar un poco vieja, pro mi visión no se ha ido por el caño —Sonia frunció levemente el ceño sin estar siquiera enojada—. Fue muy caballeroso de tu parte acompañar a tu novia, pero el horario de visitas es de dos a cinco de la tarde.
—Ella no es mi novia —esa oración salió mucho más seca de lo que Soberbia habría querido. No miró a Rachel. Podía sentir su decepción sin hacerlo—. ¿Tiene una jodida habitación para que se quede o no?
—Sí tiene. La habitación ciento uno, linda —se dirigió a Rachel con una sonrisa.
—Gracias —Rachel estuvo a punto de entrar, pero recordó que no traía nada suyo consigo—. ¿Podrías buscar algunas de mis pertenencias que dejé en casa?
—¿Cómo dices?
—No creo poder regresar a ese lugar. Al menos no por ahora.
Soberbia exhaló bruscamente el aire cálido que se había acumulado en su boca, y accedió.
—Bien. Te traeré algunas prendas para que no parezcas vagabunda y tu cepillo de dientes.
Rachel agradeció con una mueca extraña y agregó:
—Mi habitación es la del medio. Cuando tengas todo, déjaselo a Sonia para que lo pueda recoger mañana.
Sin agregar palabra, Soberbia se dio media vuelta y se alejó de la residencia para mujeres de la Universidad de Düsseldorf. Dejando a Rachel finalmente sola en ese enorme edificio para que la mujer le diera un veloz recorrido.
—Deberías elegir mejor a los hombres, mi niña —le aconsejó Sonia, quien no pudo mantener la boca cerrada—. Se nota a leguas que el pobre chico no ama a alguien más aparte de sí mismo y eso, tarde o temprano, acabará consumiendo a ambos. Sígueme, te mostraré los cuartos.
Aunque no quisiera admitirlo frente a la dulce mujer, Rachel supo desde el momento en que se besaron que el concepto de «amor» no cabía en el vocabulario del Pecado.
Él mismo lo había dicho: ella no era más que su experimento.
***
De vuelta en la casa Vitae, Soberbia se dedicó a guardar en una valija de viajes todo lo que a Rachel le haría falta.
Mientras sacaba de los cajones varios paquetes de toallas femeninas —porque, aunque las cuatro señoritas con las que vivía no tuvieran su período, sabía de ello—, comenzó a preguntarse si su capacidad para volverse invisible se había esfumado a causa de la humanización.
Jamás la había experimentado, pero suponía que era como estar enfermo sin tener síntomas. Se sentía bien, de hecho, mejor que nunca. Con Rachel.
Que Sonia pudiera verlo como a cualquier otro ser mortal era algo malo.
Si había perdido su invisibilidad, entonces los demás Pecados también. Y no tardarían en ser un blanco fácil si los venatores pisaban suelo mundano nuevamente. Tenía miedo por lo que pasaría después. Por el momento, le alegraba saber que Rachel tenía dónde quedarse.
Ahora debía ingeniárselas para pasar desapercibido ante los compañeros universitarios de la chica. Era su obligación mantenerla a salvo de los peligros que la acechaban.
Agudizó su audición cuando oyó pasos en la habitación contigua nuevamente. La criatura que había asesinado unas horas antes no tenía posibilidades de revivir, al menos no estando en su forma pura.
Entró a la habitación y allí vio lo poco que quedaba del cadáver en descomposición. Era una ventaja para él que las criaturas mágicas desaparecieran al no estar en sus mundos de origen. De lo contrario, correría el riesgo de que la policía local comenzara a sospechar de su existencia. Cuánta suerte tenía.
Volvió la vista hacia la sangre seca sobre la manta floreada. Intentó dejar de respirar por un par de minutos. El aroma que se había desprendido por toda la habitación era hediondo, insoportable.
Sintió algo de pena por la madre de Rachel. Seguramente la había tomado por sorpresa y ni siquiera pudo defenderse del cruel ataque.
Junto a aquel ventanal sin cortina, por donde entraba la tenue luz lunar, su silueta delgada resaltaba más que de costumbre y, aunque estuviese de espaldas, Soberbia sabía que su expresión de pocos amigos se mantenía dibujada en su rostro.
—Los otros te estaban buscando —pronunció en la habitación.
—Lo sé —respondió ella, dándose media vuelta para encararlo—. Me los crucé hace poco y volvimos a separarnos. El punto de encuentro es la Plaza de Los Tulipanes. Pero eso a ti no te interesa.
—¿Qué intentas asumir, Envidia?
—No estoy asumiendo nada, Soberbia. Solo digo lo que es obvio —Envidia caminó en dirección a la puerta de los afiches, pasando las yemas de sus finos dedos sobre los zarpazos profundos que la bestia había dejado—. Gula me dijo que la madre de Rachel sufrió poco. Apenas vio la casa de la humana, todo tipo de recuerdos llegaron a su mente y la devastaron. A veces me pregunto si a ella le tocó el poder más horrible de todos. Los recuerdos dolorosos la perturban de una forma horrenda.
—No le hables de su madre a Rachel cuando estés a solas con ella. Ya ha pasado por mucho.
—Como cualquiera de nosotros —agregó la castaña, sin dejar de admirarse por la fuerza ejercida para derribar aquella puerta de madera—. Veo que le has agarrado cariño a la mundana.
—Lo dices como si fuera algo malo.
—Lo es si en el futuro salimos perjudicados nosotros —su expresión dura paró en los ojos azules del muchacho—. Para tu suerte, y la desgracia del resto, ella deberá permanecer bajo nuestro cuidado hasta que hallemos la manera de que Pereza vuelva y que así borre su memoria.
Soberbia asintió. Sin embargo, la idea de que Rachel lo olvidase le llegaba a provocar algo feo en el pecho.
—Se quedará en la residencia estudiantil hasta que la Alta Comisión sepa qué hacer con ella. Porque supongo Miguel les ha comentado lo ocurrido en Medium.
—Lo sé —esas dos palabras solían molestar a Soberbia. Envidia todo lo sabía, aunque en realidad no supiera nada—. Vámonos de aquí. Supe que una vecina reportó el ataque en esta casa y la policía debe estar en camino.
—¿Y luego qué? ¿Nos ocultamos en los callejones de noche y cuidamos a la humana desde lejos? —preguntó con sarcasmo el Pecado Original—. Por si no lo has notado, nuestra capacidad para volvernos invisibles se ha ido por el tiempo que pasamos aquí.
—Es gracioso que me creas tan básica —se mofó la chica al salir del cuarto que pronto se convertiría en una escena del crimen. Soberbia la siguió por detrás, en completo silencio—. Avaricia se encargará de buscarnos un buen lugar donde pasar los siguientes días, o meses ya que no tenemos idea de cuándo regresaremos a casa. Mientras preocúpate por descansar bien esta noche. Mañana Empezamos con la farsa.
Soberbia se detuvo en seco.
—Explícate.
Envidia se volteó.
—Seremos unos jodidos estudiantes de intercambio en la Universidad de Düsseldorf —anunció ella con un toque de falsa emoción en su voz—. Y ve pensando en un nombre mundano para antes de que eso pase. Llamarte «Soberbia» frente a profesores y estudiantes dará mucho en qué pensar.
El rubio, atónito, no hizo más que asentir a lo que su menor le había comunicado. Se harían pasar por estudiantes nuevos, por humanos de verdad como todos los demás.
Esto sería lo más emocionante que haría luego de milenios a puras rutinas. Únicamente saliendo y visitando lugares por la noche.
No tendría que preocuparse por ser invisible a los ojos de los otros. Ya no más. A partir de mañana, jugaría a ser mortal.
A partir de mañana, vería a Rachel mucho más seguido.
***
—¡¿Cómo que robaste un cajero automático?!
Cuando ya casi amanecía, los Pecados acordaron que irían a la administración de la universidad para pagar sus matrículas y las cuotas de mantenimiento que exigía la Junta de la institución. No podían creer que la formación educativa privada fuera tan disparatadamente cara.
Lo primero que pasó por la cabeza de Soberbia fue preguntar de dónde habían sacado el medio millón de dólares que Lujuria y Envidia estaban contando sobre la cama de aquel barato hotel, en donde pasaron la corta noche.
—Lujuria desinstaló todas las cámaras que daban al cajero automático. Nadie pudo habernos visto, a excepción de unos vagabundos borrachos en la calle contigua. Pero ya sabemos que los policías no les hacen caso a esos sujetos. Deberías relajarte, ¿sabes?
Soberbia frotó sus ojos en señal de estar agotado.
—¿Relajarme? Sí, Avaricia. Voy a relajarme como si estas fueran unas malditas vacaciones y no una especie de misión suicida. Pero tú quédate tranquilo que serás el primero en meter la pata, como siempre lo haces.
El avaro mostró su disgusto con sus labios torcidos. No tenía ánimos para contradecir a Soberbia. Desde que los cazadores habían irrumpido en Medium y capturado a Pereza e Ira, no pudo sentir nada más que culpa. Si tan solo les hubiese advertido de sus recientes premoniciones, no estarían en esa situación tan comprometedora.
Nadie en esa habitación entendía el motivo por el cual Soberbia había amanecido tan alterado. Nadie excepto Envidia, que ya comenzaba a echarle la culpa de su mal humor a cierta humana desgraciada que colmaba su paciencia.
Una vez pasaron por la administración para dejar pagadas las cuotas, el decano indicó que una alumna modelo les daría el recorrido por las instalaciones. Según el hombre, no había mejor bienvenida que la que podían hacer los mismos estudiantes.
En el vestíbulo, junto a las enormes escaleras adornadas con pasamanos de hierro forjado, una chica de piel morena y ojos acaramelados los recibió con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Bienvenidos, nuevos estudiantes! Soy Aisha Oliveira y seré su guía por los legendarios pasillos de nuestra prestigiosa universidad. Primero que nada, déjenme agradecerles por escoger la Universidad de Düsseldorf como el colegio donde pasarán los próximos cuatro años. Como parte del Consejo Estudiantil, es importante destacar que nuestros educadores se encuentran entre los mejores del país. Debe ser un gran honor para ustedes pisar nuestros suelos.
—Si esta chica hubiera recibido a Colón en América, el pobre se habría regresado a España del susto —soltó Gula en un murmuro.
Durante el agobiante recorrido donde Aisha habló sola demostrando el entusiasmo hacia su universidad, Envidia evitó dirigirle la palabra a Soberbia por haber sido tan grosero con Avaricia esa misma mañana.
Soberbia lo notó y, enojado y con el orgullo dolido, se acercó a la castaña del ceño fruncido.
—¿Por qué andas tan callada con la lengua de víbora que te cargas?
—¿Por qué te comportas como un niño, si un par de huevos inflados te cuelgan de la entrepierna?
Soberbia detuvo su andar y ella lo imitó. Vieron pasar de largo a los hermanos junto a la humana, que no dejaba de hablar sobre lo increíble que era la máquina expendedora del segundo piso.
—¿Tienes algún problema conmigo, Envidia?
—Tengo muchos problemas contigo, imbécil —escupió con furia—.Escoge una carta y te diré el que hayas elegido.
—Eres detestable. ¿Lo sabías?
—Y tú un insensible —contraatacó la chica, harta de seguirle el jueguito al mayor—. Avaricia es otro estúpido, pero es tan sensible como un niño de primaria. Si no te disculpas con él para cuando el día acabe, no te quejes de las cosas que te diré frente a tu jodida cara.
—Yo no le hice nada malo a Avaricia —se defendió Soberbia—. ¿Por qué debería disculparme con él?
—Ahí está tu principal problema. Nunca aceptas que te equivocas con los demás y acabas arruinando la poca armonía con la que convivimos todos los malditos días. Madura ya, Soberbia, o yo te haré madurar de una patada en las bolas.
Soberbia quedó boquiabierto ante las crudas palabras de Envidia. Asintió como si su conciencia dominara los mensajes cerebrales de su sistema.
Retomaron su andar antes de que los otros cuatro se les perdieran de vista y no volvieron a tocar el tema.
—Muy bien —dijo Aisha con un tono alegre, deteniéndose frente a una puerta de madera oscura—. Al ser de primer año, todos compartirán la primera clase de Literatura I correspondiente a este semestre. Durante las próximas cuatro horas tendrán dos recesos separados de veinte minutos cada uno, y luego otros cincuenta minutos que son para recuperar energías en la cafetería ubicada en el primer piso. ¿Preguntas?
Los Pecados negaron.
—¡Excelente! —exclamó la muchacha, aferrándose a su pequeña pizarra donde tenía los horarios de cada uno de los alumnos—. Yo soy de segundo año, pero coincidimos en algunas clases con los estudiantes de primero. Así que, si les surge alguna duda o inquietud, le avisan a la presidenta del Consejo Estudiantil, o sea yo. Nos vemos a la hora del almuerzo. ¡Suerte!
Cuando Aisha desapareció por el pasillo, el timbre que indicaba el comienzo de clases sonó.
—Ella me da un poco de miedo, pero es agradable —hizo saber Gula a sus hermanos—. ¿Qué opinas, Envidia?
—Demasiado entusiasta para mi gusto.
—¿Por qué no me sorprende? —la molestó Avaricia, quien ya estaba de mejor humor.
—Tarado —musitó Lujuria mientras sujetaba el picaporte—. Es hora de fingir ser normal como el resto del mundo y pasar desapercibidos por los hijos de la élite.
Al entrar al salón, alrededor de veinte pares de ojos los recibieron, paseando sus miradas de arriba a abajo y preguntándose quiénes eran esos cinco chicos que se veían increíblemente bien. Aunque el profesor que estaba parado frente al pizarrón los estuviese sermoneando por llegar dos minutos tarde, Soberbia solo pudo prestar atención a la muchacha cuyos ojos esmeraldas resaltaban entre tanto mechón azabache y piel blanca como las nubes.
Compartiría su primera clase como alumno falso con Rachel Vitae.
***
¿Sienten la emoción del primer día de clases de los pecados? 😏
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