24
Cuando veo a Esme desaparecer tras la puerta principal de mi casa, siento que con ella se ha marchado parte de la luz que ilumina el salón. A pesar de que me he quedado completamente solo, de pie en medio de ninguna parte, soy incapaz de moverme para reaccionar a todo lo que acaba de pasar. Sin embargo, en mi interior, lo último que hay es quietud y calma. Decenas de sentimientos, pensamientos y reacciones se mezclan en un huracán confuso que me abruma y probablemente sea el causante de mi incapacidad de moverme.
Tras varios minutos —u horas, no soy capaz de saberlo a ciencia cierta— logro reaccionar y lo primero que hago es soltar un profundo suspiro que aplaca gran parte de ese torbellino en el que se ha convertido mi mente. Miro a mi alrededor, como si estuviera buscando una salvación que caiga del cielo y me saque del huracán, pero sigo solo, evidentemente. Resulta casi irrisoria la soledad que siento a pesar de estar rodeado de personas en todo momento, personas que claman su amor y adoración por mí. Personas que no me conocen en realidad, y probablemente no quieran conocerme de verdad.
No hay peor soledad que la que sentimos cuando estamos rodeados de gente.
Mis ojos dan con mi enorme jardín y las luces brillantes de la ciudad que se ven a lo lejos. Sin pensarlo, abro las puertas de cristal para salir y encaramarme a la barandilla de cristal. Siempre que estoy solo en casa, me gusta estar aquí de pie y mirar la ciudad en silencio. Estos momentos suelen repetirse a menudo, muy a mi pesar, aunque hoy lo agradezco. Tengo mucho en lo que pensar y la soledad, lejos de desanimarme, me ayudará a poner mis ideas en orden.
¿Qué he estado a punto de hacer esta noche?
Un error garrafal, catastrófico... ¿verdad? Sí, besar a Esme hoy hubiera sido un grave error, tanto por mi parte como por la suya. Llevo diez años con Stella, tenemos una relación consolidada, nos queremos... Por otro lado, Esme acaba de salir de una relación tormentosa y, aunque tal vez no sea yo el que debe juzgarlo, no creo que lo mejor sea tomar una decisión tan impulsiva como esta. Seguramente ni siquiera quisiera besarme, probablemente su intención solo era apartar de su mente todo ese lío de pensamientos después de un día tan tormentoso. Sorprendentemente, mi ceño se frunce ante esa perspectiva. No, Esme no siente eso por mí y es lo correcto, ¿verdad? Somos amigos, siempre fuimos amigos y deberíamos haberlo sido durante todos estos años, por eso ahora hemos vuelto a reconectar de forma tan rápida.
Entonces, ¿por qué me duele pensar que Esme no quería besarme esta noche?
El color asciende a mis mejillas al hacerme esa pregunta y me paso las manos por el pelo, sintiendo cómo mi cabeza se ata en un nudo cada vez más apretado y complejo en lugar de deshacerse mediante mis cavilaciones, como era mi intención. El silencio y la soledad de la noche hace que emerjan preguntas en mi interior que no esperaba, pero ya no hay vuelta atrás. No puedo dejar este dilema a un lado, no después de haberlo sacado a la luz.
No después de saber que mi primer amor me correspondió cuando más la anhelaba.
Dios, ¡si lo hubiera sabido entonces! Mi vida hubiera sido distinta, incluso diría que... mejor. No hubiera tenido que enamorarme de mi pareja porque ya lo estaría, no tendría que adaptarme a todo aquello que no quiero hacer pero "debería por el bien de mi carrera". Podría haber perseguido mi pasión junto a la persona que quiero, caminando a su lado hasta ese éxito que no necesariamente conllevaría la fama y el dinero, sino el amor por el cine. Podría haber sido yo mismo, sin más.
Las imágenes de esa vida que pudo ser y jamás fue se suceden en mi mente sin control, ofreciéndome la visión de una experiencia perfecta, sin fallos, sin tristezas, sin soledad. Mis labios se curvan en una sonrisa involuntaria, sintiendo cómo mis mejillas se sonrojan con más violencia. Esme, yo, nuestra vida compartida, el amor, la...
El estridente sonido de mi móvil me saca súbitamente de mi ensoñamiento, devolviéndome a la solitaria realidad de la que estaba tratando de escapar desesperadamente. Una parte de mí, pequeña, agradece este estrepitoso despertar, pero el resto de mi cuerpo se rebulle, tratando de volver a esa falsa vida que tanto deseo. Con un suspiro, alzo mi móvil y veo que Oliver me está llamando por FaceTime. Sin pensar demasiado, pulso el botón verde y esbozo una sonrisa inocente.
—¿Qué pasa, tío? Es tarde, ¿es que vas a intentar liarme de nuevo para salir de fiesta? —saludo con efusividad, aunque mi mejor amigo está demasiado agitado para devolverme la sonrisa.
—Nate, me he enterado de algo importante. Es... bastante grave, al menos si es verdad, lo cual creo con bastante firmeza. Bueno, no lo he podido comprobar al cien por cien, pero lo que he visto es suficiente para...
—Ollie, ey —interrumpo con toda la delicadeza posible, ya que mi amigo está empezando a divagar por el nerviosismo—. Respira, tío, cálmate. No te entiendo, ¿me lo puedes explicar más despacio?
Mi amigo respira hondo al otro lado de la línea y aprovecho la pausa para tratar de identificar su estado de ánimo. No parece triste o irritado por algo que le haya pasado a él, lo cual me alivia, pero está claro que hay algo que le enfada.
—Bueno, ¿recuerdas que te dije que Dean Smith se había mudado a mi edificio hace unos meses? Te lo dije cuando me lo encontré en el vestíbulo, con ese estúpido pelo rubio oxigenado suyo y esos aires de amo y señor de todo.
—Sí, claro, ¿qué pasa con él? ¿Dean te ha hecho algo? ¿Mal vecino, música demasiado alta...? —pregunto, sin saber qué tiene que ver ese actor de realities con la agitación que tiñe la voz de mi mejor amigo.
—No, nada de eso. Verás, me lo he vuelto a encontrar en el vestíbulo cuando he vuelto a casa, aunque... esta vez no estaba solo. A su lado, había una mujer con gafas de sol y gorro, como si estuviera tratando de esconderse, aunque ha conseguido todo lo contrario en mi caso, porque nadie usa pamela y gafas de sol dentro de un edificio y de noche, claro. Cuando les he visto entrar por la puerta, había algo que me resultaba familiar en ella y me he entretenido a propósito para verles mejor... Y entonces se pararon a esperar al ascensor, abrazándose, besándose y todo eso y... —Oliver suelta un suspiro y hace una pausa, mirando a su alrededor antes de soltar la bomba—. Nate, ella era Stella.
Esas cuatro palabras deberían caer sobre mí como un jarro de agua fría. Deberían hacer que el alma se me cayera a los pies y el color huyese de mi rostro, dejándome tan dolorido como si acabase de impactar contra el suelo tras una larga caída. Sin embargo, todo lo que escapa de mis labios es una exhalación calmada, controlada, pausada.
—¿Estás seguro de que era ella, Oliver? ¿Tienes pruebas?
—Eh, esto... Sí, les tomé unas cuantas fotos y vídeos en plan paparazi mientras fingía recoger el correo y analizar lo hermosas que son las plantas de plástico de mi vestíbulo —balbucea mi mejor amigo, claramente confuso ante mi reacción mientras pulsa varios botones en su pantalla, dejándome ver un perfecto plano de su papada—. Te acabo de mandar todo lo que he sacado, pero... Nate, ¿estás bien?
No respondo inmediatamente, ya que primero me ocupo de mirar todo lo que me ha mandado. Primero veo cinco fotos y reconozco a Stella sin necesidad de que mire a cámara. Su figura es inconfundible y además, esa pamela se la regalé yo el año pasado. Primero les veo abrazados, caminando hacia el ascensor entre risas. En la última foto, están parados frente a las puertas cerradas, besándose como si no les importase que nadie les viese. El último mensaje es un vídeo de unos cuarenta segundos, enmarcado por unas hojas que a veces bloquean parte de la vista, resaltando lo que ha dicho Oliver sobre esconderse tras las plantas de su vestíbulo. En otras circunstancias, imaginarme a mi amigo agazapado tras un ficus de plástico mientras hace su labor de paparazi me resultaría sumamente cómico, pero ahora solo puedo pensar en lo que muestra mi pantalla.
Dean y Stella comparten un apasionado beso, olvidándose por completo de dónde están y de los posibles ojos que podrían estar observándoles (o grabándoles detrás de una planta de plástico). En mitad del apasionado beso, la pamela de Stella cae al suelo y ella se agacha corriendo a recogerla, lo cual solo hace que se le caigan también las gafas. Por fortuna para ella, las puertas del ascensor se abren en ese momento y ambos corren al interior, no sin antes ofrecer un plano claro de sus rostros descubiertos.
—Vaya, se ve que pensaba que Stella es más inteligente de lo que realmente es, especialmente cuando se trata de ocultar sus vergüenzas. Si no fuese por el vídeo, juraría que es una broma.
Oliver traga saliva al escucharme después de tanto tiempo y noto que su actitud es la misma que alguien tendría cuando se encuentra con un animalillo herido al que quiere ayudar, pero no sabe cómo va a reaccionar; cauteloso, esperando a cualquier señal que le indique qué acción realizar para ayudar.
—Nate, ¿estás...? ¿Cómo estás?
—Bien —respondo con calma, mirando el rostro preocupado de Oliver para que lo confirme por sí mismo—. De verdad. No sé, no me sorprende, no me... duele. Sí, me enfada esta falta de respeto, la mentira y la traición, pero no me duele como debería hacerlo tratándose de la mujer a la que amo. Creo que, en el fondo, siempre lo he sabido, ¿sabes? Pero nunca me ha importado, porque soy un cobarde.
—Nate, no eres ningún cobarde, vamos...
—Sí lo soy, Oliver. Llevo diez años convenciéndome cada mañana de que amo a la mujer que está tumbada a mi lado, experimentando una relación que más que eso parece un acuerdo de negocios. Llevo cegándome a propósito durante quién sabe cuántos años, sabiendo que es mejor para mi estabilidad y mi carrera que todo parezca ir bien en lugar de que todo realmente vaya bien. Yo, el hombre que siempre ha querido vivir un amor de verdad, relegándose a vivir una mentira, ¿y para qué? ¿Por fama? ¿Dinero? No merece la pena sacrificar tu vida por ninguna de esas cosas. Solo un cobarde se relegaría a vivir una mentira por algo tan superficial.
—Nate, nada de esto es culpa tuya. Sé que lo sabes, está claro, pero no está de más que te lo diga. No es culpa tuya que te engañen, ni tampoco lo es que pensases que estar con ella era tu mejor opción aunque no te enamorases en un primer momento. La única culpable es ella. Tú eres una de las muchas víctimas de sus acciones egoístas.
—Eso sería así si yo no supiera nada de todo esto, pero lo sabía, Oliver —respondo, recordando las miles de ocasiones en las que decidí ignorar todas esas banderas rojas que ondeaban alrededor de las acciones de Stella—. ¿Te crees que nunca me di cuenta de que era yo el que siempre la llamaba primero cuando estábamos separados, y que si yo no lo hacía, ella ni siquiera me mandaba un mensaje? ¿Que me tragaba sus excusas de que todas las veces que no está en casa es por trabajo, incluso a estas horas de la noche? ¿Que no escuchaba cómo resaltaba lo bien que quedarían ciertos comportamientos de cara al público, sin pensar en lo que yo sentía? Sí, claro que me daba cuenta. Sencillamente, elegía ignorarlo porque la alternativa era estar solo y... —Mi voz se extingue al recordar la soledad que me ha llevado al jardín, que lo hace casi cada día, y los pensamientos que me asaltan cuando esta se abre camino en mi cabeza—. Estar solo y pensar en que fui lo suficientemente estúpido y cobarde como para dejar escapar a la única mujer que he amado en mi vida.
Los ojos de Oliver doblan su tamaño al escuchar mi confesión, esa afirmación tan estúpidamente evidente que he tardado diez años en afirmar en voz alta. Le veo abrir la boca para responder, pero entonces escucho a mi espalda el ruido que indica que ya no estoy solo en casa. El servicio se ha marchado hace rato, así que solo puede ser una persona, la persona exacta con la que tengo que hablar de una vez por todas.
—Oliver, tengo que dejarte. Stella acaba de llegar y voy a poner las cartas sobre la mesa. Luego te llamo, ¿vale? Pero esto termina aquí, te lo prometo.
Mi mejor amigo asiente con nerviosismo antes de colgar. Mis pies parecen moverse solos al entrar de nuevo en casa y veo a Stella caminar hacia nuestra habitación como si yo ni siquiera estuviera en casa.
—Hola, Stella —digo con calma. Ella se para para saludarme con un gesto, como si fuese un antiguo compañero de instituto que se ha encontrado por la calle, pero quiere evitar a toda costa. Sin abrir la boca, empieza a ascender por las escaleras hacia nuestro dormitorio—. ¿Qué tal con Dean? ¿Lo habéis pasado bien?
Los suaves golpes de sus tacones contra el mármol cesan en el instante en el que hablo y la veo girarse para mirarme, esta vez preocupándose por analizar cada detalle que me compone. Yo camino hacia las escaleras con calma, quedándome de pie a pocos pasos de ellas. Su rostro no refleja culpa, ni vergüenza, ni aflicción, ni ninguna señal que indique que su novio de hace diez años acaba de dejarle claro que sabe que le pone los cuernos. Sus ojos se limitan a analizarme, como una serpiente que está a punto de atacar a una presa más pequeña y débil.
Pero yo no soy una presa, ni soy débil. Si ella es una serpiente, yo soy un león: grande, calmado, pero con orgullo suficiente como para defender mi propia persona de un ser que no supone mayor amenaza para él.
—¿Qué quieres, Nate? —pregunta, dejando claro que no piensa perder el tiempo con excusas o discusiones.
—Lo sabes perfectamente, Stella. Lo sabías cuando me conociste y por eso estamos aquí ahora. Te aprovechaste de que yo pensaba que no podía tenerlo para convencerme de que tú eras la mujer adecuada para mí. Te aprovechaste de mí, lo sabes tan bien como yo.
—¿Me aproveche de ti? —pregunta, soltando una risa seca mientras baja los escalones y camina hacia mí—. Lo dices tú, el hombre que no tendría nada de lo que tiene ahora de no ser por mí. Cuando te conocí no eras nadie, Nathaniel. Gracias a mí lo eres todo, ¿así que quién se aprovechó de quién realmente?
—No voy a perder el tiempo explicándote algo que ya sabes. Me marcho a un hotel, mañana hablamos de la casa y todo lo demás, pero todo esto ha terminado. Estoy harto de vivir esta mentira.
Stella salva la distancia entre nosotros hasta que nos separa menos de un metro, sonriendo con sorna. Mientras camina a mi alrededor, se asemeja cada vez más a un depredador que acecha a su presa, pero yo me limito a observarla sin inmutarme.
—No, no ha terminado. ¿Crees que no sé que has estado todos estos meses follándote a esa zorrita que tanto quieres mientras estabais en Nueva York? No vayas de digno, Nate, eres la misma escoria de la que me acusas ser a mí. Sin embargo, yo sé que el fin de esta relación solo perjudicaría mi carrera y no pienso permitir que tú me hagas perder todo por lo que he luchado durante tantos años solo por esa estúpida llorona. No, en absoluto. Vas a seguir conmigo, lo quieras o no, porque no tienes alternativa.
—¿Crees que me asustas? ¿Que sigo siendo el mismo chiquillo idiota que era hace diez años? Porque estás muy equivocada, Stella. No voy a permitir que me uses a tu conveniencia como llevas haciendo todo este tiempo. Me marcho de aquí, mañana hablamos.
Con un rápido movimiento, esquivo su figura y empiezo a ascender por las escaleras hacia mi habitación para empaquetar lo necesario en una pequeña mochila. Apenas avanzo unos escalones antes de escuchar unas palabras que me dejan helado en el sitio.
—Si me dejas, diré que has abusado de mí.
Me giro lentamente y miro a Stella con asco, sin creer lo que acabo de escuchar.
—No te atreverás.
—Oh, claro que me atreveré —responde con una sonrisa de pura maldad y en sus ojos veo la ira de su narcisismo herido, la mirada de alguien que es capaz de hacer cualquier cosa para conseguir lo que quiere—. Y me creerán. Haré lo que hizo tu zorrita el otro día y tendré a todo el mundo en la palma de mi mano, como ella. Si sales por esa puerta, pondré varias fotos de mis moratones con una historia lacrimógena, y todos me creerán. De hecho, estoy segura de que más de una persona atará cabos y pensarán en la casualidad de que Esmeralda tenga esos moratones justo cuando estaba contigo. Nathaniel Scott, de chico de oro de Hollywood a maltratador de mujeres. ¿Qué te parece? A la prensa le va a encantar.
Mi interior es una pira de sentimientos a punto de explotar, ardiendo con tanta violencia que temo ser yo el que estalle en cualquier momento. Ira, rabia, impotencia, desesperación, asco... Si las miradas matasen, Stella se habría desintegrado hace varios minutos, pero sigue mirándome con esa expresión resuelta de las personas que saben que tienen la sartén por el mango. Mi mente funciona a mil por hora, tratando de encontrar una alternativa al camino por el que me fuerza a caminar Stella. No puedo permitir que piensen que he maltratado a Esme, no pienso dejar que arrastren su dolor por las televisiones con falsas historias. Si Stella quiere dañar a alguien, que sea solo a mí. No tengo escapatoria.
La serpiente ha mordido al león y ahora este languidece en el suelo, presa del veneno.
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