23
—¡Toma ya, princesita, otra carrera ganada por el gran Bowser!
Mi clamor de victoria se mezcla con los quejidos que profiere Esme al perder y los ruiditos de los personajes que desfilan por la pantalla. Una vez más, mi corredor ha vencido a la pequeña princesa Peach manejada por Esme. Hemos decidido jugar un campeonato, como solíamos hacer, en el que para vencer definitivamente, debes ganar más copas totales que el contrario. Esta victoria ha provocado un empate y la próxima carrera será la que determine al vencedor.
—¡Eh, eh, menos humos que todavía queda una y Peach te va a demostrar por qué es la reina! —declara antes de buscar un circuito en específico, que pronto reconozco como su favorito porque también es el que más odio—. Me toca elegir así que vamos a correr en el... ¡Centro Cocotero!
—¡No, no, no, por Dios, gemita! ¡No cojas el puto centro comercial, haré lo que sea! ¡Me creo un perfil de TikTok y bailo un trend de esos, o te llevo a caballito durante el resto de nuestras vidas, lo que sea!
—Por muy tentador que suene verte bailando o maquillándote como un dibujo animado, mi decisión es firme, malote. Siéntate y prepárate para ser aplastado por la princesa Peach.
Su firme declaración me demuestra que no está dispuesta a cambiar de opinión, por lo que gruño por lo bajo antes de coger de nuevo el volante y sentarme con toda la seriedad del mundo, como si estuviera a punto de conducir un coche de verdad. Esme también se prepara, y en cuanto suena el pistoletazo de salida, ambos pisamos el acelerador a tope. En su pantalla, veo cómo aprovecha la ventaja que le da el reducido tamaño de su personaje para colarse por todos los atajos, lo cual es imposible para alguien tan grande como Bowser. En este circuito, el tamaño tan grande de mi personaje favorito no sirve para aplastar al resto. De hecho, solo es un inconveniente inevitable. Por fortuna, mi práctica con este juego me lleva a alcanzar a Esme pero, cuando trato de adelantarla, se gira contra mí y me tira por un precipicio deshaciéndose en carcajadas.
—¡Eh, eh, árbitro, tarjeta roja! —me quejo, apretando los botones con más fuerza, como si así fuesen a prestarme más atención—. ¡Eres una abusona, gemita! ¡Vas de mosquita muerta pero luego eres mortal!
—¡Lo siento, no puedo escuchar tus lloros desde la línea de meta, grandullón! ¡Mira, mira cómo mi culito rosa te aplasta para siempre!
Peach cruza la línea de meta en primer lugar y Esme suelta el mando para ponerse a bailar delante de mí, haciendo el mismo baile de la victoria que hace diez años y dice haber inventado cuando tenía ocho. Tratando de aguantarme la sonrisa, me cruzo de brazos y me dejo caer sobre el respaldo del sofá, como un niño pequeño con una pataleta silenciosa.
—Eres una tramposa y una abusona pero sigues librándote porque eres adorable. Llevas diez años comprando al árbitro y nunca lo admitirás.
—¿Cómo? ¿Qué dices? —pregunta, acercando su oído a mi boca como si no pudiera escucharme—. Lo siento, no entiendo el idioma de los perdedores.
Me quedo mirándola con los ojos entornados, dejando que se confíe y se regodee con esa sonrisa victoriosa en su rostro antes de levantarme por sorpresa y cogerla como un saco de patatas, dando vueltas sobre mí mismo. Esme empieza a chillar y yo río, recordando todas las veces que me he aprovechado de mi superioridad de tamaño para hacer esto mismo.
—¡Pídeme perdón y admite tus crímenes para que te suelte, delincuente!
—¡Jamás! —chilla y siento un leve cachetazo en el culo que me sorprende.
Entonces, la suelto con cuidado sobre el sofá con el dramatismo pintado en el rostro, incluso tapándome la boca con la mano. Soy la viva imagen de la ofensa y Esme se limita a sacarme la lengua con insolencia.
—¡¿Me has tocado el culo?!
—¡Sí, ¿y qué vas a hacer?! —responde con bravura antes de ser atacada por mis cosquillas.
—¡Pide perdón por tu historial de delincuencia o morirás a manos del mostruo de las cosquillas!
—¡Vale, vale! ¡Pido perdón y admito que soy una criminal desde hace diez años!
En cuanto escucho su disculpa ahogada por sus carcajadas desenfrenadas, freno mi ataque de cosquillas en seco y me dejo caer a su lado en el sofá con una sonrisa de satisfacción. Mis propias mejillas duelen de tanto sonreír y no puedo evitar pensar en el hecho de que no me lo había pasado tan bien con alguien en estos años sin ella. Mi rostro me recuerda lo poco acostumbrado que está a sonreír de forma genuina durante tanto tiempo seguido.
—Echaba mucho de menos hacer todas estas cosas —murmuro sin pensar, girando la cabeza para mirarle a los ojos.
—¿Cómo que lo echabas de menos? Si tienes todas las consolas del mercado y casi todos los videojuegos que han sacado, ¿es que no juegas con Stella o tus amigos?
—Si fuera por Stella, todas mis consolas y los videojuegos irían directos a la basura porque dice que son para críos y no pegan con el salón, así que puedes imaginarte que no —respondo con un pequeño bufido—. Y nuestros amigos son como ella. Solo juego con Oliver, ¿te acuerdas de él? Le conocí más o menos cuando te conocí a ti y es el único amigo que tengo que no piensa que todo esto es para niños pequeños.
—Yo tampoco y no sabía lo mucho que lo necesitaba hasta ahora, ¿sabes? Ha sido como salir a respirar después de estar mucho tiempo bajo el agua. Con Ryan nunca he jugado a nada. De hecho... creo que nunca he hecho nada divertido con él, al menos divertido para mí. Solo salíamos de fiesta con nuestros amigos en común, que realmente eran sus amigos, o nos íbamos de vacaciones a esos sitios a los que va todo el mundo para publicar lo maravillosas que son sus vidas en redes sociales.
Mientras habla, tomo a Esme de la mano y empiezo a jugar con sus dedos distraídamente, aunque prestándole atención. Es inevitable para mí, siempre necesito estar moviéndome o haciendo algo para distraerme, lo cual a ella siempre le ha parecido increíblemente gracioso. Cuando nos conocimos, Esme solía decir que tenía un petardo en el culo.
Al pensar por enésima vez en el pasado que comparto con ella y escuchar cómo ambos dejamos de hacer algo que adoramos por nuestras respectivas parejas, no puedo evitar que ciertos pensamientos que ahora parecen recurrentes aparezcan en mi cabeza. Instintivamente, piso el freno como siempre hago cada vez que me visitan, pero algo me hace querer que los deje fluir. Mirar los ojos castaños de Esme brillando como su sonrisa hace que me olvide de ese freno que controla lo que pienso, digo y hago, y ahora no puedo hacer otra cosa que dejarme llevar por completo.
—Me arrepiento mucho de no haber seguido en contacto contigo. Fui un idiota por haberme distanciado y nunca voy a dejar de repetírmelo. Si pudiera volver atrás, me pegaría un puñetazo en la cara y te seguiría llamando todos los días para vernos y hablar, jugar a videojuegos, ir al karaoke... o simplemente pasar el rato como solíamos hacer. Nunca me lo he pasado tan bien con alguien como contigo.
—Bueno, también fue culpa mía —murmura tras una pausa, sin apartar sus ojos de los míos—. En ese momento pensaba que mis razones eran lógicas y que era lo mejor para mí, pero ahora veo lo equivocada que estaba. Creía que era muy madura y adulta cuando no era más que una cría, y por eso cometí un error de niña tonta. Tú siempre has sido la persona con la que mejor lo he pasado y aun así me distancié de ti.
—No digas eso, Esme, por favor. Tú no eres una niña idiota y seguramente si tomaste esa decisión fue por algo. A ver, ¿cuáles fueron esas razones? Ya verás como no son tan tontas.
Mi pregunta parece pillarle por sorpresa y aparta su mirada de la mía por primera vez, sonrojándose en silencio. Tal vez podría parecer que no quiere responderme y ha decidido ignorarme, pero sus ojos dicen otra cosa. En ellos, veo sucederse mil sentimientos distintos, como una variada paleta de colores, y la chispa que los ilumina brilla con más fuerza. No está ignorándome, está escogiendo las palabras exactas con las que responderme y, por su forma de pensarlas, sé que sus razones serán inesperadas para mí.
—Me enamoré de ti —responde finalmente con una sonrisa triste—. Estuve loca por ti en silencio durante semanas hasta que encontré el valor de confesarte lo que sentía, pero antes de que pudiera hacerlo, empezaste a salir con Stella. Ya ves lo tonta que fui, mandando a la basura una amistad porque me dolía no poder estar contigo. Mi inmadurez me impidió asumir que podíamos seguir siendo amigos aunque tú estuvieras con otra persona y que mis sentimientos eventualmente desaparecerían. Solo podía pensar en lo mucho que me dolía estar cerca de ti sabiendo que nunca sentirías lo mismo por mí.
Mis ojos doblan su tamaño al escuchar la bomba que acaba de soltar, una inesperada confesión que me ha pillado completamente fuera de juego. Noto cómo mi corazón empieza a latir a tres mil por hora y mi cerebro es incapaz de pensar en algo coherente. Lo único que siento en mi interior es una sucesión de fuegos artificiales deshaciendo el nudo que tenía en el estómago a base de coloridas explosiones. Juraría que estoy en un sueño, que estoy volviendo a imaginarme aquello que he querido escuchar durante tanto tiempo, pero no, esto es la pura realidad.
Jamás pensé que escucharía esas palabras tan hermosas salir de sus labios.
—Dios, ¿en serio? ¿Cuándo te empecé a gustar? —balbuceo, volviendo poco a poco al mundo real y asumiendo un millar de cosas a la vez.
—Pues un poco antes de terminar de grabar la película. Tan solo nos quedaba por grabar esa escena en Las Vegas, la del restaurante mexicano... Bueno, ahí fue cuando me di cuenta, pero... estoy segura de que empecé a sentirme así desde la primera vez que hablamos. Fue... amor a primera vista, supongo.
Su nueva confesión me hace soltar un quejido de frustración desde lo más profundo de mi ser al pensar en todo lo que hubiera ocurrido si hubiera sabido esta información entonces y no ahora, diez años después. Si hubiera sabido que Esme sentía algo por mí, habría tomado otras decisiones, habría hecho tantas cosas de otra manera...
Mi vida entera habría cambiado a mejor.
—¡Joder, ¿y por qué no me lo dijiste?! Dios, ¡si lo hubiera sabido, nada habría sido igual! Yo estaba loco por ti desde que te conocí, pero pensaba que eras demasiado para mí, ¡sabía que eras demasiado para mí! Estuve meses intentando olvidarme de ti, incluso... —Algo me impide terminar la frase y hago una pausa para respirar hondo, dejando escapar un suspiro de resignación—. Estaba convencido de que yo no era suficiente para ti, de que merecías más. Si hubiese sabido esto entonces...
—¿Qué hubiera pasado?
Mi corazón empieza a latir con la fuerza y rapidez de un carro de caballos al escuchar su pregunta y alzo la mirada al mismo tiempo que ella. Parece sorprendida, como si no hubiera querido decir nada pero no hubiera podido evitarlo. La pena y el deseo frustrado me exprimen el corazón, impulsándome a hacer algo sin saber el qué. No sé si Esme ve esos sentimientos a través de mis ojos, porque los suyos pasan a reflejar tristeza, melancolía, nostalgía, frustración... Siento que me estoy mirando a un espejo y vuelvo a pensar en esa vida que no pude tener por culpa de una decisión tonta que tomé cuando no era más que un crío.
Por mucho que intente evitarlo, el futuro que no fue y pudo haber sido irrumpe en mi cabeza como una violenta cascada, empapándome de recuerdos.
Nos veo hace diez años teniendo esta misma conversación aunque, en lugar de pena, lo que hay en nuestros rostros es la alegría más pura. Veo nuestra relación convirtiéndose en una realidad y nuestras carreras avanzando de la mano, movidos por nuestra pasión compartida por el cine, en lugar de por el hambre de fama. Nos veo viviendo juntos, jugando a videojuegos, celebrando nuestros respectivos logros, viajando a aquellos lugares que amamos, creciendo juntos... Nos veo siendo mejores amigos, amantes y novios, todo lo que siempre quise y nunca pude tener con ella.
—Te hubiera dicho que sí. Eras lo que más quería en el mundo y me hubiera hecho el hombre más feliz sobre la faz de la tierra saber que alguien tan maravilloso como tú sentía algo por mí. Hubieras cumplido todos mis sueños y mi vida hubiera sido perfecta.
Esme me escucha sin dejar de mirarme y podría jurar que tras sus ojos también se está sucediendo todas esas imágenes del futuro que podríamos haber compartido. Ni siquiera sé exactamente lo que estoy diciendo, pero me da igual. Mi cabeza ha dejado de tener control sobre mi cuerpo y ahora es mi corazón el que habla a través de mis labios y me controla como a una marioneta.
Poco a poco, empiezo a acercarme a Esme, acortando la distancia que nos separa. No puedo pensar en nada; ni en Stella, ni en los años que han pasado, ni en todo lo que implicaría lo que estoy a punto de hacer... Solo tengo una única cosa en mente, clara como el agua:
Quiero a Esmeralda Knightley.
De repente, un ruido chirriante me devuelve a la realidad y me separo de ella antes de que nuestros labios se rocen, mirando sorprendido a mi alrededor. Siento pánico y confusión al darme cuenta de lo que ha estado a punto de pasar mientras veo a Esme rescatando su móvil del bolsillo, cogiendo la llamada que ha provocado la interrupción. Su rostro está completamente rojo y respira muy rápido, incapaz de centrar la mirada en un único punto debido al nerviosismo que la domina.
Escucho una voz de mujer al otro lado de la línea y la miro cuando se levanta. Sus ojos me evitan, como si sintiera terror tras lo que casi ha pasado entre nosotros. Poco a poco, vuelvo a la realidad, y mis propias mejillas se vuelven rojas por la vergüenza y la incomodidad. Me revuelvo en mi asiento del sofá, tratando de hallar algo que hacer que no refleje lo avergonzado que me siento, pero solo puedo quedarme sentado y escuchar lo que responde Esme.
—¿Qué pasa la semana que viene, mamá? —pregunta, confusa, y la respuesta proveniente del otro lado de la línea le hace balbucear y negar con la cabeza—. No, mamá, me acuerdo perfectamente, no te preocupes...
Mientras su madre habla sin parar, Esme empieza a coger sus cosas de forma atropellada, evitando mirarme bajo cualquier circunstancia. Quiero decirle algo, hablar de lo que acaba de pasar e intentar solucionarlo, pero interrumpir la conversación telefónica solo haría que todo esto fuese más incómodo de lo que ya es. Tratando de encontrar las palabras correctas sin lograrlo, veo a Esme salir por la puerta de mi casa con el móvil sujeto entre la oreja y el hombro.
Y así, mi vida perfecta vuelve a escaparse ante mis ojos sin que yo pueda hacer nada para evitarlo.
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