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19

La sonrisa de Esme brilla más que todos los adornos que hemos visto esta noche juntos.

No quiero quedarme mirándola como un bobo mientras caminamos por las calles de este peculiar pueblecito navideño en el que se ha convertido parte de Brooklyn, pero su sonrisa es tan luminosa que atraería la atracción de cualquiera a nuestro alrededor, mucho más que las decoraciones que vemos. Cuando hemos empezado a jugar, su risa ha sido el broche de oro para iluminar aún más la noche, y siento que me han puesto dos pinzas en los extremos de mis labios para mantenerlos en una sonrisa permanente.

El coqueto vecindario apenas tiene un puñado de personas caminando por sus calles junto a nosotros, por lo que cuando llegamos al fin de la calle y vemos los cafés, tiendecitas y restaurantes, no hay una multitud en ninguno de ellos. Ya tenía previsto este hecho porque quería que Esme estuviera lo más alejada posible de la esfera pública tras el anuncio que ha hecho arder las redes. Sí, tal vez ella se haya rehusado a mirar la reacción del mundo a la publicación que ha hecho en redes, pero yo sí he estado pendiente. Sé que tal vez no haya sido la mejor idea teniendo en cuenta lo crueles y viscerales que pueden ser las personas tras la seguridad del anonimato, y por eso me he planteado evitarlo como ha hecho Esme, hasta que he visto sin querer los primeros comentarios.

Para mi sorpresa, he presenciado un tsunami de apoyo, amor y ánimo dirigido a Esme por parte de cientos de miles de personas alrededor del planeta. No las tenía todas conmigo a la hora de saber cómo reaccionaría la gente, por lo que ver lo ocurrido me ha hecho respirar aliviado. Tal vez los peces gordos de Hollywood no se vayan a pronunciar acerca del asunto hasta que se empiece a esclarecer todo con pruebas judiciales, pero saber que Esme no está recibiendo acoso por parte del público, y es poco probable que lo reciba en el futuro, es enormemente reconfortante.

—¿Te apetece tomar un chocolate caliente o cenar algo? Podemos hacer lo que quieras —ofrezco, señalando a los distintos establecimientos. Todos son pequeños, de barrio, y tienen esa apariencia cálida que siempre reviste a este tipo de lugares.

—¿Pueden ser ambos? Primero un chocolate y luego podemos cenar. Todos estos sitios tienen una pinta increíble y no quiero salir de este pueblecito navideño todavía.

—¡Claro! Podemos hacer lo que quieras, solo guíame hacia el café que más te guste.

Le compraría cualquiera de las casas que hemos visto hoy ahora mismo si ella me lo pidiera.

—Mira, ese es muy cuco y huele que alimenta —dice señalando a un café cercano, caminando cogida de mi brazo hacia allí—. Y como tú me has traído hasta aquí hoy, yo te quiero invitar al chocolate y a la cena.

—Si te piensas que voy a dejarte sacar un solo dólar del bolso para pagar algo por mí es que no me conoces, gemita. Como mínimo, yo voy a pagar por lo mío y te ofrezco invitarte a lo que pidas también aunque sé que me vas a mandar a freír espárragos.

—Tú mismo lo has dicho, querido, y lo mismo te digo. Entonces pagaremos cada uno lo nuestro para que nadie se vaya a freír nada y todo el mundo quede contento.

Esme esboza una sonrisita antes de entrar en el café cuando le abro la puerta. A pesar de tener la mascarilla en el cuello en lugar de tapando su boca, veo que está cómoda entrando en el establecimiento con la cara destapada. La gente que hay por las mesas ni siquiera nos mira y no puedo evitar sonreír, sintiendo que estamos en una especie de burbuja en la que podemos ser nosotros mismos.

—Vaya, ¡mira todos los tipos de chocolates que tienen! —dice Esme al abrir la carta, abriendo los ojos como platos—. Con canela, con vainilla, dulce de leche, chocolate blanco, con nata, con nubes de azúcar... ¡No sé ni por cuál decidirme!

—Yo he visto exactamente el que quiero, ¡mira! Nunca había visto este chocolate en la vida real, pensé que era imposible de hacer o algo así. ¡Mira qué buena pinta!

En la foto a la que señalo se ve la versión real del chocolate caliente que Ned Flanders le prepara a Bart en la película de Los Simpson, una bebida que llevo años soñando con probar debido a lo deliciosa que se veía en la pantalla. Esme suelta un grito ahogado cuando lo ve y veo el deseo en sus cálidos ojos castaños.

—¡Yo también me lo voy a pedir! Y como pone que puedes añadir lo que quieras, quiero un poco de vainilla también.

Apenas unos minutos después, una agradable mujer de mediana edad se acerca para tomarnos nota sin dar señal de habernos reconocido.

—No tengo muchas ganas de volver a Los Ángeles, ¿sabes? Nueva York ha sido como el puerto seguro que necesitaba con todo lo que estaba pasando y volver de nuevo a toda esa vorágine de prensa, medios, entrevistas... No, no me apetece para nada —suspira Esme con una pequeña sonrisa repleta de tristeza.

—La verdad es que es normal, pero no tienes por qué preocuparte pensando que todo va a ser horrible cuando regreses. De hecho, yo creo que la tormenta ya ha pasado y ahora toca que luzca el sol.

—Bueno, no sé en qué parte de Hollywood vives tú, pero en la mía, la gente espera cualquier oportunidad para insultarte por redes sociales, las personas que creías cercanas te apuñalan por la espalda y los medios buscan el morbo de tus miserias para obtener el click fácil. ¿Me das tu dirección para cambiarme a ese Hollywood de luz y de color?

—Espera, porque creo que mi detector de sarcasmo está a punto de explotar, déjame desactivarlo —respondo con una sonrisa irónica, fingiendo que pulso algunas teclas en la pantalla de mi móvil—. Ahora en serio, creo que lo peor ya ha pasado. Ya sabes lo que dicen, después de la tempestad llega la calma, y yo creo que la tormenta ya ha pasado.

—No lo sé, Nate. Llevo muchos años en este mundillo y sabes tan bien como yo que aquí, todo lo que pueda ir peor, irá peor. Es la ley de Murphy de Hollywood.

—A ver, sin ánimo de restregar las heridas que aún siguen frescas, voy a recordarte todo lo que ha pasado hasta ahora —digo con calma, haciendo una pausa cuando la mujer nos trae nuestros chocolates para darle las gracias—. Has estado más o menos dos años en una relación abusiva, completamente aislada de todo y de todos sin saberlo. Entre tu exnovio y amigas tóxicas, te han minado la confianza en ti misma, tu ánimo y la personalidad vivaracha de la Esme a la que conocí hace diez años. Cuando por fin te has dado cuenta, has roto con tu novio y tus amigas, recibiendo un puñetazo por el camino. Y para terminar, como figura pública y no precisamente una figura desconocida, has tenido que contarlo todo por redes sociales en lugar de llevarlo en privado, como sería lo ideal, porque no te ha quedado otra. Además, tu único apoyo es un tío al que no veías desde hace diez años que haría cualquier cosa por ti, pero probablemente no confíes demasiado en él después de tanto tiempo, lo cual es normal, dadas las circunstancias. —Al terminar la lista, miro a Esme con una pequeña sonrisa triste, sintiéndome mal por todo lo que le he hecho revivir en apenas un momento—. ¿De verdad crees que, después de todo eso, las cosas pueden ir a peor?

Esme le da un pequeño sorbo a su chocolate, pensando en silencio en todo lo que he dicho. El chocolate le deja una manchita oscura sobre los labios y le hago un gesto para que se limpie, sin saber muy bien que más hacer por temor a que se desmorone. Sin embargo, para mi sorpresa, Esme rompe a reír, dejando escapar una tímida carcajada musical entre sus labios antes de limpiarse.

—No, la verdad es que la cosa solo podría ir peor si Bin Laden me mandase un misil directamente a casa. Menos mal que Obama se encargó de evitarlo, me veía enterrada bajo los escombros en cuanto volviese a la ciudad —bromea, contagiándome su adorable sonrisa—. Mira, ¿sabes qué? Me han pasado tantas cosas malas en tan poco tiempo que si viene alguna más cuando vuelva a casa, la afrontaré con más fuerza que antes. Dicen que lo que no te mata te hace más fuerte, ¿no? Pues entonces ahora mismo soy Iron Man.

No puedo evitar romper a reír al escuchar su filosofía, sintiéndome agradecido de que se vea más fuerte y valiente. Yo realmente pienso que todo irá mejor a partir de ahora, pero a la hora de enfrentarse a los últimos coletazos de los problemas por los que ha pasado estos últimos días, Esme va a necesitar toda esa fuerza y bravura.

—Entonces yo soy Thor, porque pelearé a tu lado hasta que no pueda levantar el martillo.

—Fíjate, creo que te pareces más a Superman. ¿No te han llamado para hacer el papel todavía? Provocarías una oleada de desmayos femeninos alrededor del planeta. Bueno, más de los que provocas ya que no son pocos precisamente.

—No sé, no creo que sea lo suficientemente imponente como para ser un superhéroe —respondo con una pequeña sonrisa, dándole un sorbo al chocolate—. Stella siempre dice que debería aceptar más papeles de ese tipo porque los pagan muy bien y tienen una base de fans muy grande, pero no quiero que mi carrera vaya por ese camino.

—¿A qué te refieres?

—Bueno, no quiero sonar pedante ni creído, pero no quiero ser el típico actor al que contratan más por su físico que por su talento. No me gusta demasiado hacer películas superficiales, prefiero una trama con profundidad y originalidad. Como dice Stella, soy un friqui en el cuerpo de un guaperas.

—¿Un friqui? No sé, a mí me parece algo tan respetable como cualquier otra opción y personalmente yo soy igual. Seguro que lo dice en broma, ¿no?

Cuando abro la boca para confirmarlo, pasan por mi cabeza una sucesión de momentos en los que Stella ha criticado la elección que he tomado para mi carrera profesional. Lo primero que recuerdo es lo más reciente: cuando le dije que haría de Gatsby en esta nueva adaptación de la película que estamos grabando. Me miró como una madre miraría a su hijo que le muestra el último dibujo que ha hecho en el jardín de infancia antes de decirme con toda la condescendencia del mundo que yo era mejor que eso. Que si seguía encasillado en películas para friquis y pringados, jamás me tomarían en serio en la industria.

Películas para friquis y pringados. Como si hacer cine basado en clásicos de la literatura universal fuese algo malo.

Desde que empezamos a salir, Stella siempre me ha animado a elegir películas que fueran a darme grandes beneficios tanto económicos como profesionales, sin importar mis gustos o preferencias. Hace diez años, cuando era un chaval cegado por el brillo de las estrellas de Hollywood, lo veía lógico si quería prosperar en esta industria. Si quería evitar ser ese actor que solo protagonizó una película hace ni se sabe y labrarme una carrera en la industria, tenía que seguir el camino que me señaló Stella.

Pero ya no soy ese crío desconocido sin experiencia al que solo le interesaba darse conocer. Ahora mi progreso profesional no pasa por hacerme más famoso o ganar más dinero, sino por explorar todos los géneros, tramas y personajes de distinta complejidad que me atraen. Ya me encuentro en esa posición privilegiada en la que puedo elegir en base a mi pasión por el cine en lugar de fijarme en el dinero, pero Stella no opina lo mismo. Ella siempre dice que nunca se puede tener demasiado dinero o demasiada fama, especialmente en esta industria. Para Stella, lo más importante de Hollywood son esas dos cosas.

Para mí, lo más importante es continuar explorando y descubriendo la profundidad de mi pasión por el cine.

—No, no lo dice en broma —respondo finalmente, sin saber si he estado en silencio dos segundos o dos horas—. Stella y yo tenemos formas distintas de interpretar el cine y nuestras carreras. A ella le gusta todo el brillo y glamour de Hollywood, pero a mí eso ya no me interesa. Quiero perseguir mi amor por el cine, ir a donde me lleve mi pasión sin importar el dinero, la fama o la repercusión que esto proporcione. Creo que ninguna de las dos perspectivas es necesariamente mala, ¿sabes? Pero a veces... No sé, a veces me gustaría que Stella respetase mi elección como yo respeto la suya.

—¿Cómo no puede respetar tu carrera? Yo también interpreto el cine como tú, ya sabes que nunca me intereso todo eso de la fama ni el dinero, pero entiendo y respeto que haya actores y actrices que se muevan buscando eso. Al fin y al cabo, esto sigue siendo un trabajo y todos tenemos que ganarnos el pan. ¿Por qué no le gusta tu visión, si es tan normal como cualquier otra?

Esme me observa con sus grandes ojos castaños visibles sobre la taza mientras bebe, representando la viva imagen de la confusión. Está claro por su expresión que no concibe la posibilidad de que alguien no comprenda nuestra visión del cine, lo cual me hace sonreír débilmente.

Se me había olvidado lo fácil que es todo con Esme.

Después de tres meses pasando casi cada día con ella, trabajando a su lado como si no hubieran pasado diez años y siguiéramos siendo los dos niños con aspiraciones de grandeza, he vuelto a descubrir lo bien que conectamos. Somos similares de una forma extrañamente distinta, como dos piezas del mismo puzle que encajan sin necesidad de hacer ningún esfuerzo. Poco a poco, he vuelto a recordar mil cosas que había enterrado en un rincón lejano de mi mente, a sentir todas las emociones como si fuese la primera vez...

Y a entender por qué me enamoré de Esmeralda Knightley con la facilidad con la que respiro.

—Porque ella es muy ambiciosa y cree que es mejor tener más, en general. Cantidad antes que calidad.

—Mira, ¿te puedo decir mi opinión? No quiero meterme donde no me llaman y ofenderte, pero yo también me preocupo por ti y si veo algo que no me gusta, me siento con la obligación de decírtelo —pregunta Esme con cautela.

—Claro, ya sabes que me gusta saber lo que piensas.

—Si no te sientes respetado por tu pareja, creo que deberías tener una conversación seria con ella sobre eso porque no está bien en absoluto —dice Esme con las mejillas rosadas, como si hubiera dicho algo gravísimo, lo cual me parece adorable—. Sé que esto sonará estúpido viniendo de mí, la tonta del bote que ha estado cegada dos años mientras un idiota ondeaba las banderas rojas más grandes del planeta delante de mis ojos, pero es lo que pienso. Fíjate, más a mi favor; si hasta yo he podido ver que eso es algo que no está bien, es que cualquiera lo vería.

Sus palabras vienen acompañadas por una sonrisita entre avergonzada y dulce que me sienta mejor que mil chocolates calientes en una noche de invierno tan fría como la de hoy. Es imposible no imitar su expresión siendo tan adorable y cercana, incluso cuando habla de algo tan serio.

—Sí, la verdad es que opino lo mismo, pero no sé por qué nunca he hablado con ella acerca del tema. Es... raro, ¿sabes? Cuando te lo cuento, me parece tan obvio que me siento un estúpido por quedarme impasible, pero en el momento, cuando estoy hablando con Stella, me parece algo normal, nada negativo. Puedes llamarme idiota, sé que lo soy. Idiota y ciego —suspiro, dándome una palmada suave en la frente.

Esme vuelve a reír, deleitándome una vez más con uno de los sonidos más hermosos de la tierra, y niega con la cabeza.

—Creo que yo no soy la más adecuada para llamar a alguien ciego e idiota en el ámbito de las relaciones amorosas. La realidad me ha tenido que dar en la cara para poder verla con claridad, literalmente —dice, señalando significativamente su rostro amoratado.

No puedo evitar reírme de su oscuro chiste, tapándome la boca con la mano para tratar de evitarlo, sin éxito. Sin embargo, Esme me imita y nuestras carcajadas se mezclan parcialmente ahogadas por nuestras manos.

—¿Eso quiere decir que somos dos idiotas que se tomaron demasiado en serio lo de que el amor es ciego?

Esme se encoge de hombros y me regala otra sonrisa llena de despreocupación, tan brillante como las estrellas que veo a través de la ventana.

—Sí, supongo que somos dos locos enamorados. Ciegos y enamorados.

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