17
Los gritos y gañidos de dolor que profiere Ryan al impactar contra la mesa de cristal y clavarse los trozos rotos llegan a mis oídos de forma lejana. Apenas soy consciente de cómo intenta ponerse en pie sin lograrlo, ya que me he dado la vuelta para atender a Esme de inmediato. Los únicos dos pensamientos que alberga mi mente son la culpa por no haber evitado lo que ese ser despreciable ser y la desesperación por asegurarme de que está bien. He de centrarme en ella y mantener a raya la ira pura y violenta que crepita en mi interior como una fragua ardiente porque si me dejo llevar, terminaré haciéndole algo a Ryan de lo que siempre me arrepentiré.
—Esme, ¿me escuchas bien? —pregunto con la voz suave, tratando de evitar que todos mis sentimientos oscuros se dejen ver en el tono de mi voz—. Ven, vamos a salir de aquí, cógeme de la mano. ¿Necesitas que te coja en brazos?
Le ofrezco mi mano y ella la toma, poniéndose en pie de forma temblorosa y con dificultad. Parece desorientada y dolorida, lo cual no es de extrañar teniendo en cuenta que le han golpeado muy fuerte. Al tratar de dar un paso, veo que trastabilla ligeramente con sus propios pies e inmediatamente alcanzo a sostener su cuerpo con cuidado, dispuesto a llevarla en brazos hasta el coche si es necesario.
—No, no, Nate, no te preocupes, puedo andar perfectamente. Solo estoy un poco ida por el golpe, pero ya se me está pasando. Lo único que me duele es la mejilla, siento que se me va a salir el ojo en cualquier momento. Creo que también me he mordido la lengua porque la boca me sabe un poco a sangre, pero no es nada grave, ¿vale?
—Vamos a ir directos al hospital, ¿vale? —digo al entrar al ascensor, abrazando su cintura ligeramente para que se apoye en mí si lo necesita—. Ya he avisado a mi asistente y está abajo esperándonos. Ahí podrás ponerte hielo y frenar la hinchazón. También me encargaré de que esto no trascienda de ninguna manera a la prensa.
Esme asiente con la mirada perdida en la puerta del ascensor, tratando de asimilar todo lo que acaba de suceder. Está en estado de shock, tan distraída que ni siquiera se da cuenta de que empieza a sangrarle la nariz, a lo cual reacciono de inmediato sacando un pañuelo del bolsillo para limpiárselo. Con toda la delicadeza del mundo, sostengo su rostro y le limpio la sangre, sintiendo tristeza y pena por verla así. Todo lo que siento por Esme desde la primera vez que la vi hace diez años me empuja a querer ayudarla para que ella esté bien.
Ahora mismo haría lo que fuese necesario para volver a ver su sonrisa.
—¿Me sangra la nariz? ¿Tengo alguna otra herida o me sangra otra parte de mi cuerpo? ¿Crees que tengo una conmoción o que se me ha podido romper algo dentro de mi cabeza? —pregunta Esme con preocupación mientras cubro su cuerpo con mi chaqueta y la guío directamente hasta la parte trasera del coche.
—No, no a todas las preguntas que acabas de hacer. No te preocupes, en cuanto lleguemos al hospital te sentirás mucho mejor. De momento, ponte esta bolsita de hielo contra la mejilla sin apretar y tápate la nariz para evitar el sangrado. Tú lo has dicho, no pasa nada, ¿vale? Estoy aquí, a tu lado, y te prometo que todo va a salir bien.
—Muchas gracias, Nate, de verdad. No sé... No sé ni qué decir.
—No te comas la cabeza ahora, solo relájate. Dios sabe que es lo que más te mereces ahora.
Mi asistente me tiende un paquete de hielo cubierto por una toalla y lo sostengo suavemente contra su mejilla, tratando de no hacerle daño. En apenas unos segundos, siento cómo empieza a relajarse y a respirar hondo, dejando que el frío alivie la hinchazón. Entonces aparta mi mano con gentileza y sostiene ella misma el hielo contra su mejilla, mirando pensativa a ninguna parte.
Ahora que el dolor y el shock han quedado en un segundo plano, parece haber empezado a asimilar todo lo que ha ocurrido hoy. Una parte de mí quiere intentar hablar con ella para tratar de ahuyentar cualquier pensamiento negativo que pueda tener, pero la otra me insta a dejarla pensar. No tengo ni idea de cuál es la elección correcta y siento los nervios ascendiendo por cada fibra de mi cuerpo. Sé que probablemente Esme no tenga ganas de charlar y tampoco creo que sea lo adecuado ahora mismo, pero no quiero que se sienta todavía peor. Cada minuto que pasamos en silencio aumenta mis ganas de moverme, hablar o hacer cualquier cosa, y casi salto de mi asiento cuando vuelvo a escuchar su voz.
—Nate, ahora.... ¿Qué puedo hacer ahora? —murmura con voz temblorosa, mirándome con tanta tristeza en los ojos que siento cómo mi corazón se quiebra ligeramente—. Ryan se merece terminar entre rejas o, como mínimo, que la sociedad sepa el tipo de persona que es para que ninguna otra mujer caiga en su red de mentiras y abusos, pero no creo que pueda hacer nada. No tengo pruebas y él tiene el dinero suficiente como para comprar una buena defensa en un juicio. No quiero ser conocida como la ex que le acusó de algo en falso o la que quiso joderle la vida por la sociedad si le denuncio y pierdo. Tampoco quiero quedarme callada, aunque nadie me va a creer solo por contarles mi versión. Quiero alejarle de mi vida por completo, no quiero volver a tener nada más que ver con él ni escuchar nada acerca de su persona, pero... eso es imposible, ¿no? Teniendo en cuenta quién soy yo y quién es él... Dios, todo esto es demasiado.
—Esme, cálmate —digo, tratando de infundirle a mi voz toda la calma que deseo que sienta, especialmente teniendo en cuenta lo que voy a decirle—. No quería decírtelo todavía porque la prioridad ahora es que te encuentres mejor y te recuperes físicamente, pero... He grabado con el móvil todo lo que ha pasado en casa de Ryan. Imaginaba que seguiría comportándose de forma abusiva y pensé que tener las pruebas te vendría muy bien en el futuro. Siento no haber podido parar el golpe que te ha dado, pero al menos lo tengo en vídeo. Es una prueba irrefutable. Ojalá hubiera podido frenarle antes de que te hiciera eso, joder. Lo siento mucho, Esme.
Mi confesión le hace girar la cabeza lentamente para mirarme con los ojos como platos, completamente descolocada. Veo cómo boquea durante unos segundos, tratando de encontrar las palabras tras escuchar la bomba que he dejado caer, hasta que me habla de nuevo.
—Entonces... supongo que podría denunciar, ¿no? Bueno, podría tener oportunidades de ganar en un juicio, pero... No sé, Nate. Todo esto me ha venido de sopetón y no tengo ni idea de cómo podría reaccionar el mundo ante esta noticia. Tal vez no tenga derecho a decir esto porque son los inconvenientes de ser quien soy, pero no quiero que tantísima gente opine de un tema tan serio. No quiero que algo tan grave para mí sea cuestión de debate en la prensa rosa y las redes sociales. Me gustaría solucionar esto de forma privada porque así podría controlar la información que me llega acerca de él en lugar de ver el tema por todas partes durante meses. ¿Estoy siendo demasiado exigente?
—No, claro que no. Es lógico y normal que quieras que algo tan privado sea objeto de juicio para gente que no te conoce de nada, pero, por desgracia, eso es lo que pasaría si decides denunciar. Sin embargo, hay una cosa que puedes hacer para paliar las cosas malas que puedan suceder —respondo con una sonrisa tranquilizadora, sabiendo que yo mismo haré cualquier cosa para protegerla de todo lo que ha mencionado.
—¿Qué es lo que podría hacer?
—Contar la verdad —digo con gentileza, sosteniendo la mano que tiene libre para acariciar sus nudillos—. Utilizar esa plataforma tan grande que tienes en tu beneficio en lugar de aceptar solo las cosas negativas que puede traerte. Cuenta tu experiencia en redes sociales para que todo el mundo sepa la verdad y vea que no tienes nada que esconder. Además, creo que podrías ayudar a otras mujeres que puedan estar en tu misma situación. Las víctimas de este tipo de situaciones pueden sentirse solas y encerradas en su relación, tal vez ver que has salido de esta y eres capaz de alzar la voz les ayuda a saber que no es una situación sin salida. Todo esto si decides hacerlo todo público o denunciar, claro. Es una decisión, no una obligación, así que no sientas que tienes que actuar de una u otra manera. No quiero obligarte a hacer nada, lo que deseo más que nada en el mundo es que te recuperes y seas feliz, sea como sea.
Antes de que pueda responder, el coche se para e inmediatamente veo a Esme mirar a su alrededor para detectar si hay algún paparazi en la puerta. Al ver que estamos solos, como le había prometido, abre la puerta y sale con cuidado.
—Tranquila, no hay prensa y he traído esto —aseguro, ofreciéndole una gorra y una mascarilla.
—Siempre piensas en todo, se me han terminado las palabras de agradecimiento para ti. Tendría que tatuarme un "gracias" en la frente para que pudieras verlo continuamente.
—No digas eso, Esme. Te he dicho que voy a cuidarte y estar a tu lado, así que te lo repito: cállate y déjate querer —digo como si estuviera riñéndole, aunque mis labios están ligeramente curvados en una sonrisa.
Mi agresiva muestrade cariño le hace reír, igual que cada vez que le fuerzo a que me deje cuidarla, y termina de salir del coche con más confianza que antes. Me encargo de mirar a nuestro alrededor para cerciorarme de que nadie nos reconocer y cuando llegamos al mostrador, le hago una indicación a la recepcionista para hablar con ella en privado. La mujer, una señora de mediana edad con una sonrisa dulce siempre en el rostro, escucha mi breve explicación de la situación y se muestra preocupada y comprensiva. En cuanto termino de hablar con ella me asegura que todo irá como deseo y tras agradecerle de corazón su comprensión, vuelvo al lado de Esme.
—¿Qué les has dicho —pregunta, siguiendo a la mujer cuando le hace un gesto y se adentra en uno de los pasillos.
—Le he dicho quiénes somos y rogado que se mantenga nuestra privacidad. Me ha dicho que se asegurará de que nadie nos reconozca ni airee lo que te ha pasado, así que puedes estar tranquila. Se ha preocupado mucho por ti y me ha jurado por sus nietos que nadie se enterará de nada.
—Muchas gracias, señorita, es todo un detalle —le dice a la enfermera con una sonrisa triste tras su mascarilla.
—No te preocupes, cielo, es lo menos que podemos hacer. Ahora entra en esta consulta y la doctora te atenderá de inmediato —responde antes de dirigirme una breve mirada y volver a poner sus ojos sobre Esme—. No es mi intención invadir tu privacidad, pero... si has tenido un incidente violento y te gustaría denunciarlo en una comisaría, la doctora te dará un parte de lesiones. Tan solo tienes que explicarle la situación para que pueda rellenarlo como corresponde. Nadie en este hospital va a decir nada sobre esto, corazón.
A pesar de que no ha dicho nada explícitamente, la tristeza de sus ojos y el tono de su voz demuestran que sabe exactamente lo que ha pasado. Miro a Esme un poco ansioso, sin saber cómo va a reaccionar, pero me calmo cuando sonríe débilmente.
—Muchas gracias, de verdad. No sabe lo que significa eso en un momento como este.
La mujer le coge las manos y a pesar de la mascarilla que lleva puesta, puedo ver que sonríe con esperanza.
—No hay de qué, querida. Y recuerda: no estás sola.
•
—Dios, qué día más largo.
El suspiro de Esme es recibido por el salón vacío se su apartamento de alquiler. Bueno, y por mí, que le sigo de cerca. Acabamos de llegar del hospital y se ve que después de la cálida atención del personal que le ha atendido, está más relajada. Gracias al cielo, el golpe solo le ha provocado una pequeña conmoción cerebral cuyos efectos apenas duran ya. También nos han confirmado que se le hinchará toda la parte derecha del rostro y pronto emergeran los temidos cardenales, lo cual era inevitable. Esme ha solicitado el parte de lesiones y en él se afirma sin lugar a dudas que el golpe ha sido un ataque físico; concretamente, un puñetazo.
Después de ser atendida por los doctores, ha llegado el momento de tomar la decisión difícil: si quería denunciar a Ryan o no. Yo me he mantenido en silencio, sin ánimo de meterle más presión de la que ya sentía, pero me he asegurado de que mi amiga sentía mi apoyo decidiera lo que decidiera. Para mi sorpresa, a Esme no le ha costado tanto como creía tomar la decisión de denunciar. Todavía no sé exactamente qué tal está porque no he querido agobiarla, pero ahora que estamos de vuelta quiero ofrecerle mi mano activamente.
—¿Cómo te encuentras?
—Bien, la verdad —responde con una pequeña sonrisa—. Sé que solo he dado el primer paso, pero me siento en paz conmigo misma, más valiente y decidida.
—Es que lo eres, Esme. Me alegro de que te encuentres bien y la verdad es que creo que has tomado la decisión correcta —digo con una amplia sonrisa, acercándome a la cocina—. ¿Tienes hambre? Puedo preparar algo rápido mientras te cambias.
—Nate, es tarde y seguro que estás cansado. No te sientas obligado a quedarte, puedo seguir sola a partir de aquí.
A pesar de lo que dice, puedo ver perfectamente en su rostro que no quiere estar sola y lo entiendo. Me gustaría poder ayudarla a evadirse de toda esta situación en la medida de lo posible para que se siente un poco mejor, siempre y cuando ella quiera. Necesito que sepa que voy a cumplir mi promesa pase lo que pase y no pienso dejar su lado mientras no me lo pida expresamente.
—Gemita, te conozco desde hace muchos años ya y sé leerte como si fueras un libro abierto. Sé que estás nerviosa y es normal que lo estés, ¿vale? Es normal que no quieras estar sola, es normal que sientas miedo y tristeza y es normal que no te sientas bien. Por eso estoy aquí, para hacerte sentir un poco mejor, aunque sea poquito.
—¿Me has llamado gemita?
Cuando Esme resalta el mote cariñoso que he empleado, me doy cuenta de que me he referido a ella como solía hacer, sin pensarlo. Empecé a llamarle así para chincharle, refiriéndome a la piedra preciosa que le da nombre, y eventualmente se convirtió en mi nombre especial para ella. Siempre tiendo a pensar en ella así y hasta ahora había tenido mucho cuidado con no decirlo en alto, pero esta vez se me ha escapado.
—Eh..., sí... Perdón, se me ha escapado. Nunca he dejado de pensar en ti como gemita, aunque entiendo que te pueda molestar. Me he contenido hasta ahora, pero...
—No, no —interrumpe con una sonrisa sincera que es como un rayo de luz tras días de tormenta—. Me... Me gusta. Me recuerda a una época muy bonita y feliz de mi vida.
No puedo evitar devolverle la sonrisa e inclinarme para posar un beso sobre su frente como solía hacer para chincharle por la diferencia de altura.
—Entonces te llamaré así de nuevo, como en los viejos tiempos. Ya sabes que haría lo que fuera por verte sonreír, gemita.
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