
10
—¡Espera, Esme!
La inconfundible voz de Nate me saca de mi ensoñamiento mientras camino fuera de la nave hacia la verja que separa los sets de la calle. La noche nos envuelve por completo y mi sencillo chándal informal transmite de forma bastante precisa lo cansada que me siento después del rodaje. Mi perspectiva una vez llegue a casa tampoco es que sea especialmente apetecible: entrar, cambiarme, cenar una ensalada e irme a dormir.
En resumen, exactamente lo mismo que llevo haciendo un mes, sea lunes, martes o viernes por la noche como hoy.
Hoy, sin embargo, parece que mi solitaria rutina va a sufrir un cambio, porque Nate tiene ese tono de voz tan característico en él indicando que no piensa dejarme hasta zanjar lo que sea que quiere hablar conmigo. Tras un mes de contacto completamente limitado con Nate, creo que ya ha captado el mensaje acerca de su papel en mi vida. No puedo esperar que solo por habernos reencontrado después de tanto tiempo, no vamos a volver a ser los mejores amigos que solíamos ser. Hace ya un par de semanas que Nate no me mira con ojos de vaca, por lo que he dejado de estar a la defensiva y bajado un poco la guardia. Espero que podamos ser compañeros cercanos y cordiales porque tampoco me gustaría cortar el contacto con él por completo.
Antes de salir más allá de la zona de naves donde cualquiera podría vernos en el exterior, me paro en un pequeño parque para que me siga y giro la cabeza para mirarle. Por ello, tengo curiosidad por lo que me quiere decir Nate ahora. La prensa no está a la vista y por cinco minutos que hablemos no va a pasar absolutamente nada..., ¿verdad?
—¿Qué pasa? ¿Hay algo que quieras tratar sobre nuestras escenas del lunes que viene? —pregunto con cierto cansancio.
—No, nada de eso. Lo que quiero es ayudarte. Y no me digas que no sabes a qué me refiero porque ambos hemos visto el elefante en esta habitación y ya es hora de que empecemos a hablar sobre él.
Sus palabras me pillan por sorpresa y me quedo sin habla unos segundos, rebuscando en mi cabeza la batería de respuestas y comentarios genéricos que me preparé hace un mes tras hablar con Ryan y mis amigas.
—Pues no, no sé a qué te refieres si no me lo explicas, Nathaniel.
Nate me devuelve la mirada, alzando una ceja y mirándome de reojo como una de esas chicas malas adolescentes.
—Déjate de Nathaniel y de actuar como si no nos conociéramos de nada. Llevas un mes evitándome y ambos sabemos por qué, y tengo que decirte lo que opino porque me preocupo por ti y no me gusta nada lo que estoy viendo. Hace un mes que veo cómo te aíslas cada vez más del resto del mundo y eso no es sano, Esme. No sé qué es exactamente lo que ocurre y aunque tengo mis conjeturas, son todas demasiado serias como para asumir que son correctas sin corroborarlas. Por eso quiero hablar contigo seriamente sin que desvíes la conversación o te hagas la loca, de amigo que se preocupa a amiga que tal vez necesite ayuda.
—No me estoy aislando, solo estoy metiéndome en el papel para hacerlo mejor a la hora de rodar mis escenas, ¿sabes? Daisy es una mujer muy complicada y tengo que conseguir que el público... —Antes de que pueda seguir hablando, Nate bufa para interrumpirme y alcanza mi mano para sostenerla. Es un gesto sencillo, pero los nervios que forman un nudo en la boca de mi estómago casi me hacen romper a llorar. Me resulta increíblemente complicado mantener una fachada indiferente y fría cuando cada palabra que pronuncia Nate me hace querer tomar la mano que me tiende.
—Mira, no tienes por qué contarme nada. No hace falta que me digas qué es lo que te pasa o si alguna cosa te preocupa, pero solo déjame invitarte a hacer algo ahora. Es viernes por la noche y estamos en Nueva York, la ciudad que nunca duerme. Esta vez, en lugar de ser Nate y Esme, podemos ser dos personas cualquiera haciendo lo que haría cualquier personas completamente desconocida. ¿Es que no hay nada que siempre hayas querido hacer como una persona normal?
Nate me mira fijamente a los ojos y aunque es de noche, puedo ver una sonrisa oculta en ellos. A pesar de que había tomado la decisión de librarme de él por todos los medios, su pregunta desata mi imaginación sin que yo pueda hacer nada para evitarlo. Empiezo a recordar aquellas veces que salíamos a hacer cosas de veinteañeros cuando nos conocimos y todavía nadie era capaz de reconocernos por la calle. Éramos dos turistas en la enorme Los Ángeles, soñando con la fama y entablando una amistad que pensaríamos sería eterna, haciendo mil estupideces que calificábamos como locuras cuando realmente no eran más que chiquilladas. Un pensamiento fugaz cruza mi mente, tan rápido que no estoy segura de haberlo pensado realmente: hace diez años que no soy así de feliz.
No he hecho nada remotamente parecido desde entonces y Nate es la persona perfecta para revivir aquellas experiencias como hacíamos en su día. No importa cuánto hayan cambiado nuestras vidas desde que pasábamos el rato de aventura absurda en aventura absurda, sé que esta noche podremos volver a pasarlo igual de bien como hace diez años.
—Bueno, de hecho, sí que hay algunas cosas que me gustaría hacer como una persona normal, como todo lo que solíamos hacer cuando nos conocimos...
Nate sonríe y me ofrece su mano, la cual tomo al momento sin un ápice de la duda que antes me consumía. En este instante, puedo escuchar a esa pequeña voz que reside en un rincón de mi cabeza tomar las riendas de mis decisiones, dándole una patada en el culo a la restrictiva y encorsetada sección de mi mente que trata de autoconvencerse de lo feliz que supuestamente soy.
—Entonces vamos por la puerta de atrás y finjamos que somos dos turistas disfrutando de la eterna vida de Nueva York.
•
—Una sala a nombre de Blaze, por favor. Durante el máximo tiempo posible.
Nate habla con el hombre de expresión aburrida que se encuentra tras el mostrador, usando los nombres de nuestra primera película para evitar que nos reconozcan. Ni siquiera nos mira cuando habla, sino que se limita a darnos una llave con una enorme placa de plástico en el que se ve el número nueve pintado con permanente blanco medio desvaído. Casi agradezco su pasividad, porque tanto mi acompañante como yo estamos cubiertos por gorros y mascarillas. Como actriz, a veces doy gracias a la pandemia por normalizar el uso de estas últimas sin que te miren raro por la calle. Nos otorgan esa intimidad que tanto deseamos sin destacar todavía más por hacer el ridículo.
Yo la cojo soltando una risita fruto de la emoción, y empiezo a correr por el estrecho pasillo hasta que vemos la sala número nueve. En cuanto cruzamos la puerta, suelto un pequeño chillido y me abalanzo sobre uno de los micrófonos frente a la enorme pantalla plana en la que bailan las letras que conforman el nombre del local entre mil lucecitas brillantes.
—¡Me pido cantar una de Hannah Montana primero! —chillo, buscando un título que me guste con el mando a distancia.
—¿Por qué no me sorprende que hayas elegido venir a un karaoke cuando te he ofrecido hacer lo que te apetezca en Nueva York? —pregunta entre risas, aceptando su posición en la cola inexistente y sentándose en el sofá—. Y claro, tienes que empezar con una de Miley Cyrus como las mil veces que íbamos a cantar en las noches de verano de Los Ángeles. Naciste siendo una mujer de costumbres y morirás siendo una mujer de costumbres.
—¡Perdona, pero no es Miley Cyrus, es Hannah Montana! Son dos personas distintas, ¡te lo he dicho mil veces!
—¡Vale, vale! ¡Hannah es una joven superestrella llena de confianza y Miley es una adolescente que está encontrándose a sí misma, no hace falta que me lo repitas por millonésima vez!
No puedo evitar romper a reír cuando Nate recita la frase que tantas veces solía decirle cuando decía que Miley y Hannah eran la misma persona, al principio sin querer, y luego para picarme. Me sorprende que recuerde tantos detalles de mí, aunque yo también me acuerdo de casi todo lo que solía gustarle.
No importa que hayan transcurrido diez años, ahora mismo parece que no ha pasado un solo segundo entre nosotros.
—¡Voy a cantar "Gonna Get This"! —declaro antes de pulsar el play y meterme en el papel de la joven superestrella con una doble vida secreta.
Mientras la canción empieza a sonar por los altavoces, escucho la risa de Nate camuflada por el sonido. Parece que todavía se acuerda de la canción que siempre elegía cantar primero y sigue resultándole cómico cómo me meto en situación. No le culpo, a mí también me hacía muchísima gracia verle cantar las canciones que le gustaban como si fuese su último concierto frente a millones de personas.
Conociendo la coreografía al dedillo, empiezo a cantar a pleno pulmón sin necesidad de mirar la letra en la pantalla. Es entonces cuando Hannah habla de ese chico que le hace sentir como en una película en el estribillo, por lo que me giro en mi escenario ficticio y le apunto con el dedo. Nate pone los ojos en blanco, fingiendo con dramatismo irritación, antes de levantarse y coger el otro micrófono para cantar la parte de Iyaz, el rapero que aporta la segunda voz.
Mientras canta sobre la chica que podría poner su mundo patas arriba, su mano encuentra la mía y me hace dar una vuelta sobre mí misma, bailando conmigo como solíamos hacer cada vez que cantábamos esta canción. Por un momento dejo de ser Esmeralda Knightley y soy una superestrella adolescente dando un concierto para todo el mundo con mi compañero. Ninguno de los dos parece haber perdido ni un ápice de ritmo, o al menos eso es lo que me parece desde mi punto de vista completamente imparcial. Bailando junto a Nate, me siento como una adolescente disfrutando del baile de promoción con el chico más guapo del instituto.
—¿Qué, pensabas que ya no me acordaba de la letra ni de la coreografía? —pregunta Nate mientras me guía hacia el sofá con una reverencia digna de un príncipe—. Con todas las veces que cantamos esta canción juntos, creo que hasta sueño con Hannah Montana bailando de vez en cuando. A veces incluso soy yo el que tiene la peluca puesta y el vestido de lentejuelas brillantes.
—Primero, pagaría gran parte de mi dinero por ver ese espectáculo, y segundo, no te pongas dramático que sé perfectamente la canción que vas a elegir ahora y el festival que me va a tocar montar contigo en un momento.
—¡Pues no vayas de lista porque igual he cambiado de canción desde que nos conocimos!
Nate bufa como una diva dramática antes de coger el mando y empezar a buscar en la lista de canciones. Mirándome de reojo en todo momento, veo cómo casi se decanta por alguna canción que termina por no convencerle, hasta que inevitablemente termina en "Paradise" de Coldplay. En cuanto para, sus miraditas se terminan, dado que me ha dado la razón.
—Uy, sí, veo que has cambiado radicalmente. Fíjate que ni siquiera sé cómo bailar esta canción, creo que me voy a quedar aquí sentada viéndote cantar...
—¡Levántate y deja las tonterías que ya sabes lo que toca! —reclama Nate antes de tirar de mi mano y ofrecerme el otro micrófono.
Ambos seguimos riéndonos en cuanto empieza la canción, pero él vuelve a ponerse completamente serio cuando empieza a cantar. Como dicta la coreografía que nos inventamos hace años, empiezo a moverme como una bailarina de ballet a pesar de no tener ni un uno por ciento de su gracia y asemejarme más a un pato mareado que a un grácil cisne. Nate, por su parte, lo da todo, y estoy segura de que cualquiera que nos viera desde fuera pensaría que está observando el interior de una habitación de manicomio.
En cuanto llega el estribillo, empiezo a cantar junto a él como si me fuera la vida en ello, dejando que Nate me de vueltas como dicta nuestra coreografía. Las notas de la canción de Coldplay y nuestro momento me hacen sonreír tanto que me duelen las mejillas, olvidando todos los problemas existentes en mi vida. Para mí, ahora mismo solo existimos Nate, yo y esta pequeña sala de karaoke en la que ambos estamos dando riendo suelta a nuestra alegría y entusiasmos más absolutos.
—Vale, te toca elegir, pero ya sabes cuál es el trato —me dice Nate, tratando de recuperar el aliento tras haber terminado la canción—. Tiene que ser un dueto, da igual de qué índole, pero es el momento de Natesme.
—Bueno, pues ya que mencionas a Natesme, sé exactamente la canción que toca ahora...
En cuanto termino de hablar, las primeras notas de "The Time Of My Life" de la película Dirty Dancing empiezan a inundar la sala, y una amplia sonrisa se extiende en el rostro de Nate. Metiéndose completamente en el papel de Johnny, coge el micrófono con todo el sentimiento del mundo y empieza a moverse a mi alrededor mientras ambos cantamos el primer estribillo. Cuando se aparta el pelo de la frente con un grácil movimiento de cabeza, tengo que reunir toda mi fuerza de voluntad para evitar romper a reír ante su comportamiento.
Esta era la canción que adorábamos cantar juntos en los karaokes, principalmente porque a Nate le encantaba hacerse el machito en el momento de levantarme por los aires como hacía Johnny con Baby en la película. No sé si seguirá siendo capaz de hacerlo, pero a juzgar por el hecho de que sus músculos no han hecho más que crecer desde entonces, yo confío bastante en él. Espero no haber engordado demasiado como para que no pueda alzarme por los aires.
Nuestros cuerpos empiezan a moverse como en la coreografía de la película que tan bien conocemos mientras cantamos, lo cual no hacemos tan bien, aunque tampoco nos importa. Este baile siempre me ha parecido muy íntimo y me sentiría culpable ahora mismo si fuese capaz de pensar en algo más que en él y yo.
La sonrisa en mi rostro se ensancha cuando Nate empieza a guiarme por nuestra improvisada pista de baile, dejando los micrófonos olvidados sobre una mesa y perdiéndonos en el momento. Incluso me sorprendo riendo, disfrutando como una niña pequeña de este momento. Hace demasiado tiempo que no me sentía como me siento ahora con él y estamos haciendo algo tan sencillo, tan mundano...
Es entonces cuando Nate se separa de mí y corre hacia el otro lado de la sala, señal de que es mi momento de volar en sus brazos. Siento un cosquilleo en el estómago y me preparo, aunque antes quiero asegurarme de que está listo.
—¿Estás seguro de que aún puedes levantarme, Scott? Han pasado diez años y ninguno de los dos somos niños ya.
—Estoy seguro, Knightley —responde con una sonrisa, preparando su postura—. ¿Confías en mí?
La sonrisa en mis labios se ensancha y asiento mientras corro hacia él, dejándome llevar. Antes de que pueda darme cuenta, estoy volando en horizontal sobre su cabeza, riendo como una niña pequeña. Nate me mira desde abajo con cariño, sosteniendo mi cuerpo con delicadeza mientras la música sigue sonando.
Y es ahí, volando en sus brazos, donde me siento feliz y libre por primera vez en mucho tiempo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro